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Capítulo 1: Los Vigilantes

┏━°⌜ 赤い糸 ⌟°━┓

🄾🄿🄴🄽🄸🄽🄶

https://youtu.be/gbsf2XvlLns

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https://youtu.be/UMTtqATUg84

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Microdistrito de Khamovsk

A treinta y ocho kilómetros de Cherbogrado, capital de la Raion Rusa

<<Che, Masa, ¿todavía andas esperando como gárgola a que aparezca?>> La voz de Adoil Gevani resonó dentro de su cabeza; con los microchips implementados en su cuello, podía oírlo sin necesidad de encender un micrófono manualmente.

—Los Zemsky Yaryg de Cherbogrado dijeron que la tramullera esta llegaría a Khamosvk en unas tres horas —afirmó el vigilante vistiendo una ancha gabardina negra. Alzó la muñeca y en ella apareció una pantalla holográfica que le indicó la hora: eran las siete y media de la noche—. Ya llevo unas dos horas con cincuenta minutos.

<<¡¿Dos horas han pasado ya?! ¡¿Cuándo...?! Digo, ¡¿Cómo?!>>

—Esa es la virtuosa paciencia que siempre me quisiste enseñar, Dr. Huevo. El tiempo pasa rápido y uno ni se da cuenta.

<<Con razón los pochoclos se me acabaron tan rápido, ve. Iré hacerme otro. ¡Me avisas cuando esa superhumana aparezca!>>

—Copiado.

El silencio ventoso reinó en su alto ambiente con vistas urbanas al microdistrito. Las estrechas y laberínticas calles, callejuelas y avenidas de la semi-rurales Khamosvk no eran algo a lo que Masayoshi Budo era ajeno. De hecho, estaba acostumbrado a ello. Demasiado para su antojo.

El microdistrito de Khamosvk tenía una forma circular visible desde lo alto del rascacielos más alto en el que se hallaba aquel enigmático vigilante. Más abajo, edificios con formas de paneles sucesorios alcanzaban hasta los cincuenta metros de alto, y estaban tan arrejuntados entre sí que, incluso con sus potentes binoculares de visión de Rayos X y visión nocturna, le era complicado diferenciar un callejón de una ancha avenida. Aquellos altos paneláks, como popularmente se le conocía en las lenguas eslavas que tanto él como otros miembros de su grupo tuvieron que aprenderse para vivir en este mundo, eran el sello distintivo del estilo de vida que poseían las Provincias Unidas del Bajo Mundo.

A diferencia de los antiguos edificios de estilo Brezhnevka y Khrushchenvka que antaño eran las viviendas estándares de las Provincias Unidas, estos nuevos edificios paneláks eran mucho más altos y coloridos, agradables a la vista de sus ciudadanos de mayoría etnia eslava. En vez de ser pequeños y grises, estas enormes estructuras se asemejaban más a los rascacielos occidentales de ciudades como Nueva York. No obstante, sus estilos rectangulares y minimalistas en sus fachadas seguían impresos en sus arquitecturas, y sus alturas seguían siendo del mismo tamaño. Aquel era un sentimentalismo cultural que estos eslavos no abandonaban incluso después de la masiva migración del Gran Arrebatamiento de humanos a los Nueve Reinos.

Incluso así, Masayoshi Budo no dejaba de apreciar con la mirada la modernidad con la que se veían estos horizontes urbanos de edificios de sistemas de paneles llamados "Siproskroyka", nombre que honraba el apellido Siprokroski, la familia rusa que lanzó el plan de modernización urbana. Rascacielos que alcanzaban los sesenta metros de alto, pintados con múltiples colores o, en el caso de los edificios más ricos, sobre cubiertos con láminas de neón de las cuales expulsaban luces fosforescentes. Amarillo, púrpura, azul, violeta, anaranjado... el color rojo era el que más dominaba toda la urbe del microdistrito.

Aquellas láminas no se limitaban a los edificios de funcionarios o mansiones de políticos ricos; paneles holográficos se atestaban en las plazas y en algunos bulevares públicos, reproduciendo imágenes en 3D de anuncios mayoritariamente políticos concernientes a las siguientes elecciones políticas para el cargo de Ministro de la Raion Rusa. Las imágenes en 3D enseñaban dos rostros: uno pragmático de un joven de cabello rubio erizado, y el otro, de aspecto conservador, de un hombre mayor de barba recortada y cabello blanco largo que le cubrían las orejas. En las losas de mármol donde estaban dispuestos las láminas holográficas se rezaban dos nombres: "Dimitry Siprokroski" y "Tankov Andreevich".

Aunque la modernidad de la ciudad era visible y transpirable a través de su clima nevado y lluvioso y también por los gases industriales de las que provenían de las pesadas fábricas de gigantescas torres de refrigerio, Masayoshi, desde su posición, veía como, fuera del anillo de urbanización del microdistrito, la mayor parte de Khamosvk era rural y oscuro. La depresión de los barracones y las chabolas superpuestas unas sobre otras era tal que, cuando viraba la vista, tenía que activar la visión nocturna debido a la nula luz que oscurecía aquellos barrios agropecuarios. La incomodidad poblaba su mente cuando hacía zoom y alcanzaba a ver las familias marginadas haciendo lo posible por subsistir fuera de la gran urbe.

El vigilante se encogió de hombros, limpió su mente de aquellos nervios mentales y se concentró en las anchas autopistas de Khamosvk. El flujo del tráfico era bastante rápido; había muy poca densidad de coches recorriendo los puentes y las avenidas en caracol. Las luces de los coches eran centellas a los ojos de Masayoshi, recorriendo con gran sosiego las avenidas y las calles más estrechas y obstaculizadas por la suciedad de bolsas de basura que se acumulaban en las esquinas de las aceras. A pesar del clima lluvioso, aún podía oler la mugre de los desechos.

<<Ah, que ganas de comerme un sándwich ahora mismo, la puta madre, y solo hay pochoclos a...>> La voz de Adoil Gevani se reanimó en su mente, quedándose en silencio de repente. <<¿Pero qué...? ¿Te estás haciendo el boludo ahora mismo o qué, Masa?>>

—¿Por qué? ¿Se me ve la cara de amargado incluso con la máscara?

<<Eso en parte, ¡pero no me refiero a eso! Ya han pasado las tres horas, y esa pendeja aún no se le ve ni por el pico de la Patagonia. Te la hago corta, Masa. A esa mina le atraparon el orto los Krasnaya Armiya. O incluso los Spetsznas, los que se encargan de los Ciberpsicópartas. Devuélvete a la base, por favor>>

Se hizo el silencio pesaroso. El rostro de Masayoshi se ensombreció, y aquella oscuridad ocultó su sonrisa. La voz digital de Adoil Gevani redujo su tono a uno de desazón.

<<Huuuh... ¿Masa...?>>

—El quilombo que armó esa Cibercriminal en Cherbogrado es serio en mayúsculas, Dr. Huevo —explicó Masayoshi. Se irguió y estiró la espalda y los brazos, tronándose los huesos—. Ahora mismo, según tus últimos reportes, ella está solo siendo seguida por el Ejército Rojo. Los Spetsznas están teniendo retraso. Incluso tratándose de una Superhumana de Clase D que porta un antiquísimo exoesqueleto Sevaspotol de segunda generación, no podemos escatimar su hazaña: ¡se robó un prototipo de la Neo-Tecnología Eslava de la Base Militar de Krashimovo! Y por lo que se ve, es solamente ella. No viene con ningún grupo.

<<Che, venga ya. Si hoy en día eso cualquier ciberhacker lo puede hacer. ¡Hasta yo o Ardid lo hacemos facilito usando una patata como sistema operativo!>>

—Mi punto es... —prosiguió Masayoshi, bajando sus manos hasta sus anchas cinturas, removiéndose un faldón y revelando un arma negra parecida a una pistola; al acercar la mano, su núcleo circular se encendió de color azul neón— que en base a los reportes, al historial criminalista que tiene esta tipa y los testimonios de los cazarrecompensas y sus vínculos con los remanentes de las mafias 'Ndrangheta, no creo que los soldados se la hayan bajoneado. Aparecerá aquí en Khamosvk. ¡Y yo la estaré esperando!

<<Y si los soldados de una poderosa base militar no podrán, ¿crees que tú...?>>

—Viejo ponéle que ya nos hemos vuelto unos fierros golpeadores de forros superhumanos. Y eso que ni siquiera somos uno de esos. 

<<Ah, esa terquedad tuya de pecho frío... ¡Escúchame bien, Masa! Si en los próximos cinco minutos no hay movimiento, más te vale devolverte a la...>>

Gevani fue interrumpido por el estridente pitido de la máscara digital de Masayoshi Budo. El vigilante rápidamente tornó la cabeza hacia el radio de detección que le indicaba el origen del brusco movimiento. Con su visión nocturna consiguió ver, a lo lejos, una multitud de puntos en posición diagonal que se desplazaban a toda velocidad por la autopista que conectaba a Khamosvk con Cherbogrado. Pasó a la visión normal, hizo zoom, y Masayoshi alcanzó a ver a su objetivo: una criminal que recorría velozmente el pavimento a través de patines de plasma, superando por mucho la velocidad de los coches militares que la llevaban persiguiendo desde la capital.

—Parece que mi ticket para el partido ha llegado —dijo, y empezó a removerse la gabardina.

<<Por favor, no pongas la "Marcayoshi" una vez que la derrotes...>>

—¡Mis armas, mis reglas!

Masayoshi se quitó la gabardina y la tiró. El viento sopló y se la llevó, haciendo que aquella ropa saliera volando y desapareciera en la oscuridad del cielo. El vigilante vestía con un traje de una sola pieza de color negro, hecho con diminutas fibras de grafeno superpuestas que revestían el cuero tachonado del que estaba hecho, convirtiéndolo así en una armadura invisible, flexible y resistente para su cuerpo. Su cabello negro ondulado se zarandeó con el soplar de los vientos. Desenfundó de sus caderas dos bastones negros, y al hacerlo el símbolo de águila en su pecho y las gruesas rayas que corrían por sus brazos se encendieron de un color celeste brillantino. El arma con forma de pistola resplandeció con la misma luz.

<<¿Cuánto tiempo debería apostar esta vez?>> Preguntó Gevani.

—Dame unos cinco minutos. ¡Diez máximos!

<<Estás más confiado que de costumbre esta noche, che...>>

—Claro que lo estoy. Sea en este mundo o en cualquier otro... 

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https://youtu.be/9mKCj4Nigpg

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|◁ II ▷|

Los aullidos de las sirenas policiales y los rugidos de los carros de combate de estilo soviético arraigaron a las zonas rurales de Khamovsk. Disparos ultrasónicos de proyectiles de plasma provenían de las torretas de los carros, pero la superhumana que surfeaba velozmente la sucia tierra los esquivaba con agiles saltos y movimientos zigzagueantes, tan rápidos que por momentos parecía desaparecer y reaparecer en distintas partes de la tierra negra y sucia.

Helicópteros volaban a grandes velocidades por los cielos, haciendo aullar el ennegrecido firmamento con sus propulsores de plasma. Dos de ellos descendieron hasta poco menos de dos metros del nivel del suelo, y dispararon al unísono contra la cibercriminal. La superhumana, cubierta con un harapo andrajoso que le ocultaba el rostro, desplegó sables de debajo de sus delgados brazos y, con movimientos rápidos, amartilló los proyectiles de plasma, devolviéndoselo hacia sus gatilladores y acribillándolos hasta matarlos. Las hélices de uno de los helicópteros se dañaron al recibir los disparos; el vehículo rodó brutalmente por el suelo, deformándose para después producir una poderosa explosión que formó un hongo de más de diez metros de alto. Las patrullas policiales se vieron obstaculizados por el humo de la explosión; los conductores se obligaron a detenerse, mientras que los de los carros de combate soviéticos atravesaron el humo, y persistieron en su persecución.

La superhumana convirtió la hoja de uno de sus antebrazos en una sierra. Las púas de cada cierra salieron disparadas a la velocidad de una bala contra el segundo helicóptero. El piloto fue asesinado al recibir las púas directo en su cuello y cabeza. El helicóptero perdió el control, se estrelló contra el suelo, y otra explosión masiva recubrió el cielo e infestó los terrenos baldíos con sus cenizas. Los coches militares no se detuvieron; atravesaron de nuevo el humo, y la fustigaron con lluvias de plasmas.

En ese instante, la cibercriminal deslizó sus botas de plasma a través de una rampa de tierra, y dio un grandioso y acrobático salto que la elevó hasta la fachada de uno de los edificios que componían el complejo de apartamentos. La superhumana atravesó las paredes e invadió momentáneamente las habitaciones de sus residentes, asustando de muerte a más de una pareja o una familia acomodada en aquellos apartamentos. La delincuente cayó dentro de las laberínticas calles, dejando tras de sí una línea de agujeros en el edificio. Fuera del anillo, los carros de combate se detuvieron y empezaron a vadear el terreno con tal de entrar en el microdistrito. 

Los peatones de Khamovsk fueron sorprendidos y perturbados por la repentina caída de la superhumana. Cayendo justo en mitad de una autopista, aplastando el capo de un coche con sus gruesas piernas cibernéticas. El vehículo se partió por la mitad, y su conductor fue aplastado brutalmente. Todas las personas que se hallaban en los alrededores emitieron gritos de espanto y corrieron por sus vidas, desapareciendo tras encrucijadas o callejones.

La cibercriminal se reincorporó, el plasma de sus pies restallando contra el pavimento. Se reincorporó, se agitó la capucha de su harapo e inclinó las piernas hacia atrás, lista para tomar impulso. Pero antes de poder propulsarse, recibió en su espalda un disparo plásmico de alta intensidad que encendió en llamas su ropaje. La delincuente se dio la vuelta, alcanzando a divisar a los carros de combate militares aproximarse hacia ella a toda velocidad, disparando sin cesar sus torretas de plasma.

—Ugh, ¡Qué molestos son! —exclamó la mujer en un aparatoso ruso. 

Se llevó una mano a la capucha y, de un tirón, se la removió. La capucha en llamas se deshizo en el aire, y el cuerpo de la cibercriminal quedó al descubierto: los laterales de su torso estaban hecho en gran parte por placas cibernéticas acopladas unas sobre otras, los cables asomando por los resquicios, y la mitad inferior de sus brazos estaban hechos de metales maleables con los cuales poder producir en masa las espadas y las sierras. Vestía un corsé negro, y de su busto para arriba era toda orgánica, con una cabeza rapada a excepción de un penacho verde. 

La cibercriminal tiró al suelo bolsa echa de fibras plásmicas transparente por la cual se podía ver el prototipo: un reactor nuclear circular apagado y con sus cables cortados. La superhumana levantó una de sus piernas, dividiéndose en dos a partir de su rodilla y revelando una enorme boca de cañón. Estiró la pierna, y de la garganta del obús se despidió un cegador brillo blanco.

Los soldados de los carros de combate se alertaron al ver el resplandor en la distancia, advirtiéndoselo a sus demás compatriotas por radio. Los pilotos giraron brutalmente los volantes para desviarse del camino, pero fue demasiado tarde. Del cañón de la pierna de la superhumana se disparó una gigantesca y estruendosa ráfaga blanca que arrasó con todos los coches estacionados, las farolas, las fachadas de edificios cercanos y, por último, con toda la caravana militar. Vehículos explotaron en una reacción en cadena de estallidos que se elevaron varios metros, destruyendo vidrios de los ventanales de los rascacielos cercanos y haciendo entrar en pánico a los residentes de aquellos edificios.

La mitad de la pierna tirada en el suelo se volvió a ensamblar.

La mitad de la pierna tirada en el suelo se volvió a ensamblar a su cuerpo. La cibercriminal sonrió con vanidad, observando orgullosamente las carcasas de los carros de combate ardiendo y los soldados aullando de dolor mientras eran consumidos por las llamas. Desplegó una de las púas de sus antebrazos conectado a un cable, recogiendo el reactor nuclear del suelo y agarrándolo bajo el brazo.

—Debí haber hecho eso desde un principio —murmuró en vos baja, el plasma de sus pies prostéticos liberando plasma el cual la elevó unos centímetros por encima del suelo—. Tanto historial criminal que tienen de mí, y siguen cayendo en ese mismo truco.

—Tanto historial criminal que hasta el clínico tienen de ti, ¿no, Ludmilla?

—Oh, sí, hasta el clínico también lo tie... —La superhumana ensanchó los ojos de par en par y se dio la vuelta, fijando su vista en uno de los techos de los edificios de treinta pisos... pero sin toparse con nadie allí. <<¡Esa voz provino de ahí! ¡¿Por qué no está...?!

—Sabes, creo que solo te llamaré por tu nombre medio —exclamó la autoritaria voz masculina. Ludmilla se volteó hacia varios lados, fulminado con la vista callejones, esquinas y techos de edificios, incapaz de hallar el origen de la voz. A ojos de los peatones rezagados, lucía como una esquizofrénica que estuviera oyendo voces... las cuales ellos oían también. ¡Parecía provenir de todos lados y de ninguno al mismo tiempo!— Honestamente tus primogénitos te debieron de odiar a muerte por ponerte ese nombre de pila. ¿Cómo se pronuncia siquiera? ¿Skecoli...? ¿Shechegoli...?

—¡Shchegolikhina Ludmilla, maldito idiota!

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https://youtu.be/8MLeXZLni7Q

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|◁ II ▷|

Se hizo el silencio abrupto. Se oyó únicamente las sirenas de alarma resonar en toda Khamosvk, indicativo que el microdistrito estaba bajo ataque. Todos los anuncios holográficos de las campañas presidenciales fueron reemplazados con intensos paneles rojos con letras en ruso que rezaban "¡Alerta! Ataque ciberterrorista. Se aplica toque de queda". Toda la avenida fue inundada con oleadas de fulgores rojos que pusieron en alerta a Ludmilla, obligándola a emplear filtros de visión para poder ver a través de los intensos resplandores carmesíes. Los nervios colmaron su piel orgánica, haciendo que se le ponga de gallina.

<<No lo entiendo. No lo puedo ver, ¡tampoco lo puedo detectar con mis sensores de movimiento!>> Ludmilla sintió un escalofrío en la espalda. La superhumana desplegó un sable de su antebrazo y lo esgrimió, cortando el aire y la lluvia, cada vez más extrema con el pasar de los segundos asoladores. Por culpa de los fulgores carmesíes, Ludmilla veía sombras aparecer y desaparecer de debajo de árboles y detrás de esquinas de callejones. <<Además, ¡no se supone que estos hologramas emitan tanta luz! ¡¿Por qué...?!>>

—En definitiva, debo mejorar mi ruso. ¿Me ayudas en eso? 

Ludmilla atacó rápidamente hacia el origen de la voz. Con un gruñido esgrimió su brazo hacia aquella dirección, disparando todas sus filosas púas, las cuales partieron en dos varios árboles y cortaron como hojas de papel el grueso concreto de peristilos y de pilares embebidos de los rascacielos.

Un gruñido de carácter draconiano invadió sus oídos; de repente, las prótesis internas de su torso que aumentaban sus capacidades físicas empezaron a sufrir un corto circuito, provocando que perdiera brevemente la noción de la realidad. La Cibercriminal sintió como el corazón se le subía hasta la garganta. Alzó al cabeza y viró la vista hacia uno de los techos de los edificios. Alcanzó a ver una hilera de estatuas de gárgolas, todas ellas ennegrecidas por la oscuridad... excepto una de ellas, la cual su pecho brilló en un apasionado azul.

<<¡A-allí...!>> Con nerviosos temblores, Ludmilla levantó un antebrazo, y estuvo a punto de disparar sus filosas púas, hasta que, de repente, vio aquella sombra luminiscente desaparecer en un parpadeo... ¡y reaparecer casi al instante en frente de ella!

La superhumana bajó velozmente el brazo y descargó un revés contra la rauda sombra. Esta última fue más rápida; usando un bastón eléctrico desvió su brazo, paralizando su prótesis en el proceso con la descarga eléctrica. Aquella ágil sombra se trepó a ella usando su rodilla como trampolín, agarrando un buen impulso y, de esa forma, propinarle un vasto puñetazo bajo su quijada.

El golpe le hizo tronar los huesos del cuello y le desencajó varios dientes. Los dos metros de cuerpo cibernético de Ludmilla salieron volando por los aires. La esfera metálica que era el reactor nuclear se cayó de su brazo, rodando por un paso peatonal hasta acabar enterrado bajo dos losas de escombros. La rauda sombra no terminó allí con su presa: desenfundó su arma parecida a una pistola, y disparo un gancho de plasma que se estiró varios metros hasta adherirse al zócalo de un rascacielos. El largo cable de plasma jaló de él, alzándolo hasta la altura de Ludmilla y, de esa forma, conectarle una severa patada doble justo en su vientre. 

