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39|Club

CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE.
club

°

—No entendí, ¿Podés volver a repetirlo?

—¿Qué parte de que no iré a la fiesta no entiendes, Marizza? —me acerqué a rodear a Luna por los hombros—. Me alegra que estés aquí, Lunita. No te vuelvas a ir de esa manera, sin despedirte.

—Por supuesto que no —se acostó en mi hombro.

—No podés faltar, nena. Dile a tu tía que tienes otro compromiso y ya está —negué con la cabeza.

—Me lo pidió desde la semana pasada, Marizza. No puedo simplemente cancelarle. Ella me necesita —además, si no llegaba al show, se podría todo.

—¿Y cuándo vamos a conocer a esa misteriosa tía tuya? —la pregunta de Luján me tomo por sorpresa.

—Es una persona muy ocupada, trabaja mucho, por eso mismo tengo que ir a verla, porque no siempre coinciden nuestros horarios —esta mentira se estaba volviendo insostenible.

—¿Pudieron convencerla? —se sumaron Manuel y Nicolás a la conversación.

—Vamos, Loreto. Nos la vamos a pasar bien —Nico insistió.

—No puedo ir, por favor no insistan.

—Bueno, porque mejor no nos explicás todo el asunto con Tomás —mire extrañada a Luna, quien hablo en tono pícaro.

—¿Qué pasa con Tomás? —pregunté confundida, Marizza y Luján tenían la misma mirada pícara que Luna.

—No te hagas, nena. Leímos el Diario trucho. Estabas coqueteando en la mesa de Pool con aquel nabo —todos le dieron la razón al comentario de Luján.

—Es verdad. Hasta me pareció extraño, porque a ti te gusta... —interrumpí a Manuel de un codazo en el estómago.

—A mí no me gusta nadie —me había olvidado de todo el asunto entre Vico y Tomás—. Qué bueno que me recuerdan, porque tengo que hablar con ese cabeza de champiñón.

—¿Sobre qué? Se podría saber —todos se pusieron de acuerdo para burlarse de mí.

—¿No les conté que se venía una humillación muy grande para Pablito? —todos se alborotaron y querían que abriera la boca—. Si no quieren que se arruine la sorpresa, tendrán que confiar en mí.

Me lanzaron bolas de papel, provocando que los amenazara apuntándolos a todos y cada uno con mi dedo anular. Aproveche que el salón se había puesto de acuerdo con Pilar para desviar la atención del Director Dunoff y la comisión que venían está noche a buscar a Nacho. Una vez lo consiguieron, festejaron el triunfo de Pilar.

Aproveche la oportunidad, caminando hasta donde se encontraba Tomás y Pablo, platicando, interrumpiendo cualquiera que fuera su interesante conversación.

—Tenemos que hablar, Tomás —se puso nervioso.

—¿Sobre qué tenés que hablar vos y mi mejor amigo, perdón? —me lleve las manos a la cara.

—¿Qué te importa? ¿Por qué no te metes en tus propios asuntos, Pablito? —alcé la voz, evidentemente molesta—. ¿Vamos, Tomás?

—Me meto porque me importa y mucho, fíjate —se puso en medio de los dos—. Entonces, ¿No pensás decirme que querés con mi mejor amigo?

—No es asunto tuyo —le saqué la lengua—. Tomás sabe exactamente de que se trata y vendrá conmigo. Eso sí no quiere que abra la boca, por supuesto.

—¡Pablo! ¡Pablo! ¡Pablo! —lo tomo de los hombros, intercambiando sus lugares, poniéndome detrás de él—. Déjame hablar con ella, es sobre un asunto personal.

—¿Y desde cuándo ustedes dos tienen asuntos personales? —lo quería ahorcar.

—No, nada que ver, es sobre Pilar —me quedé confundida—. Ya vez que Pilar y yo empezamos a salir a escondidas y Loreto es su compañera de cuarto...

