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47|Acurrucar

CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE.
acurrucar

°

Luna me dejo ir de la habitación, no la convencí de guardar el secreto, lo que me preocupaba bastante, pero al menos sabía que la tenía de mi lado, que estaría ahí para cuándo la necesitara, y eso es lo que más anhelaba en este mundo. Tener a alguien para contarle mis más íntimos secretos.

Deje a un lado mi plan para juntar a Marizza y a Pablo, porque tenía cosas más importantes que hacer, por ejemplo, ir a la habitación de los chicos y recuperar a Agos. Fue un acto cruel y desesperado de su parte, llevarse a la bebe para obligarme a mantenerme vigente en su vida. Era un martirio permanecer en la incertidumbre de querer quedarme a su lado y sentir que no podía hacerlo.

Me dirigí al cuarto de los chicos con cuidado de no ser descubierta por la seguridad del área de varones. Pegué mi espalda a la pared, caminando de puntitas hasta chocar con la puerta de la habitación de Pablo.

Gire la perilla, mirando a los costados, asegurándome de que no hubiera moros en la costa. El pasillo se mantuvo en silencio, por lo que aproveche para entrar al cuarto, cerrar con seguro y prender la luz.

—Agos... —susurré, corriendo a la cama de Pablo—. ¿En dónde estás, bebé? —moví sus cosas con cuidado—. Agos, ¿Estás aquí?

—¿Loreto? —salté del susto, pensando que alguien me había descubierto—. ¿Qué estás haciendo aquí, nena? —deje salir el aire acumulado en mis pulmones, al ver que se trataba de Tomás.

—Casi me matas del susto, tarado —me acerqué rápidamente a su lado, viendo cómo se tallaba los ojos.

—¿Tarado? —estaba más dormido que despierto—. Son las doce de la noche, ¿Qué haces vos en nuestro cuarto?

—Tuve una discusión con Pablo en la tarde... —se sentó en la cama, descubriendo su torso—. ¡Por Dios! Por favor cúbrete ahí, Tomás —puse mis manos sobre mis ojos, incapaz de seguir la conversación si continuaba mostrando sus atributos.

—Pero así duermo yo...

—¡Solo hazlo! —lo interrumpí, a punto de perder la cordura.

—Listo, ya me cubrí —quité las manos de mis ojos lentamente, viendo cómo se cubrió su cuerpo con la sabana de la cama—. ¿Ya me vas a contar que hacés aquí?

—Sí, tuve una discusión con Pablo en la tarde...

—Eso ya me lo dijiste —ahora el que me interrumpió fue él.

—A eso voy, nene. Déjame hablar —hablé con desesperación—. Pablo descubrió algo que no debería haber descubierto y se llevó a la bebé...

—¡¿Qué él hizo qué? —exclamó, haciendo que casi se le cayera la sabana.

—Agarra bien esa sabana, Tomás —afortunadamente alcance a tomar el pedazo de tela, manteniéndolo sobre su pecho—. Me dijo que, si quería verla, tenía que buscarla yo misma.

—Yo estuve casi todo el día metido aquí y no lo vi entrar en ningún momento con la bebé —me llevé las manos a la frente, pasándolas por mi cara de la desesperación—. Tranquilízate, nena.

—¿Cómo quieres que me tranquilice si mi hija está perdida, Tomás? —alcé la voz—. Maldigo el día en que conocí al imbécil de Pablo Bustamante.

—Enojándote con Pablo no va a hacer que aparezca Agos mágicamente, Loreto —puso una mano sobre mi hombro—. Respira un momento, yo te voy a ayudar a buscarla.

—Por favor, Tommy —estaba lo que le seguía de consternada—. No soporto no saber en dónde está. Me muero si le pasa algo y no poder actuar por no tenerla aquí conmigo.

Tomás intentó acercarse para abrazarme, haciendo que instintivamente golpeara su mano que me atraía a su cuerpo, cuando de repente el ruido de la puerta me asusto tanto que brinqué a su lado.

—¡Abran la puerta! ¡Esto no es un hotel! —la voz autoritaria del preceptor nos asustó.

—¡Ya voy! ¡Estoy buscando la llave! —Tomás se levantó de la cama, dejándose ver únicamente en ropa interior, haciendo que me cubriera los ojos.

—¿Por qué todos los hombres tienen que ser tan asquerosos y dormir sin camisa y pantalones? —pregunté en un susurro.

—Tenés que esconderte, nena. Me van a echar del Colegio si te ven aquí conmigo —asentí levantándome de la cama, mirando a la ventana. Me subí a su escritorio, dispuesta a brincar—. Pero ¿vos te volviste loca? Te vas a matar, tarada —me sujeto de la cintura, tirándome a la cama—. Guarda silencio y no te muevas —me cubrió con su edredón de pies a cabeza.

—¡Abran la puerta si no quieren amonestaciones! —el preceptor seguía insistiendo en la puerta, haciendo que cerrará los ojos y comenzará a rezar por no ser descubierta.

—¡La llave! ¡Aquí está! ¡Ya va! —estaba sumida en la oscuridad, lo único que podía hacer era escuchar la conversación de Tomás con el preceptor.

—¿Qué estaban haciendo? ¿Por qué estaban encerrados?

—N-no, no hay nadie, s-solo estoy yo —Tomás y yo teníamos el mismo problema de tartamudeo, solo rogaba al cielo para que no nos descubrieran.

—¿Qué hacía usted encerrado solo en la habitación?

—¿Que, qué estaba haciendo? —hubo un silencio incómodo—. B-bueno, u-usted imaginará lo que hacen los chicos en su c-cuarto a puerta cerrada, Preceptor...

—No quiero detalles —lo interrumpió—. Por favor, lávese esas manos, limpie el desastre que pudo haber provocado en su íntimo momento... y saque la basura antes de irse a dormir, alumno Ezcurra.

—P-por supuesto —respondió con nerviosismo Tomás.

No entendí de lo que estaban hablando, pero aproveché el momento para abrir la sabana, dejando entrar la luz.

—¿Qué está pasando aquí? —cerré los ojos, maldiciendo al universo por encargarse de ponerme más piedras en el camino.

—Nada, Bustamante —habló el preceptor—. Ya hablé aquí con su compañero —una parte de mi quería ver lo que ocurría entre los tres, pero otra parte me decía que me quedará justo donde estaba—. Esperemos que esto no se vuelva a repetir, Ezcurra.

—N-no se preocupe, no estaba pensando con la cabeza...

—Lo sé, estaba pensando con otra cosa —todo cobro sentido. Me lleve la mano a la boca, tratando de no vomitar—. Veo que ya están todos, ¿Lassen ya se durmió?

El azúcar se me bajo.

—S-sí, ese pibe duerme todo el día, ¿No es así, Tommy? —Pablo le dirigió la palabra a Tomás.

—S-si, en las mañanas batallamos para despertarlo —le siguió la corriente.

—De acuerdo, ya es tarde, chicos. Recuerden que esto no es un hotel. No pueden cerrar las puertas —agradecí al cielo porque está tortura terminará—. Ezcurra, por favor conseguite una minita, se ve que lo andás necesitando.

Tenía tantas náuseas.

—¿De qué estaban hablado ustedes dos? —preguntó Pablo, una vez que la puerta se cerró—. Sé muy bien que la persona escondida debajo de tus sábanas no es Guido —dijo en un tono desafiante—. ¿No será Vico la que está ahí escondida? No me digas, ¿Ya lo hicieron oficial?

Sentía cómo me hervía la sangre al darme cuenta de que Pablo estaba intimidando a Tomás sin siquiera asegurarse de que lo que decía fuera verdad. No pude soportarlo más. Me levanté de la cama con el edredón cubriéndome, y, en un impulso, me lancé encima de él, envolviéndolo con todo y sábana.

—¡¿En dónde dejaste a la bebé, maldito imbécil?! —exclamé, golpeándolo por encima de las cobijas—. ¡¿En dónde dejaste a mi hija?!

—Soltalo, Loreto —Tomás me agarró de la cintura, apartándome de Pablo.

—¡No, Tomás! ¡Él tiene a Agos! ¡La quiero de vuelta! —traté de modular mi tono de voz, pero no pude—. Suéltame.

—Ah, bueno —Pablo logro quitarse la sabana, mirándonos a los dos, dándose cuenta de la poca ropa que llevaba Tomás—. Pero te voy a matar, pelotudo —corrió hacia nosotros, tratando de golpear a Tomás—. ¿Qué hacés desnudo con Lory, escondida en tu cama?

—¡Si estoy aquí es por la bebé, idiota! —exclamé, empujándolo lejos de Tomás—. ¡La quiero de vuelta! ¡Quiero que me la regreses! ¡¿En dónde demonios está?!

—¿La quieres de vuelta? —preguntó con burla, haciéndome enfurecer—. Primero quiero saber por qué estabas escondida entre las sábanas de ese imbécil.

—¿Qué quieres que te diga, nene? Nos estábamos revolcando. ¿Eso es lo que querías escuchar? —exploté, sin pensar en las consecuencias.

—Veo que no te interesa el futuro de nuestra hija. Digo, si fuiste capaz de engañar al padre de esa manera... —fingió estar dolido, dirigiéndose e la puerta—. Entonces no te interesa saber dónde está...

—Es mentira —lo tomé de la camisa, antes de que saliera de la habitación—. Sabes que es mentira, Pablo —me tragué mi orgullo.

—Ya lo sabía, solo quería escucharlo decir de tus labios —respondió con burla, agarrándome de las mejillas con suavidad.

—¿En dónde está? ¿En dónde la tienes? —pregunté con más calma, no podía seguir gritando como una histérica sin antes tener la seguridad de que Agos estuviera bien. Pablo me miró con una sonrisa ganadora, dando la media vuelta y abriendo la puerta del cuarto—. ¿A dónde crees que vas? Contéstame lo que te estoy preguntando.

—No tengo nada que hablar con vos delante de ese traidor —se recargo en el marco de la puerta—. Si querés saber en dónde está Agos, tendrás que seguirme.

—Pero ¿te volviste loco, nene? —era simplemente increíble—. No voy a ir contigo a ningún lado.

—Perfecto, si vos no querés saber dónde está la bebé...

—¡Esta bien! ¡Está bien! —lo interrumpí, con desesperación—. Llévame con Agos...

—Las damas primero —se hizo a un lado, haciendo una reverencia para que saliera de la habitación.

Camine a la puerta, deteniéndome en el marco, dando la media vuelta para mirar a Tomás quién estaba cohibido en el centro de la habitación.

—P-perdóname...

—Tranquila, ve a buscar a tu hija —le agradecí de manera silenciosa y por un momento pensé en ir a abrazarlo, pero eso solo se quedó como un pensamiento.

Regrese la mirada en Pablo, quién se apresuró en forzar una sonrisa triunfante, tardando en ocultar la tensión en su rostro, revelada por su mandíbula apretada, que delataba su evidente descontento de mi cercanía hacia Tomás.

Le saqué la lengua, saliendo del cuarto, cruzándome de brazos. Pablo se puso delante de mí, conduciéndome en silencio por los pasillos, mientras yo hablaba sola y él se negaba a responder mis preguntas. Sin tener muchas opciones, decidí que lo mejor era seguirlo ciegamente, atravesando un laberinto de pasillos, escaleras y puertas. Hasta que intuí que nos dirigíamos a un lugar que evocaba demasiados recuerdos, y no estaba segura de querer regresar allí.

Cuando estuvimos a punto de llegar a la lavandería, escuché el llanto de un recién nacido, provocando que me sobresaltara y me apresurara a entrar la habitación, viendo al amigo de Pablo moviéndose de un lado a otro, tratando de calmar el llanto de Agos.

—La estás asustando, idiota —corrí a su lado para tomar a la bebe de sus manos quien al instante me extendió las manos.

—¿Qué yo la asusté a ella? Pero si ella me asusto a mí. Se despertó y en cuanto me vio comenzó a llorar —se excusó poniéndose a un lado de Pablo—. A mí se me hace que la nena no le gustan los hombres de chocolate como yo...

—¿Qué decís, tarado? Es una bebé —Pablo lo mando a callar.

Recordé el momento en que intenté dejar a Agos en manos de Galo, haciéndola llorar al instante.

La atraje a mi cuerpo, controlando mis fuerzas para no asfixiarla en mi abrazo. Bese su cabeza, susurrando cosas lindas en su oído, tratando de calmar su llanto.

—Ya estoy aquí, Agos —hablé en voz baja, acariciando su cabeza—. Tranquila, mi amor. Estoy aquí contigo —pronto el llanto ceso, poniendo a la bebé enfrente de mí, mirando las lágrimas acumuladas debajo de sus ojitos—. No dejaré que me vuelvan a separar de ti.

—Bueno, yo los dejo —escuché hablar al amigo de Pablo—. Ya ven que mañana hay cole y tenemos que estar ahí temprano...

—Sí, vos ya tenés que irte a dormir... —giré sobre mis talones mirando como Pablo, literalmente sacaba a patadas a su amigo—. Ándate de una vez...

Le cerró la puerta en la cara, poniéndose las manos en la cabeza, acomodándose su cabello, antes de voltear a vernos.

—Ya es tarde, nosotras también tenemos que irnos a dormir —carraspeé la garganta, caminando hacia la puerta, haciendo que Pablo la bloqueará—. ¿Qué sucede ahora? Déjanos pasar.

—Yo pensaba que podríamos hablar, quedarnos juntos como la otra noche...

—Pues pensaste mal —lo interrumpí, acomodando a la bebé a mi costado—. Considero que fui lo bastante clara en el acoplado, Agos es lo único que nos une. Pero entre nosotros... —nos apunte a ambos—... no hay nada más.

—Ni vos misma te la crees —se acercó a mi rostro peligrosamente, tratando de intimidarme, pero fui más rápida y lo tomé del mentón, apartándolo del camino.

Sujeté la perilla de la puerta, intentando darle vuelta una docena de veces, pero lo único que conseguí fue que Pablo se riera a mis espaldas.

Nos encerró en este lugar.

—No es gracioso, Pablo —lo mire seriamente—. Déjanos salir de aquí.

—Yo no tengo la llave —seguía riéndose.

—No estoy jugando, nene —me enfermaba respirar el mismo aire que esté ser humano—. ¿No me estás escuchando? Quiero salir.

—No decías eso la otra noche... —intentó volver a acercarse.

—¡Toda esa noche fue una equivocación! —exclamé, tomando no solo a él por sorpresa, sino también a mí misma—. ¡No sabes lo mucho que desearía no haberte encontrado esa noche!

—¡Dejá de mentir, nena! —atrapó mis mejillas entre sus manos, pegando nuestras frentes con desesperación, haciendo que cerráramos los ojos por instinto—. ¿Qué no vez que me estás matando, Lory? ¿Acaso no puedes ver lo desesperado que estoy por estar con vos?

—No, no, no puedes obligarme a estar contigo —negué con la cabeza—. Tienes que dejarme en paz, Pablo...

—Mírame a los ojos —mantuve los ojos cerrados, incapaz de hacer lo que me pedía—. Mírame a los ojos y pídeme que te deje en paz —no entendía por qué las cosas siempre eran tan complicadas con él—. Mírame, Lory.

—No puedo —las lágrimas empezaron a filtrarse a través de mis parpados—. N-no puedo, no puedo... —repetí con dificultad, sintiendo como sus manos me tomaban por la nuca y me atraían a su cuerpo—. ¿P-por qué tienes que ser tan obstinado y hacerme dudar de lo que siento? —deteste que me viera llorar—. ¿Por qué no me puedes dejar en paz?

—Porque no puedo...

—¿Por qué no puedes? —alcé la voz, tratando de separarme de su agarre.

—Porque quiero estar con vos —no estaba lista para escuchar esas palabras—. Quiero estar con vos, aunque huyas todo el tiempo de mi —siempre tuve la seguridad de que, si algún día mi corazón dejaba de latir, sería porque había muerto de amor—. Quiero estar con vos, aunque sé que te aterra sentir cosas por mí. Quiero estar con vos, aunque no sé cómo manejar mis sentimientos y siempre termino lastimándote —escondí mi cabeza en su pecho, permitiéndome por primera vez escuchar las cosas que tenía que decirme—. No sé cómo dejar de sentir esto que siento, pero tampoco quiero dejar de sentirlo, ¿Entendés?

Me aferre a sus brazos, sonriendo como una estúpida. Él quería estar conmigo, él realmente quería estar conmigo. Pensé en las palabras de Luna. Sobre tener el mismo derecho de sentir cosas por Pablo, como cualquier persona, y eso no tenía por qué hacerme sentir mal.

La felicidad apenas nos duró, cuando un sentimiento de angustia invadió mi pecho, extendiéndose por todo mi cuerpo. Empecé a temblar del miedo, como si se tratara de una medida desesperada de mi inconsciente por recordarme que todavía no era lo suficientemente valiente para enfrentar los deseos reprimidos de mi corazón.

Entonces recordé mi plan, juntar a dos maravillosas personas que estaba segura que se harían bien el uno al otro. Pablo no necesitaba una persona insegura que dudaba de lo que sentía cada segundo del día, y no conforme con las dudas, también buscaba constantemente deshacerse de esos crecientes sentimientos, tratándolos igual que a una enfermedad.

—Pero yo no quiero estar contigo —murmuré contra su pecho, sintiendo cómo sus brazos se tensaban a mi alrededor, como si mis palabras lo hubieran golpeado.

Me zafé de su agarre con torpeza, ajustando mejor a Agos en mis brazos, mientras él daba un paso atrás. Su mandíbula se tensó y su respiración se volvió más pesada, como si intentara contener algo que amenazaba con estallar.

—Mentís —espetó con la voz ronca.

Agos se removió ligeramente en mi pecho y la acomodé con más suavidad, como si eso me ayudara a mantener el control sobre la situación.

—Decímelo otra vez —insistió Pablo, dando un paso adelante—. Pero mirándome a los ojos.

Lo fulminé con la mirada.

—No tengo que demostrarte nada —dije con frialdad, girándome hacia la puerta. Intenté girar la perilla, pero no se movió.

—Porque no podés —soltó con una risa cínica—. Porque sabés que en el fondo no es verdad.

—¿Y qué si lo fuera? —me giré bruscamente para encararlo—. ¿Qué si fuera verdad que no quiero estar contigo?

—¡Entonces decímelo de una puta vez! —explotó, dando un paso hacia mí—. ¡Miráme a la cara y decime que no querés estar conmigo!

Apreté la mandíbula, sintiendo el temblor en mis manos. ¿Por qué siempre tenía que hacer esto más difícil?

—No quiero estar contigo —susurré, sin la suficiente fuerza para que sonara convincente.

Pablo chasqueó la lengua y negó con la cabeza, riéndose sin ganas.

—Lo decís como si quisieras que te creyera, pero ni vos misma podés hacerlo.

—¡Dejá de analizarme como si me conocieras! —grité, sintiendo cómo la frustración me quemaba por dentro—. ¡No tienes ni puta idea de lo que siento!

—¡Sé que me mirás como yo te miro! ¡Sé que cuando estamos juntos el mundo entero desaparece! ¡También sé que te morís de miedo de admitir que querés estar conmigo, porque en el momento que lo hagas no vas a poder esconderte más detrás de esa maldita coraza que tenés encima!

Su voz tembló en la última frase.

Me quedé sin aire.

Por primera vez, Pablo no estaba discutiendo para ganarme. No estaba usando su orgullo ni su arrogancia para ocultar lo que sentía.

Estaba exponiéndose.

Y eso me asustaba más que cualquier otra cosa.

—No podemos estar juntos —murmuré, sintiendo cómo sus ojos se llenaban de rabia y desesperación.

—¿Por qué no? —susurró con la voz cargada de frustración, alejándome solo lo suficiente para ver mi rostro.

—Porque no sé cómo quedarme —mis palabras salieron atropelladas, como si tratar de explicarlo hiciera que todo se volviera aún más confuso—. No sé cómo quedarme sin sentir que estoy perdiendo el control de mi propia vida.

—¡Y no tenés que saberlo! —alzo la voz, pasando sus manos por mis mejillas—. ¡Yo tampoco sé cómo hacerlo, Lory! ¿Te creés que es fácil para mí? ¡Me la paso peleando con vos porque es la única manera en que logro que me mires, que me escuches, que me sientas!

—¡Entonces tal vez el problema es lo que sentimos! —solté, sintiendo como el enojo se mezclaba con el dolor—. ¡Nos haríamos un gran favor si simplemente dejáramos de sentir, olvidáramos todo y siguiéramos con nuestras vidas como si esto nunca hubiera pasado!

—Por supuesto, se me olvida que para algunos es tan sencillo apagar y encender lo que sienten —habló con gracia—. ¿En verdad vos te pensás que puedo olvidarme de esto? —su voz tembló lo suficiente para que sintiera cómo su desesperación se filtraba a través de cada palabra—. Yo no puedo, Loreto. No puedo hacer como si no quisiera estar contigo, no puedo hacer como si no me doliera verte alejándote de mí a cada rato.

—No me obligues a elegir, Pablo —susurré, sintiendo mi corazón golpear con fuerza contra mi pecho. No quería más de esto. No quería estar más en medio de esta guerra constante entre lo que tenía que hacer y lo que sentía.

—¿Por qué? Siempre vas a elegir alejarte, ¿no? —su tono se tornó amargo, y cuando volví a levantar la mirada, vi el dolor reflejado en sus ojos—. No porque quieras, sino porque no sabés cómo quedarte.

Se hizo un silencio pesado, incomodo, donde ni siquiera con todos nuestros gritos Agos movió un solo músculo, ni se quejó. Estaba tan quieta entre mis brazos que me dio la impresión de que sentía lo tenso del ambiente, lo denso del aire.

—Sabés, a veces pienso que te encanta verme sufrir —soltó de repente, con una risa sarcástica—. Que disfrutás hacerme sentir como un estúpido por seguir aferrado a nosotros cuando vos ni siquiera podés decidir qué carajo sentís.

—¡No es eso! —exclamé, sintiendo la desesperación de ahogarme, como si no pudiera escapar de su mirada acusadora, de sus palabras punzantes. ¿Cómo podía pensar eso de mí? ¿Cómo podía pensar que quería hacerle daño?

—Entonces decime qué es —me desafió, cruzándose de brazos, esperando una respuesta que yo no tenía. Sus ojos no me dejaban escapar, como si estuvieran buscando una verdad que yo aún no había sido capaz de decir ni a mí misma.

Tragué saliva, sintiendo el ardor detrás de mis ojos, el nudo en mi garganta apretando cada vez más. No podía seguir con este juego. No sabía qué hacer, ni qué sentir. Mi mente y mi corazón estaban en guerra.

—Yo... —intenté hablar, pero las palabras se quedaron atascadas en mi garganta, siendo traicionada por mi cuerpo, como si no fuera capaz de salir de este laberinto emocional en el que me había metido sola.

Pablo soltó un suspiro cansado, negando con la cabeza. No pude ver si su expresión era de frustración o de tristeza. No me atreví a mirarlo directamente.

—Lo que pensé —murmuró, y su voz sonaba más distante, como si se estuviera alejando de mí incluso antes de irse.

Se acercó a la puerta y la golpeó dos veces con el puño, con fuerza. Me hizo saltar. Lo miré, incapaz de moverme, atrapada en esa tensión que no sabía cómo liberar.

—¡Abran la maldita puerta! —gritó, su voz llena de rabia y frustración. Parecía que quería romper algo, que se sentía atrapado de la misma forma en la que yo me sentía. Pero de alguna manera, su dolor y su enojo se volvían más grandes que el mío, más imposibles de manejar.

Quería acercarme a él y disculparme por ser una cobarde, por siempre huir cuando las cosas se ponían difíciles. No entendía por qué no podía dejarlo entrar a mi vida, cuando lo tenía incrustado en mi mente y en mi corazón.

—Pablo... —me acerqué a él, queriendo tomarlo de los hombros para consolarlo, pero me apartó, dándose la media vuelta.

—Perdóname, mi amor. ¿Los gritos de mamá y papá te asustaron? —dirigió toda su atención en Agos—. ¿Te querés venir con papá? —extendió los brazos forzando una sonrisa.

Lo mire detenidamente, claramente no quería hablar conmigo, y no lo culpaba. Se tenía que cansar en algún momento. No me esperaría toda la vida. Unas intensas ganas de llorar me invadieron, pero mantuve la compostura mirando a la bebé.

Ella era ajena a toda esta situación, tranquila, con la mirada perdida y con la mano en la boca. Guardé silencio, bajé la cabeza y se la entregué en bandeja de plata. Le estaba cediendo a la persona más importante para mí en este momento, como una metáfora de mi amor por él.

Agos era mi corazón y yo sé lo estaba dando.

Pablo la recibió con palabras dulces y halagos, haciéndola reír. No me miró en ningún momento y simplemente se alejó hacia un rincón para seguir conviviendo con la bebé.

Su indiferencia, para mí sorpresa, resultó siendo una verdadera tortura medieval. No pude evitar preguntarme con qué cara me atrevía yo a decirle que me dejara en paz, cuando justo en este momento me lo estaba cumpliendo y yo lo único que podía sentir era que me estaba muriendo por dentro, anhelando su atención.

Corrí a la puerta con desesperación, tratando de abrirla, no sabía que odiaba tanto el silencio hasta este momento.

—No te desgastes —habló Pablo—. Le pedí a Guido que nos encerrara aquí. No vendrá hasta mañana.

—Pensé que no querías hablar conmigo —dije a la defensiva, mordiéndome la lengua.

—No quiero, pero estás asustando a Agos con tu escenita esa de mujer secuestrada —giré la cabeza, viendo a ambos acostados en el suelo.

—¡Te odio! ¡No te soporto! —exclamé, dando pisadas fuertes en el suelo.

Me senté en una esquina, cruzándome de brazos, esperando a que amaneciera para salir de este estúpido lugar y alejarme de una buena vez por todas de Pablo. Después me ocuparía de mi pequeño problema de dependencia hacia él.

Luego de algunos minutos, escuchando a Pablo jugar con Agos, comencé a cabecear, sucumbiendo al sueño. Cuando de repente unas manos me tomaron de los hombros, despertándome abruptamente.

—¿Qué pasó? ¿Ya amaneció? —pregunté somnolienta.

—¿Sos sorda? ¿No estás escuchando a la nena llorar? —me levanté de golpe al darme cuenta de que Agos lloraba—. No sé qué tiene, comenzó a llorar de repente.

—Primero tranquilízate tú, por qué me estás poniendo nerviosa, nene —me limpie los ojos, corriendo a un lado de la bebe—. ¿Qué pasó, mi vida? ¿Qué tienes?

—Nos estábamos quedando dormidos, cuando de repente comenzó a llorar. Le ofrecí de comer, le pase sus juguetes, la cargue, pero nada funcionó...

—Parece que a papá se le están olvidando las necesidades fisiológicas —cargué a Agos entre mis brazos, checando su pañal—. ¿Cuándo fue la última vez que la cambiaste, padre desnaturalizado?

—Se me olvidó...

—Ya vi que se te olvidó, genio —lo interrumpí, calmando a la bebé—. Es por eso que las bebés tienen que estar con sus mamás. Los padres son todos unos inútiles.

Pablo bufó, rodando los ojos con fastidio.

—Ah, claro, porque solo las mujeres nacen con un manual de instrucciones debajo del brazo, ¿no? —replicó, cruzándose de brazos—. Yo también estoy aprendiendo, ¿o te pensás que me gusta verla llorar y no saber qué hacer?

Suspiré, ajustando a Agos en mis brazos mientras comenzaba a calmarse.

—¿Tienes pañales? —asintió, pasándome una bolsa de pañales y sorprendentemente las toallitas húmedas—. Te faltó la pomada para que no se roce, pero dentro de lo que cabe, lo hiciste muy bien, papá.

Pablo sonrió apenas, con una mezcla de orgullo y alivio, tratando de disimularlo encogiéndose de hombros. Por otro lado, yo escondí mi sonrisa cambiando el pañal de Agos, mostrándole paso por paso a Pablo.

—Te haría una lista de todo lo que tienes que recordar, pero dudo que la leas —le dije, levantándome con la bebé en brazos.

—Eso dolió, Lory —se llevó una mano al pecho con dramatismo—. ¿Qué clase de hombre creés que soy?

—La clase de hombre que olvidó cambiarle el pañal a su hija y que ahora está rogando que le den puntos por recordar las toallitas húmedas —respondí, mirándolo con una ceja arqueada.

Pablo soltó una carcajada, rindiéndose.

—Está bien, está bien, me lo merezco —admitió—. Pero en mi defensa, no me dieron un curso intensivo de paternidad antes de que esto pasara.

Lo miré por un momento, sin saber si responder con otra broma o simplemente dejarlo pasar. Al final, solo suspiré y me acerqué a él, depositando a Agos en sus brazos con suavidad.

—No te preocupes, ninguno de los dos imagino que esto sucedería —observé como se acomodaba a la bebé contra su pecho con más seguridad que antes—. En todo caso es mi culpa por traerla aquí al colegio y pensar que podía cuidarla, sin que nadie se enterará, por un tiempo.

—Bueno, no todo es tu culpa. Digo, te chantajee para que me dejaras cuidar a Agos con vos —la bebé sonrió, trayendo felicidad a los dos—. Aunque ahora sé que desearías no haberme encontrado esa noche...

—No hablemos de eso ahora —susurré, desviando la mirada.

—Claro —dijo Pablo, pero su voz sonó apagada, como si mis palabras lo hubieran herido más de lo que pretendía.

—Bueno, Agos está bien, tú estás bien —acaricié la cabeza de Agos, besando su frente. Pablo se acercó como si el también quisiera un beso, haciendo que me alejará—. Ya es tarde. Será mejor que regrese a dormir a mi lugar. Buenas noches...

Cuando estuve a punto de irme, Pablo me tomó de la camisa del uniforme.

—Alguien una vez me dijo que los niños que no veían a sus padres demostrarse cariño se convertían en adultos que se les dificultaba expresar sus emociones —no podía creer que recordara eso—. ¿Querés que nuestra Agos crezca sin poder expresar lo que siente? —negué con pánico, lo último que quería era que Agos creciera sintiendo todo a medias por miedo a salir lastimada—. Duerme con nosotros, Lory.

Mi corazón dio un vuelco al escucharlo decir esas últimas cuatro palabras. Una frase tan simple, pero cargada de tantas emociones que me resultaba difícil de procesarla. No era solo una invitación para compartir un espacio físico, era un intento desesperado de acercarnos, de derribar la barrera que yo misma me había encargado de construir entre nosotros.

Agos nos observaba con esos ojos curiosos que aún no comprendían la complejidad de las emociones humanas. Pero algún día lo haría. Algún día entendería que significaba el amor, el miedo, la inseguridad... y no quería ser la razón por la que ella creciera pensando que el cariño era algo que debía esconderse.

Tragué saliva, evitando su mirada.

—No es tan simple, Pablo...

—Sí lo es —interrumpió con suavidad—. La que lo hace difícil sos vos porque te asusta.

No lo negué. ¿Para qué hacerlo si era cierto?

Sentí su mano soltando mi camisa con lentitud, como si estuviera dándome la oportunidad de elegir. Como si me estuviera diciendo que no iba a obligarme, pero que tampoco iba a retractarse de sus palabras.

Respiré hondo, mirándolos a ambos. Él me sostenía la mirada con una intensidad que me resultaba insoportable, pero en la que también había una súplica silenciosa.

—Solo por esta noche —murmuré antes de poder detenerme a pensar en lo que estaba diciendo.

Pablo no sonrió, pero sus ojos brillaron con algo que no supe descifrar.

—Solo por esta noche —repitió, como si fuera un trato.

Pablo tendió unas sábanas en el suelo, acomodando a Agos en el medio. Me acomodé con cierta torpeza a un lado de ellos, sintiéndome extraña al estar tan cerca de Pablo de nuevo. Era la segunda vez que dormíamos juntos. Me pregunte si era normal sentir que cada vez que lo hiciéramos, el aire se volvería más denso, más complicado, como si estuviéramos cargados de sentimientos que ninguno de los dos quería admitir.

Agos bostezó, acostándose a mi lado, haciendo que sonriera. La mire, sintiendo una calidez extraña en el pecho. A pesar de todo el caos, de todas nuestras discusiones y contradicciones, al menos ella estaba bien.

Pablo me observaba de reojo, como si temiera romper el silencio. Pero su voz llegó, suave y baja, como si fuera un pensamiento que se le escapó sin querer.

—Gracias por quedarte.

Tragué saliva y desvié la mirada.

—No lo hice por ti.

—Lo sé.

Su respuesta llegó demasiado rápido, demasiado segura. Casi como si le doliera que tuviera que aclararlo.

—Igual, gracias —insistió, esta vez con un tono más suave.

No respondí. No podía. Porque si lo hacía, quizás admitiría que, en el fondo, una parte de mí también quería estar ahí. Y todavía no estaba lista para enfrentar lo que eso significaba.

Así que cerré los ojos, fingiendo que dormía, esperando que la noche se llevara consigo las preguntas que no tenía el valor de responder.

—Dejá de mirarme —murmuré sin abrir los ojos.

—¿Cómo sabés que te estoy mirando si supuestamente estás dormida? —respondió con una media sonrisa.

Bufé, abriendo los ojos solo para fulminarlo con la mirada.

—Porque te conozco, nene. Siempre haces lo mismo.

—Ah, mirá qué interesante. ¿Entonces me conocés tanto como para saber qué estoy pensando ahora? —arqueó una ceja, con un brillo desafiante en los ojos.

—No me interesa saberlo.

—Mentira.

—Pablo... —suspiré con cansancio—. Si vas a empezar con tu insistencia, mejor me voy.

—No, por favor —dijo de inmediato, con súplica—. No quiero que te vayas.

Su tono me descolocó. Me quedé en silencio, sin saber qué responder.

—No me mires así —murmuré, desviando la vista.

—¿Cómo te estoy mirando?

—Como si te importara demasiado lo que haga o deje de hacer.

—Porque me importa —soltó sin dudar—. Me importa lo que hacés, lo que sentís, lo que pensás. Aunque te encante hacer como que no te das cuenta.

Apreté los labios, sintiendo el corazón acelerarse.

Moví el cuerpo de Agos con delicadeza, acostándome sobre el pecho de Pablo, tratando de hacer el menor ruido posible para no despertarla. Me sentía rara, incómoda incluso, pero era lo único que podía hacer en ese momento. Mi corazón seguía latiendo rápido, y ni siquiera el silencio parecía calmarme.

Pablo se mantuvo en silencio al principio, pero podía sentir su respiración cerca de mi oído. Estaba tenso, como si estuviera conteniendo algo que no quería soltar. Finalmente, antes de que su voz sonará, lo interrumpí.

—¿Podemos solo dormir? ¿Por favor? —susurré, sintiendo su respiración tan cerca que me erizaba la piel.

—Está bien —respondió Pablo en voz baja, resignado a qué no obtendría nada más de mi está noche—. Solo dormir.

Lo que hizo a continuación fue lo que menos esperaba. Lentamente, se acercó a mí, envolviendo sus brazos alrededor de mi cuerpo con un cuidado casi indescriptible. Mi respiración se aceleró, confundida por lo que estaba sucediendo.

—Lory —susurró mi nombre, casi como si estuviera pidiendo permiso para estar cerca—. No quiero soltarte.

Sus palabras me hicieron darme cuenta, que, en ese momento, no quería que me soltara. El miedo, la inseguridad, todo lo que había acumulado durante días, meses, años, desapareció por un instante mientras me quedaba allí, en sus brazos, sintiendo como me abrazaba con desesperación y ternura. Su aliento rozó mi cuello, y pude sentir como su cuerpo se tensaba, como si temiera que en cualquier momento pudiera escapar.

—No lo hagas —respondí acurrucándome en sus brazos, sin saber si realmente estaba de acuerdo o simplemente había cedido a la sensación de que, al menos por ahora, lo que necesitábamos era estar en paz.

Pablo ajustó su abrazo, de forma protectora, como si fuera lo único que podía hacer para calmar la tormenta que había desatado en mis pensamientos. No dijo nada más, pero no hacía falta. El silencio entre nosotros se llenó de algo más profundo que palabras.

El sueño nos llegó lentamente a los tres. Agos dormida en el medio de los dos, tan ajena a todo lo que sucedió a su alrededor. Y mientras mi mente trataba de lidiar con lo que había sucedido, supe que no era solo el cansancio lo que me hacía rendirme. Había algo más, algo que sentía en el fondo de mi pecho, y que Pablo, había empezado a comprender.

No supe cuándo me quedé dormida, pero cuando desperté, su abrazo seguía intacto, cumpliendo con su palabra de no querer soltarme.

Permanecí entre sus brazos, decidida a aferrarme a su cercanía, disfrutando cada segundo que pasaba a su lado, porque sabía que una vez despiertos, yo continuaría luchando por convencerlo de que mis sentimientos por él nunca fueron reales, al igual que los suyos por mí. Que todo era culpa del estúpido compromiso arreglado entre nuestros padres y simplemente nos acostumbramos el uno al otro. Seguiría con mi plan e investigación de descubrir los verdaderos sentimientos de Marizza y juntarlos de una buena vez por todas.

Tocaron la puerta sobresaltándome, provocando que intentara apartarme del cuerpo de Pablo, pero apenas pude aflojar su agarre.

—Pablo, soy yo, Guido —una extraña tranquilidad me invadió, porque, aunque detestara a ese estúpido hombre, por lo menos, no nos habían descubierto—. ¿Ya están despiertos?

Me removí encima de Pablo, intentando zafarme de su agarre y al mismo tiempo despertarlo, pero terminé descubriendo algo nuevo sobre él.

Tenía el sueño pesado.

—Pablo, despierta —susurré cerca de su oído, quitando sus brazos de mi cuerpo—. Tu amigo acaba de llegar. Ya hay que irnos.

Pablo soltó un murmullo, medio adormilado, mientras yo lograba despegármelo de encima. Agos seguía durmiendo plácidamente, entre los dos.

—Mmm... cinco minutos más, Lory... —murmuró Pablo, rodando hacia un lado.

—No, Pablo, ya despierta —susurré con más firmeza, dándole un leve empujón.

Siguió dormido.

—¿Pablo? ¿Seguís ahí? —insistió su amigo desde la puerta.

—Aquí estamos —me levanté de la cama improvisada, corriendo a la puerta—. Por favor, ya sácanos de este lugar.

—¿Sacarlos? Bueno... sobre eso... —hubo un silencio.

Mi estómago se hundió.

—No... —negué, cruzándome de brazos—. Dime por favor que no hiciste una estupidez.

—No es mi culpa —se apresuró a decir—. Pero... perdí la llave.

Sentí que la presión en mi pecho aumentaba.

—¡¿Cómo que la perdiste?! —alcé la voz con desesperación.

—Bueno, no es exactamente como que la perdiera... Más bien... no la encuentro —no pude evitar reírme en voz alta a punto de caer en la locura—. Pero no te preocupes, nena. Pablo tiene una de repuesto.

Parpadeé, confundida.

—¿Qué dijiste?

—Que Pablo tiene una llave de repuesto —repitió Guido como si fuera lo más obvio del mundo—. Ahora que lo pienso, es algo gracioso, como si ya se esperaba que la perdiera...

Me quedé helada.

Ese idiota...

Me giré lentamente hacia Pablo, que seguía durmiendo plácidamente en el suelo, junto a la bebé. Un fuego lento comenzó a arder en mi interior.

Así que todo esto... ¿fue su plan desde el principio? ¿Hacerme pasar la noche con él, atrapada en este maldito lugar, sin tener la opción de escapar?

Respiré hondo, tratando de no explotar de inmediato.

—Dale, Lory, fijate en sus bolsillos —insistió Guido—. Seguro la tiene ahí.

Con las manos temblorosas de rabia, me acerqué a Pablo y metí la mano en el bolsillo de su pantalón.

Y ahí estaba.

La llave.

Saqué el objeto de metal y lo sostuve frente a mi cara, sintiendo cómo la furia me consumía por dentro.

—Pablo... —murmuré peligrosamente.

Ni se movió.

Apreté los dientes, sintiendo cómo la rabia se desbordaba dentro de mí.

No iba a dejar que esto quedara así.

Con la mandíbula apretada, cargué a Agos entre mis brazos con cuidado. Me dirigí a la puerta, abriéndola con la llave que tenía Pablo en el bolsillo. Le entregué a la bebé a Guido sin soltar una sola palabra. Me miró con confusión, pero antes de que pudiera preguntarme algo, yo ya estaba en medio del cuarto de la lavandería.

Mi mirada se posó en un balde de plástico en la esquina, y de inmediato supe lo que tenía que hacer.

Llené la cubeta con agua del pequeño lavabo, junto a la lavadora, sintiendo cómo mi enojo se intensificaba con cada segundo que pasaba.

Cuando estuvo lista, me acerqué a Pablo, que seguía profundamente dormido.

—Espero que hayas disfrutado nuestra última noche juntos, Pablito —susurré con una sonrisa falsa antes de levantar el balde y vaciar de golpe el agua sobre su cuerpo.

El grito que pegó fue glorioso.

—¡¿Pero qué carajo?! —Pablo se incorporó de golpe, empapado de pies a cabeza, sacudiendo el agua de su cara como un perro mojado—. ¡¿Qué demonios te sucede, nena?!

Crucé los brazos, fulminándolo con la mirada mientras él parpadeaba aturdido, tratando de entender qué acababa de pasar.

—¿Qué me pasa? —repetí con una sonrisa cínica—. ¿En serio me estás preguntando eso, nene?

—¡Sí! —exclamó, todavía sacudiéndose el agua del cabello—. Hasta donde recuerdo, estábamos bien... —esto tenía que ser una broma—. Dormimos abrazados, estábamos tranquilos....

—Por eso mismo, Pablito —bufé, sintiendo que la rabia volvía a hervir en mi interior—. ¿Tan tranquilo pudiste dormir, después de lo que hiciste?

Pablo me miró confundido, y justo cuando abrió la boca para decir algo, Guido asomó la cabeza por la puerta con la bebé en brazos.

—¿De qué estás hablando?

—Quizá esto te refresque más la memoria —dijo señalando la llave en mi mano.

La expresión de Pablo cambió en un segundo. Sus ojos bajaron a la llave, y de golpe, toda la culpa del universo le cruzó la cara.

—Oh... —fue todo lo que dijo.

—¿Oh? ¿Solo eso vas a decir, imbécil! —espeté, lanzándole la llave, que él atrapó torpemente—. ¡Me hiciste creer que estábamos atrapados, y resulta que tenías la llave todo este tiempo! ¡De verdad que eres un idiota!

—Lory, no es lo que parece... —intentó defenderse.

—¡Claro que es lo que parece! —lo interrumpí—. ¡¿Tienes alguna idea de lo que me hiciste pasar, Pablo?! —grité, señalándolo con el dedo—. ¡Me hiciste bajar la guardia, me hiciste...!

Me callé de golpe, sintiendo un calor subirme a la cara. No iba a decirlo. No iba a darle la satisfacción de saber que, por un momento, casi caí en su juego.

Pablo parpadeó, todavía goteando agua, y luego, para mi horror, sonrió de lado.

—¿Te hice qué, Lory? —preguntó con tono burlón.

—¡Nada! —solté rápidamente, sintiendo que la vergüenza se mezclaba con la furia—. ¡Y aunque me hubieras hecho sentir algo, AHORA SE QUE FUE TODO UNA EQUIVOCACIÓN!

—Claro, claro —asintió él, alzando las manos en un gesto de falsa inocencia—. Entonces, ¿el problema no es que estuvimos atrapados, sino que te gustó estar atrapada conmigo?

Sentí que me hervía la sangre.

Tomé la cubeta entre mis manos y se la encajé en la cabeza con un golpe seco.

—¡Pero la p...! —Pablo se tambaleó, tratando de sacársela de encima—. ¡¿Qué hacés, loca?!

—¡Así no tengo que ver tu cara de idiota! —solté con una oscura satisfacción recorriéndome el cuerpo.

Me giré hacia Guido, quién seguía sosteniendo a Agos con una expresión entre divertida y preocupada.

—Dámela —extendí los brazos, y él, sin chistar, me entregó a la bebé.

Pablo forcejeó con la cubeta hasta lograr quitársela, sacudiendo la cabeza con cara de incredulidad.

—¿¡De verdad, Lory!?

Lo ignoré de nuevo y coloqué con cuidado a Agos en sus brazos. Él la atrapó por puro instinto, pero todavía me miraba como si no entendiera qué estaba pasando.

—Encárgate de ella —dije con frialdad, asegurándome de que la sujetara bien—. Vendré por Agos después de clases.

Pablo frunció el ceño, ajustando a la bebé contra su pecho.

—¿Lory, qué carajo...?

—Nada de preguntas —lo interrumpí, dándole un leve empujón en el hombro—. Solo hazlo, porque no quiero verte ni escucharte en todo el día.

Le di la espalda y caminé hacia la puerta con pasos firmes, sintiendo la mirada de ambos clavada en mi espalda. Justo cuando crucé el umbral, la voz de Pablo me detuvo.

—¡¿De verdad me vas a dejar con la bebé después de haberme tirado un balde de agua en la cabeza!?

Me giré lo justo para mirarlo de reojo y solté una sonrisa falsa.

—Sí, porque no soy una desconsiderada. A diferencia de otros —remarqué con tono venenoso—. Y más te vale que esté bien cuando regrese.

Y sin decir nada más, salí de la lavandería, cerrando la puerta de un portazo.

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