La cibercriminal impactó brutalmente contra el pavimento, quedando enterrada en una hendidura. Fugazmente se escapó de allí deslizándose por el suelo usando el motor de sus plasmas para impulsarse a toda velocidad, justo antes de que su devastador cayera justo en la hendidura y lo aplastara todavía más con otra patada. Ludmilla apretó los dientes, llevándose una mano a los laterales de su torso. Otro escalofrío la azotó al sentir sus placas abolladas.

—Eto... ¡Eto syurrealistichno! —bramó en un afrentado ruso. Se irguió y fulminó a su enemigo con una mirada. Las sombras que lo recubrían se deshicieron, enseñando su atlético cuerpo protegido bajo su apretado traje negro y azul. Sus labios se torcían en una ligera sonrisa— ¡¿Vy agent Spetsny?!

—Nea —el vigilante negó con la cabeza y chasqueó los labios. Ludmilla frunció el ceño y se quedó boquiabierta. ¡No se había dado cuenta hasta ahora que aquel sujeto podía hablar ruso!— Los Spetzsna fueron entrenados para trabajar en equipos. Incluso eso tú lo sabes.

—Entonces eres un cazarrecompensas. ¡¿Quieres cobrar la recompensa impuesta en mí antes de que me puedan atrapar las autoridades?!

—Podría ser... —el vigilante volvió a negar con la cabeza— Solo quítale lo de "recompensas", y tienes un cazador. No como Maddiux. No tengo Síndrome del Superhombre, gracias a Dios...

—Oh, ¡¿Te crees adorable hablándome de ESA FORMA?! —Ludmilla propinó una poderosa patada al suelo, aplastando el asfalto y enterrando su pata de tres garras dentro del pavimento.

—Forra, soy un capo —habló el vigilante en español y con un fuerte acento argentino. Sonrió y esgrimió ágilmente sus dos bastones eléctricos.

—¡SUFICIENTE!

La cibercriminal levantó su pierna derecha, haciendo resonar los mecanismos de su prótesis hasta alzar su rodilla a la altura de su vientre. Las placas superpuestas de la superficie de su rodilla se abrieron, revelando la boca de un cañón, la cual empezó a brillar de color blanca. Otros obuses aparecieron en las suelas de sus patas sauridas, haciendo que se volviera a elevar unos centímetros en el aire. Blandió sus brazos de lado a lado, desplegando sus cuchillas de sus antebrazos.

La mitad inferior de la pierna alzada de Ludmilla se separó y cayó al suelo. La superhumana extendió su pierna, disparando de su cañón una ráfaga blanca igual de gigantesca que la que arrasó a la patrulla militar rusa. La figura del vigilante desapareció tras la inmensa cortina blanca de la ráfaga. Todos los postes de luz, semáforos y vehículos que obstaculizaran el camino del láser fueron aniquilados; cadenas de explosiones se sucedieron uno detrás de otro, alzando sus hongos de fuego varios metros y causando muchos más daños colaterales a la infraestructura.

Lloviznas de millones de vidrios cayeron por toda la chamuscada avenida. La misma lluvia, parada por unos segundos por la ráfaga, reanudó su caída por la autopista. Los hologramas que exteriorizaban sus cegadores fulgores carmesíes fueron demolidos por la ráfaga; sus paneles ciberluminiscentes cayeron de los techos y de pedestales, generando más estruendos en la desolada carretera y asustando a los residentes de los edificios, quienes ya huían por las salidas de emergencias.

—Jodido orco —maldijo Ludmilla para sus adentros. La mitad inferior de la pierna saltó y se unió a su cuerpo. Se dio la vuelta, analizando la otra mitad de la carretera con el ceño fruncido. Chasqueó los dientes— ¿Dónde coño cayó la Cápsula Supersónica?

De repente, a sus refinados oídos llegaron los lejanos ruidos de más sirenas policiales, así como de motores plasmicos de helicópteros de combate abalanzarse a toda velocidad hacia el microdistinto. Ludmilla apretó los dientes. <<¡Perdí demasiado tiempo! Debo salir de aquí ya>> Se volvió a girar, pero no hallo el reactor nuclear. Se volteó de nuevo, de nuevo, de nuevo... ¡no hallaba el objeto por ningún lado! Ludmilla frunció más el ceño y apretó los puños. <<¡¿Dónde demonios está?!>>

—¡¡¡SORPRESA!!!

El grito del vigilante la agarró desprevenida. Se dio la vuelta, y su rostro recibió el brutal choque del reactor nuclear, jalado y tirado por el oscuro vigilante gracias a su pistola de gancho de plasma. Ludmilla sintió su rostro desfigurarse por el brutal golpe; la superficie cuadrangular de la Cápsula le partió la quijada, le desencajó todos los dientes, y por poco le hizo explotar uno de sus ojos. Antes de ser lanzada por los aires otra vez, Ludmilla alcanzó a ver como su enemigo aparecía de la nada, emitiendo un sordo sonido de desactivación en el proceso.

<<¡¿Tecnología Furtiva de Eindecker?!>> Pensó Ludmilla al tiempo que daba ágiles y rápidas volteretas hacia atrás, desperdigando restos de sangre, carne y piezas de metal por el suelo. <<¡¿Y cómo pudo jalar de la capsula?! ¡Se supone que debe pesar unas cinco toneladas por sus elementos radioactivos!>>

La cibercriminal detuvo sus volteretas y se quedó parada. Trató de detectar a su enemigo con sus sensores, pero estos seguían dañados: lo único que alcanzó a ver fue furtivos movimientos invisibles pasar a través de su difuminado radar. Sintió un nuevo escalofrío azotarle todo el cuerpo. Bajó la mirada. Vio un borrón invisible cortar el aire y producir electricidad. Ensanchó sus trastocados ojos e interpuso sus dos antebrazos como escudos, provocando que los bastones eléctricos impactaran contra sus sierras, paralizándolos.

Su enemigo estaba frente a él, transparente pero aún siendo visible por su forma ahora de cerca. Esto hizo que Ludmilla esbozara una media sonrisa.

—¡Tecnología Eindecker pobre! —exclamó— Recubrimientos más avanzados harían que fueras incluso intangible. Qué patético, hombrecillo.

El recubrimiento de acetatos adquirió color de nuevo, enseñando la sonrisa burlona del vigilante y sus ojos blanqueados bajo su máscara.

—¡No tan patético como la estúpida que cayó en mi trampa!

Ludmilla gruñó de la rabia. Estiró la cabeza hacia atrás con tal de darle un cabezazo. El vigilante lo esquivó a último instante, agachándose fugazmente para después mover velozmente sus brazos hacia sus rodillas y, acto seguido, alejarse con un poderoso impulso y desaparecer con la invisibilidad que le proveyó su traje.

—¡Esta vez puedo verte! —exclamó la superhumana. Se impulsó en dirección a donde se hallaba su enemigo, y lo arremetió con un espadazo de su antebrazo. Pero antes de que la hoja alcanzara el brazo invisible del vigilante, se oyeron dos explosiones venir de debajo de Ludmilla— ¿Qué...?

La cibercriminal trastabilló, sus piernas prostéticas retemblando alocadamente... hasta que la rodilla de su pierna izquierda se quebró, y Ludmilla se desmoronó con estrépito al suelo y bocarriba. La superhumana ensanchó los ojos, viendo con gran espanto como chorros de líquido celeste y corrientes eléctricas salían de los cables partidos de su pierna cercenada.

—¡¿NO KAGOKO CHERTA?! —chilló Ludmilla, tan fuerte que su voz se desafinó.

—Oh, entonces por eso es que ponen el "No" al inicio, ¿eh?

Ludmilla clavó su espantada, pero férrea mirada sobre el vigilante, acuclillado a un metro de ella, la capa de invisibilidad desactivándose y haciendo como si apareciera teletransportado ante sus ojos.

—Se nota que tu especialidad se basa únicamente en las fugas rápidas —dijo el vigilante—. No tienes ni una pizca de experiencia en combate. Apuesto que hasta estas prótesis de Sevapostol las conseguiste hace unas semanas.

—Llevo con ellas... ¡casi toda mi vida, maldito orco! —replicó Ludmilla con coraje.

—¿Y nunca consideraste hacerte aumentaciones?

La superhumana arremetió con un espadazo de su antebrazo. El vigilante lo eludió inclinándose de cintura para arriba hacia atrás. La hoja pasó raspando el aire y cortándole un mechón de cabello. Envolvió sus atléticas piernas alrededor de su hombro y, de un brutal giro, se lo torció y después lo aplastó contra el pavimento, enterrando la filosa hoja en el suelo. Ludmilla bramó del dolor.

—Nope, se ve que no —musitó el vigilante, despreocupado.

—Jodido metido... ¡¿quién eres tú?! ¡¿Eres Spetzsna?! ¡¿Eres un cazarrecompensas?!

El vigilante nocturno se reincorporó. Alzó un brazo, y en la superficie de su antebrazo brilló un símbolo de águila que después se desplegó como un boomerang y que atrapó con su otra mano. Para este punto, las sirenas se oían tan cerca que, por el rabillo del ojo, el vigilante podía ver los vehículos policiales y nuevos carros de combate militares aproximarse hacia la derruida encrucijada. Los ciudadanos rusos asomaron sus cabezas detrás de sus ventanas o balcones; otros salían de sus escondites para poder ver con más asombro al hombre que se encargó de la peligrosa cibercriminal.

—¡E-ese es...! —exclamó uno de los peatones.

—¡El Merodeador de la Noche! —gritó su compañero, indicándolo con un dedo.

—¿Merodeador...? —Ludmilla frunció el ceño de la confusión, mirando su derredor todo el conglomerado de personas que se acumulaban en las aceras alrededor de la encrucijada.

—Cúchame una cosa, pibarda —bramó el Merodeador de la Noche tras dar un suspiro exasperado, hablando en un español argentino que dejó desconcertados al público. Ludmilla se lo quedó viendo con la mirada férrea y la mandíbula apretada—. El pasto crece, las aves vuelan, el sol brilla... —esgrimió su resplandeciente boomerang alrededor de sus dedos. Se acuclilló, y fue acercando el boomerang al busto de la superhumana, esta última sintiendo un intenso calor quemar su piel orgánica— Y yo, Masayoshi Budo, ¡le rompo el orto a los superhumanos sin ser uno!

Y estampó el ardiente y brillante boomerang en el pecho de una anonadada Ludmilla. La cibercriminal despidió un alarido estridente que resonó en el nocturno cielo de Khamosvk. Los hombres y mujeres rusos se quedaron en un escabroso e incómodo silencio, viendo como la cibercriminal dejaba de repente de gritar y caía inconsciente al suelo. De pronto, el silencio fue invadido por un grito elogiador de un niño ruso que empezó a aplaudir. Tras él, todos y cada uno de los adultos empezaron a aplaudir y a silbar.

—¡Brodyaga! ¡Brodyaga! ¡Brodyaga! —exclamaban todo el público en un armonioso coro.

Masayoshi no les correspondió si quiera con la mirada. Se encogió de hombros, alzó la cabeza y miró de soslayo al convoy militar acercarse a la escena del crimen.

<<Y al final le pusiste la Marcayoshi...>> Dijo Adoil Gevani en su cabeza.

—Tráeme el Masamovil —musitó el vigilante.

<<Gracias a Dieguito Maradona que no le pusieron un ticket de parking dónde lo puse>>.

Se oyó un rugido motorizado que tomó por sorpresa a los peatones. Un susto de muerte los asaltó a todos al ver como un raudo vehículo, veloz como un guepardo, destruía los parapetos del quinto peso de un edificio de aparcamiento de vehículos móviles. El carro negro, con el símbolo del águila en su capó, cayó frente a Masayoshi. Este último abrió la puerta, se metió en él, y arrancó el vehículo, desapareciendo de la encrucijada justo antes de que el convoy militar arraigara. 

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https://youtu.be/m3D7odcFhms

ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

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El veloz Masamovil, luciendo a caballo entre los modelos de un Bugatti Divo y un Lamborghini Revuelto, condujo a toda velocidad por una larguísima y serpentina autopista que lo llevó a la frontera entre la Raion Rusa y la Raion Serbia. La carretera estaba solitaria en la mayor parte del tiempo, a excepción de algunos camiones de largos tráileres que viajaban por la inhóspita carretera. En poco más de veinte minutos, el Masamovil llegó hasta el Estrecho de Prijateljstva, constituyendo de un paso peatonal ruso que daba la bienvenida a un áspero puente de mampostería desgastada y una falla geológica de casi un kilómetro de profundad.

El vehículo de Masayoshi no pasó por el paso peatonal. En cambio, cual vehículo todo terreno, comenzó a vadear lentamente el estrecho, atravesando el tupido bosque de altas secuoyas de las que sus hojas brotaban remanentes de lluvia y hasta nieve. El Masamovil se entrechocó repetidas veces contra las piedras, las raíces y los pequeños montículos, llegando a casi accidentarse más de una vez al estrellarse contra un árbol. Pero Masayoshi manejaba el coche con maestría, y conseguía esquivarlo todo y seguir su avance por el terreno accidentado.

<<¿Sabes, Masa?>> Dijo la voz digital de Gevani en su mente. <<Si tan solo empezaras a cobrar las cabezas de recompensa por cada superhumano al cual le rompes el orto, ¡sería capaz de conseguir materiales para hacer que el Masamovil vuele y dejes de recorrer estos accidentados caminos!>>

—¿De qué te preocupas del presupuesto empresarial? —preguntó Masayoshi, los ojos concentrados al frente—. La inflación de Argentina no afectó a Industrias Diaz en su día, no debería de afectarla ahora.

<<Ay, ¡y sigues igual de bruto en este ámbito!>> Se oyó un alboroto de objetos metálicos siendo barridos de una mesa. <<¡ENTIENDE QUE SON SERIAS LAS SANCIONES QUE NOS PUSO EL GOBIERNO DE BOSNIA! Malandros estos alcaldes. Y de paso racistas. Haciéndonos pagar impuestos extras por ser argentinos...>>

—No soy tan bueno en economía como tú, Dr. Huevo —Masayoshi abrió los ojos y ladeó la cabeza, el semblante de genuina pena ajena.

<<Obviamente no. De lo que te encargas tú es de partir jetas a los criminales y dejarles la Marcayoshi como si fueran propiedad tuya>>. Se oyó un suspiro exasperado de parte de Gevani. <<Solo regresa a la base antes de las once de la noche, ¿quieres? Hay cosas serias que discutir acá. Y para tu desgracia, será de economía>>.

Masayoshi cerró los ojos, tragó saliva y se encogió de hombros.

—Copiado y entendido —y después de decir esto, dejó de oír el sonido de intermitencia de la telecomunicación con Gevani

Tras unos intensos cinco minutos de recorrido atropellado por la descendente colina pedregosa, el Masamovil alcanzó una explanada llana de la cual, en uno de sus bordes, se alzaba una rampa natural. Los motores del vehículo rugieron, y este último, saltó de la rampa y cayó pesadamente en el asfalto de la Autopista de Bor, llegando así a territorio de la Raion Serbia. Igual de inhóspita, oscura y con ausencia total de tráfico. Masayoshi giró el volante, y el automóvil derrapó por el pavimento, dejando marcas en el suelo para después salir disparado velozmente en contravía por la autopista.

El punto celeste fosforescentes viajó por la larguirucha avenida que, por su nombre, lo dirigía al pueblo de Bor que circundaba con las fronteras noroeste con la Raion Rusa. Los caballos de potencia del motor ronronearon con cada circulación que el vehículo daba, cercando las laderas de los oscuros montículos. Esos rugidos motorizados resonaban con gran potencia hacia los horizontes boscosos y espeluznantes que se hallaban más debajo de la autopista. Dentro de la cabina del Masamovil, las ventanas polarizadas neutralizaban todo ruido exterior, y era reemplazada con música, muchas de ellas siendo soundtracks de películas, y la mayoría de superhéroes.

Los kilómetros de autopista fueron cortados brutalmente por la velocidad del Masamovil. Pero aún así, hubo mucho camino que atravesar para recorrer la vasta región de la Raion Serbia y, así, llegar a la Raion Bosnia, el distrito donde se encontraba su base.

Con la ayuda de la música ambiental calmando la angustia del viaje y poniendo el Masamovil en piloto automático, el vigilante nocturno se inclinó sobre su sillón y esperó pacientemente a que la máquina le indicara cuando llegasen a la Autopista de Gradiska. A pesar de que las fronteras entre la Raion Serbia y Bosnia estaban bastante fortificadas y militarizadas, Masayoshi conocía varios atajos con poca presencia militar. Caminos los cuales programó al piloto automático para que los tomara mientras él se tomaba una siesta e ignoraba el iridiscente recorrido que hacía el Masamovil por los puentes y por las avenidas, las cuales vadeaban los tristes terrenos baldíos y los depresivos pueblos campesinos que constituían la mayor parte de la Raion Serbia.

La voz automatizada del piloto en avión anunció la llegada a la Autopista de Gradiska. Masayoshi irguió sobre el sillón y levantó el espaldar con la palanca que había abajo. Viró los ojos en alerta más allá de la ventana; un letrero holográfico se podía ver a lo lejos, de colores verdes y celestes apagados, los cuales rezaban el nombre de "Autopista de Gradiska". El vigilante nocturno tomó control del volante y, cuando los altos pinos que recubrían el lateral de su ventanal, consiguió observar el pueblo Gradiska a lo lejos. En ese instante, Masayoshi oprimió un botón de la pantalla digital de la radio, cambiando la música ambiental por la radio de las noticias locales de la Raion Rusa, oyéndose lo siguiente:

¡Aquí la Russkoye Radio de medianoche! Les habla su presentador favorito, Or-Feo, ¡en vivo y en directo desde Khamosvk! ¿Nuestro invitado especial? ¡El Brodyaga! ¡EL CUAL SE NOS VOLVIÓ A ESCAPAR! Todavía se desconoce el origen de este superhéroe, pero por su acento ruso extraño y por la fea forma en su idioma original, se asume que probablemente sea bosnio. O en su defecto, un griego. ¡Señor Teniente! ¿Qué puede decirle a la Russkoye sobre esta asombrosa hazaña llevada a cabo por el Brodyaga?

Quítame ese micrófono de la cara antes de que te haga una colonoscopia con ella.

Hubo un breve silencio por parte del presentador radial. Se oyeron risitas nerviosas venir de él.

¡Señor, sí, señor!

Con el ceño fruncido y tras chasquear los labios, Masayoshi apagó la radio y desplegó una plataforma de la cual presionó un botón azul. Justo en ese instante, el color azul del símbolo del águila del Masamovil fue recorrido por una onda de luz que la iluminó brevemente. Los rugidos motorizados se silenciaron, y al pasar por debajo de un arco apuntado y desgastado, el vehículo se perdió de vista... ¡volviéndose totalmente invisible!

Para su suerte, las depresivas y sucias calles del pueblo de Gradiska estaban totalmente deshabitadas de tráfico de coches o de peatones. Lo único que delataba la posición del Masamovil era el leve ronroneo de las ruedas al rasgar el suelo con cada esquina que cruzaba, y por como las gotas de lluvia no caían en las posiciones donde el automóvil se hallaba. Fue por este motivo que Masayoshi no perdió el tiempo obedeciendo las leyes de tráfico: pasó de largo de los semáforos, viró por direcciones contrarias a las calles y tomó arriesgados atajos por callejones angostos e interminables escalinatas que descendían los altos niveles de montículos en los que estaba construido aquel pueblo.

El cambio de ambiente urbano fue brutal una vez Masayoshi Budo se internó en el pueblo de Gradiska. La ausencia de cualquier tipo de alta tecnología condecorando la infraestructura era total; la arquitectura de las casas, muchas de ellas de estilo Chardaklia y otros siendo edificios desteñidos de apartamentos al estilo Brezhnevka, lucía muy atrasada en el tiempo con respecto al modero y futurista que era Khamosvk hace no menos de una hora. Las vistas urbanas llegaban incluso a ser de corte medieval, con monasterios de piedra iluminados con lámparas de neón en sus celosías y universidades más parecidas a bastiones (con torreones, murallas de mampostería, peristilos y fachadas de balcones gruesos). Era como si quisieran seguir pagando tributo histórico y nacionalista a su pasado. Los colores que predominaban en estas estructuras eran en su mayoría apagados, yendo desde marrones y castaños hasta grises y negros, un contraste inconcebiblemente brutal a como los ojos de Masayoshi fueron hipnotizados por las luces de los rascacielos de Khamosvk.

Viajó por las planas avenidas y bulevares del centro urbano del pueblo; el único transito que se encontró fueron tranvías automatizadas totalmente vacías, y de vez en cuando algún que otro coche de modelos antiguos postsoviéticos. En cuestión de diez minutos, el Masamovil atravesó la totalidad del pequeño pueblo de Gradiska, saliendo hacia los frondosos exteriores boscosos de la ciudad a través de un puente algo deteriorado. Los colores del vehículo adquirieron tonalidad, emergiendo de la invisibilidad y haciendo rugir una vez más sus motores, provocando que saliera disparado a toda velocidad hacia el agreste bosque templado.

La conducción por la autopista boscosa fue rápida, pero a la vez paulatina con los ascensos, las encrucijadas y las paradas donde tenía que reducir la velocidad para no ser detectados por los sensores de los hologramas que se disponían cada dos kilómetros. Masayoshi giró el volante, y el carro comenzó a subir a través de un sendero que cruzaba todo un marjal. Aunque el recorrido no fue accidentado, si tuvo sus subidas y bajadas que incomodaron bastante al vigilante nocturno.

La lluvia lo había acompañado hasta este último tramo de viaje. A lo lejos, consiguió divisar la sombra de la base, medio oculto tras los altos tallos de los árboles templados y ennegrecido por el vidrio polarizado. La neblina recubría buena parte del perímetro, producto del aclimatado bosque posicionado en lo alto de una cadena de pequeñas montañas, algunas altas que se veían a lo lejos.

Atravesó las densas nieblas hasta adentrarse en terreno de la base; en el proceso, el coche pareció cruzar un elástico material que no se hizo presente hasta que se hizo contacto con él, deformándose gelatinosamente y emitiendo plasma inofensivo hasta que el coche lo traspasó por completo, para después fusionarse y cerrarse herméticamente. El Masamovil dejó atrás el terreno bajo y lleno de lodo para pasar a conducir por un suelo adoquinado y pulcro. Atravesó un peristilo de columnas limpias y blancas, y la compuerta rolliza de un garaje se abrió de forma ascendente. 

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Una vez aparcó su vehículo y lo acomodó allí dentro, Masayoshi apagó los motores, y las luces neón del carro se desvanecieron. Salió del coche al tiempo que se encendían las lámparas volcánicas embebidas a los zócalos de las paredes, mostrando el atolondrado interior de la cochera, lleno de largos mesones con herramientas de reparación y piezas de coches, de prótesis, de electrodomésticos y de muchos otros objetos cibernéticos ordenados de forma desordenada por todo el cuartucho.

Se oyó el resonar de otra puerta abrirse mientras que la del garaje se sellaba dando ruedos por el aire. Masayoshi se quitó la máscara y la guardó en el bolsillo hermético de su traje. Volteó la mirada, y vio una silueta en bata blanca pasar por debajo del umbral rectangular de la nueva puerta abierta. El resonar de sus zapatillas avanzando a grandes zancadas barbulló en toda la estancia. 

—Yyyyyy con esa ya va siendo la vigésima novena cibercriminal que le rompes el esfínter y no cobras la recompensa por su cabeza desde que entramos en esta crisis financiera —exclamó furtivamente el hombre. Lucía viejo con las arrugas en su frente y mentón; debía tener entre cuarenta y cincuenta años. El jocoso bigote le crecía de forma sinuosa, encajando con sus grandes ojos azules llenos de energía. Tenía el cabello negro peinado hacia atrás, y portaba unas grandes y circulares gafas rojas—. ¡EN SERIO! Que tenemos números negativos en las cuentas bancarias. ¡¿Qué vergas no entiendes?!

—¿Un saludito siquiera, pa? —bromeó Masayoshi, sonriendo despreocupado.

—¡El único saludo que deseo ver ahora mismo es una lotería ganada y pagar las sanciones que nos puso el cara de culo de Fahrudin!

Masayoshi desescaló la situación extendiendo los brazos hacia ambos lados y agrandando la sonrisa despreocupada. El científico argentino se pasó ambas manos por el rostro y expulsó un exasperado suspiro. Se acomodó las gafas, se cruzó de brazos y encogió los hombros.

Masayoshi se quedó en silencio. Cerró también los ojos y dejó escapar un largo suspiro. Gevani se lo quedó viendo con el ceño fruncido.

—Ya se me maquinará un plan para ese quilombo —dijo.

—¿No que hace un rato dijiste que la economía no era lo tuyo? —masculló Gevani.

—Me plantearé lo de cobrar recompensa de los cibercriminales —Masayoshi comenzó a caminar y pasó de largo de Adoil—. He tenido un largo día, Dr. Huevo. 

Adoil Gevani se masajeó la frente y suspiró. Siguió a Masayoshi fuera de la cochera, y ambos se internaron por un angosto pasillo iluminado por lámparas volcánicas. Al fondo del pasadizo los esperaba unas escaleras en espiral.

—Entonces me supongo que no deseas seguir hablando de economía —sugirió Gevani, subiendo escaleras arriba y tras el vigilante nocturno.

—Otra palabra sale de tu boca respecto a eso, y empezaré a oír chamuyos —admitió Masayoshi, la voz exasperada.

—Al menos no es chamuyo politiquero como el de Fahrudin —Gevani esbozó una sonrisa ladina y miró hacia otro lado.

—Pero, ¿tan serio es el problema económico que tiene Industrias Díaz? —Masayoshi lo miró de reojo, las cejas enarcadas de la sorpresa. En ese instante, llegaron a la cima de los escalones, donde los esperaba unas compuertas de grueso cristal antibalas. Masayoshi colocó una mano sobre un panel; una onda de luz verdosa recorrió la superficie de su mano, y las puertas cristalinas se deslizaron de lado a lado.

—Bueno, como has estado ignorando mis advertencias sobre la falta de guita y en cambio te la pasaste haciendo gauchadas...

—Por eso el nombre de nuestro grupo —apostilló Masayoshi, alzando un dedo.

—¡HACIENDO... GAUCHADAS...! —Gevani apretó los dientes y alzó un puño cerrado a la altura del rostro del avergonzado Masayoshi. Ambos pasaron por el umbral y se adentraron en un pasillo ancho de suelo de madera y paredes de mármol pulcros, sin ninguna pizca de suciedad en ellos. El amueblado consistía en tocados y muebles flotantes adheridos a las paredes, ornamentados con estatuillas de corte neoclásico, y algunos cuadros que mostraban pinturas de ciudades de la extinta Argentina. La mueca airada de Gevani se iluminó con las tenues luces de las lámparas; de repente, cambió a una sonrisa despreocupada y ojos cerrados— Creo que es mejor que Ricardo te lo explique. Así que ve y háblale. Yo volveré a mi caverna futurista.

Masayoshi guardó silencio y se lo quedó viendo con una mueca extraña.

—¿Estás seguro que los pochoclos no te cayeron mal?

—¡¡¡VE Y HABLALE A RICARDO!!! —la mueca rabiosa volvió a Gevani. Chirrió los dientes, de sus oídos y su nuca salió vapor. Se volvió sobre sus pasos, caminó por el pasillo dando pisotones hasta desaparecer tras una esquina.

—¡Gracias por la ayuda con la superhumana, de paso! —exclamó Masayoshi, haciendo un ademán con la mano.

—¡¡¡DE NADA!!! —Gevani asomó brevemente la cabeza por el borde de la pared, para después volver a desaparecer tras él.

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4
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Masayoshi Budo ascendió por escalinatas zigzagueantes de madera hasta alcanzar el cuarto piso de la base. A partir de allí, las paredes eran interminables ventanales polarizados que mostraban espectaculares vistas panorámicas del tupido bosque templado que los rodeaban. La lluvia, convertida en un torrente intenso, silbaba sus lejanos rumores a lo largo y ancho de los campus de la base. Ni una sola gota caía dentro de los aparcamientos de coches o en los jardines planos gracias al campo de fuerza que recubría toda la hectárea de la infraestructura.

Mientras caminaba por el largo pasadizo, desprovisto de cualquier mueble y con lámparas de cristal colgando de los techos, Masayoshi dedicó miradas reflexivas al vasto e impenetrable bosque ennegrecido e invadido por las torrenciales lluvias. Se detuvo y quedó de pie en mitad del pasillo. De repente, el azote de un rayo latigueó el firmamento, iluminando efímeramente el cielo y el cuerpo entero de Masayoshi. Su corazón no dio un brinco del susto. Hacía tiempo que no sentía sustos de muerte. Reavivó su recorrido por el pasillo hasta el final del mismo, donde lo esperaban un par de puertas de acero macizo, con un dintel grueso que sobresalía de la pared y con entramados geográficos recorriendo su superficie, algunas de ellas resplandeciendo de un color verde chillón.

Masayoshi tocó una pantalla táctil con la yema de su dedo, y un timbre rezongó en todo el pasillo. De repente, una voz masculina emergió de una bocina en la superficie del dintel. 

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Las compuertas emitieron un sonido sordo de vapor y engranajes moviéndose en superposiciones. Se deslizaron de lado a lado, revelando una oscura estancia de la cual irradiaban luces fosforescentes, muchas de ellas siendo verdosas y de las cuales revelaban las sombras del amueblado y de los diversos dispositivos electrónicos dispuestos en los mesones y en las paredes.

El vigilante nocturno pasó al interior del rellano, y las tenues luces que a duras penas iluminaban el cuarto se intensificaron cuando se acercó a ellas. Las farolas y los reflectores brillaron con la suficiente potencia como para resplandecer hasta la última esquina del aparatoso, pero, a la vez, ordenado gabinete tecnológico. Masayoshi anadeó con el mayor cuidado posible, evitando tropezar con los obstáculos de cables que serpenteaban el suelo o pendían de los murales cibernéticos y surcados por líneas cableadas. No importaba cuántas veces lo invitase Ricardo a su despacho, él siempre se quedaba maravillado con la decoración robótica y computacional que destilaba por cada mesón, por cada anaquel y por cada estantería.

