42|Paseo
CAPÍTULO CUARENTA Y DOS.
﹙paseo﹚
°
•
No me tomo más de cinco minutos encontrarlo sacando cosas de su casillero.
—Pablo —llamé su atención—. Tenemos que hablar.
—¿Qué haces acá? ¿En dónde dejaste a Agos? —preguntó preocupado.
—Está en buenas manos, te lo prometo —lo tranquilicé, tomando sus manos—. Me enteré de lo del Diario... —bajo su cabeza—. Pablo, yo...
—¡Alumna D'Amico! —gritaron mi nombre—. ¿Con qué aquí estuvo usted todo este tiempo?
—Ahora no Gloria, tengo que hablar con Pablo...
—La buscan en la recepción, señorita —habló con voz dura.
—¿Quién me busca? —no le tome importancia.
—Un hombre.
—¿Mi papá? —la sangre se me fue a los pies.
—Vaya a la recepción —me apunto con su portapapeles el camino a la recepción.
La mire con recelo, después desvíe la mirada a Pablo y lo tome de la mano, caminando ambos a la recepción, como Gloria indico.
—¿Cómo estás? —le pregunté, soltando su mano.
—¿Cómo quieres que esté? Mi mejor amigo se tranzó a mi novia en mi propia cara. Soy el hazmerreír de toda el Colegio —no pude evitar sentirme culpable.
Era tan responsable como Vico de esta humillación. Nuestros compañeros lo señalaban y murmuraban a sus espaldas. Esto había escalado demasiado lejos. Nunca debí haberme dejado chantajear por Vico y ser sincera de una buena vez por todas.
—Estoy segura de que Tomás no lo hizo a propósito, ¿Ya hablaste con él? —me abrió la puerta para llegar a la recepción.
—¿Qué voy a hablar con ese traidor? Por mí que se muera —intenté dialogar con Pablo, cuando de repente choque con un hombre.
—Disculpe. No lo vi, señor...
—¿Cuál señor, señorita? —me quedé estática, podía jurar que conocía esa voz, pero sonaba tan masculina que dudaba si de verdad era la persona que se me vino a la mente en ese momento—. ¿Amanda?
—Tu tía Amanda no pudo venir, por eso vine yo —cuando levanté la mirada me lleve las manos a la boca sin poder creer lo que mis ojos estaban viendo—. ¿No vas a saludar al tío Miguel?
—¿Amanda…? ¿Miguel? —tenía que ser una broma.
—¿Quién es este tipo, Lory? —preguntó Pablo desconcertado con mi reacción—. ¿Vos lo conoces?
—Poe supuesto que me conoce. Soy su tío Miguel, el esposo de su tía Amanda —no respondí nada.
Estaba irreconocible. Llevaba un abrigo largo de color marrón oscuro que le daba un aire elegante y sobrio. Debajo un suéter de cuello alto de color burdeos o vino, que agrega un contraste cálido y elegante. Sus pantalones eran de un tono beige claro, con un corte recto y clásico. Un cinturón negro y zapatos de vestir negros tipo botines, que añaden un toque pulido y formal.
Pero lo que más me sorprendía era verla sin los kilos de maquillaje y su peluca. Un hombre básicamente. Uno Peculiarmente atractivo, con una vibra de Old Money. Era como ver a William Levy, solo que con ojos verdes y más viejo. Amanda ya pasaba de los cuarenta años.
—¿No me vas a saludar? —Amanda o Miguel me saco de mi trance.
—Tío Miguel —me acerqué a abrazarlo, siendo extraño tratarlo de él—. ¿En dónde dejó a la tía Amanda?
—Ya sabes, tu tía siendo toda una empresaria. La llamaron del Colegio diciéndole que no llegaste anoche y que seguramente te fugaste a una fiesta clandestina con tus amigos, ¿Es eso verdad, Loreto? —negué con la cabeza—. Qué lástima, apenas venía a preguntarte cómo te había ido, mi amor.
—¿Podemos hablar en otro lado, tío Miguel? —esto era muy extraño.
—¿Qué no vas a presentarme con tu compañero? —se acercó a Pablo, extendiendo su mano.
—Tío Miguel él es Pablo. Pablo es mi tío Miguel —los presenté.
—Así que esté es el famoso Pablo Bustamante —abrí los ojos como platos, temiendo lo que iba a decir—. Loreto me ha hablado mucho de ti, muchachito.
—Puras cosas buenas, quiero imaginar —Pablo me clavo una mirada seductora.
—Eso te encantaría, ¿Verdad? —habló Amanda, quién ahora era Miguel, en un tono amenazante.
—Tío Miguel —alcé la voz, poniéndome entre los dos—. De casualidad ¿No viene por otro asunto? ¿Alguien del personal de seguridad no le dijo sobre un PEQUEÑO asunto?
Pablo me tomó de la mano, intentando decirme algo con la mirada.
—¿Te refieres a nuestro guardia Galo? —peleé los ojos, sin poder creer que dijo el nombre de Galo enfrente de Pablo—. No es un hombre de muchas palabras, como tú sabrás, pero me dio a entender que me ibas a decir algo.
—Sí, es sobre... —Pablo me apretó la mano.
No quería que entregará a Agos, pero no podíamos ser tan irresponsables como para quedarnos con ella más tiempo. Entonces lo mire, tratando de explicarle que esto era lo mejor que podíamos hacer, pero al final sus ojos me dieron otra respuesta.
—No, no es nada... —decidí arriesgarme hasta las últimas consecuencias—. Bueno, si hay algo...
—Loreto, por favor...
—¿Puedo salir con Pablo? —lo interrumpí, entrelazando nuestras manos—. Papá no está en el país para firmarme la salida, tampoco mamá. Me dijo que mi tía Amanda está ocupada —se nos quedó viendo—. ¿Usted podría firmarnos el pase de salida?
—¿En serio es lo que quieres? —preguntó insegura. La verdad era que ninguno de los Bustamante era del agrado de Amanda.
—Si, por favor —nos miró detenidamente, acercándose a besar mi cabeza y despeinar el cabello de Pablo.
—De acuerdo, vayan a divertirse. ¿Necesitan dinero? ¿Quieren que los lleve a algún lugar? —me parecía increíble la manera varonil con la que se desplazaba y hablaba.
—Nos vemos aquí en diez minutos, tengo que hablar con mi tío a solas, ¿Está bien? —Pablo asintió, dejándonos a solas. Cuando no hubo nadie a nuestro alrededor, me fui contra mi nuevo tío—. ¿Qué es todo esto? —la apunte de pies a cabeza.
—¿Qué querías que hiciera? —abandono todo lo masculino y se dirigió a mí como siempre lo había hecho—. Me llamaron de este colegio de cuarta, diciendo que no llegaste anoche como acordamos y pidieron que me presentará, dado que no podían localizar a tu madre divina y al Señor Danonino.
—¿Miguel? ¿No se te ocurrió otro nombre?
—¿Qué dices, mocosa? Pero si yo me llamo Miguel.
—¿Qué? ¿Es en serio?
Amanda sacó su cartera, haciendo que reaccionara rápidamente a cubrirla por lo llamativa que era y saco su identificación.
—¿Miguel Ángel Navarro Díaz? —dije con sorpresa—. ¿Ese es tu nombre? —asintió—, pero eso suena tan masculino...
—¿En serio? ¿Y por qué será, Loreto? —negué con la cabeza, el cerebro no me dio para más—. Pues porque soy hombre, tonta —me golpeó la cabeza suavemente.
—¿Cómo que eres hombre? —pregunté sorprendida.
—Ese chiquillo no te deja pensar con claridad —dijo con molestia—. Te lo digo ahora como Miguel y no como Amanda, ese chico no me gusta para nada.
—Él no es como su papá, Amanda... —me pellizco—. Digo, tío Miguel —corregí al instante, viendo a las personas pasar—. Es diferente. Será un poco idiota, pero no es Sergio Bustamante.
—¿Ese es al que besaste? —módulo su tono de voz.
—Shh... Alguien puede escucharte —miré a los lados—. ¿Puedes pedir un auto y darme dinero?
—¿Van a hacer cosas indebidas? ¿Quieres que te hable de los condones? Necesito una banana y una bolsa...
—¡¿Cuántos años crees que tengo?! —la sangre se me fue a las mejillas—. ¡No! ¡No vamos a hacer nada indebido! ¡Solo quiero sacarlo para distraerlo!
—¿Y cómo por qué quieres hacer eso? —preguntó curiosa.
—Porque no está bien. Está dolido. Lo lastimaron. Y quiero ayudarlo —respondí nerviosamente.
—¿Qué le hicieron a ese niño bonito?
—Su mejor amigo lo traicionó, salió con su novia a sus espaldas y lo hizo el hazmerreír de todo el Colegio —le expliqué como pude—. Ambos están mal y quiero ayudarlos. No quiero que pierdan su amistad de años por un problema de seguridad del otro.
—En serio te importa ese chico.
—Si, me importa y mucho —admití, sintiendo como si hubiera tragado un vaso con ácido y me estuviera quemando la garganta.
—De acuerdo, iré a firmar su salida —contestó sin más—. Pediré el auto y aquí está el dinero que necesitas —me dio un fajo de billetes—. ¿Mariel te pago ayer por el show?
—No —negué guardando el dinero en mi bolsa del pantalón—. Creo que se le olvidó dármelos.
—¡Esa mujer! ¡Pero me va a escuchar! —creo que la metí en problemas—. El auto me está esperando, está noche tengo el Club lleno y necesito comprar unas cosas —se acercó a darme un beso en la mejilla—. Nos vemos. Me llamas al teléfono por cualquier cosa, ¿Me escuchaste?
Asentí, despidiéndome de Amanda. Corriendo a la lavandería, tocando la puerta.
—Luna, soy yo. Loreto —susurré.
—¿En dónde te metiste, Lore? —preguntó preocupada—. Apenas acabo de dormir a Agos...
—Perfecto, muchas gracias, Lunita —le besé la mejilla, entrando a la lavandería—. ¿Quién va a salir con sus papis? Agos va a salir con sus papis.
—¿Con papis te referís a Pablo y vos? —quede paralizada—. Estuve pensando toda la mañana. En como saliste corriendo cuando te conté lo de Pablo...
—No, Luna, no es lo que parece...
—No odias a Pablo, Loreto —negué con la cabeza repetidas veces—. Vos lo amas.
—No. Claro que no. No es verdad. Yo lo odio. No lo soporto y desearía nunca haberlo conocido —quería matarme.
—No es cierto. Lo que odias de él es que no puedes odiarlo —traté de desmentirla, pero las palabras no salieron de mi boca—. Vos estás enamorada de Pablo, Lore.
—Por favor, Luna. Te lo ruego. No se lo digas ni a Luján, ni a Marizza, ni a nadie. Suficiente tengo con que Manuel lo sepa...
—¿Manuel lo sabe?
—Si, se me salió decírselo a los cinco minutos de conocernos —confesé—. No puede saberlo nadie, Luna. Mucho menos Pablo. Si alguien se entera yo me muero.
—¿Por qué? Si estar enamorado es lo más bonito que hay en el universo. Además, se re nota que Pablo también está enamorado de vos —el cuerpo me temblaba.
—Porque no puedo estar enamorada de un hombre, Luna —dije con miedo—. No puedo, no puedo. Simplemente no puedo.
—¿Lo dices por tu miedo a los hombres? —asentí lentamente.
—Pero él es diferente y ese es el maldito problema —se me escapó una risa—. Estoy enamorada de un hombre y no puedo estar con él, Luna —todo esto me parecía un mal chiste—. ¿Sabes? Lo más gracioso de todo este asunto es que quizá no me molestaría tanto admitir que estoy enamorada de un hombre, si ese hombre no fuera Pablo.
—¿Por qué no de Pablo? —muchas preguntas y tan pocas respuestas.
—No estoy segura, tal vez porque siento que lo que ha sido nuestra relación como personas empezó siendo un compromiso no escrito entre nuestros padres —eso tenía sentido—. Tal vez porque no dejamos de hacernos daño el uno al otro, como con lo de Tomás, ¿Sabías que yo le hice eso?
—¿Cómo que tú le hiciste eso? No, no es cierto...
—Tomás empezó a recibir cartas de una admiradora secreta. Vico se enteró y me chantajeó para ayudarla a darle una probada de su propia medicina a Pablo —Luna no podía creer lo que escuchaba—. ¿Quieres saber con qué me chantajeó? No tengo nada que ocultar ahora que sabes que estoy enamorada de Pablo y es la prueba definitiva para saber cuan negada estoy de estar enamorada de él...
—¿Qué hiciste, Lore?
—Me beso, Luna —la voz se me quebró—. Deje que me besara estando el borracho. Lo que decía ese Diario en el Vacance Club, era verdad —tenía náuseas—. Y se lo conté a Vico en un momento de desesperación, ni siquiera por culpa, sino porque necesitaba que alguien me diera un golpe de realidad —no podía dejar de hablar—. Claramente abrí la boca sin medir las consecuencias y cuando busque a Vico para rogarle que no se lo contara a Pablo, invento que Manuel y yo nos besamos en el Vacance Club. Luego le conté sobre la reunión que hubo en casa de Pablo, a la que fui obligada a ir por mi padre. Hubo una situación ahí con Pilar. La invitaron a la reunión porque Tomás pensaba que era su admiradora secreta y se me salió decírselo a Vico...
—No entiendo, ¿Por qué la ayudaste a hacer algo así de horrible? —la cara de Luna era de malestar.
—Porque preferí lastimar a Pablo, antes que contarle que estaba enamorada de él —Luna me abrazo—. Es mi culpa que Pablo esté peleado con Tomás, Luna. Tengo que hacer que vuelvan a ser los mejores amigos que siempre han sido, porque nadie tiene idea del enorme bien que le hace Tomás a la vida de Pablo —recordé como me habían encontrado Marizza, Manuel, Luján y Luna—. Él les dijo donde encontrarme para ayudarme, ahora yo tengo que ayudar a Pablo para recuperar a Tomás.
—¿Qué vas a hacer? —me limpie las lágrimas.
—Voy a sacarlo del colegio y hacer que se olvide de todo este asunto, para eso voy a necesitar la ayuda de una pequeñita, ¿No es así, Agos? —agradecí que estaba dormida y no tuvo que escuchar nada—. ¿Verdad que me vas a ayudar a hacer feliz a tu papá? —la felicidad de Pablo—. Si no puedo estar con él, tengo que hacerlo feliz a como de lugar —pensé en voz alta.
—¿Y qué hay de tu felicidad? —preguntó Luna preocupada.
—Si logro que él sea feliz, yo también voy a lograr ser feliz —era lo mejor—. Ayudame a buscar una canasta, tiene que haber allá atrás.
Aproveche que Agos seguía dormida para cambiarla de pañal y de ropa, sacando algunas cosas de su pañalera para meterla a la canasta que Luna consiguió.
—¿Qué vas a hacer, Lore?
—Me voy a llevar a Agos —la cargué con cuidado, poniéndola dentro de la canasta, recordando como la había encontrado—. No te preocupes, volveremos al anochecer. No creas que me he olvidado de Nachito. Tienen que ayudarme quitar mi colchón para llevárselo al acoplado.
—No tienes que negar tus sentimientos, Loreto —Luna me tomo de la mano—. No importa lo que sus padres hayan hecho. A ti te gusta Pablo por quien es y a él le gustas vos por quien sos.
—No insistas, Luna —alejé mi mano de la suya—. Perdón, no puedo pensar en eso ahora. Tengo que apresurarme. Pablo me está esperando en la recepción.
—Eres una increíble persona, Loreto. Nunca me voy a cansar de repetirlo —no era verdad, pero no tuve la fuerza de desmentirla—. Vamos, yo te ayudo a salir.
Luna quedó en guardar la pañalera de la bebé en su cuarto, en lo que regresaba por la noche. Dejamos la lavandería como la encontramos, robando unos edredones de almohadas, cubriendo a Agos.
Cuando llegamos a la recepción, Luna apunto a las escaleras, diciéndome que Pablo me estaba esperando. Se despidió dándome un beso en la mejilla, subiendo con la pañalera, haciendo que Pablo la siguiera con la mirada.
—¿Ahí lleva a Agos? ¿Te volviste loca? ¿Cómo dejaste que se la llevará en la mochila? —Pablo subió las escaleras para alcanzar a Luna, pero lo detuve con una mano.
—Ahí no está Agos —susurré en su oído, mirando que no hubiera moros en la costa—. Mira quién va a acompañarnos en nuestro paseo —quité la sabana blanca de la canasta, mostrando a la bebé durmiendo—. ¿Cómo la voy a poner en una mochila? ¿Crees que soy un monstruo?
—Hola, mi amor —Pablo la saludo, haciendo que mi corazón se derritiera.
—El auto ya tiene que estar esperándonos, tenemos que apurarnos si no queremos encontrarnos con...
—¿A dónde van? —nos interrumpió la voz de Gloria—. ¿Qué llevan ahí?
—Amanda... digo, mi tío Miguel, firmo nuestro pase de salida, entonces ya nos podemos retirar —tomé la mano de Pablo para salir corriendo.
—¡Alto ahí, jovencitos! —nos detuvo.
—Vamos, Gloria —habló Pablo—. Sabes tanto vos, como todo este Colegio que entre Loreto y yo existe un compromiso, nuestros padres debieron habérselos dicho...
—Por supuesto que estoy al tanto de la amistad entre los Bustamante y los D'Amico —lo interrumpió—, también que su tío, el Señor Navarro, firmo sus pases de salida —comenzó a acercarse a nosotros—. Pero el remís no ha llegado y ustedes dos están muy sospechosos con esa canasta.
—Vamos a tener un pícnic, ¿Qué tiene de sospechoso la canasta? —la bebé se quejó.
—hip... hip... Fui yo... hip... hip... —se adelantó a decir Pablo—. Las acusaciones me provocan hipo.
—¿No les molestará que mire que llevan dentro de su canasta? —Gloria se acercó, a lo que Pablo y yo retrocedimos.
—Gloria —una voz masculina nos interrumpió—. Unos chicos de cuarto año se están peleando en los dormitorios.
—¿Torombolo? —era el amigo de Manuel y Marcos.
«¿Nos estaba ayudando?» pensé.
—Por Dios, ¿Cuántos años tienen esos chicos? ¿Cinco años? —se quejó Gloria en voz alta, subiendo las escaleras.
—Me debes una, Princesa —no supe cómo reaccionar.
—¿Cuál princesa, imbécil? —Pablo se calentó y trato de agarrar al Torombolo de la camisa.
—Déjalo así, nene —lo tomé de la manga, arrastrándolo afuera del Colegio.
—Señorita —reconocí al instante aquella voz masculina.
—Vamos, Pablo —tomé con fuerza la canasta, corriendo al auto—. ¿Qué está haciendo usted aquí?
—Ahora trabajo para la Señorita Amanda —una felicidad me invadió—. Y todo gracias a usted.
—A usted, por enseñarme a cambiar pañales —Pablo nos abrió la puerta para que entráramos, pero en cambio le entregué la entregará la canasta, para que se fuera subiendo él con Agos—. Disculpe, ¿Podría no mencionar nada sobre el Club? Nadie sabe que...
—No se preocupe, la Señora Marchesi me explico todo —me tranquilizó, haciendo que me subiera al auto más tranquila—. ¿A dónde van a querer que los lleve?
—Al Parque Los Andes, por favor —no aparte la mirada de Pablo, esperando su reacción, a quien se le dibujó una sonrisa de oreja a oreja al escuchar nuestro destino—. Mira quién se despertó —interrumpí sus palabras, dándome cuenta de que Agos quería quitarse la sabana de la cara.
—Lory, puede ver a la bebé —murmuró Pablo apuntando al chófer.
—No te preocupes. Él fue quien me enseñó a cambiar pañales, ¿Verdad, Señor Remís? —saqué a Agos de la canasta, poniéndola en mis piernas.
—¿Este es el papá de su hija, Señorita? —sentí mis mejillas arder y cuando estuve a punto de negar, Pablo me interrumpió.
—Si, yo soy el padre —lo quería matar—. A mi mujer le da vergüenza porque tuvimos a nuestra Agos jóvenes, pero usted no parece que vaya a juzgarnos.
—¿Qué va? Anoche que traje a la señorita al Colegio le dije que a su edad estaba acompañando a mi mujer en labor de parto —Pablo se quedó sin palabras—. ¿Cuántos años tienen? ¿Catorce? ¿Quince años?
—No le haga caso, por favor. No somos ningunos papás.
—¿Y esto que es? —señalo a Agos, arrebatándola de mis manos—. ¿La cigüeña trajo a nuestra pequeña Agos?
—Basta, Pablo —lo amenacé, señalándolo con un dedo, haciendo reír al señor—. ¿Qué le parece tan gracioso, Señor Remís?
—Nada. Solo me recuerdan mucho a mi ahora esposa y yo cuando éramos jóvenes. No nos soportábamos, peleábamos todo el tiempo. Ahora que lo pienso ni siquiera recuerdo cómo nos enamoramos —Pablo alzó la ceja.
—¿En serio? Porque literalmente acaba de describir a la perfección nuestra situación —dijo en tono burlón.
—Bien decía mi papá: “Del odio al amor solo hay un paso” —por alguna razón esa frase me inundó de esperanza.
—¿Quieres que dejemos a los hombres platicar, mientras tú y yo jugamos, Agos? Las conversaciones de hombres son aburridas, ¿No es así? ¿Quieres jugar al: “veo, veo”? —apunté a la ventana, extendiendo las manos para que viniera conmigo.
—No, no quiere. ¿Verdad que no quieres, Agos? Quiere quedarse con papá, ¿No es así? —me le quede mirando a Pablo—. ¿Qué me ves?
—¿Perdón? Yo no te estaba mirando a ti —fingí demencia—. Estaba viendo a la linda Agos, ¿Verdad que si, Agos?
El viaje estuvo tranquilo, Pablo se negó a soltar a Agos y en cambio me obligo a acercarme a él para poder estar con ella. Intercambiamos miradas cómplices y rozamos nuestras manos más veces de las que quería admitir.
—Llegamos —nos avisó el remís.
—Muchas gracias, Señor Remís —le agradecí, tomando a Agos de entre las manos de Pablo—. A qué no nos logras encontrar.
Salí corriendo del auto, haciendo reír a Agos. Llegando hasta detrás de un árbol. Era una acacia negra. Lo que más me atrapaba de este parque era su variada cantidad de árboles y plantas. Sus árboles centenarios, integrados por tipas, plátanos, moreras blancas, robinias pseudoacacias, aguaribay, paraíso, arces, eucaliptos, álamo plateado, árbol del cielo, olmo europeo, pata de vaca, entre otros.
—Shh... Nos van a encontrar —Agos solo se reía.
—¡Las encontré! —exclamó Pablo, tomándonos por las espaldas.
—Nos encontró, Agos. Corre —Agos se quedó en su lugar, riéndose de nosotros—. No te quedes ahí, huye.
—¿A dónde crees que vas? —Pablo me tomo de la cintura, pegando mi espalda contra el árbol—. ¿En serio creíste que no te iba a encontrar?
—Tú siempre me encuentras —respondí, pasando mis manos por sus brazos hasta llegar al cuello de su camisa.
—Siempre —se acercó a mis labios y yo lo permití, hasta que sentí como tocaban mi pierna.
—Pablo. Pablo. Pablo. Agos. Agos. Agos —apunté con emoción a la bebé—. ¡Mira!
—¡Está caminando! —ambos festejamos.
Nos arrodillamos para estar a la altura de Agos, viendo como recargaba sus manitas en el árbol. Sonreímos como si hubiéramos descubierto la mismísima fuente de la felicidad, aunque pensándolo bien, nunca me había sentido tan feliz como me sentía en este momento.
El parque era muy amplio, un poco maltratado y abandonado en ciertas áreas, pero nos mantuvimos en las áreas verdes. Compramos de comer puras golosina para hacer el día de pícnic, unos sandwiches y para Agos sus papillas.
—Tienes que poner piedras en todas las orillas de la sabana, porque si no se va a salir volando —Pablo recogió las piedras más pequeñas—. Pero más grandes, nene.
—Entonces ayúdame, nena —negué con la cabeza.
—Papá postizo tiene que resolver los problemas de mamá e hija postiza. ¿No te parece, Agos? —conseguí una sonaja para que pudiera jugar.
Luego de que Pablo consiguiera poner la sabana en el césped con un poco de ayuda, sacamos todo lo de la canasta poniéndolo en el miedo de la sabana. Comiendo frente a Agos, quién al instante intento robarnos nuestras golosinas.
Las risas no faltaron, compramos un papalote, unas burbujas, haciendo alguna clase de gimnasia en el césped, dando piruetas, volteretas y rodando por todo el parque.
—Vamos al carrusel —le pedí a Pablo.
—Calesita —me corrigió.
—Es lo mismo —era mi parte favorita de este parque, nunca me moleste en llamarla con el nombre que le tenían aquí, para mí siempre sería un carrusel.
No recordaba muchas cosas de mi niñez junto a mi padre, pero sin duda uno de los pocos recuerdos que tenía antes de que nos abandonará a mamá y a mí, eran nuestros domingos familiares en el centro comercial. No había un solo domingo que no fuéramos a esa centro comercial, porque papá sabía cuánto me gustaba subirme al carrusel.
Teníamos fotos de ese momento, era un carrusel enorme de dos pisos, los colores blanco y dorado predominaba por toda la estructura. Adornado con numerosas luces cálidas que destacaban las pinturas en el techo y las columnas esculpidas con mucha paciencia. Los caballos, elegantemente diseñados en blanco y dorado, mientras que los carritos tenían detallados acabados florales decorativos. El segundo piso se conectaba con una escalera dorada.
—Quiero subir a Agos conmigo —le pedí a Pablo a la bebé, subiéndola a mi caballo.
La calesita del parque era pequeña, no cabían más de veinte personas y no tenía carritos donde cabían cuatro personas, pero esos detalles no quitaron mi emoción y mi entusiasmo de dar vueltas.
—¡Mira hay una cabina de fotos! ¡Hay que tomarnos una foto! —todo me asombraba, todo me maravillaba.
Pablo accedió a cumplirme todos y cada uno de mis caprichos. Entrando a la cabina de fotos, acomodando a Agos entre los dos, sonriendo para la primera foto. Haciendo poses graciosas para las demás.
—Yo quiero quedarme con esta —regresamos a poner la sabana en el césped, acostándonos sobre ella para pasar un poco más el tiempo.
—No, esa es mi favorita —intenté de arrebatar la foto de su mano, pero alcanzo a levantar el brazo—. No seas así, déjame conservarla yo.
—¿Y qué me vas a dar a cambio? —preguntó en un tono seductor.
—Te acabo de dar una hija postiza, ¿Qué más necesitas?
—Eso no te lo voy a negar, pero quizá puedas darme uno de los pasos que nos saltamos para la elaboración de un hijo.
—Tuvimos un paseo por el parque, un pícnic, jugamos, nos subimos al carrusel, nos tomamos fotos, ¿Necesitas algo más?
—Sí, necesito más —se acercó, poniendo su mano sobre mi mejilla.
Los nervios me invadieron, sus labios estaban cerca de los míos, Pablo cerró los ojos y ante mi silencio, comenzó a moverse de frente.
—Está bien, puedes quedarte con la foto —giré la cabeza de tal modo que sus labios chocaron contra mi cabello—, pero con una condición.
—¿Cuál? —preguntó motivado.
—Que hables con Tomás —en todo el día traté de sacar el tema de Tomás a colación, pero no encontré la oportunidad perfecta hasta ahora.
—No puede ser, Lory. Nos la estábamos pasando tan bien. ¿Por qué tuviste que sacar el tema del tarado de Tomás? —se llevó las manos a la cara.
—Porque sé que ambos la están pasando mal. No has hablado en todo el día del tema y me preocupa que esto vaya para largo...
—¿Y para dónde más quieres que vaya, Loreto? Mi propio amigo me traicionó. Se tranzó a mi novia en mi propia cara. No solo llevo los cuernos más grandes de todo el Colegio, también soy el hazmerreír de todos —podía ver el humo saliendo de sus oídos.
—¿En serio te importa más lo que digan sobre ti que saber por qué tu mejor amigo hizo lo que hizo? —no era un reproche, quería entender su manera de defenderse de las cosas.
—No, no, no. Tú no me puedes venir a decirme a mí cómo tengo que reaccionar. ¿Ya hablaste con Natalia? ¿Por qué ustedes todavía no se arreglan? —ese fue un golpe bajo.
—No es lo mismo, Pablo —hablé con tranquilidad, no quería explotar y cometer otra estupidez—. Por si no lo sabías, yo traté de hablar con ella ese día que irrumpiste en nuestra habitación, preguntándome que si yo era la enamorada secreta de Tomás —quizá no debí mencionar eso último.
—Desde entonces me había estado viendo la cara de estúpido, pero que gran pelotudo —se agarró el mentón.
—Lo que digo es que no somos iguales. Tomás está dispuesto a hablar contigo, a explicarte qué fue lo que le pasó, por qué actuó de esa manera...
—¿Y vos por qué lo defendés tanto, nena? ¿Desde cuándo sos tan cercana con él?
—¿De qué me estás hablando? Si lo conocí casi al mismo tiempo que a ti. Desde que los conozco, siempre han sido ustedes dos. Tomás siempre te ha hecho segundas para hacerme maldades. El que te solapa todas y cada una de tus mentiras. Te acompaña. Te defiende. Te cuida. Hasta te ayuda a zafarte de tus obligaciones —con cada cosa que nombraba sobre Tomás a Pablo le era más difícil ocultar su enojo.
—Cambiemos de tema —desvío la mirada.
—Por favor, Pablo —insistí—. Sé lo importante que es para ti. Tomás es quien te mantiene los pies en la tierra. Es tu mejor amigo —lo tomé del rostro, tratando que me mirara, pero mantuvo su posición—. No toleraría que una estupidez los separara —acaricié su mejilla—. Está bien, no seguiré insistiendo.
Me separé de su rostro, alejándome de su cuerpo, poniendo toda mi atención en Agos. Hasta que me envolvió con sus brazos la cintura, pegando su rostro en mi espalda.
—N-no sé que hacer, Lory —escuchar su voz quebrarse, me hizo querer morir—. Dime, ¿Qué tengo que hacer? ¿Cómo dejo de sentirme de esta manera? ¿Cómo puedo perdonarlo y volver a ser su mejor amigo?
Esas preguntas terminaron de matarme, haciendo que girará mi cuerpo para poder abrazarlo. Nos aferramos el uno al otro. Sentía mi piel arder por su tacto. Sus manos aferradas a mi espalda. Nuestras piernas entrelazadas. Su cabeza escondida en mí el hueco entre mi hombro y mi cuello.
—Yo te voy a ayudar —susurré en su oído, mientras jugaba con su cabello—. Me voy a aferrar tanto a ti en mi vida, que nunca vas a estar solo.
Pablo levantó su cabeza de mi cuello, encontrándome con el azul de sus ojos inyectados en un rojo rosáceo por las lágrimas. Sus mejillas y nariz chapadas. Quería quitarle el dolor, el sufrimiento, pero cuando intento acercarse a intentar besar mis labios, supe que está no era la manera.
—Perdón... soy un pelotudo... —dijo recobrando la compostura cuando se dio cuenta de que sus labios no llegaban a ningún lado, porque me hice para atrás.
—No, no lo eres —lo tomé de las manos—. Ya tendremos tiempo para eso después —me acerqué a besar su mejilla—. Tenemos que volver a la escuela... —me levanté, cargando a Agos—, y tú tienes que irte a tu casa.
—¿Y dejarlas solas? Ni en tus sueños —Pablo me ayudó a recoger las cosas.
—Tienes mucho en que pensar, ¿Quieres ver a Tomás? —negó con la cabeza—. Vete a tu casa, relájate, piensa detenidamente en lo que vas a hacer, pero por favor piensa bien las cosas —lo apunté con un dedo—. Si no, ¿Quién va a ser el padrino de Agos?
—Café, Café va a ser su padrino —Agos se asustó de escuchar esa palabra.
—La estás asustando, ¿Quién es ese café? ¿Es el hombre del costal de aquí de Argentina? —se escuchaba aterrador.
—Café, Guido —lo miré confundida—. El negrito que siempre está con Tomás y conmigo. Es mi nuevo mejor amigo —el nombre de Guido me sonaba, pero por alguna razón no lograba darle cara o voz a esa persona—. Él si es un amigo de verdad. Me contó lo de Tomás antes de que se saliera en el Diario, y ¿Sabes que fue lo que hice? No le creí, porque pensaba que mi mejor amigo de años no me haría eso.
—Me alegra que tengas otro amigo —me hizo feliz escucharlo decir eso.
No era raro ver a Pablo rodeado de personas, como decía Tomás. Lo que muy seguramente él no sabía era que todas, o la gran mayoría de esas personas solamente lo veían por su dinero, su estatus social, su posición socioeconómica o meramente por ser el hijo del Intendente de la Ciudad.
Pedimos un auto y solo a regañadientes Pablo acepto que lo dejáramos primero en su casa, convenciéndolo de que Agos no buscaría a los padres de Agos sin hablarlo antes con él.
—Cualquier cosa me llamas. No importa la hora. El momento. La situación. Me llamas —habló con seriedad.
—Tú también. Llámame si me necesitas —tuve la sensación de que siempre nos necesitaríamos.
—Adiós Agos, portate bien con tu mamá postiza —susurró Pablo en el oído de Agos—. Cuida mucho a Agos y cuídate mucho a vos, Lory.
Se acercó a besarnos la frente a Agos y a mí, dejándome con las piernas temblando, para mi buena suerte estaba sentada y no se notaba mi nerviosismo. Finalmente, nos despedimos y cuando estuve de llegar a la escuela logré dormir a Agos, metiéndola una vez más a la canasta.
El colegio estaba vacío, la mayoría de los alumnos se iban a su casa. Los únicos que estaban eran los guardias y los maestros que daban la vuelta para checar sus clases. Logré entrar sin ser cuestionada sobre mi canasta y entre a la recepción.
—¿Cómo te fue en tu paseo familiar, Princesa? —di un salto del susto que me dio escuchar aquella voz masculina cerca de mi oído.
—No sé de qué me estás hablando, ¿Qué paseo familiar? —fingí demencia.
—¿En serio no sabes? —me cuestionó—. Entonces la bebé que me saludo en la canasta, ¿Fue producto de mi imaginación? —cerré los ojos maldiciendo mi descuido—. No te preocupes, estoy seguro de que fui el único que le devolvió el saludo a la bebé.
—¿Quién está aquí en la escuela? —no tenía tiempo para juegos—. Nadie, solo tus amiguitas, vos y yo —eso era una ganancia. Comencé a subir las escaleras—. ¿No vas a esperar que te diga que quiero a cambio de mi silencio?
—Por alguna razón, no creo que seas un chismoso, Torombolo —saqué a la bebé de la canasta—. ¿En serio le vas a pedir algo a ella a cambio de tu silencio? ¿A una pobre bebé sin nadie en el mundo?
—¿Y como se llama esa pobre bebé? —era extraño, no lo conocía de nada y nuestras interacciones eran contadas con los dedos de una mano y todas para molestar al otro.
—Agos, saluda al tío Cosa. Tío Cosa saluda a tu sobrina Agos —los presenté como me dio la imaginación.
—Que graciosa eres, Princesa —la saludo.
—Lo dice quién no le da la cabeza para poner apodos creativos. ¿Princesa qué? ¿La princesa de Genovia? ¿La princesa encantada? —quería entender su lógica—. Cuesta creer que tenga que pasarme toda la escuela aguantándolo... —canturrié la canción de mi película favorita de cuando era pequeña, adaptando un poco la letra a la situación— ...es muy malcriado, es insoportable, mejor me agarró una enfermedad.
—Entiendo eres hija de un payaso.
—Bueno yo seré la hija de un payaso y tú serás el hijo de un hombre que te tiro en un barril de tontos y por eso saliste con el apodo de “Torombolo” —hablé con gracia, subiendo las escaleras con Agos, lanzándole una mirada burlona al “Tío Cosa”, quién se rio, sacudió la cabeza.
—No he terminado contigo, Princesa.
—Yo creo que si.
Corrí a mi habitación.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro