Buddh Aur Daakinee
EL BUDISTA Y LA DAKINI
https://youtu.be/oc65Wo5w6sU
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Kailash, montaña del Himalaya. Tíbet.
Kuro Kautama ascendió hasta la punta de una colina con forma de aguja; de salto en salto, dio una voltereta y cayó de puntillas. Allí se dio cuenta, con consternación, como la gloria del Reino Shambhala se perdió en las inclementes arenas del calamitoso tiempo.
Al tiempo que oteaba con melancolía devota las ruinas de la capital homónima del reino, Kuro pensaba en la lírica de la poesía de Milarepa, campeón del budismo tántrico en épocas del Rey Gesar. Él la había descrito como la ciudad de mil nombres, flotando en el radiante vacío budista del infinito espejo cósmico, aparentando ser un reino donde solo los de corazón puro podían ser habitantes, y donde eran inmunes a la vejez o al sufrimiento. Era la ciudad que, cuando ocurriese el apocalipsis, emergería del Himalaya liderados por su rey Rudra Chakrin para erradicar todo el mal que trae sufrimiento
Sin embargo, toda esa radiante brillantez fue sucumbida por esa misma calamidad que trajo el más absoluto de los sufrimientos.
Rodeada por las colinas que conforman el cerro de Kailash que servían como murallas naturales, la ciudad de Shambhala era una belleza perdida en el tiempo y el espacio. Sus impresionantes puentes de casi cien metros de alto conectaban los distintos sectores que se separaban en cuñas montañosas que funcionaban como balcones que rodeaban la ciudadela principal; los soportes de los puentes descendían hasta las profundidades de los cráteres excavados por mano humana, y era tan hondo y negro que hasta las sombras se reflejaban, haciendo parecer como un ente que pululara en lo hondo del agujero. Mientras descendían de garita en garita a través del adarve de la muralla, Xiang Drönma lanzaba miradas analíticas a aquella oscuridad del abismo.
El firmamento brillaba en colores rojos y anaranjados, producto de los relámpagos de la tormenta carmesí que se cernía sobre la ciudad en ruinas. A medida que el dúo avanzaba se iba encontrando con los restos de la triunfo arquitectónico de esta ciudad de profetas budistas: restos oxidados de estatuas (desde brazos, piernas, pedestales y cabezas), pilares de color cobre que antes sostenían templos y mansiones aristocráticas, plazas y anfiteatros invadidos por los arbustos y los escombros e insectos mutantes (desde cucarachas y libélulas gigantes) e incontables viviendas con formas de domos y tabernáculos con formas cuadradas que estaban corrompidas por las grietas. Las represas que servían como acueductos fueron destruidas por los terremotos, por lo que múltiples corrientes de agua corrían como ríos a través de las calles de algunos barrios y sectores provinciales.
Cada vez que algún insecto de tamaño considerable pasaba ante ella, Xiang Drönma emitía un chillido de asco para después esgrimir su espada blanca de empuñadura circular y matarlos de un tajo. A veces se escabullían, y eso obligaba a Xiang a destruir las paredes con sendos puñetazos de su prótesis, revelar el escondite del insecto, y matarlo de una estocada.
Kuro, mientras revisaba los cofres reales de un templo solo para ver que no había nada, frunció el ceño al voltearse y ver como Xiang mataba un nido de cucarachas gigantes de una en una. Un mosquito del tamaño de un gato paso volando, y Xiang lo atrapó con su mano prostética para último aplastarlo entre sus dedos metálicos.
—Quiero decir... —gruñó Kuro, el ceño fruncido— te ayudarías a ti misma si no malgastaras energía matando insectos.
—Insecto que diviso, insecto que divido en dos con mi espada —respondió Xiang en tono algo altanero. Enfundó su espada a su cintura.
—¿Tanto odias a los insectos? —Kuro se cruzó de brazos.
—No soy una jainista como para tener consideración por una hormiga, Shifu —Xiang caminó por la plaza, ascendió los escalones hasta estar junto a Kuro—. Estas cosas traen sufrimiento a los humanos. Deben ser exterminadas.
—Sabes, tienes mucha actitud para ser una mujer catalogada como "Kuudere" —Kuro la señaló con un dedo y enarcó una ceja.
—Y usted tiene mucha devoción a Buda como para querer superarlo y aún así no se considera estudiante suyo, ¿a que sí? —los pétalos de la rosa de Xiang se agitaron de forma juguetona y sus labios se tornaron en una sonrisa.
El Bhiksu se quedó mudo. Se volvió a cruzar de brazos para después girarse sobre sus talones y seguir por su camino a través de la avenida invadida por maleza que sobresalía de los surcos del asfalto verdoso.
—Me niego a responder eso —masculló Kuro, su coleta vitoreando al son de los vientos.
—Shifu, Tsundere —murmuró Xiang en tono divertido y siguió en pos de su maestro.
Maestro y estudiante anadearon por la extensa avenida que era el puente que los llevaría a la ciudadela principal de Shambhala. Avanzaban por debajo de los torreones separados por cincuenta metros de distancia, y también con habilidosos saltos pasaban por encima de las murallas de arbustos y hasta de gruesas raíces muertas de árboles malignos. De vez en cuando se cruzaban con mares de insectos mutantes que Xiang no perdía la oportunidad para diezmar con su espada o utilizando un poco de su magia tántrica.
A veces Kuro se quedaba de pie en una de las garitas del puente, contemplando con majestuosidad erudita las ruinas de Shambhala. Miraba hacia atrás para descubrir los escombros flotantes que sobrevolaban por encima de las montañas de Kailash, dando un aspecto más misterioso a la ciudad perdida. No sólo allí, sino también allá, en la ciudadela de Shambhala, Kuro podía divisar pedruscos de quince metros de alto levitando por encima de los edificios. Kautama frunció el ceño, sobre analizando el significado de estas piedras voladoras.
—¿Qué es lo que buscamos exactamente, Shifu? —exclamó Xiang en la cima de un montículo de escombros.
Kuro apretó los labios y se encogió de hombros. Dio un gran salto que lo elevó varios metros al cielo; con una velocidad vertiginosa cayó sobre los adoquines del puente, al otro lado de un enorme agujero que separaba la estructura. Xiang dio también un salto, y aterrizó al otro lado del agujero, justo al lado de Kuro.
—La respuesta al verdadero Nirvana alcanzado por Buda Gautama —respondió Kuro con voz queda. Reavivó su caminata de zancadas apuradas. Xiang lo siguió a la par.
—¿"Verdadero Nirvana"? Pensé que todos los Budas de Tierra Pura lo habían conseguido, Shifu.
—No estoy hablando del Nirvana barato que Maitreya y los otros predican a las comunidades shrámanicas de Tierra Pura. Me refiero al verdadero Nirvana, al que solo Gautama pudo alcanzar antes de su deceso. El de la no-existencia con el que erradicó toda forma de sufrimiento.
—¿Y piensas superar ese concepto tan abstracto? —Drönma se cruzó de brazos bajo los pechos.
—Pienso hallar respuesta al misterio de todas las cosas que él me ocultó... —Kuro se encogió de hombros al ver como Xiang no paraba de mirarlo fijamente— Y superarlo también, por supuesto. No hace falta mencionarlo.
—¿Y por qué esa motivación tuya de superar a tu maestro? ¿No se llevaban bien o...?
—¿Qué? ¡No! —Kuro ladeó la cabeza— Qué carajos, de no haber sido por él y sus viajes ascéticos, mi vida habría acabado en aquellos suburbios de la ciudad de Ujjayini. Me duele reconocerlo, pero muchas cosas se las debo a él. Otras sin embargo él me las debe a mí... —Kuro dijo esto último con una leve sombra cubriendo su semblante severo.
—A mi eso me suena como una relación complicada —Xiang infló sus mejillas en esa habitual mueca juguetona suya. En ese instante ellos dos llegan frente a una gigantesca piedra circular de diez metros de alto y veinte de diámetro que les está cortando el camino.
—Bueno, tú de repente te volviste un Panche Lama con esta entrevista que me andas haciendo —la pierna de Kuro se envolvió en un halo de aura dorada, para después convertirse en un borrón amarillento que golpeó fugazmente la superficie del pedrusco con las puntas de sus dedos. La roca esférica crujió bestialmente, quebrándose en cientos de grietas que se iluminaron con resplandores anaranjados. La piedra estalló en un millar de escombros que se esparcieron por todos lados, generando una efímera lluvia de piedra—. Dejemos de hablar de mí, ¿Qué me puedes contar de ti, princesa tibetana?
—No me llame así —espetó Xiang, tomando por sorpresa a Kuro como endureció su rostro en una mueca de rabia—. Solo soy princesa nominal. Tibetana... —se llevó su mano de carne hasta su muñeca metálica. Sus yemas acariciaron el frío plomo de su prótesis— más bien poco.
—¿Y cuál es tu motivación, mmm? —Kuro sonrió, viendo la oportunidad de poder hostigarla. De mientras su caminata por la avenida del puente los estaba aproximando hasta el final de la misma: un arco de triunfo condecorado con relieves de deidades tibetanas en sus dinteles y sus pilares. Más allá de eso, una enorme rotonda donde los esperaba una estatua de buda casi intacta de veintitrés metros de alto— Quiero decir, Brunhilde te asignó a mí como pupilaje sin preguntarme (como le gusta hacer). Yo ni sabía de tu existencia hasta que me la contaron. ¿Es acaso ese tu modus? —Kuro dio un saltito y se colocó frente a Xiang, su rostro a unos pocos centímetros del de ella. Kuro le sonrió, pero con malicia. Xiang frunció más el ceño— ¿Te gusta seguir ordenes como una perrita porque no tienes ego propio, como yo?
Se hizo un remarcable silencio entre ambos. El sonido de las aguas sumado al murmullo de las nubes a causa de los relámpagos dotó de una atmosfera pesada a Kuro y a Xiang. La princesa tibetana frunció el ceño y entrecerró los ojos.
