Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

46|Decisión

CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS.
decisión

°

Me alejé de Pablo de un empujón, poniéndome a un lado de Nacho.

—Así que esté es el lugar —acomodó sus manos en su cintura mirando el contenedor—. Esta bueno. Grande. Cerca del Cole. ¿Cómo no me avive?

—Igual te vas a tener que ir —Nacho se pronunció con valentía, haciéndome temer por su seguridad.

—Cállate. Todavía no he decidido lo que voy a hacer con vos —habló Pablo a la defensiva.

—No le hables así, es solo un niño —defendí a Nacho, poniéndolo detrás de mí—. ¿Cómo encontraste este lugar? ¿Me estabas siguiendo?

—No, yo no —dio un paso al frente—. Mande a Guido a seguir al camionero de tu amiga.

—¿Estabas siguiendo a Marizza? —pregunté con desilusión, en ese caso hubiera preferido que me dijera que me estaba siguiendo a mí.

—Necesitaba saldar unas cuantas cuentas con esa trastornada —explicó nervioso.

Esto era muy malo, por culpa de Marizza ahora no solo Nacho estaba en problemas, sino también ella misma.

—Este lugar está prohibido para pibes como vos —se adelantó a hablar Nacho, intentando abalanzarse encima de Pablo.

—¡Te dije que te calles porque vas a ser el primero en desaparecer! —exclamó Pablo con auténtica furia.

—Por favor, no grites —le pedí, apretando los puños de la ira—. No estamos solos —me hice a un lado, mostrando a Agos detrás de nosotros.

La expresión facial de Pablo se suavizó, mirándonos a los tres, llevándose su mano a la mandíbula.

—Ándate un minuto afuera que necesito hablar con Loreto —dijo tranquilamente.

—¿Para qué? ¿Para que la intentes lastimarla a ella, igual que a Marizza? —alzó la voz Nacho, intentando volver a tirarse encima de Pablo.

—¿Qué dijiste borrego? Repetí lo que dijiste...

—¡Basta! —exclamé, poniéndome entre ambos—. Nacho, por favor toma a Agos y salgan a ver bichitos allá afuera, ¿Si?

—¿Vos estás loca, nena? ¿Cómo te voy a dejar con este psicópata? —lo tome de los hombros, tratando de tranquilizarlo.

—Haz lo que te digo, Nacho —lo empujé a la cama, donde estaba Agos.

—No, no te voy a dejar sola con él —negó con la cabeza, preocupándome por pensar en la mala impresión que le estaba dando.

—Yo soy la responsable de ti en este momento. Hazme caso y no me rezongues —cargué a Agos entre mis brazos, dándole besos en su cabecita—. Vamos, tienes que bajarte tu primero, para que pueda darte a Agos.

Nacho no estaba seguro, pero finalmente acepto que Pablo y yo teníamos cosas que resolver en privado, así que lo apresure a bajarse del contenedor, pero antes de que pudiera seguirlo, Pablo me detuvo.

—Dije que el pibito se fuera, en ningún momento dije que Agos también tuviera que hacerlo... —se dirigió a mí con vergüenza.

—No lo hago por nosotros, lo hago por ella —lo último que quería dejarle a Agos eran malos recuerdos de nosotros dos juntos.

Pablo terminó por entender mi postura, aunque a regañadientes aceptó que dejara a Agos con Nacho mientras nosotros nos disponíamos a hablar.

Me arrodillé en la entrada del contenedor, colocando a Agos en los brazos de Nacho. Le repetí que todo estaría bien, que no había nada de qué preocuparse. Permanecí ahí, observando cómo Nacho se alejaba hasta una distancia prudente. Luego se sentó en el suelo, acomodando a Agos en sus piernas para mostrarle las hormigas.

No tuve el valor de levantarme y enfrentar a Pablo, así que me quedé en el suelo, evitando mirarlo, aunque sentía su mirada fija en mí.

Hasta que el sonido de una canción reproduciéndose, me dejó desconcertada. Me levanté del suelo tomando el valor de mirar a Pablo, mientras sonaba de fondo la canción de Llegando, llegaste de Piero.

Su mirada estaba clavada en mí y en sus labios yacía una sonrisa descarada que me hizo reír de la incredulidad de pensar que realmente esto estaba pasando. No podía creer lo tan caradura que podía llegar a ser este hombre. Sin intenciones de seguirle su estúpido juego, camine a la grabadora para apagarla.

—No sabía que bailabas —me detuvo, agarrándome de la mano—. Otra de las tantas cosas que no sabía sobre vos.

—Otra cosa que no sabes, es que llevé clases de defensa personal a los once años —hablé con diversión—. Si no me sueltas puedo mostrarte algunas técnicas que estoy segura que no te van a gustar tanto, Pablito.

—No sabes cuánto me encantaría, porque así no solo tendría las pruebas suficientes para echar a la grasa de Marizza fuera del Colegio, sino para mandar de pupilo a ese mocoso —dijo con tanta tranquilidad, que hizo que me hirviera la sangre por no decir algo inteligente en poco tiempo—. ¿Por qué mejor no bailas conmigo?

—No me gusta que me toquen —intenté apartar su mano de la mía, pero este me tomó con más fuerzas, pegando su cuerpo al mío.

—Creo que vos no estás en posición para oponerte en nada de lo que pida, nena —rodeé los ojos, pensando en mil maneras de hacer que su hipotética muerte pareciera accidental.

Por un instante, lo odié. Detestaba la facilidad que tenía para hacerme caer entre sus garras. Pero me odiaba más a mí misma por siempre dejarme atrapar en sus estúpidos juegos de manipulación. Respiré profundamente, sabiendo que ceder significaba darle poder, pero también que rechazarlo solo lo haría insistir más.

—Una canción —dije, apretando los labios—. Solo una, Pablo.

Él sonrió triunfante, y sin perder tiempo, me tomó de la cintura.

Su cercanía me ponía tensa, cada movimiento suyo parecía un intento deliberado por desestabilizarme.

La música seguía sonando, pero no había dulzura ni ritmo en nuestros pasos. Era más una guerra silenciosa, una auténtica batalla de voluntades. Mi determinada voluntad de enterrar mis latentes sentimientos por él, enfrentándose a la deliberada voluntad de Pablo por insistir en liberar mis tortuosos sentimientos.

—¿Por qué siempre tenés que complicarlo todo, Loreto? —preguntó en un murmullo, sus ojos llenos de esa arrogancia que siempre me exasperaba.

—¿Qué yo lo complicó todo? —respondí con una risa amarga, casi de incredulidad. Su pregunta era tan absurda que no sabía si sentir ira o pena.

—¿Por qué te cuesta tanto admitir lo que pasa entre nosotros? —preguntó, acercándose peligrosamente a mi rostro.

Me detuve en seco, empujándolo hacia atrás con un gesto de irritación. La cercanía de su cuerpo me hacía sentir incómoda, y mis pensamientos ya no podían seguir su juego.

—¿Cómo puedes ser siempre tan egoísta? Siempre viendo las cosas solo desde tu perspectiva, como si yo no tuviera voz —exploté, mis palabras saliendo como un golpe directo—, como si solo existiera tu versión de la historia.

Pablo retrocedió un paso, sorprendido por mi reacción.

—¡¿Egoísta?! ¡¿Por qué estaría siendo egoísta?! —replicó, con un tono defensivo—. Lo que estoy tratando de decirte...

—¿Tratando de decirme qué, Pablo? —lo interrumpí, cruzándome de brazos—. ¿Me besaste delante de ese montón de lacras para tratar de decirme que? ¿Qué quieres estar conmigo? Por favor, no me hagas reír.

—¡Si quiero estar con vos! —gritó, alzando su vos de forma casi descontrolada—. ¿Qué más tengo que hacer? No puedo pasar ni un solo segundo sin saber de vos, me enojo cada vez que te veo con alguien más, ¿Qué más tengo que hacer para demostrarte que de verdad quiero estar contigo?

Lo miré con furia. Sus palabras golpeaban cada rincón de mi maltratado corazón.

—¿Qué más tienes que hacer? —dije, las palabras saliendo casi entre dientes—. No sé, tal vez no ser un completo idiota. Tal vez dejar de verme como un capricho y verme por lo que soy. Una persona. Tal vez... no besar a otras delante de mí.

No quería admitirlo, pero me estaba muriendo de los celos.

—¡Ella me beso a mí!

—¡Y tú me besaste a mí! —exclamé con tanta ira contenida—. Tú me besaste a mí —repetí en voz baja, sin poder creer que eso genuinamente hubiera pasado—. No te entiendo, Pablo. En serio, no te entiendo.

—Eso fue un error...

—¿Un error? —pregunté con sorpresa—. ¿Qué parte fue un error? ¿Besarme fue un error? ¿Querer estar conmigo fue un error? Sé más específico, Pablo.

—Fue un error besarte de esa manera —especificó, con la mirada fija en mí, como si buscara que lo entendiera—. Las circunstancias no fueron las adecuadas, ni tampoco el momento —estaba de acuerdo—. Fue un error cómo sucedió... —continuó, evitando mi mirada, como si las palabras lo quemaran al salir de su boca—. Pero no fue un error lo que siento por vos.

Lo miré fijamente, sin decir nada. Porque en el fondo, sabía que me estaba diciendo la verdad. Pero, por alguna razón, me era imposible creerle. Era como si algo dentro de mí se resistiera a confiar, incluso cuando él siempre me había demostrado todo lo contrario.

Y entonces me di cuenta de algo que me dejó helada: no estaba enojada con Pablo porque me había besado sin preguntarme. Tampoco era porque lo hizo delante de esos idiotas que llamaba amigos. La verdad era que estaba enojada conmigo misma.

Su beso... su maldito beso había sacado cosas que yo no quería aceptar. Cosas que había intentado enterrar, cosas que me daba miedo sentir. Ese beso había hecho que todo lo que guardaba dentro de mí se desbordara, y ahora no sabía cómo manejarlo.

Por eso mi primer impulso había sido tomar a Agos y alejarla de nosotros. Porque, en el fondo, sabía que esa burbuja de comodidad que habíamos creado con la llegada de la bebé no resistiría lo que él había logrado desatar en mí con un solo beso. Ese beso había expuesto mis sentimientos más ocultos, y ahora no sabía cómo volver a guardarlos sin sentir que me estaba rompiendo aún más.

Ahora todo tenía sentido.

Me estaba muriendo de los celos, porque, por segunda vez, una amiga tan querida e importante para mí como lo era Marizza comenzaba a sentir cosas por el mismo imbécil del que yo estaba enamorada. Solo que esta vez era diferente. Esta vez parecía que Pablo podría sentir lo mismo por ella.

Y, ¿cómo no enamorarse de Marizza? Ella era todo lo que yo no era. Empezando por su belleza, porque sin duda era la chica más hermosa que había visto en mi vida. Su cabello rojo, su sonrisa deslumbrante, y esos ojos que parecían mirar directamente a tu alma.

Pero no era solo su apariencia. Marizza tenía un sentido del humor que hacía que todos quisieran estar cerca de ella. Podía sacarte una carcajada incluso en el peor de los días, con sus ocurrencias o con esa forma tan particular de ver el mundo.

Ella era valiente. Siempre decía lo que pensaba, sin importar quién estuviera enfrente. No le tenía miedo a nada ni a nadie. Se enfrentaba a las autoridades como si fueran iguales, luchaba contra las injusticias, y siempre estaba dispuesta a jugársela por lo que creía.

No pude evitar compararme con ella, sintiéndome tan pequeña a su lado. Tan ordinaria. No tenía esa chispa, ni esa seguridad en mí misma. No tenía carisma, ni la capacidad de iluminar un lugar con solo entrar. Por eso, aunque me doliera, no podía culpar a Marizza por enamorarse del chico que le hacía la vida imposible. Porque yo también me enamoré del mismo chico que me hacía la vida imposible.

Quizá la parte que más me dolía admitir era que, en el fondo, sabía que ella podía amarlo mejor de lo que yo lo hacía. Pablo necesitaba una persona valiente, alguien que no temiera enfrentar lo que sentía ni las consecuencias de sus sentimientos. Marizza era esa persona. Ella lo haría reír, lo haría sentirse seguro, lo desafiaría, lo llevaría al límite, lo cuestionaría y lo obligaría a vivir la vida que él no se atrevía a vivir y sin duda lo acompañaría en todo ese proceso.

Pablo me miró fijamente, esperando una respuesta, pero en mi mente ya no había lugar para lo que él decía. Estaba pensando en algo más grande, algo que lo cambiaría todo entre nosotros. Porque, aunque me doliera, sabía que lo mejor para él, y para mí, era que él estuviera con Marizza.

—¿Y quién te dijo que yo sentía lo mismo por ti? —fue casi que irreal escuchar salir eso de mi propia boca, porque nunca antes se había escuchado tan real como ahora, aunque fuera una completa mentira.

—¿Qué acabas de decir? —su voz salió baja, pero peligrosa, como si estuviera buscando algo más en mis ojos que una simple respuesta.

Lo miré, sin poder evitar que mi corazón latiera con fuerza, y por un momento, sentí un nudo en la garganta. Pero no, no podía dejarme llevar por sus ojos suplicantes. Era demasiado tarde para retractarme.

—Lo que escuchaste —respondí, sin apartar la mirada—. ¿Quién te dijo que yo sentía lo mismo por ti?

Pablo retrocedió un paso, sus ojos ahora llenos de incredulidad.

—No, no puedes estar hablando en serio. Me estás cargando, ¿verdad? —preguntó, como si le costará pronunciar las palabras, no fue hasta ver mi seriedad que su risa nerviosa se esfumó—. No es verdad, no es cierto. Estás mintiendo.

—¿Por qué mentiría? Nunca te he dicho que te quiero y tampoco que quiero estar contigo —pronuncié tratando de mantener la compostura, cosa que Pablo perdió por completo.

—¡Estás mintiendo! —exclamó con desesperación, adelantándose a mi cuerpo, provocando que retrocediera y alcanzará a golpear la grabadora con mi pie, apagando la música—. ¡No podés decirme eso después de todo lo que hemos pasado! ¡Después de todo lo que hemos vivido!

—Perdón, se me olvida que me conoces mejor de lo que yo me conozco a mí misma —intenté alivianar el ambiente hablando con cierto tono burlón, consiguiendo hacer explotar a Pablo.

—¡Déjate de bromas, Loreto! —exclamó tomándome de los hombros—. Decí que no es verdad, que lo que dijiste es mentira.

—No puedo hacer eso —murmuré apenada.

Sacudió la cabeza una y otra vez, negándose a creer en las palabras que salían de mi boca, y se atrevió a mirarme con esos brillantes ojos que cada vez que los veía me daban unas tremendas ganas de arriesgarlo todo y contarle los secretos que había mantenido encerrados en mi corazón.

—No es verdad, estás mintiendo, no es cierto —trate de apartarlo, pero no me quedaban más fuerzas después de tantas mentiras—. Decís eso porque estás enojada conmigo y porque te lastime, no porque de verdad lo sentís —arrastró las palabras, aferrándose a mi cuerpo, como si pensara que al soltarme me iría para siempre—. Por favor perdóname, Lory. Decime qué querés que haga y te prometo que lo haré...

—Basta, Pablo... —intenté apartarlo, pero no se movió un solo milímetro—. Suéltame, por favor... —lo último que quería hacer en este momento era soltarlo—. Es suficiente...

—No, no es suficiente —alzó la voz, destruyéndome por dentro—. Por favor, Loreto. No podés no sentir nada por mí y decírmelo así, como si no importara.

—Pablo... —intenté calmarlo, pero su mirada estaba llena de dolor. Me mataba verlo así, pero sabía que, si cedía, sería peor para los dos.

—No podés no sentir nada, no podés, simplemente no podés —replicó con un tono entre suplicante y firme.

—Perdóname, por favor, perdóname —flaqueé por un momento, dándole falsas esperanzas a Pablo, quién se levantó de mi hombro, mirándome a los ojos—. No puedo darte lo que quieres.

—¡No podés o no querés! —gritó, dando un paso más cerca, como si no pudiera aceptar la distancia que yo estaba poniendo entre nosotros.

—¿Qué quieres que haga? ¿Quieres que mienta? ¿Qué finja algo que no siento? —exclamé, alzando la voz un poco, aunque mis palabras estaban teñidas de tristeza—. ¡No puedo hacerlo, Pablo!

—¡No te estoy pidiendo que finjas nada! —grito con frustración—. ¡Te estoy pidiendo que seas honesta! ¡Sé que sentís algo por mí, Loreto! ¡Lo sé! —odié que no estuviera equivocado—. No me vengas con el cuento de que no sentís nada por mí, porque sabes igual que yo que eso es una completa mentira.

—¡No estoy mintiendo! —insistí, levantando la voz, aunque por dentro todo en mí se estaba desmoronando.

La mentira era tan grande que sentía que apenas podía sostenerla. Pablo me miraba como si estuviera tratando de descifrarme, buscando en mi rostro algo que pudiera contradecir mis palabras.

—¡Mentira! ¡Mentira! ¡Estás mintiendo! —la insistencia de Pablo estaba colmando mi paciencia—. Decime, Loreto, ¿En serio querés que me crea que no significo nada para vos?

—¡Por Dios, sí que eres insufrible! —exclamé, empujándolo lejos de mí—. ¡Te odio! ¡No te soporto! ¡Me vuelves loca, nene! —grité como una histérica, tratando de alejarme de él—. Se terminó la conversación.

—No, no se terminó nada —exclamó con desesperación, tomándome de los brazos con fuerza.

—¿Por qué no, Pablo? ¿Vas a volver a chantajearme? —asintió la cabeza con sutileza, y antes de que estallará contra él, una idea cruzo por mi cabeza—. No puedes chantajearme con lo de Nacho.

—Por supuesto que puedo y voy a hacerlo —espetó, dándome no solo la impresión de que nunca cambiaría, sino también la valentía de hacer lo que era mejor para los dos.

—Nacho no es mi responsabilidad, es de Marizza, genio —repliqué, con un tono de burla que sabía lo enfurecería.

—¿De Marizza? ¿Qué carajo tiene que ver ella ahora? —Pablo frunció el ceño, mirándome como si hubiera perdido la cabeza.

—Todo. Tiene todo que ver, Pablo. Nacho es su problema, no mío. Si tienes algo que decirle, ¿por qué no vas con ella? —crucé los brazos, desafiándolo, mientras mi corazón latía con fuerza.

—¿Estás buchoneando a tu amiga para salvarte vos misma? Nunca lo creí de vos, nena —habló con gracia, intentando provocarme.

—Porque tuve suficiente de tu chantaje sobre autoproclamarte el padre postizo de Agos —eso fue un golpe bajo de mi parte, pero no podía detenerme ahora—. Y por si no fui lo bastante directa, no quiero tener más que ver contigo, ni con tus chantajes o tus amenazas.

Pablo me miró incrédulo, como si mis palabras fueran un cuchillo que se clavaba cada vez más hondo. Dio un paso hacia mí, sus ojos ardiendo en una mezcla de dolor e ira.

—Tenés razón, tu misma lo dijiste, sos intocable —continuó, con una sonrisa amarga que me heló la sangre, arreglando el cuello de mi camisa, antes de soltarme—. Pero te recuerdo que vos sos la intocable, no tu amiguita.

No podía dejar que tuviera la última palabra. Sabía que estaba jugando con fuego, porque una parte dentro de mi disfrutaba de verlo perder el control. Pero si esto servía para alejarlo de mí y, de paso, llevarlo directo hacia Marizza, valía la pena arriesgarlo todo.

—Estamos hablando de Marizza, Pablo. Estoy segura que se las arreglará ella sola para enfrentarte —hablé con la mirada baja, me costaba admitirlo, pero Pablo no era el único que la estaba pasando mal en este momento—. Haz lo que quieras, ahora la única cosa que nos une a ti y a mí es Agos, pero entre nosotros no queda nada más.

Pablo se quedó quieto por un segundo, como si mis palabras lo hubieran terminado de destruir. Su respiración se aceleró y vi cómo sus dedos se apretaban en puños. Luego, con un tono más frío, habló.

—¿De verdad crees que eso es todo lo que hay entre nosotros? ¿Que solo existe Agos? —su voz era baja, pero cargada de resentimiento—. Qué fácil es para vos cortarlo todo, ¿no?

Lo miré fijamente, sintiendo cómo cada palabra que salía de su boca lograba herirme un poco más, pero también me mantenía firme en mi decisión.

—Tú mismo lo dijiste, Pablo —respondí, desafiándolo—. Soy intocable. Eso significa que no puedes seguir chantajeándome con el tema de Agos. Si necesitas hacerle algo a Marizza, adelante, no voy a detenerte.

Pablo dio un paso hacia mí, acercándose de nuevo, y por un momento sentí que todo lo que había dicho se desmoronaba.

—Sabes perfectamente por qué hice lo de Agos, Loreto —dijo con una sonrisa amarga, como si todo estuviera claro para él—. Pero está bien, ya lo entendí. Iré a hablar con Marizza, pero te advierto que no será tan fácil.

—Haz lo que quieras —respondí, intentando mantener la calma, aunque algo dentro de mí comenzaba a quebrarse—. Tú y yo no tenemos nada más de qué hablar.

Pablo me miró fijamente por un largo rato, y cuando habló de nuevo, su voz se volvió más grave, como si supiera lo que venía.

—Yo sí me voy a aferrar a ti —dijo, haciendo una pausa que me hizo tragar saliva—. Y aunque digas que no hay nada entre nosotros, algo me dice que eso no es tan cierto. Pero no te preocupes, no voy a dejar que te vayas tan fácil. Vos dijiste lo mismo, ¿no? Que te ibas a aferrar tanto a mí en tú vida que nunca dejarías que estuviera solo... y ahora parece que lo olvidaste.

Las palabras me golpearon como un latigazo. Ese maldito paseo en el parque nunca debió suceder, porque ese recuerdo se convertiría en nuestra condena. Como si siempre hubiera algo entre nosotros que por más que alguno de los dos quisiera, nunca desaparecería. Pero mi necedad se negaba a mostrarle cuán vulnerable me sentía.

—N-no sé de qué hablas —respondí con nerviosismo, maldiciéndome internamente por siempre tartamudear en los momentos menos oportunos.

—¿No sabes de qué hablo? —preguntó Pablo, inclinándose ligeramente hacia mí, su voz cargada de incredulidad y burla—. Vamos, Loreto, ni siquiera sabes mentir.

Intenté mantenerme firme, pero la intensidad de su mirada me desarmaba. Apreté los labios, intentando ocultar el temblor de mis manos. Pablo sabía que estaba mintiendo, y yo lo sabía también. Pero no podía permitir que viera cuánto me afectaba.

—Ya te lo dije, Pablo, no tengo nada más que hablar contigo. Haz lo que quieras con lo que sabes, pero a mí déjame en paz —murmuré, tratando de mantener mi voz firme, aunque no pude evitar que sonará como una súplica.

Pablo dio otro paso hacia mí, y aunque mi instinto decía que retrocediera, no lo hice. Él lo sabía. Y eso solo lo volvió todavía más confiado.

—¿Sabés qué es lo peor de todo? —dijo, inclinando un poco la cabeza mientras su tono se volvía más suave, casi dulce, pero con esa chispa de sarcasmo que me sacaba de quicio—. Que por más que quieras convencerte de que no te importo, no podés hacerlo.

—No te confundas, nene —repliqué, intentando que mi voz sonara firme, pero el temblor en mis manos me traicionaba—. Lo único que me importa en este momento es que me dejes en paz y no te sigas metiendo en mi vida.

Él sonrió. No una sonrisa cualquiera, sino esa sonrisa suya, ladeada y arrogante, que sabía que me descolocaba por completo.

—¿Eso es lo que querés? ¿De verdad? —susurró, alcanzando a inclinarse lo suficiente como para que su rostro quedara a pocos centímetros del mío. Su mirada era intensa, fija en la mía, y por un segundo sentí que el aire se volvía más denso.

—S-sí —murmuré, muriéndome de la vergüenza de volver a tartamudear. Pero antes de que pudiera apartarme, Pablo levantó una mano y la colocó en mi mejilla con una suavidad inesperada, obligándome a quedarme inmóvil.

—No te creo —respondió, con una seguridad aplastante que hizo que mis rodillas flaquearan—. No te hagas la fuerte conmigo, Lory. No te queda bien —murmuró con suavidad, su rostro tan cerca del mío que apenas podía respirar.

—Pablo, basta —dije en un susurro, aunque mi voz no tenía la fuerza que pretendía. Me sentía pequeña, débil, y detestaba que él tuviera ese efecto en mí.

—¿Por qué debería? —repitió, con un tono burlón que me hizo apretar los labios. Dio un paso más hacia mí, y yo no tuve más remedio que quedarme inmóvil, incapaz de encontrar una salida—. ¿No escuchas cómo tiembla tu vos? ¿Nos ves cómo no podés sostenerme la mirada?

—No estoy temblando —mentí, desviando la mirada. Pero incluso yo sabía que mi excusa era patética.

Pablo soltó una risa suave, esa clásica risa triunfante que me sacaba de mis cabales y, al mismo tiempo, hacía que mi corazón latiera más rápido.

—Ah, ¿no? —dijo, ladeando la cabeza mientras me estudiaba con una mezcla de diversión y ternura. Luego, con un movimiento lento y deliberado, se inclinó hacia mí y dejó un beso sobre mí mejilla.

El contacto fue breve, pero lo suficiente como para hacer que el suelo desapareciera debajo de mis pies. Y antes de que pudiera reaccionar, Pablo se apartó con una sonrisa ganadora.

—Siempre decís una cosa y sentís otra, Lory. Algún día, vas a tener que admitirlo —declaró sin pestañear—. Creo que ambos sabemos que no miento cuando digo que no voy a dejar que te alejes tan fácilmente de mí —dijo en voz baja, mientras sus ojos brillaban con una mezcla de desafío y algo más profundo que no quería admitir.

Me quedé congelada, sin saber qué responder. Mi mente me gritaba que lo apartara, que volviera a marcar distancia, pero mi corazón, ese traidor, no estaba dispuesto a dejarlo ir.

—Estás loco, Pablo —susurré, finalmente encontrando mi voz, aunque apenas era un murmullo.

—Loco por vos —respondió, sin perder esa sonrisa arrogante—. Pero vos tampoco estas tan cuerda que digamos, nena.

Quería responder, soltar alguna frase ingeniosa que cortara el ambiente tenso, pero no pude. Sentí que cualquier palabra que dijera sería insuficiente. Él siempre encontraba la forma de desarmarme, de exponer mis contradicciones. Y lo peor es que yo lo dejaba hacerlo.

—Tenemos que parar con esto —dije finalmente, aunque mi voz apenas era un susurro.

—¿Parar qué? —preguntó, inclinándose un poco hacia mí, como si estuviera buscando una verdad que no sabía si podía darle—. ¿Dejar de sentir? ¿Dejar de estar en tu vida? No puedo. No quiero.

Cerré los ojos por un momento, intentando calmar el torbellino de emociones que él siempre provocaba en mí. Éramos un desastre juntos, pero separarnos parecía igual de imposible.

—Eres un idiota, nene —murmuré con frustración, abriendo los ojos y encontrándome con su mirada fija en mí.

—Y vos sos insoportable —respondió él.

—Nada está bien entre nosotros —dije, intentando sonar firme, aunque sabía que era inútil.

—No, no lo está —admitió Pablo, encogiéndose de hombros—. Pero lo va a estar. En algún momento lo va a estar.

Esas últimas siete palabras quedaron flotando en el aire, como una promesa que ninguno de los dos entendía del todo, pero en la que ambos necesitábamos confiar. Porque, aunque éramos demasiado jóvenes, y no sabíamos cómo gestionar todo lo que sentíamos, ninguno quería desaparecer de la vida del otro. Algo que, por más difícil y complicado que fuera, nos mantenía unidos.

Pablo dio un paso hacia atrás, dándome el espacio que necesitaba. Me miró por última vez, como si quisiera grabarse cada detalle de mi rostro, y luego, con esa estúpida sonrisa que tanto odiaba y amaba al mismo tiempo, dijo:

—No te preocupes, Lory. No todo tiene que estar bien ahora. Tenemos mucho tiempo para arreglar nuestras diferencias.

Y con eso, se dio la media vuelta, saliendo del contenedor, dejándome allí, con el corazón latiendo desbocado y la certeza de que, por más que intentara alejarme, el destino siempre encontraría la manera de regresarme a él.

—¡Loreto! ¡Loreto! ¡Loreto! —unos gritos me sacaron de mi trance.

—¿Qué pasó? —Nacho entro rápidamente al contenedor—. ¿En dónde está Agos?

—¡Ese pibe se la está llevando! —rápidamente, abrimos la puerta del contenedor, buscando a Pablo con la mirada.

Lo visualizamos a una distancia considerable. En sus brazos yacía Agos, riéndose de las cosquillas que Pablo hacía en su pancita, sacándome una sonrisa que al instante borre, porque esto era serio.

—¿Qué estás haciendo? —alcé la voz, pensando de brincar y echarme a correr detrás de ellos.

—¿Qué te parece que estoy haciendo, nena? Soy un padre responsable. Vos la cuidaste todo el fin de semana, ahora me toca a mí cuidarla —tenía que ser una maldita broma —. Si la querés devuelva tendrás que venir por ella —quería provocarme—. Díganle a Marizza que quiero hablar con ella, hoy en la noche en la sala de profesores.

—¿Por qué no vas y se lo dices tú mismo? —pregunté enojada, todo lo que hablamos se lo paso por el arco del triunfo.

—Vos fuiste la que quiso involucrar a la grasita esa —me dieron ganas de acariciar su cabeza con un martillo—. Resolvelo vos misma.

Me senté en la orilla de la puerta del contenedor para correr detrás de Pablo, pero apenas puse un pie en el suelo este salió huyendo, provocando que hiciera un berrinche delante de Nacho.

—¿Qué vamos a hacer, Loreto? —preguntó Nacho con auténtica preocupación.

—No te preocupes, estoy segura que Marizza lo va a arreglar —lo tomé de los hombros, acercándolo a mi cuerpo.

—Pero tiene a Agos.

—Él ama a Agos, Nacho —me puse a su altura, explicándole la situación—. Aunque sea un imbécil, él no le va a hacer nada a Agos, ¿De acuerdo? —Nacho asintió con inseguridad—. Lo que tenemos que hacer es ir con Marizza y contarle todo.

—No podemos dejar que Marizza vaya sola a ese lugar, ese pibe está loco, Loreto —Pablo se ganó a pulso la desconfianza de Nacho, por lo que no intentaría ocultar el sol con un dedo.

—Marizza no es ninguna damisela en apuros, Nacho —si quería que mi plan funcionará, tenía que dejarlos solos—. Ella estará bien, te lo aseguro.

Estaba haciendo las cosas tan mal con Nacho que temía que las replicara con Agos en el futuro, pero finalmente lo convencí de infiltrarnos en la habitación de las chicas desde la ventana.

Nacho entro primero para enseñarme de dónde agarrarme, después replique sus movimientos, subiendo con ayuda de las piedras que sobresalían de los dormitorios, hasta poner mis manos en el marco de la ventana.

—¡Ayuda! ¡Me caigo! ¡Me caigo! —exclamé sintiendo los pies en el aire.

—¡Chicas es Loreto! —gritó Luna, tomándome de la mano y jalando hacia dentro de la habitación.

—¡Pero se volvieron locos los dos! ¡¿Qué hacen entrando de esa manera?! —Marizza fue la segunda en tomarme del brazo.

—¡Primero ayúdame a entrar y después te enojas con nosotros! —hablé con miedo.

—¡Tiren todas a la cuenta de tres! —ahora tenía a las tres sujetándome de las manos y de la ropa—. ¡Tres!

Me metieron a la habitación, dejándome caer sobre la cama de Luján, aplastando a Nacho.

—¡¿Cómo puedes entrar todas las noches por esa ventana?! —le pregunté a Nacho—. ¡Pude haber muerto hace un segundo!

—¡Ya mismo quiero que me expliquen que hacen aquí! —alzó la voz Marizza—. ¡Es peligroso que Nacho este aquí! ¡Lo puede ver alguien!

—Ya me vieron —susurro Nacho, bajando la cabeza.

—¡¿Qué?! ¡¿Cómo que te vieron?! ¡¿Quién te vio?! —Marizza comenzó a hacer pregunta tras pregunta.

—Fue Pablo... —traté de explicarle de manera civilizada, pero Marizza me interrumpió.

—¡¿Cómo?! ¡¿Vos lo llevaste al acoplado?! ¡¿Te volviste loca, nena?! —me acuso injustamente, haciendo que se me botara la canica.

—¡¿Qué yo lo lleve al acoplado?! ¡La única responsable aquí de que descubrieran a Nacho fuiste tú, Marizza! —ninguna podía dejar de gritar, haciendo que Luna y Luján nos tomarán de los hombros y Nacho se pusiera en medio de las dos para separarnos.

—¡Tranquilícense! ¡Gritando no llegarán a nada! —nos llamó la atención Luján, haciendo que ambas nos relajáramos.

—A ver, ¿Por qué dices que es mi culpa? Por qué si mal no recuerdo, a la que está pegado como chicle Pablo es a vos, Loreto —había hostilidad en sus palabras, como si le molestará que Pablo estuviera detrás de mí y no de ella.

—¡Porque él te estaba siguiendo a ti! —exploté, dándome cuenta que esto estaba mal, mi comportamiento era inaceptable, y más si estaba motivado por las acciones de un hombre—. Te descuidaste y te siguió hasta el acoplado, cuando fuiste a dejarle la comida a Nacho.

—¿En qué momento...? Yo no lo vi...

—Yo sí —Luján hablo en medio del caos.

Nos explicó que Guido fue el que siguió a Marizza hasta el acoplado y se dio cuenta interceptándolo fuera del contenedor y haciéndole creer que la pelirroja estaba en una sesión espiritual con una bruja, pero tal parece que no se compró ese cuento y fue a decirle todo a Pablo.

—Y eso no es todo —hablé en voz baja.

—¿Todavía hay más? —dijo Luna sorprendida.

—Quiere ver a Marizza —dije, haciendo que se sobresaltara—. Esta noche, en la sala de profesores.

—¡Pues no pienso ir! —exclamó asustada.

—Vas a ir, porque esto no se trata de ti, nena —hablé firmemente—. Se trata de Nacho y en su futuro, eso si no quieres que el intendente de la ciudad lo mandé de pupilo a quién sabe dónde, con quién sabe qué personas.

—Ahora que lo pienso... —miré a Luján—. ¿En dónde dejaste a la bebé?, ¿Con Manu?

—La tiene Pablo, se la llevó después de hablar conmigo —decidí omitir mi discusión con Pablo, porque ese detalle no tenía nada que ver con lo de Nacho.

—¡Lo voy a matar! ¡Lo voy a hacer cubitos y se lo voy a dar de comer a los perros de su papito! —Marizza estaba tan enojada como yo, dándome cuenta que mi plan marchaba bastante bien.

—Primero tienes que ir y hablar con él a la sala de profesores, en lo que yo recupero a Agos —la tomé de los hombros, obligándola a sentarse en la cama.

—Por favor, perdóname, Loreto —se disculpó, tomándome por sorpresa—. Por lo de esta mañana y por gritarte hace unos minutos. Soy una bestia y sabés que no me puedo controlar.

—Tú también perdóname a mí —mi disculpa iba más allá de haberle gritado.

—No lo soporto. No sabés lo loca que me vuelve ese pedazo de pomelo —no pude evitar reírme—. Lo único que ha hecho desde que llegué a este colegio de porquería es molestarme.

—Ese es el Pablo Bustamante que conozco —me burle de nuestra desgracia—. Por favor, Marizza. Ve a ver qué quiere a la sala de maestros y distráelo lo más que puedas para que saque a Agos de su cuarto.

Marizza aceptó hacerme ese favor, en lo que Luján acompañaba a Nacho de vuelta al acoplado, dejándome únicamente con Luna en la habitación.

—No creo que Pablo buchoneé a Nacho.

—Por Dios, Luna. No puedes defender lo indefendible —escuchar a Luna a veces era como escuchar un versículo de la biblia—. Conozco a Pablo perfectamente, es capaz de buchonear a Nacho y hasta de mandarlo a nadar con los tiburones si él quiere.

—No me parece que sea así —puse una mano sobre mi frente, pidiéndole a Dios que me diera paciencia, porque si me daba fuerzas mataba a Luna en este momento—. Digo, tiene que tener algo bueno, porque dudo que te gustara si no lo tuviera.

—Shh... —cubrí su boca con mi mano, mirando a los lados—. ¿Te volviste loca, Luna? ¿Cómo se te ocurre decir eso tan tranquila? ¡Dios! Marizza pudo haberte escuchado.

—¿Marizza? —sospechaba que era muy buena guardando secretos antes porque tenía un círculo reducido de amigos—. ¿Por qué no podría escuchar Marizza?

—Porque no, no quiero que nadie más se entere —no encontré mejor excusa.

—Vos no dijiste nadie, dijiste Marizza —quería coserme la boca con hilo, para no decir más estupideces.

—D-Dije Marizza, porque fue la última en salir del cuarto, ¿Qué tal si está aquí afuera escuchándonos? —hablé paranoicamente, abriendo la puerta, mirando a los costados, agradeciendo que no hubiera nadie en los pasillos—. Nadie puede saber que estoy enamorada de Pablo. Ese secreto no puede salir de aquí. ¿Me escuchaste, Luna? Nadie puede saberlo.

—De acuerdo —susurró Luna—. Pero no entiendo por qué te ponés así, Loreto.

—¿Cómo no me voy a poner así, Luna? —resoplé, sintiendo el calor subir a mis mejillas—. Me muero si alguien más se entera.

Luna me miró con esa calma que hizo que me desesperará, como si estuviera lidiando con una niña caprichosa, y esa niña caprichosa fuera yo.

—Pero... ¿Por qué? —preguntó, alzando las cejas, genuinamente curiosa.

—Porque no, Luna, ¡No insistas! —me crucé de brazos, sintiendo que mi voz temblaba, y eso me irritó aún más—. No tienes ni la menor idea de lo complicado que es esto.

—Pero no tiene porqué ser complicado, Lore —dijo Luna con ese tono sereno que me sacó de quicio—. Sé que tienes miedo, pero si vos estás enamorada de él y él está enamorado de vos, ¿Por qué no solo se lo decís?

—Porque ahora no solo se trata de Pablo, Luna —me detuve, buscando las palabras—. Hay otra persona involucrada.

—¿Otra persona? —Luna frunció el ceño, su mirada llena de confusión—. ¿Qué otra persona?

Mi corazón empezó a latir más rápido, y me sentí como si todo lo que había intentado guardar en secreto se fuera a escapar de un momento a otro.

—Marizza —dije en voz baja, casi en un susurro, mirando al suelo—. Creo que Marizza está enamorada de Pablo también.

—¿Marizza? —Luna abrió los ojos como platos, sorprendida—. ¿Vos estás segura?

—Yo... no sé cómo explicarlo —respondí rápidamente, no queriendo dar detalles que complicaran aún más la situación—. Solo lo siento, Luna.

Luna me miró en silencio durante unos segundos, claramente procesando la información, su expresión era una mezcla entre sorpresa y desconcierto.

—Pero ¿cómo podés saberlo? —preguntó al fin, todavía con cara de no creérselo—. ¿No será que estás imaginando cosas? Tal vez... no sé, tal vez estés confundiendo todo lo que pasa entre ellos.

—No, no lo estoy imaginando, Luna —respondí, con un hilo de voz, tenía tantas ganas de llorar—. Simplemente lo sé, no me preguntes cómo, porque no lo sé.

Luna frunció el ceño, pensativa, y la forma en que me miraba ahora era más desconcertada que nunca.

—Pero... ¿estás segura, Loreto? Tal vez vos estás viendo algo que no es —negué con la cabeza—. Yo... no sé, me cuesta creerlo. Marizza odia a Pablo, vos misma la escuchaste, no lo soporta...

—¿Eso no te recuerda a alguien? —no pude evitar reírme, quizá Marizza y yo teníamos algo en común después de todo—. Ella no lo odia, Luna. Ella esta enamorada de él.

—No sé, Loreto... —habló en un susurro, como si estuviera hablara consigo misma—. Marizza... enamorada de Pablo... No puedo ni imaginármelo. Es como... no sé, algo que no cuadra.

Su tono era de completa incredulidad, y no la culpaba. ¡Ni yo misma podía creerlo! Pero algo dentro de mí me decía que no era una simple confusión.

—Te lo juro, Luna, estoy segura —respondí, apretando los dientes, nerviosa por la situación—. No sé por qué, pero lo siento en el estómago. Algo pasa entre los dos, y llevo cargando con esto todo el maldito día, como si no pudiera hablar de esto con nadie más.

Luna se quedó pensativa, jugando con un mechón de su cabello, como si estuviera buscando una explicación lógica para todo eso. Después de unos segundos, soltó una risita nerviosa.

—No sé... ¿y si estás equivocada? Tal vez es solo que estás sobrepensando las cosas —su tono era más suave, como queriendo tranquilizarme, pero también había algo en su mirada que indicaba que no estaba tan segura.

—Tal vez tienes razón —murmuré bajando la cabeza—. Tal vez todo está dentro de mi cabeza y Marizza no siente nada de eso por Pablo —me reí con nerviosismo, haciendo que Luna también lo hiciera—. Por eso voy a investigar.

—¿Investigar? —repitió con una risita nerviosa, pero había un tono de cautela en su voz—. ¿Y cómo pensás hacerlo? ¿Vas a preguntarle directamente a Marizza si está enamorada de Pablo? No suena como el mejor plan.

Me encogí de hombros, sintiendo que, aunque no sabía si tenía una solución perfecta, algo dentro de mí necesitaba hacerlo. No podía seguir con esa sensación incómoda de duda, como una roca pesada en el estómago.

—No sé, Luna —respondí, un poco más calmada, pero aún con un toque de incertidumbre—. Tal vez no tenga que preguntar directamente, pero... puedo observar más. Ver si realmente hay algo entre ellos, o si solo estoy confundida.

—¿Y qué pensás hacer de ser verdad? —preguntó Luna, cruzándose de brazos y mirándome como si intentara leerme en el fondo de los ojos. Su tono era serio, como si realmente quisiera entender el plan detrás de toda esa confusión.

—De ser verdad... —miré hacia abajo, sintiendo cómo el peso de la situación se hacía cada vez más grande—. No pienso interponerme entre los dos.

—No estás hablando en serio —Luna no creía que de verdad hubiera dicho eso.

—Estoy hablando muy en serio —dije con una seriedad que ni yo misma sabía de dónde sacaba—. Si no puedo estar con él, tengo que hacerlo feliz a como dé lugar —repetí las palabras que le había dicho en la lavandería—. No voy a perder mi amistad con Marizza, por estar enamorada de un chico con el que no puedo estar.

—Tienes que detenerte... Lore... —susurró, procesando lo que acababa de escuchar—. Te estás lastimando a vos misma.

—No me voy a detener, Luna —repliqué, sintiendo cómo la presión en mi pecho aumentaba. No podía seguir ocultando lo que sentía, ni ignorarlo—. ¿En serio no lo entiendes? Tengo que hacerlo. Si realmente hay algo entre ellos... Yo no voy a ser la que lo estropee todo. No importa si me duele, no importa si me quedo vacía por dentro, yo voy a hacer lo que sea necesario para que ellos estén juntos.

Luna nunca dejó de mirarme en ningún momento, sus ojos reflejaban una mezcla de preocupación y desconcierto, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando. Pero yo ya no podía dar marcha atrás, iba a seguir con este plan hasta sus últimas consecuencias.

—Pero... Lore —nada de lo que dijera me haría cambiar de opinión—. ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? Estás dispuesta a hacerte daño solo para que ellos dos estén juntos. Eso no es amor... es sacrificio. Y vos no podés sacrificarte de esa manera.

—No me importa. No me importa si tengo que tragarme mi orgullo o mi dolor. Si eso significa que Pablo va a estar con ella y que todos podamos ser felices, lo voy a hacer —me sorprendía el nivel de determinación que estaba manejando con toda esta locura—. No me importa si tengo que perderme a mí misma en el proceso. Lo único que quiero es que ellos sean felices.

—No sé si quiero ayudarte en esto... —dijo finalmente, casi en un susurro, como si estuviera dudando entre apoyarme o detenerme—. No quiero que te hagas daño.

Suspiró profundamente, como si estuviera tomando todo el peso de lo que acababa de decir. Finalmente, bajó la mirada, y por un momento no dijo nada.

—Puedes ayudarme o no, Luna —bajé la voz—. Eso depende solo de ti. Yo solo voy a hacer lo que tenga que hacer —pronuncié con decisión—. Solo te pido que no le digas a nadie sobre esto... —Luna ni siquiera me dejó terminar la oración, cuando comenzó a negar con la cabeza—. Si, si lo vas a hacer. Vas a mantener este secreto entre nosotras.

—No, yo no puedo ver cómo te partes el corazón por amor —agarre sus manos en un acto desesperado—. Yo no voy a ser partícipe de ver cómo te destruís sola, Loreto. No puedo quedarme de brazos cruzados viendo cómo te sacrificás de esta manera. Esto no está bien, y vos lo sabés —se dirigio a mi con esa calma firme que me hacía sentir que estaba completamente equivocada, pero no podía dar marcha atrás.

—No necesito que lo entiendas, Luna —suplique por piedad—. Solo necesito que lo respetes. Esto es lo que quiero hacer, porque no sé de qué otra forma manejarlo.

—No puedo, Loreto. No puedo quedarme callada viendo cómo te sacrificás de esta manera —insistió Luna, esta vez con más fuerza en su voz—. Esto no está bien. Estás confundida, no estás pensando en lo que de verdad sentís ni en lo que merecés.

—No estoy confundida, Luna —repliqué, casi con desesperación—. Sé perfectamente lo que estoy haciendo. Esto no se trata de mí, ni de lo que merezco. Se trata de ellos. Si Pablo puede ser feliz con Marizza, ¿quién soy yo para interponerme?

—¡Pero no es tu responsabilidad! —Luna levantó un poco la voz, algo raro en ella, y me sorprendió—. ¿Por qué tenés que cargar con todo? ¡No es justo que te pongas en segundo lugar por algo que ni siquiera sabés si es verdad! ¿Por qué no podés pensar en vos misma, Lore?

—No se pensar de otra manera —susurre, abrazándome a mí misma—. Las cosas no funcionan así para personas como yo —era más fácil huir que enfrentar la realidad—. Si ellos tienen algo, si sienten algo el uno por el otro, yo no puedo ser egoísta como para arruinarlo...

—¿Egoísta? —Luna resoplo con incredulidad—. ¿Sabés qué es egoísta? Pensar que vos no tenés derecho a ser feliz. Vos también tenés derecho a estar con él si lo querés, Lore. ¿Por qué tenés que ser la que pierde?

—¡Ya está decidido! —exclamé, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a arder en mis ojos—. ¡No voy a cambiar de opinión, Luna! Si tengo que olvidarme de mis sentimientos para que Pablo sea feliz, lo voy a hacer.

—Estás cometiendo un error —insistió Luna, mirándome con esos ojos llenos de bondad que me hacían sentir expuesta—. Y lo sabés. Esto no es amor, Loreto. Esto es rendirse.

—No estoy rindiéndome —dije con firmeza, limpiándome las lágrimas antes de que cayeran—. Estoy eligiendo lo que es mejor para todos.

Luna no dijo nada más por un largo rato. Su silencio pesaba en el aire, como si sus palabras no pudieran abarcar todo lo que sentía. Luego, sin previo aviso, se acercó hacia mí, abrazándome con fuerza.

El abrazo fue cálido, pero lleno de una tristeza profunda. Sentí cómo su cuerpo se tensaba, como si todo lo que me estaba pasando la lastimara también, aunque no entendiera completamente por qué tomaba esas decisiones.

—Lo siento tanto, Loreto —susurró, apretándome un poco más—. No sé por qué estás haciendo esto, pero sé que no lo estás pasando bien. No sé si va a funcionar, y me duele verte así. Me duele que te hagas daño... por algo que ni siquiera puedes controlar.

Me quedé inmóvil, sorprendida, con el peso de su abrazo envolviéndome. No sabía si lo merecía, no sabía si de verdad tenía derecho a que alguien se preocupara por mí de esa manera. Pero ahí estaba Luna, sin juzgarme, solo acompañándome en mi dolor, aunque no entendiera lo que estaba pasando en mi cabeza.

—Te prometo que, pase lo que pase, estaré aquí —dijo al final, con una suavidad en su voz que me hizo sentir aún más vulnerable—. Aunque no entienda muy bien lo que estás haciendo, no voy a dejarte sola.

Por un momento, todo lo demás se desvaneció. La tensión en mi pecho, el miedo de perderme a mí misma, la confusión... Todo se disipó bajo la calidez del abrazo de Luna. No tenía todas las respuestas, ni sabía qué iba a pasar con Marizza, Pablo o incluso conmigo misma. Pero, por primera vez en mucho tiempo, me sentí acompañada. Aún tenía muchos secretos que contar, pero este estaba bien para ser el primero de tantos.

—Gracias, Luna —murmuré, casi en un susurro—. No sé qué haría sin ti.

Ella me dio un apretón más, y luego se separó ligeramente, mirándome con una sonrisa pequeña, pero llena de cariño.

—No tenés que hacerlo sola. Eso es lo único que te puedo prometer.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro