Capítulo 10: Mercenarios de Oriente
┏━°⌜ 赤い糸 ⌟°━┓
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Raion Bosnia
Condado de Jablanica
La música country rock retumbaba de forma rimbombante del interior de una cantina localizada en los barrios altos del condado de Jablanica.
Los bosniacos de esta parte de la Raion Bosnia vivían la vida como si fueran americanos de los años 80; hombres vistiendo con chaquetas, abrigos y vaqueros, y las mujeres vistiendo con opulentos vestidos o, si querían comportarse como hombres, vestían con iguales chalecos abotonados y bléiser a juego con sus pantalones acolchados. Todo ello, adjunto con la diversidad de fashionware que destilaban en los rostros y brazos la gran mayoría de los pobladores del condado mezclados con sus tatuajes, daba una mala impresión para los más puritanos que llegaban de visita al condado más "occidentalizado", como era referido por el resto de las municipalidades
Dentro de la cantina "Kino Bosna", la música de los Faces era incluso más temblorosa y disfrutable gracias a los enormes parlantes que colgaban del techo junto con las esferas de espejos que reflejaban las luces neón que despedían las lámparas. En el aire se podía respirar el olor del alcohol y de los cigarrillos, entremezclados para formar una atmósfera de amistad entre hombres y mujeres que formaban grupos de amigos para charlar entre sí sin estar pegados a la pantalla de un celular (aunque habían algunos aislados en estos dispositivos).
No obstante, el día de hoy había pocos grupos de bosniacos, y los que habáin estaban rezagados en mesas alejadas de la barra para estar lo más lejos posible de un par de grupitos particulares que se hallaban sentados frente a la barra, exigiendo al barman que se apurase para que trajeran su bebida... en un extraño idioma que la gran mayoría de allí desconocía, pero que aquellos que han vivido lo bastante en Jablanica conocían bastante bien aquella lengua por las connotaciones pandilleras que tenían detrás
Eran nipones.
Hombres y mujeres de ojos rasgados, fashionware de líneas y circuitos que endurecían sus rostros de pandilleros, neuroimplantes de brazos y piernas ocultos bajo las mangas largas de sus chaquetas negras-rojas (algunos de ellos luciendo como armas de fuego antes que miembros normales), pantalones de moteros condecorados con chillones stickers de kanjis y otros símbolos nipones, tatuajes que se revelaban en aquellos que tenían ropas más reveladoras... Los hombres se desternillaban con carcajadas incontrolables que agitaban sus coloridos peinados, y las mujeres cuchicheaban risitas mientras bebían el sake que el barman finalmente les trajo. De no ser por aquel grupito de pandilleros (se veía que no pasaban de los treinta muchos de ellos), el ambiente en la taverna habría sido más apacible para los bosniacos.
—Yā, bātendā —exclamó uno de los nipones; era el único del grupo que vestía formalmente, con un abrigo rojo desabrochado, una camisa negra abotonada, pantalones negros y zapatos elegantes. Tenía el cabello negro peinado hacia atrás— Boku no tomodachi no Bosunia ni mo nihonshu o okurou.
Pero al tener activado su neuroimplante en forma de corrientes electrónicas corriendo de sus oídos a su mejilla como si fuera tatuajes, su voz salió en idioma bosniaco en vez de japonés a oídos de los del bar. Para ellos, el hombre dijo:
—¡Oye, barman! Tráele a nuestros amigos bosniacos sake también.
Los bosniacos trajeados que se hallaban a unos metros del lugar de la barra donde estaban los nipones agradecieron con ademanes de cabeza. Solo para, después, voltear las cabezas hacia otro lado y poner muecas de disgustos que ocultaron con las alas anchas de sus sombreros.
Las compuertas de la entrada se abrieron de par en par, haciendo repiquetear la campana que colgaba del dintel. Un séquito de trajeados bosniacos de la Mafia Zovko entró en la cantina, siendo todos ellos capos que caminaban hombro a hombro con Cerim Mujanovic. Hubo murmullos nerviosos y silenciosas maldiciones proviniendo de las bocas de varios bosniacos; ninguno de ellos se esperaba que el líder de la poderosa mafia bosniaca apareciera en este bar, no después de un par de años de ausencia. Pero tarde o temprano iba a suceder. No por nada, este lugar seguía siendo uno de sus bares favoritos.
—¡Barman! —exclamó Cerim, sacando billetes de Rublos de su abrigo y plantándola sobre la barra— Dame un vaso de Sakia. ¿Alguno de ustedes quieren?
—Yo estoy bien, jefe —respondió Ishtar, uno de sus capos.
—Yo igualmente —contestó el hermano de este. Hubo unos cuántos capos que sí aceptaron la oferta de Cerim.
—¡Oooiii! —exclamó el japonés de chaqueta roja de repente, la sonrisa de oreja a oreja al ver a Cerim— ¡Miren esto! ¡Serimu-Chan! Ya no tiene ni un pelo en la cabeza. Esa calva ya parece un espejo.
Cerim apretó los labios y se sentó. Mantuvo la mirada hacia abajo en completa ignorancia del nipón.
—¡Oi! ¡Serimu-Chan! —insistió el pandillero, y sus compañeros imitaron su etiqueta y lo llamaron una y otra vez por aquel sobrenombre— ¡Serimu-Chan! ¡Venga ya, no me ignores! ¡Ven y salúdame!
—Joda, aquí vamos... —masculló Cerim para sí mismo, para después volverse hacia el grupo de pandilleros nipones con una afable sonrisa— ¡Hey, Junichi! —exclamó, la voz alegre y extendiendo los brazos hacia ambos lados— ¿Cómo la llevas, Junichi? ¿Primera vez que vienes aquí luego de tu sentencia?
Junichi se desternilló en contagiosas risotadas que replicaron sus compañeros pandilleros al tiempo que abrazaba a Cerim y le daba palmadas en la espalda. El jefe bosnio no pudo evitar esbozar una mueca de molestia e hizo un ademán de apartarlo.
—¡Aahh, como me ofendes con eso, Cerim! —dijo Junichi, sonriente. Lo agarró de los hombros y lo miró de arriba abajo— ¡Tan solo mírate! ¡Te ves ahora más terrorifico!
—¡Cuidado con el traje, Junichi! —gruñó Cerim, forzando la sonrisa para seguir aparentando— Hey, cuidado con el traje, te digo. Lo acabo de sacar del sastre.
—¡Pues dale un aumento a ese sastre porque te quedó...! —Junichi se llevó los dedos a los labios y emitió un apasionado beso al aire— Luces como una elegante pasa con traje.
—Hey, ya, ¿no? —aquí Cerim no pudo aguantar la rabia acumulada y borró su sonrisa al tiempo que se apartaba de Junichi y se dirigía hacia su séquito de capos—. Vine aquí para hablar de negocios, no para que me rompas las jodidas bolas.
Junichi entrecerró los ojos y se volvió hacia sus pandilleros. Estos últimos cuchichearon maldiciones en japonés. Junichi sonrió de oreja a oreja y le exclamó a Cerim:
—Hey, Cerim, si fuera a romperte las bolas como tú dices, entonces te llamaría por el apodo que tenías hace años. ¿Recuerdas?
—Oh, ni se te puto ocurra... —Cerim se sentó en su butaca y bebió un sorbo de su copa de Rakia.
—"Brutomancer", era el apodo que le teníamos —murmuró Junichi hacia sus pandilleros, y estos, al escuchar el japonizado término "Brutomancer", intercambiaron notorias risas que retumbaron en toda la posada e hizo poner miradas incómodas en los capos de Cerim y en el resto de personas que observaban como espectadores—. Era terrorífico con el software, este Hagaetama. Si eras su enemigo informático, te podía meter un troyano a punta de puñetazos de teclados, a veces hasta golpeando la pantalla con el mismo teclado. Por eso lo de "Bruto" —su último comentario provocó una reacción en cadena de risas de los pandilleros nipones.
Se hizo un escabroso silencio una vez las carcajadas pararon. Los capos de Cerim se quedaron viendo a su jefe con una mezcla de expectativa y preocupación.
—Eso fue hace ya seis años, Junichi —gruñó Cerim luego de chasquear los labios—. Las cosas cambiaron, por aquí. Ahora soy el jefe de los Zovko. No más computadoras, no más informáticas. Ahora soy el jefe de los Zovko —se repitió, llevándose un dedo anillado al pecho—. El que corta el bacalao por aquí. Te pido... por favor —dio una gentil palmada en la barra con el vaso—, que no me faltes el respeto.
Junichi se quedó con el ceño fruncido y los labios entreabiertos por unos segundos.
—Iesu Kirisuto, relájate, ¿quieres? Solo te estoy agarrando de los pelos. Te estoy gastando una broma.
—Y ahí vas y lo haces de nuevo —Cerim volvió a dar otra ligera estampada sobre la abrra.
—¡Que solo estoy jodiendo, coño! Mira, ¿que no ves que estamos en una fiesta? Deberíamos divertirnos un poco antes de hablar de negocios.
—¿Con toda esta gente alrededor?
—Coño. Perdón, ¿sí? No quise ofenderte. Joder, hace tiempo que no te veo; era obvio que te jodería un poco, para revivir las vibras que teníamos como amigos —Junichi cerró los labios al ver a Cerim alzar una mano en gesto de que pasase de largo— Vale, que ya sé que eres jefe de los Zovko. Tu disculpa si te ofendí.
Cerim Mujanovic se mantuvo callado por varios segundos, pensativo.
—Vale, disculpas aceptadas —levantó su vaso de cristal— Un brindis por tu llegada.
—Bien, bien. ¡Salud por ello, Serimu-Chan! —Junichi izó su copa por encima de su cabeza, y sus pandilleros, entre risas y sonrisas desquiciadas y alocadas, dieron brindis también. Todos tomaron de sus copas casi que al mismo tiempo que los gánsteres bosnios, y el ambiente parecía retornar a la temeraria, pero a la vez apacible atmósfera de hace un minuto.
Junichi saboreó el sake con un chasquido de labios. Respiró hondo, miró de soslayo a Cerim, este último con la guardia baja. Sonrió por todo lo bajo, y exclamó a todo pulmón:
—Ahora por qué no vas a instalarme un puto antivirus a mi computadora.
La reacción de Cerim fue instantánea. Se oyó el vaso partirse en pedazos, la barra crujir de dos puñetazos, y el chillido gutural y rasposo del jefe:
—¡¡¡SERÁS HIJO DE UN MILLÓN DE PUTAS!!! —Cerim trató de abalanzarse hacia Junichi, pero sus capos se pusieron en su camino, lo agarraron de sus hombros y lo apartaron de Junichi y sus pandilleros— ¡TÚ...! ¡TÚ...! ¡COMEARROZ PEDAZO DE MIERDA!
—¡Ajá, ajá! ¡Venga, pues! —Junichi lo exhortó con una sonrisa burlona y una sacudida de sus dedos mientras sus pandilleros se desternillaban incontrolablemente tras él— ¡Ora, ora! ¡Oki Otoko! ¡Teme wo Oki Otoko!
—¡Por Dios, Cerim! ¡Contrólate! —farfulló Isthak al tiempo que él y su hermano retenían a Cerim.
—¡El desgraciado ese se dejó atrapar! —profería Cerim en su rabia frenética. Las personas alrededor fueron consumidas por el miedo que les generó el susto climático de la reacción de Cerim, haciendo que se paren de sus puestos y salgan corriendo por las salidas de la posada— ¡ESE CHINO IMBÉCIL SE DEJÓ ATRAPAR POR UTILIZAR UNA LAPTOP USADA! ¿OYES? ¡TE DEJASTE ATRAPAR COMO UN CHINO IMBÉCIL!
—¡Ya, ya! ¡Ganbare, ganbare! —se burló Junichi, haciendo ademanes de cabeza al tiempo que se servía otro vaso de sake y hacía un burlesco brindis.