Se oyeron ruedas de una silla resonar en el cuarto secundario al despacho. Masayoshi se detuvo en mitad de la estancia, apoyó una mano sobre un teclado sellado y vio a su anfitrión caminar por el umbral y encaminarse hasta él.

—¡Hey, hey, heeeeyyy! —exclamó el recién llegando, dedicando una mirada de arriba abjo, sus ojos verdes claros escudriñándolo— Al final el traje de grafito te vino de perlas, Mateo. ¿Cómo te sentiste mientras luchabas con eso puesto?

—Sentí que me apretaba más las nalgas, para ser honestos —admitió Masayoshi, la sonrisa avergonzada, la mano sobre la nuca—.¡Pero no te niego que me sentí mucho más poderoso con él...! 

Ricardo Díaz no pudo evitar echarse a reír de forma adorable; esa risa contagiosa quitó de en medio todo atisbo de angustia en Masayoshi, y este último se echó a reír con él. Aquella risa siempre conseguía ponerlo de buen humor, y sin siquiera intentarlo. Su cautivador carisma estaba embebido con su cabello negro ondulado, su barba bien cuidada, y su atlético cuerpo protegido por su bodysuit blanco con gris y con un símbolo circular y resplandeciente en su pecho.

—Entonces... Dr. Huevo me ha dicho me ha dicho de la crisis por la que está pasando Industrias Díaz —apostilló Masayoshi—. ¿Te importaría explicarme de qué se trata?

—No tanto si eso significa abusar tu mente con conceptos de economía y relaciones públicas —apuntó Ricardo, haciendo un excéntrico ademán con una mano.

—Esta vez es posta, chabón —la expresión de Masayoshi se endureció, tomando por sorpresa a Ricardo—. Explícame el afán que está sufriendo la empresa.

El inventor argentino se quedó boquiabierto y en silencio solemne. Apretó los labios, se lo quedó viendo a los ojos, y colocó las manos sobre sus caderas. Asintió con la cabeza.

—Okey, sígueme. 

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5
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Ambos Giles anadearon por los angostos pasadizos improvisados de la estancia hasta alcanzar unas escaleras metálicas. Las ascendieron, y puertas de plasma se abrieron de par en par nada más sentir la sensibilidad del pie de Ricardo. Salieron al balcón, y las vistas del ennegrecido bosque de coníferas les dieron la lúgubre bienvenida. Se alcanzaban a ver como las gotas de la llovizna caían constantemente sobre el campo de fuerza, creando un espectáculo visual de ondas expansivas azules que reverberaban sobre la superficie sólida e invisible, como si chocaran contra la superficie de un charco.

Ricardo Díaz alzó su muñeca y se miró el reloj inteligente. Este se iluminó de color verde, y su holograma mostró la hora. Eran las once y quince de la noche. Ricardo cerró los ojos, suspiró y se encogió de hombros. Masayoshi se lo quedó viendo, la mirada embaucada de preocupaciones. Podía sentir un aura de angustia comenzando a emanar de él.

—Mientras estamos parloteando —afirmó Ricardo, bajando el brazo y mirando al frente—, las sanciones que nos impuso el gobierno bosniaco están imprimiendo papeles en las oficinas de algún avaricioso burócrata.

—Ay, por el amor de Dios, que llevó escuchando "sanción", "sanción", todo el bendito día —Masayoshi se masajeó la frente y apoyó los brazos sobre el parapeto. Lo miró de reojo—. ¿Por qué te están sancionando?

Ricardo Díaz alzó un brazo y empezó a enumerar con sus dedos:

—Dizque sanciones por no realizar pagos a seguridad social de mis empleados en Govina, por no hacer pagos de primas, por no seguir protocolos de seguridad antimafias, por no pagar intereses de préstamos del banco nacional, por no pagar cesantías, por no...

—Okey, okey, ya entiendo, no sigas —Masayoshi agitó una mano y apretó los dientes. Ricardo se lo quedó viendo con impotencia. El vigilante nocturno apretó los labios, pensativos—. ¿Y cuántas de esas sanciones son justificadas?

—Ninguna de ellas —Ricardo agitó un brazo en gesto frustrado—. Y si me sacan el mono conque una de estas es cierta, es por manipulación de medios económicos empresariales, como la caja de compensación social de mis trabajadores. Estos bosnios de Fahrudin... —chirrió los dientes— ¡Operan igualitos que los conchudos Kirchneristas de Argentina que me quisieron hundir! —su mueca se deformó más en una furiosa, al punto de que sus ojos parecieron salirse de sus cuencas— ¡Eso sin contar la sanción más estúpida! Un "impuesto eclésiastico".

—¿Ecle-qué?

—Que nos están cobrando por no ser musulmanes, boludo.

Masayoshi se quedó boquiabierta, callado por la magnificencia de la estupidez que acababa de oír. Miró hacia ambos lados, después a Ricardo, y se señaló el pecho con un dedo.

—¿Nos piden más lucas por no...? ¿Por no profesar....?

—Por no ir a mezquitas a gritar "Allahu Akbar", así es.

—¡Pero yo pensé que los bosniacos eran cristianos ortodoxos!

—Po bueno, fallaste en la clase de historia de Yugoslavia, pa —Ricardo ladeó con la cabeza.

—La concha de la lora, flaco... —Masayoshi se masajeó el mentón y bufó un par de veces. Ricardo se lo quedó viendo ahora con la mirada preocupada. El vigilante nocturno palmeó varias veces la superficie plana del parapeto— Tanto que hemos ayudado a los bosnios a salir adelante, luchando contra los cibercriminales y la corrupción... ¡¿Y así es cómo nos pagan?!

—Nos cobran, querrás decir —musitó Ricardo. Respiró hondo y desvió la mirada hacia los puntos luminosos y lejanos del pueblo de Gradiska—. Además, el marco político de las Provincias Unidas está sufriendo turbulencias serias. La segregación a la población latina de esta región es algo que ni siquiera nosotros podremos combatir a la antigua. Argentinos, Chilenos, Peruanos, Colombianos... —chasqueó los labios— A veces pienso que esa repartición que hizo la Brunilda esa fue demasiado arbitraria. De no ser así, estaríamos viviendo en el maravilloso mundo de "Nueva Aztlán".

—¡Lo sé! ¡¿Verdad?! —Masayoshi se dio la vuelta y se reclinó sobre el parapeto. Se quedó viendo las constantes ondas que se expandían en la cima el campo de fuerza—. Estoy tratando de pensar en un plan que nos pueda sacar de este embrollo...

—Oye —Ricardo se le acercó y le dio un amistoso golpe en el hombro. Masayoshi se lo quedó viendo, extrañado—, no te des latigazo con eso ahora, ¿sí? Deja que yo, Gevani y Santino nos encarguemos de eso, como lo hicimos antes durante las crisis financieras de 2008. 

—Confiaré en ti —Masayoshi asintió con la cabeza. Ricardo le guiñó el ojo, y eso le hizo sonreír con seguridad—. Ah, por cierto, ahora que mencionas a Santino... —asomó la vista hacia los ventanales de los demás bloques estructurales de la base— ¿Dónde está? ¿No ha regresado de la misión que se autoimpuso en cazar a la última cabecilla de la mafia bosnia?

—Se está tomando su tiempo en cortarle las alas a esa mariquita... —Ricardo apoyó la espalda contra el parapeto.

—¿Y qué hay de Kenia? No la he visto darme una bienvenida cuando llegue.

La mirada juguetona de Ricardo se tornó preocupada al oír la mención de esos nombres. Masayoshi se percató de ello, frunció el ceño y acercó paso asertivo hacia él.

—¿Ricardo...? —masculló.

—Ah, no puedo creer que vaya a decir esto ahora... —Rircardo se llevó una mano a los labios y carraspeó. Miró de soslayo a Masayoshi— Ellos... ummm... —apretó los labios y tragó saliva.

—¿Qué? ¡¿Qué?! ¡Tu suspenso me está matando!

—Ok, lo diré atropelladamente —Ricardo se volvió hacia él. Cerró los ojos, respiró y exhaló, y los volvió a abrir—. Mateo, ellos... fueron a la Raion Serbia a cumplir trabajos de cazarrecompensas para la Familia Stanimirovic.

Hubo un breve momento de silencio entre ambos. Ricardo temió por la reacción que tomaría su amigo; no le gustaba de por sí que no hubiera reacción absoluta en su rostro. De repente, Masayoshi suspiró y se echó a reír.

—Oh, ok, buena esa, Ricardo —masculló entre risitas forzadas. Lo señaló con un dedo—. A veces tiendo a olvidar lo chistosito que te puedes poner para romperme las bolas.

—Ah... te lo digo de posta, Mateo —Ricardo se llevó una mano al bolsillo, sacó de allí un teléfono celular de superficie cromada y plana. Al encenderlo, luces holográficas verdes se manifestaron en la pantalla táctil. Ricardo manipuló el celular hasta llegar a las grabaciones de voz. Allí, Ricardo oprimió una de las grabaciones, y puso el teléfono móvil sobre el baluarte. Masayoshi lo miró y escuchó atentamente.

¿Se escucha? O-ok, espero que se esté escuchando —Masayoshi ensanchó los ojos. ¡Era la voz de su esposa!— Mi amor, espero que me estés escuchando. Si te digo lo que te voy a decir, es porque te amo, y porque no quiero ser una macana.

—¡Al menos fue buena para echarle embustes a los serbios! —exclamó una voz masculina al fondo. Oronda, profunda y rasposa. ¡Era la de Gauchito Gil!

Ugh, en fin —prosiguió Kenia—. Escucha, Mateo. La crisis que está pasando la empresa de Ricardo ya no puede ser tomada a la ligera. Por ese motivo, decidí tomar cartas en el asunto... y medio a espaldas tuyas.

Uff, que bala esquivaste allí, Legolas.

—¡Tú no me metas chamuyo! Como sea. Como poco o nada los serbios saben de nosotros, Gauchito y yo nos haremos pasar por mercenarios. La Familia Stanimirovic tienen sustanciales recompensas por hacer trabajitos por ellos, que no pasan más allá de la extorsión. No quiere decir que vayamos a hacer constantes negocios con ellos. Solo... quiero hallar la forma de salir de esta crisis, y que nuestra bebita sufra las consecuencias...

Sabes, siempre quise ver a la "Hija de la Muerte en acción. ¿Quizás esta sea la oportunidad...? —Masayoshi puso una mueca de molestia al oír las ocurrencias de Gauchito Gil. Ricardo, en cambio, se echó unas cuantas risitas.

—¡Te meteré una flecha explosiva en el orto si vuelves a llamarme así!

—¡Oho! Ni hace falta. Ya la acabo de ver.

—Uuugh. Cómo sea. Con suerte no tardaremos más de tres días en hacer esto. Te veré pronto, mi amor. Cuídate. Y cuida a nuestra bebita.

La grabación culminó, y el holograma verdoso del teléfono cambió de forma hasta volverse a la pantalla de inicio. Ricardo recobró el teléfono celular y lo guardó en su bolsillo.

—¿Eso de hace cuánto es...? —inquirió Masayoshi.

—De hace dos días —afirmó Ricardo—. No nos ha contactado desde ese entonces. Probablemente para una mejor infiltración.

El vigilante nocturno apretó un puño y bramó entre dientes palabras ilegibles. La mirada de Ricardo se tornó preocupada; no le gustaba sentir el aura de pesar y zozobra emanar de él. Se acercó a él, y le dio palmadas en el hombro.

—¿Tan mal estamos... como para tener relaciones con mafiosos... otra vez? —maldijo Masayoshi, mordiéndose el labio inferior. Dio un puñetazo al parapeto— ¿De nuevo hemos caído bajo?

—Hey, hey, Mateo, no te des palo con esto ahora.

—¿Cómo no hacerlo, ah? ¡Esto viola nuestros códigos morales como Giles de la Gauchada de no diplomar con criminales! ¡Sin excepciones!

—¿Recuerdas cuando tuvimos que hacer encargos para Carlos Ruiz? —murmuró Ricardo, y sonrió con serenidad que hizo que Masayoshi frunciera más ceño hasta el punto del disgusto— Sí, lo capto. El enemigo de mi enemigo es mi enemigo. Pero nosotros, como grupo, tenemos que adaptarnos a las situaciones. Los duros momentos forjan grupos inquebrantables —le palmeó el pecho a Masayoshi, este último cambiando su mueca a una más sosegada—. Saldremos de esta crisis, de una u otra forma, amigo.

—Gracias, Ricardo —Masayoshi sonrió timidamente—. Yo, ah... no sabría que hacer sin tus palabras de orientación y las de Gevani.

—¿Sabes quién necesita palabras de orientación? —Ricardo agrandó más la sonrisa.

—No me digas...

—¡Ve a ser un buen padre ahora!

Ricardo le dio un empujón amigable a Masayoshi. El vigilante nocturno trastabillo hacia delante, recobró el equilibrio y empezó a anadear hacia el interior del despacho tecnológico de Ricardo. Antes de desaparecer tras el dintel plásmico de los portones, Masayoshi y Ricardo intercambiaron una última mirada amistosa; el primero le devolvió la sonrisa, y el segundo lo despidió con un ademán de mano. 

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6
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Masayoshi Budo se paseó con parsimonia por los pasillos y puentes que interconectaban el complejo estructural de casas-bloques que constituían la base de los Giles. Se dirigió hacia el bloque donde hallaría el enorme cuarto personal de su hija. Y antes de dejar atrás el puente de cristal y poner un pie sobre el suelo de la sala de estar del cubículo, Masayoshi oyó y sintió las vibraciones de la música de XXXTentations a alto volumen recorrer las paredes de hormigón.

El vigilante nocturno anadeó por la oscura sala de estar, iluminada por la lámpara de cristal en el techo, hasta llegar a la puerta de su habitación. De la aldaba de la puerta pendían colgantes decorativos de colores rosas, púrpuras, violetas y también dorados, negros y rojos; algunos eran mosaicos caricaturescos, y otros eran pequeños y adorables muñequitos de peluche. Masayoshi se quedó viendo la puerta, pensativo, mientras la hipnotizante música de XXXTentations rezongaba en la estancia.

<<Qué contraste...>> Pensó Masayoshi, pensando discordancia entre los dulces colgantes de la aldaba y la melancólica música del rapero. Luego de armarse de suficiente valor, el pelinegro agarró la aldaba y repiqueteó tres veces, haciendo resonar los colgantes.

—Ummmm, ¿Martina? ¿Puedes escucharme?

No hubo respuesta. La música de XXXTentations siguió reverberando. Masayoshi se encogió de hombros. <<Huuuuh, por supuesto que no>>.

Masayoshi sacó del bolsillo de su traje una llave maestra que consiguió del llavero de uno de los puentes de cristal el cual atravesó no hace poco. Introdujo la llave en la cerradura del picaporte, pero antes de poder accionarla, oyó un gritito femenino venir del otro lado de la puerta:

—¡P-p-papi, espera un momento, no abras aún! Deja me pongo algo..

—Sabes, de haberlo sabido desde un inicio, no habría traído las llaves en primer lugar para no verte como Dios te trajo al mundo.

<<Aún sigue atenta en mí incluso con ese volumen tan alto>> Masayoshi extrajo la llave, la guardó, y se quedó esperando con las manos en sus caderas. La espera se alargó más de la cuenta, al punto en que Masayoshi dio pisadas al suelo al ritmo de la canción de Moonlight.

Un minuto de espera después, se oyó el volumen de los parlantes bajar, hasta el punto en que dejaba de vibrar a través de las paredes y el suelo. El picaporte giró, y la puerta empezó a abrirse lentamente. Las luces neón del interior del cuarto se filtraron por el resquicio, iluminando el cuerpo entero de Masayoshi con tonalidades violetas y lilas. Una vez abierto totalmente la puerta, Masayoshi no pudo evitar echarse una sonrisa paternal.

Midiendo unos y vistiendo con un abrigo púrpura oscuro, una camisa lila de rayas negras, unos shorts y unos crocs blancos con formas de vaquitas, su hija le dio la bienvenida a su morada con las manos entrelazadas a la espalda y una mueca avergonzada. Su peinado cabello violáceo se dividía en dos mechas que cubrían sus orejas, de las cuales pendían dos largos apéndices que alcanzaban sus hombros y acababan en dos conectores de audífonos. La adolescente miró hacia otro lado, y sus mejillas se ruborizaron. 

De improviso, Masayoshi se internó en la habitación de su hija a grandes zancadas. Martina se apartó para dejarlo pasar. En su rostro se imprimió instantáneamente una mueca de molestia.

—¡Oh, ok! Siéntete como en casa —y al instante masculló para sí misma—. Jesucristo, al menos pídeme permiso...

Masayoshi caminó hasta postrarse en el centro de la estancia. Analizó el cuarto con una mirada escudriñante; pósteres de bandas musicales en las paredes (siendo en su mayoría bandas de rock), mesitas de noche atiborradas de productos básicos de maquillajes, mostradores en los que estaban dispuestos fotografías familiares de ella con sus padres y otros miembros de los Giles en viajes turísticos por las Provincias Unidas... El vigilante nocturno no pudo evitar echarse a sonreír al ver esto y, también, los peluches perfectamente ordenados sobre la parte superior de la arreglada cama. Respiró profundamente, olfateando los intensos olores perfumados que impregnaban el aire. Ese olor era la juventud y la gratitud de su hija.

<<Sigue siendo una pinchechita por más que madure>> Pensó el pelinegro, y se volvió hacia Martina, esta última dando un pequeño respingo al recibir su mirada directo a sus ojos.

—E-entonces, papi... —farfulló Martina, aún con las manos entrelazadas a la espalda. Se rascó el tobillo derecho con el pie izquierdo— ¿Qué te trae a mi humilde y para nada magnífica morada mía?

El vigilante cerró los ojos, pensativo. Suspiró y bajó los brazos en gesto de bajar su guardia y dejar atrás su faceta como vigilante. Ahora, actuaría como un padre.

—Martina... Tú madre te dijo a dónde iba antes de irse hace dos días, ¿no?

—Oh, ¿te refieres a hacer lo mismo que haces tú? —balbuceó Martina, frunciendo el ceño y cruzándose de brazos— Porque no me hizo falta salir de mi cueva para notar su ausencia.

—Pero te explicó a dónde iba antes de irse, ¿verdad?

—¿A Gauchear? ¡No sé! —Martina se sentó en el borde de su cama. Alzó la cabeza y se quedó viendo el techo— Sólo me acuerdo que me dijo algo sobre irse a cumplir una misión con la cual conseguir dinero para ayudar al tío Ricardo a resolver su crisis. Nada más.

—Ese XXXTentations te está lavando la mente con alzheimer, por lo que veo —bromeó Masayoshi, tomando asiento junto con ella. Martina lo fulminó con la mirada.

—¡A Jahseh no lo metas en esta conversación! —Martina se cruzó de brazos e hizo un puchero.

—¿Ah, no? Entonces explícame las tres equis al inicio de su nombre.

Martina se ruborizó alocadamente y esbozó una mueca escandalizada. Masayoshi tornó su sonrisa más pícara.

—Sí, eso pensé —murmuró entre risitas.

—¡Cállate! —Martina le dio un golpecito en el hombro. Se cruzó de brazos, cerró los ojos e hizo otro puchero— Estúpido...

Masayoshi no pudo evitar prolongar por unos segundos más sus risas. Se la quedó viendo perdidamente, entre el orgullo paterno y la preocupación arraigante. Su sonrisa se esfumó de su rostro, y los ánimos carismáticos se desvanecieron. Martina lo notó, e hizo que abriera un ojo y lo viera de reojo con confusión. El silencio la atenazó e hizo que cambiara su posición de piernas cruzadas.

—¿Qué? —masculló ella.

—La misión que tu madre te dijo que iba a ir —prosiguió Masayoshi. El volver al tópico inicial hizo que Martina captara al completo su atención—, no fue una como la mía, Martina. Ella, y tu abuelo Gauchito, fueron a la Raion Serbia a hacerle un favor a la mafia de allí para conseguir la plata necesaria con la cual pagar las sanciones del gobierno serbio.

—Espera, espera, espera —Martina se pasó una mano exasperada por el rostro. Uno de sus largos apéndices se movió a su control, y señaló con su punta rolliza a su padre—, ¿cómo que mi madre fue a hacerle un favor a la mafia serbia? ¿No se supone que nosotros no diplomamos con delincuentes?

—En la teoría, sí. Pero en la práctica...

—Siempre pasa en la práctica —patulló Martina, poniendo los ojos en blancos.

