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08: jefa chou, secretaria minatozaki

Tzuyu es su jefa. Engreída, soberbia, pero guapísima. Sana lleva trabajando con ella durante siete meses.

Sin embargo, aunque Chou Tzuyu esté en la pesadilla de muchos de los empleados de la empresa, desde el inicio Sana la admiró y es por eso que siempre quiso trabajar para ella.

En un mundo de hombres, donde la mujer tiene que servir la comida y cuidar a los niños según los estereotipos, Tzuyu había deshecho el patrón, creando una empresa inmobiliaria y siendo una maldita desgraciada con cualquiera que creyese que pudiera faltarle el respeto.

Sana quería llegar a ser como ella alguna vez.

Con el café de su jefa en mano, esperó fuera del ascensor como cada día hasta que Tzuyu llegase a las 8:00 AM. Jamás se atrasaba, y Sana debía estar allí con la bebida mañanera y una sonrisa para recibirla, como la buena secretaria que era.

──Buenos días, señorita Chou ──se inclinó hacia ella, ambas adentrándose al ascensor.

Tzuyu quitó sus lentes de sol ─que llevaba solo por accesorio─, lamiendo sus labios. Había algo distinto en la menor, y es que Sana lo supo porque, por primera vez, Chou parecía chispear felicidad.

──Buenos días ──recibió el latte, apretando el botón del último piso. Otra rareza, pues Sana siempre debía presionarlo, estaba hasta en su contrato.

Bajaron del ascensor y la taiwanesa respiró hondo, apreciando las oficinas a su alrededor. Pasaba los dedos por las perfectas paredes blancas.

Sana frunció el ceño: no había nadie más que ellas dos en el lugar. Y todos debían llegar antes que la jefa.

──Están en el piso nueve. Los mandé a todos allí.

La azabache había leído su mente y Sana solo asintió, siguiendo su camino.

──¿No preguntarás por qué?

──¿P-por qué, señorita Chou?

──No seas intrusa, Minatozaki ──se rió de su propio chiste. Sana se sonrojó hasta las orejas, aún confundida ─Tzuyu nunca bromeaba─, aunque cuando intentó disculparse, ella se le adelantó──. ¿Ves todo esto? ──extendió los brazos hacia el aire, satisfecha──. ¿Las oficinas? Mías. ¿Las computadoras e impresoras? Mías. ¿Las máquinas expendedoras? Mías ──soltó un suspiro.

──Sí, señorita Chou. Todo es suyo.

Tzuyu solía tener estos ataques de grandeza. Disfrutaba en particular sacar a relucir el poder que poseía y Sana era su oyente favorita, porque Minatozaki asentía, le decía que sí en todo; le aportaba a su ego.

──¿Qué más es mío, Sana? ──abrió la puerta de su espaciosa oficina, adentrándose.

Sana también lo hizo, cerrando tras de sí. Vio a Tzuyu ir hacia un pequeño estante, admirando sus diplomas.

──La empresa, señorita Chou.

Ella volteó hacia la mayor, acercándose a pasos lentos. Sana traía una elegante falda que hacía juego con su femenina camisa blanca. El cabello lo traía suelto, pero bien ordenado. Impecable.

──¿Qué más, Minatozaki? ──insistió, parándose frente suyo.

Sana sintió su piel erizarse cuando la otra le dio una mirada retadora.

──M-mm, no lo sé, señorita ──admitió, colorada por la cercanía.

──Los empleados, Sana. Son míos, trabajan para mí.

Ella asintió. No le sorprendía que Tzuyu los tratase como si no fuesen personas, pero ella no era de atacarse, no tenía un orgullo que se hiriera. A Sana le daba igual ser gestionada como una propiedad si la dueña era Chou Tzuyu.

──¿Sabes qué significa eso? ──volvió a hablar, dando un último paso.

──N-no, señorita...

──Que tú ──la apuntó directamente, sus pieles rozándose──, eres mía.

Sana no pudo reaccionar cuando Tzuyu se había abalanzado sobre ella, sujetándola de la cintura para besarla. Solo pudo gemir sobre la boca ajena cuando su labio fue mordido.

De todas formas, la situación no fue sorpresa para la pelinegra. Ya se habían besado incontables veces, Tzuyu iniciaba cada encuentro y también los terminaba. Al ser su secretaria, tenía que pasar básicamente todo el día a un lado de Tzuyu, y a esta comenzó a agradarle esos ojitos tiernos pero tan tímidos como los de un cachorro. Fue dura con ella, es dura cuando se molesta, pero ya lo había decidido: Minatozaki Sana era suya, era su capricho y su jefa podía ser una mimada insoportable. Ya no había escapatoria para Minatozaki.

La japonesa la recibió con dificultad, llevando sus manos tras el cuello de la menor, aferrándose allí cuando Tzuyu la tiró hacia un mueble, su espalda quedando encajada contra la madera oscura.

──No me gustan los fines de semana ──suspiró la más alta, tirando de la falda
azulina de Sana, deshaciéndose de esta──. Odio no verte en dos días ──gruñó y la mayor tapó su rostro con cohibición mientras Tzuyu se quedaba unos segundos admirándole las piernas.

Pasó sus dedos por el borde de su braga de encaje y sonrió. Esas bragas eran suyas, solo que una noche en que se quedaron hasta tarde trabajando y acabaron teniendo sexo, cuando Tzuyu las había vestido a ambas, hizo este morboso intercambio de ropa interior sin ninguna finalidad realmente.

Tiró de la tela hacia enfrente, haciendo que el elástico golpeara la cadera de Sana una vez lo dejó libre. Escuchó su jadeo.

──¿Sabes qué? ──la ayudó a sacarse los tacos. Ahora besaba su cuello, Sana se mantenía en silencio porque siempre fue así: como una pluma, delicada y prudente──. Debería llevarte a mi mansión los fines de semana. Aunque sean días de descanso, eres la secretaria de Chou Tzuyu. Debes estar disponible en cualquier minuto que yo quiera, ¿no crees lo mismo?

Chou la había observado, entre engreída pero hablando muy en serio. Sus manos acariciaban los muslos de Sana, quien parecía comenzar a desesperarse por no obtener nada en su centro.

No respondió, cerrando los ojos cuando la azabache enterró sus uñas a la altura de su cintura.

──Te estoy hablando, Minatozaki Sana ──le tomó el mentón, obligándola a conectar miradas.

Con un sonrojo violento, Sana asintió.

──S-sí, señorita, trato de estar atenta a cada minuto.

──Pero no estás conmigo los sábados ni domingos ──hizo un gesto irónico, como si estuviese pensando──. ¿Te parece bien?

──N-no... ──se aferró al brazo de la menor, ya que esta comenzó a estimular sobre su braga──. ¿Q-qué quiere que haga para...?

No pudo terminar, Sana era una de las personas más sensibles que Tzuyu alguna vez conoció y ya comenzaba a retorcerse bajo suyo. Detuvo el movimiento de su mano, escuchando un gruñido. Miró a la mayor con impresión, esta viéndose igual de sorprendida que ella, ahora más roja que nunca y negando con la cabeza.

──L-lo siento, lo siento ──se disculpó, tomando una respiración profunda. Sabía lo que Tzuyu estaba esperando──. ¿Qué... qué puedo hacer para no fallarle con mi trabajo?

──Los fines de semana te irás a mi casa. No necesitas llevar cosas, tengo de todo y, lo que no tenga, lo compraremos ──asintió, convencida y volviendo a posar su pulgar para acariciar el coño aún vestido de Sana. Ella suspiró con fuerza──. Y solo te podrás regresar a tu casa el lunes luego del trabajo, ¿entendido?

No sabía si Tzuyu estaba exagerando al estar en uno de esos momentos de grandeza que tenía. O quizá estaba interpretando todo muy mal ─aunque Chou habló literalmente─, pero ¿Tzuyu le estaba diciendo que se irían a vivir juntas, al menos cuarenta y ocho horas?

Y Sana, bueno, ella no tuvo tiempo de analizar bien sus palabras por lo necesitaba que estaba de esos dedos de su unnie y solo asintió, lloriqueando cuando Chou hizo más presión.

Aunque daba igual si le dijo que sí en un estado no muy consiente, pensó mientras la azabache sacaba sus manos dentro de ella, quitaba sus bragas y se agachaba hasta quedar de rodillas frente a su coño, solo para luego lanzarse y saborearlo con su boca hambrienta. Daba igual porque Sana, consiente o no, jamás podría negarse a Tzuyu y la idea de pasar dos días más junto a su jefa le hervía burbujas en el estómago.

Quizá su relación era de solo sexo, un morboso cliché de jefe-secretaria, pero la japonesa realmente comenzó a gustar de ella con el pasar de los meses.

──────────────────────── ♡︎

Era viernes. Eran las cuatro de la tarde y ella salía del trabajo a las cinco. Estaba en su escritorio revisando unos documentos cuando Tzuyu llegó frente suyo, con su bolso Gucci y abrigo en mano.

──Vamos, Sana.

La mayor la miró confundida.

──Pero señorita, aún debo acabar con el documento que me pidió.

──Pásaselo a alguien más. Quiero irme a casa.

No esperó otro segundo y comenzó a caminar hacia el ascensor. Sana apagó la computadora con rapidez, tomando sus cosas y siguiéndola.

No habían hablado del tema "pasarás los fines de semanas conmigo", y Sana lo había olvidado, pensando que realmente Tzuyu no lo decía en serio, que solo fue cosa del momento.

Pero ahora no estaba segura.

El chofer de la menor las llevó a la gran y preciosa mansión, un lugar donde Sana ya había estado varias veces. Tzuyu solía llevarla a su casa cada que salían muy tarde del trabajo y ya hasta tenía un cepillo de dientes propio.

Se bajaron en silencio, subieron las escaleras y entraron a la habitación.

Tzuyu se lanzó a la cama, notablemente agotada. Sacó sus tacones negros y palmeó el colchón, indicándole a la otra que se acostara a su lado. Así esta lo hizo, aunque muy tímidamente. Ellas tuvieron relaciones en muchas partes de la casa, pero la habitación de su jefa se sentía... más íntima.

──Ven, no seas tímida ──jaló su brazo y la acostó en su pecho, acariciando el cabello de Sana.

Esto era extraño, un poco al menos. Está bien, en general, su relación era extraña. Nunca habían hablado de lo que eran, solo Sana tenía muy claro que no se podía meter con otra persona, pues cuando un compañero de trabajo comenzó a coquetearle, Tzuyu hizo una gran escena e intentó despedirlo. Sana la había abrazado ─pocas veces ella partía el contacto─, y luego la besó muy dulcemente, pidiéndole que se tranquilizara y prometiéndole que no tenía interés alguno en él. Sana logró que no lo despidiera, pero de todas formas Tzuyu lo corrió hacia otro piso, solo para asegurarse que no estuviese cerca de la chica.

──¿Qué hacemos aquí, señorita Chou?

A pesar del tiempo juntas, Sana siempre la llamaba señorita, sin confianza de usar su nombre.

──¿Qué hacemos? ──frunció el ceño, separándose para observarla──. Te dije que vendrías a quedarte conmigo. ¿No lo recuerdas?

Parecía molesta y Minatozaki se apresuró en negar. Tzuyu era una desconsiderada y mandona. Quizá Sana tenía planes ese día y aún así la trajo a su mansión como si la vida de la chica se redujera solo a su jefa. Pero estaba bien, Sana no tenía planes, y aunque los tuviese, feliz los cancelaría.

──Sí, pero pensé... bueno... ──se vio incómoda──. No sabía si hablaba en serio. Además, creí que había dicho los sábados y domingos, no los viernes.

──¿O sea que no quieres estar aquí? ──escupió.

──¡N-no! ──se sonrojó──. ¡Es d-decir, sí...! Sí quiero estar aquí, solo que... ──nunca había sido buena con las palabras ─por eso se complementaban tan bien─, así que solo negó con la cabeza y se hundió en el pecho ajeno, avergonzada──. Perdón.

Supo que Tzuyu no estaba enojada cuando la abrazó, besándole la curva de su cuello que quedó expuesta.

──¿Sí quieres estar conmigo, entonces? ──la más baja asintió en silencio, y Tzuyu sonrió──. Mírame, Sana ──tomó su mentón y sus ojos conectaron, ambos brillantes──, te haré una pregunta y debes responderme con sinceridad.

──D-dígame.

──Si no fuese tu jefa, ¿aceptarías también todo lo que te digo? ¿O solo lo haces porque te puedo despedir?

Ella se sorprendió, Tzuyu no vacilaba nunca y ahora parecía insegura. ¡Insegura, por Dios! En los antónimos de esa palabra, Sana estaba segura que aparecía el nombre de su jefa, y en letras mayúsculas.

──¡Claro que no, señorita Chou! ──se asustó y su boca dejó salir lo siguiente sin su permiso──. ¡U-usted me gusta, ¿cómo podría...?!

Cerró los ojos de golpe ante su confesión interrumpida por sí misma. Sí, la boca se le había soltado y es que, que Tzuyu creyera que solo lo hacía por obligación, no le agradó. Pero se arrepintió, creyendo que pudo haber metido la pata. Ellas nunca habían usado el concepto "gustar". De hecho, nunca usaban conceptos que implicaran sentimientos amorosos.

Hubo un doloroso silencio en la habitación.

──Repítelo, Sana.

Abrió los ojos y tembló, mirando las pupilas dilatadas de la taiwanesa.

──M-me gusta, me gusta mucho.

Ya no había escapatoria para Sana, ¿se había dicho, no?

La menor la jaló de las manos, atrayéndola en un beso mientras se sentaba en la cama para dejar a la secretaria reposando en su regazo. Había libio en ese beso, como cualquier beso de Chou Tzuyu, pero algo más se escurría entre sus lenguas al momento de chocar. Cariño y amor. Sí, Tzuyu nunca la había besado con tanto amor y, esta vez, Sana supo diferenciarlo. Le desordenó el cabello, ambas riendo sobre sus bocas para luego volver a besarse, provocando los chasquidos ya familiares para Sana.

Su jefa posicionó las palmas en el trasero de la mayor, pasándolas por adelante para deshacerse de su prenda inferior. Ya en bragas, Sana, de igual forma, quitó la falda de la mujer y sus jadeos aumentaron al sentir sus pieles unirse.

Tzuyu la sacó de su regazo al levantarse de la cama y sacarse la camisa y brasier rápidamente. Finalizó con tirar sus bragas sobre la cama.

Sana había entendido la mirada que segundos antes su jefa le dirigió, así que la acompañó al momento de desprenderse de sus ropas. Una vez las dos desnudas, Tzuyu la jaló de los muslos por el colchón para inclinar su pecho y enredar sus brazos al rededor de los costados de Sana, quien se colgó de sus piernas. Así, Chou las levantó y caminó sin esfuerzos hasta su baño tan elegante como uno de revista, encendiendo el agua de la tina-jacuzzi que había en mitad del lugar.

Para no desperdiciar el tiempo mientras la regadera se llenaba, Tzuyu la apoyó en el lavamanos doble, bajando una mano hasta encontrarse con el húmedo coño de Minatozaki. Sin resistirse, hundió su dedo índice y medio, curvándolo hasta que Sana comenzó a gemir. Le besó el cuello a la vez la más baja se volvía un caos de gritos, aferrada a su nuca.

──S-señorita Chou... Mierda. ¡Tzuyu!

Ella la observó con una sonrisa juguetona, pues claro que la chica se había avergonzado al darse cuenta que la llamó por su nombre.

──Qué empleada más descarada ──se burló, agregando su pulgar para acariciarle el clítoris. Los ojos de Sana se fueron hacia atrás y eso fue suficiente para que la taiwanesa dejase el juego, fascinada de su vista.

Agarró sus muslos y la subió al lavamanos, abriéndole las piernas. Le dejó un pico en los labios antes de bajar el torso e inhalar y exhalar por la nariz sobre la vagina de la japonesa. Esta se vio afectada por su acción y le agarró un mechón de cabello, apretándolo sin cuidado.

Tzuyu comenzó a moverse con la lengua dentro del coño de la otra, apoyando una mano en el mármol. A medida que aumentaba la velocidad de sus lamidas, el agua corriendo de fondo parecía disolverse y únicamente eran los gemidos y balbuceos de Minatozaki los que se oían allí dentro.

Sana no supo cuánto pasó o cuántos orgasmos logró alcanzar. Ahora solo reposaba su espalda en el pecho de la menor mientras esta la abrazaba por detrás. El jacuzzi estaba repleto de burbujas que les llegaban hasta los pechos, y el cabello amarrado de Sana solo dejaba a relucir los moretones que la linda boca de su jefa se encargó de hacerle.

La pelinegra suspiró, echando la cabeza hacia atrás hasta apoyarla en el hombro ajeno.

──También me gustas, Sana ──confesó Tzuyu, pasando las yemas de sus dedos por el abdomen de la joven, quien sonrió, el color ya subiendo por sus mofletes──. Y quiero que seas mi novia.

──¿H-habla en serio? ──Sana ahora la estaba mirando de un costado, y Tzuyu se inclinó hasta juntar sus frentes.

──Hablo muy en serio. Quiero que seas mi novia, vivas conmigo y sigas tratándome de usted.

Sana rió, mostrando esos hermosos dientes que incluía su dentadura.

Chou la besó.

──No te rías tanto, que lo de usted se mantiene ──Sana frunció el ceño y la otra se apresuró en explicar──: No hay nada que me haga sentir como la jefa más poderosa que tenerte a ti llamándome señorita Chou.

Sana no reclamó, de hecho, su corazón pareció volverse loco. Le encantaba, adoraba a esa jodida mujer engreída y perfeccionista con el orgullo más grande que el territorio ruso.

Y, por su parte, no iba a mentir. También disfrutaba ser la secretaria en esa relación. Extraño, pero suyo. Eso era de Tzuyu, la jefa y Sana, su empleada. El mundo no tenía por qué entenderlo y estaba bien.

──Serás mi novia ──habló otra vez──, pero no te creas que te lo pediré de una manera tan ordinaria y simple, como aquí. Así que tendrás que esperar.

Sana asintió animada, finalmente volteando hasta quedar de frente con Tzuyu y encajar sus cuerpos para abrazarla y ambas besarse dulce y honestamente.

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