—Le sugiero que no haga prejuicios sin antes conocerme —musitó.
—Y yo te sugiero que no intentes indagar más en mi persona, porque no conseguirás nada más de lo que te he dicho.
De repente se oyó un chasquido mágico de carácter eléctrico venir del arco triunfal más adelante. Xiang miró por encima del hombro de Kuro, y lo que vio hizo que relajara su frente para adoptar un semblante de seriedad aguerrida.
—¿Quiere otra sugerencia? —Drönma abrió la palma de su mano izquierda y el látigo que conectaba con el pomo de su espada se agitó, trayendo el arma hasta su palma— Prepárese para el combate.
El Bhiksu se dio lentamente la vuelta; en el proceso escuchó más chasquidos mágicos de carácter eléctrico entremezclado con los quejidos de piezas de armadura. Kuro vio lo mismo que Xiang: cerca de la entrada del arco triunfal, agrupaciones de circunferencias resplandecientes se dibujaban a lo ancho de la avenida, y de ellas emergían guardianes de armaduras de plata de casi dos metros de alto, de yelmos dispares que disparaban rayos de luces de sus resquicios y empuñando cada distintas armas, desde alabardas, hachas, espadones, sables y hasta arcos apuntados hechos de piedra endurecida.
—Los Caballeros de Chakrasamvara... —murmuró Kuro, estupefacto mientras veía como más de estos guerreros armados seguían emergiendo de círculos mágicos— ¡Se supone que las defensas tántricas de Shambhala estarían desactivadas por los desastres mundiales!
—Mejor no le dé muchas vueltas al asunto, Shifu —dijo Drönma, empinando las piernas hacia arriba e invocando su aura blanquecina que apareció a su alrededor como pétalos de rosas— ¡Prepárese ara la pelea!
—¡No me digas lo obvio, princesa tibetana! —Kuro Kautama chocó las palmas de sus manos y encorvó una pierna hacia arriba, lanzado una patada al aire. Las piedras preciosas de sus guanteletes brillaron, y su aura explotó alrededor de su cuerpo, liberando arabescos dorados que volaron como torbellinos a su derredor
Un Caballeros Samvara esgrimió con rapidez su espadón hacia Kuro; la inmensa hoja, como una guillotina, estuvo a punto de cortarle la cabeza a Kautama... Pero entonces la inmensa espada del guardián retrocedió con un impulso que liberó chispas. El choque de la espada contra la mano enguantada de Kuro generó una parada que, a pesar de la diferencia en tamaño y peso, hizo que el caballero retrocediera. El monje velozmente se trepó sobre la espada del Guardián y contraatacó con un poderoso codazo que resquebrajó su yelmo, para después envolver su cuello con sus fuertes piernas y, como si de un muñeco se tratara, jalarlo por los aires describiendo una pendiente hasta hacerlo impactar al piso.
Los arabescos de aura dorada pulularon como estallidos eléctricos. Kuro remató al guardián propinándole un severo rodillazo en su pecho que destruyó su peto. El resplandor del yelmo del guardián se apagó.
<<¡Que hay alguien más en Shambhala además de nosotros!>>
Un silbido rasgó el aire y se aproximó peligrosamente a Kuro. El monje guerrero viró de reojo y vio como una saeta enorme estuvo a punto de atravesar su ojo. En el último momento Kuro se inclinó hacia atrás, esquivando por poco la flecha para después, con sus piernas, atraparla y dispararla de regreso a su adversario. La potencia con la cual salió disparada fue mucho mayor, y el arquero Samvara cayó muerto al piso con la flecha atravesando su pecho.
Sun Xiang atrajo a todos los Caballeros Samvara posibles a su batalla; al ser bastantes quería repartirlos mitad con su maestro con tal de que no los ofuscase. Uno de los guardianes atacó a Xiang de un barbárico hachazo; Sun lo eludió chocándolo contra la hoja de su espada, provocando que el hacha se desviara de su hombro e impactase contra las almenas del adarve. Tras eso Xiang le cortó la muñeca al guardián de un tajo, para después cortarle la pierna de otro tajo haciendo que cayera hasta ella y, así, Xiang lo remató invocando un círculo mágico de color rosado que empujó brutalmente al caballero. El guerrero emitió un quejido robótico, y sus compañeros lo esquivaron para no chocar con él. El guardián atravesó un adarve y cayó al abismo.
—¡Pónganse en línea para empujarlos a todos al infierno! —exclamó Drönma, invocando más círculos tántricos alrededor suyo como una cúpula defensiva.
Kuro Kautama fue eliminando con la sagacidad de un maestro en artes marciales a los guardianes; a uno le quebró el cuello de una patada, a otro lo barrió con el suelo de un puntapié y lo remató de un puñetazo en su cabeza, y a un último lo despojó de su lanza para después clavársela en su estomago y enterrarlo dentro de un montículo de cascajos. Sin embargo, cuando estuvo a punto de atacar a uno de los soldados con una patada en reversa, Kuro se sorprendió al ver como el Caballero lo esquivó agachándose ágilmente, para después arremeterlo de un puñetazo. Kuro se logró defender interponiendo sus brazos; los nudillos de metal impactaron contra sus guanteletes, estos últimos amortiguando la fuerza titánica del guardián.
<<¿Qué?>> Pensó Kuro, perplejo, pero no tuvo tiempo para seguir pensando pues sintió una presencia detrás suya. Velozmente giró sobre sí mismo, generando una esfera de aura dorada que desvió el espadazo del Caballero Samvara. Kautama velozmente lo agarró de su brazo y le propinó dos codazos en su cabeza ay en su pecho, para después, de un tirón hacia abajo, mandarlo al suelo. No tuvo tiempo para reaccionar de nuevo, pues otro Caballero Samvara apareció de repente y lo agarró del cuello. Le conectó un puñetazo en la mejilla a Kuro, dejándole un moretón. Kuro lo alejó conectándole un puntapié en su peto, y la armadura entera del guerrero se resquebrajó, las grietas brillaron y el caballero explotó en un millar de piezas de metal.
De pronto su cintura fue envuelta por un latigo de obsidiana. El Caballero Samvara lo jaló hacia abajo con la fuerza de cien Superhumanos, tirando a Kuro por todo el aire y provocando que impactara y destruyera varias garitas, almenas y torreones. Kuro terminó por estrellarse contra una muralla, enterrándose en una hendidura.
El Caballero Samvara recibió de lleno el tajo de la espada blanca de una enfurecida Sun Xiang. La mitad de su cuerpo se partió, y las dos mitades cayeron sin vida al suelo. Drönma retrocedió con un impulso y se defendió con un escudo mágico; un caballero lo destruyó de una patada, y después su compañero se abalanzó a ella, arremetiéndola con una estocada de su lanza. Xiang desvió el arma con una esgrima , y el caballero de la lanza se alejó velozmente. Xiang es entonces sorprendida por el hachazo de otro guardián; lo esquivó dando una ágil voltereta hacia atrás (el filo del hacha cortando algunas hebras de su cabello). Cayó de cuclillas al suelo, y tres sombra se cernieron sobre ella; tres Samvara alzaron sus martillos por encima de su cabeza.
Sun Xiang izó su espada y se defendió del terrible martillazo triple de sus adversarios. Los delgados brazos de Xiang se estremecieron, y todos sus huesos estuvieron a punto de quebrarse por la impresionante fuerza hercúlea de los guardianes tántricos. El impacto fue tan estruendoso que hasta se llegó a sentir en las montañas, provocando polvaredas en multiples edificios e incluso que algunos templos se vinieran abajo. Todo el puente retembló, sus pilares se resquebrajaron y el suelo comenzó a partirse en surcos. La fuerza triple de los Caballeros Samvara partió la sección del suelo ppr la mitad, provocando que toda la sección del puente comenzara a caer al vacío.
Xiang apretó la mandíbula, emitió un quejido colérico y su ojo rosado brilló como una centella. La princesa tibetana barrió el suelo de una fugaz patada, haciendo que los tres Caballeros Samvara se desmoronaran. Xiang enfundó su espada, apretó su brazo prostético en un puño. El metal se tornó de color morado oscuro, y una lluvia de partículas rojas intensas volaron a su alrededor alocadamente.
—¡¡¡FUERA DE MI VISTAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!! —Chilló Xiang, su rostro deformándose por su aura rosada hasta convertirse en el de una demonesa tibetana.
Su puñetazo metálico impactó a los tres Samvara simultáneamente, generando una explosión sónica parecida a la de un cañón. El trío de caballeros fue despedido como bolos de bolinche hasta los pilares supervivientes que sostienen el resto de partes del puente; los guardianes atravesaron incontables de esas pilastras hasta perderse en la vista.
Los escombros que caían al abismo junto con ella fueron abordados por Samvaras arqueros. Los caballeros tensaron sus arcos y apuntaron hacia ella. Xiang desenfundó su látigo-espada, preparada para bloquear las saetas. Pero entonces, como un rayo del alba rabioso que desciende a la tierra, Xiang vislumbró un borrón de luz dorado aparecer e impactar con gran furia contra el casco del guardián. Momentos después su armadura entera se quebró, y estalló en mil pedazos.
El semblante de Kuro Kautama estaba petrificado en el más aguerrido de los semblantes. De una patada el monje guerrero disparó un pedrusco que chocó y reboto contra el resto de piedras donde se encontraban el resto de arqueros. Las plataformas fueron destruidas, y los Samvaras desaparecieron en la negrura del abismo. No obstante aún había arqueros sobrevivientes que dispararon sus saetas, y estas, rompiendo la barrera del sonido y creando anillos blancos a su alrededor, estuvieron a punto de atravesar a Kuro. Pero entonces Xiang impactó su espada sobre la plataforma donde estaban de pie, y en su derredor aparecieron escudos de magia tántrica que, al hacer contacto con las saetas, las empujaron en todas las direcciones (algunas impactando contra sus arqueros).
Kuro rodeó la cintura de Xiang con un brazo y, de un solo empujón hacia arriba, arrojó a su compañera hasta los cielos. Drönma dio varias volteretas en el aire, arrojando salvajes tajos de su espada en el proceso, matando así a los arqueros Samvara remanentes y partiendo por la mitad a todo Caballero que intentara pararla de un espadazo o martillazo. Kuro se acuclilló, envolvió sus piernas en las flamas de su aura dorada y, de un impresionante salto antes de desaparecer en las brumas del abismo, empezó a ascender de piedra en piedra. Un Caballero Samvara lo sorprendió de un espadazo horizontal, pero Kuro lo esquivó y lo contraatacó de una patada en la espalda, tirándolo al abismo. Dio otro salto, y un Caballero vino de atrás destruyendo un mural con su martillo; Kuro eludió los veloces martillazos sin mirar hacia atrás, para después quitarle el martillo de una patada, envolver su cuello con sus piernas y, de un tirón hacia abajo, demoler la plataforma con él y arrojarlo al abismo.
Sin que ninguno de los dos se estuviera dando cuenta, por cada Caballero Samvara que derrotaban, las almas de estos seres se escapaban de sus prisiones metálicas para reunirse en un único punto del inmenso abismo. La escarcha de color púrpura oscura formaba remolinos de arabescos brillantes, y esos torbellinos estaban conformando lentamente una figura humanoide más abajo.
El Bhiksu persistió en sus acrobáticos saltos, estando a poco de llegar hasta el puente, donde Xiang, con su látigo, lo motivaba a que se agarrara de él. Kuro se acuclilló para dar el salto final hasta que, sin previo aviso, la sombra de un Caballero Samvara de armadura más ominosa que los otros apareció detrás de él. Kuro se giró a la velocidad del rayo y arrojó una fuerte patada destructora de materia... Y los dedos de sus pies chocaron contra una superficie ácida y ardiente que hizo que Kuro gruñera de dolor.
La espada con forma de mitad de tijera del Caballero Samvara atrapó el pie desnudo de Kautama; su superficie hecha de plasma quemó su piel y su carne. Kuro retrajo al instante su pie y contraatacó con un golpe limpio de su mano. El Caballero Samvara se protegió con otra espada, con la misma forma de tijera; el choque de las piedras preciosas y de la espada generó una breve lluvia de chispas que empujó a Kuro. El Caballero fulminó al Bhiksu golpeándolo con gran brutalidad con el mango de su sable, y su fuerza, el triple de poderosa que los Caballeros normales, sacó a volar a Kuro por los aires
Kuro intentó agarrarse del puente con sus dedos, pero el impulso lo despidió hasta los cielos. Xiang alzó su cabeza y vio a su maestro irse hasta el firmamento sin control alguno.
—¡SHIFU! —chilló Xiang, estando a punto de saltar para ir en su ayuda. Antes de poder hacerlo, una inmensa sombra se cernió por un segundo sobre ella, pasando por detrás suyo a gran velocidad y acelerando su vuelo hasta alcanzar a Kuro.
El monje guerrero se estrelló de espaldas contra un torreón. Rápidamente se movió a la izquierda, evitando el corte de plasma de la espada que llegó tan repentinamente. La espada de plasma púrpura cortó con tal facilidad la piedra y el hierro del torreón que dejó fisuras de quemaduras. Kuro se giró con gran agilidad alrededor del torreón, siendo perseguido por los fieros tajos de las espadas-tijeras. Contraatacó con un áspero codazo que impactó en el yelmo del Caballero, pero este lo soportó y arremetió con otro espadazo todavía más veloz. Kautama no tuvo tiempo para esquivarlo y tuvo que agarrarlo con sus dedos; el plasma empezó a derretir su piel y su carne, y Kuro apretó los dientes para soportarlos. Ambos, monje y caballero, comenzaron a descender de la torre dando brutales giros en el aire. El Caballero agarró a Bhiksu por su coleta, y cuando aterrizaron en el suelo, estrelló la cara de Kuro Kautama sobre el asfalto.
—¡DÉJALO EN PAZ!
Sun Xiang Drönma apareció por el umbral del torreón como una centella furiosa. Arremetió contra el poderoso Caballero Samvara de un destructivo tajo. El enemigo lo bloqueó con sus dos espadas-tijeras, para después empujarla con su brutal fuerza. Xiang enterró sus tacones sobre el asfalto, creando surcos hasta detenerse. Se impulsó de nuevo contra él, confundiéndolo con una finta para así esquivar su andanada de espadazos y atacarlo con dos tajos contra sus delgadas piernas con forma de pinchos; para su sorpresa, las piernas no se cortaron, y el Caballero Samvara contraatacó a Xiang con dos mortales espadazos. El plasma rasgó su piel, creando dos brutales heridas en su pecho y su rostro que empezaron a sangrar masivamente.
El Caballero Samvara de capa negra ondeante alzó sus dos brazos, sus espadas-tijeras a punto de rematar a Xiang. Pero justo en ese momento Kuro Kautama se levantó del suelo con un grito aguerrido y atronador. Se puso detrás del Caballero Samvara, lo agarró por brazo y su pierna, lo levantó por encima de su cabeza y lo arrojó cual basura al suelo, generando un leve temblor que resquebrajó aún más el puente. Kuro se le tiró encima como una pantera hambrienta y aplastó su peto de un salvaje rodillazo que abolló el metal. Cada golpe suyo parecía emitir gruñidos tempestuosos de tormentas.
Kuro Kautama izó su brazo y, con fuerza desmedida, abatió el yelmo del Samvara, pero no logró aplastarlo. <<¡Qué resistente!>> Pensó el monje, los dientes chirriando entre sí.
Las muñecas del Caballero se articularon en ángulos imposibles, y las espadas-tijeras se arrojaron contra él en peligrosos tajos. Kuro se alejó de un impulso rápido, no sin antes llevarse algunos cortes y quemaduras en su vientre y su pecho que cortaron en el proceso la camisa de su leotardo y el gancho de su coleta, dejando totalmente expuesto sus abdominales y pectorales sudorosos y revolviendo su cabello en una desenreda melena negra
—Maldición... —gruñó Xiang, sus mortales heridos regenerándose con lentitud
El Caballero Samvara dio un salto, realizó acrobacias imposibles en el aire y cayó de pie. Vestido con una capa púrpura y una armadura esquelética con escudos con pinchos en sus hombros, el guardián emanaba un aura rosada alrededor de su cuerpo, tan ominosa y con la sensación de estar entremezclada con el poder de los otros caballeros. Su esponjoso cabello blanco-rosado ocultaba sus cuernos, y su mascara negra ocultaba su rostro.
—¿Un Rey de las Espadas? —gruñó Drönma, enfatizando su tono en la palabra "Un".
—Se forman a partir de las almas tántricas de los Caballeros Samvara peones que vayamos derrotando. Hemos derrotado un total de casi veinte, por lo que luchar contra este Rey de las Espadas es como enfrentarse a veinte Samvaras.
—Si lo dices así haces creer que solo Maddiux puede derrotarlo... —Xiang apretó los labios y sonrió con algo de pesimismo.
—No... —Kuro Kautama expandió sus pectorales al expulsar un explosivo suspiro. Sus piernas impactaron con brutalidad en el suelo, creando hendiduras y escombros. Su aura dorada resplandeció a su alrededor con furia aguerrida y fortalecida, cegando por un momento a Xiang. Los anillos de sus guanteletes brillaron igual que sus ojos— ¡LO DERROTARÉ!
<<Ah sí, y a mi déjame fuera de la ecuación>> Pensó Xiang con amargura, pero el pensamiento la hizo esbozar una sonrisa divertida.
Kuro Kautama es el primero en abalanzarse hacia el Rey de Espadas. El Samvara esgrimió como una hélice uno de sus sables-tijeras y arremetió contra el monje. El Bhiksu se acuclilló y derrapó por el suelo, algunas hebras de su cabello siendo cortadas por el plasma del filo. Kuro golpeó fugazmente las piernas del Caballero con potentes puñetazos, provocando que su contrincante trastabille. Xiang aprovechó el momento para saltarle encima al Rey de Espadas y, de un veloz tajo vertical, arremeter contra su peto abollado, deformándoselo aún más tras haber aplicado más fuerza en aquel golpe. El Samvara blandió su otro sable y arremetió contra Xiang; Drönma se alejó de un impulso hacia atrás y fue Kuro quién desvió el ataque con un movimiento de su mano, para después aplastar el brazo del Samvara impactando su codo y su rodilla contra su guardabrazo, destruyendo el escudo con pincho y haciendo que la espada de plasma se zafara de su mano. Pero incluso con el brazo roto, el Rey de Espadas agarró a Kuro del cuello y lo alzó en el aire, pero antes de que pudiera hacerle algo Xiang atacó al Caballero con una feroz andanada de espadazos, cortando varias piezas de su armadura esquelética y debilitando su agarre. Kuro escapó de sus dedos metálicos con una voltereta, fulminándolo en el proceso con una patada giratoria que lo hizo tambalear aún más.
—¡SHIFU, CUIDADO!
El grito que pegó Drönma advirtió a Kuro del peligro. Kautama inclinó por completo su cuerpo hacia delante, agachándose y esquivando la voladora espada-tijera que se le había caído anteriormente al Rey de Espadas. Pronto ambos se dieron cuenta, con gran consternación, de como el Samvara regeneraba todas las abolladuras de su armadura casi al instante, emitiendo chasquidos metálicos que curvaron por segundos su cuerpo. Con su cuerpo ya recuperado, el Rey de Espadas se acuclilló y de un impulso se abalanzó contra ellos dos, esgrimiendo peligrosamente sus espadas de plasmas.
El Rey alzó una de las espadas y arremetió con brutalidad a ambos. Kuro y Xiang se impulsaron hacia atrás y lo esquivaron; la espada cortó el suelo como mantequilla. Más sin embargo el Samvara volvió al ataque, dando un giro sobre sí mismo y asaltándolos con una esgrima de su otra espada. Esta vez Kuro y Xiang dieron ambas ágiles volteretas, eludiendo por los pelos el mortal espadazo de la hoja púrpura. El Rey de Espadas volvió a repetir el ataque giratorio una, y otra, y otra, y otra, y otra, y otra vez, hostigando a los dos guerreros budistas y obligándolos a retroceder hasta el final del puente: un agujero que daba al fondo del abismo.
Llegado a un punto el Rey de Espadas detuvo su ataque, sorprendiendo a Kuro y Xiang. El Caballero atacó repentinamente esgrimiendo su brazo entero, disparando en el proceso el escudo de pincho de su hombro que se dirigió a toda velocidad hacia Xiang. La princesa tibetana invocó al instante un escudo, y el frisbee mortal impactó contra el círculo de magia tántrica; la fuerza de su impulso era tal que estaba retrocediendo a Drönma metro a metro. Kuro se sirvió de ese instante para impulsarse brutalmente hacia el Caballero Samvara. El espectro de Shambhala lo agredió esgrimiendo sus dos espadas al mismo tiempo. Kuro dio un salto, esquivando la estocada de la primera espada-tijera; tras eso movió marcialmente sus manos, desviando el tajo de la segunda espada-tijera. Abriéndose paso en su espacio, Kautama, al tenerlo frente a frente, lo embistió salvajemente con un fuerte codazo en su yelmo.
El estruendo de hierro vino acompañado con las grietas. El Rey de Espadas soltó su sable y agarró a Kuro por los cabellos, lo tiró al suelo de forma bárbara y levantó una de sus piernas con la intención de apuñalarlo con su pie en forma de púa. Kautama actuó velozmente y movió a toda rapidez sus manos, desviando la púa del Samvara y haciendo que esta se enterrara en el asfalto. Al instante contraatacó con un puntapié con el objetivo de volverlo polvo, pero justo el Rey de Espadas se protegió con una espada, y el pie de Kuro volvió a ser pulverizado por el plasma del arma.
Sun Xiang llegó in extremis y embistió al Rey de Espadas con un poderosísimo puñetazo en su pecho, el mismo con el que acabó con los tres Caballeros Samvara anteriormente. El Rey de Espadas recibió de lleno el ataque en su peto, y la fuerza del golpe lo despidió a lo largo de la avenida, cayendo de espaldas sobre el pavimento y demoliéndolo todavía más hasta volverlo irreconocible.
—Ya me tiene enfermo esas espadas... —masculló Kuro mientras quemaba la magia tántrica de la esquirlacurativa para regenerar su herida
—Incluso mi Puño de Bodhishava apenas sirvió para aturdirlo... —Xiang agitó de arriba abajo su prótesis, sintiendo el temblor del metal tras el puñetazo.
A lo lejos, el Rey de Espadas se estaba reincorporando poco a poco, moviéndose con escalofriantes giros. Kuro se encogió de hombros y dejó salir un exasperado suspiro.
—No quería utilizar esta técnica tan rápido... —murmuró— Tal parece que el Karma tiene otros planes para mí en Shambhala.
—¿De qué técnica está hablando, Shifu? —preguntó Xiang, las cejas enarcadas.
—Tú también tienes tu propia transformación, ¿no? —para este punto, el Rey de Espadas ya se puso de pie y estaba encaminándose hacia ellos a paso lento— Me dolerá decir esto, pero si queremos derrotarlo... —Kautama ladeó la cabeza y apretó los dientes— habrá que... trabajar juntos.
Se hizo un breve silencio. Xiang asintió con la cabeza y sonrió.
—Ya era hora de que Shifu Tsundere fuera honesto conmigo.
—¡¿QUÉ DIJISTE?! —chilló Kuro, reactivando su aura dorada al instante y liberando una andanada de escarcha que formó un remolino en su derredor.
—¡He dicho VAJRAVARAHI!
La espada de Xiang se movió por si sola, ondeando alrededor suyo mientras despedía llamas blancas y rosadas. La espada se clavó en su vientre, atravesándola de cuajo y transmitiendo toda la furiosa magia tántrica a su cuerpo. Drönma empezó a levitar, y su cuerpo fue envuelto por una gruesa capa de luz blanca cegadora. Kuro Kautama tuvo que cubrirse con una mano y retroceder, para después ser empujado al suelo por una terrible explosión de ondas que sacó a volar todos los escombros de alrededor.
Sun Xiang cambió por completo su apariencia. Como si de una Dakini se tratase, ahora era un espectro de melena rosada hirsuta que ondeaba hacia arriba, piel blanca desnuda de textura cristalina y zarpas en sus manos y pies en vez de uñas, dándole un aspecto más feral. La princesa tibetana levitaba unos centímetros por encima del suelo, y sus ojos brillaban de un color rojo anaranjado.
—No te eches muchos humos a la cabeza, ¡princesa! —gritó Kuro en respuesta, esbozando una sonrisa jocosa.
Kautama levantó una pierna y la dobló, poniendo su pie izquierdo a la altura de su rodilla derecha. Por todo su cuerpo se extendió una fugaz onda que, por un milisegundo, convirtió su cuerpo en materia etérea hecha de supernovas con formas de lotos y de ruedas de dharmas. El aura dorada de Kuro se envalentonó, desligándose de él para conformar varios círculos tántricos a su alrededor hasta formar un muro de estos. El Bhiksu mueve lentamente sus brazos, creando imágenes residuales de estas hasta detenerlas, juntando las yemas de todos sus dedos y tensando sus manos.
Kuro acabó por realizar el Hakini Mudra, y de los círculos tántricos empezaron a emerger alargadas manos de Bodhisattvas que sostienen varjas de oro. Dentro de estos, corrientes relampagueantes de color dorado emergían como plantas eléctricas.
—¡Om Vajrapani! —vociferó Kuro, su voz transformándose en un haz de luz que comandó los brazos de Bodhisattavas.
El Rey de Espadas se impulsó a una velocidad brutal contra Kuro y Xiang. En el recorrido cortó lomas de cascajos y almenas, todo con tal de cortarles el paso. De repente, una de las campanas tempestuosas que emergía de los círculos despidió un potente brillo que lo cegó, y el Rey de Espadas tuvo que detenerse en seco. Cuando recobró la vista, fue sorprendido por un feroz rodillazo de una Drönma con poder tántrico encolerizado.
El poder que fue descargado en aquel golpe provocó que las llamas blancas que constituían su cabello se esfumaran de un soplido. Sun Xiang, rugiendo como una leonesa en aquella transformación blanca, fulminó la pierna izquierda del Samvara de una patada, seguido por un puñetazo que destruyó por completo su peto y sus costillas y por último lo fulminó de un codazo que demolió todo su brazo izquierdo. El poderoso Caballero contraatacó esgrimiendo su espada de plasma, y pateando la otra con tal de que Xiang fuera hostigada por ambas armas. Las hojas de plasma estuvieron a punto de cortarla, pero para su sorpresa... Drönma las atrapó con las palmas de sus manos, y estas no hicieron ningún efecto al entrar en contacto con ellas.
—¿Sorprendido? —se burló Xiang, su voz grave como la de una demonesa. Aplastó los sables con sus dedos y las convirtió en escarcha inofensiva— ¡TENGO EL PODER DE UNA JODIDA DAKINI, IMBÉCIL!
Los brazos de Sun Xiang se convirtieron en un torbellino de borrones rosados que atacaron con incontables puñetazos al Rey de Espadas. Toda la armadura del Caballero fue deformada por los nudillos divinos de Drönma, y la velocidad de estos era tal que se comparaba con los vientos de un tifón. La furiosa princesa agarró al Rey de Espadas por su ya destruido yelmo y, de un empujón hacia abajo, lo abatió contra el piso, barriendo toda la avenida con él. El asfalto saltó en pedazos, escombros cayendo por allí y allá sin césar. Xiang lo arrojó hacia arriba y lo fulminó con una patada; el Caballero Samvara, sin emitir más ruido que el doloroso crujido de su armadura destruida, salió despedido hasta el arco triunfal que daba el final del puente
Kuro Kautama, a lo lejos, movió sus brazos a una velocidad cercana al sonido, y de un parpadeo cambiaron sus poses para ahora hacer otro mudra.
—¡BIJULI NIRMATA!
Y con aquel grito, el monje budista comandó a los brazos de Bodhisattva para dar un campaneo a los vajras. Los rayos tempestuosos de estos, dignos del poder divino de Indra, se alborotaron hasta disparar cada uno una ráfaga eléctrica que recorrió al instante todo el puente y alcanzó al derrotado Caballero Samvara a la muralla tántrica que les impedía el paso a la ciudad. El puente nuevamente retembló, los últimos pilares empezaron a caer, y con una potente explosión lumínica acompañada por el martilleo de los relámpagos golpeando su objetivo, Kuro puso punto y final a la vida del Rey de Espadas.
Tuvieron que pasar varios segundos para que la calma retornara. El ensordecedor bramido de los rayos cesó, y las deslumbradoras centellas se apagaron. Kuro y Drönma volvieron a oír y a ver, y lo primero que vieron y escucharon fueron la pululante caída de la ceniza del tartárico cielo de nubarrones.
Los círculos tántricos alrededor de Kuro se desvanecieron, y con ello los brazos de Bodhisattvas. Kautama invocó una mano de Bodhisattva más, y con esta se transportó por todo el aire como si de un rayo se tratase hasta el final del trayecto, donde lo esperaba Drönma. La mano dorada desapareció, y Kuro cayó rodando por el suelo hasta llegar a ella. Sun Xiang relajó sus hombros con un suspiro, y su forma de diosa tibetana se desvaneció para volver a su apariencia humana. Profesor y estudiante se miraron brevemente, y después observaron el imponente arco triunfal, ahora sí despejado de todo obstáculo.
—Primer desafío y lo pude pasar con creces —se vanaglorió Xiang, sonriente. Alzó su mano prostética hacia Kuro, ofreciéndole su palma— ¡Choca esos cinco, Shifu!