—... hay circunstancias que nos obligan a tomar rutas que van en contra de nuestros códigos morales —prosiguió Masayoshi luego de tomar un rápido respiro concienzudo—. ¿Recuerdas la época en que tuvimos que hacerle encargos a Carlos Ruiz?

Martina entrecerró los ojos, la mueca confusa.

—¿Quién era ese, perdona? —farfulló.

—¡Exacto! —exclamó Masayoshi, palpándole enérgicamente uno de sus delgados muslos con una mano — Eso es lo que nosotros como grupo debemos de hacer, Martina. Aceptar el hecho que hemos hecho contacto y negocios con estos delictivos, y echar para adelante, siempre siguiendo nuestros códigos incluso estando bajo el mandato tiránico de un esfínter partido como lo fue Carlos Ruiz.

—Si lo dices así, suena fácil —Martina hizo un puchero y miró brevemente hacia otro lado—. ¿Cuál es la preocupación, entonces?

—Que esto solo sucedió una vez, y con Carlos Ruiz —Masayoshi desvió la mirada hacia abajo. Apretó los labios en gesto angustiado—. Ahora que estamos en este nuevo mundo, tengo miedo que nuestros chances de caer bajo la corrupción de algún pez gordo incluso más grande... que el propio Jahat.

Se oyeron risitas venir de su hija. Masayoshi frunció el entrecejo y alzó la cabeza, descubriendo a Martina Park cubrirse los labios sonrientes con una mano.

—Mi padre, el Merodeador de la Noche... ¿teniendo miedo del nuevo crimen? —refunfuñó la adolescente entre risas.

—Pfff, incluso Batman tenía miedo de perder a sus seres queridos —masculló Masayoshi, frunciendo más el ceño.

—No, pero... creo entender tu miedo, papi —Martina apoyó una mano sobre el brazo de Masayoshi en gesto cariñoso y asertivo—. Tienes miedo de que otro nuevo gran villano aparezca, y que este sea como cien veces peor que Jahat o todos los criminales que nos hemos enfrentado en Argentina...

—De por sí son CIBER-criminales, y tecnología vastamente superior a la que teníamos en ese entonces. Así que ese nivel ya lo hemos superado.

—Ajá —Martina asintió con la cabeza—. Papi, tú... —chasqueó los labios y guardó reflexionador silencio— Yo he vivido de primera mano como tú y mi madre se enfrentaron al crimen de Argentina. Como tú el resto del grupo combatieron a las organizaciones pequeñas, a las mafias, ¡e incluso un maldito clon del dictador Jorge Rafael Videla!

Masayoshi no pudo evitar estallar en una cadena de risitas que taponó con una mano.

—Me sigue haciendo gracia cada vez que recuerdo eso.

—Aunque estuvieron a punto de diñarla con él —apostilló Martina.

—Cierto, cierto —Masayoshi se rascó la nariz y paró de reír.

—Y mientras que combatías el crimen, también me... —Martina se ruborizó. Tragó saliva, y entrelazó una de sus manos con las de su padre, tomándolo a este por sorpresa y haciendo que se sonroje igualmente— me dedicabas tiempo. A mí. A tu recién nacida. Tú... —la chica sonrió de los nervios, los ojos cristalizándose y desviándolos para que su padre no los viera— ¡Tú pudiste haberme abandonado en todo ese lío! Hasta mi madre pudo haberlo hecho. Pero en cambio... todos ustedes: Gevani, Ricardo.... —asintió con la cabeza y miró a Masayoshi a los ojos— Me cuidaron, y me hicieron formar parte del grupo como una familiar más.

—Bueno, ni tu mamá ni yo queríamos ser papá o mamá luchones separados... —Masayoshi se arrejuntó más a su hija, abrazándola de la cintura y acercándola a él para que se aferrara a su cuerpo en un necesitado abrazo— ¡Así que decidimos ser padres luchones los dos! Y así dar paso a una pinchechita luchona —la señaló con un dedo—. Tú. Tú eres mi más grande motivo por el que he tenido tanto desarrollo de personaje y por el que aún sigo luchando el crimen.

El rubor de Martina se intensificó, pero la muchacha se dejó llevar por el encanto amoroso de su padre. Envolvió sus brazos alrededor de él, y restregó su cabeza contra sus marcados pectorales. Masayoshi le palmeó los hombros y le besó la frente.

—No me digas pinchechita, estúpido... —rezongó Martina entre risitas, infantiles.

—Sí, sí, lo que tú digas, pinchechita —Masayoshi agrandó más la sonrisa cautivada. No podía evitar ocultar su acalorado gusto por ver como su hija seguía buscando ser consentida por él, sin importar las atrocidades que tuvieron que vivir tanto en Midgar como en las Provincias Unidas.

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7
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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

Raion Serbia. Condado de Deponija

Gauchito Gil chasqueó musicalmente sus dedos mientras caminaba por el sucio anden. Su exótica presencia hacía que todos los serbios que caminaban contrario a él se alejaran y hasta cruzaran las calles con tal de no pasar a su lado. Aún así, le dedicaban miradas de interés y curiosidad por su llamativa apariencia, y por la chica que caminaba a su lado.

—Sabes que pudimos haber tomado el transporte que los Stanimirovic quería que requisáramos para llegar antes, ¿no? —alardeó Kenia Park, intentando no devolverle la letal mirada a los pringosos serbios que no paraban de seguirla con la mirada.

—Flaca —exclamó Gauchito, alzando una mano mientras que, con la otra, seguía chasqueando rítmicamente—, que aparentamos que tenemos una tregua con ellos, no significa que los vaya a invitar a unas birras después.

—Ajá, teniendo en cuenta que las primeras dos misiones que nos dieron estaban en Voivologa, lugar al cual llegamos hace dos días —Kenia tensó los dedos y apretó los dientes, clavando su mirada de desespero y rabia contra el sonriente hombretón—. ¡Esta última está en mitad de la jodida región! En mitad de la jodida nada. ¡Es que en serio! —la mujer miró su derredor, fulminando con sus ojos celestes los inmundos edificios-apartamentos, los callejones atiborrados de bolsas de basuras en las que iban a comer animales callejeros y vagabundos, las calles mal pavimentadas y llenas de grietas de las que se filtraban agua socia, y las tiendas y "supermercados" con anaqueles casi desprovistos de comida o utensilios— ¡¿Cómo carajos pueden sacar rentabilidad a este lugar?!

—Cómo pudieron "Los Tucos" de Ruiz sacar rentabilidad a la ciudad de Concordia, ahora me pregunto... —murmuró Gauchito con ironía ácida, agrandando la sonrisa mientras se masajeaba el bigote.

—¡Eso fue distinto! —masculló Kenia, señalándolo con un dedo acusador.

—¿Honestamente tú le ves diferencias a como operan las mafias?

Kenia entreabrió la boca para contestar, pero se quedó sin respuesta. Cerró los labios y miró hacia otro lado.

—Touché —masculló.

—Eso pensé —dijo Gauchito Gil, chasqueando los dientes de forma rítmica a los chasquidos de sus dedos. 

Cruzaron a la izquierda de una encrucijada de caminos, pero la presencia de personas serbias no disminuía. No por nada estaban caminando por la zona central y urbana del condado de Deponija, y aunque por más que era el lugar más denso en arquitectura y en población, la desastrosa y poco desarrollada imagen que les ofrecía a ambos Giles, casi pareciendo como si hubieran regresado en el tiempo. Las personas vestían con ropas andrajosas no tan distintas de los indigentes; incluso aquellos que eran vendedores ambulantes tenían zapatos rotos. El tráfico consistía en vehículos antiquísimos de poco mantenimiento, por lo que sus motores carraspeaban más que rugir, y de sus tubos de escape echaban grandes cantidades de humo negro que infestaba el ya intoxicado aire, lleno de polvorín y hedores inmundos que, para sorpresa de los serbios, aquellos dos Giles podían soportar sin problema alguno.

La extravagancia de esos dos inspiraba aires de extranjeros a los cuales mejor no era cruzarse en su camino. El hombretón era alto, muy alto para los serbios; a sus ojos, lucía tan grande como la mitad del tamaño de un farol. Su camisa blanca marcaba sus abdominales, y tenía la letra G negra impresa en ella. Su chaqueta negra estaba arremangada, mostrando sus guantes negros. Sus jeans rotos se extendían hasta sus zapatos negros. El cabello negro desordenado con dos mechones a cada lado del flequillo, a la altura de sus ojos, rodeados por una mascara de domino. Se masajeaba su bigote y su mostacho.

La mujer no se quedaba atrás en altura; su cabeza le llegaba hasta los hombros del hombretón. Su largo cabello negro se recogía en una cola de caballo, enganchado a su vez por una banda púrpura. Su elástico traje de una sola pieza de color púrpura oscuro le permitía caminar sin ningún tipo de fricción, al igual que los suspendedores que recorrían su atlético cuerpo. A su espalda cargaba con un carcaj lleno de flechas, y en sus caderas tenía amarrado un cinturón táctico del cual pendían fundas y vainas cuadrangulares y unas flechas más gruesas que las que tenía en el carcaj.

—Ah, ¡¿pero cómo puede haber tanto calor en este lugar?! —maldijo Kenia entre dientes, agitando una mano cerca de su cara.

—Pensé que el olor era lo que te mataría, flaca —dijo Gauchito, limpiándose el sudor del bigote y las mejillas.

—Fui entrenada para ser inmune a venenos potentes, a hedores tóxicos y adaptarme al frío de Argentina, Fimbulver después —se pasó una mano por el cabello recogido—. El calor sigue siendo una de mis debilidades.

—En ese caso, será mejor que te prepares para la acalorada situación que se viene.

Tras adentrarse por un angosto camino adoquinado, Kenia y Gauchito Gil lograron ver, al final del recorrido, su objetivo: una iglesia de fachada sucia y con una arquitectura que intentaba imitar de forma burda una iglesia ortodoxa, con cupulas bulbosas agrietadas y llenas de polvo, paredes sinuosas llenas de grafitis, esquinas sucias de heces y orina, ventanas rotas y torreones tan dañados que parecían que se iban a caer en cualquier momento. La arquera agarró la funda de su arco y lo cargó con su antebrazo. El hombretón se agitó la chaqueta, y su expresión burlona cambió a una seria.  

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𝓔 𝓝 𝓓 𝓘 𝓝 𝓖

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