25 | Ni siquiera empezamos.
✨ Lucca ✨
Sara vuelve a subir en mi espalda para que la cargue, pero esta vez no se preocupa por apartar sus tetas de mí, sino que al contrario, las pega y se remueve haciendo que le sienta hasta el alma.
Nos montamos al primer taxi que cruzamos en la calle y entonces Sara suelta una exclamación que me asusta tanto a mí como al taxista que frena de repente.
—¿Están bien? —pregunta el hombre con los ojos abiertos enormemente.
—Perdón, no es nada —dice Sara y el hombre vuelve a conducir negando con la cabeza—. Lucca...no dejamos dinero por el bote...
—Dejé veinte dólares en el depósito, mañana cuando el tipo que los alquila vaya a sacarlos seguramente los encuentre, no te preoupes, rubia.
—Dios, me sentí una ladrona por unos segundos.
—Lo eres —le sonrío viéndola a los ojos.
—No, no lo soy —se queja frunciendo el ceño.
—Me robaste el corazón, sí que lo eres —me llevo la mano al pecho y cierro los ojos, recostando mi cabeza con la suya.
—Idiota —entorna los ojos—. Supongo que robarte el corazón es un milagro, soy la chica milagrosa.
Yo juro que intento no hacer comentarios desubicados, pero ella me lo deja servido en bandeja y no puedo resistirme.
—Levantas cosas sin tocarlas, yo sí te llamaría chica milagrosa.
Sara me observa con el ceño fruncido y la boca abierta sin entender exactamente a qué me refiero, entonces, basta una mirada a mi entrepierna para que lo comprenda y sus mejillas se tornen rojas.
—Es el chiste más usado en el mundo, Lucca, no da risa —rueda los ojos mientras yo sonrío como idiota.
—No era chiste —me mira con los ojos abiertos como platos y luego baja la vista a mi entrepierna—. Eh, eh, eh.
La tomo por la mandíbula haciendo que vuelva a verme a los ojos.
—No me la puedes chupar aquí, rubia, no estamos solos.
Noto como el taxista nos mira a través del espejo retrovisor y suelta una risa.
—Quando le donne vogliono qualcosa, dovrebbero dargliela subito —dice.
«Cuando las mujeres quieren algo deben dárselo de inmediato».
—Mia moglie è impaziente —el hombre alza las cejas, diría que sorprendido.
«Mi esposa es impaciente»
—Non sono troppo giovani per sposarsi?
«¿No son muy jovenes para estar casados?».
—Una volta trovato l'amore della tua vita, non puoi lasciarlo andare —me ecojo de hombos.
«Una vez que encuentras al amor de tu vida no puedes dejarlo escapar».
—Eso si lo entendí —dice Sara mirándome con los ojos entornados.
—¿Lo qué? —frunzo el ceño también.
—l'amore della tua vita —pronuncia con un acento terrible que me dan ganas de cortarme los testículos—. ¿Qué le estás diciendo al hombre? No creas que soy estúpida, están hablando de mí.
—¿Asumes que eres el amor de mi vida? —alzo las cejas.
—¿No lo soy? —se cruza de brazos.
—Apenas tengo veinte años, conoceré más gente y... —ella se gira dándome la espalda sin dejarme terminar—, aún así estoy seguro de que voy a seguir amándote a tí.
Sigue sin mirarme, ni siquiera por el rabillo del ojo.
—Era broma, rubia, no te enojes.
—Voy a quedarme con la primera parte de la frase, esa que dice "Apenas tengo veinte años, conoceré más gente" —pone voz gruesa para imitarme.
—Ey...
La tomo por el codo intentando acercarla hacia mí, pero se resiste, entonces soy yo quien se mueve hacia ella.
—Te amo —le susurro al oído besándole la mejilla.
—Dí lo mismo luego de conocer más gente —me mira seria y yo no puedo evitar sonreir.
—Quiero besarte —mis ojos no pueden despegarse de sus labios. Dios, maldito y hermoso momento en el que me hiciste adicto a esta mujer.
—Yo también quiero besar... —acerco mi boca a la suya pero me esquiva sonriendo con malicia—, besar a mi novio, no imagines cosas, Lucca.
—Eso es jugar sucio —la sentencio con el dedo apartándome otra vez.
—¿Ahora el enojado eres tú?
—Yo estaba bromeando...
—Y yo también, idiota —intenta tomarme la mano, pero me cruzo de brazos antes de que llegue a tocarme—. Lucca...
—No me hables —claramente estoy imitando su pequeña escena de hace un rato, solo que añadiendo un toque de drama.
—¿Y si te beso?
Se acabó el drama.
—Entonces puede ser que quiera volver a oirte.
—Mejor me quedo callada.
—Esto debería considerarse tortura.
—Va bene qui? —pregunta el taxista buscando donde estacionar y yo asiento con la cabeza.
«¿Por aquí está bien?»
Una vez se detiene le paso mi tarjeta para que cobre mientras nosotros dos aguardamos pacientemente en los asientos traseros.
—Questo è tutto ragazzo, buona notte —dice él devolviéndome la tarjeta con una sonrisa que deja ver los dientes que le faltan.
«Eso es todo muchacho, tengan linda noche».
—Grazie e altrettanto —respondo yo bajándome del auto.
Estiro la mano hacia Sara para ayudarla a bajar pero la esquiva y me sonríe de lado.
—No vaya a ser que solo con tocarme se te ponga dura —comenta cruzando junto a mí.
—Alguien no puede parar de pensar en sexo.
—Ya quisieras.
—¿Yo? Sí, por supuesto que quiero y tú igual.
—Que gracioso chiste, Lucca, cada vez te superas más.
—Has dicho que no vamos a follar mientras estés con Gabriel, pero ambos sabemos que desde que nos besamos el día que te llevé el disfraz lo has estado imaginando.
—¿Cómo estás tan seguro? —suena retadora.
—Porque cuando me acerco tu cuerpo se endereza —doy un paso hacia ella y como dije, su espalda se pone recta—, y si te toco la piel se te eriza, justo así como ahora.
Mis dedos recorren su brazo y luego pasan a su cintura.
—Eso no significa nada —gruñe.
—Entonces por qué cuando nuestras bocas se acercan la tuya se abre esperando a la mía.
—Costumbre —se lame los labios y eso se convierte en un puto detonante.
—Sí, así como por costumbre tu mano está en mi pecho —al darse cuenta de ello la baja y sonríe.
—Exactamente.
—O sea que si me acerco —sus ojos bajan a mi boca—, ¿no sientes nada?
Nuestras caderas se pegan y ella baja la mirada justo a ese punto de unión.
—Lo único que siento es lo dura que se te está poniendo.
—La chica milagrosa hizo su milagro —me encojo de hombros.
—Vas a terminar con una erección en el medio de la calle —su seriedad me causa gracia.
—¿Quieres que entremos? —acuno su mejilla en mi mano y pego su frente a la mía.
No me sorprende que sea ella la que una nuestros labios, pero lo que sí lo hace es sentir su mano en mi entrepierna apretando el bulto debajo de mi ropa aún algo húmeda por el lago.
—Quiero que subamos a la terraza —susurra.
La sonrisa que se forma en mis labios está cargada de lujuria.
—Quiero hacerte el amor en una cama, rubia...
—La terraza o nada —se aparta seria.
—Cada vez me convenzo más de que tenemos un fetiche con el sexo bajo las estrellas...
—Ya cierra la boca.
Me toma de la mano y camina hacia dentro arrastrándome con ella. Cruzamos junto a los hombres de recepción y en cuanto nos metemos en el ascensor pierdo el control.
Mis manos tocan todo lo que tienen a su alcance con desespero mientras las suyas recorren mi pecho y abdominales. Sonrío cuando siento como muerde mi cuello para después chuparlo y volver a morderlo creando así un ciclo que me llena de placer.
Una de sus manos se cuela dentro de mi pantalón hasta llegar a mi pene y comienza a masturbarme por encima del bóxer. Tiro la cabeza hacia atrás cerrando los ojos y suelto un gruñido.
—Vas a acabar y ni siquiera empezamos —dice y noto su sonrisa contra mi piel.
Aprovecha la posición de mi cuello para chupar, lamer y besarme ahí donde mi piel queda descubierta. Va a dejarme chupetones, lo sé, pero no me importa.
Estoy marcado por esta rubia en múltiples formas y no puedo quejarme por ninguna de ellas porque cada marca significa que lo nuestro sigue vivo, significa que las estrellas entre nosotros aún brillan y por lo tanto, pueden volver a ser lo que alguna vez fueron.
La puerta del ascensor se abre dando hacia otra puerta roja enorme. Tomo a Sara por las piernas para cargarla fuera del ascensor, empujando la puerta roja con mi pie y teniendo que hacer una fuerza sobrenatural para conseguir abrirla sin perder el equilibrio.
—A alguien más parece gustarle venir aquí arriba —comenta Sara señalando una manta y unos cojines contra el pequeño muro de la terraza.
—Quien sabe quién hizo qué ahí...
La bajo y ella ataca mis labios otra vez, empujando mi cuerpo hasta llegar al muro. Sin decir nada y viéndome a los ojos, comienza a arrodillarse. Sus dedos desabrochan el botón de mi jean con torpeza y baja mi ropa con una lentitud matadora.
—Estás torturándome, rubia.
—Te lo mereces —envuelve mi pene en su mano y lo contempla unos segundos sonriente.
No voy a mentir, me sorprende cuando me escupe y utiliza su propia saliva para masturbarme con mayor facilidad. Repasa los laterales de mi pene con su lengua sin apartar los ojos de los míos y cuando se lo mete en la boca dejo de pensar.
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