Kuro pasó de largo de ella y se quedó apreciando el arco triunfal. Xiang, aún con su sonrisa, chirrió los dientes.
—Este quizás no sea el último Rey de Espadas al que nos enfrentemos, Xia —advirtió Kuro, mirando con detenimiento los ídolos de los Dioses Furiosos en el dintel del arco—. Si mi teoría no me falla, hay alguien más aparte de nosotros en Shambhala que ha activado sus defensas. Sea accidental o intencional.
—Al menos ya sabemos como derrotar a estos bastardos —Xiang apretó su mano próstetica en un puño—. Pegarles bien fuerte hasta que desaparezcan.
—Suficiente para mí con ello —Kuro estiró un brazo y, sobre su palma, reapareció su bolso de montañista. Se lo llevó a su espalda, y se adentró a la ciudad perdida metiendo un pie sobre su rotonda—. Sigamos.
<<Si de verdad hay alguien además de nosotros, entonces...>> Kuro tragó saliva. Detrás suyo lo seguía Xiang, quien aprovechó para darle un golpecito en el hombro por ignorar su palmada. <<Me espero lo peor>>.
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2
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Palacio de Valaskjáfl.
Capital Real. Asgard
Tepeu adoraba como la Capital Real, Asgard, era un mundo totalmente distinto al resto del reino.
Le fascinaba, la mezcla de distintos árboles que constituían los jardines arbolados del Palacio del Allfather, incluyendo el magnífico e inigualable Yggdrasil. Y a diferencia del resto del continente, que tenía que sufrir el eterno firmamento gris y el siempre iridiscente Eclipse del Estigma de Lucífugo, aquí se gozaba de un cielo azul como el océano, de nubes doradas y esponjosas y de una belleza natural y arquitectónica que constituía la intensidad de ciudad, protegida de la lluvia de ceniza y de agua pútrida que caía del firmamento gracias a los gigantescos y larguísimos tallos y ramas del árbol dorado que se perdía en la estratosfera.
Separados por vallas de hierro que levitaban por encima del suelo, creando barreras mágicas multicolores, aquellos jardines arbolados eran la cosa más preciosa que el Supremo Maya hubiese visto en sus cientos de miles de años de existencia. No obstante, aquellos jardines artificiales estaban protegidos por inmensas cúpulas de cristal mágico que los cubría de las tóxicas ascuas que caían de las nubes. Tepeu ni siquiera podía bajar la ventana de la limusina donde estaba siendo transportarlo hacia el palacio o sino el interior sería socavado por las cenizas.
<<Y ahora el culpable de tanto dolor a Gaia, Ymir y tantos otros Primordiales de la naturaleza se volverá parte del Consejo de Dioses...>> El pensamiento hizo que Tepeu, bajo su sombrero negro de ala ancha, frunciera el ceño y apretara los colmillos en una sonrisa histérica. <<¿Qué clase de mal chiste es este, Allfather?>>
La limusina cruzó un puente y, a través de este, Tepeu observó las aguas totalmente cristalinas y con burbujas iridiscentes explotando en su superficie. Los distritos de bosques ajardinados estaban separados por este puente, y a lo lejos, el Supremo Maya pudo ver el inmenso palacio de Valaskjál; una maravilla arquitectónica de más de dos mil quinientos metros de alto, con una facha de color bronce con forma de tubos ascendentes de un órgano, rascacielos menores que levitaban alrededor del inmenso templo como si fueran satélites y mucha vegetación de bosques y arbustos a los pies del montañoso edificio, polinizando y dando ese brillo tan peculiar al complejo. Tepeu cerró un ojo y chasqueó los colmillos; al estar más cerca, pudo ver cómo ningún metro de los torreones que constituyen el palacio están manchados con la ceniza.
El vehículo se estacionó sobre la acera. Tepeu bajó del coche y se quedó apreciado la colosal fachada del Valaskjál; los torreones se perdían en el firmamento, y allí donde perforaban los nubarrones un cielo estrellado y cósmico se abría paso, permitiendo al Supremo Maya ver las estrellas, las nebulosas y hasta el reflejo de planetas interestelares. Ver aquel ojo del universo escindirse sobre él le daba una sensación de pequeñez, como si estuviera observando un poder cósmico que le sería imposible alcanzar.
Tepeu ascendió los más de mil pisos del palacio por medio del ascensor. A medida que subía, obtenía vistas más impresionantes de la Capital Real y de más allá, logrando ver otras ciudades del Reino de Asgard, incluyendo la lejana Civitas Magna El Supremo Maya jamás perdía el tiempo de sobre analizar cada calle, avenida, bulevar, plaza, estadio y anfiteatro, cada uno constituyendo su propia arquitectura, lo que dotaba a esta ciudad de una magnificencia multicultural como ninguna otra en los Nueve Reinos. Ese escudriñamiento extremo hacía que Tepeu sintiera una emergente envidia rasgar su espíritu como líder.
Al llegar hasta el piso número 999, el ascensor se detuvo de golpe y sus compuertas se abrieron de par en par. Tepeu, aún con las manos en los bolsillos, comenzó a caminar por la galería que era el pasillo que lo llevaría hasta la sala de reuniones. En el camino, el Supremo Maya miró de reojo las öndvegissúlur: columnas barnizadas de madera que resaltaban imágenes religiosas de berserkers, ninfas y valquirias. Los ventanales que estaban detrás de los pilares demostraban los colores de las nebulosas y las estrellas, como si fuera esto un acuario por el cual veía la belleza de los abismos oceánicos; esta vez, siendo la de los abismos cósmicos. Tepeu se llevó el dorso de su mano al rostro y olfateo su propio perfume natural; ver aquellas imágenes tan abstractas le producía sensaciones que no sabía describir.
El Supremo se plantó ante las formidables hojas de madera que eran las puertas, su madera laqueada para reproducir el relieve de Odín derrotando a Ymir. Dos Guardianas Valquirias extendieron sus larguísimas alas hechas de plumas y hierro, y con ellas abrieron las compuertas. El grosor de estas era tal que se arrastraron por el piso, emitiendo chirridos de madera y de bisagras. Cuando se abrieron por completo, Tepeu dio un rápido paso y empezó a descender la gran escalinata de más de veinte peldaños, descendiendo hasta la plataforma circular donde se hallaba el ancho mesón donde se reunirían los Supremos convocados.
La sala era totalmente hueca, muy espacios para que la oscuridad reinara en todas partes. Aunque, de reojo, Tepeu podía vislumbrar los tenues brillos azules y dorados fosforescentes de un séquito de pilares que rodeaban la plataforma circular. Todo era tan anchuroso, tan profundo y majestuoso que, en su tóxica envidia, Tepeu pensaba que las bellezas arquitectónicas de su palacio en Ah Kin no era nada en comparación con lo que Valaskjálf tenía para ofrecer.
Tras bajar el último escalón, Tepeu dio una rápida zanjada al mesón con la mirada, analizando el pulcro labrado de color marrón y negro, las lámparas flotantes con forma de cristal y los más de ocho sillones vacíos... A excepción de uno, al fondo del mesón. Tepeu frunció el ceño de la antipatía al ver quién estaba sentada.
—Mira quién llega por fin —exclamó la mujerona de melena negra larguísima y desenredada. Estaba engalanada con un amplio vestido rojo de bocamangas doradas, faja blanca sobre su cintura y un collar de esferas blancas alrededor de su cuello—. ¿No te avergüenzas el llegar tarde a la reunión?
—No —Tepeu se dirigió hasta su puesto, bien alejado de ella—. ¿No te avergüenzas tú de ser exageradamente puntual?
—No, querido. Eso se llama ser disciplinado —la mujerona se llevó una mano a los pechos, y la colocó sobre ella en un gesto arrogante—. Cosa que veo que les hace falta a los Supremos hoy en día.
—Sí, palabras grandes, Cihuacóatl.
El abrupto silencio temeroso se hizo entre ambos. La mujerona de aspecto azteca esbozó una sonrisa irritada, cerró los ojos y su semblante se bosquejó con una mueca enajenada, sus dedos convirtiéndose en garras que chirriaron contra la mesa.
Ambas deidades tornaron sus cabezas hacia la escalinata. Vieron tres siluetas bajar los peldaños hasta la plataforma; la primera deidad portaba una toga griega y una máscara roja que cubría su rostro y su cabello azul oscuro; la segunda deidad, de cabello negro y con un bindi en su frente, vestía con un saco blanco por encima de su camisa negra, pantalones blancos y zapatos opulentos; la tercera y última deidad, de melena roja y con un tercer ojo en su frente, vestía con un abrigo azul con estampados de dragones chinos, una clámide negra de bordados dorados y pantalones morado oscuro.
Las tres deidades se quedaron allí de pie, analizando las sillas vacías y apreciando el silencio absoluto. La de la toga griega dio un paso adelante, pero fue sobrepasado por la deidad de indumentaria china; aquel sujeto, con una sonrisa irrisoria en su rostro, dio un salto acrobático y se teletransportó a través de un portal que apareció en el aire, solo para reaparecer cayendo encima de su trono, sentándose al instante. El dios de cabello negro y saco blanco se convirtió en un torbellino de ondas de rayos solares verticales que ascendieron a los cielos, para luego reaparecer descendiendo sobre el trono de la deidad; los rayos adoptaron su forma humanoide en un parpadeo.
El dios de toga griega no mostró ningún signo de reacción. Tornó sus pies hacia su asiento y se dirigió hacia allí con paso parsimonioso. Se sentó, quedando a unos dos metros de un Tepeu que le dirigía la mirada de reojo, pero él ni se inmutaba a devolvérselo.
La frialdad de la sala se henchía por el silencio y el gélido aire. Solo faltaban dos asientos para ser ocupados, y uno de ellos era el Hlidskjalf, el trono de honor del Allfather, en el extremo superior del mesón. Al cabo de casi dos minutos de silencio, Omecíhuatl rompió el molde de hielo al exclamar lo siguiente:
—Bueno, cabrones, ¿cuándo empieza este chingado Consejo? —y su griterío, con esa jerga mexicana, le sacó unas risitas contagiosas a la deidad china, quien estaba acostado en su sillón antes que sentado.
