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43|Amigos

CAPÍTULO CUARENTA Y TRES.
amigos

°

El sonido de un teléfono me despertó.

—¿Quién me llama tan temprano? —pregunté somnolienta.

Agos dormía plácidamente a mi lado, después de que dejara hablando solo al Torombolo en la recepción, no tenía la energía de ir con las chicas. Me aseguré de que Pilar no estuviera en la habitación, poniendo seguro en la puerta, ocupando únicamente mi cama para dormir las dos abrazadas.

La escapada de Natalia me vino como anillo al dedo.

—¿Bueno? —tenía los ojos cerrados.

—¿Señorita D'Amico? —era la voz de Ciro—. No me diga que aún está dormida.

—Si, de hecho te estoy contestando sonámbula —hablé sarcásticamente—. Es sábado, son las diez de la mañana, ¿Qué ocupas, Ciro?

—¿Cómo que qué ocupo? El nuevo colchón ya va en camino al colegio —abrí mis ojos de golpe.

—Me olvidé del colchón —pensé en voz alta.

—Ya di aviso al colegio de la introducción del colchón a las instalaciones. Lo único que tiene que hacer usted es recibirlo en su habitación y dar la orden de sacar el viejo colchón, ¿Entendió?

—Fuerte y claro —me levanté de la cama, poniéndome mi bata encima de la pijama—. Muchas gracias por todo, Ciro. Te mando un beso enorme.

Colgué la llamada, asegurándome de que Agos estuviera dormida y en una posición en la que no fuera a caerse de la cama. Una vez asegurándome que todo estuviera bien con la bebé, salí corriendo a la habitación de las chicas.

Entre Luján, Marizza y yo sacamos el colchón de la base de mi cama, mientras Luna nos ayudaba a cuidar de Agos. Lo arrastramos fuera del dormitorio de las chicas, bajándolo con mucho cuidado por las escaleras. Burlamos la seguridad del colegio, cargando el montón de algodón, resortes y tela hasta el acoplado.

—¡Llegaron los Reyes Magos! —exclamé entrando al contenedor apoyándome en las manos de Luján.

—¡Lore! —exclamó rodeándome con sus brazos—. ¿En dónde te habías metido? Hace mucho que no sabía de vos.

—¿No te enteraste? Ahora soy mamá —Nacho se llevó las manos a la boca—, pero antes de ser mamá, fui hermana mayor —Marizza y Luján empujaron el colchón dentro de contenedor.

—¿Me trajeron un colchón? —preguntó Nacho conmovido.

—No, fíjate bien. Tal vez es una carretilla...

—No me cargues, porque ahora aprendí a boxear, mirá —le dio un golpe en el pecho a Marizza.

—Necesitó un poco de ayuda —escuché la voz de Luna.

—Yo te ayudo con esta preciosura —tomé a Agos de sus manos—. ¿Quién se despertó temprano? Agos se despertó temprano...

—¿Ella es tu hija? —Nacho se acercó a conocer a la bebé.

—La encontré en la calle, me pareció que necesitaba un hogar temporal en lo que localizo a sus padres —acaricié la cabeza de Agos.

—¿Vos también venís de la calle, nena? —le preguntó, ahuecando mi corazón.

—¿Quieres cargarla? —le pregunté.

—¿Puedo? Me da miedo tirarla...

—Con más razón tienes que hacerlo. Cuando tengas miedo de hacer algo, tienes que hacerlo con miedo —me puse al frente de él, poniendo a la bebé en sus brazos—. Ayer se puso de pie ella sola, no es ninguna frágil palomita, ¿Verdad, Agos?

—¿Se llama Agos?

—Si, ¿Te gusta el nombre? —asintió.

—Me encanta —la abrazo.

—¡Pedacitos de sol! —exclamé rodeando a ambos con mis manos—. Tengo que volver al colegio, pero no me tardo, ¿Te molesta si te la dejo un rato?

—¿Puedo enseñarle a cazar bichitos?

—Si, lo que tú quieras —apunté a las chicas para que no le sacarán los ojos de encima a ninguno de los dos.

Corrí hasta el estacionamiento del colegio, llegando justo a tiempo para recibir al camión de colchones. El vendedor me pasó una hoja pegada a un portapapeles para que firmara de recibido. Les indiqué por donde pasar, recibiendo ayuda de los guardias de seguridad del colegio.

—Alumna D'Amico —giré encontrándome con el profesor Mancilla.

—Profesor, ¿Qué hace usted aquí? —me puse nerviosa por alguna razón.

—No la vi en la clase de ayer, ¿No fue a la fiesta de recolección de útiles escolares que organizaron sus compañeros?

—No, me fui a casa de una tía —contesté vagamente.

—Mire, que suerte —asentí, intentando encontrarle sentido a la conversación—. ¿Qué hace usted aquí? ¿Por qué no se fue a su casa como los demás alumnos?

