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Capítulo 15: Ushtria Clirimtare

┏━°⌜ 赤い糸 ⌟°━┓

🄾🄿🄴🄽🄸🄽🄶

https://youtu.be/gbsf2XvlLns

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Raion Bosnia

Región de Pars. Finca de Osmanagic.

La abismal consolidación del poder del clan Inagawa-Kai en tan pocos días había captado la atención de Cerim Mujanovic, jefe de la Mafia Zovko. Lo notaba como un peligro para la integridad de su propia organización, como la demostración clandestina e indirecta de parte de Junichi para hacerle ver que tenía un arma secreta que, si quisiera, usaría contra él para derrocarlo.

Aunque poco lo veía capaz. Puede que, para este punto, Junichi ya haya dominado a todas las bandas y pandillas revoltosas y desorganizadas de origen japonés, pero eso no significaba que iría contra él. Cerim conocía bien a Junichi en ese aspecto. Sabía que, a tan solo unas catorce o doce horas para la inauguración de la Subasta Tirana, sería imprudente y estúpido llevar a cabo un ataque contra su persona. Sin embargo, con los bruscos cambios de actitud que Junichi había experimentado en estas pocas semanas, Cerim ya no estaba y tampoco se sentía del todo seguro.

—Solo lo tenía como activo por las parcelas financieras que sacaba de Nihontown —maldijo entre dientes Cerim mientras caminaba por uno de los pasillos de la finca, del cual estaban sacando los cadáveres ya putrefactos de hace ya semanas. No fue sino hasta hace pocos días que decidieron volver a esta tras el asalto, del cual se seguía el rastro de investigación por parte de las agencias de inteligencia de Fahrudin Omar—. Era idóneo que no tuviera el control total de la misma. La división entre las bandas era lo que lo mantenía en la palma de mi mano. Pero, ¿ahora? —Cerim ladeó la cabeza y se fumó su habano.

—Insubordinación —dijo Ishak, caminando tras él junto con su hermano gemelo Ishfar y otra tanda de capos y de autómatas de hierro cargando pesadas ametralladoras, sus pisadas mecánicas resonando por todas partes—. ¿Qué clase de método o truco estará haciendo ese hombre para sojuzgar a todas estas bandas?

—O más bien qué clase de mercenario —lo corrigió su hermano Ishfar—. Se corre la voz entre los compinches Zovko que iban a Nihontown de que Junichi contrató a un mercenario.

—Pero, ¿quién? —preguntó Ishak— Además, ¿un solo mercenario, en serio?

—Hasta ahí acaban los rumores —advirtió Luka—. Recientemente Junichi ha prohibido la entrada de sus casinos a todos los bosnios, sean ciudadanos corrientes o Zovko.

—¡AHÍ ESTÁ! —maldijo Cerim, deteniéndose bruscamente y volviéndose hacia sus capos— ¡¿Quién mierda se cree este chino alcahuete para hacer eso?! ¡Ni en esta vida ni en el otro mundo he visto semejante falta de respeto!

Se hizo el silencio incómodo. Cerim se recompuso entre respiraciones forzadas. Coló su habano y siguió el recorrido por los pasadizos, en dirección al rellano donde se encontraría la ya vieja caja fuerte donde guardó todas las ganancias y ahorros de su finca más grande de Bosnia. Sus capos intercambiaron miradas, entre nerviosos e inseguros, más que nada por todos los destrozos que veían a medida que se internaban al interior de la estructura.

—Es por eso que me lo he decidido ya —gruñó Cerim—. Seguiré el consejo que me dio Nestorio. Vamos a sancionar un asesinato contra Junichi. No voy a permitirme que revueltas me sofoquen como lo hicieron en Albania.

Aquel fue el comentario que definió toda la frialdad enervante del ambiente para los capos.

Cerim y sus capos arraigaron hasta el zaguán donde, al fondo de la misma, se hallaba un espeluznante umbral donde otrora estuviere la puerta de hierro circular de su caja fuerte. Había gigantescos pedazos de hierro desperdigados por el suelo, como si hubiesen sido arrancados por la fuerza inhumana de un salvaje superhumano. Los ciborgs iluminaron el interior con las linternas de sus ametralladoras: los anaqueles, tablas y repisas estaban lúgubremente vacías, donde antes se hallaban incontables fajos de billetes y hasta lingotes de oro.

El tremuloso silencio, sumado con la destrucción y la oscuridad del interior, sofocaron de miedos internos a Cerim y sus capos. El jefe de la Mafia Zovko se arregló el corbatín. Si algo tenía con certeza, de toda esta arrolladora incertidumbre, era que este ataque que recibió fue de antes de las conquistas de Junichi a las otras bandas. Esto fue obra de algo más.

De un enemigo desconocido.

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https://youtu.be/ZDWNWKSP7UM

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Condado de Kanjka

Barrio Industrial

Yoshioka, jefe de la pandilla ciberpsicopata de los Infectados, fue atacado por un descontrolado pánico al recibir la noticia que el temible mercenario "Ishin" acababa de penetrar en su último enclave en busca de su cabeza.

Había escuchado de él a partir de los rumores de los supervivientes de pandillas anteriores a él, así como de miembros de Infectados que sobrevivieron a sus ataques previos en Govina. Se decía que era algún tipo de Superhumano; otros llegaban a la ilusión de exclamar que era uno de los temibles Yokais de las leyendas niponas que poblaban el archipiélago antes del Yūhi. Yoshioka había creído más en la explicación lógica del origen superhumano, pero ahora que veía las cámaras de seguridad, no estaba del todo seguro...

Uno de los ciberpsicopatas Infectado atacó al mercenario Ishin por la espalda con una espada-protesis eléctrica. El tajo nunca llegó a él; solo cortó el aire. El brazo de un montacargas se movió al ser empujado de un manotazo por el mercenario. El Infectado recibió el golpe en la cabeza. Trastabilló hasta ser atrapado por el cuello con la hoja de la espada maldita de Ishin.

—Dime en una frase por qué fue una buena idea atacarme en solitario —murmuró Ishin, la mirada severa—, y quizás te deje vivir.

El Infectado respondió con quejidos que se convirtieron en sonidos de errores de software. Ishin sonrió, maliciente, y ladeó la cabeza.

—No hizo falta meterte ningún virus, por lo que veo —gruñó, procediendo a cortarle la cabeza de cuajo, para después usarla como balón de fútbol, pateándolo y arrojándolo contra un grupo de Infectados que venían en manada abalanzándose hacia ellos.

Acto seguido, el mercenario Ishin se desplazó a una vasta velocidad tal que ni las cámaras pudieron captar todos los fotogramas de sus movimientos; se convirtió en un borrón que reapareció al otro lado del grupo de salvajes, enfundando su espada dentro de su oruga Yokai de nombre Wamu.

Sonó el chasquido, y todos los petrificados Infectados se desmoronaron al suelo partidos en cientos de pedazos. Múltiples chispas restallaron con sus caídas, y el suelo se manchó con aceite, plasma y sangre.

El mercenario Ishin se irguió y alzó la cabeza en dirección a una de las cámaras de seguridad. Wamu le escupió una pistola en la palma de su mano. Ishin le guiñó un ojo a la cámara, para después alzar la pistola y dispararle, dañándola de un solo tiro. Tras eso hizo que Wamu se comiera la pistola, para después vomitar la empuñadura de su espada. La colocó sobre su hombro, y volvió a esbozar una sonrisa sardónica al ver a otra manada de desgraciados cibernéticos abalanzarse hacia él entre alaridos y aullidos de disparos de pistolas de plasma.

Yoshioka apretó un puño y se lo llevó a la boca, mordiéndose un dedo prostético al punto de abollarse el hierro. Ver a aquel extravagante mercenario arremeter contra más de un esbirro suyo le hacía querer vomitar del pánico; atacaba con amplios espadazos, cortando el aire y todo lo que se le atravesaba, sea carne o metal. Giraba y zigzagueaba por la zona, empleando el escenario mismo como obstáculo y como ventaja contra sus enemigos: destrozaba anaqueles para hacer que las cajas de hierro cayeran encima de ellos, o activaba con una fuerza invisible (Wamu) los mecanismos automáticos de las ametralladoras que desactivaba previamente con disparos de pistola, provocando lluvias de balas que neutralizaban a gran parte de sus efectivos.

—Esto es inútil... ¡INÚTIL! —maldijo Yoshioka, incorporándose de su sillón negro y colocándose un abrigo que sacó de un perchero a su lado— ¡USTEDES DOS! —señaló con una mano a los dos Cibermantes que tenía a cada lado, ca uno calvo y vistiendo con trajes negros de una pieza condecorado con líneas color azul neón. Los dos Cibermantes se volvieron a verlo con sus grandes lentes oculares oscuros por ojos— Será mejor que no me fallen como los otros Chojin —chasqueó los dedos y llamó a los seis Infectados que había en la sala a venir hasta él—. ¡Nos vamos!

Yoshioka se fue apuradamente de la estancia a través de un pasadizo secreto que abrió colocando su mano de carne en un panel de lectura. Tras él lo siguieron los seis Infectados. Los dos Cibermantes de siluetas escuálidas, ambos de dos metros de altura, intercambiaron miradas deferentes para, acto seguido, convertirse en bifurcaciones digitales de color azul brillante que traspasaron las paredes cuales seres intangibles.

El mercenario Ishin acabó con el último de los infectados propinándole una patada justo cuando este le arremetió con un espadazo. La hoja que sobresalía de su antebrazo terminó clavándose en la cabeza del Infectado. Este dejó escapar unos cuantos gruñidos antes de caer de espaldas al suelo. Ishin se miró la camisa negra, manchada de sangre y crudo. Lo olisqueó, y arrugó la nariz de la antipatía.

—Qué asco, estos nikkei —masculló.

Alcanzó a oír las vibraciones de las hélices plásmicas de una aeronave, tres pisos más arriba. Ishin inclinó los pies hacia delante, estando a punto de propulsarse sónicamente hacia el tejado de la fábrica, pero antes de convertirse en un veloz borrón negro, fue alcanzado por un ataque de ondas vibratorias por la espalda que le hizo trastabillar torpemente hacia delante.

Ishin apretó los dientes de la sorpresa. Movió con algo de dificultad su cuerpo, sojuzgado por las diabólicas ondas supersónicas que habría partido los tímpanos de hasta un superhumano. La potencia y cadencia de aquella vibración lo tomó tan desprevenido que la parte trasera de su oído comenzó a sangrar un poco. Miró por encima de su hombro, entre gruñidos de esfuerzo, topándose de frente con la Cibermante Chojin que lo miraba impasiblemente bajo los fríos y negros quevedos que constituían su yelmo prostético. La única muestra de carne que no le hizo pensar que era un ciborg eran sus finos labios de mujer, dibujando una sonrisa sardónica.

Blandió su sable y se abalanzó fugazmente contra la Chojin, pero el tajo que le arrojó no la llegó a cortar. Es más, su cuerpo entero la atravesó, como si hubiese traspasado un gas. El mercenario Ishin derrapó por el suelo hasta detenerse. Miró con sorpresa a la Cibermante. Esta última se dio lentamente la vuelta, y le dedicó de nuevo su sonrisa lapidaria.

De repente, una nueva fuerza invisible jaló de Ishin. El mercenario alcanzó a ver al segundo Chojin antes de que fuera jalado brutalmente por toda la galería. Chocó repetidas veces contra maquinarias y amueblados de hierro, causando destrozos por doquier. Dibujó un círculo entero alrededor del claro donde se hallaban los dos Cibermantes Chojin, hasta que Ishin acabó impactando contra varias barras de hierro que se apelotonaron sobre él al caer.

EL mercenario Ishin se quitó varias barras metálicas de encima y dedicó una ociosa mirada hacia los dos Cibermantes Chojin. Taciturnos, el único ruido que generaban para indicar que eran sentipesantes era el de las vibraciones con las cuales generaban aquellas fuerzas invisibles. Fuerzas que liberaron recuerdos al mercenario, de enemigos que enfrentó en el pasado remoto; contrincantes que manipulaban fuerzas invisibles que le dieron mucho dolor de cabeza a la hora de enfrentarlos. Aún a día de hoy, le frustraba pensar en eso.

<<Y ahora me tengo que enfrentar a estos...>>Pensó Ryushin Hogo, propinando una vigorosa patada al piso. El suelo entero seresquebrajo, y el edificio retembló. Los Cibermantes se tambalearon,sorprendidos. Si hubieran tenido ojos, se habrían ensanchados al ver todas lasbarras de hierro flotar alrededor de Ryushin, producto del puntapié, listospara ser arrojado hacia ellos.

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Yoshioka y su pequeño grupito de Infectados se encontraban anadeando por el puente hasta alcanzar la plataforma circular donde los esperaba el aerodino negro. En el recorrido, oyeron estruendos tras sus espaldas. Cuando se vuelven para ver de dónde provienen esos ruidos, son sorprendidos por las fuertes sacudidas de temblores provenientes de explosiones y caídas de escombros que tenían como origen la enorme estructura industrial que otrora fuese su última base.

Yoshioka vio a sus seis subordinados quedarse de pie, paralizados por estar viendo a través de sus visores infrarrojos la desordenada y confusa batalla que se gestaba dentro del edificio.

—¡¿Qué hacen quedándose allí de pie como ciervos imbéciles?! —maldijo, y empujó a uno de sus hombres hacia el borde de la compuerta abierta de la aeronave— ¡ENTREN, ENTREN YA!

Uno a uno los seis Infectados subieron dentro del aerodino. Al llegar el turno de Yoshioka, un nuevo y más terrible temblor sacudió el puente y la plataforma. Yoshioka se tambaleó antes de poder agarrar la mano del hombre que lo iba ayudar a subirse, y cayó de bruces al suelo. Volteó la cabeza, y fue presa de un susto sin precedentes al ver como gran parte de la pared oeste del edificio industrial era partido en múltiples tajos, convirtiéndose en una avalancha de escombros que se precipitó brutalmente por toda la barriada industrial que se hallaba más abajo. Hangares y otras instalaciones quedaron sepultados bajo piedra.

La espeluznante cadena de estruendos de roca cesó al cabo de un par de minutos. No se volvió a producir ningún otro ruido de batalla. Los Infectados dentro del aerodino advirtieron que ya no había movimientos dentro del edificio. Yoshioka se reincorporó entre tambaleos y le exigió a uno que lo ayudase a subir. Un Infectado le agarró el brazo y jaló hacia arriba.

Y justo en ese momento se oyó el aullido de un disparo, y Yoshioka recibió el balazo en la parte baja de su espalda.

El piloto del aerodino entró en pánico. Controló las palancas, accionándolas, provocando que la aeronave comenzara a ascender, dejando abandonado a un moribundo Yoshioka que se retorcía en el suelo. Nuevos disparos surcaron el aire y resonaron con potencia. Se oyeron impactos contra las alas bulbosas de la aeronave. Alrededor del décimo disparo, justo cuando el aerodino ya se hallaba en vuelo, una de sus alas explotó, y empezó a arder. Gritos desesperados y semi-robóticos atiborraron los cielos mientras que el aerodino caía de gran altura.

Yoshioka vio el vehículo volador descender dando vueltas y vueltas, hasta impactar contra una torre de comunicación. La larga torre roja se desdobló y enrosco alrededor del aerodino. Tras eso impacto contra el suelo, hundiéndose dentro de un cráter para después desaparecer tras una enorme bola de fuego.

Un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza. Yoshioka se retorció en un lento y perezoso avance en dirección hacia el borde. Pretendía desaparecerse a sí mismo entre lso escombros y el fuego antes que dejarse atrapar por el mercenario. Sin embargo, antes de poder arrastrarse otro metro, fue alcanzado por la hoja del sable maldito, que se clavó justo en el centro de su espalda. Yoshioka gritó, y el ruido del metal abollado lo acompañó en su dolor. Sollozó, y sus sonidos robóticos de apretar los dientes sonaron patéticos a oídos del mercenario Ishin.

Oyó un estruendo metálico frente a él, y su cara fue manchada de aceite. Abrió de par en par los ojos prostéticos, quedando horrorizado de forma absoluta al ver las cabezas cercenadas de los dos Cibermantes Chojin, completamente despellejadas de sus yelmos y sus recubiertas de termoplástico, dejando al descubierto la carne mezclada con las placas y los cableados en lúgubres cráneos que mostraron su último atisbo de humanidad antes de morir.

—Fiu... —silbó el mercenario. Yoshioka alzó la cabeza temblorosa. Vio las insignificantes heridas de jirones en su ropa, apenas sangrantes. La única herida significante era el sangrado de su nariz y su cabeza, esa última dejando marcas rojas través de su ojo izquierdo— Espero que esas hayan sido tus últimas sorpresas, rata cibernética.

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Ryushin Hogo hizo un descenso improvisado por los interiores derrocados del edificio industrial.

Bajaba de salto en salto a través de montañas de escombros, barría con los cascajos que se interponían en su camino, y pasaba por encima de vallados desvencijados y marquesinas que sirvieran para atajar camino. Lo cierto era que, aunque pudo acabar con aquellos Cibermantes Chojin de forma casi inmediata, tuvo que hacer uso del empleo de técnicas de Seishin que jamás había empleado desde que llegó a las Provincias Unidas. Era la primera vez que empleaba un uso estratégico de sus habilidades para acabar con dos enemigos que supusieron un peligro considerable para él.

El resultado no podía ser más gratificante para él: una gran sumatoria de dinero, y la sangrante cabeza del molesto y escurridizo Yoshioka pendiendo de entre sus dedos, estos sosteniéndolo de su cuero cabelludo.

—¿Qué cuanto dinero tengo acumulado hasta ahora? —exclamó Ryushin entre risas mientras hacia girar la cabeza de Yoshioka— Eso a un padre no se le pregunta, Kibou-Chan. A no ser que las clases de tu hermano anden languideciendo un poco...

Derrapó a través de una ladera de escombros hasta llegar al suelo de la galería. Al fondo de esta, se hallaba aún intacta la salida, sus compuertas tiradas en el piso, la luz filtrándose por montones a través de él.

—Lo consultaré, ¿sí? No me molestes por eso —Ryushin frunció el ceño y miró de reojo el teléfono de tapa que sostenía— Pensé que te había dejado en claro que no iba a acompañar a Hattori y al mocoso ese de Gensai. La misión fue clara: un grupo se iría con la familia rusa de nombre complicado, y el otro para las mafias. Y sí, yo cuento como un grupo entero, Kibou —calló unos instantes, para después carcajear luego de oír la respuesta de Kibou—. ¿Qué? ¿Ya extrañas a papá? —sonrió más sarcásticamente al oír un suspiro— Pues no te puedo decir un tiempo exacto, pero...

Una repentina y terrible punzada agobiante le atravesó. Ryushin se interrumpió a sí mismo al sentir una nueva y para nada amistosa presencia externalizarse por toda la destrozada galería. Como una leve vibración que se propaga sin que uno se dé cuenta sino tarde. Como el zumbido de una mosca que pasaría cerca de un oído. Como un escalofrío que pone la piel de gallina...

Ryushin Hogo ensanchó los ojos de par en par y se quedó boquiabierto, mirando hacia el frente.

—¿Otto-san? —farfulló la voz de Kibou en el teléfono— ¿Otto-San? ¿Qué sucede?

—Te llamo luego, Kibou —replicó Ryushin de manera cortante para después cerrar el teléfono y guardárselo en el bolsillo de su pantalón.

<<¿Qué carajos...?>> Pensó para sí el mercenario, la punzada atacando su corazón y haciendo que lata con la advertencia de quien ve algo que no esperaba.

Sin que se diera él cuenta luego de hacer un parpadeo, una silueta negra encapuchada apareció de repente en el umbral de la salida del garaje. La presencia invasora, aunque el doble de pequeño en altura que él, emitía un aura que lo hacía ver más regio, como un guepardo que, por más inofensivo que pareciera, ocultaba su peligroso poder ante otro depredador. Aquella energía que emanaba, invisible para cualquier humano o superhumano, él la podía ver en su totalidad. Una forma negra, vagamente arácnida, que estiraba sus patas hacia todos lados hasta alcanzar donde su vista se perdía en los escombros. Tal era la perturbación de aquella aura negra que Ryushin dejó caer la cabeza de Yoshioka al suelo.

<<Esto no puede ser real>> Pensó Ryushin, genuinamente anonadado. La figura enmascarada bajó la cabeza, revelando máscara con dibujo de calavera, su cabello negro dispersado y unos ojos negros con los cuales cruzó miradas. Un nuevo azote de inquietud le asaltó al ver la profundidad de aquellos negros ojos.

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https://youtu.be/h9AHQV3pPn8

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Raion Rusa

Microdistrito de Grigory

Los Giles de la Gauchada fueron los primeros en atreverse a investigar el interior del desmoronado Coliseo Pandemónico, topándose con toda una plaza hundida bajo un inmenso cráter inundado de escombros. No vieron rastros de Maddiux, o Agatha, o el Tiranosaurio Rex. Regresaron y describieron el hallazgo.

Yuri Volka no aceptó las primeras declaraciones, y fue él mismo hacia el interior del anfiteatro para atestiguarlo. Tras ver lo mismo que vieron los Giles, regresó con una mueca incrédula en su rostro. Alexei preguntó que le sucedió, y Yuri se limitó a decir que era demasiado pronto para sacar un veredicto. Pero el mismo pensamiento rondaba por su cabeza y por la de los Giles. Maddiux fue derrotado, y debió de haber sido tomado rehén junto con Agatha y Krayvnok.

Luego de llegar los refuerzos de la guardia regional del microdistrito, todo el mundo regresó hacia la urbanización. Los Giles, conjunto con la guardia regional del microdistrito dirigidos por Yuri Volka ayudaron con la evacuación y la ayuda humanitaria para todos los malheridos que resultaron del incidente terroristas, y también dieron su mano altruista para apoyar todas aquellas zonas que sufrieron los daños colaterales de la batalla entre Maddiux y el grupo terroristas. Para horror de Yuri y Adam Smith, los menoscabos a la infraestructura resultaron ser infaustos de lo que pensaba.

Pero a su vez, para sorpresa de ambos, la ayuda que proporcionaron los Giles de la Gauchada y los espadachines nipones dio mucho que hablar entre la guardia regional y toda la comunidad superhumana. Nadie se esperó que un grupo de extranjeros, tan reducido como estos eran estos, fuesen a proveer una mano de obra y una asistencia de caridad tan beneficiosa. Y en vez de recibirla con desdén, todos los necesitados acogieron sus ayudas con la afabilidad de quien esperaba la ayuda de este grupo.

Especialmente porque estaba dirigido por el aclamado "Brodyaga", AKA Masayoshi Budo, al que muchos consideraban como un superhombre incluso sin poseer el Gen. Y eso Mateo Torres lo veía claramente en sus ojos, en sus sonrisas y en sus agradecimientos en ruso. Él mismo se consideraba un superhumano. No por fuerza física o hazañas grandilocuentes. Sino por la determinación de ayudar a los damnificados del incidente terroristas en vez de quedarse de brazos cruzados sin hacer nada.

Su grupo lo acompañaba en la ejecución de su ayuda comunitaria. Incluso los nipones (o más bien Ryouma exhortando a Hattori a unírseles por influencia de Martina) se unieron a la causa. Los Giles de la Gauchada ayudaron con el mantenimiento de la infraestructura, búsqueda de desaparecidos y en tratamientos de primeros auxilios. En este último campo se desempeñaron principalmente Adoil y Ricardo; manejando el control de las Pildoras Asclethio, MRU y otras asistencias médicas en general, desarrollaron bastante cercanía cálida hacia los rusos y, también, a los demonios civilizados de la comunidad Grigory. Hattori también estaba con ellos, y tras muchos intentos de convencimiento, Adoil y Ricardo lo convencieron para que utilizara sus Haikus en procesos de cicatrizar o cauterizar las heridas más letales.

Mientras ellos se quedaban en los centros de asistencia principales, el resto se aventuraba a los lugares del Microdistritos peor afectados en búsqueda de más heridos o desaparecidos. Masayoshi, acompañado por Kenia, Thrud y hasta de Martina y Ryouma (este último ofreciéndose voluntario en contra de los deseos de Hattori) anadearon por zonas pertrechadas de escombros, fachadas de edificios infestadas de grietas o directamente desmoronadas. Aquel variopinto grupo llamó la atención de todos los allegados, incluyendo los guardias regionales, estos últimos teniendo que recibir la explicación de que son agentes terciarios bajo la jurisprudencia de Adam Smith.

A pesar de lo horrible de la destrucción visible, no era tan pesado como habría esperado el grupo. Tampoco resultaron ser muchos los heridos o aquellos que necesitaban ayuda para hallar a algún desaparecido o para desenterrar a alguien de los escombros. Para estos últimos trabajos, Masayoshi siempre se dispuso a ofrecer su mano de obra, por más que los guardias regionales (todos estos superhumanos) les indicara que ellos se encargarían en cargar con objetos pesados.

Ryouma no podía evitar fruncir el ceño al ver todas las veces en que Masayoshi, terco como lo ha estado presenciando, se unía en las labores donde se desempeñaban más que nada superhumanos de las divisiones de guardias regionales. Por más que no se notara la ayuda que proveía, Martina le corregía diciendo que, el apoyo moral y motivacional que su padre daba en forma de estas impresiones, era lo que inspiraba a la gente.

—No es la idea de vender super fuerza o super velocidad —decía Martina, mientras Ryouma veía a Masayoshi quitar roca por roca de un montículo de cascajos, hasta revelar el cuerpo inerte de un demonio enterrado y, acto seguido, sacarlo de allí dentro— Mi padre ofrece ayuda sin esperar nada a cambio. Ofrece esperanza.

<<Esperanza...>> Pensó Ryouma. Eso era algo que creía fervientemente que hacía falta en Kiyozumi-Dera, su lugar de origen. Y mientras ayudaba a un grupo de guardias a sacar a unos malheridos cortando en dos una piedra con su katana, facilitándoles así el trabajo, oyó de repente los chillidos de una niña. Al instante actúo yendo hacia donde provenían los gritos aulladores, dando acrobáticos saltos que lo elevaron por encima de las filas de guardias regionales que hacían patrullaje y de los montículos de escombros apiñados unos contra otros.

Aterrizó en la cima de uno de los montículos, y giró la cabeza al oír el gritito venir de su espalda. Bajó la mirada, y se topó con una imagen que jamás había pensado ver en esta situación.

Masayoshi Budo frente a la niña que gritaba entre sollozos, llorando el nombre de su madre y por ayuda. Era pequeña, tanto que apenas le llegaba a la rodilla del Merodeador. Ryouma vio a la niña escapar de Masayoshi, como si huyera de un hombre peligroso. Estaba cegada por culpa de todo el polvo que le entró en los hombros.

La niña se detuvo de repente luego de escuchar las palabras en ruso de Masayoshi (sin este utilizar ningún Portavoz). Ryouma no supo que dijo, pero tuvo efecto en la niña. Esta última se dio la vuelta, y sonrió de oreja a oreja tras gritar el apodo de "Brodyaga". Corrió hacia Masayoshi y le abrazó una de sus piernas, hundiendo su rostro enjuto. El Merodeador de la Noche esbozó una sonrisa ligera, y confortó a la niña tocándole la cabeza, y después decirle que la ayudaría a buscar a su familia.

No había nadie más en los alrededores que él mismo. Ryouma se sintió conmovido ante aquella imagen tan inusual, y a la vez tan auténtica.


Yuri Volka pretendió mantener oculto todo este calamitoso incidente del mundo exterior. Ninguna prensa, ni siquiera la de la Raion Rusa, debían hacerse oídos de esto. Los motivos eran más que claros: calambre en el aparato político y empresarial, por como esto afectaría también a la Corporación Siprokroski por los controles administrativos que tenía Maddiux en esta, ahora dejados en un vacío de poder. Además de que el impacto social que tendría que el Rey Cazador, y el Superhumano más poderoso del mundo, fue capturado por un grupo terrorista, haría trepidar el poder de los Siprokroski tanto en la Raion Rusa como en las balcánicas.

Tras convencer de Adam Smith de este hecho, el Magnum Ilustrata se cortó todo servicio de comunicación con las poblaciones y microdistritos más cercanos al de Grigory. Para evitar que la información se filtrase por la red, Smith escribió un telegrama a Dimitry y Anya Siprokroski, estos aún encontrándose en la capital haciendo campaña política. Y mientras terminaba de escribir el mensaje en el telégrafo eléctrico, observaba de soslayo a un traumatizado Zelvon, sentado al otro extremo de la mesa elegante de su oficina de la Unión Sindical.

Los días se sucedieron con inusitada tranquilidad, ahorcada por los temores de todos por lo que pasó y por pensar que ocurriría de nuevo. Tras culminar con las misiones principales de evacuación y ayuda a los damnificados (en los cuales se terminó por incubar a Alexei Sokolov y Yatsumi Sorozon dentro de MRU), Yuri Volka les dijo a los Giles y los espadachines que fueran a descansar en el Gran Palacio Siprokroski, y que él y sus uniformados negros (refiriéndose a estos como Wagner, un grupo mercenario que al parecer eran liderados por Yuri) se encargarían del resto de los daños. Adam Smith se quedó con ellos en el palacio, diciéndoles que esperaran a la llegada del hermano y la esposa de Maddiux.

La espera se les antojó silenciosa e incomoda para todos los Giles. Doce horas después del anuncio de Adam, se les notificó por medio de un mercenario Wagner de la llegada de Dimitry y Anya.

El grupo de argentinos y nipones ascendieron escaleras arriba hasta arraigar al enorme y rectangular techo el Gran Palacio. Observaron un elegante aerodino de color blanco desplegar sus alones bulbosos para colocarlos de forma vertical y empezar a descender lentamente hasta la plataforma circular. Una vez aterrizó firme, sus compuertas se abrieron de lado a lado, y del interior del vehículo aéreo emanó un resplandor blanco que ocultó las dos figuras que se pararon de sus sillones y se dispusieron a bajar por las rampas que desplegó el borde del umbral abierto de la nave.

Masayoshi y el resto de Giles sintieron un nudo en la garganta. Incluso Adam sintió que se le encogió el corazón. Ver a Dimitry y a Anya descender por la corta rampa con paso apurado era algo inaudito, sobre todo para Adam, quien conocía muy personalmente las fachadas de seriedad y negocios con las que llevaba lidiando a estas dos personas por años. Jamás pensó que llegaría el día en que vería el temple de estas dos personas derribarse frente a él.

Anya fue la que más apuró el paso, llegando frente a Adam. Lo agarró de los hombros y lo miró fijamente, sus ojos fulgurando en verde chillón.

—¿Cómo es eso? —masculló Anya, apretando los dedos sobre sus hombros al punto de tronárselo.

—S-Sudarynya A-Anya... —farfulló Adam, chirriando los dientes del dolor de sus hombros.

—¡NO! —maldijo Anya en voz alta, distorsionada por su poder psicoquinético desbordado— ¡¿Cómo es eso... que mi cielo, mi amor, Maddiux... PERDIÓ?!

Una pequeña explosión de luz rodeó todo su cuerpo. El suelo se quebró bajo sus pies. Adam maldijo entre dientes, tratando de zafarse de su agarre. Los Giles y los nipones retrocedieron.

—Anya... —barbulló Dimitry detrás de ella, apretando los labios y haciendo crujir los nudillos de un puño.

—¡ES QUE NO, DIMITRY! —volvió a exclamar Anya, dándose la vuelta, la aflicción dibujada en su cara— ¡No! Me niego a creer que Maddiux perdió. Y que encima... encima se llevaran a mi niña... Agatha... —el pecho de Anya se agitaba, y de su boca no paraba de gimotear jadeos de pánico.

Se hizo el pesaroso silencio. Dimitry se acercó a Anya, la tomó de un hombro gentil y después la envolvió en un abrazo cálido. Los fulgores verdes desaparecieron del cuerpo de Anya se apagaron. Lloriqueó. Adam, los nipones y los Giles se los quedaron viendo en silencio.

—¡Los voy a matar, Dimitry! —maldecía Anya entre sollozos y chiflidos de dientes contra dientes— No me importa quienes sean, superhumanos o demonios... Los voy a buscar, los hallaré, los haré devolvérmelos, ¡y después los mataré!

—Sabes bien que Maddiux no estaría de acuerdo con eso, Anya —dijo Dimitry, solemne y ponderado. Se separó de ella y la miró a los ojos—. Pero sí los hallaremos, sea dónde estén, no importa que se escondan aquí o en cualquier otra Raion.

Anya respondió asintiendo con la cabeza y cerrando los ojos para suprimir otro sollozo.

—Sudarynya Anya... Gospodin Dimitry...

La voz rusa acentuada los pilló por sorpresa. Dimitry y Anya se dieron la vuelta, y finalmente repararon en la presencia de los Giles y de los nipones. Ambos Siprokroski fruncieron el ceño, y lo primero que hicieron fue clavar sus miradas prejuiciosas hacia Adam.

—¿Quién es este grupo? —preguntó Anya, señalándolos con un dedo, la voz de regaño, el ceño fruncido.

—Un momento, ¿tú no eres...? —inquirió Dimitry, mirando con interés a Masayoshi. Adam acalló y agachó la cabeza tras ver al líder de los Giles dar un paso adelante.

En silencio, el Merodeador, poniendo un pie sobre los escalones y encarándolos con una mirada decidida y segura. Dimitry y Anya se lo quedaron viendo; el primero con interés, la segunda con algo de desdén.

—Mi señor, mi señora... —los miró a ambos, y el rostro severo se le iluminó— Soy el vigilante que la comunidad rusa conoce bajo el sobrenombre de "Brodyaga". Mi nombre es Masayoshi Budo. Yo y mi grupo somos testigo del incidente de hace dos días.

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

En todo lo que estudió del Gen que provee habilidades sobrehumanas a los superhumanos antes de viajar a las Provincias Humanas, a un perplejo Ryushin Hogo se le cruzó fugazmente por la mente la idea de que el Gen haya sido capaz de dotar a un superhumano del arcaico poder del Seishin. O de replicarlo casi a la perfección.

Pero rápidamente descartó esa estúpida idea al tiempo que esquivaba una fugaz estocada de la espada-paraguas de su contrincante, que por poco le rozaba la oreja, y le cortó varios mechones laterales de su cabello.

<<El Seishin solo es exclusivo de los nipones>> Pensó Ryushin mientras se desplazaba de acá para allá a una velocidad sorprendente, esquivando con movimientos zigzagueantes las imparables estocadas del superhumano enmascarado, este último desplazándose con una rapidez semejante a la suya. <<¡Se supone que, incluso en este mundo, solo los de Kiyozumi-Dera poseen Seishin! ¡Los Nikkei nacidos aquí no poseen este privilegio! Entonces...>>

Desvió la estocada de la espada-paraguas con una esgrima de su espada maldita. Acto seguido contraataco con un amplio espadazo. El enmascarado se agachó y contrarrestó con otra estocada, esta vez desde abajo. Ryushin desvió inclinó rápidamente la cabeza hacia arriba, esquivándola por poco. Dio una voltereta hacia atrás y arremetió con una patada. Su contrincante lo esquivó dando una voltereta hacia atrás con la misma velocidad. Ambos giraron por los aires hasta caer de cuclillas al suelo.

Ryushin Hogo apretó los dientes, el ceño fruncido. El oscuro Seishin que emanaba del enmascarado era tan espeso, cargado de energías mortíferas, que casi lo comparaba con el Seishin peores asesinos shinobis de la gloriosa época de los clanes de los sogunatos japoneses. Tanto era así que lo obligaba a emplear más energías en su barrera con tal de no verse doblegado por las intenciones envenenadas del enmascarado. La mano de Ryushin rechinó contra la empuñadura de su espada maldita.

<<¡¿Por qué este hombre posee Seishin?!>>.

Se quedó acuclillado, preparado para cualquier ataque que emplease el enmascarado. Este último se irguió, una mano sobre su bolsillo, la otra apoyada sobre el pomo de su espada-paraguas. Frunció el ceño.

—Seishin... —dijo, la mirada analítica sobre el agachado Ryushin— Es surreal verlo en otra persona.

—Lo mismo digo yo —espetó Ryushin entre dientes.

—No eres ningún superhumano —afirmó el enmascarado—. No lo veo en ti.

Ryushin no respondió. No veía prudente revelar información tan deliberada a un enemigo tan enigmático. Se limpió rápidamente la sangre de su boca con una mano, esto para aparentar, puesto que las heridas sangrantes de su cabeza se estaban regenerando poco a poco gracias a tenues brumas blancas que rodearon las fisuras.

El enmascarado se lo quedó viendo, la mirada fría y enervante.

—No tiene sentido seguir esta pelea —dijo de repente, provocando una mueca de sorpresa en Ryushin—. Eres una sorpresa en el camino, pero si eres versado, entonces sabrás que no tiene sentido seguir.

—¿Y cómo crees prudente eso? —exclamó Ryushin, aún agachado, la mano en el pomo de su espada maldita— ¿No crees que el hecho de que tú y yo nos hayamos topado sea porque nuestros objetivos se entrecruzaron?

—En cierta manera —el enmascarado miró de soslayo hacia algo. Ryushin miró rápidamente, descubriendo la cabeza de Yoshioka tirada en el piso—. Me facilitaste el trabajo, de hecho. Te lo agradezco. Si tu misión terminó matando al jefe de esta banda, entonces puedes retirarte.

—¿Acaso me estás dando permiso? ¿A mí? —Ryushin no pudo evitar sonreír y carcajear de la ironía.

—No te estoy dando permiso. Te estoy dando chance.

La cara del mercenario de oriente quedó estupefacta al oír aquello. El superhumano enmascarado hizo desaparecer su espada-paraguas en brumas negras, para acto seguido darse la vuelta y emprender la marcha hacia el interior de la fábrica abandonada. Ryushin se quedó petrificado, no pudiendo concebir la ofensa que acababa de escuchar. Era la primera vez, en muchos años, que las palabras de un enemigo subestimando sus capacidades le llegaran a provocarle, así sea solo un poquito.

Ryushin esbozó una maliciosa sonrisa y desplegó buena parte de su poder Seishin por el lugar en una explosión energética. El superhumano enmascarado se detuvo en seco, sin darse la vuelta, pero advertido por el estallido de Seishin del mercenario.

—Pues yo no te he dado permiso para irte —gruñó Ryushin, chirriando los dientes— ¡ENANO DE MIERDA!

Se impulsó contra el enmascarado, con tanta velocidad que se volvió un borrón a lo largo y ancho del rellano y liberando una explosión de polvo en el lugar de impulso. Enarboló su espada maldita de lado a lado, convirtiéndola en una veloz hélice mortal con la cual arremetió de un amplio espadazo directo al cuello del superhumano enmascarado.

La hoja de la espada atravesó al enmascarado, pero al hacerlo, este se desvaneció en densas brumas negras de humo cegador. Ryushin fue sorprendido por la aparición de sombras humanoides que surgieron de la bruma, sirviendo de este como un portal. Diez sombras en total emanaron del humo, rodeando al mercenario con erráticos movimientos danzarines, como los de un bailarin que al momento de danzar es poseído por un demonio. Ryushin miró velozmente, verificó la posición de cada sombra a su alrededor y los atacó con mandobles, pero al tratar de mover su mano, se vio atrapado por una fuerza invisible que lo dejó paralizado.

Y entonces, bajo el control de aquella fuerza domadora y con espada inerte en mano, Ryushin Hogo comenzó a moverse coordinamiento al ritmo de las diez sombras.

Giros atléticos seguidos de zancadas lentas, ágiles movimientos de brazos de izquierda a derecha seguido por deslizamientos ralentizados, sacudidas de caderas seguidas por perezosas inclinaciones hacia delante y hacia atrás... Todo mientras que Ryushin sentía como sus energías Seishin eran poco a poco drenadas por los empujones y rozamientos de parte de las diez sombras que no paraban de tocar su esculpido cuerpo.

Ryushin trató de liberarse, pero su cuerpo no reaccionaba, ni su Seishin actuaba bajo su voluntad mientras era drenado. Era como si estuviera siendo manejado por los hilos de un titiritero, con hilos que parecían ser indestructibles. Las diez sombras se movieron todas en conjunto, dando giros alrededor de él mientras que este movía sus brazos hacia arriba y hacia abajo, agitando su cabeza de izquierda a derecha para acto seguido acuclillarse y reincorporarse de un salto. Las diez sombras se alejaron de él con saltitos en retroceso, y una de ellas se le acercó por la retaguardia hasta quedar de espalda tras él.

La obscuridad se deshizo y cayó de su cuerpo como piel muerta, revelando la apariencia del superhumano enmascarado mirándolo de soslayo. Las sombras se desvanecieron tras las paredes. Ryushin sintió el control de nuevo de su cuerpo, solo que ahora totalmente drenado de su poder Seishin.

—Eres un necio.

Aquellas tres palabras reactivaron la cólera en Ryushin. El mercenario, aún conservando sus capacidades físicas por más fatiga que tuviera, atacó con un mandoble de su espada maldita. El superhumano enmascarado se agachó fugazmente y contraatacó con un codazo en su abdomen. Al no tener defensas Seishin, Ryushin sintió como si hubiese sido golpeado por un mazo, lo que le hizo brotar un montón de sangre por la boca. Acto seguido, el enmascarado lo finiquitó con una patada directo en su cabeza. Ryushin salió despedido por los aires hasta impactar contra un anaquel, destrozándolo y haciendo que todas las cajas de herramientas le cayeran encima.

La algarabía resonó por toda la galería durante unos segundos hasta acallarse. El polvo se disipó a los pocos seguidos. La montaña de herramientas se desmoronó con airados manotazos de un feroz Ryushin, la expresión de rabia dibujada en su rostro. Se inclinó hacia arriba, solo para toparse con la punta de la espada-paraguas del superhumano encapuchado.

Apretando los dientes, Ryushin apoyó un puño sobre su rodilla y la mano libre sobre la empuñadura de su espada maldita, la mirada encolerizada fija sobre los negros del encapuchado. La mirada de este último no se mostró como una arrogante o enervante. No lo veía como basura. En cambio, enarcó las cejas en una aparente mueca aliciente.

—Tienes espíritu... —murmuró el enmascarado,apartando la delgada hoja para después enfundarla dentro del paraguas

Por acto de pura cólera vaporizante, el mercenario de oriente comenzó a recobrar todo el Seishin perdido por aquella danza de la muerte sombría. El enmascarado hizo desaparecer su espada-paraguas en brumas negras, y no se inmutó por el renacer del Seishin feroz del temible Ryushin. Fue tanta la adrenalina que corrió por el cuerpo de Ryushin que su habilidad regeneradora cicatrizó al instante las heridas de su cabeza causadas por la patada.

—Tienes el cuerpo de un superhumano sin tener el Gen. Impresionante —replicó el enmascarado—. Resguardemos energías. Siento que tú y yo nos reencontraremos pronto.

—¡¿En serio crees que te dejaré ir así de fá...?!

Y antes de que pudiera terminar su sentencia, el superhumano enmascarado desapareció de un parpadeo sin dejar rastro.

Ryushin Hogo se reincorporó apuradamente, enarbolando su espada maldita en el proceso. Miró hacia todos lados, no viendo nada que le diera la impresión de que él siguiera aquí. Cerró los ojos, y de un gruñido expandió su barrera Seishin por la totalidad del Barrio Industrial, por más de ciento cincuenta metros cuadrados. Y ni aún propagando su rango Seishin para peinar toda la fábrica abandonada, pudo sentir atisbo alguno de la presencia de aquel misterioso usuario de Seishin.

Puede que el maldito estuviera ocultándose de su rango, pensó Ryushin. Pero con el pasar de los largos segundos sin sentir perturbación alguna, y tras ver la cabeza de Yoshioka quieta en el piso, tuvo la seguridad de que no sería emboscado de repente por aquel superhumano. Desactivó con tranquilidad su expandido rango Seishin hasta hacerlo desaparecer dentro de su cuerpo. Se dirigió hacia la cabeza del jefe de los extintos Infectados, y recogió la cabeza.

<<¿Qué carajos fue todo eso...?>> Pensó Ryushin, mareado y confuso, pasándose una mano por el cabello y sacudiendo la cabeza, todo mientras que se dirigía de nuevo hacia la salida del garaje. Esta vez, no hubo ninguna sorpresa en el camino. 

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Raion Serbia

Microdistrito de Rasinski

La ciudad anillada de Rasinski se despertó la mañana del tres de Enero del año 2041 con el ajetreo de numerosas bandas de trabajadores que, una vez más, levantaban el grito en el aire con revoltosas huelgas.

Con la diferencia de que, esta vez, los obreros estaban armados con rifles de asalto y otras armas de fuego con las cuales abrieron fuego al cielo, aullando los disparos, anunciando la revuelta absoluta contra los mandamases mafiosos.

El centro de urbanización sufrió la furia del asalto y rapiña de los trabajadores armados. El caos se apoderó de las calles. Gentes que huían despavoridos se escabullían a través de callejones, escaleras abajo y escaleras arriba, hasta ocultarse dentro de sus apartamentos apiñados o sus casuchas vulnerables. Colas de humo surgían de los techos, y algunas de estas eran velas de bengalas que iluminaban la inhóspita noche sin estrellas de Rasinski. Aullidos de disparos se oían por todas partes, pausados y lúgubres. Batallas campales se libraban en las plazas más grandes. Cuerpos ensangrentados condecoraban las calles, algunos siendo de los trabajadores, otros más pertenecientes a policías sobornados y oficiales de la Mafia Stanimirovic.

Drones teledirigidos sondeaban las zonas en búsqueda de insurgentes; algunos eran abatidos por disparos de lanzacohetes y rifles eléctricos y de plasma de los revolucionarios de a pie. También de pelotones que se atestaban en los edificios y los puentes. Explosiones se producían tanto en el aire como en el suelo cuando impactaban. Los drones que alcanzaban sus objetivos disparaban a diestra y siniestra sus ametralladoras, abatiendo a montones de insurgentes y obligando al resto a replegarse. Los escombros volaban por doquier, y muchas paredes y postes caían sobre las calles, obstruyéndolas y sirviendo como puestos defensivos para los obreros armados.

A pesar del terror que aparentaba la población al escabullirse por las calles, corriendo por sus vidas a refugiarse en sus casas y tiendas de campaña, la verdad era una y muy hórrida para todos los oficiales corruptos de la mafia. Los obreros armados estaban peleando contra la autoridad policiaca. Se notaba cuando los insurgentes defendían a la población el fuego cruzado, los ayudaba a atravesar barricadas y los acompañaban con seguridad hasta sus hogares, o incluso dentro de sus propios vehículos blindados. La revolución anarquista no era ninguna de guerrilleros armados de algún bando enemigo. Eran los obreros.

Y estaban finalmente levantándose contra el gobierno opresor de Rasinski a través del poder de las armas. Un poder que los Stanimirovic, presos del pánico, desconocían totalmente su procedencia.

—¡¿DÓNDE CARAJOS SACARON TODO ESE ARMAMENTO?! —maldijo Miroslav Stanimirovic, arrojando una silla por los aires hasta una pared. La silla se partió en pedazos con el impacto.

El resto de su familia se hallaba de pie en la silenciosa galería. Ninguno estaba sentado en la silla ovalada donde usualmente llevaban a cabo sus reuniones. Aquella reunión en particular era acompañada por los lejanos silbidos y chasquidos de los disparos de las batallas y las rapiñas. No era ninguna sentada donde poder discutir sobre el control de Rasinski. Aquel control ya estaba zafándose de sus manos. Y demasiado rápido.

—¿Qué se sabe de los ataques y de los atacantes? —preguntó Vitomir mientras se fumaba un puro para no aparentar el mismo pánico que Miroslav.

—Están asaltando las bases principales de Placas Base Rasinski —afirmó Veselin, tecleando su computadora digital, los ojos puestos sobre la pantalla holográfica—. Están arrojando bombas caseras a las instalaciones computacionales con tal de destruir el control digital de los drones.

La forma tan atropellada en que habló dejó nervioso a Miroslav. Jamás había visto a su querido hijo ingeniero tan consternado, mucho menos cuando manejaba los análisis en una de las computadoras.

—¿Y las fuerzas Jedinica? —farfulló Miroslav— ¿No-no los has llamado? ¿No vienen en camino?

—¿Pedir la ayuda del cuerpo antisuperhumano Jedinica contra la población? —lo afrontó Velimir, el ceño fruncido de la incredulidad— ¿Es que quieres perder la cabeza y llamar más la atención del ojo público?

—¡Esos inmundos muertos de hambre de allá afuera ya lo están haciendo, Velimir! —vociferó Miroslav, señalando una de las ventanas con un agitado brazo.

—Pero es que de verdad no lo entiendo —farfulló Vitomir, apartando unos centímetros de la cortina y observando la maraña de destellos surcando el aire en la plaza más cercana al apartamento donde se hospedaban—. ¿De dónde sacaron las armas? Peor aún, ¿el coraje para atacar?

—Me llegan mensajes de algunos oficiales cerca de las Placas Base —anunció Veselin, sus ojos de color anaranjado mientras recibía la información a la vez que tecleaba. Los ojos de todos los Stanimirovic reunidos en la sala (a excepción de Vukasin, quien estaba dando la espalda)—. Oh, carajo... —Veselin frunció el ceño y negó varias veces con la cabeza.

—¿Qué? ¿Qué sucede? —farfulló Miroslav, mirando la pantalla junto al resto.

—Han derribado la Placa Base HV-78 —masculló Veselin— He perdido comunicación con buena parte de los pelotones de fuerzas policiacas. Me llegó un mensaje de ellos, espera... —los ojos de Veselin se ensancharon como platos, y el cable que salía de su antebrazo retembló al igual que su brazo entero. El silencio dejó incómodos a los Stanimirovic.

—¿Qué, Veselin? —farfulló Vitomir.

Veselin se dio la vuelta, su cabello asimétrico despeinándose por los cables de sus auriculares. El resto quedó perplejo al ver su mueca horrorizada.

—El oficial me confirma la presencia de superhumanos combatiendo entre las filas de insurgentes.

Como si el aire se les hubiera arrebatado en el rellano, los Stanimirovic sintieron que las respiraciones se les detenía por unos instantes. Miroslav se revolvió el pelo. Vitomir mordió tan duro su cigarro que lo partió en dos, y la otra mitad cayó al piso. Y Velimir se limpió el sudor de su frente con una mano prostética.

—Lo que puto hacía falta, Superhumanos... —gruñó Miroslav, mordiéndose el labio y caminando de un lado a otro desconcertado— ¡¿Y DÓNDE MIERDA ESTÁN RASKO Y MILADIN?!

—Yo los llame —dijo Velimir—. Me dijeron que estaban en camino. Pero la llamada fue hace como... —ladeó la cabeza— Quince minutos.

—¡Pues los quiero AQUÍ Y AHORA! —Miroslav apretó los puños frente a la cara de Velimir.

Todos oyeron pasos agitados venir hasta acá, seguido del estruendo de las puertas del rellano abriéndose de par en par. Los Stanimirovic voltearon sus cabezas, algunos de ellos posando las manos sobre las fundas de sus pistolas. Al ver que quien entraba era un sacudido Miladin, con su elegante uniforme arrugado y manchado de hollín, apartaron las manos de sus cinturas.

—¡Miladin! —Miroslav se dirigió hasta él, su sonrisa de alivio tornándose en mueca sorprendida al ver los manchones de su ropa y la sangre que coronaba su cuero cabelludo dorado. Puso una gentil mano sobre su mejilla, la mueca de terror— ¿Qué te pasó?

—Rasko está muerto, papá —la respuesta del jadeante Miladin volvió a dejar sin aliento a todos en la sala.

—¿Ah? —Miroslav tardó unos segundos en procesarlo— ¿De qué estás hablando?

—La patrulla en la que Rasko y yo íbamos fue emboscado por esos sucios obreros —espetó Miladin, limpiándose la sangre de la nariz para aparentar los dolorosos sollozos, los ojos rojos de tanto haber llorado en el camino—. Uno de esos insurgentes parecía ser un superhumano por como las balas normales no le atravesaban. Además de que parecía ser el que dirigía toda esa cofradía. Rasko murió aplastado bajo la camioneta en la que íbamos.

—Rasko... muerto... —Miroslav retrocedió varios pasos, los labios boquiabiertos en una mueca catatónica— Mi hijo...

—Padre... —murmuró Miladin, apretando lso labios, aguantando las ganas de echarse a llorar.

—¡Hey, hey, hey! —Vitomir se le acercó por la espalda y lo agarró de los hombros— No te me desmorones aquí y ahora, hermano. ¡No ahora!

Un temblor sacudió el rellano. Los Stanimirovic se tambalearon. Del techo surgieron vaharadas de humo. Afuera, se oyó el breve crujir de los escombros, acompañado por los lejanos alaridos de una caterva de insurgentes que parecía dirigirse hacia acá. Velimir se dirigió hacia una de las ventanas y asomó la vista a través del resquicio de las cortinas. Ensanchó los ojos y expulsó un jadeo de sorpresa al ver, a lo lejos, a un nutrido grupo de obreros armados encaminándose hacia el edificio, cubriéndose detrás de postes, pilares y escombros mientras que unos pocos temerarios iban a la vanguardia sin ningún tipo de protección, recibiendo todos los impactos de bala de los mafiosos, los policías corruptos y los drones voladores, sin sangrar. Superhumanos.

—Maldita sea, ¡ya vienen para acá! —advirtió Velimir tras alejarse de la ventana.

—¡¿El puto cuerpo antisuperhumano Jedinica no viene en camino?! —maldijo Miladin.

—¡Negativo! —exclamó Veselin— Acabo de solicitar el apoyo, pero me lo denegaron. E incluso si vinieran acá, el cuerpo Jedinica más cercano tardaría llegar a Rasinski en cosa de diez minutos. Para ese entonces, estaremos muertos.

—¡Muertos seremos entonces! —bramó Miroslav, desenfundando la pistola de plasma de su cintura— Pero me llevaré a unos cuantos de estos cabrones conmigo.

—¡Ni pienses que vas a arriesgar tu vida tan inútilmente hermano! —exclamó Vitomir, interponiéndose en su camino y agarrándole la muñeca donde sostenía la pistola.

—¡Somos hombres muertos, Vitomir! —insistió Miroslav— ¡¿Qué otra gran industria nos queda después de esto, ah?! ¡Nada en comparación! No vamos a ser nada a ojos del resto de mafias.

—¡SUFICIENTE, TODO EL JODIDO MUNDO!

El grito autoritario de Vukasin dejó a todo el mundo acallado. Todos los Stanimirovic voltearon sus cabezas hacia él. El anciano Stanimirovic se dio la vuelta y los encaró con la pétrea mirada severa, su ojo prostético brillando con una luz neón determinante.

—La subasta comenzará dentro de unas seis horas —afirmó, despegando las manos de su espalda y acercándose a la mesa. Le dio un manotazo que hizo respingar a Veselin—. Nuestras riquezas más importantes ya están resguardadas en Tirana, junto con el del resto de las mafias. Por ende, nos vamos para Tirana.

—Pero, padre... —Miroslav miró fugazmente la ventana— Nuestras industrias en Rasinski...

—¡LO SÉ! —gritó Vukasin, dando otro manotazo autoritario a la mesa— Será duro perder nuestro segundo centro anillado más grande. Pero vamos a guardar las apariencias. No llegaremos allá pensando que ahora tenemos un negocio parapléjico.

—¿Y cómo piensas convencer a Nestorio? —preguntó Velimir.

—Con lo que sea, pero todo con tal de no mostrar debilidad, así sea pidiendo de nuevo la ayuda de Zizek... —Vukasin se arrancó un pedazo de tarjeta de su antebrazo prostético y se la arrojó a Veselin. Este último la atrapó en el aire con una mano—. Destruye toda la información de Rasinski, Veselin. Nos vamos hacia Tirana. 

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Microdistrito Grigory

Gran Palacio Siprokroski

Con la llegada de Anya y Dimitry Siprokroski, la población de la ciudad anillada pudo sosegarse mejor del efecto traumatizante del atentado terrorista. Esto propició una mejor coordinación a la hora de seguir las labores de búsqueda y hallazgo de desaparecidos, tratamiento de heridos en primeros auxilios y en hospitales, y el comienzo de la reconstrucción de toda la infraestructura que se vio afectada en su gran mayoría.

Dimitry Siprokroski invitó a todos Los Giles de la Gauchada (incluyendo a los espadachines nipones) a hospedarse en el Gran Palacio, siendo sus habitaciones las mismas que Adam Smith les estableció el primer día en que llegaron. Durante las siguientes doce horas, no hubo indicaciones por parte de Dimitry o de Anya para llevar a cabo una reunión con la cual analizar de qué forma se puede lidiar con uno de los peores atentados terroristas no solo ejecutados en suelo ruso, sino también en contra de la influyente Familia Siprokroski.

En un momento dado, los Giles se sintieron prisioneros dentro de sus propias habitaciones. Ni siquiera hubo acto de presencia de Adam Smith o algún otro acometido que les dijera lo que sucedía afuera. Las únicas indicaciones que les dieron los Wagner era esperar en sus cuartos. Ni siquiera Kenia o Santino, quienes técnicamente pertenecían al cuerpo de guardianes del Gran Palacio, les permitieron salir a hacer sus labores de patrullaje (hasta que descubrieron, a través del cotilleo de ver a través de las ventanas y los balcones, que toda la guardia personal fue reemplazada por uniformados del cuerpo militar Wagner). Aquella incomodidad, nacida de no saber lo que ocurría allá afuera, se prolongó por las largas doce horas del día.

Hasta que, al caer la noche, un trío de agentes Wagner se adentraron en las habitaciones donde se encontraban Mateo, Kenia y Hattori.

—Síganos —dijeron cuando se presentaron en la habitación de uno y del otro—. Dimitry quiere verlos a ustedes únicamente.

Mateo, Kenia y Hattori fueron reunidos al pie de la escalinata a la entrada del Gran Palacio, donde los esperaba Anya Siprokroski. La mujer de largo vestido negro y abrigo de piel blanca les hizo un ademán de cabeza para que la siguieran. El trío se empeñó en perseguirla por intrincados pasillos pomposos y salas de estar lustrosas, descendiendo por escaleras diagonales hasta alcanzar una galería rectangular de dos niveles de escalinatas en cada extremo.

En el centro se hallaba una mesa de billar enorme. Debía medir como mínimo unos seis a siete metros de largo, por cuatro ancho. Era tan ancha que uno debería subirse encima para poder colocar las bolas de billar en el centro. La sala estaba nutrida de varios uniformados Wagner, y entre ellos Kenia pudo localizar, en uno de los extremos de la estancia, a Yuri Volka vestido con aquel mismo uniforme negro. La iluminación constaba de una lámpara de cristal múltiple colgando del techo, pero incluso con todo su fulgor Mateo Torres sentía un oscuro peligro asechador reptando por la habitación, en la forma de las intimidantes miradas que les dedicaban los uniformados Wagner.

Mateo, Kenia y Hattori se dispusieron en el extremo opuesto de la enorme mesa de billar. Al otro extremo, Anya Siprokroski subió los seis escalones de la pequeña escalinata hasta estar en lo más alto, donde poder verlos. Vigilarlos. Justo en aquel extremo se encontraba Dimitry Siprokroski, desplegando un taco de cuatro piezas para, acto seguido, limpiar la punta laminada con una tapa de goma. Tenía la mueca endurecida, los ojos entrecerrados bajo sus quevedos verdes.

Los tres intercambiaron miradas confusas. Dimitry apreció la flecha del taco fijamente al tiempo que les dirigía la palabra:

—¿Alguno está familiarizado con el billar piramidal? ¿O el billar en general?

Hattori se vio inmerso en confusión al no comprenderle. Kenia se percató de esto, y le proveyó un Portavoz Universal que sacó del bolsillo de su chaleco. Hattori se lo agradeció con un asentimiento de cabeza y se lo colocó al oído.

—No es que sea mi juego favorito —replicó Mateo en ruso—, pero conozco las reglas. Aunque... ¿dijo piramidal?

—El estilo ruso —dijo Dimitry, acercándose al borde de la mesa mientras se quitaba su abrigo beige—. Aunque irónicamente jugaremos al estilo "americano". Estilo libre, prefiero llamarle. Cada uno tome un taco. 

La mesa desplegó mecanismos automáticos que les ofrecieron los tacos al trío. Cada uno agarró un taco. Hattori enarboló el suyo como si fuera una katana. En el centro de la mesa se desplegó una plataforma deslizante, y de él salió una sección de treinta y cinco bolas de billar blancas totalmente alineadas en forma piramidal. Después, otras dos secciones de la mesa se desplegaron en extremos opuestos de cada jugador, revelando bolas de billar rojas las cuales serían las que tirarían. No obstante, Dimitry explicó las reglas de un modo distinto a lo que esperaban:

—En el estilo libre, incluso las bolas blancas servirán como tiradores. Solo un tiro y un golpe a una o varias bolas blancas garantizara carambolas. De no golpear ninguna bola, entonces es un tiro sin gracia. Jugarán ustedes tres contra mí. Quien meta la última bola, gana.

Mateo notó rápido un detalle de la mesa. Solo había dos troneras, y estas se localizaban en cada extremo de la mesa.

—¿Por qué solo hay dos...?

—Será una competencia sin resquemores —contestó Dimitry—. Todo con tal de conocerlos mejor. De conocer a los aliados que tanto mi hermano Maddiux como Adam trajeron al tablero —se inclinó sobre la mesa y apuntó la flecha del taco sobre la bola roja. Agarró impulso con el brazo, y se produjo un chasquido cuando golpeó la esfera. Esta última recorrió toda la mesa como una bala, hasta alcanzar la pirámide de bolas blancas e impactar con vigorosa dureza. Las bolas blancas se dispersaron por toda la mesa, en aparente desorden...

Pero entonces Hattori fue el primero en reparar como tres bolas blancas, junto con la bola roja, rebotaban sobre los bordes de la mesa hasta alcanzar la estrecha tronera e introducirse en ellas. Mateo y Kenia lo notaron un segundo después.

Dimitry alzó la cabeza y los fulminó con una sagaz mirada juzgadora.

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Sentados uno al lado del otro, Martina y Ryouma observaban con la misma atención asertiva el horizonte urbano de la ciudad anillada.

Desde allí no se podía ver u oír, pero tenían conocimiento de los centros de atención médica instalados en las plazas más grandes de Grigory en las que atendían a los malheridos, humanos y demonios por igual. Más abajo, en las terrazas ajardinadas del Gran Palacio, veían vehículos blindados negros parqueados en las aceras, y alrededor de ellos patrullaban uniformados negros armados hasta los dientes, con rifles de capacidad antisuperhumana y piezas de exoesqueletos bajo sus ropas oscuras. Ryouma los podía escuchar desde el cuarto piso, sus refinados oídos.

—Están hablando sobre los muertos —dijo, el Portavoz haciéndole hablar en español, la mano sobre su oído derecho—. O más bien... la carencia de estos.

—¿Con tanta destrucción que hubo? —Martina señaló la ciudad con una mano— Me sorprende.

—A mí también —reconoció Ryouma— A pesar de que las zonas afectadas fueron urbanas, los daños fueron más arquitectónicos que humanos. Los heridos ascienden hasta los seiscientos, según oigo.

Bajó la mano y apoyó el brazo sobre el balaustre. Él y Martina apreciaron la ciudad anillada en silencio. La chica argentina lo miró de reojo, analítica, y después miró la ciudad. Un par de preguntas afloraron en ella. Caviló un rato antes de pronunciar la primera:

—¿Por qué crees que llamaron a tu maestro y a mis padres?

—Solo Izanagi-Sama sabrá —replicó Ryouma, encogiéndose de hombros— Espero que no sea nada malo. De por sí me da mala espina... —se masajeó un brazo.

—Yo igual... —Martina calló unos segundos antes de volverse hacia él y formularle otra pregunta— Oye... Por cómo me has descrito el lugar donde vives, tú, ummm... —señaló la ciudad anillada con un ademán de cabeza— ¿Cómo te sientes estando... aquí? En un ambiente tan distinto, me refiero.

Ryouma hizo una pausa, pensativo. Paseó con cuidado la mirada por la ciudad anillada. Asintió levemente la cabeza.

—Son distintos, eso es verdad, Martina-San —dijo—. Sobre todo, en cuanto a... la moda, si se puede decir. Moda y tecnología.

—Claro, porque allá siguen viviendo la tradicionalidad perdida de Japón —dijo Martina.

—Incluso los "demonios" son distintos. Aquí son como cualquier otro humano. Pero en Dera... son unos leprosos.

—¿Por la epidemia esa que dices que azota a Dera cada cierto tiempo?

—Una enfermedad que puede alcanzar a cualquiera, no importa su clase social, su riqueza, etc... —Ryouma alzó un dedo— Pero, por más enfermos que sean, son técnicamente Yokais. Y pueden llegar a ser peligrosos por naturaleza.

—Hay que ver si estos de acá lo pueden ser por naturaleza también —Martina pensó en el amigo demonio de Adam Smith, en su mirada catatónica, en lo que implicaba—. Eso me trae a colación algo. Ustedes dos están aquí por ese tal Yatsumi, ¿no?

Ryouma respondió con un torpe asentimiento de cabeza.

—¿Y qué buscan de él? —preguntó Martina, los ojos curiosos— Me dijiste sobre lo de Yato-No-Kami. Fragmentos. Algo así. ¿Tiene que ver con esa epidemia?

El joven espadachín apretó los labios y carraspeó.

—Martina-San, sé que tú y yo hemos desarrollado confianza, pero... —se mordió el labio, la mirada baja— Creo que en este tema será mejor que no te inmiscuyas mucho.

—Oh...

—Perdón si sueno brusco, pero es que... —Ryouma ladeó la cabeza y volvió a encogerse de hombros— Este es mi problema. Tú tienes los tuyos aquí. No sería prudente entremezclarlos.

—Bueno, no entremezclarlos en sí, pero si apoyarnos, ¿no crees?

—No entiendes la gravedad de mi situación.

—Ni tú de la mía —Martina frunció el ceño, la mueca injuriada—. Sé que no tengo derecho a meterme, pero eso no te da derecho a prejuzgar lo mío, Ryouma. Y hasta donde he visto, amigo, nuestros problemas sí se entremezclaron con lo del atentado de hace tres días.

Ryouma suspiró y cerró los ojos. Martina pensó que pelearía verbalmente con ella, que abriría algún tipo de discusión acalorada. Pero, en cambio, vio al muchacho nipón inclinar el cuerpo hacia ella, el gesto reverencial.

—Me disculpo si la ofendí, Martina-San.

—Ah... —Martina se ruborizó de la sorpresa. Las palabras no se conjuraron de sus labios. Jamás pensó que un chico al que le hablase con tono rudo se disculpase. Eso antes que verlo como sumisión, lo vio con admirable respeto— B-bueno... ¿Disculpas aceptadas, supongo...?

—Muchas gracias —Ryouma se irguió y la miró a los ojos. Sonrió—. Pero tienes razón. Nuestros problemas se entremezclaron. Aunque... no sé qué dirá Hattori, ahora que tenemos a Yatsumi. Todo dependerá. Pero si me lo preguntas —se palmeó el pecho—, tú tienes mi apoyo incondicional para ayudarte, a ti y a tu familia. Si me das permiso, claro.

—Tú... —Martina esbozó una sonrisa nerviosa y carcajeó para no aparentarla. El corazón se le aceleró sin explicación. El estómago se le revolvió gentilmente. Los largos apéndices de sus oídos aletearon. ¿Qué clase de sensaciones eran estas?

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10
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La punta del taco de Dimitry golpeó una bola blanca, saliendo esta despedida a lo largo y ancho de la mesa. Golpeó el borde superior y rebotó contra dos bolas blancas más. Estas últimas chocaron contra otro grupo más de esferas níveas, generando una breve reacción en cadena que culminó con más de cinco bolas entrando por la estrecha tronera del trío. Quedaban ahora veinte bolas blancas de billar. Masayoshi, Kenia y Hattori lograron meter apenas tres.

Un desaire de desconfianza se transpiraba en el ambiente. La estancia se sentía pesada por culpa de las pétreas miradas de los uniformados Wagner, de Yuri Volka y de Anya Siprokroski, esta última subida en el estrado como un césar de mirada juzgadora observando a los gladiadores. Cada tanto, los chasquidos de los tacos contra las bolas de billar repicaban e interrumpían los espesos periodos de silencio. Un silencio amarrador, angustiante, confuso. Incertidumbre de no saber por qué hacían esto, y qué tenía que ver con lo que dijo Dimitry de "evaluarlos".

Hattori golpeó la bola blanca, y esta salió despedida por lo ancho de la mesa, chocando contra otras esferas, pero sin lograr que ninguna rebote hacia la tronera. Llegados al punto de partida actual, Hattori no sintió, a través de su ligera barrera de Seishin, ningún tipo de naturaleza sobrehumana porvenir de Dimitry que provocara que las bolas de billar se metieran en la tronera. Ningún truco de magia, ninguna habilidad superhumana siendo empleado en la mesa. El Presidente de la Raion Rusa era endiabladamente bueno en el billar.

Llegó el turno de Kenia. La mujer de traje púrpura falló unos centímetros en pegar la bola. Lo intentó de nuevo y falló. A la tercera fallada soltó de repente el palo y se dio la vuelta, los brazos en jarras como diciendo "a la mierda esto". Los uniformados Wagner se echaron a reír de ella, menos Yuri y Anya, esta última mirando con especial atención a la Hija de la Muerte.

—Lo siento mucho, Gospodin Dimitry, pero apesto en esto del billar. Nunca se me dio bien —admitió Kenia—. ¿Puedo retirarme?

Dimitry respondió con un solemne asentimiento de cabeza. Kenia se fue hasta una banca y se sentó en ella. Luego de retirarse, Dimitry le chasqueó los dedos a Masayoshi en señal de que prosiguiera con el juego. El Merodeador de la Noche se inclinó sobre la mesa y preparó su tiro.

—De pasar a ser el héroe de la nación caía de Argentina a serlo de países eslavos en otros mundos —dijo Dimitry, al tiempo que Masayoshi pegaba a una bola blanca, y esta rebotada sobre otras dos más, quedando una de ellas cerca de la tronera opuesta—. ¿Cómo conseguiste conservar tu sentido de pertenencia en esta transición de mundos?

Masayoshi se quedó en silencio pensativo. Dimitry no jugó su partida hasta que oyó su respuesta:

—Siendo honestos, creo que lo conseguí únicamente gracias a... mi familia. Mi unión con ella.

—¿Tu grupo? —inquirió Dimitry al tiempo que acercaba su taco a una esfera y la golpeaba. Esta chocó con otras tres, y una de ellas se metió en la tronera opuesta.

—Sí. Los Giles de la Gauchada —dijo el nombre en español, y prosiguió en ruso—. Aunque no conservo a todos mis miembros originales. Algunos decidieron permanecer fuera del oficio. Otros... murieron en los últimos años.

—Tragedia —dijo Dimitry de forma algo seca—. Lo lamento mucho.

Hattori jugó su partida. La bola golpeada saltó a lo largo de la mesa hasta impactar contra tres esferas. Estas tres recorrieron toda la mesa, pero solo una de ellas se metió en la tronera rival.

—Nunca pensé que el Brodyaga fuese el héroe de Argentina —reconoció Dimitry—. Supiste mantener oculta tu identidad en las Provincias Unidas. La tuya y la de tu grupo —frunció el ceño—. ¿Por qué lo hiciste?

—Para mantener un perfil bajo —el taco de Masayoshi hizo restallar varias bolas blancas, y dos de ellas se adentraron en la tronera luego de dar varias vueltas por la mesa—. La formación de los estados que hoy conforman las Provincias propició la segregación. Mi grupo y yo vivíamos en Bosnia hasta hace poco que sufrimos el atentado del gobierno de Fahrudin. ¿Ahora? Somos peores que parias. Somos fugitivos.

—No bajo mi techo, al menos —dijo Dimitry antes de jugar—. Si son tal cual como mi tesorero Adam Smith los describió, entonces no deben temer porque los traten como parias. Eso incluyéndote, sea los negocios que tengas acá —miró de soslayo a Hattori. Este último respondió con un mudo gruñido de asentimiento.

—Entonces, ¿por qué dijiste que nos vas a "evaluar"? —preguntó Masayoshi , frunciendo el ceño al tiempo que lo veía jugar.

Tres esferas blancas se metieron en la estrecha tronera del argentino y el nipón. Quedaban dieciocho bolas de billar. Tras terminar su jugada, Dimitry se irguió y los fulminó a ambos con una mirada analítica. Miró de soslayo a Yuri. Este último afirmó con la cabeza y dio unos pasos al frente para hacerse notar. Anunció con voz escabrosa:

—Hemos hecho el hallazgo de espías entre la guardia personal del Gran Palacio. Lo descubrimos por como estos desaparecieron de sus puestos días después del atentado, sin dejar rastro alguno. Estos espías, más que seguro, deben de pertenecer al mismo grupo que atacó el Coliseo Pandemónico.

—¿Espías? —Masayoshi quedó boquiabierto— ¿No dejaron ningún rastro o pista?

—Ninguno —Yuri negó con la cabeza.

—¿Ni siquiera alcanzaron a atrapar a uno? —preguntó Kenia, la mueca de sorpresa.

—Todos desaparecieron, como dije —replicó Yuri— Sin embargo, esto que les digo no implica que ni yo, ni Dimitry o Anya, desconfíen de ustedes. Con una mierda. Ustedes me agradan, incluso. Esto lo digo para que vean la magnitud de lo que se van a enfrentar. De lo que nos... —se señaló a sí mismo— enfrentaremos.

—¿Este conflicto escala a nivel provincial? —inquirió Hattori— ¿De todas las Provincias?

—Si están al pendiente de las noticias, sabrán de las crisis regionales que asolan todo este continente —aseguró Dimitry, empuñando el palo con ambas manos—. Mismas crisis que llevaron a la Yugoslavia a sangrientas guerras durante largos años. El mismo odio histórico que infectaba a los pueblos eslavos en los años noventa, sigue enfermándolos a día de hoy. Y este atentado... —apretó los dientes y arrugó la frente— no es más que una extensión de eso.

—¿Extensión de eso? —por la breve distracción, Masayoshi falló el primer tiro. Se preparó de nuevo, y esta vez golpeó, aunque apurado. Las bolas rebotaron unas con otras, pero no metió ninguna— ¿A qué te refieres, Gospodin?

—Reconocí a uno de los terroristas —afirmó Yuri—. No estaba del todo seguro al principio, pero luego de una profunda búsqueda en estos tres días, di con la familiaridad.

Miró de soslayo a Anya, y esta última asintió con la cabeza. La mujer volteó la cabeza y miró el techo. Los ojos se le iluminaron de un verde neón, despertando su poder psicoquinético. Usando su mente, imprimió lo que imaginaba en su cabeza en forma de una rectangular pantalla holográfica de color esmeralda, hecha de motas verdes iridiscentes que adquirieron distintas tonalidades. La pantalla flotante ilustró tres imágenes de tres militares uniformados, armados con rifles de asalto mirando directos a la cámara.

Masayoshi y Hattori ensancharon los ojos de la sorpresa al reconocer el rostro de uno de ellos.

—Estehombre que ven acá —dijo Yuri, señalando la imagen del sonriente hombre concola de caballo—, se llamaba Elseid Frasheri. Los otros dos son Blerian IosefHassan —señaló al hombre de cabello negro corto e inexpresivo, con un parche cubriendo su pómulo—, y AlmarinXhanari —señaló al hombre de cabello negro despeinado, de estilo afro, y con unsinfín de marcas de quemaduras en su pecho y rostro

El silencio atronador se apoderó del rellano. Ni Masayoshi, Hattori o Dimitry jugaron sus partidas. Anya cerró los ojos, y las pantallas holográficas se desvanecieron como la imagen de una película se desaparece luego de detener una cinta. Yuri Volka tornó la mirada consternada hacia Masayoshi y Kenia.

—Tienes razón —concordó el Merodeador antes de que Yuri dijera algo—. Hattori y yo vimos a ese hombre que mencionas en el campo de batalla, cuando estábamos rescatando a Yatsumi —señaló al espadachín nipón con un ademán de mano, y este último afirmó con la cabeza, solemne.

—¿Y cómo no lo reconoció a usted? —dijo Kenia.

—Quién sabe. A lo mejor me he puesto tan feo que de seguro solo vio a un Quasimodo —Yuri se rió de su propio comentario. Algunos uniformados Wagner carcajearon con él.

—Le hago una pregunta —dijo Hattori, su voz en ruso sonando robótica a oídos de todos—. Ese hombre, Eruseidu... como se pronuncie, ¿poseía Seishin durante esa guerra?

—¿Poseía qué? —Yuri enarcó una ceja.

—Seishin —repitió Hattori—. Ese es el nombre de nuestra magia en Kiyozumi-Dera. Magia que se casi se pierde luego del hundimiento de mi país natal. Ese hombre, Eruseidu, manejó Seishin. Lo sé porque solo otro usuario de Seishin puede distinguirlo. Aquellos que no lo posean, se verán afectados por las energías hostiles que estos emanarán.

—¿Sabes algo de eso, Yuri? —preguntó Anya.

—No, no... —Yuri ladeó varias veces la cabeza— Hasta donde yo sé, Elseid era un superhumano con la capacidad de control de vectores de espacio. Lo mismo para Blerian y Almarin. Solo Superhumanos. No poseían magia de ningún estilo.

—Entonces, ¿cómo consiguió Seishin? —insistió Hattori— Hasta donde sé, los que obtuvieron Seishin en sus mejores épocas fueron los nipones durante la época del Shogunato Ashikaga hasta el Yūhi.

—A ver, a ver, no nos desviemos del tema, por favor —dijo Dimitry, tomando las riendas de la conversación tras jugar su partida. Tres bolas de billar se metieron dentro de la tronera de Masayoshi. Quedaban dieciséis esferas—. El punto es que ya sabemos quiénes fueron los que atentaron contra la vida de mi hermano menor. No estamos seguros si son sus mismos miembros, o distintos, pero tienen el mismo origen que si lo tuvieron en la tierra. En la Raion de Albania.

Ushtria Clirimtare et Kosovare —la rasposa voz de Yuri resonó en todo el rellano, dando un aire de imponencia a aquel nombre—. O para abreviar, Ushtria Clirimtare.

Masayoshi quedó en silencio mientras Hattori daba su jugada y metía una sola bola. Quedaban quince. En ese momento, al héroe argentino se le ensancharon los ojos de la claridad. Miró a Yuri.

—Espera, ¿esto no quiere decir que ese encapuchado que derrotó a Maddiux sea el mismo Almarin?

—Imposible decirlo con certeza —respondió el ruso— E incluso si lo fuera, ¿cómo habría conseguido tal poder?

—La forma en que estos hombres accedieron a esas habilidades no tiene relevancia ahora mismo —espetó Dimitry, frunciendo el ceño. Vio a un fibroso Masayoshi dar una estocada con su taco y meter una bola en la tronera opuesta. Asintió con la cabeza y fijó su dura mirada sobre él—. Brodyaga, Masayoshi Budo, sea como gustes que te refiera, te he llamado a ti, a tu esposa y a tu amigo nipón para hacerte una pregunta. Una sola pregunta.

El héroe argentino aguardó silencio. Se irguió con vehemencia y se lo quedó viendo a la espera de la pregunta. Dimitry se quedó viendo la punta de su taco, para después enarbolarla y apuntar a Masayoshi con ella cual caballero retando a otro con una espada. 

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https://youtu.be/4IJI6soiQhI

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

—¿Tienes miedo a morir de nuevo?

Las palabras latiguearon por la sala, dejando con la sangre helada a Hattori, la piel de gallina a Kenia, y el rostro petrificado de la sorpresa a Masayoshi. Este último se quedó boquiabierto, paralizado, las manos apretándose fuertemente al mango de su palo de billar, los ojos azules bajo su máscara tambaleándose sobre sus cuencas. Dimitry Siprokroski leyó con gran facilidad la sorpresa aterrada en el semblante del héroe argentino. Al ver como la perplejidad fue tal que ni siquiera Hattori o él jugaron su turno, el Presidente de la Raion Rusia apretó los labios y prosiguió su verbalización:

—Mi hermano y yo, éramos como carne y uña. Muy separados. Por más... peleas, que él y yo hubiésemos tenido en el pasado. Por más ataques de envidia tuviéramos sobre él otro, un mal gen que nos dejó nuestro padre, Grigory. Puede que yo sea mayor que él, pero a veces sentía que tuviera una especie de... conexión psíquica, con mi hermano —separó una mano del mango del palo y la apretó en un puño. Se lo quedó viendo—. Es por eso que cuando reencarné aquí, luego de morir en un atentado, y vi a mi hermano llorar... —hizo una breve pausa para reprimir un sollozo y apretar los labios— Yo lloré igualmente.

Se hizo el silencio cuando dejó de hablar por otro tiempo, más prolongado. Masayoshi lo oía atentamente mientras trataba de formular una respuesta a su pregunta, en lo más hondo de su mente. Anya Siprokroski sintió las fuertes emociones brotar de la boca de Dimitry. El rostro endurecido de este último se resquebrajaba, mostrando su verdadera fachada. La de un hermano trágico.

—No podía hacer nada para ayudarle estando aquí —prosiguió—. No podía... simplemente teletransportarme a la tierra y ayudarle contra esos Kaijus, o contra ese K'rorness. Yo en cambio hice lo que mejor sabía hacer: política. Con la ayuda de la Reina Valquiria, fundé la primera Raion de esta región, y a medida que iban llegando más inmigrantes, todos eslavos, se formaron las demás. Dejé todo preparado para recibir con una cálida bienvenida a mi hermano. Y cuando murió, y reencarnó aquí, me sentí tan gratificado... de tenerlo de vuelta. Y viceversa.

Todo el mundo vio como una lágrima caía por la mejilla derecha de Dimitry. Este último se la limpió con el dorso de una mano. Se resopló la nariz y carraspeó antes de proseguir:

—Ahora comprendo lo que él sintió cuando me perdió. Una impotencia grave... —se llevó una mano al pecho y se arrugó la camisa azul. Su otra mano se apretó tan fuerte al mango del taco que quebró su madera— Pero quiero creer que no está perdido. Que no murió a manos de estos terroristas, de estos Ushtria Clirimtare —hizo otra pausa breve para suspirar y controlar la querella de sus ojos por querer llorar. Miró a Masayoshi directo a la cara. Este último tenía la cabeza agachada, la mueca pensativa—. Quienes mueren por segunda vez, no vuelven a reencarnar, lo sabes, ¿no?

—Sí... —murmuró Masayoshi, afirmando con la cabeza.

—Entonces, tienes miedo, ¿no? De morir de nuevo.

El reinado del silenció duró un eterno minuto. Los labios de Masayoshi se apretaban, sus ojos seguían fijos sobre la mesa, pegados sobre una de las bolas blancas las cuales estaban a unos centímetros de meterse dentro de la tronera. La asimilación de verla caer en el agujero, con su propia caída en desgracia, le hizo soltar un enorme suspiro. Alzó levemente la cabeza y, en un acto que dejó anonadada a Kenia, Anya y Dimitry, se quitó la máscara.

Revelando el enjuto rostro de Mateo Torres.

—Mire mi verdadera cara, Gospodin Dimitry —dijo—. Este rostro que ve, es el de un muchacho aterrorizado. El de un hombrecillo común y corriente. El de un joven padre de familia quien no tuvo... infancia alguna. Pero que aun así... —miró de soslayo a Kenia— quiere mostrar su integridad a su familia —volteó la mirada hacia Hattori—, que quiere emplear su proeza junto sus aliados —tornó los ojos y miró fijamente a Dimitry—, y que quiere demostrar que puede superar ese miedo a la muerte, como una vez lo hizo en la tierra.

Acto seguido, Mateo se inclinó sobre la mesa, apuntó su taco a una de las bolas de billar y, tras varios segundos de preparación, la golpeó. La esfera blanca restalló por varios lugares de la mesa, chocando repetidas veces contra otras, provocando una reacción en cadena que culminó con esa bola, y otras dos más, metiéndose en la tronera de Dimitry. Quedaron trece bolas de billar. Dimitry quedó boquiabierto. No tanto por su jugada, sino por la respuesta tan certera que dio.

—Porque, por sobre todas las cosas —dijo Mateo, irguiéndose y dejando el taco sobre la mesa.

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11
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https://youtu.be/4TOlOmilwQY

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Raion Albana

Palacio de Sofitel

El gran y remodelado palacete de Sofitel, previamente una de las tantas residencias de los 'Ndrangheta hace dos décadas, brillaba con una luminiscencia elegante digna de dar la talla de celebrarse allí la fiesta de algún poderoso magnate que haya invitado a sus otros amigos empresarios.

De las ventanas emanaban destellos tan resplandecientes que pareciera que soles pequeños fulguraban adentro de ellos. Los patios traseros y terrazas ajardinadas, condecorados con senderos de follaje recortado y vadeado por elegantes estatuas neoclásicas representando figuras divinas griegas, estaban atiborrados de gente que vestía con la pomposidad de una gala. Meseros iban de aquí para allá repartiendo vasos con vino y otras exóticas bebidas y platos gourmet que exigían los estrictos miembros de la fiesta.

Todos ellos capos, consiglieres, asociados y matones de las poderosas cinco mafias que conformaban todas las Provincias Unidas.

La banda de violinistas y arpistas tocaba música clásica italiana. Los silbidos y chasquidos rítmicos que producían con sus instrumentos aligeraban las invisibles cargas pesadas que se transmitían a través de las charlas que tenían capos de las distintas mafias. Muchas de las conversaciones no eran más que chácharas donde los hombres soltaban bromas pesadas, y las mujeres (esposas y amantes de estos) se decían chismes entre murmullos y cuchicheos. Pero entre las burlas y solturas, había charlas donde se intercambiaban información valiosa acerca de la mafia del otro. Trueques que hacían por dinero, pasándoselo por debajo de los abrigos sin que sus superiores se dieran cuenta.

—¡¿Cómo así que la comitiva de Erguzon no ha llegado aún?! —maldijo un anciano barbudo de ojos de cristal, vestido con un opulento traje azul y sombrero de ala ancha.

—No han llegado aún, Zerivof —se limitó a decir Nestorio Lupertazzi, rascándose la nariz.

—¡¿Pero por qué no, ah?! —insistió el jefe de los Dobroshi.

—Porque no, y punto.

—¡¿Me vas a decir que no llega él y su puta manada por lo del robo de información de no sé cuantos terabytes de información acerca de la Gran Subasta?! ¡Será cagón! Mariconzón. ¡Yo ando aquí bien tranquilito, disfrutando de las preliminares, y ese cobarde se sigue escondiendo en su estado fallido!

—A diferencia de ti, panzón miserable —maldijo Nestorio, señalándolo con un dedo prostético—, él se anda con cuidado. No olvidemos que está negociando la partición de tierras que tanto paramilitares serbios como albanos exigen.

—¿Y yo qué culpa tengo? —Zerivof sonrió ácidamente y entrelazó sus manos sobre su barriga— Problema suyo por heredar un latifundio que, incluso en el nuevo mundo, los perros rabiosos se siguen peleando por él por pensar que sigue siendo tierra milenaria de ellos.

—Dile gracias a Dios de que al menos no te violaron tus tierras en un imperialismo injusto —replicó Cerim Mujanovic, de pie al otro lado de la pequeña estancia. Se sirvió ron en un vasito, para después bebérselo de un solo trago.

—Ah, eso me lleva a otra —dijo Zerivof—. ¿Dónde coño están los Stanimirovic? Están igual de retrasados que los Ardizzone. No me digas que también se andan con "cuidado".

—¿Y lo dices conociendo como es Vukasin? —Cerim frunció el ceño y se acomodó las gafas.

—Cada uno se limpia los mocos como se le da la gana.

—Ellos acaban de llegar —aseguró Nestorio, formando una enervante sonrisa que hizo doblar los circuitos en V de su rostro—. Quizás no lo oíste por andar bebiendo para hacerte más bola que morsa, pero Vukasin y toda su familia llegaron a la sección A-D9 del palacio.

—Oh, mira tú, cerca de mi sección —dijo Cerim.

—¿Y por qué la tardanza? —insistió Zerivof— Ese hombre, es más, sino que igual de puntual que yo en este tipo de cosas.

—Al parecer tuvieron un percance del cual se niegan a dar detalles.

—¡Problemas! ¡Problemas! ¡¿Es que acaso las pipas de sus tuberías se les dieron por explotar ahora luego de irse a casa, o qué?!

—Ni que lo digas... —Cerim volvió a beberse otro pequeño trago para no aparentar su breve nerviosismo.

—Solo espero que al menos hayan traído más de las riquezas de los 'Ndrangheta resguardados en sus casilleros. No deseo que vengan a la tarima a ofrecer basura y que pasen vergüenza, como ya lo andan haciendo Erguzon y su hermano.

—¿Y a ti qué es lo que más te importa de esto? —preguntó Cerim— ¿La subasta o las alianzas que deberíamos estar haciendo en primer lugar para formar una mafia única y poderosa, como la de los 'Ndrangheta?

—Lo que sea que me aseguré seguir teniendo mi puesto y no caerme como ellos en la Lupara Bianca —replicó Zerivof, acomodándose el sombrero.

—A este paso tendremos nuestra propia Lupara Bianca —Cerim se bebió un tercer trago para desviar la atención.

—Hablaré con los Stanimirovic —dijo Nestorio, tomando control de la charla una vez más—. Luego veré que sucede con los Ardizzone. Estamos a una hora y media de comenzar la Subasta —se miró el reloj digital de su muñeca izquierda—, así que deseo que se atraganten con tragos y comida antes que preocupaciones, ¿me entendieron?

Zerivof alzó los hombros, despreocupado. Cerim tragó saliva, carraspeó y asintió con la cabeza. Nestorio les sonrió a ambos.

—Entonces retírense —dijo, dando un chasquido de dedos metálicos—. ¡Vayan y disfruten de la fiesta!

Los dos jefes de mafia se largaron de la habitación. Una vez la puerta se cerró tras de sí, la expresión de Nestorio se deformó, convirtiéndose en una mueca de frustración asqueada. Se incorporó de la silla, fue hasta el tocador y agarró la misma botella de ron de la que bebió Cerim. Se sirvió en un vaso grueso, y lo bebió a la vez que se dirigía hacia el balcón. Hallándose en el piso más alto del Palacio de Sofitel, obtuvo vistas panorámicas y detalladas de los patios traseros atiborrados de personas y de ciborgs y drones autómatas que patrullaban los alrededores. Los anillos de seguridad que rodeaban el palacio se extendían de entre dos a cinco kilómetros de distancia, lo que hacía que la protección asegurase la clandestinidad de este evento tan importante para el crimen organizado de las Provincias Unidas.

Nestorio Lupertazzi dejó el vaso sobre el balaustre. Se lo quedó viendo detenidamente. Por alevosía o por instinto, tiró el vaso, y este cayó de una altura de cuarenta metros. Terminó impactando sobre unas escaleras, cayendo por poco sobre la cabeza de una mujer. La pareja se llevó un susto de muerte. Alzaron las cabezas, pero no lograron ver de qué balcón cayó.

<<La caída es inminente>>. Pensó Nestorio, sonriendo por todo lo bajo. 

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