36 | Receta del desastre
✨️22 DE SEPTIEMBRE DE 2022✨️
✨️Lucca✨️
Silencio. Este último mes aprendí a apreciarlo confirmando la teoría de que valoramos lo que tenemos únicamente cuando lo perdemos. Llevo un mes viviendo con Klara y silencio es lo único que no he logrado conseguir, ni siquiera cuando nos vamos a dormir, porque cada noche se conecta con Pablo por videollamada y, aunque lo quiero como a un hermano y daría cualquier cosa por él, ronca tan fuerte que me dan ganas de volar hasta California y taparle cada orificio del cuerpo de una forma no muy agradable.
Después de lo que pareció ser una eternidad, hoy por fin estoy en paz.
Klara tomó un avión esta mañana para sorprender a Pablo por su cumpleaños. Me habría encantado ir con ella, a Sara igual, pero el lunes ambos tenemos clases temprano y se nos hace imposible estar allá y aquí a tiempo. Además, queríamos aprovechar que tendremos el apartamento para nosotros solos y tener una cita aquí.
Con las clases, los diferentes horarios y estudiar se nos ha hecho casi imposible salir. Además está también el hecho de que ni bien comenzaron las clases pasé dos semanas en Italia por la maldita semana de la moda y eso solo hizo que me atrasara con la universidad y me tomara más tiempo del necesario para volver a estar al día, quitándonos tiempo en que podríamos estar juntos. De todas formas soy feliz solo con que Sara venga a casa y hagamos algo los tres, pero de vez en cuando es bueno sentirnos como adolescentes sin responsabilidades otra vez.
En fin, hace no más de diez minutos Sara me dijo que estaba saliendo de su residencia y aclaró en mayúsculas que no era necesario que saliera a esperarla porque una de sus compañeras de clase iba a acompañarla hasta aquí. Suele enfadarse cuando salgo a esperarla porque dice que ella puede defenderse en caso de que le suceda algo, y no lo dudo, pero desde que descubrí que le molesta no he parado de salir solo para verla enojarse, decir que me odia y comérmela a besos hasta que diga que vuelve a amarme.
Sin embargo, hoy no saldré. Me quedé más tiempo en la ducha del que debía y se me hizo tarde para ordenar la habitación, pero no me arrepiento, tenía que aprovechar que nadie iba a entrar a hacerme preguntas absurdas desde el otro lado de la cortina.
Al oír como se abre la puerta de la entrada hago un bollo con la ropa de encima de la cama y la meto en el cesto de la ropa sucia. Acomodo apenas las sábanas y rocío un poco de perfume de flores que sé que le gusta y que a la vez cubre el olor que dejó el cigarrillo que me fumé antes de meterme a la ducha. Un último vistazo a la habitación solo para corroborar que todo está desordenado como siempre y salgo de ella cerrando la puerta detrás de mí.
Al ver a Sara quitarse los zapatos junto a la puerta y caminar hasta el sofá para dejar su cartera no puedo evitar sonreír.
—Psss —ni bien me oye su rostro se ilumina.
Corre hacia mí y rodea mi cuello con sus brazos a la vez que hace lo mismo con sus piernas en mis caderas. Contando el día de hoy llevábamos tres sin vernos y ya comenzaba a extrañarla.
—No me sueltes —susurra contra mi cuello.
Mis manos van hasta sus nalgas agarrándolas con fuerza y noto como sonríe contra mi piel.
—Hoy fue un buen día —me mira a los ojos—. Salvé el examen de Historia del Derecho con una de las mejores calificaciones y creo que me fue bastante bien en el de Sociedad y Derecho, así que estoy feliz. ¿A ti?
—Me alegra escuchar eso, rubia, más sabiendo el tiempo que le dedicaste a estudiar —le doy un beso—. Yo no hice nada interesante, en la mañana tuve clase de teatro y el resto del día libre, estuve en casa disfrutando de la soledad.
Sonrío a la vez que su ceño se frunce y sus piernas me liberan.
—Puedo irme si quieres seguir disfrutando de tu soledad.
—Ahora quiero disfrutarte a ti —uno nuestros labios otra vez—. Te extrañé.
—Yo igual, Lucca —suspira—. La universidad nos está consumiendo todas las energías. Mamá debió dejar que viviera con ustedes porque me basta con poner un pie aquí dentro y mi batería parece recargarse.
—Quizá en el semestre siguiente puedas mudarte —me encojo de hombros—. Evelyn ya pagó la residencia por todo este semestre.