—¡Me lo sacan de aquí! ¿Me oyeron? ¡ME LO SACAN DE AQUÍ! —Cerim señaló a Ishak e Ishfar con un rápido dedo antes de volverse sobre sus pasos y retirarse de la estancia junto con varios otros de sus capos.
—¡Hey! ¿A dónde vas, Serimu-Chan? ¡¿No se supone que íbamos a hablar de negocios?! —Junichi volvió a echarse a reír descontroladamente, y sus secuaces se desternillaron con él.
—¡¿Por qué no mejor te callas la puta boca y reconsideras lo que acabas de hacer?! —espetó Ishak. Él, su hermano y el resto de los gánsteres bosnios encararon a la pandilla nipona, estos últimos no echándose para atrás y plantándoles cara igualmente. Ambos grupos redujeron la distancia hasta estar a dos metros los unos de los otros, con Junichi teniendo su cara cerca de la de Isthak.
—¿Reconsiderar qué? —masculló Junichi, su aliento a menta artificial pegándosele al rostro del gánster bosnio— ¿Qué le llene de arena en la vagina a Cerim?
—Cuidado con lo que dices, chino alcahuete —maldijo Ishfar, llevando una mano a la empuñadura de su pistolón. Sus compañeros lo imitaron, produciendo breves crujidos de culatas.
—¿Cuidado con qué? —Junichi ensanchó los ojos y los fulminó a todos con la mirada, sus pandilleros haciendo gestos de acercarse a sus subfusiles y pistolas también— Al césar lo que es del césar. Su "Don" se le ha subido mucho los humos a la cabeza desde que se volvió jefe de los Zovko. Años de negligencia hacia sus asociados, especialmente hacia nosotros, conmigo en la cárcel. ¿Qué se cree? ¡¿Qué somos un trapo sucio con el cual limpiarse los mocos?!
—Porque no nos tranquilizamos todos, ¿sí? —dijo el joven Luka, interponiéndose entre ambos grupos— Estoy seguro que no decimos a propósito lo que decimos.
—¡Oi! —gruñó Junichi— Tú no pones palabras en mi boca. ¿Oíste, gaki da?
—¡Es tranquilizarnos o hacer explotar esta posada con una balacera! —insistió Luka, metiéndose entre ambos grupos y haciendo distancia entre ellos extendiendo sus brazos— El plomo ahora mismo será malo para los negocios. ¡Y especialmente malo para la Subasta! ¡¿Recuerdan?! ¡¿Qué tenemos una subasta que atender?!
Su comentario pareció hacer espabilar a ambos grupos. Todos alejaron sus manos de sus armas de fuego, y la creciente tensión se disipó lenta pero seguramente. Junichi apretó los labios y miró hacia abajo, la cabeza asintiendo con ligereza, su mirada convirtiéndose en una de comprensión.
—Díganle a Serimu-San que arreglemos una reunión más... profesional —dijo, y miró su derredor con despreocupación y ofreció la palma de su mano.
—Está bien —replicó Ishak, estrechando su mano con firmeza.
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Microdistrito Grigory
Gran Palacio Siprokroski
Las charlas y cuchicheos entre voces quedas de los agentes de la agencia CIS no se hicieron esperar. Pronto se corrieron voces, entre las filas de oficinistas y hasta burócratas de la compañía Wealth of The Nation, de la llegada de una "escuadra de parias" reclutados por Adam Smith. Aunque el secreto se pudo mantener salvaguardado de las paredes oyentes del Gran Palacio, eso no evitó que se hablara, entre admiración y envidia (aunque más admiración), de lo bien que se estaban desempeñando Los Giles de la Gauchada en tan solo seis días que llevaban en el Gran Palacio.
En cuestión de días, y en intensas horas de trabajo extra, Ricardo Díaz y Adoil Gevani ascendieron puestos dentro del departamento de ciberseguridad, hasta el punto de volverse manos derechas del jefe Thomas. Implementaron nuevos sistemas de hardware y software en las computadoras, endurecieron las encriptaciones de los archivos digitales de los, mejoraron con pasmosa rapidez las fibras ópticas de los sistemas operativos y los cacharros de sistemas de defensa del Gran Palacio y, con la ayuda de la IA Psifia de Gevani, se hizo un grandilocuente impulso de los algoritmos de los sistemas de cómputo. Sudor y lágrimas desglosaron Ricardo y Adoil para contentar a estos rusos, y el resultado final los dejó satisfecho a los dos, y al propio Thomas, quien terminó cayéndoles bien y les invitó a un merecido banquete con el resto de los agentes de cómputo de ciberseguridad.
Mateo Torres, mejor conocido entre las voces de los oyentes y los habladores de CIS como "Brodyaga" y aquel que derrotó a la ciberterrorista Ludmilla, reposaba dentro de una capsula tubular de tres metros de alto y recubierto con cristal policarbonato que emitía gentiles fulgores color verde trébol que transmutaba de cuando en cuando a esmeralda. Dentro del tubo había un espeso líquido que transmitía millones de células blancas regeneradoras. Mateo, completamente desnudo y con una máscara de oxígeno, flotaba dentro del contenedor como si estuviera ingrávido; tenía los ojos cerrados y sensores cableados pegados sobre su quemada espalda como tenazas. Burbujas salían despedidas de la espiral que había en la parte inferior de la capsula, proveyendo oxígeno al interior del tubo, dotando de vida al endeble Mateo y propiciando a las células blancas a la regeneración de todas sus heridas.
Kenia Park tomó gentilmente de los hombros de su hija y se la llevó fuera de la sala, ambas esbozando semblantes entristecidos. En el rellano quedó únicamente Adam Smith. Se quedó viendo fijamente a Mateo Torres, pensativo sobre el siguiente pasó a realizar. ¿Cuánto tiempo sería el necesario para hacer que ellos se acomoden a esta nueva vida? ¿Y cuándo podría revelárselo a los Siprokroski? Se sacó el celular de su bolsillo y quiso marcar el número de Maddiux. Llamarlo, con el objetivo de anunciar la noticia.
Pero antes de marcar el número, fue sorprendida por un escalofrío en su espalda que le hizo bajar el teléfono y volverse. De las penumbras de la estancia se pudo ver una silueta que caminó hacia él, sin emitir sonido alguno con sus pasos. Las sombras se disiparon sobre él, y Maddiux Siprokroski emergió de la oscuridad con una fiada sonrisa ataviada con una seguridad que aniquiló cualquier pavor inicial en Smith. El Rey Cazador le dio firmes palmadas en el hombro; ello fue suficiente para decirle, sin palabras, que podía confiar en él en guardarse este pequeño secreto. Smith asintió con la cabeza y ambos se quedaron observando analíticamente a Mateo Torres, armando en sus cabezas los posibles planes que podrían ayudarlo a catapultarse no solo como un soldado, sino también como el Legendarium Einhenjer de la segunda ronda del Torneo del Ragnarök.
La adaptación al nuevo entorno y la consigna de nuevos papeles dentro de la mansión fue sin duda más difícil para Kenia, Martina y Santino. Madre e hija se sentían desconectadas de todo lo que sucedían a su alrededor, y buena parte de los primeros días de la semana se la pasaron dentro de sus cuartos, excluidas de la actividad que sucedía afuera, a la espera de que algún administrador le asignaran papeles a desempeñar. Santino se excluía igualmente dentro de su habitación, al punto en el que hubo ocasiones en las que rechazó los platos de desayunos, almuerzos y cenas que traían los meseros. Si Kenia y Martina se sentían como intrusas allí, Santino tenía la impresión de ser un alienígena que no pertenecía a este mundo.
Ni Ricardo o Gevani pudieron asistirlos; estaban hasta arriba de papeleo, ingeniería e informática con el departamento de ciberseguridad. Smith no estuvo para ellos tampoco; se hallaba ocupado en reuniones con los demonios de la Unión Sindical para tratar todo el lío logístico que estaba suponiendo los Torneos Pandemónicos. No obstante, Maddiux, aprovechando tiempo donde podía de los trabajos intensos de los torneos, pudo enviarles esquelas a Kenia y a Santino para, finalmente, asignarles trabajos: la primera la asignó al cuerpo de seguridad del Gran Palacio tras analizar sus capacidades físicas, mientras que al segundo lo puso entre las filas de agentes secretos de la CIS por su habilidad con el sigilo y el ciberhackeo0
Trataron de reclutar también a Thrud Thorsdottir al cuerpo de seguridad del Gran Palacio, pero ella se negó entre risas jocosas y agitaciones de manos. Ella, por su parte, dijo que tomaría el papel de "Inostrannyy Rekrut"; recluta extranjera asociada la Familia Siprokroski que trabajaría para ellos como un brazo extra de su base de operaciones. Aquel era un reciente programa que había establecido Maddiux Siprokroski para poder requisar a poderosos aliados de organizaciones afianzadas a su Corporación, a cambio de módicos precios dependiendo de lo que estuvieran negociando con aquellas empresas. Con el impulso gratis que Thrud le dio a su programa con su "enganche magnético", Maddiux tenía ahora fe en poder alistar a otros aliados poderosos, sea de forma temporal o permanente..
Aunque con dificultades, Kenia y Santino consiguieron adaptarse, en menos de dos días, a las nuevas modalidades que les proveía sus nuevos trabajos. Supieron rápidamente la logística marcial, las estrategias tácticas tras la disciplina rusa de estos grupos, y lo que buscaban conseguir: la seguridad y el mantenimiento del Gran Palacio, así como también hacer los preparativos para una futura guerra de pequeña a gran escala que, entre paneles y charlas individuales, se anunciaba que era próxima a estallar.
Aún con todo, la única quien no parecía encajar para nada era Martina Park. Y eso traía mal a la propia Kenia y a los demás Giles.
—Bueno, ¿y qué puedes sugerirle a Maddiux o a Adam para ella? —preguntó Ricardo en un mascullo; había logrado sacar tiempo para charlar con ella en un pasillo solitario—. La sigues tratando como una niña. Tiene la Edad Dorada de dieciocho años, pero tú y yo sabemos que tiene pasada la edad. Lo más que pudimos hacer con ella en veinte años de estar aquí fue mejorar su defensa personal lograr que completase sus estudios académicos.
—Sí, con un certificado en la carrera de administración de empresas con la cual administrar pochoclos —Kenia de forma atropellada, las manos sobre su cintura. Portaba el uniforme militar negro de chaleco amarrado, pantalones tácticos, guantes sin dedos y cinturón con fundas—. Si tan solo la vieras, Ricardo. Se la pasa en su cuarto escuchando música sin hacer nada, igual que lo hacía en la base.
—Bueno, aquí no hay niños de su edad con los cuales poder interactuar —reconoció Ricardo, apoyando un brazo sobre un parapeto.
—Tampoco los había cuando estábamos en la base. ¡Con suerte ella entendió el bosnio para pasar las clases!
—Mucho menos fue distinto en la tierra, cuando Argentina fue a cagarse de los palos que fue su caída durante el golpe de estado —Ricardo hizo una repentina y breve pausa para apretar los labios y suspirar—. Mira, Kenia. Sé tanto de crianza de niños como tú de calculo diferencial. Pero si hay algo que debo de señalar es que hay que parar la forma en la que la estás criando. O más bien... para de criarla en lo absoluto.
—¿Qué dices? —Kenia frunció el ceño de la molestia.
—Martina tiene dieciocho años, pero tiene la mentalidad de alguien de treinta, ¡o más! —Ricardo hizo gestos de aprehensión con las manos— Tú y Mateo la han tenido como una mantenida, una rezagada. Eso es una forma de negligencia. Ahora que estamos empezando de nuevo en este lugar... —suspiró y se encogió de hombros— Hay que dejar que el ave vuele por su cuenta.
—¿Tratarla como una adulta, eso dices?
Ricardo se quedó viendo a Kenia con un ojo altivo.
—Afilada como una puta bola blanca. ¡Sí, amiga mía! ¿Cómo esperas que haga algo con su vida si tú ni la apoyas ni la dejas?
—Yo tenía la esperanza de que hiciera con su vida algo lejos de la violencia —replica Kenia—. Quería que ella tuviera una vida normal. Que estudiase, hiciese amigos, tuviera novio... Como cualquier otro niño en el jodido mundo.
—Veinte años tarde para darte cuenta que ese mundo ya es imposible de alcanzar para Martina, ¿no crees? —Ricardo le enarcó una ceja y se la quedó viendo con severidad.
Kenia no tuvo respuesta. Se quedó callada, la mirada catatónica fija en el suelo, su rostro debatiéndose entre hacer una mueca triste o una de cólera. Ricardo chasqueó los dientes y se quedó en silencio también por un rato. Se acercó a ella, le dio dos palmadas en el hombro y le susurró al oído:
—No decidas por ella. Dale opciones, haz que ella se decida, y apóyala.
Y se fue del pasillo, dejando a una pensativa Kenia parada en mitad del pasadizo por un largo rato silencioso.
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3
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Kenia Park se quedó postrada frente a la puerta de la nueva habitación de su hija. No se oía música del otro lado; no había parlantes con las cuales reproducir la música pop que ella solía escuchar a todo volumen. No sobrevivió nada de la base, a excepción quizás de su móvil. El pensamiento de la batalla campal que sufrió la base le hizo lagrimear un poco. Se encogió de hombros y, sin alzar la mano, tocó cinco veces la puerta.
—¿Martina?
Silencio. Un silencio tan absoluto que Kenia miró de lado a lado con incomodidad. Volvió a tocar cinco veces la puerta.
—Martina, soy tu madre. Abre la puerta, por favor.
Por probar tocó el pomo de la puerta y la intentó girar. No había cerrojo, por lo que la puerta se movió con su gentil empuje. Con lentos pasos se adentró en la habitación, siendo recibida por los tenues rayos solares que entraban a través de los resquicios de las cortinas corridas. La habitación tenía un amueblado y un tapizado impecable como todas las habitaciones que Maddiux les proveyó en el Gran Palacio, con la diferencia de que era más chica que la de los demás Giles, con una cama individual y con vistas al exterior por medio de balcones (las habitaciones del resto de Giles, a excepción de ella misma, no tenían balcones). Kenia se internó lo bastante hasta posar los ojos sobre la cama, donde halló acostada a su hija.
Tenía los audífonos puestos, y con el silencio que había Kenia pudo oír sin problema la música a todo volumen. Martina tenía los ojos cerrados, pero los abrió de repente, llevándose un susto que la hizo ponerse sentada sobre la cama. Agarró su teléfono y lo ocultó en su regazo. Kenia alcanzó a ver, en la pantalla del celular de su hija, la caratula de uno de los álbumes de Radiohead. Pareció ser el de "OK Computer".
—M-madre... —farfulló Kenia, poniendo la espalda contra el cabecero— ¿Y eso que llevas puesto? —la miró de arriba abajo.
—Ah, ¿este uniforme? —Kenia sonrió y se palmó la pechera negra— Es el uniforme de los guardias del Gran Palacio. Me queda bien, ¿no?
—Te ves diferente con ella. Más... —Martina se la quedó viendo, entre extrañada e hechizada— Intimidante.
—Gracias. Esa "Pildora Asclethio" que me dieron me curó así, mira —Kenia chasqueó los dedos. Ambas cuchichearon risitas a la vez por un ratico—. Me curó y me dio un fuerte impulso de energías. Eso me ayudó a pasar las pruebas físicas que me adjudicaron al cuerpo de defensa. Maddiux y un tal Yuri me preguntaron que si no era una Superhumana. Les dije que no, y se quedaron con caras de gringos.
—Rusos, querrás decir.
—Oh, qué divertida eres, señorita.
Madre e hija compartieron ligeras y silenciosas carcajadas. Una vez el silencio volvió, Kenia señaló la cama con un dedo. Martina asintió con la cabeza, y su madre tomó asiento en el borde, muy cerca de ella. Martina rodeó sus rodillas con ambos brazos y apoyó su mentón sobre ellas.
—No te he visto merodeando por la mansión —apuntó Kenia—. Quiero decir... obvio, tenemos restricciones para no salir de nuestros cuartos. Pero la verdad esperaba que te pillaran por allí cotilleando.
—Me resistí a eso —confesó Martina—. Sé de los riesgos que los pongo si me pongo por ahí a cuchichear como un ratoncito. Por eso me quedo aquí. Es... lo que casi siempre he hecho.
Kenia se relamió los labios y bajó la mirada, pensativa y triste. La expresión de Martina se tornó en una de preocupación al verle la tristeza dibujarse en su cara.
—Sabes que te amo, ¿verdad, Martina?
—Mamá...
—No, no me vengas con "Mamá" ahora, ¿sí? —Kenia la miró a los ojos, pero no como regaño o desafío, sino más bien como pescando una aprobación— Dímelo. ¿Tú sabes que te amo?
Martina quedó pensativa unos segundos.
—Obvio. Sé que me amas, tanto como mi papi.
—Él estará bien —dijo Kenia, extendiendo un brazo y posando su mano sobre la rodilla de Martina—. Saldrá de ese tubo, tarde o temprano.
—Sí, solo para que se ponga en peligro de nuevo y lo vuelvan a poner en esa cosa...
El gruñido entre dientes no pasó desapercibido para Kenia. Su expresión de preocupación pasó a uno analítico.
—Hey —agitó gentilmente la rodilla de Martina—, no digas eso. En veinte años que tu padre luchó contra el crimen, únicamente en esta ocasión salió demasiado herido. Casi siempre salía ileso de las misiones.
—Y solo vasto una oportunidad para dejarlo al borde de la muerte —sollozó Martina por todo lo bajo—. Bueno, a casi todos, para qué mentir.
Kenia se acomodó sobre el borde de la cama para quedar frente a ella. Martina aplastó la mitad de su cara sobre sus rodillas, sus ojos quedándose viendo el infinito.
—Hey, hey, mi vida... —murmuró Kenia.
—O-ok, salimos ilesos de esta... A-a e-excepción de Gauchito —los sollozos de Martina se volvían cada vez más evidentes—. ¿Tendremos acaso suerte la próxima vez? ¿O alguno de nuestros compañeros retirados? ¡No me olvide de lo que dijo ese agente bosnio, mamá! La tía Delfina...
—No los traigas a colación, mi amor, por favor —suplicó Kenia. Martina acalló, oyéndose su respiración agitada—. Vas a empeorarte si empiezas a recordar todo eso.
El silencio volvió a interponerse entre ambas. Ninguna dijo nada por varios segundos. Ni siquiera se miraron a los ojos, por más que Kenia trataba de motivarla bajando la cabeza para que la pudiera ver a directamente.
—No sé qué es lo que quiero, mamá...
—Pero se lo dijiste a tu padre, ¿no, Martina? Que quieres ser parte de los Giles.
—No sé si en verdad quiera. A veces me agarra el coraje, pero después me asustó al ver... —Martina se interrumpió a sí misma tragando saliva— No sé... si podré llenar los zapatos que dejó Gauchito...
Kenia se quedó boquiabierta por un breve rato. Cerró la boca y chasqueó la lengua. Masajeó con cariño la rodilla de su hija.
—En el debate que tienes ahora —murmuró dulcemente—, no debes pensar en llenar los zapatos de nadie, mi vida. Gauchito... fue lo que fue, y lo recordaremos por eso. Tú, en cambio —la señaló con un dedo—, tú debes de ser tú misma... —ladeó la cabeza— No, perdón. Me corrijo... Tú necesitas ser la persona que crees que tienes que ser cuando la situación lo requiera.
—¿Y cómo puedo ser esa persona si ni me ayudan a serlo? —Martina alzó la cabeza y la miró penetrantemente a los ojos.
Kenia apretó los labios y respiró hondo. Suspiró lentamente.
—Sé que me amas, mi cielito lindo... —murmuró, su tono de voz sonando como si estuviera destrozada, lo que puso en alerta a Martina—. Y yo te amo mucho también. Por eso... —los ojos le lagrimearon— Voy a parar de hacer lo que llevo haciendo contigo desde hace años. Hago es dañarte antes que protegerte. Y... —agitó una mano y chasqueó los labios— dejaré que tomes tus propias decisiones, para que puedas demostrármelo.
—Mamá... —los ojos de Martina se cristalizaron del sentimiento encontrado.
De repente se oyó una vibración venir del chaleco de Kenia. Esta se palpó el dispositivo radial de forma circular que estaba camuflado con el negro de la pechera, y se oyó una voz masculina venir de la radio y exclamar en ruso:
—Cadente Kenia, ¡repórtese inmediatamente!
—Oh, la recalcada concha de la... —masculló Kenia, y después respondió en ruso—. ¡Voy en seguida! Tengo que irme, bebé —se acercó a su hija y le plantó un fuerte beso en la frente—. ¡Nos vemos!
—N-nos vemos... —Martina la despidió con un tímido ademán de mano, y Kenia le devolvió el gesto antes de desaparecer de su habitación.
A los pocos minutos de que se fuera, Martina se hallaba escuchando música de nuevo y mirando hacia el infinito. Trató de entretenerse cambiando la música, viendo una película en su celular o incluso leyendo un libro que se hallaba en la repisa. Nada. Terminó arrojando el libro y se quedó viendo el techo.
De repente, pensó en su madre, y en lo bien que se veía en ese uniforme. Una erupción de emociones la envalentonó de repente, y Martina se quitó los audífonos, dejó el celular sobre el escritorio, se puso en mitad de la habitación y se tiró al suelo, empezando a hacer lagartijas. No hizo más que cinco antes de quedarse tirada en el piso y con la cara mirando hacia debajo de la cama.
Un rato después apoyó las manos en el suelo, y empezó a hacer más lagartijas.
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4
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Aprovechando el tiempo que consiguió crear luego de culminar los trabajos informáticos que tuvo pendientes en el departamento de cibeseguridad, Adoil Gevani se dirigió hacia la galería donde se hallaba la capsula que contenía y curaba a Mateo Torres.
Fue hasta aquel lugar en apuradas zancadas, como un padre apurado de estar yendo tarde a recoger las notas de su hijo. Pasó a través de pulcros pasillos de paredes negras y suelo liso, y con guardias de uniformes negros del Gran Palacio patrullando de aquí para allá y custodiando entradas de zonas restringidas, incluyendo drones voladores de esféricas formas. Al llegar a las compuertas que daban al laboratorio, los guardias no opusieron resistencia cuando Gevani les restregó en la cara su carnet, que después colocó sobre un panel que hizo que las puertas se deslizaran de par en par.
El científico argentino se internó en el estrecho pasillo, traspasó la sala de computo y bajó las escaleras. Se dirigió directo hacia la capsula tubular, y los ojos se le llenaron de expectación y terror al unísono de ver a Mateo Torres dentro del contenedor. Quedó petrificado, boquiabierto, y el terror inicial se convirtió en asombro.
—¿Qué? ¿Primera vez que vez un MRU?
La voz, sonando con un español tosco pero fluido, lo sacó de su trance. Adoil bajó la mirada y se topó de frente con los afilados ojos de Maddiux. Sintió un leve escalofrío correrle el cuerpo. A pesar de que le sonreía, no pudo evitar sentir una peligrosa y a la vez calmada presencia de depredador relajado venir de él.
El Rey Cazador vestía ahora con una camisa negra de cuadros grises de manga corta, vaqueros rasgados grises y zapatos de estilo deportivo. Tenía las manos en los bolsillos, y la afable sonrisa destilando un carisma sin precedentes.
—¿Hellou? ¿De la tierra a Gevani? —dijo Maddiux, haciendo un gesto de teléfono con su mano.
Adoil sacudió la cabeza y carcajeó con nervios.
—¿Habla español sin necesidad de un Portavoz Universal? —inquirió, indicando con un dedo su oreja.
—Treinta idiomas hablaba yo —contestó Maddiux, modelando su español a un huraño pero fluido acento argentino—. Y con la llegada aquí al valhalla, ahora se suman otros cinco más.
—Un poliglota de renombre, tenemos aquí —dijo Gevani en tono burlesco.
—Por favor. Suficientes etnólogos me odian.
Tomándoselo con un humor apacible, Maddiux se llevó una mano al pecho y gesticuló una expresión de culpa en el rostro que calmó más las aguas alborotadas de Gevani. Este último miró a Mateo Torres de arriba abajo, y pudo notar que, las cicatrices que antes se asomaban por los hombros, desaparecieron, dejando paso a una nueva, regenerada y hasta rejuvenecida piel que recubría poco a poco la espalda de Mateo.
—MRU... —murmuró Gevani. Agitó un dedo hacia Maddiux— Creo que oí hablar de esos antes. Sus siglas... Venían a significar "Máquina Regeneradora Unicelular", ¿no?
—Bingo —respondió Maddiux con un doble chasqueo de lengua—. Tienen suerte de que me resguarde esta para el Gran Palacio. De otra forma, estarían atendiéndolo en sala de urgencias.
—¿Y cuánto tiempo cree que tarde en... terminar todo el proceso? —preguntó Adoil con tono apremiante.
—Han pasado ya unos cinco días —dijo Maddiux, observando minuciosamente el cuerpo musculado de Mateo—. Diría que, en veinticuatro horas, ya estará listo. Como tal está totalmente curado de sus heridas de quemaduras, pero el MRU también se asegura de arreglar los huesos fracturados, restaurar tejido muscular, etcétera, etcétera... —estiró un brazo y señaló una fisura rectangular en el frontón de la capsula—. Una vez termine de hacer todas esas curas, la máquina hará sonar un pitido que anunciará su culminación.
—Ojalá haber tenido uno de estos cacharros durante mis días de guerra contra Jahat y Gi-Reload... O mejor aún, en la base que teníamos antes de venir aquí...
De pronto, Maddiux se volvió hacia él, la mirada como si hubiese descubierto a un conocido al lado suyo que llevaba tiempo allí sin él darse cuenta.
—Santos Bacalaos, ¿Jahat Kejam?
—¿Qué? ¿Lo conociste? —Gevani enarcó una ceja.
—¡Jahat Kejam! —exclamó Maddiux, haciendo gestos indicativos con las manos— Miembro de los Alta Stigma, el que controlaba el Eje Hispanoamericano.
—Oh, vete a la puta que te parió. ¡¿Jahat perteneció a esa organización de Illuminatis?!
—Ya decía yo quién se había encargado de patearle el culo a él y a Videla allá en Argentina. ¡Fueron ustedes! ¡Los Giles de la Gauchada! ¡Los Indestructibles Argentinos! —Maddiux sonrió de oreja a oreja y carcajeó. Le acercó una mano al hombro y le dio amigables palmadas—. Sabía que Adam Smith hizo bien en traerlos a ustedes a mi morada. Y créeme, es un honor para mí tener al Merodeador de la Noche de mi lado.
Miró de soslayo la capsula tubular, y con una sola mirada disipó toda sensación de preocupación o de terror ululando en el ambiente, reemplazándolo con aires de grandeza y respeto que tranquilizaron al científico argentino.
—Aunque no somos superhumanos... —murmuró.
—¿Y quién dijo que necesitan serlo? —dijo Maddiux, aún sonriente— La esposa de este hombre, Kenia, de por sí tiene las capacidades de una superhumana sin tener el Gen. Ricardo y tú, tienen un intelecto tal que Andrey no dudaría en reclutarlos en la base científica de la Corporación cuando oiga de ustedes. Santino... —de repente su sonrisa se transformó en una mueca melancólica— Me recuerda bastante a Yerik. De los más eficientes agentes secretos que tuvo la FSB. Veo mucho potencial en él, si me lo preguntas.
—Créeme, si le dices eso a Santino, le entra por una y le sale por otra —Gevani puso cara de asco y se señaló las orejas.
—Y Martina... —Maddiux hizo una pequeña pausa, la mirada pensativa viendo fijamente el rostro inconsciente de Mateo, para después mirar a Gevani otra vez— ¿Qué son esos apéndices con forma de audífonos en sus orejas?
—Oh... —Gevani se quedó callado unos segundos.
—Vale. Entiendo —Maddiux le dio otras palmadas en el hombro—. No me lo cuentes si aún no te sientes listo para contarlo. Cuando llegue el momento, ¿vale?
—Vale —Gevani respondió con una sonrisa.
—Cualquier cosa que pidan, me lo hacen saber. Estaremos al pendiente del MRU —Maddiux le ofreció la palma de su mano. Adoil la estrechó con firmeza—. Nos vemos.
Se despidió con un ademán de cabeza y se retiró de la estancia. Adoil Gevani se quedó allí de pie, la mueca de incomodidad, los pensamientos bloqueados y la mente en blanco. Se masajeó el bigote con preocupación y miró a la capsula tubular, quedándose allí quieto, mirando fijamente a la cara al inconsciente Mateo Torres. Las preocupaciones innecesarias renacieron, pero Gevani las apaleó como pudo con una sonrisa y un asentimiento de cabeza.
<<Aún tienes mucho que dar, niño>> Pensó.
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Cherbogrado.
El enorme balcón del restaurante daba vistas impresionantes del horizonte urbano y sobrepoblado de Cherbogrado. Desde donde uno se sentaba en las pomposas mesas u observaba apoyándose en los baluartes, veía una larga hilera de torreones grises y negros, rascacielos que alcanzaban el kilómetro de altura, con vetas de otros rascacielos más pequeños rodeándoles, hologramas de anuncios que flotaban hasta el cielo como gigantescos estandartes, cientos de millones de resplandores decorando cada umbral y cada ventana de los edificios, y las voladoras siluetas de aeromóviles, aeronaves, aerodinos y helicópteros zumbando a través de sus laberintos, como moscas que vuelan a través de cuchillos de cocina envainados.
El resplandor entremezclado hacía formar una bella bruma de luces celestes, púrpuras y verdes que se reflejaban sobre las aguas del lago aledaño al restaurante construido en la ladera de una montaña. Adam Smith sorbió un trago de su taza de té y miró de soslayo el horizonte urbano. Su mirada se volvió melancólica al quedarse viendo un rato las nebulosas artificiales de luces neón. Adjunto con la música de "Tardes de Bolonha" reproduciéndose en el ambiente con su suave flauta, le traía memorias algo melancólicas del pasado.
Se quedó mirando fijamente el rascacielos más grande de Cherbogrado, su punta de lanza apuñalando los nubarrones y perdiéndose en el firmamento anochecido, sus iridiscentes hologramas recubriendo los voladizos haciendo ver como si fueran faldas. "Cherbag Tower", se llamaba. Con 1500 metros de altitud. Mentalmente, Smith asoció la altura de aquel rascacielos con la grandeza de Dimitry Siprokroski en embellecer la ciudad y a su pueblo.
—Gospodin Smith.
El Ilustrata giró la cabeza y descubrió a Dimitry frente suyo, con Anya detrás de él. Rápidamente se puso de pie y le estrechó firmemente la mano.
—Jesucristo, por un momento pensé que no llegaría —bromeó Adam, sonriendo.
—El discurso en la Plaza Dorofey me robó unos minutos imprevistos de mi aliento —respondió Dimitry, tomando asiento al mismo tiempo que Anya y Adam. Un mesero se les acercó y puso sobre la mesa un código de barras. Anya transmitió con la cámara la lectura del código, provocando que emergiera un holograma con el menú del restaurante—. Minutos que no desaproveché para poder hablarle con aplomo y severidad a mi gente.
—Un duro panorama político por el que estás pasando, Gospodin Dimitry —admitió Adam, mirándolo por encima del holograma del menú el cual Anya estaba manipulando para pedir su plato.
—No tan duro por el que tuve que pasar con los juicios internacionales contra mi hermano... —Dimitry se encogió de hombros— Pero sí. Un comunista. La peor pesadilla que pude haberme imaginado desde Mason Stewart.
—Que suerte que Tankov no sea un Superhumano —Smith alzó ambas manos—. Que sepamos, al menos.
El comentario sacó una sonrisa agraciada en Dimitry. Le murmuró a Anya el plato a tomar, y ella lo eligió por él tecleando la pantalla holográfica. Smith se sintió de repente excluido de ellos dos; a pesar de tenerlos en frente, tuvo la impresión de crearse un abismo de distancia entre ellos dos.
—Ok, miren, sé del por qué de esta reunión —dijo Adam, las manos sobre la mesa—. El desacuerdo que tenemos ustedes y yo por lo de las arcas.
—Al césar lo que es del césar, Adam —replicó Dimitry con severidad—. Podrás ser tu el guardián de las arcas, pero las mismas nos pertenecen a nosotros. Entiendo la restabilidad que esto podría causar en la estadística, pero ahora mismo es más importante sacar este haz bajo mi manga, que esperar a lamentarlo después.
—Y yo te diré lo mismo que le dije a Anya —Smith se inclinó hacia delante en gesto desafiante—. ¿Por qué no irse al lado de lo moral? ¡No solo eres un increíble diplomático, Dimitry, sino también un muy buen orador! Tanto que deja en pañales a los discursos populistas y vendedores del comunista de Tankov.
—De verdad, si fuera tan fácil esto como sencillamente hacer discursos diplomáticos, no estaríamos conversando ahora mismo —la infalible respuesta de Dimitry dejó mudo a Smith—. Muchísimos factores intervienen entre mi mensaje y los interlocutores, Adam. No sólo está el hecho de la manipulación mediática llevada a cabo por mis enemigos, sino también del odio histórico de los serborusos en las reparticiones tras la Tercera Guerra Mundial. No es a juicio de una moral superior juzgarlos.
—Pero eres capaz con tu locución —argumentó Smith—. Tienes la labia, y conoces tanto de la moral en las relaciones interpersonales como yo. Sé la importancia del dinero, ojo. Pero yo opino que el dinero no es nada sin los sentimientos morales.
—Esto ya no es 1757, Smith —respondió Dimitry, arrugando la frente—. Y aún si quisiera irme por ese lado, estaría dejando de lado actividades importantes dentro de mi campaña que involucran programas ciberpolíticos de marketing, activismo de caridad a grandes donadores, impulso de emprendimientos de medianas y pequeñas empresas tecnológicas y constructoras, mejoramiento del armamento antisuperhumana de las fuerzas policiales... —agitó una mano— Y así, y así...
—Estamos a una semana del resultado de las elecciones —dijo Smith—. ¿Qué cambio haría ahora darte lo que me pides quedando tan poco tiempo? E-e incluso si Tankov ganara, aún se estipularía la ley de la segunda vuelta electoral. ¡Aún tendrías oportunidad de vencerlo en las boletas sin usar un duro!
—Todo lo contrario, Adam —dijo Anya, haciendo desvanecer el holograma del menú con un agitar de mano—. Es ahora o nunca que nos des el veinticinco por ciento. Poco tiempo resta para que sea hagan efectivos los cambios más importantes que necesitamos hacer. Así que no me vuelvas a venir con ninguna otra propuesta ridícula, como la que sacaste hace unos días. De esta conversación, Dimitry y yo nos deberemos de ir con ese veinticinco por ciento.
Dimitry no pudo evitar mirarla de soslayo con una ceja arqueada. Anya estaba tan concentrada en el Ilustrada que no lo notó. Smith recluyó la espalda sobre la silla y se quedó pensativo unos segundos. Miró a los ojos a Anya, y después a los de Dimitry, ocultos bajo los lentes. Chasqueó los dedos, negó con la cabeza y se inclinó hacia delante.
—No.
El ambiente, de pronto, se tornó pesado alrededor de Adam Smith. Anya Siprokroski respiró hondo y se inclinó hacia delante, haciendo rechinar ruidosamente la silla. Los ojos de Anya se coloraron de un verde fulgurante, emitiendo leves resplandores que, cuando su rostro se ennegreció en un semblante de aparente siniestro, solo sus ojos se podían ver. La pesadumbre en la atmósfera no pasó desapercibida para Dimitry y para el resto de personas que rodeaban al trío; rostros de incomodidad se dibujaron en todas ellas, y una de molestia en la de Dimitry. Adam Smith, sin embargo, no se dejó intimidar por ella ni por los invisibles poderes psicoquinéticos que actuaban alrededor de él.
—Anya —Dimitry extendió una mano y la agarró de la muñeca. De repente, el peso y la fricción del aire que aplastaba los hombros de todos que la rodeaban se detuvo, y el color verdoso de sus ojos se apagó para dar paso a una mueca entre confusión y desasosiego dirigida hacia Dimitry.
—Lo siento —se disculpó Anya inmediatamente, apretando los labios y mirando a otro lado.
—Está bien. Yo me encargo —Dimitry le soltó la mano y se volvió hacia un tranquilizado Adam Smith—. Mira, Gospodin Smith, tu disculpa de verdad que nuestra forma de acércanos a las arcas. Nuestro estilo de vida, no justifica el leve nivel de soberbia con el cual te hablamos. La ignorancia de nuestras tragedias personales, las dificultades, las enfermedades... Dificulta, sino es que imposibilita, las comunicaciones. No hay nada más importante para mí que una comunicación clara, por más amoniaco intoxique el aire.
—Lo que huelo en el aire será el sudor del trabajo extra que me pones —profirió Smith.
—Lo comprendo —replicó Dimitry al instante, asintiendo la cabeza—. No olvidemos que, en el principio, todos estuvimos de acuerdo en apoyar la campaña electoral, de una u otra forma. Por eso te lo debo recordar: el estado tiene poca intervención en la sociedad, este es mi forma de hacer política. Las arcas de Grigory son de todos nosotros —y dibujó un círculo en el aire con un dedo—. Por lo que no puedo, por principio, renunciar mi reclamación.
Hubo comprensión bosquejarse en el semblante de Smith. Este se acomodó las gafas y asintió la cabeza.
—Vale, ¿y entonces?
—Yo dije veinticinco, tú dijiste cinco y medio, lo cual fue endiosadamente estúpido. Así que te hago una reducción. Quince por ciento.
Se hizo el silencio absoluto. La mente de Adam quedó flotando en el aire, reflexivo, pensativo y a la vez apurando la maquinaria en su mente para analizar la propuesta dada por Dimitry. La música de fondo lo ayudó a mantener la compostura y a pensar con más organización. Miró de soslayo a Anya, esta última apremiándolo con la afilada mirada como si le estuviera contando el tiempo. Smith volvió la vista hacia Dimitry, decidido, y le respondió con total seriedad:
—Doce con cinco.
Dimitry acalló un par de segundos. Apretó los labios, arrugó la frente y afirmó la cabeza.
—¿Sabes qué? —dijo— Con el objetivo de ponerle fin a esta mierda, si eso es lo que me darás... Doce con cinco.
Adam Smith esbozó una sonrisa satisfecha y Dimitry lo correspondió con una sonrisa similar.
—Así quedamos, entonces —dijo Adam, poniéndose de pie al tiempo que Dimitry para darle un abrazo. Ambos se palmearon al unísono las espaldas en un claro gesto de camaradería.
—Eres un cabrón tenaz, Adam. Eso te lo reconozco —admitió Dimitry, señalándolo con un dedo—. ¿Hasta el punto de enojar a Anya Siprokroski? Eso no lo consigue ni el caso con el acusado más molesto.
—¿Debería sentirme halagado o insultado por compararme con un imputado? —el comentario de Smith le sacó una risa a ambos Siprokroski.
—¡Toma el bendito cumplido! —exclamó Dimitry, y con gran entusiasmo volvió a abrazar estrechamente a Smith.
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Govina. Capital de la Raion Bosnia
Barrio "Nihontown".
El enclave de Nihontown maullaba con músicaw ochenteras sin precedentes que, más que inspirar a los vecinos bosnios de los alrededores, los ponía extremadamente nerviosos.
Los edificios que componían el barrio hipodámico de Nihontown tenían un marcado estilo tradicionalista japonés entremezclado con el neón de la alta tecnología. Edificios de paneles con cárteles flotantes y marquesinas de anuncios con kanjis coloridos que daban la bienvenida a un restaurante o a un casino. El lujo arquitectónico que destilaba el subdistrito dejaba anonadado a todos los bosnios que, por atrevimiento o por ser clientes ya concurrentes, entraban en el barrio.
Las calles estaban atestadas de tráfico aquella noche. Los hologramas de peces dorados y peces koi (generados por drones que volaban por encima de ellos) sobrevolaban los cielos y algunos ululaban por encima de las hileras de vehículos como si fueran dirigibles, botando por el aire arabescos de luz decorativos. La apasionante música ochentera eclipsaba los incesantes cláxones de los coches; algunos de estos decidían desviarse de la carretera para aparcar irregularmente sobre las aceras, llegando a casi atropellar a más de un peatón. De las farolas que había en cada esquina de las calles colgaban globos de seda que emitían gentiles fulgores rojos-anaranjados.
Las personas anadeaban de aquí para allá, entrando en los restaurantes lujosos o en tiendas de ropas costosísimas. Su mayoría eran nipones, pero también entremezclados caminaban bosnios y en menor medida serbios y rusos. El bullicio entremezclado de las risas, los movidos aullidos y las conversaciones potenciaban la afabilidad que transmitía la música ochentera.
Pero entonces, ¿por qué los bosnios de afuera de Nihontown disgustaban de la misma y les ponía nervioso?
Sencillo: porque el gigantesco domo que condecoraba el techo de un casino con arquitectura de estilo templo budista, de más de cincuenta metros de altura, estaba encendida y se encandilaba con psicodélicas luces que parpadeaban y se esparcían como serpientes de luz alrededor de sus bordes. Aquel era el templo donde se sabía, por conocimiento popular, que era la base de la pandilla de los Inagawa-Kai. Y cuando ese domo despedía su incandescente luz hacia el resto de Govina, era señal que los mismos estaban festejando.
Y festejando sí que lo hacían: zaguanes, galerías, salas de estar y rellanos llenos de tragaperras y pachinkos atestadas de hombres y mujeres que bailaban, comían, bebían y jugaban a las apuestas bajo las mesmerizantes luces de las bolas de cristal, los quinques y las lamparillas. La música de Yasuha, "Flyday Chinatown", rezumbaba en cada rincón del atiborrado edificio, que servía tanto como casino como restaurante. No había ninguna estancia o pasillo en la que hubiera presencia de hombres y mujeres nipones tomando unas copas, riendo, besuqueándose o follando. O todas al mismo tiempo.
A excepción del gabinete donde se hallaba Junichi Minoguchi sentado y masajeándose con desespero la frente mientras que tenía al frente a dos de sus capos, uno de ellos caminando de un lado a otro con la misma ansia.
—¡¿Es que le cuesta tanto al puto de Cerim recordar de donde vienen gran parte de los ingresos del movimiento de drogas en Bosnia?! —exclamó Junichi, apretando el puño— ¡¿De cuál debería ser su centro de negocios más importante, para la SUBASTA?!
—¡A ese calvo soplamocos y chupa-pijas no le importa a nadie más que a él mismo, Junichi-Sama! —respondió Kentaro Namikama, que caminaba de un lado a otro. Se detuvo para encararle con los brazos extendidos; vestía con una pesada gabardina negra que cubría todo su cuerpo y resplandecía con pedazos cibernéticos ornamentales, un tapabocas negro tenía el pelo corto al estilo afro— ¡Este jodido país de come-cebollas y lustra zapatos está teniendo un boom en cuánto a la expansión de la distribución de drogas y de armamento cibernético, y lo único que hace ese hombre es negligenciarlo!
—Oh, ¿conque quieres hablar de desgracias? —balbuceó Junichi— ¡Dos de mis asociados en Serbia enfrentan la revocación a sus indultos y pueden caer en procesamientos de nuevo!
—Pero, ¿no se supone que los Stanimirovic tienen al presidente de su lado? —inquirió Wataru Oda, con una obesidad mórbida que ni con todas las chaquetas elegantes podían ocultar su pronunciada panza. Eso lo contrastaba con los Fashionware de pedazos dorados que recubrían partes de su rostro y lo fornido de sus brazos neuroprosteticos.
—¡A LOS STANIMIROVIC LES ESTÁN DANDO POR CULO COMO A NOSOTROS! —vociferó Junichi, su grito haciendo que Wataru bajara la cabeza haciendo una mueca decepcionante. Mitsugi se recluyó sobre el sillón y se masajeó la frente—. Presentarme en esa Subasta será la única forma de hacer parte del enorme juego político que están haciendo las Mafias Balcánicas.
—Ah... —Kentaro se pasó una mano por el pelo ralo— ¿Por qué tuviste que abrir la boca con eso del Brutomancer, Junichi-Sam? Pudiste habernos facilitado la reunión con él y sus capos. Estuvieron mamones, ¡todos ellos!
—Pues adivina qué, amigo mío —contestó Junichi, sacándose un cigarrillo electrónico de su saco y llevándoselo a la boca—. Esos malditos estuvieron de mamones contra nosotros desde que yo reencarne en este mundo y en los éxodos masivos los grupos de nipones se tuvieron que trasladar hasta acá por culpa de un demonio que dejó inhabitable Kiyozumi-Dera por varias décadas —ladeó la cabeza, el ceño fruncido—. Siempre tratándonos de parias, a pesar de ser nosotros uno de sus mayores inversionistas.
—Y más de una vez los oí referirnos a nosotros como parias durante la reunión —admitió Wataru, poniendo cara de tristón.
—¡¿LO VES?! —chilló Junichi, y se paró de su puesto— Haya o no haya dicho lo que dije, esos cabrones chupapijas los habría tratado de igual forma.
—Bueno, date un descanso, ¿sí, Junichi-Sama? —dijo Kentaro, pasándose una mano metálica por el mentón. Se hizo una pausa silenciosa de unos cinco segundos— ¿Qué opciones nos queda ahora? No solo estamos fuera de lo de la Subasta, sino que también corremos peligro de que tomen acciones contra nosotros. Hará que el gobierno Bosnio de Fahrudin se ponga en contra nuestra. ¡Pronto este lugar estará lleno de Jedinicas!
Junichi Mitsugi realizó otra pausa silenciosa en la que lió su cigarro eléctronico. Se llenó la boca de humo, y lo expulsó todo en una satisfactoria vaharada que vino después con una módica sonrisa confiada. Kentaro y Wataru intercambiaron miradas confusas. Junichi se llevó una mano al bolsillo de su pantalón y sacó su celular cristalino.
—Ya va siendo hora de que conozcan mi "vasija secreta" —dijo mientras tecleaba su móvil.
—¿Otra vasija más? —masculló Kentaro, poniendo los ojos en blanco.
De repente, la música de Yasuha que tanto retumbaba en las paredes del gabinete se amainó al punto de ser casi imperceptible. Seguido de ello se oyó un retumbar de pisadas corriendo directo hacia la oficina. Las compuertas se la misma se abrieron de par en par con un estruendo, haciendo que Kentaro y Wataru se dieran la vuelta y desenvainaran sus pistolas.
—¡Junichi-Sama! —exclamó el tipo que entró en la sala; un guardia de seguridad con la respiración agitada— ¡Un sujeto extraño entró en la Sala de Juegos B5!
—¿Han abierto fuego contra él? —preguntó Junichi.
—No han abierto fuego, ¡pero el tipo trajo un cuerpo!
Junichi se mordió el labio inferior y repiqueteó la mesa con manos emocionadas al tiempo que reprimía un gritito.
—¡Oh, sí! ¡Vamos a verlo! —clamó, sonriente, para después empezar una caminata de zancadas apuradas hacia el umbral del gabinete. Le dio golpecitos en el hombro a Wataru y a Kentaro para que lo siguieran.
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|◁ II ▷|
La sala de juegos estaba atiborrada de personas, todas ellas inmovilizadas luego de ser interrumpidas en sus juegos de pachinkos y tragaperras, con muecas de extrañeza, espanto y asombro virando hacia el mismo lugar. El silencio era casi absoluto, en el que solo se reverberaba los sonidos de las maquinitas y la canción de Flyday Chinatown pero a un volumen aterradoramente bajo. Los gritos iniciales cuando ocurrió la aparición acallaron al instante luego de que el sujeto arrojara el cuerpo, sin brazos y sin piernas, de un pandillero, sobre una mesa de billar.
Junichi y sus dos capos corrieron rápidamente por la sala de juegos, abriéndose paso a través de las personas entre empujones. Una vez llegaron al sitio, lo primero que vieron fue el cuerpo tirado sobre la mesa de billar: donde debían estar los brazos y las piernas había zonas apuntadas con cables chisporroteando electricidad y chorros de plasma y combustibles. El rostro tenía hostiles placas faciales arrancadas de cuajo donde debía de estar la mandíbula, e implantes ópticos de ocho ojos sin vida que lo hacía ver como si tuviera la cara de una araña robótica. Todas las personas que miraban el juego esbozaban muecas incrédulas y aterradas, mientras que los guardias del casino apuntaban sus pistolas de energía contra el hombre que trajo el cuerpo... Y que tenía una extraña oruga amorfa envolviendo sus caderas y ascendiendo por su espalda hasta llegar a su cabeza.
Junichi Mitsugi sonrió de oreja a oreja y comenzó a carcajear. Se fue acercando al musculoso asesino mientras daba aplausos.
—¡Por fin Kamisama me bendice con algo bueno hoy! —exclamó con desquicio, sus aplausos resonando fúnebremente en la estancia— Aunque tardaste algo más de la cuenta, Ishin. ¿Qué te pasó?
—M-momento... —farfulló Wataru, alzando una mano temblorosa— ¿Ese es...?
El llamado "Ishin" levantó un cuchillo de doble hoja empuñado en su mano derecha y la introdujo en la boca de la oruga; esta se la tragó como un fideo, haciendo ruiditos húmedos que pusieron incomodos a todo el mundo.
—Demasiados obstáculos cibernéticos —dijo, la madura voz sensual. Estiró ambos brazos hacia arriba, y la camisa negra de manga corta se apretó sobre su torso, marcándole los pectorales y el tonificado abdomen. Más abajo vestía con pantalones blancos acampanados amarrados con un cinturón negro, y zapatillas negras ajustadas. Luego de terminar sus estiramientos se encogió de hombros y miró de soslayo a Junichi— No me dijiste que me hallaría a tres de esos "Chojin" —le dio tres cachetadas al cadáver—. Incluyéndolo.
La elocuencia y el cuidado en la pronunciación de cada palabra lanzó descargas de nervios y admiración en todos los espectadores, incluyendo a los mafiosos de Inagawa. Su mesura y el acento con el que articulaba el japonés indicaba una naturalidad que solo provendría... De Kiyozumi-Dera.
—Bueno, ¿qué quieres que te diga? —dijo Junichi. Al lado del mercenario, Junichi parecía una rama de arbolillo frente a un tronco de secuoya— Yoshioka y su banda de "Los Infectados" querían pasarse de lanza conmigo. Cortaron toda comunicación conmigo. ¡No supe que fue de ellos durante nueve meses...! —la sonrisa le tornó maliciosa y pegó los ojos sobre el cuerpo. Todo el mundo cuchicheo comentarios consternados al escucharlo— Hasta ahora.
—Mi paga —Ishin alzó una mano, chasqueó los dedos y agitó los dedos frente a Junichi— Ahora.
—¡Aguanta tus caballos, amigo! Permiteme hacer las debidas presentaciones, y luego te daré el dinero —su comentario hizo que los guardias bajaran las pistolas.
—Siempre y cuando cumplas —el mercenario se encogió y volvió a hacer otros estiramientos de brazos.
—¡Todos! —Junichi se colocó frente a "Ishin" y dio tres palmadas. Todo el mundo se lo quedó viendo, incluyendo sus capos y soldados, entre el asombro incrédulo y el terror—. Es un placer presentarles a quien será uno de nuestros nuevos soldados en Inagawa. Un mercenario, requisado de las lejanas tierras de Kiyozumi-Dera. Importardo de la tan legendaria organización de los Akagitsune, luego de una intensa negociación con el jefe de estos, Lee Shigoto —nada más mencionar aquel nombre, estallo una reacción en cadena de asombrados comentarios a voces bajas que rezongaron en toda la sala de juegos. Junichi estiró su brazo hacia el mercenario de cabello negro ondulado— ¡Todos! ¡Démosle la más honradas de las bienvenidas a quien será la clave para poder sobrevivir como grupo...! ¡RYUSHIN HOGO!
Junichi empezó a aplaudir energéticamente, y el resto de capos, mafiosos, guardias y demás público lo imitó, algunos haciéndolo con el mismo entusiasmo que él, otros aún asaltándolos la incredulidad de una información que no habían sabido de los Inagawa sino hasta ahora (incluso todos los capos de Junichi no podían creer que este secreto se lo hubiese guardado su jefe hasta el momento).
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|◁ II ▷|
Gran Palacio Siprokroski
El MRU hizo anuncio de la culminación de sus procedimientos quirúrgicos y regeneradores automáticos con el repiqueteo de un pitido robótico, seguido por el refulgir del resquicio de su frontón. Todos los Giles de la Gauchada estaban reunidos alrededor del contenedor, incluyendo a Thrud Thorsdottir, la valquiria posando una mano confiada sobre el hombro de una expectante Martina Park. Maddiux Siprokroski y Adam Smith estaban subidos en lo alto de la tarima del laboratorio, el primero apoyando las manos sobre la baranda y el segundo con las manos en la espalda, ambos igual de avizores por lo que estaban a punto de ser testigos.
Ingenieros ataviados en batas blancas intercambiaron fugaces miradas una vez el MRU comenzó a pitar. Ambos agarraron los mangos de los guimbaletes, y jalaron hacia abajo. Las palancas resonaron con un estruendo metálico, y seguido de ello, se abalanzó sobre los Giles una serie de silbidos vaporizadores que provenían de las compuertas de la cápsula tubular. Emanaciones blancas salían de los resquicios, poco a poco movilizándose hacia afuera, provocando rocíos de olores químicos y perfumadores que se esparcieron por toda la estancia y obligaron a los Giles (todos portando tapabocas y guantes blancos) cubrirse los ojos con una mano.
Los cables de sensores motrices y pulsos cardiacos se despegaron automáticamente del cuerpo de Mateo Torres. Las compuertas terminaron por abrirse al completo, y el cuerpo inconsciente de Mateo cayó de la capsula, chocando contra una colcha que le esperaba abajo y que amortiguó su caída y lo cubrió con una manta elástica poliester. Las compuertas del MRU se fueron con lentitud al tiempo que los Giles corrieron para socorrer a Mateo, este último aún inmóvil sobre el colchón.
Martina, Kenia y Thrud quisieron acercársele, pero Ricardo las detuvo interponiendo un brazo en su camino. Adoil y los dos ingenieros fueron los que se acercaron al cuerpo. Fue Gevani el primero en tocarlo; lo agarró gentilmente de los hombros y lo irguió. Los hombres en bata y se colocaron instrumentos cableados que se descubrieron como estetoscopios; pusieron las antenas sobre los pectorales y la espalda de Mateo. Luego de un tortuoso minuto de chequeo, se miraron entre sí, y alzaron sus dedos pulgares.
Y Mateo Torres despertó abriendo pacíficamente sus ojos, siendo lo primero que veía el rostro ensoñador y lagrimeante de Martina Park.
—¡Papi! —farfulló la niña, saltando sobre él y rodeándole en un abrazo estrechante. Mateo, aún inducido en leves mareos por los químicos del MRU, correspondió con movimientos torpes al abrazo. Un vahído de sentimientos lo asaltó de repente. Comenzó a sollozar, y abrazó con más fuerza a Martina, haciendo que las ropas de estas se mojaran por su cuerpo desnudo y húmedo por los líquidos especiales.
—Martina... —murmuró Mateo, aferrándose con aún más fuerza a ella— Mi niña...
—¡Mateo! —chilló Kenia, tirándose sobre el colchón y uniéndose al fraternal abrazo.
Y como si estuviesen esperando a que Mateo superase a la muerte todo este tiempo, Adoil y Ricardo celebraron con un grito de alegría y un abrazo de palmadas en el hombro. Fue tal la euforia del momento que hasta Santino Flores se unió a la fiesta, estrechando la mano de Gevani y abrazando a Ricardo, todo mientras hacía su intento de esbozar la sonrisa más entusiasta posible.
Maddiux y Adam intercambiaron miradas de entendimiento, una sonrisa de agradecimiento y asintieron al mismo tiempo la cabeza.
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Transportaron a Mateo Torres a una sala de urgencias del interior del Gran Palacio. El héroe argentino estaba sentado en el borde de una camilla, arropado con una manta y vistiendo con una túnica blanca. Bebió un sorbo de su taza de café caliente mientras su cuerpo temblaba por los escalofríos.
—Ligeros sorbos, Mateo. Ligeritos —le dijo Kenia, sentada a su lado, masajeándole la espalda.
Los únicos que se hallaban presentes con él al momento eran Kenia, Martina y Thrud. Las dos primeras sentadas a cada lado de él, y la Valquiria Real apoyando la espalda sobre un pilar cercano a ellos tres. Mateo bebió otro sorbo de su café, y su trago se oyó con vehemencia. Carraspeó un poco, y después le dedicó una mirada analítica a su alrededor; el extenso rellano estaba lleno de camillas vacías, habiendo solo unas pocas ocupadas por pacientes que eran sirvientes del Gran Palacio.
—¿Dónde estamos? —balbuceó— No me digas que así... de bonita... se ve la Prisión de Backford.
—No, Mateo —respondió Kenia—. Estamos en el Gran Palacio.
—Ah, así que le cambiaron... el nombre —Mateo sorbió otro trago— Que bonito.
—¡En el Gran Palacio de los Siprokroski, papi! —exclamó Martina a su lado, posando sus manos sobre su pierna, los ojos saltones y entusiasmados— Estamos en la residencia de la familia que gobierna la Raion Rusia.
Mateo tragó abruptamente al oír eso. Se llevó una mano a la garganta y tosió varias veces. Kenia puso por un segundo una mueca de preocupada y le dio palmadas en la espalda.
—¡Que tragues suave, carajo!
—¿Qué? —clamó Mateo entre carraspeos— ¿Rusia? ¿Y cómo... —tose— llegamos hasta aquí? Y encima... —volvió a mirar su derredor— ¿En la casa de los Sipro...? ¡Ese apellido todo complicado!
—Bueno, el recorrido no fue fácil —admitió Martina, haciendo una mueca—. Hubo que hacer diplomacia, diálogos, establecernos como pudimos, ponerte en ese tubo...
—Más despacio —la interrumpió Mateo. Bebió un último sorbo y le dio el vaso a Kenia. Esta lo puso sobre una mesita de al lado—. ¿Cómo sobrevivimos al ataque del ejército bosnio?
—¡Gracias a mí! —exclamó Thrud, despegandose de la pared y caminando hacia él como si hubiera esperado este momento.
—¿Eh? —Mateo frunció el ceño al ver a la fornida mujer de melena naranja agitar los brazos hacia atrás e hincarse sobre una rodilla, destilando orgullo y elegancia en cada movimiento—. Wow, wow, hey, hey...
—Me llamo Thrud Thorsdóttir —dijo, la cabeza agachada para ocultar la vehemente sonrisa—, hija del Dios del Trueno nórdico, Thor Odinson. Por lo tanto, deidad al cien por ciento. He sido asignada como su Valquiria Real para pelear contra el Dios Seth en el Torneo del Ragnarök en la segunda ronda —alzó la cabeza, dedicándole su radiante sonrisa y sus profundos ojos azules—. Es un honor finalmente poder hablar con mi Legendarium Einhenjer sin que esté en estado catatónico.
Se creó una burbuja de silencio que se prolongó por un largo rato. Mateo no podía dejar de ver a Thrud con el ceño aún más arrugado, haciendo muecas de confusión en un intento por concebir lo que oyó. Se tambaleó levemente, y Kenia y Martina lo tuvieron que agarrar para que no se cayera. La Valquiria Real se irguió, sin borrar la sonrisa, pero volviéndola algo torcida al verlo aún menearse.
—Ok, fui mui directa —admitió.
—¡NO ME DIGAS! —exclamó Mateo de repente, estallando en una risa histerica— ¿Torneo del Ragnarök? ¿Valquiria Real? ¿Legenda...? —cerró los ojos y apretó los dientes en una sonrisa torva— Nope, nope. Debo seguir soñando. Sip. Debo seguir soñando. Mi alma se va al segundo cielo con un cargamento de morfina.
—¡Ay, papi, no exageres! —le reprochó Martina— Vale, verdad que ella fue imprudente en decírtelo así... sin más. ¡Pero estás en la realidad! —puso sus manos sobre los hombros de Mateo— ¡Yo soy real!
—Si estoy es real y no el mundo del nunca jamás —farfulló Mateo, parpadeando varias veces, la respiración forzada, los nervios corporales empeorando— entonces demuéstrenmelo de verdad. ¡Hagan algo para que me lo crea!
—Ah, ¿conque quieres prueba? —Kenia lo agarró del rostro con ambas manos— ¡Toma esto como prueba!
Y plantó con fuerza sus labios sobre los de Mateo en un profundo beso que consumió la respiración de ambos. Martina se paró y se apartó de la camilla, los ojos ensanchados y las mejillas ruborizadas. Thrud se llevó las manos a la boca para ocultar su socarrona sonrisa al ver los ojos de Mateo abrirse como platos, el beso extendiéndose por un prolongado rato, hasta casi llegar los treinta segundos.
Ambos se separaron, sus labios emitiendo un sonoro "muack" que hizo que Martina se cubriera el rostro enrojecido con ambas manos. Thrud no pudo evitar desternillarse y se cubrió los ojos con una mano.
—¡Guala! —exclamó y agitó la misma mano—. El beso que despertó a ceniciento.
—¿Mejor ahora, boludín? —dijo Kenia entre jadeos y risas, dándole amigables cachetadas a su marido.
—Sí... —musitó Mateo, la sonrisa nerviosa y afable, sus manos aferrándose a los brazos de Kenia— Sí, creo que ya... —posó su frente sobre la de Kenia, y ambos se acariciaron las narices— Sí...
Se quedaron así los dos, en silencio íntimo. Thrud se cruzó los brazos y chasqueó los labios, mirando hacia otro lado.
—¿Puedo ver ahora? —murmuró Martina, apartándose los dedos.
—¡No lo hagas! —exclamó Thrud, cubriéndole la cara con sus manos— Les arruinarás el momento.
—Aww... —Martina infló las mejillas en un puchero adorable puchero.
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Dos días después de salir del MRU, Mateo Torres se sintió como si hubiese renacido genuinamente. Sentía su cuerpo como otro; más fornido, más enérgico, más lleno de vida potenciada por los impulsos de un cerebro excitado gracias al MRU. Se sentía como un hombre nuevo.
Al principio, le devino una lluvia de preocupaciones que intentaron derribar toda esa mezcolanza de felicidad y motivación. Pensó en todo lo que perdió en la base: su equipo, sus herramientas, sus armas, sus vehículos... Su hogar. Pensar que la residencia de los Siprokroski sería su nuevo hogar le pareció, en un principio, una idea que le daría mareos por varios días. Especialmente en el hecho de sentirse como alguien no invitado en este palacio digno de un magnate.
Pero, para su sorpresa, su presencia en la morada de los Siprokroski fue bien recibido por el patriarca de estos. Maddiux no solo le ofreció con total gusto todas las comodidades que ofrecía su residencia, sino también le llevó la inmensa sorpresa de la restauración de muchas de las cosas perdidas en Bosnia. Cosas que iban desde su característico traje de Merodeador de la Noche, su equipo y armamento y, según sus palabras, próximamente tendría un nuevo Masamovil. ¡Y hasta otros vehículos que tuvieran el prefijo "Masa"!
Mateo se hallaba en una de las salas de entrenamiento del Gran Palacio; una habitación de una hectárea de espacio, lo bastante como para albergar a doscientas personas. Estaba atiborrado de herramientas y equipos de ejercicios, desde mancuernas hasta comprensoras, muchas de ellas teniendo lingotes que pesaban toneladas. Aquellos eran artilugios que utilizaban sobre todo los guardias superhumanos que conformaban el cuerpo de seguridad del Gran Palacio (y no dudaba que su esposa también los había utilizado en las pruebas físicas).
Estiró los brazos para comprobar la elasticidad de su reparado traje. Maddiux le dijo que le adjudicaron nuevas mejoras, como rehacerlo con fibras de carbono capaces de resistir ataques físicos de Superhumanos de Clase D, con una ligera potenciación pasiva en sus capacidades físicas y con un mejoramiento en su tecnología Eindecker de invisibilidad, además de agregarle armas secretas, como cuchillas de plasma calorizantes que podrían sobresalir de sus antebrazos. Mateo probó eso; agitó una de sus manos hacia abajo, y la hoja de color blanca con bordados azulinos neón emergió de su traje como si fuera una garra. Se miró en el espejo. Estiró el brazo donde empuñaba la hoja. Sonrió satisfecho al ver sus músculos marcándose bajo su nuevo traje.
Miró de soslayo una de las pesas que estaban acumuladas en un montón cerca de una máquina isotónica. Se la quedó viendo por un rato, escudriñando sus orondas esferas perfectas y la marca de "cinco toneladas" grabadas en su mango. La idea se le cruzó por la mente, al tiempo que las palabras de Thrud reverberaban en su mente con entusiasmo:
"¡He sido asignada como su Valquiria Real para pelear contra el Dios Seth en el Torneo del Ragnarök en la segunda ronda!"
Eso le trajo un vahído de sentimientos encontrados. Especialmente... el de subestimación.
Se dirigió hacia la mancuerna de cinco tonelatas. Se acuclilló y agarró con ambas manos la mancuerna. Las marcas azules del traje empezaron a brillar con intensidad, y Mateo empezó a tirar hacia arriba con todas sus fuerzas. No hubo movimiento. La mancuerna quedó inmóvil. Mateo arrugó la nariz y la frente. Sus pies se deslizaron por el suelo a medida que tiraba más y más, su fuerza física recibiendo un ligero impulso por el traje que le hizo hincar ligeramente las venas de sus brazos y su cuello. Pero aún con esas pudo mover la mancuerna, si quiera un poco.
Mateo terminó por rendirse al cabo de dos minutos de intentarlo. Cayó de culo al suelo, la sensación de ardor corriéndole de los hombros hasta los dedos. El sudor ya perlaba su frene y mojaba su cabello negro. Miró hacia el techo y se quedó allí quieto, respirando del esfuerzo.
—¡Hey, nada mal!
El superhéroe argentino volteó la cabeza hacia la derecha y vio a Thrud Thorsdóttir, la espalda apoyada sobre el borde del umbral, los brazos cruzados y la sonrisa marcada. Mateo desvió la mirada y cerró los ojos.
—¿Cómo que "nada mal"? —farfulló. Thrud comenzó a caminar hacia él— No lo he podido mover ni un solo centímetro.
—Es un comienzo —dijo Thrud, deteniéndose a unos metros de él—. Yo cuando era niña no podía ni levantar una espada de madera, mientras que mi hermano Ullr ya tenía fuerza para levantar montañas.
—¿Lo dices porque es verdad o porque me quieres consolar?
—Agh, a quién miento. Lo digo para consolarte. A los tres años ya era capaz de levantar el martillo de mi padre.
Thrud le ofreció su mano. Mateo se agarró de ella, y su valquiria lo levantó de un tirón. Ahora que estaban cerca pudo notar la diferencia de alturas; era un palmo más alto que ella. Casi que medía lo mismo que su hija.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —dijo Mateo, y se dirigió hacia una de las bancas y se sentaba.
—Lánzalas —contestó Thrud, su voz siempre entusiasta y sus ojos siempre restallantes—. Soy una caja de respuestas.
Mateo se pasó una mano por el rostro exasperado.
—Si yo fui "elegido" como "Legendarium Einhenjer"... —hizo una pausa para fruncir el ceño— ¿Por qué entonces nunca me comunicaron eso? Al menos a Maddiux si le avisaron. ¡Le hicieron llegar una carta con su valquiria, incluso!
—Hay Legendarium que tienen más accesibilidad que otros con los recursos de la Reina Valquiria —respondió Thrud tras chasquear los labios—. Te pongo por ejemplo a este hombre... ¿Cómo se llamaba? —chasqueó varias veces los dedos— ¡Sí! Kuro. Kuro Kautama. El hombre es un budista, hijo de Buda... —carcajeó— No, perdón. Discípulo. Discípulo de Buda Gautama. El sujeto ha sido para Brunhilde un caso de gato y el ratón durante un siglo entero luego de la Segunda Tribulación, tras la muerte de su esposa. Se fue a Midgar.
—¿Aún existe la tierra? —prorrumpió Mateo, entrecerrando los ojos.
—Sí, pero ahora está es infestada de esos monstruos Kaijus. Como sea. Él ya fue elegido como Einhenjer Electivo, pero de forma tardía, porque el escurridizo seguía escapándosele de la vista. Puso a una tan Suntzadroma, algo por el estilo, para que lo vigilase.
—¿Es su valquiria?
—Nah, más bien como su niñera. Una princesa india. La valquiria es Prima, pero esta es un caso complicado —Thrud hizo otra pausa. Se metió las manos en el bolsillo—. Sigo —Mateo se inclinó hacia delante, la mirada interesada—: los dos se van a Midgar, a hallar algo de no sé qué de verdadera Iluminación en un reino hindú perdido. Sun trata de detenerlo, o creemos que trató, y cuando llegaron hasta la zona más honda del templo budista donde creían que hallarían lo que buscaban, se toparon con un adversario que los dejó así —Thrud sacó su lengua e hizo ademán de cortarse la yugular, poniendo mueca de muerta.
—¿Murieron ambos?
—Sobrevivieron, de milagro. Fueron salvadas por Hui Ying, otra Legendarium Einhenjer que fue difícil de alcanzar durante siglos por su emperador. Ahora mismo están en Tierra Pura, ya recuperados, y con Kuro ya teniendo los cabales de un Legendarium —Thrud alzó los hombros—. Como verás, querido, es cosa de aduanas las más de las veces. Y en tú caso, al estar tan aislado y restringido por los países en ascenso de las Provincias, fue difícil llegar a ti. Pero... —y estiró los brazos de lado a lado— ¡Aquí estamos!
—Okey... —Mateo afirmó con la cabeza en ademán de entender— Pero eso me lleva a otra pregunta —se quedó callado unos instantes. Miró a su valquiria a los ojos con severidad—. ¿Por qué yo?
Thrud calló y se lo quedó mirando como si no quisiera darle la respuesta. Mateo ladeó la cabeza y rechistó los dientes.
—¿Por qué yo ser un Legendarium, ah? —volvió a preguntar— ¿Por qué debo ser yo quien me enfrente a una deidad por el futuro de una humanidad que ni siquiera le da importancia su destino? Me has visto. No soy capaz ni de levantar cinco toneladas —se señaló a sí mismo— ¿Ahora me pides que mate a un dios?
—Mateo... —murmuró Thrud, el semblante ensombreciéndose.
—¡Ni siquiera soy un superhumano como Maddiux! O poseo magia, como lo tenía ese tal Uitstli que me contaste de la primera ronda. Soy un... humano, común y corriente. Fui en la niñez un chico bobo que sufrió la precariedad de un país latinoamericano, y que decidió ser un "superhéroe" por inspiración de comics de Batman —la mirada de Mateo se tornó melancólica a medida que hablaba—. Todo para después, por casualidades de la vida, convertirme en uno.
—Pero te has enfrentado a superhumanos en tu pasado —dijo Thrud—. Eres un hombre capaz de idear estrategias complejas que pondrían en jaque a un ejército...
—Oh, vamos, no exageremos mis hazañas, ¿quieres? —masculló Mateo, esbozando una mueca disgustada— Allá afuera hay personas que son infinitamente más poderosos que yo. Inteligentes, inclusive. Les agregas un poco de magia, y con eso le das a Brunhilde un puto pochoclo acaramelado para metérselo en el orto mientras disfruta de su victoria en la segunda rondita.
Thrud acalló, la mirada sórdida en el suelo. Mateo se mordió el labio inferior y exhaló con frustración. Se inclinó hacia delante.
—¿Por qué yo, ah? ¿Qué significa en verdad ser eso? ¿Un "Legendarium Einhenjer"?
La Valquiria Real quedó totalmente muda. El silencio se hizo incomodo para Mateo; se rascó la cabeza y se pasó una mano por el mentón, a la espera de una respuesta que supo que no la iba a obtener. A pesar de que parecía querer dar una respuesta, Thrud se quedaba callada. Mateo notó la vergüenza dibujarse en el rostro redondo de su valquiria, cosa que le dio un pesar en el corazón. Se reincorporó de la banca y se dispuso a irse de la estancia.
Thrud lo agarró de repente de la muñeca. Mateo sintió el ligero jalón y se detuvo. Se volvió hacia ella, y se cruzó con sus necesitados ojos azules.
—He visto tu historial en los Registros Akásicos, Mateo —musitó—. He visto de primera mano tus hazañas, tus perdidas, tus enemigos y tus aliados, tus proezas y bajezas, y todo lo que hiciste por ese país de la Argentina que no hubiera dudado en darle una visita. Me encantaste. Tú me encantas. Tú y tu historia. No sé por qué... pero, simplemente, me gustas como el guerrero que eres. No tendría sentido para mí ahora irme a buscar otro hombre o mujer con el cual hacer Völundr. Te elegí a ti... porque quise. Y porque creo poder sacar lo mejor de ti, como mi padre Thor y mi hermano Ullr lo hicieron por mí.
Mateo no tuvo palabras para replicar. Se quedó boquiabierto unos instantes, dubitativo en si decir algo o no. Al final terminó por no decir nada. Selló sus labios, se liberó de su agarre, y se largó de la habitación mientras hacía muecas enfadadas y tristes.
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Los Giles de la Gauchada fueron llamados por Adam Smith para reunirse con él en el patio trasero del Gran Palacio. Todos se volvieron a conocer a la entrada del perímetro ajardinado de una hectárea de dominio que era el patio trasero. La entrada consistía en un arco apuntado condecorado con lianas que colgaban de los dinteles, dando el aspecto de la entrada a un laberinto (aunque los matojos y matorrales no medían más que un metro de alto, por lo que los Giles obtenían vistas generales de todo el jardín).
Una vez estuvieron todos, Adam Smith les hizo un ademán con la cabeza y traspasó el umbral hacia el jardín.
—Caminen conmigo.
—Jesucristo, ¿tan serio nos vas a hablar? —dijo Mateo, vistiendo con una camisa negra bajo un bleizer azul oscuro, pantalones largos y botas— Que apenas llevo tres días desde que resucite.
Los Giles anadearon por los senderos a paso lento, siguiendo el ritmo parsimonioso de la caminata del Ilustrata de la Economía. Sus pisadas discordantes generaban ruidos al pisar los guijarros que componían los caminos del jardín. Algunos giraban las vistas de lado a lado, alcanzando a observar a jardineros podando los arbustos, o alfareros creando cuencos de cerámica para empotrar nuevas plantas exóticas. El exquisito olor a naturaleza proveniente de los arbustos trajo una paz que hizo que los Giles ignorasen cuánto tiempo llevaban siguiendo a Adam por el jardín.
—Como sabrán —dijo finalmente Smith—, Maddiux Siprokroski está a punto de inaugurar los Torneos Pandemonicos como una forma alternativa de recabar dinero para las arcas. Estamos a veintiún horas de ello, exactamente. Ya se han hecho todos los preparativos, excepto uno —se detuvo de repente para volverse hacia ellos y dedicarle suna mirada seria bajo los lentes—. Cuerpo de seguridad.
Los Giles intercambiaron miradas extrañadas. No tuvieron que poner dos dedos de frente para saber lo que significaba.
—¿Seguridad? —farfulló Gevani, haciendo un gesto giratorio con la mano— ¿Y qué hay de tu cuerpo de seguridad?
—No es suficiente personal —manifestó Adam—. Incluso combinando mis guardaespaldas con los guardias del Gran Palacio, aún quedan como un y medio de acre de coliseo que recubrir.
—¿Y los Cibermantes de la CIS? —inquirió Ricardo— ¿Ellos no pueden manejar esa hectárea con drones o algo?
—No, porque esa hectárea de la que hablo son las gradas de los demonios —los Giles se quedaron engatusados al oírle a Smith decir la palabra demonio—. Oh, venga, no pongan esas caras. Ya los han visto de primera mano.
—¿Demonios que se quieren hacer pasar por ciudadanos de bien? —masculló Santino, entrecerrando los ojos— No lo sé, jefe, pero eso suena más a malandros haciendose pasar por ciudadanos de bien.
Smith cerró los ojos y reprimió la rabia interna con un suspiro paciente.
—Debo darte un par de razones allí —admitió entre dientes— Si bien es cierto que los demonios de Grigory han sido reeducados y disciplinados en el modo de vida ruso, con las crecientes subidas de descontento con los subsidiarios y "anarcosindicalismo" en la Unión Sindical, Maddiux no quiere correr riesgos de atentados o de batallas campales en las gradas. O, peor aún, cosas que estén pasando detrás de las gradas —extrajo del interior de su saco una serie de tarjetas que, con habilidad, las arrojó uno a uno hacia todos los Giles. Todos ellos las atraparon, excepto Martina, quien tuvo que agacharse a recogerlo—. Estos serán sus ID para tener acceso a todas las zonas del coliseo, incluida las restringidas.
Mateo sintió un vahído en el pecho al ver a Martina ver con ojos encantados su colorida tarjeta. Apretó los labios y reprimió con vigor su llaga paterna. Lo mismo hizo Kenia a su lado.
—Los detalles del torneo se los daré —explicó Smith, las manos tras su espalda—. Solo que sepan que serán juegos de estilo lucha libre "profesional" como los anteriores Torneos. Participarán diez luchadores, y serán cinco rondas en total. Posiblemente haya una duración de doce horas a un día entero. Habrá mucho dinero aflorando en forma de apuestas y otro tipo de actividades más delictivas ocurriendo durante las gradas. Por lo que sus posiciones estarán basadas en las que tienen mis guardaespaldas y los Cibermantes, y su objetivo será el mismo: mantener el mayor orden posible en las gradas.
—Ya parece que está describiendo el Superbowl... —murmuró Ricardo, sacándole una risita a Adoil y a Mateo.
—¿Comprendieron? —exclamó Smith, inclinándose ligeramente hacia delante. Todos los Giles asintieron la cabeza al unísono— Bien. Ahora síganme —reanimó la marcha e hizo un ademán con la mano—. Les presentaré a dos compañeros de trabajo que los ayudarán en esta tarea.
El grupo argentino siguió al Ilustrata camino recto hasta alcanzar una glorieta. En el centro de la misma se erigía una estatua del Dios del Sol Dazhbog, hincado sobre una rodilla y estirando un brazo hacia abajo y el otro hacia arriba, en una simbólica pose que los Giles no consiguieron captar del todo. Y nada más adentrarse en aquella rotonda desprovista de gente, el grupo fue asaltado por la avalancha repentina de una presión en el aire que les pesó en los hombros y les hizo ponerse en alerta.
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https://youtu.be/N3-ikFKeNVw
ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯
|◁ II ▷|
Rodearon la rotonda, siguiendo siempre las espaldas de Adam, hasta alcanzar el culmen del recorrido. Lo primero que vieron los Giles al detener la caminata fue a un sujeto encapuchado sentado de rodillas sobre una manta, justo al frente de la estatua de Dazhbog. De lo que alcanzaron a observar fueron sus ropas andrajosas ropas: un abrigo anaranjado sin botones, bufanda blanca, camisa negra harapienta, pantalones acolchados marrones, sandalias adheridas a vendas que rodeaban sus pantorrillas, y guanteletes, siendo el de su brazo izquierdo... un brazo prostético de madera con aspecto rústico y deshecho.
El segundo, de pie y algo alejado del primero, se hallaba de pie cerca de los matorrales, observando las exóticas flores con una mirada analítica. Portaba una capa verde de cuadros negros que ocultaba su atuendo negro de una pieza, de camisa abotonada y pantalones acampanados, amarrados entre sí con un cinturón blanco. Tenía el cabello rojizo y ondulado, peinado hacia atrás, lo que revelaba la cicatriz de quemadura en su frente, y pendientes con forma de cartas Hanafuda colgando de sus orejas. En su cintura colgaba el cinto oscuro de una katana.
El muchacho se dio la vuelta y fulminó a todos los Giles con una rápida y aguzada mirada analítica, los ojos castaños grabando los rostros de todos y cada uno con un parpadeo. El hombre sentado, por su parte, ni se molestó en reparar en la presencia de Smith. Suspiró con un gruñido acompasado y se encogió de hombros.
Adam Smith se aclaró la garganta.
—Tachiagaru, Yohei Yo —ordenó en un burdo japonés.
El mercenario volvió a suspirar. Se reincorporó con lentos y cuidadosos movimientos, revelando la vaina de su katana en su cadera. Se quitó la capucha, revelando su afilado rostro que, a ojos de Thrud, parecía querer relatar la historia de cien mil batallas que tuvo en el pasado sin verbalizarlas. Tenía el cabello negro peinado hacia atrás en una cola de caballo, una cicatriz corriéndole por el lado del ojo rasgado, los irises de color gris, y la nariz respingona. Se volvió hacia los Giles y les dedicó la misma mirada analítica que el muchacho, acompañada por un aura de hostilidad huraña que volvió a poner alerta a todos los Giles, especialmente a Mateo y Kenia. El mercenario de oriente entrecerró los ojos y chasqueó los dedos con su mano de carne. El muchacho, quizás su discípulo, se encaminó hacia él hasta ponerse a su lado.
Adam Smith esbozó una sonrisa diplomática y se interpuso entre los Giles y los samuráis. Dio una palmada que hizo que los Giles (excepto Kenia y Santino) les quitara un ojo de encima a los mercenarios.
—Estos serán sus dos compañeros —dijo Adam—. Nosolo en los Torneos, sino a partir de ahora bajo la jurisprudencia de losSiprokroski. Serán los aliados más poderosos que tendrán aparte de la familiarusa. Requisados de los "Anchi Kyokai Yokai", el Estado que gobierna KiyozumiDera —estiró un brazo en ademán de presentación—. Sus nombres son...
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𝓔 𝓝 𝓓 𝓘 𝓝 𝓖
https://youtu.be/4KN793UQE6A
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