13 | Aquel pobre hombre
✨ Lucca ✨
Estaciono frente a la casa de Steven y suelto un suspiro detrás del volante volteandome a ver a Sara. Le acomodo un mechón de cabello que le cae en la cara y me tomo unos segundos para disfrutar de la paz que siento teniéndola a mi lado.
Cuando tenía trece, mi mejor amigo de ese entonces me dijo que enamorarse era simple, tan solo bastaba con que al ver una chica linda las ganas de follar con ella te llenaran la mente. Claramente no le creí, para mí el amor era algo más complejo que una erección, aunque sí, el físico importa y mucho, porque al fin y al cabo eso es lo que llama la atención al principio. Pero luego, cuando tus ojos están saciados y dejas de darle importancia a la apariencia, te das cuenta de que es la esencia lo que verdaderamente importa.
Eso me pasó con Sara.
—Hemos llegado, rubia —susurro lo más bajo que puedo intentando que Em no me escuche, porque si llego a despertarla no hay quien la haga volver a dormir y recién son las once y media de la noche.
Salgo del auto para darle tiempo a Sara de espabilarse y mientras enciendo un cigarro. Para cuando doy la última calada y aviento la colilla al otro lado de la calle ella está parada a mi lado fulminándome con la mirada.
—Tienes que dejar de contaminar con eso —señala de mala gana la colilla.
—Pesada —ruedo los ojos pechándola con el hombro.
—Si quieres matarte, hazlo, fuma todo lo que te apetezca, pero el planeta no merece que le tires tu basura.
—Va, tienes razón, ahí lo recojo.
Camino hasta donde cayó la puta colilla y la levanto sonriente. Toda la vida me ha molestado que la gente me ordene qué hacer, por lo que todavía no puedo creer que cuando esas órdenes salen de su boca no me mueva ni un pelo.
—¿Contenta? —la lanzo al bote de basura junto al poste de luz.
—No era tan difícil hacer eso la primera vez.
—Si, sí, Sara, cómo tu digas —ruedo los ojos otra vez—. Me encantaría quedarme toda la noche debatiendo sobre colillas, la muerte y el planeta tierra pero la reservación se cancela a media noche y a menos que nos hagas un lugar a Em y, a mi en tu cama, de verdad tengo que irme.
Ella se aleja del auto pidiendo disculpas como si hubiera hecho algo malo y saca su teléfono supongo que para avisarle a su hermana que ha llegado.
—Ve yendo si quieres, Naomi sale en un segundo —dice, aún escribiendo.
Está loca si cree que la voy a dejar sola a estas horas en un barrio que no conoce para nada.
—Espero contigo.
Me vuelvo a acercar al auto y me recuesto de lado en él, viéndola mover los dedos con rapidez sobre la pantalla.
—Ni siquiera le llega el mensaje —dice en un quejido al cabo de un rato.
—¿Por qué no solo tocas la puerta? —Es lo más lógico.
Ella mira a sus espaldas la casa y se encoge de hombros, acto seguido se da media vuelta y comienza a caminar hacia la puerta, conmigo detrás.
No pasa ni medio minuto cuando nos abren la puerta, pero quien está del otro lado no es precisamente el rostro que esperábamos ver.
—¿Sara? —la confusión de Steven es clara en su rostro—. ¿Qué hacen ustedes aquí?
Aprieto mis puños a ambos lados de mi cuerpo intentando controlar el impulso de partirle la cara. No me gusta la violencia, pero este tipo se merece que le pongan los patos en fila.
—Naomi me invitó, creí que no estarías...
Algo en su voz cambió en la forma de dirigirse a él, no creo que Steven no le importe para nada como ella dice, pero claro está que sí le importa menos que antes, mucho menos.
—Y yo creí que estabas en Brasil con Evelyn —me mira a mí y yo le sonrío de lado.
—Empiezo la universidad en unos meses, Steven —la cara al ver que lo llama por su nombre es digna de fotografía—, tengo que prepararme, buscar sitio y demás, no son cosas que logres en una semana, se necesita tiempo.
Los ojos de Steven no se apartan de los míos. Sé que en este momento está pensando en nuestra conversación de hace menos de un año, porque yo también.
De repente nos vemos interrumpidos por los chillidos de una chica de cabello rosa que baja las escaleras corriendo y al llegar a Sara salta sobre ella abrazándola.
—¡Al fin llegaste! —grita sin soltarla y entonces parece percatarse de que no están solas—. El pelinegro rompe narices...
Lo mira a su padre con una sonrisa y se acerca a mí, saludándome con un beso en la mejilla.
—¿Siguen juntos? —de verdad, alguien que le saque una foto porque quiero su cara para fondo de pantalla.
Sara abre la boca para hablar pero antes de que meta la pata la interrumpo.
—Algo así.
Paso mi brazo por encima de sus hombros y acerco su cuerpo al mío para darle un beso en la frente mientras él no nos quita los ojos de encima.
El ceño de Sara se unifica en el medio de su frente cuando llevo mi mano a su barbilla y acerco mis labios a los suyos. Apenas los rozo sin llegar a besarla y sonrío al apartarme.
—Creí que lo habían dejado —es mejor que cierre la boca, porque como diga algo fuera de lugar mi autocontrol no será suficiente—. ¿Cómo es que no me enteré que volvieron?
Quizá sea porque le importa su hija lo mismo que un kilo de mierda, o quizá y seguramente porque claramente es mentira.
—Ay, papá, ya déjalos —Naomi tira del brazo de Sara hacia adentro—. Llevan mucho tiempo juntos ya como para que vengas a celarla ahora. No es más una niña.
Sara se despide saludando con la mano a la vez que yo le hago una seña militar con los dedos en la frente.
—Nos vemos, rubia —me despido mientras ella camina siendo jalada por Naomi.
Una vez las dos chicas desaparecieron escaleras arriba solo quedamos Steven y yo. Por fin.
—¿Qué pasó con nuestro arreglo? —pregunta y yo le sonrío otra vez.
—Hice lo que dijiste, la dejé, la lastimé, se fue a Brasil y estuvo nueve meses allá —hablo con toda la tranquilidad posible—. Que ella volviera no es algo que esté en mis manos.
—¿Y traerla a mi casa no es algo que esté en tus manos? —si él sube su tono que no dude que yo también lo haré—. No te quieras hacer el listo conmigo, Bianchi, que bien ya nos conocemos. No la quiero aquí y no los quiero juntos.
Doy un paso hacia él mirándolo fijamente.
—Esta vez las cosas van a ser a mi manera, Dustin —otro paso hacia adelante—. Amo a tu hija y nada hará que me separe de ella, no a menos que ella quiera lo contrario.
Cosa que espero no suceda.
—Así que, o la dejas en paz, o me veré obligado a visitar a Abigail y contarle sobre Sara y Evelyn —sonrío retrocediendo otra vez, dispuesto a irme—. Ah, y también le daré una lista extensa de mujeres con las que te has acostado en tus supuestos viajes de negocios.
La expresión en su rostro es neutra, no hay enojo, sorpresa o cualquier otra emoción, como si se lo estuviera esperando.
—¿Cuánto dinero quieres para mantenerte callado? —lo que me faltaba.
Si viera mi cuenta bancaria seguramente le daría vergüenza ofrecer dinero.
—¿Así haces que Naomi no le cuente a su madre que tiene una hermana? —este hombre no tiene un puto límite.
Se queda en silencio lo que me indica que sí, le está pagando a su propia hija para que guarde el secreto de su doble vida.
—Pon una cifra y terminemos esto —dice, sacando una chequera—. Si de verdad la amas la vas a dejar ni bien comience la universidad y por tu bien, Bianchi, no te atrevas a acercarte a mi mujer.
Suelto una risa. ¿Es que acaso no ha entendido que esta vez el que pone las reglas del juego soy yo?
—No eres lo suficientemente bueno para mi hija así que no estorbes en el camino de alguien que quizá sí lo sea.
—Eres el menos indicado para hablar sobre ser bueno o no para Sara. Quizá yo tampoco lo sea, pero intento darle lo mejor de mí siempre, que es más de lo que tú has hecho toda tu vida.
Le mentí, la lastimé y le dije cosas horribles de las que siempre voy a estar arrepentido. Y aunque Steven también sea culpable, no puedo adjudicarle la culpa solo a él, porque al final de cuentas fui yo quien se dejó manipular en primer lugar. La condición era fácil, o nos separabamos, o Evelyn iba a la cárcel y créanme que alguien que se crió sin madre sabe lo duras que son algunas situaciones sin esa persona que se supone debe cuidarte y velar por ti.
—Muy tierna la historia del chico enamorado, el padre malo y todo eso, pero yo sigo esperando una cifra..
—No tendrás ninguna, porque no pienso dejarla , Steven.
—¿Qué tal si reformulo mi petición? —escribe mi nombre en el cheque—. Dame una cifra y olvídate de mi hija o quédate con ella y ve como se desanima al no poder entrar en ninguna universidad. Tengo contactos, Bianchi, no juegues conmigo.
—¿Crees que yo no?
Si lo piensan bien ¿por qué Pedro regresaría a un pueblo de mierda después de tantos años en Italia con los mejores lujos? ¿Cómo creen que consiguió armar un imperio en tan poco tiempo? El tráfico da mucho dinero y sobre todo, amistades leales capaces de todo.
—No me asustan los contactos que pueda tener un niño.
—Oh, claro —me cruzo de brazos sonriendo de lado—. Solo un estúpido se asustaría se le nombran al Gallo López.
Por la forma en la que abre los ojos sé que lo recuerda.
—Le ocultaron la identidad del abogado estadounidense que lo hizo comerse diez años en la cárcel solo porque temían por la seguridad de aquel pobre hombre, pero a mi no me dá lástima lo que pueda pasarte, Steven.
—No te atreverías —dice con tono desafiante.
—No vuelvas a amenazarme.
Zanjo la conversación ahí dándome la vuelta y caminando otra vez hacia mi auto. Me meto dentro apretando los puños contra el volante para tratar de controlar la sarta de insultos que quieren salir de mi boca, porque por muy enojado que esté, despertar a Em no es una opción.
Salgo del barrio a una velocidad suave mientras el ritmo de mi corazón se estabiliza y entonces vuelvo a respirar con normalidad.
Estaciono en la calle de atrás del hotel y tomo mi celular para ver al hora.
Doce y siete minutos.
Solo espero que no me hagan dejarles una buena cantidad de dinero extra como "gentileza", porque a pesar de que presuma tener bastante tampoco es que me guste gastarlo como un estúpido.
Bajo del auto y me dirigo a los asiento traseros para cargar a Em en brazos. Ella entreabre los ojos y en ese momento maldigo a dios y todo el mundo ante la idea de que la he despertado, pero solo se remueve un poco agarrándose de mi cuello y su mundo vuelve a apagarse.
El tipo de recepción me echa una mirada de sospecha cuando entro al hotel y me acerco a él con mi hermana en brazos.
—¿La chica está bien? —odio que se metan en cosas que no les interesa, pero en ocasiones así entiendo que deben preguntar.
—Es mi hermana, todo bien, solo tuvimos un día largo.
Saco como puedo mi billetera del bolsillo y le paso el documento de identificación.
—Ah, sí sé quien eres, te estaba esperando —me pasa la llave de la habitación—. Espero que puedan dormir bien y que la suite sea de su agrado, bueno, del suyo, porque la chica parece tener sueño para un tiempo largo.
Le sonrío sin muchas ganas y me doy media vuelta camino al ascensor.
No hay cosa que desee más que recostar la cabeza en la almohada y apagar mi mundo también.
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