—Mis padres no están y me dejaron encargada de la institución hasta que papá vuelva de su viaje de negocios —se sentía raro decir la verdad, después de tantas mentiras—. De hecho están instalando mi nuevo colchón en mi cuarto, entonces si no le molesta tengo que...

—Sobre lo que hablamos el otro día —me interrumpió—. ¿Qué decidió al final?

—Intenté evitarle el mal momento a la persona que se lo merecía, pero se me salió de las manos —hablé con un nudo en la garganta—. ¿En dónde radica la ética de haber sido la causante de un daño a una persona, teniendo en cuenta que se lo tenía bien merecido y aun así trate de que no sucediera?

—La ética no siempre es blanco o negro, también se encuentra en un terreno gris, donde no hay respuestas claras —dijo en un tono reflexivo—. En este caso, parece que la persona en cuestión recibió su merecido, pero el método... —hizo una pausa—. ¿Fue justo el precio que pagaste por intentar proteger a esa persona?

—No lo sé —admití, encogiéndome de hombros—. Una parte de mí siente que lo permití y no dejo de sentirme culpable.

—No siempre podemos evitar el daño, incluso cuando lo combatimos con las mejores intenciones. Lo importante aquí es que vos intentaste proteger a esa persona —habló en un tono más suave.

—¿Y eso hace alguna diferencia? —repliqué, sintiendo un enorme peso en el pecho que no desaparecía—. Al final, fui cómplice de hacerle daño a una persona, y la culpa no me deja vivir en paz.

—¿Realmente cree usted causó el daño o simplemente fue una consecuencia de las decisiones que tomo esa persona? —una muy buena pregunta.

—¿Hay alguna diferencia? —solté, cruzándome de brazos—. Nada quita que yo fui quien empezó todo. Si tan solo hubiera sido honesta conmigo misma nada de esto estaría pasando.

El profesor Mancilla suspiró en voz alta, como si tratara de hacer que entendiera algo que yo no podía ver todavía.

—A veces, aunque hablemos, las cosas igualmente pasan. Vos no sos responsable de las decisiones que tomó esa persona ni de las consecuencias de sus propios actos —dijo con calma, fijando sus ojos en los míos, intentando que sus palabras me alcanzaran—. Vos hiciste lo que creíste correcto en ese momento, y eso también tiene un valor.

—Eso no quita que me siga sintiendo culpable —lo interrumpí, frustrada—. No sé, siento como si hubiera encendido una chispa y ahora todo se salió de control. Ni siquiera tenía vela en ese entierro, yo solo buscaba justicia. ¿Por qué me metí en todo eso en primer lugar?

—Porque te importó —espetó el profesor Mancilla inclinándose hacia mí—. Y eso te hace ser más valiente de lo que vos creés. A tu edad, es fácil mirar hacia otro lado, pero vos decidiste hacer algo, aun consciente de que todo pudiera salir mal. Y como te dije hace un momento, eso también tiene un valor.

—¿Qué valor? —repetí, esbozando una sonrisa amarga—. ¿Qué clase de valor tiene intentar proteger a la persona que más te importa y fallar de esa desastrosa manera? Lo único que siento es que no me esforcé lo suficiente para evitar que terminara así.

—El valor de actuar desde un lugar de integridad, incluso cuando el resultado no es el esperado —me miró con seriedad—. Nadie puede anticipar el desenlace de cada una de las decisiones que llegan a tomar las personas. Pero tu intención de proteger fue genuina, y eso es lo que cuenta. Tal vez no lo veas ahora, pero no todo está perdido. Este error, si vos querés llamarlo así, puede enseñarte algo.

—¿Enseñarme qué? —pregunté, con un hilo de voz—. ¿Qué no importa lo que haga, siempre habrá consecuencias que no puedo evitar?

—Exactamente —asintió, como si esa respuesta debiera aliviarme—. Y aceptar eso puede ser lo que finalmente te libere de esta culpa.

Lo miré en silencio, pensando en lo que había querido enseñarme. Todo se trataba de la pelea entre Pablo y Tomás, pero después me di cuenta de que muchas de las cosas que dijo también podía relacionarlas con mi propia vida.

—Gracias, necesitaba escucharlo —hablé con gratitud.

—Vaya con cuidado, espero verla en la siguiente clase —asentí motivada, nunca me había emocionado tanto porque se acabará el fin de semana tan rápido para volver a asistir a clases.

Luego de inventarles que regale el viejo colchón e instalarán el nuevo, me recosté sobre él, adormeciendo mi cuerpo cuando la suavidad tocó mi piel, como si estuviera hundiéndome en él. Últimamente se me daba por dormir más que de costumbre y me preocupe bastante, tomando mi celular para llamar a Chula.

—¿Puedo agendar una cita para la otra semana?

No entre en detalles, ahora sabía que los terapeutas también tenían una vida fuera de sus pacientes y no podía asistir siempre que sintiera que todo el proceso terapéutico se había ido a la basura porque un factor externo me detonara la ansiedad.

Me levanté de la cama recordando que tenía a una bebé encargada de Marizza, Luján, Luna y Nacho. Me cambié de ropa para no seguir pasándome por todo el colegio en bata. Escogí una blusa negra de hombros descubiertos, ajustada y de manga larga, unos jeans ajustados acampanados en la parte inferior, en un tono azul medio deslavado y un calzado blanco.

—¿Cómo estás? ¿Cómo amaneciste, Princesa? —esa voz la reconocería en donde quiera que fuera.

—Muy bien, bastante bien a decir verdad —contesté cruzándome de brazos—. ¿Viniste a chantajearme? Te advierto que la última persona que lo hizo, sufrió graves consecuencias —Pablo había probado una cucharada de su propia medicina y aunque eso me hacía sentir mal, era verdad que el karma llegaba cuando menos lo esperabas.

—Algo así —se acercó lo suficiente para no invadir mi espacio personal—. ¿Sabes en qué me puse a pensar? Resulta que vos sos muy conocida en este colegio y pesé a ser mayor que vos, estoy seguro de que no sabes mi nombre.

—¿Ya no te moló el apodo de Torombolo? Puedo ofrecerte nuevas ideas, Tío Cosa, el gato con botas, Chewbacca, Tulio, Óscar el Gruñón, Manolito Gafotas, Mortadelo... —podía seguir con esto todo el día—. ¿Qué dices tío, te mola alguno?

—¿Tulio? ¿En serio? —respondió, cruzándose de brazos mientras esbozaba una sonrisa torcida—. No sé si debería sentirme insultado o halagado.

—Depende de tu sentido del humor —respondí encogiéndome de hombros—. Aunque, si quieres algo más sofisticado, puedo llamarte Don Pantuflo o Señor Gafas.

Soltó una risa suave, inclinándose hacia adelante, como si me estuviera evaluando.

—Sabes, siempre he pensado que las personas que usan el sarcasmo como escudo tienen cosas interesantes que esconder, además de una bebé, claro.

—Y yo siempre he pensado que los chicos que se creen misteriosos solo buscan atención —le repliqué con una sonrisa burlona.

—Se me olvidaba que ahora las princesas las escriben con lenguas afiladas —alzo las manos como en señal de rendición—. Pero que aún no me has dicho si querés saber mi verdadero nombre o preferís seguir inventándome apodos.

—La verdad, me entretiene más inventarlos. ¿Qué tal si sigo y cuando te guste alguno, me lo dices? —contesté con un aire de desafío.

—Por lo que veo, no te voy a sacar ni una pizca de curiosidad... Pero está bien, te dejo disfrutar tu juego, Princesa —siguió con su estúpido apodo, dándome una última mirada antes de retroceder un par de pasos, como si diera por terminado el encuentro. 

Su actitud solamente me provocaba una extraña mezcla de intriga y fastidio. No me gustaba perder ese tipo de juegos, y menos cuando él parecía estar tan tranquilo.

—Está bien, Tulio el misterioso —dije finalmente—. Pero que quede claro, yo no pierdo.

Me dio la espalda, levantando la mano, despidiéndose. Haciendo que me riera del encuentro menos casual que pude tener con otra persona. Tal vez le gustaba y solo quería acercarse a mí de alguna manera. Lástima si era el caso, porque comenzaba a ganarse mi simpatía.

Una vez que me asegure de perderlo de vista, regresé al acoplado con las chicas, quienes me recibieron con la noticia de que el periodista que Marizza contrato para investigar a Sergio Bustamante y quién le había encargado a Nacho no iba a volver, pidiéndole de favor que llevara al niño a un juzgado.

—No puedes hacer eso. Luján dijo que en esos lugares no resuelven nada, que lo van a meter directamente a un orfanato, ¿No es así, Luján? —nuestra amiga asintió.

—Es que otra no me queda —mire a Agos en los brazos de Luna, pensando si también debía de hacer eso—. ¿Quién sabe? A lo mejor en unos meses, una familia lo adopta y está bien.

—¿Y mientras tanto qué? Yo conozco esos lugares y Nacho no lo va a soportar. Se va a terminar escapando —podía sentir la angustia de Luján.

—Bueno, esperen, dejen llamo al abogado de mi mamá. Una solución me tiene que dar —agarró su teléfono.

Nacho entró al contenedor, haciendo que Marizza nos pidiera distraerlo, mientras hablaba con el abogado de su mamá. El fin de semana estuvo largo, decidiendo entre el futuro de Nacho y también de Agos.

Marizza decidió quedarse con Nacho dispuesta a enfrentar hasta las últimas consecuencias, mientras que yo terminé decidiendo buscar a los padres de Agos. Quizá era hija de las chicas del Club de Amanda, la había dejado un segundo en aquella mesa y yo sé la robe.

Llamé a Mariel ese día preguntando si alguien no había reportado la desaparición de algún objeto de alto valor. En vez de eso recibí la regañada de mi vida por mentirle a Amanda sobre mi pago.

—¿En dónde te metiste anoche? —me preguntó Luna entrando al laboratorio de química.

—Todo el tema de Nacho y Agos me afectó demasiado —le expliqué—. Salí a tomar un poco de aire — bostecé.

—¿A qué hora te dormiste? —Luna siguió con sus preguntas.

—Tarde, pero no puedo seguir perdiendo clases. Le pedí a Nacho que cuidara a Agos en su habitación un ratito, la dejé dormida, no te preocupes —estaba cargando con más responsabilidades de las que me correspondían.

Decidí ignorar a Luna, buscando a Manuel con la mirada. Me había enterado de su atentado. La maldita Logia, haciéndole la vida imposible a los becados. No los dejaría ganar esta vez. Algo tenía que cambiar en este maldito colegio.

La maestra entró, interrumpiendo mi búsqueda y obligándome a acomodarme entre Tomás y Luna. Me sorprendió ver a Tomás sentado al frente en lugar de su habitual lugar al fondo, pero con todo lo que había pasado con Pablo, no me pareció tan extraño verlo ahí.

—¿Pudiste hablar con Pablo? —le pregunté, tallándome los ojos.

—De ese pibe no quiero hablar —su respuesta me tomo de sorpresa.

—¿Estás bromeando, verdad? —pregunté ignorando a la maestra, quien pidió que hiciéramos parejas de laboratorio.

No me moleste en buscar pareja, porque cuando puse un pie dentro de este colegio decidí que Marcos sería mi pareja en todas las materias, para que nadie se atreviera a aprovecharse de su inteligencia, dejándolo hacer todo el trabajo a él solo.

—¿Por qué de pronto cambiaste de parecer? —insistí, intentando verlo a la cara, para que me respondiera.

—No quiero hablar de eso —el sueño desapareció, terminando armándome de valor para tomarlo de la mano, viendo el moretón debajo de su ojo.

—¿Qué te paso en la cara? —pregunté asustada.

—Ya te dije que no quiero hablar de eso —me soltó bruscamente.

—Loreto, ¿Quieres hacer equipo conmigo? Luján y Marizza ya hicieron pareja ellas dos...

—No, no, no —Marizza negó, abrazando a Marcos del cuello—. Júntense ustedes dos, que yo voy a ser la pareja de Marcos, ¿No es así, Marquitos?

Marcos se me quedó viendo, quería protestar, pero ver a Marizza pedirme ayuda con los ojos, me hizo mirar todo el panorama de otra manera.

—Si chicas, júntense ustedes dos —tomé a Tomás del brazo—. Yo voy a hacer equipo con Tomás, ¿No es así?

Se escuchó un estruendo detrás de nosotros, asustándonos. Al mirar atrás nos encontramos con el ceño fruncido de Pablo. Tomás palideció.

—Ignoralo —giré su cuerpo, dándole la espalda a Pablo—. ¿Qué te paso en la cara? ¿Quién te hizo eso?

—Fue Pablo —negué con la cabeza, seguramente había escuchado mal—. Pablo me pego.

—¿Qué? —mire a ambos sin poder creer como pasaron a la violencia.

El timbre sonó y después de que la profesora se retirará del aula, tome a Tomás del brazo para hablar con él, dedicándole una mirada de auténtica confusión a Pablo.

No lo reconocía.

—¿A dónde crees que vas? —Pablo me tomo de la mano—. No quiero verte con este traidor.

—Suéltame, Pablo —pedí amablemente, mirándolo con seriedad—. No estoy bromeando, quiero que me sueltes en este momento, Pablo.

Odiaba cuando se ponía violento, como si nunca pudiera durar la tranquilidad entre los dos. Termino soltándome, haciendo que soltara a Tomás.

—¿También querés tranzarte a Loreto, pelotudo? —Pablo intento lanzarse encima de Tomás, poniéndome entre los dos—. No te lo voy a permitir, ¿Me escuchaste?

—Quédate aquí, Tomás —no fue una pregunta, fue una afirmación. Tomando a Pablo de pecho y empujándolo lejos de Tomás—. ¿Qué fue toda esa escena, nene?

—¿Por qué estás hablando con él? —ignoró mi pregunta.

—Le pregunté si había podido hablar contigo, pero es curioso —Pablo se puso serio—. No sabía que una persona podía hablar a través de los puños —desvío la mirada—. ¿Qué demonios te pasa? ¿Estás enfermo?

—¿Qué querías que hiciera? Tenía que limpiar mi apellido y demostrar que con un Bustamante nadie se mete —escuchar esas palabras de su boca me asusto.

—¿Te estás escuchando, Pablo? —no lo reconocía para nada—. Suenas igual que tu padre —eso lo dejo desconcertado—. Tengo muchas cosas que resolver, después hablamos.

—¿En dónde está, Agos? —lo ignoré, caminando hacia Tomás—. ¿En dónde dejaste a Agos? —miré a Pablo sin poder pronunciar ni una palabra—. ¡Te estoy hablando, Loreto!

—Vamos —agarré a Tomás de la mano y nos perdimos en el pasillo.

Llegamos al patio de la escuela, sentándonos en las banquetas, no había nadie, solo éramos nosotros dos.

—¿Qué fue lo que pasó? —pasé mi mano por su ojo morado, provocando dolor en su herida—. Cuéntame qué fue exactamente lo que pasó.

—¿Qué querés que te cuente? Tu novio me molió a trompadas en casa de sus viejos —no me cabía en la cabeza, tenía que haber algo más—. Su chófer me llevo a mi casa y tuve que encerrarme todo el fin de semana en mi habitación, para que mis viejos no me preguntarán nada.

—¿Pablo te llamo? ¿Él mismo te dijo que fueras a su casa? —me negaba a creer que Pablo hubiera orquestado él mismo todo eso—. Sé un poco más específico, Tomás.

—Su chófer llegó a mi casa y me dijo que Pablo quería verme...

—No fue Pablo —lo interrumpí—. Yo lo sabía. Sabía que Pablo no haría una cosa así. Él sería incapaz de lastimar a alguien...

—¿De qué estás hablando? ¿No estás viendo como me dejó la cara? ¿Qué te pasa? Sos una insensible, nena —contestó a la defensiva.

—Pablo sería incapaz de lastimar a alguien a menos que su padre lo obligará —lo corregí—. ¿No lo ves, Tommy? Pablo no te mando a llamar, fue Sergio Bustamante.

—¿Y cómo estás tan segura?

—Porque he convivido con esa familia, mucho más tiempo del que me gustaría admitir —Tomás me dio la razón—. ¿A quién te suena las palabras “Limpiar el apellido Bustamante”? Esas no son palabras de Pablo.

—¿Cómo se enteró?

—Tomás, a Sergio Bustamante nada se le escapa —era un milagro que aún no se enterará del club nocturno—. Perdón, tú estás lastimado y yo feliz por probar la inocencia de Pablo —me acerqué a su cara para ver de cerca la herida—. ¿Te duele mucho?

—Ya no tanto —murmuró con voz suave, aprovechando a acariciar su rostro—. Pensé que no te gustaba que te tocaran —creo que estaba condenada a escuchar esas palabras por mi manera de lidiar con el trauma.

—¿No me estás tocando tú, o si? —nos reímos—.Estás lastimado, ¿Cómo quieres que no me preocupe? —quite mis manos de su cara—. Tal vez en este momento no seas amigo de Pablo, pero ahora nosotros somos amigos.

—¿No dicen que los hombres y las mujeres no pueden ser amigos?

—¿Quién dijo esa estupidez? Manuel y yo somos amigos, no hablo mucho con Nicolás, pero también es mi amigo. Marcos también es mi amigo —Tomás desvío la mirada—. Y ahora tú también eres mi amigo.

—¿Con todos esos pibes estoy compitiendo para ser tu mejor amigo? —esa pregunta me pareció tierna?

—Soy bastante cotizada, ¿Qué te digo? —hablé con aires de superioridad—. Además, ya te dije que eres el padrino de mi hija postiza...

—¿Qué es una hija postiza? —se río del término.

—¿Quieres conocerla? —pregunté emocionada—. Es un secreto, nadie puede saberlo, ¿Me escuchaste? —levante el meñique—. Tienes que prometerlo por tu meñique.

—Lo prometo, ¿En dónde está mi supuesta ahijada?

—Te veo en tu habitación en un rato —estaba dispuesta a jugarme por Tomás, decidiendo depositar mi plena confianza en él.

Tomás y yo caminamos hasta la recepción para subir las escaleras y que cada quien se dirigiera a su habitación, hasta que vi a Manuel hablando con el Torombolo.

—Tengo que hablar con Manuel —le avisé a Tomás—. Vete adelantando a tu cuarto y ahí te veo en un momento.

—¿Desde cuándo hablas con Tomás? —me cuestionó Manuel.

—Somos amigos, Tomás y yo —dije con naturalidad.

—Que buen chiste, ahora dime la verdad...

—Te estoy diciendo la verdad —el Torombolo comenzó a reírse—. ¿Podrías irte, Españólete? Tengo que hablar cosas de mexicanos con Manuel.

—Manuel y yo estábamos conversando antes, ¿Por qué no esperas tu turno y mejor vas a cuidar a tu bebé, Princesa? —me retó.

—¿D-De qué bebé hablas? ¿C-Cuál bebé? Aquí no hay ninguna bebé —Manuel se puso nervioso.

—No te preocupes, Manuel. Hernán Cortés no va a decir nada, ¿Verdad, conquistador? —repetí, mientras Manuel nos miraba sin entender mucho.

—¿Hernán Cortés? —repitió Manuel, confundido—. ¿Ahora le dices así?

—Claro, por aquello de venir a colonizar conversaciones ajenas —respondí con una sonrisa sarcástica, cruzándome de brazos—. Pero no te preocupes, conquistador, te perdonamos la interrupción esta vez —no podía creer lo que le decía—. Regresad a vuestras tierras españolas.

—Tranquila, Princesa, yo no vine a colonizar nada —respondió el Torombolo, cruzándose de brazos con una sonrisa engreída—. Pero si yo soy Hernán Cortés, supongo que tú serás mi Malinche.

—Antes mando a quemar a la Niña, a la Pinta y a la Santa María —solté sin pensarlo, cruzándome de brazos—. Y te dejo rezando en la orilla. ¿Qué te parece?

—Claro, así es más fácil, ¿no? —replicó él, divertido—. ¿No se supone que la Malinche ayudó a unir culturas? Podríamos ser un gran equipo, Princesa.

—Quisieras. Aquí la única cultura que se une es la nuestra —intervine, señalando a Manuel—. ¿Verdad, Manuel?

—Eh, sí, claro… cultura mexicana, ya sabes… —respondió Manuel, aún sin entender bien lo que pasaba.

—¿En serio quieres venir a darme clases de historia a mí? —no por nada Historia era mi materia favorita—. Porque si tú eres el Hernán Cortés de esta historia, dudo mucho que yo sería tu Malinche —me limpie las manos.

—¿Entonces qué serías? —preguntó el conquistador, desafiante.

—La que le da una patada y lo manda a remar de regreso a España —contesté con una sonrisa burlona.

—Pero qué nivel de odio. Solo faltó que dijeras que me ibas a sacrificar al dios del sol —dijo él con falsa indignación.

—No te creas tan importante, Torombolo. Si te sacrificara, de seguro que hasta nuestro dios se quejaría —añadí, mientras Manuel se tapaba la boca para no reírse.

—Oye Manu, ¿Vas a seguir riéndote o vas a defenderme? —preguntó el Torombolo.

—¿Defenderte? ¿De qué? Tú solito te lanzaste al pozo —le respondió Manuel, encogiéndose de hombros—. Además, yo soy mexicano, así que en esta historia estoy del lado ganador.

—Pero, ¿Qué no iban a hablar cosas de mexicanos? Porque esto suena más a un resentimiento por la conquista que a tema cultural —contestó burlón.

—Tienes razón, ahora voy a hablar cosas de mexicanos con Manuel —le di la espalda—. ¿Por qué mejor no buscas otro continente e inventas que la descubriste en lo que hablo con mi amigo Manuel?

El Torombolo rio por lo bajo, disfrutando de la discusión.

—Tranquila, Princesa, no vine a conquistar nada —replicó con calma—. Solo estaba pasando el rato. Pero ya que insistes, me retiro, no vaya a ser que termines quemándome en la hoguera.

—Eso sería interesante de ver —dijo Manuel entre risas—. ¿Quieres que traiga leña?

—Tranquilo, no vamos a quemar a nadie. Solo pido un poco de respeto por el territorio ajeno. ¿Estamos claros? —terminé con una sonrisa desafiante.

—Bueno, tú misma me has dado el papel de Hernán Cortés. No te quejes si ahora actúo como él —dijo encogiéndose de hombros.

—Entiendo, solo que no te sorprenda si me escuchas dar el grito de independencia —le respondí, sacudiéndome el polvo imaginario de las manos.

Y con eso nos dejó solos.

—¿Qué tienes con mi amigo? ¿Ya no conocías? ¿Por qué todo este odio? —me cuestionó.

—¿De qué lo voy a conocer? Desde que choque con él en el pasillo, no ha dejado de molestarme, se lo merece —lo señale, sacándole la lengua.

—De acuerdo, basta de pelearse —me tomo de los hombros—. ¿De qué querías hablar conmigo?

—¿Cuándo ibas a decirme que los de la Logia intentaron pasar el auto por encima de tu cuerpo? —pregunté con seriedad.

—¿Cómo te enteraste? —me preguntó.

—Eso no importa. ¿Estás bien? ¿Cómo te encuentras? ¿Cuándo paso? —lo mire de pies a cabeza, para asegurarme que no tuviera un hueso roto.

—Estoy bien, no me pasó nada. Yo creo que ya me van a dejar en paz...

—No te van a dejar en paz, Manuel. Yo los conozco, no te van a dejar hasta que salgas corriendo despavorido de este colegio —me preocupaba la seguridad de Manuel—. Por favor, Manuel. No andes solo por ahí, ellos saben cuándo estás solo y es cuando aprovechan para hacerte cosas malas.

—No les tengo miedo...

—¡No se trata de temerles, Manuel! —lo interrumpí de un grito—. Se trata de saber lo que esos enfermos son capaces de hacer con tal de que se cumplan sus dictaduras. ¿Sabes quién es Hitler?

—¿El líder de los nazis?

—¿Y sabes cuál es la única diferencia entre un Nazi y uno de La Logia? —negó con la cabeza—. Qué los de La Logia están aquí y los Nazis ya se extinguieron —Manuel se asustó y eso es lo que quería—. Te lo estoy diciendo en serio, Manuel. Los de La Logia son gente pesada. No te metas con ellos.

—¿Y qué tengo que hacer? ¿Dejarlos que sigan haciéndole la vida imposible a los becados como yo?

—¿Y como vas a ayudar a los becados si te terminan matando los de La Logia, eh? —se quedó serio—. Todo a su tiempo, ya van a caer esos infelices.

—¿Tienes un teléfono que me prestes? Gloria le dijo a Nico que su papá sufrió un infarto y quiero saber cómo está.

—No puede ser, ¿Cómo está? ¿Está bien? —me miro incrédulo—. Perdón, si tengo un teléfono. Sirve que me acompañas por Agos a la habitación de las chicas y la llevamos al cuarto de Pablo y Tomás.

—¿Tomás y Guido ya saben sobre Agos? — pregunté sorprendido.

—Tomás apenas se va a enterar quien es Agos y ese tal Guido parece ser buen amigo de Pablo, no creo que le cuente a nadie —Manuel no estaba convencido.

—No confío en ellos —y tenía buenas razones para decir eso.

—Y-yo confío en Tomás —hablé con inseguridad—. Y confío en que el nuevo amigo de Pablo es una buena persona.

—Tú sabes lo que haces, chica fresa —subimos las escaleras hasta el cuarto de las chicas.

—Tengo al chico fósforo para quemar la evidencia si no, ¿Verdad? —Manuel asintió—. Ve a mi cuarto, ahí está mi celular, yo iré al cuarto de las chicas.

—Gracias —beso mi cabeza, corriendo a mi habitación.

Me quedé parada, pensando en qué esto podría volverse habitual detectando la idea al instante. Toque la puerta diciendo mi nombre, siendo recibida por Nacho.

—Te tardaste un montón, nena —exclamó apenas me vio—. La bebé ya se pudrió, huele re feo.

—No se pudrió, Nacho —caminé a la pañalera para sacar un pañal, las tortillas y la pomada para sus partes intimas—. Es una bebé, pero también tiene necesidades.

Le cambié el pañal, tirando el sucio a la basura. Nacho se despidió diciendo que tenía que volver al contenedor antes de que Marizza lo regañara por estar dentro del colegio en horario de clases.

Tomé la pañalera, sacando todo de su interior, pasándolo a una bolsa junto a la cama de Luna. Metiendo a la bebé con cuidado, encima de una sábana blanca y cargándola con mis dos manos.

Tocaron la puerta.

—Soy yo, Manuel —me tranquilicé, abriendo la puerta—. No hay nadie, hay que irnos.

Salimos del cuarto de las chicas, poniéndose Manuel al frente de nosotras, cubriendo la presencia de Agos, mientras nos dirigíamos al cuarto de los hombres.

—Me dices que te responden los papás de Nico, ¿Está bien? —Manuel asintió, golpeando la puerta de la habitación de los chicos, siendo recibidos por Tomás.

—Una palabra de esto a alguien y te juro que rompo toda la cara—amenazó Manuel tan pronto como Tomás me dejó entrar al cuarto—. Ya estás avisado.

—Che, ¿Te crees muy vivo, frijoles? —Tomás choco su pecho con el de Manuel.

—Por favor no hagan una escena de machitos enfrente de la nena —me senté sobre la cama de Pablo.

—Es raro que vos misma te llames nena, nena... —arrastro las palabras cuando vio a Agos salir de la mochila—. ¿Qué haces con un bebé? ¿Pero vos te volviste loca?

—Estás asustando a Agos —lo mandé a callar—. Mira Agos, él es Tomás. Tu papá postizo y él no son los mejores amigos ahora, pero cuando logren arreglarse te prometo que él va a ser tu padrino —Agos se emocionó, juntando las manos.

—¿Cómo que Pablo es el papá? ¿En qué momento él y vos? ¿Ustedes...? —junto las manos tratando de darme algo a entender.

—¡No! ¡Por Dios, Tomás! ¡Por supuesto que no! —alcé la voz cuando entendí a lo que se refería—. ¡Dije papá postizo! ¡O sea que no es su progenitor! ¡Igual que yo! —aclaré—. La encontré en la calle y la traje al colegio en lo que localizó a sus verdaderos padres —el color regreso a su cara—. ¿Qué clase de pregunta es esa, nene? Si entre Pablo y yo no a pasado absolutamente nada.

—¿Y yo como iba a saber? Vienes aquí, sacas una bebé de la mochila y dices que Pablo es el papá de la niña, ¿Qué querías que me imaginara? —se llevó las manos a la cara.

—En vez de hacer más incómodo el momento, por qué mejor no vienes y saludas a ese pedacito de sol. ¿Quieres un saludo del padrino Tomás? ¿Verdad que quieres un saludo del tío Tomás? —la bebé reía cada que escuchaba el nombre de Tomás.

—¿En serio se llama Agos? ¿Vos le pusiste ese nombre o venía en algún lado escrito que se llamaba así? —preguntó caminando hacia nosotros.

—Yo se lo puse. Hasta ahora no he tenido ninguna queja de su parte y parece que le gusta ese nombre, ¿Verdad Agos? —la bebé río en forma de afirmación.

—Esto es demasiado raro. Literalmente estoy viendo a Pablo y a vos en ella —no pude evitar sonreír.

—¿Es muy bonita, verdad? —asintió acariciando su cabeza—. Supongo que nos parecemos porque es blanca, de cabello rubio y ojos grises, como cualquier persona aquí en Argentina —Tomás se rio por mi afirmación.

—¿Por qué dices que Pablo es el papá postizo?

—Porque el muy imbécil me encontró metiéndola al colegio en medio de la noche y todavía tuvo el descaro de chantajearme diciéndome que si no dejaba que cuidara a Agos conmigo, le iba a decir todo al director —hablé de forma burlona, para que Agos no notará hostilidad en mis palabras—. Tu papá postizo es de lo peor, Agos.

—Bueno, vio la oportunidad y la tomó —escuchar decir eso a Tomás me deformo la cara—. Qué grande es Pablito.

—¿Qué no estabas enojado con él por dejarte la cara deshecha? ¿Cómo por qué lo estás alabando y lo celebrando? —pregunte a la defensiva.

—Porque finalmente se le hizo contigo, se saltaron muchos pasos, pero esto es lo que Pablo siempre quiso con vos —Tomás debía aprender a guardar secretos, ya me había confesado una barbaridad de cosas que Pablo le había dicho en confianza—. N-no, q-quiero decir...

—Ya no le muevas, Tomás —lo silencié—. Toma nota, Agos. Nunca decirle un secreto al tío Tomás —se llevó las manos a la cara, haciendo un berrinche—. Y todavía es un berrinchudo. El padrino Tomás sí que es de lo peor.

—No le digas esas cosas sobre mí a la nena, Loreto —se frustró, tomando a Agos de mis manos—. Si sé guardar secretos, solo que se me salen con tu mamá, Agos.

Tomás cargo a Agos sobre su regazo, moviéndola de un lado a otro, causando una ternura infinita dentro de mí.

—¿De verdad? ¿Y qué otros secretos te faltan de contarle a la mamá de Agos, Tommy? —bromeé.

—No, con vos ya no voy a hablar, porque me miras con esos ojos y no puedo ocultarte nada... —decidí jugar con su comentario pestañeando varias veces.

Tomás solamente se rio mientras intentaba desviar la mirada, como si eso lo ayudara a evitar delatarse aún más. Me acerqué para ver qué más información podría sacarle a Tomás sobre Pablo, desatándose un juego entre los dos. Me incliné hacia él con una expresión inquisitiva, mientras Agos seguía entretenida entre las manos de Tomás.

—¿Qué más me estás tratando de ocultar sobre Pablito, eh? ¿Qué otras cosas "siempre quiso" conmigo? —dije con un tono provocador, cruzando los brazos.

Tomás se rio nerviosamente, retrocediendo un poco en su asiento como si eso lo ayudara a esquivar mis preguntas.

—N-no, nada más... Ya te dije lo que tenía que decir —intentó zafarse, pero no lo deje.

—Vamos, Tomás. No te me vas a escapar tan fácilmente. Prometo que no le voy a decir nada a Pablo... —insistí, acercándome aún más, hasta que casi estábamos cara a cara.

—Loreto, en serio, suéltame. No quiero meterme en más líos —suplicó, aunque la sonrisa en sus labios delataba que estaba disfrutando del momento.

Agos, ajena a nuestra pequeña disputa, soltó una risita, como si entendiera que estábamos jugando. Tomás la miró y suspiró, resignado. Cuando estaba a punto de abrir la boca, la puerta del cuarto se abrió, dejando ver a Pablo, encontrándonos en una posición comprometedora.

Pablo se quedó observándonos, en el umbral de la puerta, con el ceño fruncido. Sus ojos se oscurecieron al ver lo cerca que estábamos Tomás y yo, y cómo Agos reía en brazos de él.

—¿Qué carajo está pasando acá? —preguntó en un tono tenso, entrando al cuarto y cerrando la puerta de un golpe.

Esto se iba a poner muy feo.

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