Capítulo 13: Torneos Pandemónicos (Parte III)
┏━°⌜ 赤い糸 ⌟°━┓
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|◁ II ▷|
Hipogeos
Yatsumi Sorozon se desinteresó inmediatamente del resto de las rondas preliminares una vez él culminó la suya. Se apartó del desenredó de los clamores emocionantes del público, y se aisló del resto de contendientes para ir y recluirse en un lugar apartado de los hipogeos. Los otros Caballeros Demonios no le pusieron muchas trabas a su aislamiento total. Ninguno, de hecho, se interesó en lo más mínimo entablar conversación u otra actividad social con él.
Por ser un extranjero, de venir de tierras totalmente distintas a las suyas, y tener una vasta historia que se extendía por siglos de luchas contra diversos oponentes (siendo incluso más anciano que alguno de los Caballeros Demonios que participaban en estos juegos), los Caballeros Demonios se instaban entre sí a no interactuar con él. De por sí, el aura hostil que exudaba gran parte del tiempo evitaba que incluso el más sanguinario de los Caballeros Demonios se planteara acercársele.
Nadie sabía qué clase de poderes poseía que lo hacía poseedor de aquella barrera invisible que lo mantenía aislado de todos cual materia oscura. Ni él mismo se había molestado en explicarlo; al ser de pocas palabras, algunos ni siquiera sabían cuál era su voz. O incluso su rostro. Se aseguró también Yatsumi de mantener en secreto como luce su rostro al siempre tener puesta su yelmo. El misterio alrededor suyo instaba a la curiosidad, pero la barrera de presión que lo "protegía" evitaba que nadie se le acercara. Lo sumergía en soledad absoluto.
El Caballero Demonio de oriente se hallaba en lo más alto de los circuitos Coliseo Pandemónico. Sentado encima de una protuberancia negra con la forma de un tocón, y de la cual emanaba escarcha ónix, daba la espalda al coliseo mismo en un gesto de total indiferencia. Sostenía su nodachi con ambas manos y por su empuñadura, manteniéndola firme y lista para ser esgrimida. Aunque nunca antes se presentó la situación en la que tuviera que desenfundar. Su atmósfera invisible, barrera impenetrable contra todos los curiosos, siempre se mantenía impermutable.
Hasta ahora.
Yatsumi sintió una perturbación ligera en la barrera invisible. Fue tal la sorpresa de aquel hecho que levantó levemente la cabeza, pero no se dio la vuelta para ver quién era el intruso. En cambio, se quedó inerte. No movió ningún músculo a la espera de que la presencia que irrumpió en su campo invisible se adentrara más, invadiendo su espacio a la espera de algún movimiento brusco que le hiciera responder con la misma violencia.
Apretó los dedos alrededor de la empuñadura de su sable, preparado para cualquier altercado. La presencia intrusiva caminó lentamente por la extensa plazoleta adoquinada, dando zancadas tan amplias que le hizo fruncir el ceño. ¿Por qué caminaba de una forma tan irregular? Supuso que quería confundirlo. Presionó el pulgar contra el borde de la empuñadura, sacando a relucir unos centímetros de la hoja ónice d0e su espada.
—Oh, guau, ¿por qué de pronto siento como un peso en los hombros? ¿Será que la Píldora Asclethio aún tarda en hacer efecto?
Las pisadas se detuvieron. No hubo más movimientos hostiles que el de la circulación de los hombros de adelante hacia atrás. Yatsumi volvió a fruncir el ceño. No se giro no desenfundó más su sable. Espero a que el sujeto hablara.
—¡Heeeyyy! ¿Ya...? ¿Yatsumi, no? —prosiguió el individuo. A juzgar por su tamaño, su peso, su voz y la forma en la que hablaba, supo al instante que era aquel superhumano que se enfrentó al Kaiju hipopótamo. Alexei, era su nombre— ¿Qué haces aquí arriba, hombre? Pensaba que andabas viendo el resto de las rondas preliminares, como yo. Ah, no me digas —dio una palmada con las manos—, te aburre ver que ninguno haya caído contra los Kaijus, ¿verdad?
No hubo respuesta. Yatsumi permaneció inmóvil cual estatua. Alexei no le gustaba el silencio que se enmarcaba en el ambiente. Mucho menos que aumentara aquella extraña presión presente también.
—No sé si lo sepas, pero los kaijus que combatimos ahora, ¡no son ni la mitad de poderosos que eran en la tierra! —prosiguió Alexei con el mismo entusiasmo socarrón— Hay excepciones, claro, como el hipopótamo Kaiju ese al cual subestime por mucho. Pero la mayoría de los Kaijus de ahora no superan ni siquiera el nivel de demonio basilisco. Obviamente te aburrirías de ver a tanto Superhumano y Caballero Demonio ganar. Pero, si me lo preguntas —Alexei encorvó los labios y ladeó la cabeza—, yo disfrute de ver cuánto poderío se demostró. Me hace emocionar por mi siguiente oponente.
Alexei dio unos cuantos pasos hacia delante. Yatsumi Sorozon no pudo evitar gruñir de la aspereza, ofendido de la osadía con la que aquel humano impetuoso seguía invadiendo su espacio personal. Sin embargo, de cierta forma también se sentía genuinamente sorprendido de que tuviera la valentía de aproximarse. Parecía desconocer totalmente sobre su barrera, por lo que no le era extraño verlo aguantar la presión con coraje.
—Y hablando de oponentes —prosiguió Alexei, deteniéndose al tercer paso. Siete metros de distancia lo alejaban de Yatsumi—, no sé si viste las tablas de rondas, pero alrededor de la segunda tanda de rondas, tú y yo vamos a pelear.
No hubo reacción, no al menos una visible para Alexei. Yatsumi se aprendió la tabla de memoria, y sabía en qué orden de factores iría. Pero no se molestó en estudiar a los oponentes con los que pelearía. Con los poderes que poseía, asumía que ganaría todas las rondas. No obstante, con la llegada de este Alexei y su irrupción en la barrera, lo dejaron irresoluto.
—Sé lo que piensas —exclamó Alexei, alzando ambas manos—, "¿de verdad voy a pelear contra este mocoso?" Y la respuesta es: ¡Sí! —se golpeó el pecho— Tú y yo indudablemente pelearemos. No importa que tan poderosos sean nuestros oponentes, los venceremos, y nosotros estaremos en esa arena a luchar. ¿Y por qué muestro interés por ti, dices? —se llevó una mano al oído— Bueno, ¡porque veo que eres el único de los participantes que sí siento que me pondría en aprietos!
Otros dos pasos más. Yatsumi cedió a la decepción de la intrepidez de Alexei. Se encogió de hombros y negó con la cabeza.
—Así que venga —dijo Alexei, dando otro aplauso—, sin rencores ni lágrimas, ¿vale? Que gane el mejor de los dos —se hizo el silencio por diez largos segundos. Alexei borró la sonrisa—. Bueno, espero que hayas entendido todo lo que dije —se llevó una mano al oído y palpó el Portavoz Universal—. Me aseguré de ponerlo en idioma japonés. Vaya si mi voz suena raro en este idio...
—Vas a perder.
La atronadora y profunda voz de Yatsumi resonó a través de su yelmo. De pronto, la barrera invisible se intensificó a tal punto que Alexei tuvo la impresión de ser arrollado por la potente brisa de un tornado, sus vientos tan poderosos que eran capaces de rasgarle la ropa y la piel. Su corazón dio un vuelco del susto, y su cuerpo, por instinto, empezó a retroceder.
<<¿Qué mierda está pasando?>> Pensó Alexei, apretando los dientes y luchando fervientemente contra la opresora fuerza que lo instaba a retirarse. Apenas logró dar dos pasos, pero la fuerza indómita de aquel poder lo instaba a aplicar más de su fuerza sobrehumana y hasta de cubrirse con sus brazos. Era como si las intenciones asesinas dichas en palabras por Yatsumi se manifestaran ahora en la apariencia de una atmosfera asfixiante.
—Si no te vas de aquí ya —masculló Yatsumi. Giró la cabeza y miró a Alexei por encima del hombro. De la fisura de su yelmo resplandeció un brillo rojo
La barrera invisible atacó a Alexei como un montón de pirañas que se abalanzaran contra él en manada y empezaran a mordiscearle y arrancarle pedazos de piel. Apretó y chirrió los dientes, los brazos a la altura de su rostro. No tenía ni idea qué era lo que ocasionaba aquella espantada de vientos tiránicos que lo forzaban, incluso, a aplicar su Conductor de neón para crear una barrera y así contrarrestarla. Pero fue inútil. Incluso con las brumas neón frente suyo, la opresiva fuerza que exudaba Yatsumi simplemente las ignoraban, y seguían empujándole. Su corazón palpitó intensamente. Sus músculos retemblaron. Alexei estuvo a punto de dar otro paso. Yatsumi iba a desenfundar...
—¡DETENTE!
El rugido de la exclamación fue tan poderoso que tanto Yatsumi como Alexei se dieron la vuelta. La abusiva fuerza invisible se retrajo, puesto que Yatsumi sintió de repente una nueva fortaleza encaminarse hacia él y empujar toda su barrera al punto de obligarlo a retraerla. Alexei sintió un leve mareo cuando el campo energético se desvaneció.
—¿Ah? —farfulló Alexei, entrecerrando los ojos y viendo a dos personas caminar por la plazoleta adoquinada hasta donde se hallaba él— ¿Y ustedes quienes son? ¿Ese es un niño? —se quedó viendo al bajito de cabello negro con mechones rojizos.
—Será mejor que dejes de intentar acercártele —advirtió el hombre de cabello negro amarrado a un moño, abrigo naranja y sayuela negra. Alexei sintió una nueva presión atmosférica emanar del sujeto, igual de opresiva que la de Yatsumi, pero siendo esta de un aura mucho más calmada y taimada—. Incluso siendo tú un Superhumano, no serías capaz de dar otro paso hacia él.
—¿Por qué? ¿Me cortaría en pedazos, como me dijo hace un ratito?
—Ahí de pie donde estás —prosiguió el espadachín, la mirada indiferente mirnaod fijamente a Yatsumi—, Yatsumi podría inducirte a un colapso nervioso con tan solo emanar su Seishin. Sufrirías como un hombre que sufre la hipotermia de una ventisca sin tener ningún tipo de impermeable.
—¿Seishin? —Alexei frunció el ceño.
—Hágale caso a Hattori-Dono, Alexei-San —replicó el chico de cabellos cobrizos—. Aunque serían capaces de pelear contra ellos, los Superhumanos pasarían un mal momento si no tienen ningún tipo defensas de Seishin.
—Momento, ¡pero si yo me voy a enfrentar a él en el torneo! —farfulló Alexei, llevándose una mano al pecho.
—¿Te vas a enfrentar a él? —el muchacho de capa negra y verde se quedó boquiabierto uno instantes y después juntó las manos— Rezaré por tu buena suerte.
—Ryouma —murmuró Hattori.
—Hai, hai —Ryouma Gensai hizo un gesto despreocupado con la mano.
—Retírese —Hattori le hizo un ademán de cabeza a Alexei—. Ya no tiene nada más que hacer aquí.
Alexei Sokolov no entendió para nada la situación. Se limitó a encogerse de hombros, volverse sobre sus talones, y retirarse rápidamente invocando torbellinos de humaredas en sus manos que lo hicieron volar por los aires hasta hacerlo desparecer tras los velorios.
Hattori y Ryouma se quedaron de pie, impasibles e impermutables contra el aura asesina de Yatsumi Sorozon. Este último ahora se hallaba completamente anonadado. Las auras que emanaban ambos individuos, tan calmadas y a la vez defensivas como las suaves olas que rompen contra casquetes, se entremezclaban para formar una barricada invisible lo bastante resistente como para soportar las oleadas energéticas de malicia e intenciones de asesinato del Caballero Demonio.
—Ustedes dos... ¿Poseen Seishin? —farfulló Yatsumi, ensanchando los ojos bajo la máscara— ¿Cómo?
—Yatsumi Zuijin —dijo Hattori, cortante—. Deseo hablar contigo.
El aura que exudaba Yatsumi pasó de ser hostil a desconfiada y confusa. Ryouma pudo notarlo en el cambio de tonalidad de su Seishin, pasando de ser un color rojo oscuro a ser un rojo más claro. Sin embargo, la vacilación no duró más que unos segundos antes que la tonalidad volviera a ser escarlata negra, cargando consigo la mayor carga de energía pesarosa que le hizo tragar saliva.
—¿Cómo sabes ese nombre, humano? —maldijo Yatsumi, el resquicio de su yelmo refulgente— ¿Quién eres tú?
—Soy un agente de los Anchi Kyokai Yokai —explicó Hattori, la expresión siempre indiferente, incluso en aquella marea de energías negativas—. Pero mi propósito no es venir a arrestarte para que te ejecuten. Mucho menos me enviaron a matarte. Yo vine aquí en son de paz a charlar contigo, respecto a lo que sabes acerca de los fragmentos Yato-No-Kami.
—Eres un humano demasiado intrusivo —respondió Yatsumi, la voz queda. Se reincorporó y sostuvo su nodachi con una mano. Se dio la vuelta—. ¿Qué son todas estas preguntas que haces? ¿Y cómo asumes que las sé?
—No juegues a hacerte el tonto —advirtió Hattori, su tono de voz afilándose—. La Anchi Kyokai Yokai ha recabado mucha información acerca de tus actividades en esta región del mundo. Los nudos nos hacen conectar los Yato-No-Kami contigo.
—Y tú no juegues a hacerte el listo, humano —Yatsumi lo señaló con un ademán de cabeza. Ryouma apretó los dientes al sentir una nueva oleada de aura hostil emanar de él—. Si te enviaron fue a irrumpir mi espacio, usar la fuerza y llevarme con esa organización tuya a la fuerza, entonces gastas tu Seishin de forma inútil.
—Hattori-San, por favor, no llegamos tan lejos solo para perderlo con antagonizarlo —suplicó Ryouma, agarrándole las mangas al abrigo de Hanzo. Este último lo miró de soslayo. Ryouma negó con la cabeza. Hattori apretó los labios y suspiró profusamente. Se giró hacia Yatsumi.
—Mi pupilo tiene razón. No gano nada con ser demasiado directo solo para que me prejuzgue. ¿Le parece mejor un tiempo y lugar más óptimos para poder charlar, tú y yo? Quizás después de los torneos.
Yatsumi hizo una larga pausa silenciosa antes de responder. En el lapso, su aura Seishin asesina se retrajo hasta desaparecer por completo de la plazoleta. Ryouma pudo respirar con facilidad, ahora que la presencia del aura asesina ya no estaba.
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|◁ II ▷|
Masayoshi Budo se miró el reloj digital de su muñeca y revisó la hora. Habían pasado de cuatro a cinco horas desde que comenzaran las rondas preliminares, y estas estaban ya por culminar con su vigésimo rondamiento.
Para el Merodeador, el pasar de aquellas longevas horas se le antojo demasiado largo, más teniendo en cuenta que pocas cosas extraordinarias sucedieron en las graderías. Solo hubo pequeños y efímeros altercados aquí y allá, entre hinchas de humanos y demonios que se metían en riñas por insultar al otro bando. De vez en cuando se producían escindes peleas, fragmentadas aquí y allá (cosa que hizo difícil la distribución de control de guardas). Fueron altercados breves pero muy intensas, tomando en consideración que los que se peleaban en las gradas eran mayoritariamente superhumanos y demonios con poderes.
Al término de la última ronda preliminar entre un superhumano de artes marciales orientales contra un kaiju con forma de escolopendra, se produjo una última oleada de irrisorios gritos y vitoreos, igual de intenso y prolongado que los anteriores. Tras eso, la niña demonio, Agatha Siprokroski, anunció a toda voz que ahora vendría un sucinto descanso de aproximadamente tres horas, antes del comienzo de las rondas entre superhumanos y demonios. Masayoshi Budo agradeció a los cielos aquel descanso. Finalmente podría estar, de nuevo, reunido con su grupo.
Fue el último en llegar a la sala de ciberseguridad donde se pusieron de acuerdo en reunirse cuando llegase el descanso de tres horas. Nada más abrir las puertas de par en par, fue bienvenido por varias pantallas holográficas reverberando la canción "You wanna be startin sommethin", de Michael Jackson.
—¡Ou, Príncipe de la Oscuridad! —exclamó Gevani mientras masticaba comida. Se llevó un pedazo de omelette a la boca y le hizo un gesto de "venir aquí" con el tenedor— ¡Ven! Toma asiento. Ya tenemos aquí listos tus pasteles con carne de res.
Masayoshi se quitó la máscara y sonrió al ver a toda su familia (sí, incluyendo al propio Santino Flores) sentados alrededor de una mesa circular disfrutando de un tórrido y afectuoso almuerzo. Acompañado con la suave música de Michael Jackson, el siempre preferido de Gevani, la atmósfera del rellano era aquel que llevaba extrañando por semanas desde que destruyeron la base.
Una vez se quitó la máscara, se convirtió de nuevo en Mateo Torres. Caminó hasta la mesa. Kenia y Martina se apartaron para dejarle espacio. Mateo se sentó, se quitó los mitones negros, agarró una empanada y en seguida empezó a devorarla como si no hubiese comido en días. Ricardo Díaz tragó el pedazo de choripán y se echó a reír, aún con trozos de pan colgándole de los labios.
—Pocas veces te veo devorando la comida cual bisonte, Mateo —dijo.
—Bueno, trata de no venir aquí con hambre luego de sobrevivir a como cinco altercados entre superhumanos —replicó Mateo mientras masticaba. No se le llegó a entender mucho. Tragó profundamente y señaló hacia atrás con un pulgar—. Ya te lo digo yo, Ricardo. Allá afuera, el culo se me puso como asterisco por todas las veces que tuve que separar a esa gentuza.
—¿Para que andar exagerando? —dijo Ricardo, comiéndose el resto del choripán— Tú ya tienes experiencia lidiando con esta "gentuza" —hizo gesto de entrecomillas con los dedos. Bebió un sorbo de su mate—. ¿Qué lo hace diferente?
—El hecho de que no son cibercriminales a los que tengo que separar, sino a civiles —Mateo agarró los cubiertos y partió, con tenedor y cuchillo un pedazo de empanada para después llevárselo a la boca—. Y para mí, no hay peor pesadilla que tener que lidiar contra civiles que son demasiados peligrosos tanto para mí como para ellos mismos.
—De haber habido Superhumanos hinchas del Boca Juniors dirigidos por Maradona, habríamos ganado más fácilmente la guerra contra Jahat y Videla —bromeó Gevani.
Carcajadas sonoras resonaron por toda la estancia. Fue tan fuerte la risa que Martina por poco regurgita los tamales de maíz, produciendo un breve ahogo que pronto relajó prosiguiendo con sus risotadas. Kenia le tuvo que pegar un par de veces en la espalda para relajar aquellos feos toses. Incluso Santino sonrió y emitió unas risitas por todo lo bajo.
—Uhhhh... ¿Qué es el Boca? —preguntó Thrud, los ojos en blanco. Era la única que no se rió.
—El mejor equipo de futbol del perrísimo mundo, Thrud —respondió Gevani, dando un puñetazo a la mesa—. Antes de que viniera Jahat a cogernos feo la nación, nosotros lo cogíamos a él en las canchas. Eran conocidos como los garcha-europeos. No había copa que no ganásemos.
—Y de allí nace nuestro famoso refrán "¿Cuántas copas tenés, che?" —corroboró Ricardo, la voz irrisoria, los labios encorvados en una amplia sonrisa.
—Ohhh, ¿conque a eso se refería con "copas"? —dijo Thrud— ¿A trofeos? No a copas de hidromiel ni nada... —chasqueó los dientes.
—O también el de "No vives de penales, no vive de penales" —Ricardo alzó los hombros y, allí sentado, realizó un pequeño baile meneando las caderas y el torso de lado a lado. Su pequeño cantico coincidió justo con el estribillo de la canción de Michael Jackson. Gevani, a su lado, rió tan fuerte que el mate se le escapó de los labios y le mojó el mostacho y la barbilla. Su risa contagiosa hizo que Kenia y Martina se desternillaran también.
Se hizo un periodo de silencio algo prolongado. Todo el mundo comió callados, pero el silencio que se remarcó por casi dos minutos no fue ni incómodo ni tensionado. Al menos para Mateo, quien veía sonrisas en todos sus familiares, oía murmullos de cotilleos entre Kenia y Martina hablando sobre Ryouma, entre Gevani y Ricardo charlando acerca de cuánto tiempo le tomaría Alexei Sokolov en despachar a su primer oponente, el Caballero Demonio Radkar, y hasta Thrud intentaba entablar conversación con Santino (sin más logro que unas cuantas palabras quedas a cada pregunta cerrada que le hacía).
La tranquilidad se podía respirar en la comida, oler en la comida y escuchar en la rítmica música pop de Michael Jackson. No obstante, Mateo recibió repentinamente un pensamiento relampagueante que le hizo cambiar su expresión lentamente. La sonrisa se desvaneció. La música dejó de reverberar en sus oídos. Su semblante cambió a uno más severo, la luz de sus ojos azules desvaneciéndose también.
—¿De verdad? —inquirió Kenia, boquiabierta— ¿Ryouma te dijo que fue con Hattori a ver a ese tal Yatsumi?
—Sí —respondió Martina—. Me dijo que Hattori le preguntó sobre algo de fragmentos de Yato... Yato-No-Sé-Qué, que al parecer ese Yatsumi solo conoce.
—¿Y cómo conseguiste que él te dijera una información tan confidencial? —preguntó Ricardo, apartando su plato vacío. El resto de platos de la mesa estaban también vacíos, igual que los vasos de cristal.
—Ummm, b-bueno... —Martina se ruborizó, encorvó los labios hacia abajo y alzó los hombros— Me estoy haciendo muy buena amiga de él, quiero decir...
—O una buena manipuladora, también —espetó Santino.
—Oigan a este, dizque una manipuladora —dijo Gevani entre risas.
—¿Estoy equivocado? —Santino alzó la cabeza, la expresión de indignación, y miró a los ojos a Gevani—. Hace menos de dos días que Martina se hizo amiga de ese chino, y ahora este le anda diciendo información confidencial como si fueran chismes de vecinas. Si no es ser manipuladora, ¿entonces que vendría siendo?
—Oh, venga ya, ¡Santino! —exclamó Kenia, rodeando los hombros de Martina con un brazo— Mi bebé sería incapaz de hacer eso. Además, ni Mateo ni yo le enseñamos esos métodos. Jamás. Ni en broma.
—Exacto —afirmó Ricardo, señalando con un tenedor en la mano—. Es natural lo que hace ella con ese muchacho. Incluso sin haber tenido nunca amigos, su labia es maravillosa. Tiene endulzado los oídos de ese chico.
—Ok... —Santino alzó las manos en gesto de rendición— Entonces digamos, al menos, que ella lo está "persuadiendo". ¿Les parece? ¿Persuadir?
—Vale, esa palabra me gusta más —dijo Kenia.
—Especialmente si lo está persuadiendo para que él y el otro sean nuestros aliados —prosiguió Santino. Todos intercambiaron miradas y asintieron con la cabeza—. Tal y como dice Mateo. Necesitamos aliados más fuertes para nuestros enemigos, como los necesitamos para enfrentarnos a Jahat.
—Y con nuestra primera aliada fuerte aquí —dijo Martina, tornando la mirada hacia Thrud. Le sonrió—. Nuestra Superman que cayó del cielo.
—Yo digo que hagamos un brindis por ella —sugirió Gevani, agarrando una botella a la cual aún le quedaba algo de mate. Todos, excepto Mateo, se pusieron de pie y ofrecieron sus vasos. Uno a uno los fue Gevani rellenando con mate.
—Oh, por favor, no hace falta —balbuceó Thrud, agitando la mano.
—¡Venga, Mateo! Ofrece esa copa —lo animó Ricardo, dándole una palmada en el hombro.
Mateo Torres apretó los labios, suspiró y se puso de pie con vaso en mano, ocultando sus preocupaciones con una sonrisa. Gevani posó la botella sobre su vaso y la llenó de mate. Todos estiraron sus brazos y alinearon sus recipientes al centro de la mesa. La música de Michael Jackson se apagó cuando Gevani le ordenó a Psifia que la desactivara. El silencio reinó por unos segundos. Adoil Gevani miró los rostros de su alrededor y recitó:
—Yo brindo por nuestra buena suerte. Que después de la tragedia de haber perdido a Gauchito Gil, el destino nos recompensara nuestro esfuerzo de sobrevivir con una extraordinaria mujer. Una mujer divina que nos salvó el pellejo, y que, de no ser por ella, no estaríamos bajo el protectorado de los Siprokroski, sino en cambio en algún calabozo.
Mateo miró de soslayo a Thrud, y se sorprendió al ver a esta devolverle la mirada. Apretó los labios y desvió la mirada hacia Gevani de nuevo.
—Brindo entonces no solo por nuestra buena suerte —prosiguió Gevani—, sino también por la integridad y el poderío de ella. Brindo por lo que ella nos puede aportar como grupo, y brindo por su vida y por la de todos aquí. ¡Brindo por todas estas personas que derrochan simpatía!
—¡Brindo por los que vuelven con las luces de otro día! —prosiguió Ricardo en el mismo cantico que él.
—¡Brindo porque recuerdo tu cuerpo, pero olvidé tu cara! —le siguió Kenia.
—¡Brindo por lo que tuve porque ya no tengo nada! —cantaron todos al mismo tiempo, incluido Santino que terminó fue susurrando la letra, pero con las mismas energías que ellos.
Todos celebraron entre gritos regocijantes y culminaron el brindis entrechocando sus cristalinas copas.
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Caía el mediodía. El Estigma de Lucífugo, siempre en sus más altos cenit, resplandecía en lo alto del firmamento: El cielo estaba algo despejado de nubarrones, aunque se podía olisquear los aromas de una inminente lluvia. Mateo Torres tomó asiento en una de las bancas que constituían las gradas de los humanos. Era el mismo lugar donde detuvo una riña entre un superhumano y un demonio.
Dio un suspiro cansado y se quedó viendo la inmensa arena. Entrelazó sus manos y apretó los labios al pensar en las últimas veinte batallas que se dieron. Le hizo pensar en lo poderosos que eran los superhumanos, en especial ese Alexei Sokolov, del que Adoil y Ricardo no paraban de hablar de sus proezas. Flechazos de pensamientos funestos se clavaron en su cabeza. Mateo se miró los brazos, el torso, las piernas, el cuerpo completo... "Enclenque", era la palabra que más se le advenía a la cabeza.
—¿Papi?
Mateo giró la cabeza. Vio a Martina Park de pie, frente a él, el semblante nervioso. Le hizo una seña con la mano para que se sentara a su lado. La adolescente tomó asiento y se arrejunto con él. Ambos se quedaron viendo la vacía arena de combate, siendo reparada de sus extensivas por máquinas automatizadas que concretizaban y apelmazaban el material del suelo.
—Tu madre me contó que te has hecho muy buen amigo de ese chico —dijo Mateo tras varios segundos en silencio—. He de decirlo, pinchechita. Me enorgullece de que finalmente tengas a alguien a quien llamar "buen amigo". O incluso "mejor amigo".
—Sí, sí... —Martina sonrió de los nervios. Se ruborizó—. Gracias a Dios que existen esos Portavoces. Si no, habría sido imposible entenderle una sola palabra.
—Dame las gracias por haber convencido a tu madre de dejarte con ellos —Mateo se llevó un dedo a la sien—. Nada más ver a ese muchacho, me dije: "Oh, sí. Mi niña se va a hacer amigo de él".
—Creo que era inevitable que eso pasara. Es el único de mi edad en todo este sitio. El resto son adultos.
—Y muy peleoneros —Mateo se masajeó el mentón. Volvió a quedarse callado. Se encogió de hombros.
Martina sintió una tensión entre ella y su padre que le hizo tensar los hombros.
—¿Ha-hay algo que te esté molestando, papi? —se atrevió a preguntar luego de acumular mucho coraje.
Mateo hizo pucheros y apretó los labios en un intento inútil por desfasar los sentimientos que salían a flote en sus expresiones. Agachó la cabeza y volvió a suspirar.
—Veinte años actuando como el Batman para estas tierras, mi niña —dijo. La miró de soslayo—. Jamás pensé que me sucedería como a él de ir a enfrentarme a un Darkseid.
—¿Ah...? —Martina frunció el ceño— ¿Cómo así?
—Thrud. El Torneo del Ragnarök. El Dios Egipcio "Seth". ¿Te suenan ahora?
Martina quedó boquiabierta y asintió con la cabeza. El darse cuenta ahora de lo que le sucedía la hizo sentirse extrañamente culpable. Mateo volvió a fijar su vista en la arena de combate.
—En este sitio —afirmó, señalando el lugar extendiendo las manos—, acabábamos de ver como pelean individuos con poderes extravagantes. Que si Alexei con sus conductores, que si Randall con su manipulación de tierra, que si Solomankhin con su capacidad de volar a altas velocidades, que si Yurkov y si capacidad de disparar sus pistolas de forma infinita...
Martina se quedó callada, escuchando con los ojos ensanchados, dándose cuenta de lo feo que su padre se estaba ninguneando a sí mismo.
—Eso sin mencionar que con tener ese Gen tienen ya capacidades sobrehumanas de base —prosiguió Mateo—. Que si super fuerza, super velocidad, super regeneración, super vista, mejor capacidad de soportar enfermedades... De seguro a los hombres la poronga hasta de seguro de seguro les crece tres centímetros más.
—Pa... —murmuró Martina, sintiéndose incapaz de detener su autoflagelo.
—¿Y qué es lo que tengo yo? —continuó Mateo, ignorándola— Según Thrud, dijo que tengo mi "brillante cabeza". Dizque soy un gran estratega. Sí, claro. ¿Se me olvidó mencionarte que el Gen Superhumano ese también les incrementa la capacidad craneal a los superhumanos? O sea... —sonrió y carcajeó, irascible— Qué mamada es esa, ¿verdad, Martina?
—Papá, por favor, para.
—Yo me pregunto qué clase de proceso mental hizo Thrud para pensar que yo sería el candidato perfecto para enfrentarme a una deidad. A mí. A un enclenque —la respiración de Mateo comenzó a alterarse, los ojos parpadeando varias veces, como sufriendo un ataque de pánico—. Allá afuera hay personas que son mucho mejores que yo, y que tienen historias más interesantes que yo, y que... y que tuvieron hazañas más impresionantes e importantes que las mías. ¿Qué tengo yo, ah? ¿Qué tengo yo? No soy más que un simple humano.
El silenció se acomodó entre ambos, permitiendo pulular una incómoda e insoportable ambientación en que padre e hija ni si quiera se dirigieron la mirada. Martina se quedó viendo sus manos, apoyadas en su regazo, jugueteándolas de forma nerviosa. Mateo comenzó a sentirse ahogado por la presión que él mismo creo con su rabieta infantil. La decepción hacía sí mismo lo agravió. Le hizo morderse el labio, acelerar el pulso de su corazón, y sentirse profundamente arrepentido.
—Martina, yo... —farfulló. No tuvo ni siquiera el valor de mirarla a los ojos— Perdón. Yo no quise...
—No necesitas tener superpoderes, papá.
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|◁ II ▷|
Las palabras de Martina relampaguearon contra sus oídos. Quedó boquiabierto, anonadado. Alzó la cabeza y miró a Martina a los ojos. Su hija estaba aguantando el estallido de lágrimas. Se le notaba en sus ojos lagrimosos.
—¿Martina? —balbuceó Mateo.
—Tú no necesitas tener ningún Gen, ninguna magia, para ser el elegido —profirió Martina con vehemencia. Se limpió los ojos con la mano, justo cuando las lágrimas caían—. Es más... ¿Quién dijo que necesitas ser un "elegido" para hacer lo que siempre has hecho, que es luchar por la justicia? —Mateo quedó sin aliento ni palabras para responder— Thrud... ella vio algo en ti, papá. Ella incluso me lo dijo en uno de mis entrenamientos. Me dijo que vio lo mismo que yo veo en ti, todos los días. Veo las cualidades que te hacen ser lo que eres.
—¿Cualidades? —Mateo frunció el ceño.
—Sí. ¿Sabes por qué te considero como el mejor superhéroe que jamás vi? ¿Mejor que cualquier superhombre? No porque seas mi padre —Martina agarró una de las manos de Mateo. Estaba sudorosa. La pasión emotiva con la que hablaba era inconcebible para Mateo—. Tú tienes proeza física, intelecto, determinación, pero sobre todo tienes algo que muchos hoy en día no tienen. Tienes... —Martina hizo una breve pausa para controlar las lágrimas— Tienes integridad.
—¿Integridad? —murmuró Mateo, como si la palabra le fuese desconocida.
—Sí. Por más que digas que los peleadores de este torneo sean más poderosos que tú, o tengan hazañas más importantes, para mí... todo eso... palidece, ante tu integridad. Tu integridad en no matar de forma indiscriminada, cuando vez humanidad. Tu integridad en ver redención en las personas. Papá, tú... —Martina agarró a su padre de las mejillas y lo miró directo a los ojos— Tú eres incorruptible. ¿Y sabes qué me hace decir eso? El hecho que me tuviste a tan corta edad, y aún teniendo una infancia muy... muy oscura... Tú me cuidaste. Permaneciste al lado de mi mamá, ¡y me cuidaste!
—Incorruptible... —los ojos azules de Mateo restallaron de resolución. Sintió como, en una muy rápida visión, todos los traumas de su niñez y todos los momentos difíciles de su vida adulta eran traídos de vuelta a su mente, reviviendo las cosas más calamitosas. Cosas que debieron de haberlo cambiado para mal. Pero no fue así... Él se mantuvo fiel a sí mismo.
—Ningún villano, así sea un dios, podría corromper tu alma —prosiguió Martina con la misma pasión— Ningún villano podría compararse a tu intelecto de resolver conflictos con estrategias que evitan el combate directo. Ningún villano podría romper tu espíritu, porque tu osadía es más grande. Y hasta un dios temería al ver que, siendo tú un simple "humano", luchas en combate cercano sin temor alguno —las lágrimas cayeron por las mejillas de Martina, y los sollozos salieron por fin a mansalva—. Eso fue lo que Thrud vio en ti, papá. Por eso eres un Legendarium Einhenjer. Porque eres el mejor de los humanos.
Como un rayo de luz solar que inunda una caverna que llevase tiempo sin ser irradiado, la mente de Mateo Torres salió de la lucides irresoluta en la que había estado desde que despertó del MRU. Se pasó una mano por el cabello. Los ojos se le pusieron llorosos. Los labios se encorvaron en una sonrisa de oreja a oreja. Miró fijamente a su hija, y le dedicó una carcajada de alivio.
—¡Martina! —exclamó, y la estrechó en un fuerte abrazo de oso que la sorprendió— Martina... Gracias...
Los largos apéndices de la muchacha retemblaron, y sus mejillas se ruborizaron. Correspondió al abrazo, aferrándose a su padre con las mismas ganas que él. Mateo le revolvió el pelo. Martina le acarició la cabeza con sus audífonos. Ambos se agradecieron mutuamente por medio de sollozos y caricias.
Y, en la lejanía, cerca de uno de los umbrales que dan entrada a las salas interinas, una sonriente Thrud Thorsdottir se limpiaba la lágrima de su ojo con una veloz mano. <<Finalmente ya lo estás entendiendo>>.
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https://youtu.be/UZ-v26omZBw
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
A lo lejos se pudo oír el renacer motorizado de los rugidos del público, así como la muy potente voz de Agatha Siprokroski, incrementada gracias a los poderosos parlantes. La vehemencia con la que anunció el comienzo de las rondas entre superhumanos y Caballeros Demonios produjo una cadena de chillidos de vitoreos y oleadas de aplausos resonaron por toda la vasta llanura que rodeaba el Coliseo Pandemónico.
Para el pequeño grupo de cinco terroristas que se hallaban atestados en la ladera del monte, todos aquellos ruidos lejanos perdían fuerza y palidecían ante los incesantes gruñidos de carácter demoniaco que emitían el encapuchado negro que se hallaba de pie en el pico más alto del montículo. Aunque en susurros, sus quejidos eran tan guturales que producía el mágico efecto de enmudecer el clamor de la batalla de la primera ronda del Coliseo Pandemonico, para solo escucharse su rasposa voz recitando una oscura poesía:
—En la calma del océano infinito, su furia se esconde. El viento susurra secretos que el cristal responde. Enterrado bajo intemperie, su hechizo se oculta. Su poder fue sellado, y el anciano es su culpa.
El encapuchado de negro recitaba de cuando en cuando en la cima del montículo, cual profeta que le rezara periódicamente a algún ser sellado en la planicie. Aunque para oídos tanto de Luriana como de Elira, sonaba más a estribillos de carácter eclesiástico con el que proveer la buena suerte. De las pocas veces que el jefe, el líder de esa banda terrorista, participaba en misiones junto con ellos, siempre llevaba a cabo la oratoria de algún verso litúrgico de su libro negro.
Por eso, Luriana y Elira lo consideraban ya un acto devocional de su jefe. Aunque esotérico, traía un extraño y confort seguro para la peligrosamente atolondrada misión que llevarían a cabo. Una de las más comprometidas, en extensión de los obstáculos que obstruirían su recorrido dentro del Coliseo Pandemonico hasta la Espada de Malthus. Pero para Elseid, Antígono y Berisha, más que ser una bendición de la buena suerte lo que recitaba los canticos de su maestro, eran maldiciones. Delirantes maldiciones.
Maldiciones que, afortunadamente, no iba dirigida hacia ellos.
—¡Attaboy, listo! —exclamó Berisha, terminando de configurar el altar digital de la bomba PEM y cerrando la pantalla holográfica con un batir de mano. Se reincorporó de un salto, brincando como un duende que descubriera oro— La Bomba Hoxha está lista.
—Ugh... —Antígono puso una cara de asco mezclado con temor, sus ojos fijos en el altar tecnológico que empezaba a formar pequeños pilares de luces celestes a su alrededor— Me da escalofríos de solo verlo. ¿Estamos seguro que el pulso no nos afectara a nosotros de alguna forma?
—Vamos a llevar a cabo es un ataque cibernético, no uno químico —dijo Berisha, encaminándose hasta él y dándole una fuerte palmada en el hombro—. De lo "químico" se encargarán tú y Elseid.
—La pequeña gorila tiene razón, Antígono —reconoció Elseid, rascándose la nariz y la barbilla—. Además del jefe, tú y yo seremos los que carguemos con gran parte de la misión. Ya lo indicó él: nosotros nos encargamos de llamar la mayor atención posible, mientras que Luriana, Elisa y la pequeña gorila van en busca de la espadita esa.
—Dime pequeña gorila una vez más —maldijo Berisha, señalándolo con un dedo grueso prostético—, y te meto cinco gigabites de pornografía en esa cabeza hueca digital hasta que se te frían los electrodos.
—Solo si conocieras mis más oscuros fetiches —Elseid se cruzó de brazos y ladeó la cabeza.
—Para ser honesta —dijo Elira—, esta es como la quinta vez que Elseid le pone un nuevo apodo. Me pregunto cuánto más se lo aguantará Berisha.
—Que se aguante a insoportables como esos dos es una hazaña de admirar —admitió Luriana, el dedo sobre su mejilla—. Yo no los habría soportado.
—¡Tú! —Berisha agarró a Antígono de la solapa de su uniforme militar y lo empujó hacia delante— ¡Ve hacia el jefe! ¡Dile que ya está listo el Hoxha!
Antígono Bardhyll se guardó sus protestas por el brusco empuje y ascendió la colina hasta la cima. Una vez estuvo al lado del encapuchado, sintió una gélida brisa soplar contra él, revolviéndole el cabello blanco. En la distancia, pudo oír una cadena de clamores vehementes provenir del multitudinario público del Coliseo Pandemónico. Los vientos soplaron con más fuerza. Miró hacia el firmamento. No había rastros de nubarrones, ni siquiera en el lejano horizonte.
—Jefe —dijo Antígono—, la Bomba Hoxha está lista. ¿Llevamos a cabo el plan de asalto ya o...?
—No —la abrupta y seca respuesta del encapuchado lo tomó por sorpresa—. No es la hora aún.
—¿No es la hora? —Antígono frunció el ceño. Miró de reojo el coliseo— ¿Entonces cuándo es la hora?
—Los brutos están disfrutando de las peleas —explicó el encapuchado—, pero después de regresar de su descanso. Están muy energéticos ahora mismo. Dejemos que el tiempo pase. Que se acomoden lo suficiente a las rondas. En especial Maddiux y Agatha. Una vez estén demasiado distraídos como para no tener noción del tiempo, atacaremos.
A la mención de aquellos dos nombres, Antígono apretó los labios, el rostro pensativo y consternado.
—¿Sabe, Jefe? —dijo— Con la no adición de Blerian a la misión (a saber qué clase de trabajo estará haciendo ahora), creo que nuestra misión sería menos comprometedora de haber traído a nuestras brigadas de nuestros Superhumanos más poderosos.
—¿Y malgastar la vida de los valiosos hombres que ahora mismo están agotados de las batallas campales de Albania? —el encapuchado negó con la cabeza— Confía en mí, Antígono. Nosotros somos más que suficientes.
—Con todo respeto, Jefe, es de Maddiux y Agatha de quienes estamos hablando. Dos de los Superhumanos más poderosos que hubiera parido la madre tierra. Uno domina... quién sabe cuántos poderes locos, y la otra es una manipuladora de la realidad. Al menos de lo que hemos recabado de ella.
—Lo sé, Antígono. Sé contra quienes vamos a lidiar. Pero aquí el factor sorpresa está... —se dio la vuelta, y Antígono recibió un golpetazo de escalofríos en todo el cuerpo al verse cara a cara con los llameantes ojos color azul fatuo del encapuchado. Aquello era lo único que se podía ver en su penumbra, y fue más que suficiente para hacerle ver a Antígono que el Jefe estaba hablando muy en serio.
Antígono asintió con la cabeza, pero antes que ser inundado por el miedo, recibió la transmisión de poderío que su Jefe le dio con aquellas gélidas palabras.
—Yo les indicaré cuando atacar —el encapuchado se volvió hacia el coliseo, y extrajo de nuevo su libro de debajo de su túnica—. Avísales a los demás.
Antígono asintió con la cabeza y se retiró. El encapuchado abrió su libro negro ocultista, y comenzó a recitar nuevos versículos del mismo, reanimando la elocuencia maldita hacia el Coliseo Pandemónico.
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Para sorpresa de los Giles de la Gauchada y los espadachines nipones, la sucesoria cadena de rondas entre superhumanos y Caballeros Demonios pasó más rápido que las rondas preliminares contra los Kaijus. Aunque los combates eran mucho más extensos, en los que cada contendiente empleaba sus habilidades más poderosas y sus estrategias más creativas, todo con tal de derribar su oponente al punto de noquearlos (se ganaban las rondas con nocauts o cuando un contrincante no se levantaba del suelo a los diez segundos), los Giles y los espadachines se hallaron a sí mismos disfrutando de las rondas al igual que el público. Y aquel divertimento hacía que el tiempo pasará mucho más rápido.
Ricardo y Adoil, amoldados en la sala de ciberseguridad, disfrutaban de las primeras rondas con pochoclos y mate, apostando guitas ya sea hacia un mismo combatiente o a distintos, haciendo de esto apuestas ociosas en las que alguno acababa gruñendo o gritando de la exasperación de ver a su luchador perder.
Lo mismo realizaban Martina Park y Ryouma Gensai, ahora establecidos en los peristilos más cercanos a las graderías para resguardar las salidas superiores junto con Hattori Hanzo, Thrud Thorsdottir, Santino Flores y el resto de los guardas del coliseo. Mientras que Hattori y Santino no tenían ningún tipo de interés en ver las peleas, Martina y Ryouma (y más tarde la propia Thrud) llevaban a cabo juegos físicos (motivados por la enmarcación de Thrud al querer unírseles diciendo que ya estaba aburrida de andar caminando de lado a lado) en los que apostaban por la victoria de algún peleador. Si el peleador por el que apostaban perdían, entonces Thrud (quien hacía de terciaria) les descargaba choques eléctricos que los hacía chillar del dolor y desternillarse de la risa.
Santino se vio interesado por la magna presencia taciturna de Hattori. Era la primera vez que él se sentía contrariado por la presencia de alguien más. La única vez que le dirigió una palabra (con el Portavoz puesto), fue para preguntarle en un robótico japonés:
—Si te dieran la oportunidad de participar en esas peleas, ¿lo harías?
Hattori se limitó a responder con un gruñido quedo:
—Mhmmm...
—Bien —masculló Santino, para volverse hacia otro lado y no volverle a hablar jamás.
Masayoshi y Kenia, reorganizados para estar juntos en la vigilancia de una misma sección de gradería, observaban atentamente los combates. Pero más que prestarles atención a las rondas, lanzaban miradas periféricas para determinar alguna zona de las gradas donde estallaría alguna riña. Por lo general eran las zonas limítrofes que delimitaban a las graderías humanas con las de los demonios, donde también concentraron la mayor presencia de guardas con tal de mantener el orden en ellas. Ni Masayoshi ni Kenia despegaban sus manos de sus respectivas armas, ni tampoco dejaban de otear con miradas escudriñantes cada zona de gradería donde había una reacción en cadena de hinchas que vitoreaba alguna hazaña de su peleador.
El Merodeador de la Noche presentía una extraña corazonada. Con el pasar de las rondas, cada que algún superhumano o Caballero Demonio perdía su ronda, se alzaba una matriz de emociones mixtas en el público. Vitoreos, gritos de abucheos denunciando algún tipo de trampa o deshonor, pero muy rara vez se producía alguna riña que era rápidamente manejado por él y Kenia, o por Thrud y Santino, quienes se hallaban en el extremo opuesto graderías. Eso debió de servirle para relajarse, pero en cambio eso lo puso un poco más inquieto.
Su desazón era especialmente turbia en cuenta que, desde la posición en la que se hallaba, veía el podio expuesto en el que se hallaba Maddiux Siprokroski y todo su séquito (entre ellos Adam Smith). Notaba ceñas de preocupación en el rostro del superhumano ruso. ¿De algo habría sabido recientemente como para poner aquella expresión? No tuvo tiempo de pensarlo mucho antes de que Kenia le advirtiera de una nueva y violenta riña que estaba gestándose luego de que un Caballero Demonio derrotara a un Superhumano quemándole todo el cuerpo con un tornado de fuego.
—He de decirlo, Maddiux —comentó Yuri, observando a lo lejos como Masayoshi y Kenia atacaban y separaban la riña al unísono, separando a los hinchas y mediando entre ellos con violentos golpes y amenazas para que se devolvieran a sus puestos—, estos sujetos tienen un manejo del control de daños muy eficiente. Tanto como el de los guardaespaldas de Smith. Me deja anonadado ver como se manejan contra superhumanos que fácilmente podrían aplastarles la cabeza sino tuvieran cuidado.
—Y ahí se halla la gracia de este grupo —admitió Adam, las gafas reflejando luz y ocultando sus ojos—. Con o sin gen, el ser humano, con adrenalina y capacidad moral fuerte, es capaz de hacer tareas que uno consideraría sobrehumanas. Para lo que ustedes, sería cotidiano, para ellos es un desafío que pone en peligros sus vidas. Y los hace más unidos.
—Gracias a ese control que han mantenido, se han recolectado mucho dinero de apuestas —dijo Yuri—. Sumado con lo recolectado de las tarifas de entrada y demás, sería suficiente para solventar el problema de las arcas, ¿no, Smith?
—Sí... yo diría que sí —la respuesta de Smith no fue del todo contundente. Su mirada estaba atenta a otra zona del coliseo antes que la arena en sí.
Yuri le alzó una ceja, pero lo ignoró. Se volvió hacia Maddiux.
—Ya se acerca el combate de Alexei contra ese tal Deomar, Maddiux. La primera de las dos que tiene que superar para llegar a Yatsumi. El muchacho debe estar más que preparado.
Maddiux se quedó callado, la mirada consternada y pensativa. Su mente andaba en otro plano de tiempo, divagando hacia el pasado, hacia una hora antes de que comenzaran la primera tanda de rondas.
A media hora de comenzar la primera tanda de rondas, Maddiux había dado una visita a los aposentos de Alexei para dedicarle un tiempo libre para decirle palabras motivadoras. Pero al entrar a su habitación, se topó a un Alexei sentado en el borde de la cama, los puños apretados sobre sus rodillas, los dientes chirriando, la frente perlada de sudor y la alterada mirada fija en sus agitados pies. El Rey del Parkour reparó en él, y su expresión pasó a ser una de sorprendida.
—¿Qué te sucede? —farfulló Maddiux, yendo apurado a tomar una silla de la habitación y sentarse frente a él.
Luego de unos momentos para tranquilizarse con una rutina de respiración, Alexei no tuvo pelos en la lengua en decirle que temía el combate contra Yatsumi. No se dejó nada de lado: le explicó que fue a darle una visita a su oponente, a dejarle en claro que no habría remordimientos si él ganaba, y que todo se mantendría en el respeto y el honor. Le explicó a detalle la sulfurante sensación que le imprimió Yatsumi sobre su cuerpo, exudando un aura tan hostil y tan opresiva, producto de la magia "Seishin" que les dijo los mercenarios de oriente, que llegó a compararla con la misma aura asfixiante de Shadoura, el Jinete de la Guerra de Mthovers.
—No exageres —le espetó Maddiux, palmeándole el hombro— ¿Comparas a un Jinete del Apocalipsis con un Caballero Demonio?
—No exagero y te lo aseguro, Maddiux —insistió Alexei, los ojos como platos—. Ya no es cuestión de que si le gane o no. Mi temor es que me deje al borde de la muerte. Él mismo me amenazó con matarme.
—Alexei, mírame —Alexei cruzó miradas con Maddiux, topándose con una mirada penetrante y aseverada. Maddiux le posó un grueso dedo sobre su hombro—. Tú eres uno de los superhumanos más creativos que haya conocido nunca. Tu creatividad y perspicacia te han permitido valerte por ti mismo en combates tan peligrosos, incluido contra el de Shadoura.
—Esos nipones me dijeron que sin "defensas Seishin", entonces Yatsumi podría matarme con solo ponerse a mi puto lado.
—Vale —Maddiux posó una mano sobre su hombro y lo apretó—. Puede que ese tipo tenga eso que llamas "Seishin". Pero, ¿sabes qué tienes tú, mi amigo? Genezis Supernema. Y te voy a recordar un refrán que, incluso en este mundo nuevo, sigue teniendo peso: "Entre más creativo sea un Superhumano con sus poderes, más mortífero se volverá en la batalla".
—Ah... —Alexei apretó los labios, lo miró a los ojos y asintió con la cabeza. Tardó varios segundos en responder; tiempo en que caviló. Al responder, lo hizo con severidad— Muy bien, Maddiux. Demostraré mi destreza perdida.
Y Alexei Sokolov terminó demostrando esa ágil destreza al dominar a Deomar en el campo de batalla eludiendo sus disparos de espinas escarlatas (un ataque muy similar al del hipopótamo Kaiju), desviando sus zarpazos con paneles neón que sirvieron como superficies planas deslizantes, y hostigándolo con multiples disparos de proyectiles de sus Conductores entremezclados. Deomar resistió como pudo a la interminable cadencia de ataques de Alexei, pero llegó a su limite cuando recibió de lleno un puñetazo de concreto de su enemigo, acompañado por un veloz impulso de sus alas digitales, lo que lo tiró al suelo y lo dejó noqueado.
Agatha apareció del cielo tras un vortice de sangre. Contó hasta diez, y Deomar no se levantó. La réferi proclamó con un vigoroso grito la victoria de Alexei Sokolov. El coliseo estalló en aplausos.
Alexei dirigió una mirada hacia el estrado al descubierto. Alzó un brazo con su puño cerrado y sonrió. Desde su sillón, Maddiux, aplaudiendo y sonriendo, le respondió asintiendo con la cabeza y con un silbido admirador.
—Ya está empezando a creer en sí mismo —comentó Yuri, aplaudiendo y carcajeando.
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Las graderías de los humanos se envalentonaron de la confianza tras dos victorias consecutivas. Se estaban emborrachando con tantas ganancias. Provocaban sin reparo alguno a los demonios, pero llegados a cierto punto, estos dejaron de dejarse llevar por sus provocaciones. Esto porque, asi como ellos tenían a Alexei como su haz, ellos también resguardaban su arma secreta para la ocasión en que saliera a relucir.
Y salió a relucir tan rápido que ni siquiera dejó tomar un respiro al público para vitorear.
Zhiren Lara, una superhumana musculosa con su cuerpo totalmente tatuado, y de unos palmos más alta que su contrincante, se abalanzó como un rinoceronte enfadado. Su habilidad de lectura de aura le permitió leer el poder que poseía: aunque no supo determinar qué clase de magia era, leyó lo suficiente para determinar sus siguientes movimientos. Disparó dos ondas de choque psionica de sus manos, destruyendo el suelo a su alrededor y no permitiéndole escapar de su mayor ataque: un martillo de luz, el doble de su tamaño, que creó con su mente.
Arremetió contra Yatsumi, pero hubo un brusco cambio de dirección en su ataque. De repente, su lectura de aura se alteró al recibir una inclemente descarga de energías negativas provenir del hostil Seishin de Yatsumi. El martillazo acabó golpeando el suelo, a unos metros separados del Yokai. Zhiren Lara sintió que la invadía un terror sin precedentes. Alzó la cabeza, y quedó petrificada del horror al cruzar miradas con el fulgor carmesí del resquicio del yelmo de su rival. Su rostro empedernido pasó a ser una mueca de aterrada.
Yatsumi Sorozon llevó una mano a la empuñadura y se convirtió en un pasmo de luz que atravesó a la superhumana. Reapareció varios metros lejos de ella, enfundando con saña sable de regreso a su vaina. Un segundo después, la larga melena negra de Zhiren comenzó a caerse a pedazos hasta dejarla calva. Después, sus dedos, hasta dejar solamente muñones sangrantes. Los ojos de Zhiren se tornaron blancos, y la superhumana cayó al suelo, noqueada, más no muerta.
La réferi proclamó la victoria para los demonios, pero incluso estos quedaron pasmados al ver lo rápido que terminó. Era como si Yatsumi estuviera apurado en ganar todas las rondas, como si quisiera conseguir su trofeo lo más rápido posible... O, quizás, estaba demostrando la superioridad de los demonios sobre los superhumanos, como pensaban Maddiux, Yuri y Alexei.
Pero todos ellos podrían estar equivocados. Puesto que Hattori y Ryouma tenían la certeza, más que clara, del por qué este yokai se encontraba aquí.
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Sala de Ciberseguridad
Ricardo Díaz regresó a la estancia con dos vasos en cada mano. Adoil tiró el periódico en papel sobre la mesa y se paró de su silla, sonriente y carcajeante, recibiendo con gusto uno de los vasos. Bebió un sorbo del café capuchino.
—¡Madonna! —farfulló Gevani— Aunque es café ruso, sabe a italiano. Hacen magia estos tipos de los kioscos.
—Yo te dije que te terminaría gustando —dijo Ricardo, bebiendo un sorbo de su vaso también. Miró una de las pantallas digitales. Frunció el ceño y señaló con un ademán de cabeza— ¿Por cuál ronda van?
—Ya vamos por la primera ronda de la segunda tanda.
—¿Tan rápido? —Ricardo se miró el reloj de su muñeca.
—Ha pasado una hora y media desde la primera ronda.
—Yo sentí que apenas pasaron media hora. Dios —Ricardo se bebió otro sorbo y tomó asiento—. Que cápsula del tiempo más rara que es este coliseo —fijó su mirada en los periódicos. Frunció aún más el ceño—. ¿Otra vez leyendo gacetas en papel?
—Mejor que en el celular —Gevani se sentó también, al otro lado de la mesa—. Al menos en los periódicos no me embuten cientos de anuncios.
—¿Cuándo vas a poner un software para bloquear anuncios, Gevani?
—Nunca. Además —Gevani golpeteó con un dedo el periódico y sonrió, sardónico—, me gusta más leer en papel. Es por eso que tampoco me ves con un libro digital.
—Tú y tus tradicionalismos —Ricardo dejó el vaso, agarró el periódico y empezó a leer la misma columna que andaba leyendo Adoil.
—Nuevas noticias sobre los disturbios en Albania —dijo Gevani, reclinándose sobre el sillón—. Dicen que hubo o hay una especie de golpe de estado por parte de los paramilitares apoyados por los anarcosindicalistas.
—Un nuevo gobierno derrocado. Si tuviera una moneda por ver cuántas veces ha sucedido esto, tendría en total unas tres, incluyendo está.
—Anarcosindicalistas... —Gevani ladeó la cabeza— No sé de qué va eso exactamente, pero a mi me suena a comunismo, como el de Tankov.
—Oh, guau —murmuró Ricardo al pasar página y leer otro titular— ¿Atrincheramiento de campamentos paramilitares de Serbia y Albania en territorio Kosovano? Están reclamando tierras que según ellos les pertenecen —hubo silencio. Gevani bebió un sorbo largo de su capuchino. Ricardo ensanchó los ojos y asintió con la cabeza— La casa electoral de Cherbogrado acaba de anunciar a Dimitry Siprokroski como ganador de la primera vuelta electoral, con un 61,6% de los votos.
—¡Vamos allá, Dimitry! —Gevani aplaudió y sonrió de oreja a oreja— Ese dineral que le dio Smith le suplió bastante.
—Aún queda la segunda vuelta electoral —Ricardo dejó a un lado el periódico y agarró su vaso—. Pero Dimitry la va a ganar, sí o sí.
—Me he mantenido al día con su campaña política. El tipo es un hombre de oratoria y de honestidad hacia el pueblo. Algo que poco se ve en la política con tanto corrupto.
—Aunque Tankov no se quedó atrás —advirtió Ricardo—. Él se llevó el 38.4% de los votos. El forro este va en acenso.
—Nada que él haga va a detener a Dimitry —Gevani negó con un dedo—. Puede que haya algunos detallitos que no me gusten de él, pero él es... como el "elegido", si se puede decir, para que mantenga la paz en las Provincias Unidas. Y si es posible hasta unificarlas todas. Aunque eso suene muy Yugoslavia.
—Quien quite que se marque un Mariscal Tito con eso.
Y sin que ninguno de los dos se haya dado cuenta, una de las pantallas holográficas de la habitación sufrió una muy breve estática. La pantalla mostraba una de las salas interinas del coliseo, con un guardia haciendo vigía. La estática desapareció... y el guarda también.
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https://youtu.be/Q1uzt26e8fU
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Las tres primeras rondas de la segunda tanda se sucedieron con victorias y derrotas, acabádnose tan veloces como empezaron. Y con cada una que iba pasando, Alexei Sokolov sentía la presión de su pecho indicándole que se acercaba su ronda contra su juramentado rival. Era la cuarta ronda a la que iba a ir con toda contra Yatsumi Sorozon. Aunque sectores de su mente le decía que estaba poco preparado, que había entrenado demasiado poco sus habilidades para lo que sería la primera batalla sangrienta que tendría en este nuevo mundo, la otra parte testaruda de su cerebro hacía fluir la emoción necesaria para sentirse igual de listoq que se sintió en su batalla final contra Shadoura.
Al término de la tercera ronda, culminando con una victoria del bando demoniaco, Agatha Siprokroski comenzó a anunciar la apertura de la tan esperada cuarta ronda. En su discurso, hizo un breve comentario sarcástico respecto al número cuatro, asociando la palabra japonesa "Shin" con el filo de la muerte que se vendría en esta pelea, anunciada por muchos del público que sabían de antemano la tabla de rondas, y sabían que era inminente una batalla entre Alexei Sokolov y Yatsumi Sorozon.
Una batalla entre los favoritos del público. Las armas secretas. Los haces bajo la manga. El superhumano más habilidoso contra el Caballero Demonio más peligroso y enervante. Con cada descripción de apodos y sobrenombres que daba Agatha, las graderías vibraban con más y más intensidad en inexpugnables palmoteos y alabamientos. Hubo, entre las gradas de los humanos, que empezaron a temer por Alexei. Rezos y dedicatorias de buena suerte tributaron para Alexei, algunos incluso invocando el nombre de Dazhbog, el Dios del Sol eslavo, para que la fuerza de este recaiga sobre él con tal de que pueda darle pelea al mortífero Yokai.
Los vehementes gritos de Agatha estaban acuciando el camino para la entrada de Alexei. Este últimos se hallaba de nuevo en el umbral. Luego de tomarse la Pildora Aschletio para curarse de los cortes sangrantes y recobrar sus energías, se sentía preparado para el nuevo asalto de nervios de fragor beligerante. Daba saltitos energizantes, se torcía el cuello y los brazos para tronarse los dedos, intercambiaba y mezclaba Conductores invocándolos en sus manos y revolviéndolos (optimizándolos de esta forma). Por último, se miró el tatuaje, y se ajusto la pulsera a su muñeca.
Justo cuando Agatha aulló su nombre, Alexei invocó alas digitales en su espalda y ondas de neón y humo en sus pies, y salió impulsado velozmente fuera de los hipogeos.
El público humano y superhumano aulló su nombre y aplaudió, su torbellino de ruido sordo llegando tal punto que la música rock de los parlantes era totalmente aislada. Todo el mundo, humano y demonio, vio como Alexei se deslizaba por el aire dando varios círculos a través de una tabla de surf hecha a partir de humo. El Rey del Parkour silbó y chilló como un skater que estuviera haciendo postureo de sus nuevas técnicas de saltos y voltereos. Se deslizó por el aire como si estuviera ondeando las olas, descendiendo en amplias espirales hasta alcanzar el nivel del suelo. Dio un salto, haciendo desaparecer la tabla de surf, y derrapó por el suelo evocando discos de concreto que amortiguaron su caída y lo hicieron patinar hasta quedar cerca del centro de la arena.
—¡¡¡Y FINALMENTE AQUÍ LO TENEMOS, SUPERHUMANOS Y DEMONIOS!!! —aulló Agatha, su brazo extendido hacia él— ¡EL REY DEL PARKOUR! ¡LISTO PARA DEMOSTRARNOS SU CREATIVO PODERÍO CONTRA EL TACITURNO YOKAI!
Alexei reparó en la silueta de Yatsumi lejos de él, al otro lado del centro de la arena. El Caballero Demonio tenía los brazos cruzados y la cabeza agachada; una pose claramente de desinterés absoluto, tanto por el torbellino de vitoreos y música a todo volumen, como por su presencia. Esto le hizo fruncir el ceño de la molestia. Si bien él a veces tomaba sus provocaciones como algo molesto, no había cosa que más le ponía irascible que un oponente que no lo quería tomar en serio.
En los circuitos de las gradas, Masayoshi Budo, Santino Flores, Kenia, Thrud Thorsdottir y Martina Park lo observaban todo desde lo alto. No tan lejos de ellos, a unos cinco pilares de distancia, Hattori Hanzo y Ryouma Gensai oteaban la tensada distancia que separaba a los dos contrincantes. Experimentados espadachines como eran ellos dos, podían sentir, a través de todo el ruido generado por la música rock y los gritos descontrolados de la audiencia, la densa atmósfera que Yatsumi ya empezaba a generar con su Seishin, invisible para todos en el coliseo, menos para ellos.
Lo que veían ambos nipones era una especie de ameba negra que expandía lentamente sus tentáculos alrededor de Yatsumi en una compleja barrera defensiva. Incluso a una marcadísima distancia como la que se encontraban ellos dos, Hattori y Ryouma podían sentir la escalada de hostilidad que exudaba aquella aura. Ryouma comenzó a sudar. Hattori apretó los labios; calculó que su rango extralimitante debía de abarcar la totalidad del coliseo, si así lo deseaba Yatsumi.
—¡VE CON TODA, ALEXEI! —chilló Martina, dando un pequeño saltito de la motivación.
—Le acabo de apostar a un grupito de demonios una suma de guita porque Alexei ganaría —masculló Thrud, mordiéndose una uña— ¡Será mejor que no se le dé por hacerse el klutz ahora!
—¿En serio apostaste guita? —gruñó Kenia, el ceño fruncido.
—Bueno, fue sobre todo idea de Santino.
—No sabía que ocultabas un lado ludópata —espetó Kenia, clavando sus ojos en él.
—Primera y última ocasión que haré esto, te lo aseguro —respondió Santino, arrogante, las manos en los bolsillos de su gabardina.
El Merodeador de la Noche calló. En su silencio, volvía a ser presa de la corazonada que llevaba sintiendo desde la primera tanda de rondas. Pero no era un maligno presagio de que Alexei perdería, o que recibiría una paliza hasta quedar al borde de la muerte. Confiaba plenamente en el superhumano tanto como se confiaba en sí mismo ahora. No supo determinar de dónde venía su corazonada, pero estaba allí, pinchándole su mente, advirtiéndole de algún peligro desconocido que estuviera por revelarse en cualquier instante.
Cerró los ojos. No ignoró aquella corazonada. En cambio, la abrazó con fuerza, de tal forma que forzó su mente a imaginarse escenarios imposibles que podrían suceder, planteándose multitudinarios planes que podría ejecutar en caso de que sucediera alguno de estos. Todos ellos compartían la misma característica, sin embargo: un posible asalto terrorista, mismo que sufrió Gauchito Gil en Serbia.
Eso le trajo la imagen del encapuchado pelinegro. La piel se le puso de gallina al recordarlo. La corazonada se atenazó y se hizo más fuerte cuando su mente, por inercia, asoció aquella aura hostil con la que emitía el Caballero Demonio. ¿Será que acaso...?
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9
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—¡PELEEN! —chilló Agatha, y acto seguido desapareció tras un vórtice de sangre en el cielo.
Alexei comenzó a dar pequeños saltos cual boxeador de artes marciales mixtas. No quitó su mirada de encima de Yatsumi. Aunque levemente, alcanzó a sentir la misma opresora presión que sintió venir de él cuando se conocieron en la parte más alta del coliseo. El apremio de aquella invisible barrera se volvía más y más ominosa, como un gas radioactivo que se esparciera por un lugar cerrado. Vio que Yatsumi seguía con la cabeza agachada, como teniendo la seguridad de que no se abalanzaría contra él directamente. Y tenía en parte razón: por más que lo intentaba, sus piernas no se impulsaban para atacar primero. Su mente las limitaba a dar saltitos de acá para allá, y a mantenerse en su zona de confort, lo más lejos posible de aquella barrera "Seishin".
<<Pero no puedo mantenerme así todo el rato>> Pensó Alexei, el sudor cayendo de su sien al tiempo que veía su derredor y vislumbraba al público humano murmurarse entre sí, preguntándose porque no atacaba con la misma cadencia que lo hizo en sus peleas anteriores. Algunos, ya hoscos de su impotencia, se paraban de sus puestos y a exigirle, entre gritos, que arremetiera de una vez. Alexei sacudió la cabeza, sacándose los sudores de encima. Apretó los dientes y maldijo su cuerpo por no querer reaccionar a atacar, por más que lo intentara con ganas, con estrategias ya ideadas en su cabeza.
De pronto, Yatsumi Sorozon bajó los brazos, y empezó a caminar lentamente hacia Alexei.
Todo el mundo quedó pasmado. Superhumanos, demonios, Giles y mercenarios de oriente por igual no tuvieron aliento para describir la sorpresa del acto que presenciaban. Era la primera vez que Yatsumi se dirigía hacia su enemigo por volición.
Alexei quedó estático. La marea de presión atmosférica generada por la invisible barrera Seishin se acercaba a él, al mismo que expandía sus opresivas tenazas cual cangrejo hambriento. Sus piernas retemblaron, pidiendo retroceder, pero él se negó. Volvió a sacudir la cabeza. Se mantuvo firme en su posición, combinando todos sus Conductores para formar guanteletes y escarcelas de concreto, alas digitales en su espalda, brumas de neón ornamentando varias partes de su cuerpo y humo negro formando un halo sobre su cabeza.
Dejó de dar pequeños saltos. Quedó estático por unos instantes. Y para sorpresa de toda la audiencia, Alexei comenzó a caminar también en dirección a Yatsumi.
La turbación en las graderías se hizo notable. Bisbiseos, jadeos ahogados, agitaciones entre la audiencia hombro contra hombro, sudor, respiración aguantada, apretada de mandíbula y dientes... Cada paso que daban los contrincantes, era como el tick tack de un reloj que, inminentemente, iba a dar la hora para el mayor altercado anunciado. La muerte se podía transpirar en el aire, y sentirse contra los cuerpos de toda la audiencia. La barrera Seishin de Yatsumi se hacía más y más grande, al punto que un tercio de los ochenta mil espectadores sentían la misma presión atmosférica y angustiante que Alexei. No obstante, ninguno de ellos sentía la misma aplastante descarga de energía negativa que el Rey del Parkour con cada paso que daba hacia Yatsumi.
<<Está aguantando como puede>> Pensaron Hattori y Ryouma al mismo tiempo. A la distancia que cerraba, Alexei debía estar absorbiendo una cuantiosa cantidad de energía negativa proviniendo del abismal Seishin de Yatsumi. Un Seishin que provocó que una Superhumana se descoordinara y le costara todos los dedos de sus manos y su cabello. Un Seishin tan hostil que, en comparativa, Alexei debía de sentirse ahora mismo ahogándose en la presión de un abismo oceánico, sin ningún traje de protección.
Pero aún con todo, él seguía avanzando, temerario. Ryouma adquirió un respeto sin igual hacia Alexei por aquella hazaña. Hattori esperó, de brazos cruzados, a ver qué clase de desenlace saldría de esto.
De pronto, Yatsumi se detuvo. Inclinó la cintura hacia atrás y se llevó una mano a la empuñadura de su gran katana. La barrera de Seishin detuvo su expansión, y comenzó a concentrar todas sus fuerzas sobre Alexei. La opresión trató de aplastarlo, pero el Rey del Parkour aguantó apretando la mandíbula. Con dificultad motora, movió su tembloroso cuerpo hasta quedar en una pose de combate de boxeo, y maximizó hasta el limite de sus capacidades sus cinco Conductores, preparado para el inminente tajo o tajos instantáneos.
Se hizo el imperante silencio. Aura roja carmesí se acumuló en espirales alrededor del pomo de la katana de Yatsumi. Los Conductores de Alexei se potenciaron, adquiriendo brillos inusitados que pusieron en alerta al Yokai. Yatsumi gruñó, cual lobo enfadado. Alexei entrecerró los ojos y dio un largo suspiro; incluso respirar era una tarea decisiva con toda la presión del Seishin. El público enteró aguanto la respiración y no parpadearon a la espera del primer altercado, sea de quien viniera.
Un zumbido atronó en todo el coliseo, y Maddiux Siprokroski fue el único en todo el estadio en notar al instante aquel lejano silbido que provenía de fuera del coliseo, cosa que le hizo tornar bruscamente la cabeza y ensanchar los ojos.
Justo en ese brevísimo instante, Yatsumi atacó desplazándose instantáneamente hacia Alexei. El superhumano reaccionó, pero unos milisegundos tardes. De un solo parpadeo, el público enteró descubrió a Yatsumi a unos metros de espalda respecto a su rival. Empezaba a enfundar lentamente su katana dentro de su vaina negra, mientras que Alexei se quedó petrificado, los brazos a la altura de su cabeza formando una X, con brumas neón formando un prisma protector alrededor de él.
El chasquido de la katana resonó, y toda la luz eléctrica del Coliseo Pandemónico se apagó.
La música rock se desvaneció, y todo el anfiteatro fue sumido en un hosco silencio que fue interrumpido por un descontrolado y huracanado estallido de espadas chocando entre sí múltiples veces, acribillando los tímpanos de todos los espectadores con sonidos que viajaron a la velocidad del sonido. Numerosos tajos cortantes salieron despedidos hacia distintas partes del coliseo, desviados por una nueva fuerza que apareció en la arena de combate sin precedente alguno. Veloces brisas soplaron aquí y allá, forzando a muchos de la muchedumbre a agachar la cabeza y ocultarse detrás de parapetos. Los vientos huracanados se expandieron hasta más allá del anfiteatro, alcanzando a los espadachines nipones y a los Giles, obligándolos a todos a cubrirse detrás de los pilares.
La piel de Ryouma se puso de gallina al sentir una nueva manifestación de Seishin, totalmente distinta de la de Yatsumi. Le masculló a su maestro el hecho, pero este ya tenía una expresión de horror en su cara. Hattori lo sintió igualmente en todo su cuerpo; las brisas transmitieron la nueva barrera Seishin, una de una naturaleza vastamente distinta de la del Yokai. Ensanchó los ojos y apretó su puño de carne y su puño prostético, no siendo capaz de concebir una explicación de este fenómeno, y cayendo por primera vez en una terrible confusión demencial.
—¡Las luces! —advirtió Maddiux, incorporándose de su trono al mismo tiempo que lo hacían Yuri, Adam y todo el séquito del estrado. El ruso miró hacia todos lados, notando como los parlantes y los paneles electrográficos estaban muertos— ¡¿Hemos sufrido un ataque de pulso electromagnético?!
—¡¿Estamos bajo ataque?! —exclamó Yuri, mirando hacia todos lados.
—¡Miren allá abajo! —dijo Smith, estirando un brazo en dirección a la arena de combate. Maddiux y Yuri tornaron las cabezas hacia allá, y el resto del público hicieron lo mismo una vez que los tajos huracanados se detuvieron.
Alexei Sokolov aún estaba petrificado. Inseguro de moverse, sentía el calor de un sangrado correrle por la mejilla y por los brazos. El calor le hizo sudar el cuerpo entero. Su corazón daba pulsaciones débiles, como si hubiese sufrido un bajón arterial. Poco a poco fue recobrando las energías, lo que le permitió primero bajar los brazos sangrantes y mirar su derredor, quedando con una mueca de incertidumbre al ver como todo el público estaba igual de petrificado que él lo estuvo hace unos instantes. Incluso Maddiux, Yuri y Adam se hallaban de pie de sus puestos, inmóviles, la sorpresa inédita dibujada en sus rostros.
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
—¡Ohoho, Jōshi wa tadashikatta! ¿Nikutai o motta yōkai!
(¡El jefe tenía razón! ¡Un Yokai de carne y hueso!
La apremiante voz japonesa con un clarísimo acento marcado pero desconocido hizo que Alexei se diera rápidamente la vuelta. El vértigo lo asaltó al hacer eso, mareandole brevemente la cabeza y nublándole la vista. Alcanzó a ver dos siluetas; una negra, la de Yatsumi, incorporándose lentamente, y la otra de un color gris verdoso erguido, empuñando una larga hoja color rojo apoyada sobre su hombro, de la cual emanaban ruidos electrizantes. Alexei sacudió bruscamente la cabeza, y la claridad de sus ojos retornó finalmente.
—¿Anata mo...? —farfulló Yatsumi, la sorpresa expresada en su trémula voz y en su pose, totalmente expuesta— ¿Seishin...?
(¿Tú también tienes Seishin?)
—Ojigi o shita hō ga ī kamo shirenai... (debería quizás inclinarme en saludo) —el intruso hablaba en un japonés acentuado pero natural. No había ningún tono robótico. Ni Yatsumi y ni Alexei pudieron ver un Portavoz en sus oídos, ocultos tras gruesas placas de hierro mecánicas. El intruso le dio la espalda a Alexei, concentrándose únicamente en el Yokai. Sonrió lacónicamente y estiró su brazo desocupado. De repente, del cielo comenzaron a caer distintos rayos de luz blanquecinos en distintas zonas de las graderías, sorprendiendo al ya perplejo público.
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