—¿Por qué necesitas saber siempre todo? —me puse al frente de Tomás—. ¿Ya estás contento, nene? ¡Por Dios! No eres el centro del universo, Pablo.

Con mucha fuerza de voluntad, agarre a Tomás del brazo, arrastrándolo afuera del salón, hasta llegar a las escaleras, en donde lo encare.

—¿Cuándo paso lo de la mapoteca? ¿Antes o después de que tú y yo habláramos? —mi tono era tranquilo, pero mi paciencia no mucha—. ¡Habla de una buena vez, Tomás!

—Después —me lancé encima de él y cuando estuve a punto de rodear mis manos en su cuello me detuve—. P-por favor, perdóname.

—¿Qué te perdoné yo? Qué te perdone Dios, Tomás —pasé mis manos sobre mi cabello—. ¿Por qué todos los hombres que conozco son todos unos estúpidos?

—Te juró que intente terminar todo con Vico, como vos me pediste, pero...

—Pero se puso muy mal y te dijo que te esperaras a qué Pablo la votará a ella, ¿No? —se quedó callado—. En serio que eres un tarado, Tomás. Espero que lo que estás haciendo valga al menos la mitad de lo que vas a perder.

—¿Y a vos desde cuándo te importa lo que haga o deje de hacer?

Esto tenía que ser el colmo.

—¡Me importa porque eres el mejor amigo de Pablo, tarado! —Tomás tenía que estar agradecido de que no hubiera nadie en el pasillo, porque no tenía la intención de bajar el volumen de mi voz—. Puede que entre Pablo y yo no esté nada bien, pero lo que nunca voy a permitir es que arruine el único vínculo verdadero que ha tenido con otra persona —me puse enfrente de él, encajando en repetidas ocasiones mi dedo anular contra su pecho—. Entonces sí. Me importas como no tienes una idea, Tomás. Desde hace mucho más tiempo del que me gustaría admitir.

—Lore, yo...

—No. Nada de: “Lore”, cabrón —escupí en su cara—. ¿Sabes qué? ¿A mí qué demonios me importa? Has lo que quieras. Matate si eso es lo que quieres —lo empujé contra la pared de las escaleras, regresando al salón.

Para satisfacción de las chicas, Pablo quedaría totalmente humillado delante de todo el colegio por ser el animal con los cuernos más grandes de todo el Elite Way School, y como si la infidelidad no fuera lo suficientemente humillante, la traición vendría de su mejor amigo.

No sabía si compartiría la misma satisfacción que las chicas al enterarse, pero lo que si sabía era que yo misma entregué su cabeza en bandeja de plata. Junte fuerzas con Vico para hundirlo y darle una probada de su propia medicina.

—¿Por qué sigues preocupándote por él, Loreto? —me di unas palmadas en la cabeza, intentando sacar los sentimientos de culpa—. Él mismo se lo busco. Qué él mismo se haga responsable.

—Señorita D'Amico —cerré mi casillero, encontrando a Gloria junto a mí—. La están esperando en recepción.

—¿Es Ciro? —asintió, provocando que me invadiera una felicidad inmensa, haciendo que saliera corriendo para recibir a Ciro con un abrazo que nos tiró a ambos al suelo—. ¿Cómo está el hombre más maravilloso de todos?

—Que graciosa, no recibí ni una llamada tuya en las últimas dos semanas, Señorita D'Amico.

—Loreto, Ciro. Me llamó Loreto, ¿Quieres que te lo escriba en un papel? —levanté la mirada viendo las bolsas detrás de él—. ¿Trajiste todo lo que te pedí?

—Por supuesto. Cosas de calidad —gateé hasta las bolsas, viendo su contenido—. ¿Para qué fundación van a donar?

—¿Eso es importante? Les van a encantar todas estas cosas a los chicos —saqué los útiles escolares y los juguetes para verificar que estuviera todo lo de la lista—. Muchas gracias, Ciro.

Lo rodeé con mis brazos, plantando un pequeño beso en su mejilla. Confiaba en este hombre, como confiaba en Galo, los únicos adultos por los que metería las manos al fuego, aunque Ciro llegará a ser muy cerrado con el tema de Amanda.

—Su padre me pidió que le comentará que está estrictamente prohibido que deje las instalaciones por su viaje de negocios —me quedé helada—. Con todo lo que le pasó al empresario Franco Colucci, con el tema de los medios amarillistas, teme que salgas en uno de los titulares.

—¿Te parece que soy una persona a la que le gusta salir, Ciro? No te preocupes. Me quedaré justo aquí. Le llamaré a Amanda y le diré que la veo la próxima semana —estaba volviéndome mejor mentirosa.

—Le prometo que la próxima semana, con mucho gusto, yo mismo la llevo a ese lugar —se tocó el corazón con una mano y con la otra se quitó el gorro de chofer.

—Me parece perfecto —esto solo me provocó un mal sabor de boca, si tan solo Ciro fuera más abierto y no un lacayo de papá le contaría toda la verdad—. Mira nada más esas hombreras, ¿Quién tendrá ese espléndido gusto?

—Usted Señorita D'Amico —contesto con vergüenza.

—Me alegro mucho verte, ayer ambos estábamos muy apurados y no pudimos platicar —volví a abrazarlo.

—Cualquier otra cosa que necesite, por favor no dude en decirme —planto un beso en mi frente.

—De hecho si hay un último favor que quiero pedirte —pensé en lo que nos dijo Nacho—. Mi colchón es muy incómodo, no puedo dormir por las noches.

—¿En serio? Pero si su padre lo mando a cambiar durante sus vacaciones en México —eso no lo sabía.

—¿Podrían cambiarlo? No puedo ni moverme sin sentir grumos en la espalda.

—Ahora mismo hago el pedido del nuevo colchón, para instalarlo este mismo fin de semana —asentí contenta, cuando Nacho lo viera se pondría muy feliz.

Ciro tomó su teléfono para llamar a la tienda de colchones y fue cuando nos despedimos.

—No sabía que fueras tan abierta con los trabajadores de tu viejo —rodeé los ojos.

—¿En serio estás celoso de Ciro? Es como un hermano mayor —podía decir que Ciro era muy agraciado, apenas tenía los treinta años cumplidos, ojos cafés, pelo oscuro y un cuerpo muy trabajado—. ¿En serio quieres hablar de mi relación con mi chófer o vas a decirme lo que en realidad piensas?

—¿De qué hablaste con Tomás? —se acercó peligrosamente a mí.

—¿Qué te dijo él? —me alejé.

—Nada, entro muy serio al salón y casi no pudimos hablar. Estoy seguro de que fue por la conversación que tuvo con vos —estaba enojado.

—Bueno, digamos que le hice un par de comentarios sobre su relación con Pilar que lo dejaron pensando —me lleve las bolsas a la espalda—. Tal vez deberías tener una conversación con él y enseñarle como no tratar una relación.

—¿Qué decís, nena? Habla claro.

—Me preocupo por ti y por los que te rodean, Pablo. No tendremos catorce años para siempre y las consecuencias vendrán tarde que temprano —camine detrás de él y lo rodee con mis brazos por la espalda—. Estos son los útiles escolares que le pedí a Papá, entra con ellos a la fiesta.

—No era necesario —tomó las bolsas de los útiles escolares, haciendo que me alejara cuando intento tomar los juguetes de Nacho—. No te gusta que te toquen, pero tú si me puedes tocar a mí.

—He ahí la mágica diferencia —me pareció ver los ojos de Pablo brillar.

Me adelanté a subir las escaleras, cuando me tomaron de la mano.

—N-no, no, no p-podés soltar ese comentario e i-irte como si nada —fue tierno escucharlo tartamudear.

—¿Y qué fue lo que dije? —fingí demencia—. No tomes en esa fiesta.

Lo dejé pensando solo en las escaleras, aprovechando para correr al cuarto de las chicas y entregarles los nuevos juguetes que conseguí para Nacho. Todas se estaban arreglando cuando entre sin precio aviso a la habitación.

—Que lindas se ven todas —camine a la cama de Luna, sentándome sobre ella—. Miren lo que le traje a Nachito.

—A ver — Luján se acercó para abrir la bolsa con los juguetes.

—Y no solo eso —me levanté de la cama, llevándome las manos a la boca—. Le dije a Ciro que necesitaba un nuevo colchón porque el mío era muy incómodo, entonces este fin de semana una de ustedes me tiene que ayudar a robar mi colchón y llevarlo al acoplado como regalo para Nacho.

—¿Vos estás loca, nena? —Marizza se acercó, con un tono regañón—. Ese colchón tuyo debe pesar lo que pesan cien vacas juntas, ¿Por qué lo hiciste?

—Porque nunca tuvo uno, Marizza —no estaba actuando con responsabilidad, pero no me importaba—. Además, tu misma lo dijiste, no se va a quedar mucho tiempo con nosotras. Es algo temporal.

—No seas así, Marizza. Loreto solo quiso cumplirle el sueño a Nacho de tener un sitio para dormir —Luna me defendió.

—¿Ves lo bestia que puedes llegar a ser con tus amigas? —me hice la ofendida, abrazando a Luna.

—Está bien. Soy una bestia. Perdóname, Loreto —solté a Luna, regresando la mirada en Marizza y dedicándole una cara graciosa—. Qué estabas fingiendo. Pero que tarada que sos, nena.

—Parecen dos chiquilinas peleando, deténganse —le saqué la lengua a Marizza y ella hizo lo mismo que yo.

—Solo les quería desear suerte en su fiesta, que recolecten muchos útiles escolares y cualquier cosa que necesiten no duden en llamarme —me despedí, abrazando a todas, aunque algunas se resistieron más que otras.

Llegué a mi cuarto, tomando el teléfono y marcando al número de Amanda.

—Necesito que llames a la escuela y me pidas permiso para salir, porque a papá se le ocurrió salir de la ciudad, diciéndole al Colegio que me quedaría el fin de semana aquí dentro —fui directo al grano.

—No te preocupes, en este momento yo hablo y mando un auto por ti, ¿De acuerdo? —asentí con los nervios a flote.

Me preparé sacando algunos vestidos atrevidos y reveladores de debajo de mi cama que había comprado en compañía de mis amigas del club nocturno: “Las Reinas de la noche”, conocido actualmente como: “Galaxia Glam”, durante mis vacaciones en México.

Tocaron la puerta, haciendo que me apresurara a tomar una bolsa para meter todo dentro y no arriesgarme a qué alguien descubriera mi pequeño secreto, con eso de que el diario de chismes estaba soñando más en el Colegio. También aproveché para meter el regalo de Galo.

—Una tal tía Amanda pidió su salida del instituto, ¿Podría usted confirmar esa información, alumna D'Amico? —asentí al instante.

—Es una prima de mamá, lo que la convierte en mi tía segunda.

—De acuerdo, le pidió un auto que la llevaría a su casa y que volvería sana y salva al Colegio en la noche.

—Bueno, Gloria, como mis padres están muy ocupados en sus trabajos, a mi tía se le ocurrió la maravillosa idea de invitarme a su trabajo para ayudarla, solo serán unas cuantas horas —le expliqué.

—Tendremos que llamar a su padre para confirmar la identidad de esta señora y además, de avisarle que saldrá de la institución.

—Por favor, Gloria. No se moleste. Mi tía Amanda ya se hizo cargo del tema de mi padre y le aviso con anticipación. Lo único que tiene que hacer usted ahora es llevarme al estacionamiento para tomar el auto —la persuadí rápidamente.

Gloria se mantuvo recia con el tema de darle aviso a mi padre sobre esta situación, pero conseguí que me llevara a recepción y después al estacionamiento, donde tomaría el auto y dejaría atrás todo el circo mental que era el Elite Way School.

—¿Cómo está nuestra queridísima Emma? —salió Amanda para recibirme en la puerta trasera del club nocturno—. No tienes idea de lo mucho que te extrañamos, cariño.

—Yo también te extrañé, Amanda —la abracé, sintiendo el calor de un hogar—. Mira los vestidos que compre para mí y todas las chicas allá en México.

—No hay tiempo para eso, amor —se apresuró a llenarme de besos la mejilla—. Tenemos que arreglarte, ponerte todo el maquillaje, la peluca, blanquear tu piel.

—Espera, ¿En dónde está Galo? —mire a todos lados, buscando al único hombre moreno de dos metros y complexión ancha—. Le traje un regalo.

—Aquí está tu negro favorito —de la nada Mariel salió de entre las cortinas que conducían directamente al vestidor de las chicas.

—¡Galo! —me lancé a sus brazos, apenas rodeando la mitad de su cuerpo—. ¡Mira las cremas que te traje! ¡Están que te mueres!

Saqué el regalo de Galo. Era un set de cremas faciales y corporales para el tipo de piel que era mi buen amigo, un amante de las cremas. Pero dado a su trabajo, su aspecto y su apariencia nunca podía darse el gusto de salir a tiendas él solo, sin que se le tachara de ladrón, presidiario o matón.

No contesto nada. Nunca lo había escuchado hablar en todo el tiempo que llevábamos de conocernos. Solamente se acercó a rodearme con sus brazos y levantándome de los suelos, girando sus brazos de un lado a otro.

—¡Suéltala, Gantu! ¡Nos la vas a matar antes de que inicie el show! —se apresuró a decir Amanda, dando unas palmadas en los brazos de Galo.

Cuando me bajo, sentí el suelo moverse bajo mis pies, a lo que rápidamente Mariel y Amanda me tomaron de los brazos.

—Me alegra que te gustará.

—¿Qué parte de que no hay tiempo no entiendes, niña? —Amanda estaba nerviosa—. Tenemos que prepararte, el maquillaje, el vestuario, el calzado no se pondrá solo.

—El show empieza en una hora —ahora entendía la preocupación de Amanda.

—Nos vemos, Galo —me despedí, entrando a los vestidores con las demás chicas.

—¡Emma! / ¡¿Cómo estás, Emma?! / ¿En dónde te habías metido, niña?! —todas se acercaron a saludarme.

—La niña tiene escuela, no como nosotras que no nos preparamos ni para recibir el dinero de nuestros clientes —habló Karina.

—¿Apoco si muy aplicada? —preguntó Selena—. ¿Cuánto es sesenta y nueve entre tres?

—Treinta y tres —contesté, viendo la maldad en sus ojos—, pero no se puede, ¿Verdad, Selena?

Todas comenzaron a reírse.

—¿Cómo te quedó el ojo, mija? —Amanda se adelantó a tomarme de los hombros—. Están viendo no solo a la hija de la leyenda que creó a la Amanda que ustedes conocen, sino también a la dueña de todo este lugar.

—Ya hablamos de eso, Amanda —me emocionaba quedarme con el lugar, pero aún ni siquiera sabía que quería hacer de mi vida—. Todavía no me decido...

—Y no tienes por qué decidirte todavía. Sabes que me quedan muchos años más por vivir. Solamente te estoy presentando toda tu herencia, ya que como bien sabrás esta mujer no se puede embarazar —todas nos reímos, cuando Amanda señalo su esculpido cuerpo de mujer—. La única niña de mis ojos, de mi corazón y de esta nuestra casa eres tú, Lore...

—¡Basta de palabrerías! —Mariel corto el momento emotivo—. Preparen a Emma, sale en el cuarto acto. Karina, Selena y Ana Gabriel salen en media hora.

Las chicas me tomaron de los brazos, sentándome frente al tocador, soltándome el cabello, pasándome toallas desinfectadas por toda la cara y empezando con mi transformación de Loreto a Emma.

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