41|Lavandería
CAPÍTULO CUARENTA Y UNO.
﹙lavandería﹚
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—Te dije treinta segundos —alcé la voz, cuando medí la temperatura de la leche de Agos sobre mi mano—. Esto quema, Pablo.
—¿Y qué voy yo a saber? ¿Tengo cara de alguien que calienta su comida? —era el privilegio andando.
—Mira, Pablo. Te voy a decir lo mismo que le dijo mi mamá a mi papá cuando regreso: “Si no me sirves, no me estorbes” —abrí otro biberón de los que compre vertiendo su contenido de un lado a otro para enfriar más rápido la leche.
—¿En serio eso le dijo? —parecía un niño dándose que la vida adulta daba asco.
—Y muchas otras cosas —murmuré, poniendo la leche sobre mi mano para darme cuenta de que la temperatura del biberón ya era la adecuada—. ¿Puedes sostenerla?
Pablo cargo a Agos entre sus brazos, sosteniendo su cabeza como le enseñe. Aproveche para sentarlos en una silla, agarrando otra para sentarme enfrente de ellos y acomodar el biberón para que la bebé tuviera algo dentro del estómago.
—No se muchas cosas sobre vos, ¿Verdad? —lo miré deseando leer su mente—. Lo dijiste cuando me acuchillaron los matones de la villa. Digo, no estaba en mis cinco sentidos, pero lo recuerdo.
—Como todo el mundo —aunque quisiera contarle la mitad de lo que fue mi vida cuando mi papá se fue, no sabría por dónde empezar.
—¿Cómo sabes limpiar, vendar y saturar heridas? —que curiosa pregunta.
—No nací en una cuna de oro, Pablo. La Loreto de Argentina, no se parece en nada a la Loreto de México —no pude continuar hablando, las palabras quedaron atrapadas en mi garganta—. Solo eso te voy a decir y basta de preguntar sobre mi pasado —esa aún era una caja de Pandora que no quería abrir.
—¿Y del presente que me puedes decir? —Agos ya se había terminado la mitad del biberón.
—Que buena pregunta. Bueno, me chantajearon para jugar a la familia tradicional como Dios la creo —por supuesto que me iba a reír de toda esta situación—. Hasta tenemos a la bebé, lo único que nos falta es la mascota.
—¿Un perro? —puso su mano sobre la mía en el biberón.
—Soy más de gatos —lo golpeé en la mano para que me soltara—. ¿Quién es una niña buena? ¿Quién se terminó su leche? Agos —me acerqué a poner mi cara en su pancita, provocándole cosquillas.
—Entonces no siempre te hacés la durita, ¿También tenés un lado juguetón? —la risita al final de su pregunta género cierta violencia dentro de mí.
—¿Cómo ves, Agos? Tu papá postizo acaba de descubrir el lado divertido de tu mamá postiza. Por algo ha de ser, ¿No lo crees? —la arrebaté de sus manos, cargándola en mi hombro, dando palmadas en su espalda como me indico la señora de la farmacia—. Pásame una toalla de la cafetería.
Luego de que consiguiera que eructara, juntamos todas las cosas que sacamos y las metimos en la pañalera, preparando otro biberón por si en la noche le daba hambre. Pablo me ayudó con la mochila, saliendo de la cafetería y caminando a la recepción.
—¿A dónde vas? —le susurré en voz alta.
—A tu cuarto...
—¿Cómo a mi cuarto, nene? Si Pilar fue a esa fiesta, seguramente se va a quedar está noche en la habitación —la inteligencia lo perseguía, pero él era más rápido.
—¿Y en dónde van a dormir? —esa era la verdadera cuestión.
No conteste nada, solo me dedique a caminar, abriendo puertas tras puerta y bajando escaleras como si de una ciudad subterránea se tratara. Hasta que abrí la puerta del único sitio donde ningún alma se paraba ni por asombro.
—¿La lavandería? —Pablo no se escuchaba convencido por el lugar.
—Tu mismo lo dijiste, nadie viene a este lugar. Hay sábanas limpias que también se pueden usar perfectamente como cama y almohadas —puse a la bebé en la lavadora—. Muchas gracias por acompañarnos la noche de hoy y ser un buen papá postizo, el juego de la familia feliz termino, ya puedes irte a dormir o volver a la fiesta...
—Que graciosa, no pienso dejarlas solas en este nido de ratas.
—¿Ratones? ¿Dónde? —la hipotética existencia de ciertos roedores, me hizo saltar a los brazos de Pablo del miedo—. Digo, aquí no hay ningún ratón —me alejé rápidamente, recobrando la compostura.
—¿Y vos cómo estás tan segura? ¿Ya has estado aquí antes? —preguntó interesado.
—Me hubiera gustado, pero me obligaron a asistir a un partido de fútbol en vez de verme con mi enamorado en este lugar —se me hizo fácil bromear con eso.
—No me hace ni puta gracia, nena —una risa de sorpresa se escapó de mis labios.
—Si te vas a enojar por una bromita, entonces vete a otro lugar —lo empujé suavemente fuera de la lavandería.
—Ahora que lo pienso, deje a mi novia a cargo de Tommy en la fiesta, si me apresuró puedo ir a pasar un buen rato con ella —el párpado me tembló y lo que empezó siendo un inocente juego de empujadas, termino conmigo echando a Pablo a patadas.
—¡Entonces apresúrate! ¡No querrás que otro chico se la levanté en tu ausencia! —Pablo intento dialogar, pero mi enojo pudo más conmigo y termine cerrando la puerta en su cara.
—Loreto abre la puerta, no estoy jugando —eso se escuchó igual que una amenaza.
—Yo tampoco, buenas noches —golpeé la puerta de la furia.
Me acerqué a Agos, quién deje olvidada sobre la lavadora, sintiéndome culpable de que presenciará la infantil pelea entre Pablo y yo, disculpándome con ella. De repente se escuchó un sonido aterrador del área de descarga, provocando que gritará y corriera con Agos en busca de ayuda.
—¡Pablo! / ¡¿Qué pasó?! ¡¿Están bien?! Las escuché gritar —al abrir la puerta ambos chocamos, hablando al unísono.
Pablo se apresuró a rodearnos con sus brazos, acariciando nuestras cabezas. El enojo se había desvanecido, solamente éramos nosotros tres preocupados los unos por los otros, o más bien, solo Pablo y yo. Agos ni siquiera se inmutó por la situación.
—Me voy a quedar con ustedes te guste o no, ¿Me escuchaste? —Pablo se adelantó a entrar al cuarto de la lavandería—. No pienso dejarlas a su suerte en este lugar y no acepto un no por respuesta...
—Quédate —me apresuré a decirle, volviéndome a refugiar entre sus brazos con Agos en medio de los dos.
Tomamos una cantidad absurda de sábanas de los cestos de ropa limpia, acomodándolas en el suelo, poniendo a Agos sobre ellas, mientras ambos nos poníamos a revisar todo el lugar para asegurarnos de que no hubiera algún animal durmiendo con nosotros.
—¿Viste? Te dije que no había ratones —hablé triunfante, dejándome caer sobre las sábanas de rodillas.
—¿Estás diciendo que lo del grito solo fue una excusa para que viniera a dormir con ustedes? —Pablo se acercó peligrosamente a mí, haciendo que pusiera a Agos entre los dos.
—Pero que gracioso que eres nene. Mira, Agos será nuestra intermediaria. No puedes cruzar la línea imaginaria que divide la nena entre los dos, ¿Te quedó claro? —dije razia, acomodando mi almohada.
—Nunca imaginé que así sería nuestra primera noche durmiendo juntos —apoyo su cabeza en su mano, mirándome de pies a cabeza.
—Y si Dios quiere la última —tomé a Agos entre mis brazos, abrazándola.
—Pero si acabas de decir que Agos es la línea imaginaria que nos divide a los dos, ¿Por qué la abrazas? Entonces yo también puedo hacerlo —paso su mano sobre mi cintura, cubriendo nuestro cuerpo.
—Como que me está empezando a picar la mano —quito la mano de mi cintura, poniéndola sobre Agos—. No hagas nada raro, mientras duermo, ¿Está bien?
—¿Qué es algo raro? —abrí los ojos lentamente, tomando el valor de ver a Pablo.
—De ahora en adelante, quiero que lo que sea que pase entre tú y yo, sea estando conscientes —me pase la llena de los dedos por los labios, recordando nuestro primer beso—. No quiero que ninguno olvide nada de lo que sucede cuando estamos juntos.
—Lory, yo...
—Buenas noches —lo interrumpí, acercando a Agos y a mí a su cuerpo, chocando nuestros antebrazos.
Cerré los ojos sintiendo como Pablo se acercó a Agos, escuchando el sonido de un beso. Los nervios me invadieron, deseando que hasta ahí quedará su muestra de afecto hacia nosotras, pero luego sentí su aliento chocando con mi rostro y su nariz rozando con mi frente, bajando hasta llegar a mi nariz, provocando que cerrará los ojos con más fuerza.
—Lory, ¿Ya te dormiste? —no respondí nada, me quedé inmóvil en mi lugar.
Un silencio inundó la habitación y la incertidumbre de saber lo que sucedería después me estaba matando. Hasta que finalmente tuve una reacción de su parte. Un beso en mi frente y una caricia en mi mejilla.
—Buenas noches —susurró juntando su cuerpo al de nosotras, no solo chocando nuestros antebrazos, también las piernas.
No supe cuando me quedé dormida. Al despertar, me encontré acostada sobre el pecho de Pablo, asustándome de primer instante, agachando la cabeza. Pero luego regrese la mirada, contemplando su cara mientras dormía.
—Que madrugadora eres, Agos —dije apenas la vi sentada frente a nosotros, mirándonos con una sonrisa—. ¿Quieres que despertemos a papá? ¿Levantamos a papá? ¿Qué dices Agos? ¿Lo levantamos o lo dejamos dormir otro rato?
Su risa me dio la respuesta.
—Pablo —susurré en su cara—. Pablo, despierta —me acomodé en su pecho, tocando su cara—. Pablo si no apareces le van a llamar a tu papá —se quejó, pero ni aun así se despertó—. No me dejas otra opción —le tapé la nariz, reaccionando de manera agitada y antes de que despertara, me hice la dormida, volviendo a acostarme en su pecho.
—¿Qué pasó? ¿Qué hora es? ¿Dónde está, Agos? —nos movió a ambos, pero luego solo se quedó quieto—. Ay, Lory... Lory... Lory... —acarició mi mejilla—. Me estás volviendo loco.
Esto era malo, tenía que hacer algo antes que la sangre en mis mejillas delatara que estaba despierta. Estire mis brazos, quejándome suavemente, llevándome las manos a la boca, dejando salir un bostezó, abriendo mis ojos lentamente, observando detenidamente la posición en la que nos encontrábamos, saliendo de su regazo en un instante.
—¿Q-qué hora es? —pregunté alejándome de él—. ¿Cómo está Agos?
—Parece que la bebé es más madrugadora que vos y yo juntos —Pablo tomo a Agos entre sus manos, poniéndosela en el pecho—. ¿Cómo durmió la bebé? ¿Cómo está la bebé?
—Tienes que irte, Pablo —me acerqué a acariciar el cabello de Agos.
—¿Por qué tengo que irme? Agos no quiere que me vaya, ¿Verdad que no querés que papá se vaya, Agos? ¿Verdad? —estaba condenada a repetir está escena en bucle hasta el día en que muriera.
—Si no apareces vas a preocupar a los maestros, van a llamar a tu padre y va a venir aquí a hacer un borlote —intenté tomar a Agos de sus manos, pero la apartó de un rápido movimiento—. Lo último que quiero es que tu padre vuelva a meter a una jauría de perros salvajes para buscar a un mocoso que no existe y se encuentre con Agos.
—Lo mato antes de que se atreva a ponerle una mano encima a mi hija —esto se estaba saliendo de control.
—Por favor, Pablo. Tengo que llamar a mi tía para que venga por Agos y encontrar a sus verdaderos padres —ver como su felicidad abandonaba su rostro, casi me hace desear morir en este instante—. Mejor vete despidiendo de Agos, en lo que arreglo sus cosas y consigo un teléfono.
—¿Me estás cargando? —pregunto con un sentimiento que me transmitió.
—Por favor —me levanté de las sábanas, caminando hasta la pañalera y sacando un pañal, las toallitas húmedas, su pomada, un cambio de ropa y su comida.
Hubo un silencio incómodo.
—¿Listo? —giré sobre mis talones para verlos juntos y abrazados, Pablo serio y Agos tranquila.
—Si —la puso sobre mis manos agarrando sus zapatos y poniéndoselos.
Quería hablar con él, pero dado a lo insensible que había actuado, no me atreví a abrir la boca. Luego de ponerse sus zapatos, le dio un beso en la frente a Agos y sin dirigirme la mirada, se dio la media vuelta caminando a la salida.
