Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

45|Grabadora

CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO.
grabadora

°

—Te prometo que está va a ser la última vez que la cuides —me sentía una terrible persona—, pero no podía dejársela a nadie más.

—¿Qué hay de las chicas? —preguntó Nacho.

—Las chicas... —recordé el beso entre Marizza y Pablo, sacudiendo la cabeza—. Las chicas están ocupadas con el grupo de baile.

—¿Y vos? ¿No estás en el grupo de baile?

—No tuve tiempo de ensayar —contesté acomodando a Agos en la cama—. Pero no me importa, no necesito estar en un grupo de baile para bailar —quería distraerme—. ¿Sabes bailar cumbia?

—¿Qué es una cumbia? —su expresión me lo dijo todo.

—Es un tipo de música que se baila mucho en México —sonreí, divertida por su confusión—. Es muy movida. ¿Quieres que te enseñe?

Se levantó de la cama de un salto, poniéndose frente a mí, haciéndome sonreír. No teníamos un reproductor de música, por lo que decidí improvisar con mi propia voz, tarareando la canción de La Cobra de Fito Olivares. Empecé a moverme lentamente, marcando el compás con los pies, mientras Nacho me miraba entre curioso y divertido.

—Es fácil, solo tienes que moverte de esta manera —le dije, girando y moviendo las caderas suavemente—. Inténtalo conmigo.

—¿Así? —preguntó, intentando imitarme pero con movimientos torpes.

—Exacto, pero suéltate más —entrelacé nuestras manos—. Y después damos vueltas —levanté su mano, dándole vueltas a su propio eje.

Nacho intentando seguirme el paso, mientras el ambiente se llenaba de risas y pasos descoordinados. Por un momento, todo quedó atrás, disfrutando de un lindo momento entre el niño y yo.

—No puedo más, ¿En serio así bailan en México? —habló exhausto.

—Mi mamá fue la que me enseñó a bailar —mi vida en México era nocturna, siempre en bailes, fiestas y eventos—. Si la cumbia te pareció agotadora, es porque todavía no te he enseñado los huapangos, los norteños, la bachata o la salsa —me consideraba una polímata—. Es más, también bailo muy bien la música villera.

—No, me estás cargando, ¿Qué vas a saber vos de música como esa? Si de lejos se ve que sos una mina con mucha guita —crucé los brazos, sorprendida por conclusión a la que había llegado él solito.

—¿Perdón? No porque una persona tenga mucha “guita” tiene prohibido expandir su conocimiento musical —Nacho me miró incrédulo, de verdad pensaba que era una inculta—. Somos cinco amigos chorros de profesión, no robamos a los pobres porque no somos ratones...

Buscamos la fija y entramos a un banco, pelamos los fierros y todos abajo —comenzó a cantar Nacho conmigo al unísono, bailando alrededor de la pequeña mesa al centro del contenedor.

—No vuelvas a insinuar que soy una inculta —detuve el baile, alzando la voz—. Porque ¿Adivina qué? Tengo catorce años y mucho tiempo libre.

—Mi hermano le gustaba mucho escuchar la música de los Pibes Chorros en la villa —eso me rompió el corazón.

—¿Sabes que? Te conseguiré una grabadora y también traeré mis cassettes de música villera, ¿Te parece? —hablé acomodando mi ropa del uniforme, cuando unas manos envolvieron mi cintura.

—Eres la mejor, Loreto —acaricié su cabello, pensando en lo buen niño que era.

—Para eso estamos las hermanas mayores — murmuré cerca de su oído—. No creo que despierte, ninguna de las dos pudo pegar el ojo en toda la noche.

—¿Por qué no pudiste dormir? —preguntó curioso—. No me digas que fue por el pibe por el que lloraste el otro día.

—¿Llorar por un hombre? —la absurda cantidad de veces que me había hecho llorar Pablo no era de este mundo—. Prefiero comer vidrio.

—No te hagas. Yo mismo te vi, como te secabas las lágrimas —esto era malo.

—Hagamos algo —me adelanté a tomar sus manos—. Tú me prometes que te olvidas de ese momento y yo te prometo que te traigo de comer lo que sea que me pidas.

—¡Una hamburguesa con papás! —ni siquiera la pensó dos veces.

—Entonces mantén la boca cerrada, ¿Me escuchaste? —lo señale con el dedo—. No sé lo digas a nadie y mucho menos a Marizza.

—¿Por qué no a Marizza? —era una buena pregunta.

—Ya te vas a enterar —caminé hasta la salida—. Cuídense mucho, no dejes que los descubran y mucho menos que los atrapen, Nacho —sabía que estaba actuando como una nena, pero de verdad no tuve el valor de siquiera tocar la puerta del cuarto de las chicas en la mañana—. Regresaré lo más rápido posible, ¿De acuerdo?

Le lancé besos al aire, bajándome del contenedor, corriendo al colegio. Tenía el cabello hecho un desastre, mi uniforme no estaba planchado y se me había olvidado como ponerme la corbata.

Simplemente no era mi día, actuaba más tonta que de costumbre y nada me salía a la primera como estaba acostumbrada.

Me saqué la corbata del cuello de la frustración, encontrándome con una escena que no necesitaba ver en este momento.

Pablo rodeado de su nuevo grupo de amigos, obstruyó la puerta del salón para que Marizza no pasará, desencadenándose una discusión sobre el beso de anoche, haciéndome sentir tan pequeña. Y cuando estuve a punto de irme y dejar las cosas como estaban, escuché mi nombre salir de la boca de uno de los amigos de Pablo.

—Che, ¿No estabas saliendo con Loreto, capo? —esa pregunta me hizo armarme de valor y ponerme a un lado de Marizza.

—Por supuesto, pero al parecer este camionero no estaba enterada de que entre su dizque mejor amiga y yo había una relación y vino y me partió la boca...

—A mí nadie me pidió formalizar nada —interrumpí su conversación, llamando la atención de todos, atreviéndome a mirar a Marizza, dándome cuenta de que la confesión de Pablo la dejo horrorizada, haciendo que se convirtiera en un manojo de nervios, como si me hubiera hecho algo malo—. ¿En serio creíste que ese beso en la mesa de billar significó algo para mí? Por favor no me digas eso, Pablito, porque me muero...

—¿De qué hablás, nena? Si todo el colegio sabe desde el día uno que entre vos y yo siempre ha habido una relación —intentó mantener la calma, pero ese movimiento que hizo con las manos me demostró que estaba muerto de los nervios.

—¿Y alguien de todo ese colegio está aquí entre nosotros? —miré a mi alrededor, burlándome de su tonta afirmación—. De verdad, que pena contigo, Pablo...

—¿Podemos hablar en privado? —se adelantó a tomarme del antebrazo con el ceño fruncido.

—No tengo tiempo, tengo que averiguar cómo se pone está tonta corbata —me zafé de su agarre—. Si quieres hablar del beso con Marizza, en serio no te preocupes por nada. Ambos somos personas libres, no me debes ninguna explicación —dije tranquila—. Ninguno de los dos me la debe —aclaré, antes de caminar a mi casillero.

Milagrosamente no me puse a llorar delante de todos ellos, pero las ganas no faltaron. La razón por la que no pude dormir en toda la noche no fue Pablo, más bien Marizza. Me puse a pensar en todas sus interacciones desde que se conocieron. Peleaban y discutían todo el tiempo. No sé me hacía completamente descabellada la idea de que Marizza estuviera enamorada de Pablo.

Entre más lo pensaba, la parte de que Marizza estuviera enamorada de Pablo o Pablo estuviera enamorado de Marizza no era lo que realmente importaba ahora, más bien era lo que yo estaba dispuesta a hacer en caso de que eso sucediera. ¿Me tenía que alejar de Marizza? ¿Enojarme con ella y hacerla a un lado como lo hice con Natalia? No, por supuesto que no. Marizza no era como Natalia.

No quería escuchar las explicaciones de Pablo, pero tenía que investigar los sucesos que los llevaron a tener que besarse en la recepción. La imagen de ambos besándose volvió a aparecer en mi mente como un recordatorio de que este sentimiento no se iría pronto.

—¿Quién invento estás porquerías? Lo quiero matar —exclamé, forcejeando con la corbata y apretándola como si quisiera acelerar mi final.

—Vaya, qué agresividad —soltó una risa mientras yo me golpeaba la frente contra el casillero, rogándole a la tierra que me tragara—. ¿Qué pasa, Princesa? ¿Estás peleando contra una corbata y la corbata va ganando?

—¿No te enteraste? Tiene vida propia —repliqué, girando sobre mis talones para encararlo—. Si te atreves, acércate y te demuestro cómo un pedazo de tela podría ganarnos a los dos.

Intenté rodear su cuello con la corbata, pero fue más rápido y la atrapó antes de que pudiera hacerlo.

—¿Qué sucede? ¿El príncipe azul hizo enojar a la Princesa? —bromeó mientras acomodaba la corbata en el cuello de mi uniforme con una facilidad insultante.

—No quiero hablar de eso —murmuré, mirando cómo sus manos hábiles ataban el nudo perfecto—. ¿En qué parte de la historia Hernán Cortés ayuda a la Malinche a ponerse una corbata?

—No lo sé, Princesa, pero estoy casi que seguro de que Cortés habría sido pésimo con las corbatas —sonrió con suficiencia, ajustando el nudo de la corbata—. Listo, ahora pareces toda una diplomática... o una víctima del sistema, no estoy seguro.

Rodé los ojos, cruzándome de brazos. 

—Y tú pareces un idiota con complejo de héroe. ¿Qué se supone que haces aquí de todos modos? —pregunté curiosa—. Creo que estás muy alejado de tus tierras, y no estoy hablando de las españolas —nunca me cansaría de hacer hincapié en su nacionalidad—. Estos son los casilleros de tercer año.

—Bueno, como una vez lo dijiste, me encanta colonizar conversaciones ajenas —respondió con una sonrisa tan descarada que casi me hizo reír.

—Y vaya que lo haces bien —contesté, cruzándome de brazos mientras intentaba no darle el gusto de verme sonreír—. ¿No tienes algo mejor que hacer? No lo sé, ¿Imponer tu religión sobre otro continente que juráis haber descubierto vosotros?

—¿Qué puedo decir? Es un don innato —replicó, encogiéndose de hombros como si llevara la culpa de sus ancestros con orgullo—. Pero tranquila, Princesa, contigo me conformo con robarte unos minutos de tu día.

—Espero que sea solo eso, porque te advierto, yo no soy fan de regalar oro ni de aceptar tratados injustos —repliqué, alzando una ceja.

—Trato hecho —dijo, levantando las manos en un gesto de rendición teatral—. No sabes cuánto me satisface sacarte una sonrisa… aunque sea una pequeña.

Me mordí las mejillas, reprimiendo una sonrisa, tratando de volver a recuperar la compostura.

—De acuerdo, espero que este tratado te deje algo, porque yo solo tengo sarcasmo para ofrecer.

—Con eso me basta —respondió, encogiéndose de hombros—. Es mi idioma favorito, después del castellano, claro.

Antes de que pudiera contestar, él se apoyó despreocupadamente contra el casillero, con esa sonrisa que me sacaba de quicio.

—¿Sabes? Estoy esperando que me agradezcas por haberte salvado hace solo unos segundos —habló acomodándose despreocupadamente contra el casillero con esa sonrisa que me sacaba de quicio.

—¿Salvarme? —arqueé una ceja—. ¿De qué? ¿De morir estrangulada por un trozo de tela? Creeme cuando te digo que hay muchas más maneras poéticas de morir que por una simple corbata, Torombolo.

—Por supuesto. Podrías saltar de un puente recitando a Sor Juana Inés de la Cruz, pero no creo que ese sea muy tu estilo. Eres más valiente que eso, ¿O me equivoco?

—No sabes nada de mi estilo —repliqué con frialdad, este chico no me conocía en lo absoluto.

—Tal vez no —susurró, inclinándose un poco hacia mí, su voz más baja y cargada de algo que no pude descifrar—. Pero me encantaría averiguarlo.

El silencio se extendió entre nosotros, tenso, como si todo el pasillo se hubiese congelado. Bajé la mirada, incómoda, hasta que volví a fijarla en él.

—Prefiero que me dejes a solas con mi corbata asesina —refunfuñé, queriendo romper el momento mientras miraba de reojo el casillero y me preguntaba si podría esconderme dentro.

—No exageres, Princesa. Si puedes cuidar un bebé, esto tiene que ser pan comido —respondió, sonriendo con descaro.

—Claro, porque cuidar a un bebe es igual de difícil que intentar matarse con un pedazo de tela amarrado en el cuello.

—Si lo ves así, parece un instrumento de tortura disfrazado de elegancia —dijo, dando un paso atrás para observar su obra con una sonrisa ladeada—. Aunque, si me preguntas, te queda bastante bien.

—¿Ahora me vas a decir que me veo bonita? —crucé los brazos, fingiendo estar sorprendida.

—No, creo que eso es algo implícito —hizo una pausa y bajó la voz, acercándose lo justo para que solo yo lo escuchara—. Solo diré que, incluso con tu cara de pocos amigos, sigues siendo mi Princesa favorita de este reino caótico.

No pude evitar sonreír, aunque intenté disimularlo.

—¿Qué reino caótico? Si esto fuera un cuento, estoy segura de que yo sería la bruja, en vez de la princesa.

—¿Te referís a la Bruja Buena del Sur, elegante y con clase, que ayuda a todos? —respondió con tono divertido.

—No, más bien como la Bruja Mala del Oeste, amargada y malvada, que maldice a todo el mundo.

—¿La Bruja Mala del Oeste? —se giró hacia mí, mirándome con esa sonrisa que tanto odiaba—. Qué curioso, considerando que de hecho es mi personaje favorito. Siempre me pareció más auténtica que la Bruja Buena del Sur. Me gustan las que no fingen ser algo que no son.

Rodé los ojos, sintiendo cómo una sonrisa se asomaba, aunque intenté ocultarla.

—Termina con lo tuyo y déjame en paz —corté la conversación.

—Lo que tú digas, Bruja —respondió, retrocediendo con una sonrisa ladeada que me hacía querer arrojarle algo a la cabeza—. Pero recuerda, siempre estoy a una corbata de distancia.

Finalmente, se giró y se marchó, preguntándome en qué momento mi día pasó de ser una tragedia a algo... tolerable.

Decidí enfrentar la realidad, porque el carrusel nunca deja de girar, una frase que representaba todo lo que era mi vida. Porque mi vida no se acabó cuando se fue papá, tampoco cuando regreso y mucho menos cuando nos obligó a mamá y a mí a abandonar nuestro hogar.

—Che, ¿Quién era ese pibe con el que hablabas? —me interrumpió Tomás, deteniéndome en la entrada del salón

—Es un... —pensé en lo que iba a decir, porque el Torombolo no era mi amigo, mucho menos un compañero—... conocido. No lo sé, ¿Por qué preguntas?

—No sabía que dejabas que un simple “conocido” te pusiera la corbata —lo miré detenidamente, pensando desde que lugar hacia ese comentario.

—Tomás no es necesario que sigas actuando como mi guardaespaldas...

—¿Cómo no querés que actúe así, si ese gil se quiere tranzar a la chica de mi mejor amigo? —se puso a la defensiva.

—Primero, no soy la chica de nadie. Segundo, tienes que preocuparte por cosas más importantes si quieres que Pablo vuelva a ser tu mejor amigo —lo señale con mi dedo en su pecho—. ¿Solo para eso me hablaste?

—No, desapareciste todo el día de ayer, intenté buscarte, pero no te encontré por ninguna parte —habló avergonzado Tomás—. Me quedé preocupado por vos toda la noche, ¿Estás bien?

—Estoy mucho mejor, gracias por preguntar —miré con gratitud a Tomás—. Lamentó lo de ayer, con todo el asunto de Pablo no podía lidiar con...

—Ningún otro pibe —me interrumpió, completando la frase—. Lo entiendo perfectamente. No es necesario que me lo expliques, ¿Todo está bien entre nosotros?

—Todo bien —asentí mirando de una manera diferente a Tomás.

Nos quedamos hablando fuera del salón, entrando a los pocos segundos, mirando no solo que el lugar de Tomás, junto a Pablo, ya estaba ocupado, sino también que todas sus cosas estaban regadas en el suelo. Esto era simplemente el colmo.

—Quédate aquí —le pedí a Tomás, no dejaría que Pablo lo humillara de esta manera. Me adelanté junto a Pilar—. Oye, Pili —llamé su atención—. ¿Crees que podemos intercambiar lugares solo por esta semana?

—P-por supuesto, Loreto —habló con nerviosismo.

—Eres la mejor, Pili —le agradecí lanzándole besos al aire. Regrese hacia Tomás, quien se adelantó a levantar sus cosas—. Déjame te ayudo.

Me incliné a recoger las hojas sueltas y plumas regadas, mirándolo encogido de hombros, pensando en lo humillado que debía sentirse por las acciones que estaba tomando Pablo. Ambos nos levantamos, sacudiendo el polvo de nuestras rodillas, aprovechando el breve momento en el que nuestros ojos chocaron para dedicarle una sonrisa amigable, porque podía entender completamente como debía sentirse.

Sentí dos miradas clavarse en mi cuello, provocando que tomara la decisión de enfrentar a las personas que me estaban viendo. Encontrando primero el semblante serio del amigo de Pablo, sin rastro alguno de expresión facial. Y a su costado el rostro asesino de Pablo, quien no transpiraba más que odio y rechazo.

—Vamos a sentarnos —los ignoré, adelantándome a tomar la mano de Tomás y apresurándonos a sentarnos en nuestros nuevos lugares.

—Te vas a meter en problemas, nena. Devolvele el lugar a Pilar —negué con la adrenalina a todo lo que daba.

—No, no te dejaré —moví el banco, pegándolo al suyo—. En serio, no tienes idea de lo decepcionada y molesta que estoy con ese intento de evolución humana, pero no dejaré que su amistad termine, ¿Me escuchaste? —susurre para que nadie nos escuchará—. Tu lugar está con él y su lugar está contigo.

Me tomaron de los hombros.

—Pero que lindo —Pablo comenzó a golpear levemente mis hombros—. Mi novia sentada junto al que se suponía que era mi mejor amigo —paso sus golpes a los hombros de Tomás con más fuerza—. ¿Por qué no te corrés a otro lado y dejás que me siente junto a Lory, Tommy?

—No soy tu novia Pablo —aclaré rápidamente, tomando a Tomás de la camisa, antes de que huyera y me dejara con Pablo—. ¿Sabes? Ni siquiera tendría por qué estar sentada aquí, si tan solo no hubieras tirado las cosas de Tomás.

—Vos misma lo acabas de decir, tire las cosas de este pelotudo, no las tuyas, nena —escupió molesto.

—Entonces vuelve a ser su mejor amigo —lo confronté, atreviéndome a mirarlo—. Si no vuelves a ser mejor amigo de Tomás, me temo que ese lugar lo voy a ocupar yo.

—¿Sos pendeja? —no pudo utilizar mejor palabra para llamarme—. O se cambia él o te cambias vos.

—¿O si no qué, Pablito? ¿Me vas a volver a partir la boca en contra de mi voluntad, delante de todo el salón? —su reacción me dijo todo lo que necesitaba saber en este momento.

Se quedó sin palabras, como si finalmente entendiera por qué estaba actuando con él de esta manera. Todo mi enojo se fue y solo me quedé viéndolo con decepción, como si nosotros ya no tuviéramos más solución.

—Loreto, yo...

—Guarden silencio —nos interrumpió el preceptor, haciendo que Pablo regresará a su asiento—. Tengo el gusto de anunciarles que la profesora Hilda Acosta termina su licencia y vuelve a hacerse cargo de las clases de Historia —la maestra Hilda entro al salón, sentándose en el escritorio.

Todos guardamos silencio, mientras la maestra Hilda nos hablaba de los temas que estaríamos viendo durante el primer trimestre. Era la clase de Historia, mi materia favorita y simplemente no podía concentrarme, mirando a Marizza. En lo realmente hermosa que era, con su cabello lacio, corto y rojo. Su cuerpo envidiable, con esas curvas, sus brazos y piernas bien definidas. Su manera de actuar, su forma de hablar.

Me toqué el cabello, no solo odiando el largo de mi cabello, también su onduladez y su color castaño claro. Baje la mirada, deteniéndome en cada parte de mi cuerpo, comprándome descaradamente con todo lo que caracterizaba a Marizza, solo para darme cuenta de lo diferentes que éramos la una a la otra.

—Ella es tan bonita... —susurré sin la intención de que alguien me escuchará.

—¿De quién hablas? —preguntó Tomás, acercándose a mí.

—De Marizza —su cara cambio por completo, como si hubiera dicho una mentira—. ¿No es linda, Tomás? Tan solo mírala... —me llevé las manos a la cara, deseando tener sus mismos pómulos, la forma de sus labios y su nariz—. ¿No es la chica más hermosa que hayas visto?

—¿Estás segura de que estás hablando de Marizza? Porque Mía está del otro lado... —apuntó al lugar donde se encontraba Mía.

—Marizza, estoy hablando de Marizza, Tomás—no podía dejar de verla—. Ella es la chica más bonita que he visto...

—Estas de joda —me negué a despegar los ojos de Marizza—. ¿Acaso te volviste ciega? ¿Cómo Marizza va a ser la chica más bonita que has visto, nena?

—Solo mírala, Tommy —rodeé sus hombros con mi mano, acercándolo a mi cuerpo—. Mira su cabello, sus manos, sus piernas, su cintura —podía quedarme horas hablando de lo bonita que era Marizza—. Escúchala, Tommy. ¡Por Dios, es tan hermosa!

—Che, si no te conociera, diría que estás enamorada de Marizza —habló con preocupación Tomás.

—Si tan solo fuera así de fácil —una gran envidia me invadió, quemándome la boca del estómago.

El timbre sonó, haciendo que me levantará de mi lugar y comenzará a caminar hasta la salida, tenía que llevarles de comer a Agos y Nacho.

—Loreto podemos hablar —dijeron al unísono Pablo y Marizza.

—Contigo no quiero hablar, piérdete —hablé a la defensiva, tomando la mano de Marizza y alejarnos de Pablo—. Si quieres hablar sobre el grupo de baile, perdón, pero no voy a poder estar con ustedes...

—No, nosotras entendemos. Con todo el asunto de la bebé, tu cabeza de estar en cualquiera, pero no te preocupes, cuando me haga capitana del grupo de baile, te prometo que serás la primera en entrar con nosotras...

—¿Entonces de que quieres hablar? —la interrumpí, mirando las curvaturas de su rostro, las líneas de sus ojos, sus pestañas, sus cejas, hasta los pelitos que sobresalían de su frente.

—Yo solo venía a aclararte lo de Pablo —se volvió un manojo de nervios—. No tenía idea de que vos salías con el He-Man trucho...

—No salimos —volví a interrumpirla—. Pablo está desesperado porque todo el colegio supere lo de sus cuernos y me beso delante de sus amigos, para demostrarles que eso no le afectó en lo más mínimo —le aclaré para no darle lugar a las malas interpretaciones.

—No puede ser, ¿Es real lo que me estás contando? —asentí lentamente—. Pero que pedazo de pomelo que es. ¿Cómo se atreve a utilizar a mi amiga de esa manera? —la escuché sincera—. Lo voy a matar y enviar por paquetería a ese muñequito de plástico...

—Está bien, Marizza —tomé su mano para que no saliera corriendo—. Suficiente tiene Pablo con ser el hazmerreír del colegio, no desperdicies tu tiempo en él... —una idea cruzó por mi cabeza, provocando que me desangrara internamente de solo pensarlo— ...a menos que de verdad te importe.

—¿Cómo no me vas a importar, nena? Sos mi mejor amiga...

—Me refiero a Pablo.

—¿Qué tiene que ver ese pomelo con esto? —preguntó confundida.

—Vamos, Marizza —intenté alivianar el ambiente—. Tu misma lo acabas de decir, somos mejores amigas, puedes contarme lo que sea...

—Espera, ¿Creés que me gusta Pablo? —no pronuncie palabra alguna, dejando que ella misma me contestara—. ¿Estás loca, Loreto? Pero ¿Qué cosas decís? —fingió que se iba a vomitar—. Dios, que asco me dio de solo pensarlo...

—Lo mismo digo yo —analicé su comportamiento—, porque sabes que a Pablo y a mí nos comprometieron a la fuerza, ¿Verdad, Marizza? —le recordé—. Lo detesté desde el segundo en que lo conocí...

—Yo igual, Loreto —se adelantó a decir—. Por eso se me hace raro que siquiera se te cruzará por la mente que yo... y Pablo... —negó con la cabeza una infinidad de veces, mientras sacudía su cuerpo—. Hasta me dio un escalofrío, de solo imaginarlo... Por favor, no vuelvas a suponer una estupidez como esa —en ningún momento me miró a los ojos—. La única razón por la que lo bese fue para que no descubriera lo de Nacho, pero en mi vida volvería a partirle la boca a ese rubio teñido —se escuchaba igual que yo—. ¿Sabes qué? Creo que me vomité un poco, voy a lavarme los dientes, antes de la prueba del grupo de baile...

Marizza salió corriendo sin despedirse.

—Está mintiendo... —quería morirme.

Cubrí mi rostro con mis manos para esconder las inmensas ganas que tenía de llorar. Lo peor era que no sabía cuál era la razón por la que lloraba exactamente.

—Lore, darling —me llamó la voz de Mía—. ¿Qué sucede, sweet?

—Se me metió una pelusa en el ojo —rápidamente quité las manos de mi cara, limpiando las pequeñas lágrimas que se me filtraron por las mejillas.

—No me mientas, peaches —me agarro de los hombros, obligándome a sentarme en la banca fuera del salón—. No me digas, ¿Esto tiene que ver con Pablo?

—¿Cómo lo sabes? —pregunté sorprendida.

—Porque fuimos amigas por dos años, pretty. Soy testigo de toda tu historia de amor con Pablo —ella estaba tan feliz.

—Ninguna historia de amor, porque ninguno está enamorado del otro...

—Yo los escuché a Manuel y a ti —me le quedé viendo confundida—. Dude un poco cuando Pablo lo dijo, pero termine de confirmarlo cuando le pedí a Manuel que fuera contigo, después de salir de la habitación de los chicos —esto tenía que ser una broma—. Pablo y vos se besaron en la piscina.

—¿Lo supiste todo este tiempo? —no lo terminaba de procesar—. ¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque eres mi amiga, Lore —entrelazó nuestras manos—. No quería lastimar los sentimientos de Vico, pero como se lo dijimos una infinidad de veces Felicitas y yo... Pablo y vos están hechos el uno para el otro...

—Es verdad, casi lo olvido —me golpeé la cabeza—. Tú me transformaste —bromeé, destruyéndome por dentro—. Me hiciste la novia perfecta para Pablo, ¿No es así, Mía?

—¿Quién te dijo eso? —preguntó horrorizada.

—Nadie, yo te escuché hablando con Felicitas y Vico —hablar de eso solo me dieron más ganas de llorar—. ¿Sabés, Mía? Probablemente, si no te hubiera escuchado decir eso, nunca me habría separado del grupo de baile, ni dejado de ser su amiga y... —pensé en mi relación con Pablo.

—Pablo y vos estarían juntos —me quedé helada, mirándola—. Yo soy la razón por la que no están juntos...

—Olvídalo Mía —le pedí, limpiándome la cara con las manos.

—Vos me odias, ¿Verdad? —esa pregunta sonó irreal.

—Por supuesto que no te odio —negué, acercándome a ella—. Nunca podría, Mía —la agarré de las manos—. No creo estar enojada con nadie, ¿Sabes?

—¿En serio? ¿No piensas siquiera mal de mí? —negué con la cabeza.

—Jamás —dije acomodando su cabello detrás de su oreja—. Lo que dijiste no estuvo bien, pero créeme cuando te digo que nunca te he culpado por como sucedieron las cosas —era extraño volver a dirigirle la palabra Mía—. Debí haber hablado las cosas contigo y no simplemente alejarme...

—No digas eso, Lore. Estabas en todo tu derecho de alejarte. Lo que escuchaste. Lo que dije sobre vos, fue horrible —quise contradecirla para que se sintiera mejor—. Siempre lo supe, desde qué te conocí...

—¿Qué cosa? —pregunté curiosa.

—Que eras luz —me rodeó con sus brazos, sorprendiéndome—. Eres mucho más de lo que dije sobre vos. No existe nadie que te llegue a los talones.

—¿En serio? —pregunté insegura.

—En serio, sweety —le correspondí el abrazo, queriendo creer en sus palabras—. Pero mirá lo tarde que es, las pruebas para el nuevo grupo de baile ya van a empezar. Hay que apurarnos...

—Yo no voy a hacer la prueba —la detuve, antes de que me arrastrará con ella al gimnasio.

—¿Cómo? ¿Vos no estás en el grupo de la grasa de Marizza?

—Tengo la cabeza en otro lado, quizá después —no estaba segura de que eso fuera real—. Se te hace tarde, Mía. No te preocupes por mí, ve y demuéstrales a todos por qué es tan difícil ser Mía Colucci.

Mía me miró con gratitud y se lanzó a darme un beso en la mejilla, su habitual manera de demostrar cariño a la persona que recibía el afecto.

Luego de quedarme sola en el pasillo, recordé que tenía mejores cosas en las que invertir mi tiempo, en lugar de seguir comparándome y matándome de amor, porque las personas no nos enfermábamos, nos enamorábamos, que era peor que morir.

Me limpié los mocos con la manga de mi uniforme y caminé hacía la cafetería. No tenía sentido quedarme ahí, mirando cómo todo el mundo seguía con sus vidas como si yo no existiera. Me dolía, por supuesto que me dolía, pero no iba a quedarme parada como una tonta esperando algo que no se iba a solucionar en este momento.

Compré la hamburguesa con papás que Nacho me pidió, corriendo a mi habitación para agarrar la comida de Agos, metiendo todo a la pañalera, poniéndomela sobre el hombro y cuando estuve a punto de salir, recordé la plática que tuvimos Nacho y yo en la mañana.

—No creo que se dé cuenta, ni siquiera la utiliza —me dirigí al armario de Natalia, traspulcando entre sus cosas, agradeciendo era una persona ordenada y pronto pude encontrar su grabadora—. Tal vez debería quedármela. Qué sirva como reparación de los daños.

La grabadora no era muy grande. Era perfecta para llevarla a todos lados, solo era cuestión de cargarla con la manilla, pero como no quería levantar sospechas, decidí meterla a la pañalera sacando la comida y acomodando todo con cuidado.

Tome algunos cassettes de mi repisa, dándome cuenta de que me faltaban mucho de traer de mi casa. En su mayoría era música que no están segura de que le gustaba a Nacho, como Juan Gabriel, José José, Luis Miguel, OV7, Kabah, Menudo, La Oreja de Van Gogh, Gloria Trevi, Amanda Miguel, Jenni Rivera, Soda Stereo, Enanitos Verdes, Madonna, Britney Spears, Michael Jackson, Christina Aguilera, Elton John, Black Eyed Peas, Spice Girls, Oasis, Backstreet Boys, Hoobastank, Soraya y algunos mixes que mamá me había hecho ella misma.

Cómo no me quedaba más espacio en la mochila, decidí ponerme un suéter y meter todo lo que pusiera en mis bolsillos. Me dirigí a la puerta cuidadosamente, mirando que no hubiera nadie en el pasillo y al no encontrar ningún obstáculo a vencer, corrí hasta el acoplado.

—Nacho —llamé su atención abriendo el contenedor—, te traje dos sorpresas, pero tienes que cerrar los ojos.

Nacho se llevó las manos a los ojos, causándome cierta gracia. Detrás de él observé a Agos despierta y en cuanto me miró, se emocionó, chocando las manos. Esa pequeña acción me lleno de emoción, dándome cuenta de que no tenía nada que temer con Agos a mi lado.

Me apoyé con el piso del contenedor, entrando de un salto, sacudiéndome el polvo que se me pego en las manos y las rodillas, acercándome a Nacho, sacando primero su comida.

—Ya puedes abrirlos —su cara se iluminó, viendo la hamburguesa con papás—. Dime, ¿No soy la mejor hermana mayor del mundo?

—¡Muchas gracias, Loreto! —brincó a mi cuerpo, rodeándome con sus brazos—. ¿En dónde está el refresco?

—¿Me pediste un refresco? —lo alejé de mi cuerpo.

—¿Cómo quieres que me pase está monstruosidad? —me golpeé internamente.

—Tienes razón, no lo pensé —Nacho se quejó en voz alta—. Ya, perdóname. Se me olvidó.

—¡Con permiso! —la característica voz de Marizza se hizo presente, haciendo que miráramos como entraba al contenedor—. Loreto, ¿Qué hacés aquí?

—Les traje de comer a Nacho y a Agos —hablé intentando no hacer el momento más incómodo de lo que ya era.

—Mirá, que bien. Yo también pensé lo mismo, por eso le traje lo que sobró de la presentación del grupo de baile —dejo el refresco de naranja y un topper lleno de aperitivos sobre la mesa.

—¿Cómo les fue en las elecciones? —pregunté amigablemente.

—Barrimos el piso con todo el grupo de descerebradas de la hueca de Mía —eso solo significaba que al grupo de Mía no le había ido tan bien—. ¿Y qué? ¿Ninguno me va a felicitar?

—Muchas felicidades, Marizza —me acerqué para abrazarla, junto a Nacho—. Era imposible que tú no entraras al grupo de baile. Eres simplemente increíble, nena.

—Eso solo significa que estoy más cerca de volverme la capitana del nuevo grupo de baile y, ¿adivina qué? —guarde silencio, sin saber qué decir—. Lo primero que voy a hacer cuando sea la capitana del grupo de baile es abrir nuevas pruebas para que más chicas tengan la oportunidad de unirse —esta era la Marizza que conocía, ella era la definición de filántropa—. Por supuesto, tú ya estás más que adentro, nena.

—¡Si, Loreto baila muy bien! —dijo Nacho emocionado.

—No, no es cierto...

—¡Claro que sí! ¡Ella misma me estaba enseñando a bailar cumbia! ¡También sabe bailar villeras! —exclamó para silenciarme.

—¿En serio? En ese caso podríamos extender las coreografías y no quedarnos únicamente con la música de Barbie... —Marizza se acercó a abrazarme—. Sos una genia, Loreto.

—¿L-Lo soy? —pregunté incrédula.

—Claro que lo sos, pero tengo que irme, quedé con las chicas del grupo de baile de festejar —Nacho se despidió brincando a sus brazos, dándole un abrazo—. Che, ¿No querés unirte, Loreto?

—No, por favor —Marizza me miró raro—. Digo, ustedes fueron las que se ganaron ese lugar en el grupo de baile con disciplina y mucho esfuerzo —cambie el tono de mi voz por uno más alegre—. Todas tienen que ir a festejar su triunfo —dije juntando nuestras manos—. Y cuando seas la nueva capitana del grupo de baile, te prometo esforzarme mucho para ganarme mi lugar con ustedes.

Marizza se despidió de nosotros para dejarle la comida a Nacho. Nos sentamos los tres a comer y hablamos un poco de la vida, básicamente como había pasado sus últimos días en la villa. Le pregunté de sus amigos, las actividades que realizaba, sobre la escuela. La conversación fue tranquila, hasta que me di cuenta de que Nacho se estaba poniendo ansioso.

—Oye, todo está bien —me acerqué, poniéndome a su lado con Agos en mis brazos—. No tienes que preocuparte por nada —lo abrace por los hombros—. Marizza nunca permitiría que te valieras por ti solo, haya afuera.

—¿Y si me descubren? ¿Y si las meto en problemas? —negué escondiendo mi cara en si cuello—. No quiero que a ninguna le pase nada malo por mi culpa.

—¿Disculpa? ¿Cuántos años crees que tienes, nene? Nosotras somos las adultas responsables aquí —temía que si no aclaraba el tema ahora, se adjudicará responsabilidades que no le correspondían—. Deja de pensar en nuestro bienestar y mejor preocúpate por cosas más importantes.

—¿Cómo qué? —preguntó ensimismado.

—Como en comportarte como un niño —deje un beso en su mejilla, poniendo a Agos en la cama y corriendo a la pañalera—. Se me olvidó decirte que te traje otra sorpresa.

—¿Qué me trajiste? —se levantó para caminar hacia mí.

—Cierra los ojos —Nacho me hizo caso, cubriéndose los ojos con las manos. Saque la grabadora de la pañalera poniéndola frente a sus pies—. Ábrelos.

—Me trajiste la grabadora —exclamó de la felicidad, dejándose caer de rodillas.

—También te traje algunos cassettes —le dije mientras sacaba los cassettes de mis bolsillos—. ¿Por qué no ponemos música y hacemos una fiesta? Solo nosotros tres.

—¡Si! —gritó, poniéndonos de acuerdo en acomodar las cosas.

Nacho me ayudo moviendo la mesa a un costado y poniendo la comida en la cama, junto a Agos, mientras yo acomodaba la grabadora y los cassettes por la puerta del contenedor. Poniendo el mix de canciones que mamá me había hecho, sonando pura música de la que le hablaba a Nacho en la mañana. Cumbia. Huapangos. Norteños. Bachata. Salsa. Duranguense.

La primera canción que sonó fue la de Amor chiquito de los Cardenales de Nuevo León, haciendo que se me dibujara una sonrisa en los labios y se me desbloquearán muchos recuerdos de mi infancia.

—Esta canción me la cantaba mi mamá cuando era más pequeña y cada que me llevaba a bodas, fiestas, cumpleaños, bailes o la pasaban en la radio la bailábamos —probablemente estaba exagerando, pero desde que nos mudamos aquí a Argentina no habíamos tenido la oportunidad de hacer nada de eso.

Extrañaba mucho a mi mamá.

—¿Tu mamá está...?

—No, por favor, que Dios no te escuché —rápidamente toque la madera del suelo del contenedor—. Ella está de viaje de negocios —hablé decaída—. Es una empresaria muy exitosa que trabaja desde las sombras, por culpa de algo llamado: sistema patriarcal. El cual básicamente dicta que, aunque mi mamá sea la mujer más inteligente y capaz, siempre tendrá que trabajar el doble para que la tomen en serio por el simple hecho de ser mujer.

Lo dije rápido, como si hubiera estado atorado dentro de mi garganta durante mucho tiempo. No era justo, nunca lo había sido, y eso siempre me molestaba más de lo que podía admitir.

—Eso suena horrible —murmuró, mirándome con una mezcla de sorpresa y compasión.

—Lo es. Pero ella no se rinde. Es la persona más fuerte que conozco. Aunque a veces desearía que no tuviera que ser tan fuerte. Que pudiera quedarse en casa y descansar un poco, o bailar conmigo como antes.

Cerré los ojos por un momento, dejando que el recuerdo de nuestra última fiesta juntas llenara mi mente. Fue el último día de mamá como dueña del Club nocturno: “Reinas De La Noche”, antes de que papá nos arrastrará con él a este país. La música, las risas, su sonrisa, toda nuestra familia reunida. Simplemente extrañaba toda mi vida, porque aunque nada estuviera bien y todo iba en declive, era mi maldita vida.

—¿Y cuándo vuelve? —preguntó después de un rato.

—No lo sé. Siempre dice “pronto”, pero ese “pronto” a veces puede significar semanas o incluso meses… —me encogí de hombros, intentando sonar indiferente, aunque por dentro me carcomía la incertidumbre.

Hubo un silencio incómodo, pero no era culpa de Nacho. Simplemente no había mucho más que decir. A veces la realidad era así: complicada, injusta, y dolorosa.

—Quita esa cara larga —toqué su nariz—. Esto es una fiesta, no un velorio —caminé a la grabadora, cambiando de canción, reproduciendo la canción de La Vida es un Carnaval—. Porque como bien dice mi amiga más íntima, Celia Cruz: “No hay que llorar, que la vida es un carnaval y es más bello vivir cantando”.

Era gracioso porque realmente tenía una amiga Drag Queen que interpretaba a la famosa Celia Cruz en el Club nocturno, y seguía haciéndolo hasta la fecha. Todavía me acordaba cuando le dije a un grupo de niños que conocía a todas las famosas que sus mamás escuchaban, convirtiéndome en la burla de toda la escuela cuando se descubrió en qué trabajaba mamá, siendo tachadas de desviadas, lenchas, machorras y acusándonos de propagar el SIDA.

El nivel de desinformación que se distribuía en el sistema educativo era simplemente increíble, pero me parecía mucho más increíble cómo los adultos lo permitían. Nunca nadie intervino, ni un maestro, ni un director. Me dejaron sola enfrentándome a los murmullos y las risas, como si fuera un espectáculo gratuito. Fue entonces cuando entendí que la ignorancia no era solo de los niños, sino también de quienes debían educarlos.

—¿Qué canción es esa? —preguntó él, sacándome de mis pensamientos mientras la canción se seguía reproduciendo. 

—"La vida es un carnaval". ¿Nunca la has escuchado? —respondí, moviendo los hombros al ritmo de la música—. Es básicamente un himno para sobrevivir a los días malos. Mi mamá siempre dice que, aunque el mundo te tire al suelo, tienes que levantarte bailando, porque llorar no cambia nada, pero reír te da fuerzas.

Él sonrió, aunque parecía algo tímido al principio.

—Tu mamá debe ser increíble.

—Lo es —dije, intentando no dejar que mi voz se quebrara.

Recordar a mi mamá siempre era agridulce, porque aunque sabía se estaba esforzado por nuestro futuro, había días en los que solo quería que estuviera conmigo, bailando como solíamos hacer en el Club Nocturno.

Me acerqué a él y le tendí la mano.

—Vamos, bailemos. Mi mamá siempre dice que no importa si sabes o no, lo importante es sentir la música.

Bailamos torpemente en medio del contenedor, riendo cuando pisábamos el suelo con demasiada fuerza o cuando la música se pausaba y teníamos que reiniciarla. Por un momento, todo se sintió más ligero. No importaban los comentarios del pasado ni la distancia que me separaba de mi mamá. Solo estábamos nosotros y la música, recordándome que, al final del día, la vida era un carnaval, incluso cuando parecía todo lo contrario.

Entonces comenzó a sonar la canción Vueltas y Vueltas de Grupo Vida.

—Esta sí la tienes que conocer —pregunté, girándome hacia él mientras subía un poco el volumen.

Él negó con la cabeza, cruzándose de brazos como si intentara resistirse al ritmo pegajoso que empezaba a llenar el espacio.

—¿Lo dices en serio? ¿Nunca has escuchado esta joya? —puse las manos en la cintura, fingiendo estar indignada—. Esta es pura música tejana. Te hace bailar aunque no quieras.

Comencé a moverme al ritmo de la música, dando pequeños giros mientras cantaba, aunque mi voz estuviera lejos de ser buena.

—“Ya no estés tan triste, que te quiero dar vueltas y vueltas, te quiero mirar tu cara contenta, que te quiero dar vueltas y vueltas, vamos a bailar” —canté, dando vueltas alrededor de Nacho, acercándole mis manos para que se uniera a mí, aunque ya se le notaba el pie marcando el ritmo.

—Yo no sé bailar esto —respondió entre risas.

—No tienes que saber, solo sígueme —insistí, girando su mano mientras lo hacía dar un torpe paso hacia un lado.

En menos de un minuto ya estaríamos girando como dos niños sin coordinación, tropezándonos y riendo a carcajadas cada vez que Nacho perdía el equilibrio. Agos no se quedó atrás, moviéndose sobre la cama y aplaudiéndonos, dándonos ánimos. Hasta que Nacho se quedó estático en su lugar.

—¿Qué sucede, Nacho? ¿Te volviste a cansar? —seguí moviéndome, temiendo que si no lo hacía, todo el dolor regresaría.

Nacho se quedó mudo, como si hubiera visto al mismísimo diablo, en cambio Agos estaba muy feliz. No entendía nada, cuando la música se detuvo y en mi último giro, caí en los brazos de una persona.

—Así que este es el pibito que no existía, ¿Eh? —me sujeto con fuerza.

—¿Qué haces tú aquí? —pregunté con auténtica sorpresa.

Esto se iba a poner muy feo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro