5. Robo y hambre
Sus delgados y pequeños dedos cubiertos de unos desgastados guantes con suciedad, se encuentran posadas en el pecho de su amado, muy cerca de su corazón que siente su palpitar desenfrenado a través de las yemas de los dedos ante su nerviosidad por cada pasillo y escalón que recorre, a la espera de encontrar en ese edificio abandonado algún alimento; siendo esto lo único que no ha encontrado en los últimos cuatro pisos que quedaron sobre sus pies. Constanza le anima a avanzar al asentir con la cabeza, acariciando su pecho con suavidad antes de apartar la mano izquierda con vacilación.
Comparten una especie de mirada que tranquiliza al otro y viceversa, tratando de sonreírse pero siendo esta sonrisa fácilmente confundida por una mueca, ambos están hambrientos, y éste edificio es quien debe proporcionarles el alimento que buscan antes de que alguno de los cuatro desfallezca en un rincón por la falta de comida. Daniel puede oír perfectamente entre el silencio el gruñir del estómago hambriento de Constanza, pero no dice palabra alguna, limitándose a ofrecer una mirada sin expresión, guardando sus comentarios de ánimos.
José también lo escucha, pero él no esconde su preocupación e impotencia al no estar velando por su bienestar como le prometió haría hace algunas noches. «Paciencia, encontraremos algo» mueve los labios pronunciando esas palabras sin trasmitir algún sonido.
Constanza se lo agradece palmeando su hombro.
—Espero encontrar algo que no sea chicharos —susurra cerca de su oído, procurando que nadie más lo escuche.
«Ojalá»
Siguen su camino.
—°—
Sus botas provocan leves rechinidos a cada paso, recibiendo la amonestación de no hacer ningún tipo de ruido que alerte su presencia dentro del edificio de parte de Daniel. Modera su paso después de eso, avanzando detrás de Daniel, seguido de Matías y Constanza; todos en una sola fila. Los pasillos del piso seis mantienen un olor fétido, con restos de basura, muebles fuera de las puertas de algunos departamentos, sangre sobre las paredes y suelos. Constanza tiene curiosidad de indagar, metiendo la cabeza en uno de los departamentos viejos que parecen estar deshabitados, llevándose la desagradable sorpresa al encontrarse un cadáver en un estado temprano en descomposición muy cerca de lo que piensa ella es una mini sala; al menos habría pasado dos o tres días desde su muerte. No siendo esto suficiente, se aproxima lo más que puede al cuerpo, resistiendo al insoportable olor nauseabundo que destila, cubriéndose con la mano su nariz y boca.
Puede ver ahora la gran apertura que tiene en el costado derecho, dejando visible dos de sus costillas cubiertas de sangre seca y restos de carne. Sabe que alguien se ha dado un festín con esa pobre mujer, y después de oír las historias de Matías durante todo el transcurso hasta llegar a Zulia, ya no sabe si quien la ha atacado es un ser humano o la posible mascota de algún vecino del que puede haya tenido la absurda teoría de resguardarlo en su departamento.
En todo caso, ambas son una muerte cruel para todo superviviente.
Mira a todas direcciones buscando con que cubrirla, ve que hay algunos edredones sobre el desgastado sofá amarillo, toma el más grueso edredón y la usa para cubrirla, persignándose y pidiendo en silencio que se encuentre en una mejor vida.
No se percata del tiempo que está perdiendo y el peligro que considerará José al apartarse del grupo, pero si aquella mujer tiene algo de comer, sin duda su pareja pasará por alto si encuentra algo con lo que no pueda irse a dormir con el estómago vacío.
Se oye algo caer en la próxima habitación continua a la sala, por precaución ya tiene el arma preparada para disparar.
Un segundo ruido, ahora está segura que hay alguien más ahí.
— ¿Qué ha sido eso? —pregunta alarmada Constanza, mirando hacia la habitación.
Ha estado siendo observada desde hace minutos en el umbral de la puerta por Matías, y para cuando éste decide hablarle, ella ya se está aventurando a la habitación.
—Algo debió caer, venga, sigamos buscando —pide Matías, notándose molesto al notar por el rabillo del ojo que el pasillo se encuentra solo; José y Daniel debieron ya haberse ido piso arriba.
Su respiración se agita estrepitosamente al escucharle, girándose con el arma en mano, soltando un grito frustrado al verle la cara.
—Burro, no vuelvas a hacerlo. —regaña, olvidando completamente buscar el origen del ruido.
—Y tú a desviarte del camino, muchacha —resopla. Posa su fría mirada en ella un par de segundos, regalándole el tiempo necesario para que observe sus ojos cafés, antes de desviar la mirada, después de girar sobre sus talones, dirigiéndose de vuelta al pasillo—. Tu enamorado va a enojarse si no lo alcanzamos.
Le sigue, manteniendo su distancia, mirándole de reojo cada cierto momento, iniciando después Constanza la conversación ante su desesperación de solo oír sus resoplidos o lanzar blasfemias en susurros a todo lo que literalmente vea a su paso.
— ¿Qué le habrá pasado a esta gente? —se cuestiona por todo el gentío que debió habitar dentro de ese edificio.
Esa duda a Matías le resulta absurda, por un momento cree que esté jugando con él, sin embargo no escucha un “solo bromeo, ya sé que todos deben estar muertos”.
—Murieron de hambre… viven, todo es posible —se burla.
—Ah —se limita a decir al detenerse, prestando especial atención a lo que ve a través de la ventanilla empolvada y agrietada.
Hay un carrito metálico de los que solía encontrar en los súper mercados y llenaba de alimentos mientras su padre se aseguraba de llevar todo puesto en la lista de compras; colocado al lado contrario de la calle, repleto de comida, agua, cosas de uso personal, o es lo que Constanza alcanza a ver desde esa distancia.
—También puede que hayan sido atacados por sus perros o gatos —continua Matías. Deteniendo el paso al no escuchar seguirle la joven.
—Las bestias. —los nombra, aún ensimismada por el carrito.
Enarca la ceja izquierda al verla observar hacia la calle, curioso lo hace también, soltando una exclamación de alegría al ver que es lo que ha llamado la atención. No malgasta su tiempo al sugerirle bajar para tomar lo que puedan mientras Daniel y José continúan buscando piso arriba, recibiendo la increíble negativa de hacerlo.
—Busquemos a José, tiene que ver lo que encontré, chamo. —reafirma decidida.
—Matías —gruñe, incomodo por llamarlo de esa forma. No quiere perder esta batalla una vez más con esta misma mujer, la comida que buscan y por la que fue obligado a ayudarles está ahí abajo, basta con que actúe amable para convencerla. Cuidando no tocarla sorpresivamente, toma su mano con delicadeza, acariciando con su pulgar tres de sus dedos ante la mirada descolocada de Constanza—. Podemos es…
—Daniel ha pedido no separarnos —aparece desde el pasillo derecho José, analizando a aquel par, prestando especial atención a su cercanía y como Matías ha tomado la mano de Constanza. Sus celos se dan a relucir al pedir casi en un grito—: quítate de ella, Matías.
La suelta al instante como si le quemara.
—Muchacho, solo quiero que me haga caso y bajemos por la comida de allí —señala la ventana.
Con pasos resonantes se acerca, dándole un empujón por el hombro apartándolo de ahí, dejando claro que no lo quiere cerca de la chica. Ve el carrito aparcado muy cerca de un carro de carga actualmente inservible. Sabe que todo lo que hay en ese carrito ya tiene un dueño, así que se niega a las insistencias de Constanza.
—Es comida.
—Comida que no es nuestra —refuta—. Nosotros buscamos comida que no tenga un dueño ya. —le recuerda, recalcando cada palabra.
—°—
Vista al frente, ideas claras, voluntad propia, fueros tres cosas que le faltaron, por eso es que está ahí, a metros del gran regalo que encontró su pareja.
—Tenemos poco tiempo, José, ¿Quieres hacerlo tú o yo? —Constanza parece dispuesta a ofrecerse voluntariamente, pero no está demás averiguar si José actuará por ella.
— ¿Quieres que me acerque y tome lo que pueda, aunque arriesgue mi vida ahí? —antes, no fue un malandro. Cuando su familia careció de hambre nunca lo hizo, fue criado con honradez, robar algo hoy, significa de cierta forma para él defraudar a sus padres.
Sin embargo, son tiempos difíciles.
Consciente de que se molestaría al negarse, prefiere simplemente asentir levemente, resignándose, pues tampoco es que quisiese ser tachado como un cobarde, recordando también lo hambrientos que se encuentran, fracasando inútilmente en su búsqueda de alimento; tres latas de zanahoria, garbanzos y maíz.
Todo lo que buscan para mantenerte alimentados por semanas está ahí, no hay nadie cerca, basta con que uno corra y tome lo que pueda dentro de su mochila.
—Bien, entonces yo voy contigo. —la sonrisa de Constanza se torna divertida, abriendo con anticipación la mochila que cuelga en sus hombros, preparada.
— ¿Cómo, los dos? —perfecto, ahora serian dos robando a alguna persona que debió tardar en recolectar todo dentro de ese carrito.
— ¡Claro! —José la nota muy animada.
Corre a toda prisa con una sola meta: tomar todo cuanto pueda y quepa en esa mochila. José se permite tomarse un largo respiro antes de salir de su escondite, mirando a todas partes, tensando la cuerda de su arco rudimentario a modo de conseguir tranquilizarse en vano.
Y antes de lo esperado, ya está a su lado, siguiendo sus movimientos; echando varias botellas de agua a la mochila a diferencia de Constanza.
—Esto puede costarnos —anticipa José, nervioso mientras hecha todo lo que puede dentro.
—Tienen mucho, José. Creo que no pasa nada si nos llevamos un poco —le ofrece una mirada mordaz.
—Esto es peligroso. — ¿Qué es esta locura que acaba de hacer? Llega a cuestionarse, cerrando su mochila a medio llenar, intuyendo que esto no es apropiado. Debió hablarlo con Daniel y no haber enviado a Matías a informarle de lo que harían. Retrocede del carrito, acomodándose la mochila en el hombro libre, apretando los labios y negando. Algo no marcha bien, puede sentirlo, se inclina para tomar su arco y saca una de las flechas que pueden ser apreciadas de su hombro izquierdo—. Para, déjalo ya Constanza. Esto no tiene sentido… ¿Cuánto hace que viste este carrito aquí?
— ¿Importa? Tenemos lo que queremos. —ella sigue en lo suyo, despreocupada de todo lo que le rodea.
—Importa si es la carnada, malandra —se escucha una voz áspera, después risitas y chiflidos.
— ¡Bien Andry, tenemos carne hoy! —grita alguien que cree José es una mujer.
Oh.
Era eso, algo le decía que todo estaba siendo demasiado fácil.
Son la cena.
—°—
Andry un claramente villano lleva este nombre en honor al chaval que desde facebook me ayudó en algunos detalles. n.n
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