—Paciencia, doña perfecta —le espetó Tepeu, mirando al resto de deidades.
—Debo ponerme del lado de ella —habló la deidsd china, pasándose las manos por su larga melena carmesí—. Esta reunión es importante para nosotros. Más que ninguna otra reunión que tuve desde que soy Emperador.
—¿Y tú cuando has atendido a reuniones de tu propio gobierno desde que te autoproclamaste? —se burló Tepeu, sus palabras sonando más rudas que humorísticas.
—El Emperador del Zhongguo tiene a su disposición a sus eunucos y sus ministros —contrapuso la deidad china—. Seguramente ignoras todas las responsabilidades que asumo con mi título de Supremo.
—Todos las tenemos, Tianzun. Somos Supremos al final. No ignoro tampoco tus responsabilidades. Por eso tienes a tus eunucos y ministros... —Tepeu entrecerró los ojos dorados— mismos que no han dudado de destronar a los emperadores que el Mandato del Cielo ha impuesto
Otro silencio, más abrupto y tenebroso, reinó la estancia por los siguientes diez segundos. La sonrisa del Emperador del Puro Jade fue bajando, lo mismo su socarronería, hasta convertir el semblante afable del Supremo en una mueca de seriedad, como la de alguien que estaba jugueteando en un deporte y de repente comienza a tomarse la cosa en serio.
—Venga ya, ¿tan rápido se van a poner a pelear? —profirió Omecíhuatl.
—Lo dice la que estaba buscándome pleito hace un momento —espetó Tepeu.
—Si, y la vas a tener con todos si sigues con esa actitud de mierda, cabrón.
De repente se oyeron dos golpeteos de mano contra mesa que, por obra divina, rezongaron como si de martillos golpeando gongs se tratara esto. Los sonidos fueron tales que paralizaron brevemente a las deidades. Todas tornaron sus cabezas y las posaron sobre el dios egipcio de atuendo blanco.
—Hoy sus bocas están más atolondradas de lo normal —exclamó la deidad, entrelazando sus manos y apoyando su mentón sobre sus dorsos—. Callaos de una vez.
La eminencia milenaria de sus palabras sirvió para emitir bulliciosos escalofríos en Tepeu y en Omecíhuatl; hablaba de tal forma que su voz emitía ecos de por sí solo. Tianzun esbozó una sonrisa bobalicona, y el dios griego en túnica siguió sin inmutarse.
—A ti lo que te hace falta es un poco de diversión den tu vida —le reprochó Tianzun, alzando sus pies sobre la mesa—. Vas, destronas a los faraones de tu reino, y gobiernas los próximos miles de años con mano de hierro y en monotonía. Al menos yo consigo satisfacción en el gobierno.
—Porque eres un hedonista —respondió el dios egipcio—. Yo soy un cínico, y en el significado filosófico griego, y no el que se le da ahora.
—Naaaah —Tianzun bufó en un gesto de insulto irónico— tu prestigio ha canjeado que cínico se le dé el significado que se le da ahora.
—¿Nuevamente llamándome un impúdico, Señor de los Cielos? —el dios egipcio apoyó su mejilla sobre la palma de su mano en una mueca de indiferencia.
—Es lo que eres, ¿no, Atón?
El Supremo Egipcio se quedó mudo por unos segundos. Volvió a entrelazar sus dedos y se quedó observando fijamente los cristales voladores sobre la mesa. Tras eso se pasó una mano por la mejilla y sentenció su máxima:
Como si de una ópera que hubiese llegado a su crescendo, la elocuente voz de Atón atiborrada de ecos musicales terminó por reverberar su poderío en toda la habitación. Y como si estuviesen haciendo caso a sus palabras, todos guardaron silencio a la espera de la llegada del jefe.
Pasaron sesenta segundos, nada.
Pasaron ciento veinte, aún nada.
Omecíhuatl ya se estaba desesperando a por montón; incluso con las sirvientes valquirias entrando y saliendo del podio para ofrecerles aperitivos mientras esperaban, eso no suplía la cantidad de estrés que sentía por esperar cada diez segundos por la llegada de los últimos dos. Incluso en su paciencia acalorada por la ansiedad, los segundos ya se le antojaban eternos.
No obstante, ahí estaba el truco oculto. Sin que ninguno de los Supremos reparara en su presencia, nebulosas negras con arabescos rojo oscuro pululaban en el espacio negro que envolvía el podio. Una ruindad en forma de nubarrones, igual de tóxica que las cenizas que caían afuera del palacio, ya estaba figurándose por todos lados.
—Por el amor de Ometeotl, creo que para este punto habré creado una segunda humanidad... —masculló Omecíhuatl.
Y justo cuando dijo eso, los Dioses Supremos oyeron el chasquido de unos tacones reverberar en toda la estancia, acallando el ruido de las armaduras de las Guardianas Valquirias. Estas mismas guardianas se escabulleron de las exudantes sombras que transpiraba el vestido negro de la nueva prominencia que acababa de entrar. Los Supremos voltearon sus cabezas, pero lo único que pudieron ver es el reflejo de la sombra de quien acabó por entrar; no podían ver a la persona como tal, como si esta fuera invisible... No, como si estuviera mezclada con las mismas sombras.
—¿Quién es esa...? —murmuró Tianzun, el ceño fruncido en una mueca caricaturesca con tal de ocultar el leve escalofrío que sentía ante esa sombra.
De repente, la sombra que emitía el resto de las sombras desapareció en un abrir y cerrar de ojos, todo con tal de reaparecer cinco escalones más abajo. Esa teletransportación tomó por sorpresa a Omecíhuatl y Tepeu; aquel acto, también, provocó que los contornos de la ignominiosa sombra fueran revelados ante ellos: era la figura de una voluptuosa mujer, pero era una sensualidad peligrosa, manchada de la bilis infernal y de lo desconocido.
La sombra se teletransportó otros cinco peldaños. Después otros cinco, y otros cinco... Cada metro que se aproximaba al mesón, su apariencia demoniaca traedora de pesadillas divinas era más y más revelada ante los Supremos presentes. Cuando llegó el momento de volver a teletansportarse, en vez de hacerlo frente a ellos, ella reapareció por el otro lado, obligando a Tepeu, Omecíhuatl y Tianzun ponerse de pie y tomar guardia. Atón y el dios griego enmascarado ni se inmutaron ante la catastrófica y voraz presencia de la sombra demoniaca. Atón, por su lado, se quedó viendo de forma hipnotizada la sangrienta esfera en forma de luna levitando detrás del imponente súcubo. Fue allí cuando Atón, al sentir también un escalofrío, supo el cómo aquella figura destructora emitía el pavor entre los Supremos.
—¡¿Quién demonios eres?! —exclamó Tepeu, esgrimiendo su brazo y emergiendo de su carne y sus huesos una curva hoja de motosierra.
La sombra elevó su brazo izquierdo, y las viscosas sombras que exudaba por todo su cuerpo comenzaron a revelar totalmente su identidad. Pedazo a pedazo, como si fuera piel muerta cayendo de su cuerpo, las piezas de sombras gelatinosas desenmascararon la estola negra larguísima que discurría por el suelo como una extensión de su cuerpo, la piel pálida y agrietada, las repelentes manos con garras, el rostro petrificado de grietas, los labios negros, los ojos negros de irises rojos sangrantes y su cabello grisáceo, enramado en seis trenzas como patas de una araña.
—¿Reina? ¿Embajadora? —inquirió Omecíhuatl, volviéndose a sentar, pero sin despegar su mirada desconfiada sobre Lilith. La Suprema Azteca sonrió, divertida, y miró hacia otro lado— ¿Y qué pasa con Lucífugo? ¿Por qué el Rey del Infierno se tiene que ocultar tras las faldas de su madre? ¿Es niño de mamá, acaso?
—Alteza Infernal tiene asuntos igual de importantes que atender en el Totius Infernum —explicó Lilith al tiempo que tomaba asiento; al entrar en contacto con el sillón, la materia de este cambió entre crujidos de madera y de piedra, transformándose en un trono de mármol con relieves de íncubos a sus pies y de ángeles caídos sobre su espalda—. Estoy segura de que saben que el Allfather es consciente de ello, y por eso me envío a mí en el nombre de mi hijo.
—¿Acaso eso es permitido? —inquirió Tepeu, agitando un brazo en gesto exasperado— Esto es un evento histórico que los Nueve Reinos han estado esperando por cien años. Cualquier cosa que la arruine nos llevará a la época de la postguerra de la Segunda Tribulación.
—Es por eso por lo que estoy aquí —Lilith le dio un manotazo doble a la mesa; por unos milisegundos, las luces azul-rosado-morada de las lámparas cristalinas se tornaron escarlatas—. Para rendir tributo y hacer pactos de paz y armonía entre los reinos del Pandemonium y los Nueve Reinos de Yggdrasil.
—Menos mal y no son pactos demoniacos —bromeó Tianzun en voz baja, rascándose la nariz.
—Al menos respóndeme esto, Monarca de Todos los Infiernos —dijo Atón, su brazo izquierdo apoyado sobre el espaldar de su trono blanco—: de entre todos los archiduques, ¿por qué el Rey te envío a ti precisamente? —el bindi de su frente resplandeció por un segundo— Sabiendo que hay duques que también son buenos en la diplomacia...
—Pero ninguno tiene la sagacidad que yo tengo —respondió Lilith repentinamente, mirando a todos y cada uno de los Supremos—. Mammón, Belial, Adrammelech, e incluso mi hija directa, Agrat... Las manchas bélicas de todos ellos les impide hacerse un hueco en la política de la Civitas Magna —Lilith se cruzó de piernas y apoyó las manos sobre el brazo de su trono—. El Rey vio en su Reina Madre todas las capacidades para representarlo dignamente.
Atón frunció el ceño y su bindi volvió a despedir una centella luminosa. Lilith sonrió.
—Bueno, solo no te prometo que me será difícil confiar en tus promesas —profirió Omecíhuatl, alzando las manos y ladeando la cabeza.
—Aún no es hora de jugar a las damas y reinas, Suprema Azteca —le reprochó Lilith, mirándola de reojo.
—Desde el momento en el que entraste ya estás en intrigas, Lilith —los ojos rojos de Tianzun comenzaron a agitarse otra vez, y su tercer ojo se dilató—. No lo olvides: tu hijo mató a mi discípulo más importante del taoísmo.
—Ni él ni yo nos hemos olvidado de él, Tianzun —Lilith se llevó una mano al busto, más en un signo de respeto que de burla... aparentemente—. Rendiremos tributo a Nezha, y a todos los asesinados durante la Segunda Tribulación.
<<Si así fuera, la lista de tributos no acabaría nunca>> Pensó Tepeu, el rostro ensombrecido bajo su sombrero.
—En ese caso, supongo que no te molesta si te recuerdo los tributos a mi Imperio, ¿no es así?
Todos tornaron sus cabezas hacia el nuevo hablante. Hasta este momento no había producido ni una palabra, pero ahora que articulaba, lo que escucharon fue una voz rasposa, casi flemática, venir de detrás de la máscara del dios griego. Lilith frunció el ceño y se quedó observando la máscara azul de la deidad, supliendo así la búsqueda de atención que este le exigía.
—¿Aún siguen siendo Imperio y Familia sinónimos para ti, Rómulo? —inquirió la Reina de Demonios.
—Imperio es Imperio. Familia es Familia —el dios griego señaló la mesa con una temblorosa mano pálida—. No importa quienes sean. Cada daño que le hacen a mi reino, es un daño directo a mí. Pero el asesinato de dioses menores, y el sacrilegio más grande, el homicidio de Minerva y Diana, dos de mis deidades más importantes, es plenamente un daño que no se reparará con todos los tributos que vengas a ofrecerme.
Se hizo un silenció abrupto y tenebroso entre ambas deidades. Y mientras que Lilith deformaba las luces de las lámparas con su sola presencia, Tepeu, Omecíhuatl, Tianzun y Atón sentían distorsiones muy extrañas que generaban presión en el espacio alrededor de las hombreras doradas y de púas que portaba el dios griego. La Reina de Demonios se encogió de hombros y esbozó una sonrisa ladina.
—Entonces, ¿para qué mencionarme los tributos si al final no serán ningún suplicio para Su Ilustrísima? —aquí Lilith empezó a rezongar sus palabras con más vehemencia a la provocación. Eso no hizo más que aumentar más las tensiones en toda la estancia, y que un aura negra comenzará a envolver al dios griego. Lilith torció los labios hacia abajo en una mueca hastiada— Todos ustedes, los Emperadores Romanos, son todos unos Brutus. No conocen límites a sus ambiciones.
Tepeu sintió como el corazón se le hacía un vuelco tremendo al ver como el Emperador de Roma apretaba su mano en un fuerte puño. De pronto, como si una galaxia estuviera formándose en el dorso de su mano, nebulosas cósmicas del tamaño de un guantelete comenzaron a formarse alrededor de la mano y muñeca del Supremo de los Grecorromanos. Aquella emanación de poder hizo que Tepeu y Omecíhuatl se pusieran de pie, mientras que Tianzun y Atón observaba con interés el teatro, y Lilith se quedaba allí sentada, a la espera de su ataque.
—¡R-Rómulo, espera! —farfulló Tepeu, extendiendo un brazo.
Toda la habitación retembló, pero no fue precisamente las paredes o el suelo lo que temblaron, sino el mismo espacio. Como si de un gran atractor gravitatorio se tratase, la galaxia pequeña que sostenía Rómulo Quirinus en la palma de su mano atrajo la luz de las lámparas, destruyéndolas por poco. Y mientras que Tepeu y Omecíhuatl ya estaban a punto de alejarse, Lilith, petrificada e indiferente ante el génesis cósmico que estaba a punto de recibir, se quedó sentada, mirando con gran desafío al Emperador Romano.
Sin embargo, antes de que cualquier rayo cósmico emergiera de la galaxia de Rómulo, el casual pero repentino graznido de dos hurracas irrumpió en la sala.
Dos cuervos negros volaron por la plataforma, clavando sus giroscópicos ojos negros sobre los Supremos, vigilando cada palmo, cada personalidad, cada esencia y cada acción de todos ellos. Las plumas oscuras de estas aves celestiales cayeron sobre el mesón. Uno de ellos aterrizó sobre el brazo de Rómulo, y una rara magia intangible entró en contacto con su cuerpo, efectuando en él una sensación pasiva que le hizo desactivar su poder divino. La galaxia en su mano se desvaneció, y bajo el brazo; como si le hubiesen inyectado un suero, el Emperador de Roma relajó su ira y volvió a tomar asiento, provocando un sinnúmero de miradas nerviosas de parte de Tepeu y de Omecíhuatl.
—¡El Allfather ha llegado! —exclamó una Guardiana Valquiria en lo alto de la escalinata.
Todos los dioses alzaron sus cabezas hacia la cima del podio, siendo sorprendidos por una abrumadora ola de luz blanca emerger del umbral que daba acceso a la sala de reuniones. Junto a ese colapso lumínico, un motorizado ruido bestial, como el de un monstruo mágico que acabara de entrar en la estancia, reverberó en toda la galería, agobiando todavía más a los Dioses Supremos.
Y con su sombra recortada sobre el teatro de luz blanquecina, el Allfather, el Supremo de los Nórdicos, se erguía con gran imponencia y monarquía. Su presencia era una perfecta mezcla de auras de un Rey y un Mago Supremo, dotándolo de aires muy peligrosos que contrastaban con su apariencia de anciano débil y frágil.
De gran calvicie, pelo canoso rodeando su cabeza, un parche en su ojo derecho y de estatura pequeña, el Supremo Nórdico estiró sus brazos a la altura de sus hombros. Sus dos cuervos divinos, Hugin y Mugin, graznaron y volaron hasta sus muñecas, introduciéndose dentro de ellas como si hubiesen sido succionadas, emitiendo en el proceso vientos que agitaron su capa marrón y su jubón azul con bordados dorados de relieves rúnicas. Los tatuajes con forma de runas de su cuello y su nuca contrastaban con la luz del umbral; portentoso, pero a la vez ignominioso.
Todos los Supremos guardaron silencio sepulcral y solemne. Prestaron atención a cada palabra, cada gesto que Odín realizaba mientras bajaba la escalinata.
—Hubo un problema logístico con nuestra embajadora del Pandemónium, aquí —Odín agitó sus brazos y señaló con un dedo a Lilith—. El Rey del Totius Infernum atenderá sus funciones como Ministro del Pandemónium una vez solucione los problemas militares que tiene con alguno de sus Archiducados y la anexión de territorios. Él deberá de estar llegando al Reino de Asgard dentro dos semanas exactamente; mis cuervos nunca me fallan.
Los Supremos siguieron en silencio, persiguiendo a Odín con la mirada mientras este caminaba alrededor del mesón como si fuera un silencioso cocodrilo. Con cada paso que daba, Odín parecía emitir pequeños ciclones de viento gélido que enfriaban todavía más la estancia.
—Pero no tenemos por qué perder la cabeza—prosiguió Odín en su parsimonioso andar—. Esto no quiere decir que Lucífugo esté tramando algo a mis espaldas. No. Eso no volverá a pasar. Nada puede escapar a mi omnipresente vigilancia. Y es por eso que, tras cien años de inseguridades, dilemas y escrúpulos entre imperios, vuelvo a promulgar el edicto que propuse en el Parlamento...
Odín Borson se sentó en su trono. El Hlidskjalf reaccionó con el refunfuñar de torbellinos mágicos de colores celestes y azules; las hojas de espadas superpuestas unas sobre otras formaban las alas de una Valquiria, y el espaldar y los brazos estaban hechos con huesos de gigantes, lo que lo volvía un trono mucho más grande y vistoso que el del resto de Supremos. Tras sentarse, el Supremo Nórdico estampó con fuerza demandante sus manos contra el mesón, atrayendo toda la atención de Rómulo, Tepeu, Lilith, Atón, Tianzun y Omecíhuatl.
—¿Qué les parece la paz?
De nuevo, gélido silencio. Nadie pareció tener una respuesta acertada a su pregunta retórica. Odín analizó a cada deidad con la mirada, y asintió con la cabeza. Su ojo se acentuó y se fijó sobre la Reina Demoniaca.
—¿Cómo le suena la "Pax Asgardianum" a la sensata e inteligente Embajadora del Pandemónium? ¿Qué tal si dejamos de lado la Guerra Fría? —Odín sacudió sus manos para después volver a entrelazarla, enseñando sus relucientes anillos de bronce, dorado y plata— Propongo que los demonios se acomoden en el Parlamento, obtengan visas para la Civitas, se sientan como en casa... —Odín se llevó dos dedos al pecho— No busquemos más pleitos con Lucífugo, y él no tendrá ninguno conmigo.
—El Pandemónium es consciente del hastío de la guerra —comentó Lilith—. La pérdida de nuestros demonios más poderosos, de archiducados... Si el Allfather no busca pleitos, eso significa que tiene que darnos lo que nos corresponde. Que nos devuelva Muspelheim, Diyu y el Yomi.
—Y eso es exactamente lo que haré. Junto a ello, Lucífugo tendrá también su puesto como Primer Ministro en el Parlamento. Tienes mi palabra —Odín golpeteó la mesa con la yema de su dedo índice—, y la del edicto que promulgue en el tribunal.
Lilith asintió con la cabeza en señal de agradecimiento. Se hizo un breve silencio, pero esta vez mucho más afable que los otros silencios que lo precedieron. Odín, esbozando una sonrisa ambigua, miró los rascacielos de la Civitas Magna a través de los peristilos.
—Pero dejemos de charlar sobre el Pandemónium, que estoy seguro de que hasta Lilith está ya harta del asunto —dijo—. Desviemos nuestra atención a lo que en verdad nos concierne —Odín separó sus brazos y miró de un lado a otro—: el destino de la humanidad.
Un nuevo y volátil soplido de vientos de invierno escamoteó por toda la estancia, provocando un brote de aura de seriedad sobre todos los Supremos allí presentes.
—Diez años desde que Thrudgelmir congeló las llanuras y los océanos, Mothvers dividió los continentes y las montañas, y K'rorness escarmentó a mortales y deidades con las pesadillas más horrendas —explicó Odín con gran elocuencia—. Diez años desde la muerte de los Neo-Reyes del Apocalipsis... y los humanos siguen rumiando por la tierra apocalíptica como cucarachas que se aferran a su supervivencia.
—Y a mí me sigue sorprendiendo eso —confesó Tianzun, jugueteando con un bastón de madera que invocó sobre su regazo—. Luego de ese "Holocausto Kaiju", aún siguen pululando por la tierra... —Tianzun chirrió los dientes en una mueca divertida y hostil— Son peores de exterminar que gusanos de seda o salamandras del Tíbet. Eso y ni hablar de los malditos Einhenjers que tu nieta Brunhilde ha estado reclutando.
—Oh, ni me lo recuerdes, Tianzun —contestó Odín con la misma actitud irrisoria—. Esa mocosa, malcriada de Brunhilde... Siempre espoleada por Freyja y mi ex, ahora quiere volverse mi talón de Aquiles con ese proyecto que recientemente se ha dignado a revelar al público.
—Los "Legendarium Einhenjar"... —Omecíhuatl ladeó la cabeza y puso una mueca asqueada— Nombre más estúpido para un grupo de imbéciles que ni sabrán que habrán sido pisoteados por nosotros.
—Interesante es que haya anunciado a grandes voces el proyecto, pero no revele las identidades de quienes lo conforman —apostilló Atón—. Es como si... quisiera tentarnos a algo. A hacer algo insensato, para ser precisos.
—Por favor, ¿no está más que claro lo que quiere? —exclamó Odín, sonriente y agitando la cabeza— ¡Quiere arrastrarnos al Torneo del Ragnarök!
Tepeu giró ligeramente la cabeza y le dedicó su mirada de intriga a Omecíhuatl. La Suprema Azteca correspondió con una sonrisa, para después mirar hacia otro lado. Tianzun esbozó una mueca de interés y se llevó las manos a la nuca. Atón frunció el ceño y prestó más atención. Rómulo y Lilith dejaron fustigarse entre ellos con miradas y fijaron toda su atención sobre Borson.
—¡Así es! —continuó el Supremo Nórdico— Sé exactamente lo que está tramando esa escoria de Valquiria, lenguaraz y desgraciada. Esa cláusula que permitía que los Einhenjers fueran ejército privado de las Valquirias, que lucharían contra cualquier amenaza que pusiera en peligro a Midgar, incluyendo a los dioses. Ella utilizará eso contra nosotros.
—¿Acaso ella tiene alguna potestad para hacer eso? —preguntó Tepeu, genuinamente sorprendido— Es la Reina Valquiria, pero su poder solo se ha reducido al simbolismo. No tiene la misma potestad como la tenía su madre Freyja.
—Tiene el poder del populacho —alegó Odín—. Sí, luego de que ese grandilocuente exilio que hicieron los Arcángeles, las Valquirias y los Einhenjers en el Gran Arrebatamiento, muchos humanos que inmigraron de Midgar al Reino de Asgard abogarán por la supervivencia de sus pares en la tierra. Los humanos son egoístas, pero cuando se trata de la supervivencia de todos, lo llevan en los genes.
—¿Y acaso las supernovas deben preocuparse por el bienestar de los inmundos planetoides? —espetó Rómulo, engrandeciendo sus palabras con esa voz rasposa.
—No si queremos causar otra guerra a gran escala pero con los Einhenjers —argumentó Tepeu, cruzándose de brazos—. Los Nueve Reinos ya no dan para más guerras sin cuartel.
—¿Entonces así lo haremos? ¿Cómo lo hacían los gladiadores en la Antigua Roma? —masculló el Emperador Romano.
—Me niego a reducir mi nivel al de los humanos —se negó Atón, entrecerrando los ojos. Su bindi dio un resplandor arisco.
—Por más que sea divertido aplastarlos como hormigas... —Omecíhuatl ladeó la cabeza— Sería muy rápido y aburrido. No merece la pena.
—¿Olvidan que fueron Einhenjars quienes aniquilaron a mis Reyes Demonios más influyentes y poderosos?
Como una flecha que ondeó el aire y pasó rasgando sus oídos, los Dioses Supremos tornaron sus cabezas hacia Lilith, mirando a la Reina de Demonios con semblantes sorprendidos.
—Tal parece ser que lo olvidaron —dijo Lilith en tono burlón. Alzó su mano y empezó a levantar dedo a dedo mientras mencionaba nombres—. Karimitsu, Mefistófeles, Yanluo... y el tío del Rey, Ifrit... —la cara de Lilith se ensombreció, trayendo a su frente una oscuridad de remota ira al mencionar los nombres de los demonios caídos— Todos ellos murieron a manos de Einhenjers. Y si Odín no me miente —y señaló al Supremo Nórdico con un fugaz dedo pálido— los asesinos de mis Reyes Demonios hacen parte de los Legendarium Einhenjar.
—Oh, y no olvidemos que fue un Einhenjar quien asesinó a Thrudgelmir, y Brunhilde lo ayudó —corroboró Odín con voz instigadora, como si estuviera exhortando a un soldado a apretar el gatillo contra el prisionero de guerra—. Fue un Einhenjar quien asesinó al Rey Dragón del Sol; fue un Einhenjar quién mató a Mothvers y K'rorness; ¡FUE UN EINHENJER...! —el chillido tembloroso e y enajenado de Odín hizo temblar toda la mesa y hasta los pilares. Se hizo un silencio de cinco segundos, suficiente para producir leve sensación de sofocamiento a los Supremos— Quien asesinó a Tifón y Forcis, cuando ni siquiera Zeus en su punto más álgido de poder pudo.
Todo el mundo quedó mudo, y en sus rostros se dibujaron los semblantes de recapacitación y de un horrido esclarecimiento. Como si hubiesen descubierto un saber que ya ha puesto en peligro sus vidas, los Dioses Supremos, con los ojos ensanchados y sus caras dibujadas con el sentimiento de la vehemencia bélica, miraron a Odín.
—Supremos, no estamos lidiando aquí con un Sigfrido, con un Aquiles o con un Cúchulainn... —la frente de Odín se arrugó cuando frunció— Estos Einhenjers vencieron y mataron deidades y monstruos, tienen armas y poderes divinos a nuestra par... ¡Oh, y solo el cosmos sabrá cuánto más les dará Brunhilde cuando haga que sus hermanas hagan Völundr con ellos! ¡¿Si quiera logran comprender la magnitud de lo que les digo?! ¡Si intentamos aniquilarlos en una guerra sin cuartel, muchos de nosotros MORIREMOS!
—¡YA ENTENDI, VIEJO MARICÓN! ¡YA ENTENDÍ! —maldijo Omecíhuatl, poniéndose de pie alzando sus brazos. Una explosiva aura divina de color verde envolvió su cuerpo, incrementando la masa de sus músculos hasta volverlos hercúleos. Por todo su cuerpo empezaron a aparecer piezas de su armadura divina emplumada — ¡Ya me puto decidí! ¡Iré al jodido ring, y al primer pendejo que se le ocurra pelear contra mí, lo exterminaré antes de si quiera pueda tirarse un pedo! ¡POR MIS OVARIOS DIVINOS QUE LO HARÉ!
—Ah, ah, ah, no tan rápido, Omecíhuatl —Odín movió de izquierda a derecha su dedo índice en señal de rechazo— La cláusula de Constitución del Valhalla que Brunhilde utilizará contra nosotros dicta que, de los quince participantes divinos, solo seis pueden ser Supremos. Habrá que elegir sabiamente quién participará y quién no.
—Entonces serían seis Dioses Supremos y nueve dioses menores —Atón se masajeó la barbilla—. Habrá que empezar primero con la logística de quiénes serán los dioses menores. Si jugamos bien con nuestras piezas, entonces los de abajo soportarán las derrotas de los de arriba.
—¡¿Cómo puedes si quiera hipotetizar que uno de nosotros puede ser derrotad, ah?! —gruñó Omecíhuatl, aún de pie y con su aura verde envolviéndola
—De nuevo, no olvides a los Reyes Demonio, Omecíhuatl —le reprochó Tianzun con una sonrisa bobalicona y mientras desenvolvía bombón
—¡Y supongo que esa hipótesis lo probaré matándote a ti PRIMERO! —Omecíhuatl señaló a Tianzun con un dedo acusador.
—Nah, yo ya lo comprobé con mi propio hijo —Yuanshi rompió el molde del bombón de un mordisco mientras carcajeaba.
—¿Cuánto tiempo tenemos para preparar nuestra lista antes de la Conferencia, Odín? —preguntó Lilith.
—Tenemos exactamente dos semanas para prepararnos para la intromisión de esa mocosa. Pero no se preocupen, Supremos... —Odín carcajeó, y sus risas, en cuestión de segundos, pasó de ser el musito de un viejo enclenque a convertirse en una ociosa y enérgica carcajada. Su ojo izquierdo, de una explosión lumínica, se convirtió en una centella dorada, y un estallido de aura mística explotó a su alrededor. Tan poderosa fue que hizo que Omecíhuatl se sentase de nuevo y apagara su poder divino. Al derredor de Odín volaron Hugin, Mugin y otros cuervos que soltaron sus plumas al aire. Odín atrapó un par de estas en las palmas de sus manos, y asintió con la cabeza.
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https://youtu.be/boJTHa_8ApM
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