18 de abril 2022
La media noche esta cerca, al contrario de lo que la gente percibe de las noches tristes, está era particularmente cálida, la desesperación abrumaba la sala y yo estaba sola ahí, reflexionando. Los ojos me ardían de tanto derramar lágrimas, ni hablar del persistente dolor de mi garganta, que horas antes se encontraba emitiendo ruidosos sonidos como resultado de ese horrible suceso.
Había pasado un buen día, las despersonalizaciones no fueron tan marcadas como el resto de la semana, sin embargo, todo cambio a las diez, no recuerdo los minutos, pero me parecen irrelevantes cuando de algo así se trata. La noticia me llego como un estruendoso rayo, tirando al suelo mi alma, pero dejando de pie mi cuerpo.
No lo asimilaba, pero tampoco estaba tan segura de llegar poder a hacerlo alguna vez. Ni siquiera creo que exista una fase del duelo que mida el vacío que siento, la tristeza, la frustración, todo. Mi mente solo se quedó en un profundo sueño, casi como si mis sentidos se hubieran desmayado.
No es real, no es real, me repetí muchísimas veces tanto que me lo creía por segundos.
Jamás he sido una persona de mente clara, la mayoría de lo que me pasa solo pasa en mi cabeza, por eso cuando veía a mi madre llorar sabía que era real o tal vez yo no era la única loca.
Como quisiera estar loca en una situación como esta.
Porque hace un mes él estaba bien, campante, fuerte, valiente, vivo. Vivo.
Y ahora solo parece un desolado recuerdo que se refugia en mi mente y que cada que cierro mis ojos, perturba mi sueño. El dolor de ver lo real volviéndose una memoria no se compara con nada. Solo han pasado dos semanas, hoy se hacen dos semanas.
Y ya no estoy segura de si recuerdo o no su voz, su risa, su existencia.
Solo se esfumó y las costumbres de antes tienen un espacio incompleto.
Pero ya no hay nada que hacer, era de esperarse supongo, pero no tenía que ser tan rápido.
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