Esa fue su forma de asegurarse de que Sara no fuera a marcharse antes de lo estipulado.
—Los dos sabemos a qué le teme.
—Nosotros le tememos a lo mismo, no tiene de qué preocuparse.
—Pero igual lo hace —se aparta de mi y vuelve al sofá—. ¿Ya sabes qué cenaremos? ¿Tenemos que ir a comprar algún ingrediente?
Anoche supe que quería demostrarle lo bueno que soy en la cocina cuando tengo motivación, así que al salir de clases fui directo al mercado a comprar todo lo que me hacía falta para esta receta que conozco como a la palma de mi mano.
—¿Te acuerdas la vez que te dije que algún día ibas a probar la mejor pizza del mundo? —asiente—. Llegó tu momento, rubia, vas a ver lo deliciosa que es.
—Ay —pone cara de pena—, no traje mis pastillas para el estómago, Lucca ¿Tienes algunas?
Camino hasta el otro sofá y le lanzo un almohadón mientras ella ríe. Le saco la lengua a la vez que me cruzo de brazos fingiendo estar enojado.
—Es broma, muero por probarla —me lanza el almohadón de regreso—. Pero tengo una petición.
—¿Qué? —cuestiono entornando los ojos.
—La pizza va como entrada y luego tú como plato principal.
La forma en la que sus ojos brillan cuando me miran me pone un tanto nervioso y ni siquiera sé por qué.
—Podemos ver una película de esas que te gustan —sugiero.
—¿Estás dispuesto a ver dos horas de puro romance? —frunce el ceño.
—Sí, pero desde ya te advierto que puede que a mitad de la película mis ojos se centren en la chica castaña que tendré a mi lado, o encima de mí, o debajo, todavía no lo he resuelto.
Se pone de pie y sonríe mientras se acerca a mí. Al llegar vuelve a rodearme con sus brazos y me besa.
—Te amo —dice sin parar de darme besos cortos.
—Te amo, rubia.
Me apoyo en el respaldo del sofá atrayéndola hacia mi cuerpo y haciendo que quede entremedio de mis piernas. Sus manos viajan al borde de mi camiseta y tiran de ella hacia arriba quitándomela para luego lanzarla al sofá. Otra vez sus ojos me miran con ese brillo raro en ellos, pero esta vez no me ponen nervioso sino caliente, algo en ello me dice que las cosas que están pasando por su cabeza en este momento son iguales o peores que las que cruzan por la mía. Sus dedos recorren mis abdominales, suben al pecho y descienden por mis brazos para retomar su recorrido haciendo que se me erice la piel bajo su tacto. Mis manos se fijan a sus nalgas y la atraigo más a mí mientras nos sostenemos la mirada.
—¿Cocinamos? —suelta de repente apartándose y sonríe con malicia.
—Me gusta lo que estábamos haciendo —tomo su mano atrayéndola otra vez.
—A mi también —me da un beso corto.
—Entonces volvamos a donde nos quedamos.
Asiente con la cabeza, pero en cuanto intento tocarla sale corriendo en dirección a la cocina carcajeando y burlándose. Le sigo el paso hasta que ambos estamos en la cocina, su cuerpo choca con la mesada y entonces aprovecho para acorralarla entre esta y mi propio cuerpo acercando nuestras bocas. Cierra los ojos esperando que la bese, pero no lo hago, sino que extiendo mis brazos hasta el mueble encima de nuestras cabezas para sacar la harina.
—Está bien —alza las manos en el aire—, me lo merezco.
Me quita la harina de las manos y la deja encima de la mesada para luego tomarme por las mejillas y obligarme a besarla.
—A mi no vas a dejarme con las ganas, Lucca Bianchi —sigue besándome a pesar de mis intentos infantiles de apartarme.
—Tú me dejaste con las ganas dos veces ¿Lo olvidas? —reprocho.
—La primera fue porque quería sentirme rebelde y luego me di cuenta de que follar con un desconocido no era la forma y la segunda bueno...olvidé cerrar la puerta, pero si Anna no hubiera entrado en tu habitación habríamos follado ahí mismo.
De todas formas terminamos follando esa noche, así que no puedo quedarme.
—¿Puedes traer cebolla y morrón de la nevera? —digo—. Están en el canasto de abajo.
Ella hace lo que le pido y se apoya en la mesada con cara de pocos amigos.
—¿Qué pasa? —pregunto sonriente—. ¿No querías cocinar?
Me saca la lengua y se para a mi lado comenzando a pelar una cebolla a la vez que yo me dispongo a lavar los morrones. Para cuando termino de lavar y cortar los morrones ella ha hecho lo mismo con las cebollas y ya las ha puesto a fritar en la olla color rosa que Klara eligió.
—¿Mientras eso se hace nosotros qué haremos?
—No es pizza sin masa, rubia.
—Creí que ibas a comprar masa de la del supermercado.
La miro con las cejas alzadas.
—¿Qué? —entonces parece darse cuenta—. Ay, he insultado a Italia ¿no?
Asiento con la cabeza y ella abre los ojos como platos fingiendo que le importa.
—No podré seguir viviendo con la culpa de haber insultado el país que vió crecer a mi novio —en su voz está claro cuánto le preocupa.
Se acerca a mí abrazándome por detrás de la espalda y besa mi piel.
—¿Con eso cree el señorito italiano que podría perdonarme? —recuesta su mejilla en mi espalda.
—Usualmente la gente se arrodilla cuando tiene que pedir perdón —la miro por encima de mi hombro sonriendo.
Sus manos se posan en el borde de mis pantalones y juegan con él.
—Creo que puedo obtener el perdón sin necesidad de ponerme de rodillas —me da otro beso en la espalda—. ¿Necesitas ayuda con la masa?
Estoy por responder que no cuando la veo moverse rápidamente y lo siguiente que siento es un poco de harina pegándome en el pecho.
—¡Ay, perdón! —intenta quitar la harina que queda en mi pecho—. Pensé que eras la masa, como dijiste que era deliciosa y estoy viendo la cosa más rica en mundo supongo que me confundí.
Le sonrío de lado mientras visualizo mi próximo movimiento. Noto como baja la guardia al creer que no voy a vengarme y entonces meto mi mano dentro del paquete de harina y le lanzo un puñado en el cuello.
—¡Mi ropa, Lucca! —se queja viendo su remera negra blanca por la harina.
—Tu empezaste, no te quejes.
Se saca la remera con brusquedad y toma el paquete entero mirándome con ojos salvajes.
—Sara, tenemos que comer, esa harina es para la pizza —alzo mis manos en el aire atento a cualquier movimiento.
—¿Crees que no he visto que tienes más en mueble? No soy tonta.
—Sí que lo eres —aprovecho para meter denuevo la mano en el paquete y esta vez le lanzo harina directo a las tetas.
Gruñe con rabia antes de literalmente vaciarme el resto del paquete encima, pero no sale impune, porque lo que va cayendo en mí se lo voy lanzando a ella y así acabamos los dos cubiertos de harina y con la cocina hecha un desastre.
—Ahora voy a tener que ducharme y no traje más ropa que la que llevo puesta —arruga la nariz sacudiéndose el cabello.
—No te quejes —le robo un beso y me echa la lengua—, hay algo de ropa en mi closet de la que dejaste la última vez.
Sale de la cocina dando zancadas mientras yo me dispongo a sacar otro paquete de harina del mueble y comienzo a hacer la masa. Al cabo de un largo rato regresa con una remera de Nirvana que me pertenece y una sonrisa de oreja a oreja en su rostro.
—¿Me la dejas? —me da un beso como si eso fuera necesario para convencerme.
—¿Por qué siquiera lo preguntas? —me corro un poco para tapar la asadera y que no vea lo que he hecho—. Te dejo las que quieras, rubia.
—Te amo —otro beso—. Voy a ducharme mientras terminas con eso.
—Si cuando termine todavía sigues en la ducha me uno —le guiño un ojo y la veo salir de la cocina.
Una vez cierra la puerta del baño y el sonido del agua cayendo se hace presente, me giro otra vez hacia mis dos pizzas a medio terminar y aprecio los corazones perfectos de masa que acabo de formar. Mezclo la pasta de tomate con la cebolla y el morrón y mando ambas pizzas al horno.
Tomo unos pantalones grises de encima de mi cajonera y un bóxer y sin tardar más me meto a la ducha con Sara.
Casi una hora después salimos de la ducha, quitar el harina del cabello fue más difícil de lo que creímos y aunque estuvimos un largo rato bajo el agua todavía no puedo asegurar que hayamos quedado completamente limpios.
Sara se ha puesto únicamente mi remera y una tanga negra que da unas vistas hemosas de su culo, cosa que le he dicho y por eso ahora me hace caminar delante de ella para torturarme.
—Mmmm —cierra los ojos mientras inhala hondo—, huele demasiado bien.
—Ya deben de estar prontas —comento dirigiéndome a la cocina con ella caminado detrás de mi e indicándome que mire hacia adelante cada vez que volteo hacia ella.
Abro el horno y ayudándome con los guantes de cocina que Klara compró para hornear galletas saco ambas pizzas. Ni bien Sara nota la forma se lleva las manos al rostro y me abraza.
—Basta.
Dejo las pizza encima de la mesada y río intentando verla a los ojos, pero ella se niega afirmando su rostro contra mi pecho.
—¿Está todo bien? —¿Acaso he hecho algo?
—¡Obvio que está todo bien! —pega su frente a la mía haciendo que nuestras narices se rocen—. Y ese es el problema, Lucca Bianchi, cada vez que creo que no puedo enamorarme más de ti dices o haces algo que me hace amarte aún más, así que para porque no es justo que yo sea la única que sigue cayendo y cayendo.
—Ven aquí.
Me quito los guantes y la tomo por las caderas alzándola hasta que queda sentada encima de la mesada y me posiciono entre sus piernas acunando una de sus mejillas en mi mano.
—Caí cuando me dijiste que follar conmigo era un error, caí cuando jugaste a ser mi jinete en la playa, caí cuando me besaste encima de la tumba para las fotos de la clase de literatura, caí mientras jugábamos paintball y me di cuenta de que me habías engañado y no estabas lastimada, caí al despertar y verte a mi lado durante dos semanas seguidas y muchas veces más. Caí muy fuerte al volver a verte este año, también mientras actuábamos para la caridad de la iglesia y mientras me tomabas la mano en el avión, caí en Italia segundo tras segundo y volví a caer en la misma ciudad cuando apareciste en aquel bar, caí mientras hacíamos el amor en el lago y la primera noche que viniste a dormir aquí y desde entonces no he parado de caer. Hoy caí al verte entrar y estoy cayendo ahora mismo mientras estamos aquí.
—Lo que tenemos es perfecto y tengo miedo de que podamos dañarlo otra vez —susurra.
—Nosotros no fuimos quienes lo dañamos, quien lo hizo está fuera de nuestra vida y a menos que tú quieras que vuelva no lo va a hacer.
—Los padres a veces pueden ser una mierda.
—Nosotros no seremos así, aprendimos de los mejores como no comportarnos y estoy seguro de que cuando llegue el momento vamos a dar lo mejor de nosotros.
—Sé que sí —me da un beso y se baja de la mesada.
Le paso uno de los guantes y me pongo el otro tomando cada uno una de las pizzas. Ella camina hacia la sala conmigo pisándole los talones, ambos dejamos las pizzas encima de la mesa y entonces ella corre hacia la cocina para volver con un cuchillo.
Me dejo caer en el sofá y enciendo la televisión mientras ella se dispone a cortar las pizzas. No voy a negar que los ojos se me van hacia su culo de vez en cuando y aunque intento concentrarme en buscar las putas películas de romance el deseo es mayor que mi voluntad.
—Puedes verme todo lo que quieras, idiota —se recuesta en el sofá conmigo dándome un trozo de pizza.
—¿De qué hablas? —intento hacerme el desentendido—. Estoy buscando la película.
—¿Ah, sí? ¿Película de qué?
—¿No querías una romántica? —la miro a los ojos.
—Sí, Lucca y estás en la sección de niños.
Juro que no sé como llegué ahí, la última vez que voltee a ver la televisión todavía estaba en la sección de romance.
—Perdón, es tentador y no puedo evitarlo —aprieto los labios.
Me quita el control remoto y pone la primera película de la sección de romance.
—No pidas perdón porque sino tu tendrás que perdonarme cada vez que te pongas esos pantalones grises, porque siempre se te marca el bulto de la verga y mis ojos bajan a él sin mi permiso mientras por mi mente cruzan tantas indecencias que te sorprenderías .
—Yo soy pervertido, pero tu me ganas, Sara Dustin.
—Aprendí del mejor —me da un beso y vuelve a acomodarse a mi lado—. Ahora has silencio y miremos la película.
Paso mi brazo por encima de ella y meto mi mano debajo de la remera posándola en su abdomen. Sus dedos encuentran los míos y se entrelazan a la vez que yo le doy un beso en la mejilla y vuelvo a acomodarme dispuesto a pasar las próximas dos horas en esta posición.
Aquí mismo, así como estamos, he vuelto a caer.
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