Una profunda ansiedad recorrió todo mi cuerpo, impulsándome a tomar a Pablo de la camisa, antes de que desapareciera.
—Los niños que no ven a sus padres demostrarse cariño se convierten en adultos que tienen dificultades para expresar y recibir amor —deslice mi mano hasta la suya, entrelazando nuestros dedos sutilmente—. ¿Quieres que nuestra Agos se convierta en esa adulta? —no hablaba por hablar, eso me lo había dicho mi psicóloga en una de nuestras sesiones—. Nos vemos pronto, papá postizo.
No deje que Pablo reaccionara, antes de levantarme de puntillas plantando un beso en su mejilla. Después de eso me costó que se fuera, pero finalmente lo hice.
—Te lo prometo aquí, Agos —la bebé se llevó su pulgar a su boca, sin entender un carajo de lo que estaba a punto de decirle—. No voy a tener hijos si no me permito amar a alguien y, por consecuencia, dejar que alguien me ame —sentí mis mejillas humedecerse, sintiéndome aliviada de que Pablo se hubiera ido y no me viera en este estado—. Quiero ser mamá, Agos. En serio quiero ser mamá.
Agos puso sus manos sobre mis mejillas, haciendo que terminara limpiándome las lágrimas, volviendo a guardar todos esos miedos e inseguridades dentro de mi caja de Pandora.
Cambie su pañal como me enseñó el señor del remís, poniéndole la ropa que la señora de la farmacia me indico donde comprar y dándole de comer una deliciosa papilla de frutas, con agua de la llave.
—¿Sabe bien? —le pregunté, dándole su papilla, viendo como se la bebía—. ¿Te molesta que pruebe un poco? Literalmente no he comido nada desde ayer en la tarde —Agos no parecía una niña envidiosa, por lo que la probé—. Mira, no sabe mal.
La papilla se terminó y me gustaría decir que Agos fue quien comió la mayor parte del contenido, pero no estaba segura si eso era verdad. No termine de martillarme la cabeza, porque alguien toco la puerta de la lavandería, asustándome.
—¡Loreto, ¿Estás ahí, nena?! —era la voz de Marizza—. ¡¿El muñequito de plástico te encerró ahí dentro?!
«¿Pablo les dijo que estaba aquí?» pensé.
—¡Loreto, contesta! ¡Ese imbécil nos dijo que te podíamos encontrar aquí! —esa era la voz de Luján.
—¡Chicas la están asustando! ¡Recuerden lo que dijo Pablo! —corrí a la puerta, pegando la cabeza al plástico.
—¡¿Cómo quieres que reaccionemos, Lunita?! ¡Si ese pomelo se atrevió a tocarle un solo pelo a Loreto, va a arder Troya! —no pude evitar reírme.
—¿Listo? ¿La encontraron? ¿Estaba ahí? —una voz masculina se unió a la conversación—. ¡Chica fresa, ¿Estás ahí dentro?!
Regrese la mirada en Agos, tomando la valentía de quitar el seguro de la puerta y abrirla lentamente, metiendo el pie para que no se abriera por completo.
—¡Loreto! ¡¿Qué haces ahí metida, nena?! —Marizza intento abrir la puerta, pero la detuve con el pie.
—¡¿Fueron los de La Logia?! —Manuel se exaltó—. ¡¿Te hicieron algo esos enfermos?! ¡Dime y voy y les bajo todos los dientes!
Todos empezaron a bombardearme de preguntas, que como había llegado aquí, que si Pablo tenía que ver con todo esto, que como sabía el que estaba aquí, que cuánto tiempo llevaba metida, etc.
—¡Pueden guardar silencio de una vez! —alcé la voz, para no alterar a Agos—. Mejor les muestro que hago aquí, en vez de decirles —asintieron, amontonándose en la puerta—. Solo mantengan la calma.
Una vez me puse de acuerdo con ellos, lentamente les abrí la puerta, enseñándoles la razón por la que estaba encerrada en este lugar. Todos se cubrieron alguna parte de la cara, sin poder creer lo que sus ojos estaban viendo.
—¡Un bebé! ¡Un bebé! —Luján no pudo esconder sus nervios, empezando a gritar, haciendo que Agos comenzará a hacer pucheros de querer llorar.
—La estás asustando, Luján —Marizza se adelantó a cubrir la boca de Luján, mientras me apresure a tomar a Agos entre mis manos, arrullándola.
—¿Qué haces con un bebé, Loreto? —preguntó Luna.
—Es una larga historia —no quería entrar en detalles.
—¿Cómo? —fue lo único que salió de los labios de Marizza.
—No estoy tan segura —no sabía qué inventar—. Auto... tienda de conveniencia... canasta de frutas... bebé... farmacia... tienda de segunda mano... —estaba nerviosa—. De un momento a otro, Agos y yo ya estábamos en el colegio.
—¿Agos? —preguntó Manuel, acercándose a la bebé.
—Necesitaba un nombre y ese fue el primero que se me ocurrió, cuando me preguntó la señora de la farmacia a la que la lleve —Manuel se acercó a la bebé, tomándola entre sus manos.
—Hola, soy el tío Manuel —lo golpeé en el hombro.
—Por favor no hagas eso Manuel, primero Pablo el papá, luego tú el tío...
—¿Cómo que Pablo el papá? —maldije por mis adentros la hora en la que Dios me dio boca y voz para hablar.
—¿Qué querían que hiciera? Por alguna conveniente razón, no estaba en la fiesta. Nos encontramos en la recepción. Empezó a hacerme preguntas. Descubrió a Agos. Y me amenazó diciendo que si no lo dejaba cuidar a la bebé conmigo le iba a decir todo a Dunoff —expliqué rápidamente.
—¡Pero qué pomelo! —Marizza se acercó a saludar a Agos con Manuel.
—A mí no me parece que hiciera algo tan malo —todos nos quedamos mirando Luna—. Es obvio que quería estar cerca de vos y encontró la forma de estarlo.
—¿Y quién te dijo que Loreto quería estar cerca de él, nena? —dijo Luján—. ¿No ves que no lo puede ni ver en pintura?
—Bueno, a mí tampoco se me hace que estuviera tan mal... —escuchar esas palabras salir de la boca de Manuel me hicieron golpearlo en el hombro, temiendo que hablara de más—. No lo estoy defendiendo, solo digo que nos dijo en donde encontrar a Loreto, ¿Cómo por qué se tomaría la molestia de decirnos?
—Eso es verdad... —si la declaración de Manuel me sorprendió, la de Marizza me dejó sin palabras—, pero eso no quita las cosas que le hizo a Nachito.
—¿Quién es Nachito? —preguntó Manuel.
—N-nadie, nadie... Marizza se refería a vos misma —Luján se adelantó a salvar la situación—. ¡No tenemos tiempo para esto! Dunoff quiere nuestra cabeza.
—¿Cómo que Dunoff quiere su cabeza? —puras tragedias estaban pasando.
—Anoche descubrió que ningún alumno de tercero estaba en su dormitorio y que alguien saboteó la reunión con la comisión.
—¿Qué comisión?
—La comisión para encontrar a Nacho —me llevé las manos a la boca.
—Nos quiere a todos en el salón —Marizza está nerviosa—. Quiere encontrar a el o los responsables del sabotaje de la reunión de la comisión, la fuga de la institución y la fiesta clandestina.
—Tráiganme un teléfono. Solo dejen le llamo a mi tía y me encargo de Agos...
—¡Por eso te estábamos buscando, nena! —Marizza me tomo de los hombros—. Cómo no llegaste anoche, el director pensó que vos también asististe a la fiesta, le llamo a tu viejo...
—¡¿A mi papá?! —casi me desmayo.
—¡Déjame terminar! —me interrumpió—. Cómo no pudieron contactar con él, llamo a tu tía y dijo que venía enseguida.
—¿En qué lío me metí? —no existía ninguna tía Amanda y lo único que se me ocurría era una Drag Queen luciendo sus mejores botas de diseñador—. Váyanse, se tienen que ir, cuando solucione todo esto, voy y las ayudo.
—No te voy a dejar sola —Manuel fue el primero en hablar.
—Si, lo vas a hacer. Y ustedes también. Manuel y Luna, son becados. Marizza está en la mira de Dunoff desde el día uno y Luján tampoco se salva con todo el tema de la mordida del perro —ninguno pudo desmentirme—. Cuando todo se calme, por favor tráiganme un teléfono.
—¿Y qué pasa con tu tía?
Quería pensar que Amanda no era tan tonta como para presentarse en este lugar, mucho menos como una mujer. Entonces ese tema me tenía sin cuidado, lo único que si me preocupaba era que contactaran a papá y Ciro viniera a buscarme.
—Es una persona muy ocupada mi tía —tomé a todos de los brazos, llevándolos a la salida—. No saben dónde estoy. No saben nada de una bebé. No saben absolutamente nada. ¿Entendido?
Se despidieron de la bebé, saliendo de la lavandería. Pegue mi espalda a la puerta, asegurándome de sujetar con fuerza a Agos, descendiendo lentamente hasta que mi trasero tocó el suelo.
—Está bien. Todo está bien. Vamos a encontrar a tus papás Agos. ¿Extrañas a tu verdadera mamá, no es así? —la bebé no se inmutó—. Muy seguramente tu verdadera madre debe estar demasiado preocupada, y te está buscando por todos lados —Agos me tocó la cara haciendo sonidos tiernos—. ¿Qué cómo estoy tan segura preguntarás tú? Bueno, porque si yo fuera tu mamá, te buscaría hasta el fin del mundo.
Nos quedamos jugando en la lavandería, primero jugamos a las carreritas, gateando desde la puerta hasta la lavadora, dejando ganar a Agos. Después jugamos al escondite entre los cestos de ropa, quién después de dos rondas decidí cambiar de juego porque Agos era muy buena escondiéndose. Luego jugamos a la pasarela, estrenando toda la ropa que le compré, en caso de no alcanzar a verla usarla.
—¡Luciendo lo último en tendencias! ¡Ahí viene la inigualable! ¡La única! ¡La linda! ¡La inolvidable! ¡Agos! —la risa de Agos se extendió por todo el lugar, gateando hasta llegar a mis piernas—. Díganos, señorita Agostina. ¿Quién le diseño la hermosa ropa que lleva puesta consigo hoy? —balbuceo en el micrófono imaginario de mi mano—. ¿Coco Chanel? ¿Donatella Versace? ¿Miuccia Prada? ¿Vivienne Westwood? No me digas que conociste a Sid Vicious —Agos se rio—. Qué murió hace más de veinte años, ¿Verdad? Bueno, ¿Johnny Rotten? ¿Steve Jones?
Tocaron la puerta, haciendo que cubriera mi boca y la de Agos, pensando en la suerte con la que estábamos corriendo. En algún momento se tendría que acabar.
—Loreto. Soy yo —no distinguía la voz—. Luna.
—Luna acabas de darme el susto de mi vida —susurré en voz alta, abriendo la puerta—. ¿Qué pasó? ¿Están bien todos?
—Fue difícil, pero creo que todos la libramos —por fin la angustia se disipó—. Dunoff nos encerró en el salón y amenazó con dejarnos todo el día ahí, si no se entregaban el responsable. Todos culparon a Marizza y se terminó entregando.
—¿Qué Marizza hizo que? —era tan cabeza dura.
—Luján, Manuel y yo fuimos tras ella para que no cargará con toda la responsabilidad ella sola —me sentí orgullosa de la complicidad que teníamos—. También Mía fue y dijo que ella también tuvo que ver con la fiesta.
—¿En serio? Bueno, la verdad no me sorprende tanto. Mía siempre ha sido así como buena. A su manera, pero buena —esa información me lleno el corazón, hasta que pensé en Pablo—. Oye, Luna. Una pregunta —Luna asintió, jugando con Agos en el suelo—. Pablo, ¿Qué hizo?
—¿P-Pablo? —habló nerviosamente—. ¿Q-qué hizo Pablo? Pues P-Pablo hizo...
—Dime la verdad, Luna —la miré a los ojos, haciendo que apartará la mirada—. No sé ni para qué pregunto, es obvio que el nabo ese la obligó a entregarse. Dios por favor dame paciencia, porque si me das fuerza lo mat...
—¡Loreto! —Luna me interrumpió, dándome cuenta de la palabra que estaba por usar.
—Lo odio, Luna. Lo odio. No hay parte de mí que no lo aborrezca. ¿Por qué se tiene que meter con ustedes? ¿Por qué siempre se la agarra contra Marizza? —no lo entendía, Luna intento abogar a su favor—. No lo defiendas, Luna. Te lo digo en serio. Si hay algo que no soporto es que una persona defienda lo indefendible.
—Es que me da pena —la mire confundida—. Con la noticia del Diario trucho debe sentirse devastado...
—¿Qué noticia? —se me olvidó el enojo, preocupándome por las palabras de Luna—. ¿Qué noticia del Diario trucho, Luna? —alcé la voz desesperada.
—¿No te enteraste? —señalé el lugar en el que había estado las últimas doce horas—. Perdón, se me olvidó...
—No importa eso ahora, Luna. ¿Qué decía ese Diario? ¿Qué le pasó a Pablo?
—Thomas y Vico se estaban tranzando a las espaldas de Pablo —me llevé las manos a la boca—. Mía me contó que discutieron en la cafetería —mientras Luna seguía hablando, yo comencé a levantarme del suelo—. Y no sé, me siento muy mal por él. No por lo de Vico, sino la traición del que se suponía que era su mejor amigo —cada vez escuchaba menos las palabras de Luna y más las voces de mi cabeza, que me pedían salir de ese lugar.
—Luna, cuida a Agos, ahora vuelvo —ni siquiera espere su respuesta, solo abrí la puerta y salir corriendo de ahí.
Comencé a subir escaleras y abrir puertas con desesperación, llegando a la recepción, donde rápidamente me dirigí a los cuartos de los chicos. Ahora lo único que ocupaba mi mente en este momento era Pablo.
—¿Pablo? ¿Estás aquí? ¿Pablo? —abrí la puerta del cuarto de los chicos, sin importarme una mierda las consecuencias.
—¿Loreto? ¿Qué haces aquí, nena? Si te ven aquí...
—Dije: “Pablo”. No recuerdo haber dicho tu nombre, ¿O si? —se trataba de Tomás—. No se te ocurra hablarme, porque no tienes ni idea de lo enojada que estoy contigo en este momento.
—Por favor escúchame, Loreto —negué repetidas veces con la cabeza, viendo como se acercaba a mí y extendía las manos para tocarme.
—¡No quiero que me toques! —alcé la voz, no solo asustando a Tomás, también a mí por la desesperación que sentí—. Puedo lastimarte, por favor no me toques — traté de controlar la situación.
—Lastímame, por favor. Pégame si eso querés. Me lo merezco. Soy un idiota —podía escuchar su sufrimiento—. Pero por favor no me ignores.
Tomás se dejó caer al suelo de rodillas, tomándome por sorpresa. Verlo así, tan vulnerable, me hizo sentir lástima por él.
—Levántate del suelo, Tomás —caminé poniéndome enfrente de él—. ¿Por qué no me escuchaste? ¿Por qué no me hiciste caso cuando te dije que le cortarás el rollo a Vico? ¿En serio te gusta?
—No, por supuesto que no —negó rápidamente, limpiándose los ojos—. No sé por qué lo hice, Loreto. Te lo juro que no lo sé...
—No, si lo sabes —nadie hacia las cosas nada más porque sí. Siempre había una razón detrás—. ¿Por qué le hiciste eso a Pablo? Pablo. Tu mejor amigo.
—No lo sé —rodeé los ojos pensando que Tomás tal vez no tenía salvación—. Tal vez porque ninguna chica me da bolilla como a Pablo...
—¿Qué? —quería entenderlo, de verdad quería hacerlo, pero esto era una estupidez—. No estoy para juegos, Tomás...
—No es ningún juego, nena. Pablo puede tener a la mina que él quiera, hasta más de una si él quiere. Le hacen la tarea. Le regalan cosas. Le pasan las respuestas de los exámenes... —Tomás me tomo de las manos—. Cuando salimos, a él es al único que le piden el número. Y cuando por fin una chica se me acerca es para preguntar por Pablo. Todos prefieren a Pablo antes que a mí.
Me quedé sin palabras, ni siquiera fui capaz de quitar mis manos de las suyas. Hasta me dieron ganas de abrazarlo. Mi desconfianza hacia Tomás se fue al verlo sumido en la desesperación y consumido por la envidia.
—¿Desde cuándo? —su silencio me trasmitió todo—. Eso debió haberte matado todo este tiempo —no era una confesión, era una súplica. Tomás suplicaba para que yo lo entendiera.
—Tenías razón cuando me llamaste el perro faldero de Pablo, porque si lo soy —así que hasta acá llegaban las palabras que uno decía para lastimar a la otra persona.
Desearía nunca haberle dicho esas palabras. Ahora quería llenarme la boca con jabón y cepillarme hasta la garganta.
—No es cierto, Tomás. No eres el perro faldero de nadie, ¿Me escuchaste? —lo tomé de las mejillas para hacer que me mirara—. Lo que hiciste no estuvo bien, ¿O en serio crees que Pablo te haría una cosa así a ti?
—¿Por qué crees que me siento tan mal? Pablo nunca me haría una cosa así. Él es mejor amigo de lo que yo nunca seré —se llevó las manos a la cara—. Nunca me va a perdonar.
—Si te va a perdonar —le aseguré, haciendo que negara con la cabeza—. Si, si lo va a hacer.
—¿Cómo estás vos tan segura, nena? —preguntó angustiado.
—Porque él no ama a Vico. No te metiste con alguien que amaba. Te metiste con su reputación, con su orgullo, con su ego —todas cosas aprendidas por su padre—. Él te va a perdonar, solo dale tiempo.
—No es cierto —hizo un berrinche.
—Si es cierto —insistí—. Yo te voy a ayudar.
—¿De verdad? —una felicidad iluminó el rostro de Tomás—. ¿Harías eso por mí? No, ¿Qué va? Lo haces por Pablo.
—Si, lo hago por Pablo —Tomás asintió decaído—, pero creí haber sido lo suficientemente clara ayer contigo, Tomás —me miro confundido—. Tú también me importas. En serio me importas —entrelacé nuestras manos—. No te lastimes de esta manera. ¿Quién te dijo que tú no tenías lo tuyo? El otro día escuché a unas chicas hablando de un chico de tercer año...
—De Pablo de seguro...
—No creo, porque si mi memoria no me falla, Pablo no tiene la piel bronceada, el cabello oscuro y largo hasta los hombros —verlo sonrojarse me hizo muy feliz—. ¿En serio crees que se referían a Pablo? Entonces que distraída soy, no me acordaba que Pablo tuvieran esas características...
—Sé que estás mintiendo, pero muchas gracias...
—¿Cómo sabes que estoy mintiendo? ¿Tú estuviste ahí? No, ¿Verdad? —Tomás se burló de mi insistencia—. Yo tampoco soy la chica más guapa del colegio. No vuelvo locos a los chicos como para que me pidan mi número de teléfono, me hagan la tarea o me pasen las respuestas del examen...
—¿Qué decís, nena? Tenés al chico más guapo del colegio babeando por vos —alcé una ceja ante esa confesión.
—Ya, Tomás. Mejor admite de una vez que estás enamorado de Pablo. Te prometo que no te voy a juzgar.
—Sos una pelotuda, yo no soy un rarito, ¿Qué te pasa, tarada? —por alguna razón, me dio más risa que coraje, como usualmente pasaba cuando llamaban a las personas homosexuales raritos o desviados—. No necesitas que nadie te pase las tareas o las respuestas del examen, Loreto. Eres el primer lugar de la clase. Y ¿Cómo que vos no volvés locos a los pibes? Si ninguno te habla es gracias a Pablo...
Se cubrió la boca.
—¿En serio? —miré el lado del cuarto de Pablo—. ¿Por qué no me sorprende?
Pase la mirada por su cama, dándome cuenta de que aún lado del respaldo, descansaba su guitarra, haciendo que se dibujara una sonrisa en mis labios.
—¿Cuándo la trajo aquí? —apunté la guitarra.
—No lo sé... Me parece que después de la reunión en su casa —mi corazón latió en una sola dirección.
—Me tengo que ir —nos levantamos del suelo—. Ten paciencia. Insiste. Discúlpate. Por favor no te rindas con él, Tomás —ahora la que estaba suplicando era yo—. Si te rindes con él, entonces Pablo no tendrá salvación después.
—No. Eso nunca. Te lo prometo —se acercó a abrazarme, pero me alejé—. Perdón, no te gusta que te toquen.
—Ya vas aprendiendo —este momento me parecía simplemente maravilloso.
—Loreto —me detuve en la puerta—. Gracias por todo. De verdad. Eres una grande amiga —hizo una pausa—. M-mi única amiga...
—Y tu el padrino de mi hija postiza —me miró confundido—. Ya vas a entender. Solo déjame buscar a...
—Sí, sí, ve a buscarlo. No te detengo.
Salí de los cuartos de los chicos, corriendo a dónde mi corazón me guiaba.
Hacia Pablo.
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