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38|Celos

CAPÍTULO TREINTA Y OCHO.
celos

°

Una vez me asegure de que Luján se encontraba bien, regrese a la oficina del Director Dunoff para hablar con el Señor Bustamante. Esto no podía quedarse así, había permitido que le llamara la atención a Marizza, pero era inaceptable eso de los perros.

—¿Por qué te metiste con las amigas de Loreto? —escuché la voz de Pablo antes de entrar a la recepción—. ¿Tenés alguna idea de lo provocaste entre ella y yo?

—¿Lo que yo provoqué? —ese característico tomo burlón del Señor Bustamante, me hizo temer por Pablo—. ¿Cuándo tenías pensado decirme que tenías novia y que no era Loreto, Pablo?

—Lo que Loreto te dijo es mentira. Yo no tengo ojos para ninguna otra chica —estaba nervioso, pero eso no le quitaba lo imbécil.

—Eso espero Pablo. Loreto es lo mejor del mercado matrimonial, no conseguirás otra chica que la iguale a ella —tenía ganas de vomitar de solo escucharlos—. Es más, me parece hasta brillante lo que vos estás haciendo.

—¿Qué cosa? —preguntó Pablo confundido.

—Lo de tu novia. Estás tomando experiencia. Te estás preparando para ser el hombre que Loreto está buscando —quería arrancarme las orejas—. Y lo que es mejor, la estás poniendo celosa.

—¿Cómo sabes eso? ¿Ella te lo dijo? —me rodeé la garganta con ambas manos, ejerciendo presión, para ver si de una vez por todas ascendía al reino de los cielos.

—¿Con quién crees que estás hablando, mocoso? —no pude evitar pensar en ese refrán que decía: “La manzana nunca cae lejos del árbol”—. Ella está intentando hacer lo mismo, fingiendo que no le importa que vos estés de novio con aquella chiquilina.

—¿Cómo que intentando hacer lo mismo? ¿Qué decís? —la conversación no dejaba de empeorar con cada segundo que pasaba.

—Ese chico del otro día. El mexicano ese. Los vi a los dos abrazados en medio de la celebración de la clase a esa chica Marizza —no podía verlos, porque no me atreví a abrir la puerta, pero una imagen de Pablo con la mandíbula torcida se me vino a la mente—. Me juro que entre ellos dos solo había una amistad, ¿Te consta que eso sea verdad?

—No es verdad, en todo caso será el mexicano ese quien juega a dos puntas con ella —el estruendo de algo golpeando la madera me hizo brincar del susto—. ¿Crees que ella esté tratando de ponerme celoso a mí?

—No lo sé, pero si no te ponés las pilas, vendrá otro chico y te la sacará, ¿Tanto te cuesta levantarte una chica? ¿En serio eres mi hijo? —de la nada, la conversación se volvió seria, hasta mis nervios se elevaron al cien porciento—. Dime, Pablo, ¿Todo funciona bien allá abajo?

Me parecía bastante cruel lo que Sergio Bustamante le decía a su hijo, parecía que estuviera más interesado en su reputación como un semental, que como se encontraba de salud mental.

Los hombres eran una porquería.

—A vos te estaba buscando —habló una voz masculina, haciendo que se me bajara la presión.

—¿Q-qué está haciendo usted aquí?

—¿No le dije que quería verla después de que se acabará mi clase? —era el maestro Mancilla.

—¿Quién anda ahí? —se escuchó el grito del Señor Bustamante, provocando que me adelantará a tomar lugar a un lado del nuevo maestro—. Loreto, ¿Qué andás haciendo vos y el profesor aquí?

—Yo... —me quedé en blanco.

No tenía idea de que inventar para no levantar sospechas de que había escuchado su asquerosa conversación.

—Yo le pedí que me acompañará a la sala de maestros —se adelantó a decir el maestro Mancilla.

—¿Hay algún problema? Yo puedo responder por ella —Pablo se me quedó mirando y yo a él.

—No, ninguno. Me gustó mucho el trabajo de ética que realizó la alumna y quisiera hablar sobre el informe que ella realizó, eso es todo —comencé a asentir como loca—. Pasa por aquí.

Me abrió la puerta que dirigía a la sala de maestros, arrepintiéndome de no haber jalado a Pablo conmigo y dejarlo ahí afuera con su padre.

—Pareces muy familiarizada con esa familia, ¿Son muy cercanos? —comenzó el interrogatorio.

—Mi papá y el Señor Bustamante son amigos desde hace muchos años —tenía la mirada puesta en la puerta, manteniendo mi distancia con el profesor y suprimiendo las ganas de salir corriendo con Pablo.

—Parece que algo te molesta, ¿Está todo bien? ¿Puedo ayudarte con algo? —parecía una buena persona, pero no confiaría tan fácilmente en él.

—No es nada —me alejé de la puerta, tomando asiento lo más alejada posible del maestro—. ¿En serio quiere hablar sobre el trabajo de ética?

—Bueno, me parece que no solamente está escrito con el corazón, sino también desde sus vivencias —me dedique a jugar con mis dedos—. ¿Te molesta si lo saco y te lea algunas cosas que llamaron mi atención?

—¿Es necesario? Solamente me inspiré en escribir desde las cosas que yo misma viví por Marizza. Ella es la mente maestra detrás de lo que escribí, debería hablar con ella mejor —ni siquiera me acordaba sobre muchas de las cosas que escribí.

—Dígame, alumna D'Amico, para usted, ¿Qué es la ética? —saco mi informe de su carpeta.

—Es hacer lo correcto —no había más.

—“La ética me miró y susurró: ¿Qué haces cuando todo lo que conoces se convierte en otro sueño ajeno?” —me acomode en la silla, reconocí al instante aquella estrofa, ahí hablaba sobre mi padre—. Imagino que no sos de aquí, ¿Verdad?

—Creo que el acento lo dice todo —hablábamos el mismo idioma, pero no el mismo lenguaje.

—“La verdad no duele tanto como no la vez venir” —en ese párrafo hablaba sobre Pablo y Tomás, sobre como permitía que lastimaran al hombre que decía amar y tal vez que se lo merecía—. Lo que escribís es hermoso.

Eso me tomo por sorpresa, y por alguna razón me hizo extrañamente feliz. Como si las cosas que me tocó vivir, ver y hacer, finalmente tuvieran un propósito.

—¿En serio? —pregunté con una auténtica sorpresa—. ¿No quiere preguntarme sobre las cosas de las que escribí?

—¿Usted quiere hablar de eso? —muy buena pregunta. Negué al instante, no le contaría mis cosas a un extraño y menos a un hombre—. Mira yo odio a la gente que da consejos, pero hay algo que te puedo trasmitir por experiencia. Leyendo su informe, me dio la impresión de que estaba lidiando con una batalla interna sobre permitir algo malo a una persona que se lo tenía merecido o hablar al respecto —eso me heló la sangre—. Lo que puedo decirte ahora es que a veces, el silencio puede ser más dañino que la verdad. Pero, también es importante recordar que la decisión de hablar o callar es tuya y solo tuya. Nadie puede tomar esa decisión por ti.

Me pareció que quería ayudarme, y era extraño viniendo de un hombre. Nunca un maestro me había hecho sentir escuchada o sí quiera vista en este colegio.

—Muchas gracias, por salvarme de ser atrapada por el Señor Bustamante y por hablar conmigo —me levanté del asiento, haciendo que el maestro me imitará y me quedara inmóvil—. ¿Pasa algo?

—No, nada, solamente iba a abrirte la puerta —se pasó la mano por su nuca y se acercó a despedirme en la puerta—. Cualquier cosa, siempre puedes venir a buscarme.

Volvió a intentar darme la mano, pero la rechacé saliendo de la oficina. Cuando salí encontré a Luján repartiendo invitaciones para una fiesta que Marizza organizaba en un boliche cerca del Colegio.

—¿En dónde está Luna? —le pregunté dándome cuenta de que no la había visto en toda la mañana.

—Es verdad que vos no te enteraste —se mordió las uñas, haciéndome a un lado—. Nacho nos contó esta mañana que se fue a su casa.

—¿Y cuándo tiene pensado volver? —no me parecía grave, teniendo en cuenta como la habían hecho sentir con todo el asunto del informe de Marizza.

—Nunca —se encogió de hombros, provocando que pegará un grito al cielo.

—¿Cómo que nunca, nena? Tenemos que ir a buscarla y traerla de vuelta —caminé a la salida con la intención de marcarle a Ciro e ir a buscar a Luna.

—Marizza ya fue a buscarla, nosotras nos tenemos que concentrar en Manuel y en todos los becados, ¿Leíste la invitación? —negué dándole otra leída muy por encima.

—¿Útiles escolares? —sonreí al ver la gran idea que tuvieron mis amigas—. ¿Qué dijo Manuel de todo esto?

—No lo sé, no lo he visto desde hace un rato —siguió repartiendo invitaciones.

Me pareció curioso, teniendo en cuenta el tema de La Logia. Lo habían marcado. Era su nuevo objetivo y no descansarían hasta verlo fuera del lugar.

—¿Has visto a Manuel, Feli?

—¿Quién quiere saber dónde está mi novio? —hizo énfasis en lo de su novio.

—Yo, Loreto, su amiga —se hizo la desentendida—. Vamos, Feli. Es por la fiesta.

—Está bien, solo porque sos vos, Lore —miró al rededor, acercándose a mi oído—. El prefecto lo cito en la lavandería.

—¿Qué? —eso no tenía ningún sentido.

Entonces, lo entendí.

Salí corriendo lo más rápido posible del lugar, dejando a Felicitas hablando sola. Cuando llegue la puerta de la lavandería estaba entreabierta, por lo que con todo el miedo del mundo me adentre al lugar, encontrando a Manuel tirado encima de un montón de ropa, sin camisa y apenas era consciente.

—¡Manuel! —grité aterrorizada—. ¿Qué te paso? ¿Quién te hizo esto? ¿Por qué viniste solo? —lo tomé entre mis manos y deposite su cabeza en mis piernas.

—Fueron los chicos de La Logia. Ellos me golpearon —apenas podía hablar, casi no pude entenderle—. Me dijeron que me fuera este mismo viernes.

—¡Están enfermos! —exclamé enojada—. Vamos, tenemos que salir de aquí.

Me apresuré a tomar su ropa, ayudando a ponérsela.

—Pensé que dijiste que me mantuviera lejos de ti —murmuró en mi oído, cuando apoye su brazo sobre mis hombros.

—No quiero que me hables enfrente del papá de Pablo. No pude proteger a Marizza y la muy mensa, ya se hizo enemiga no solo de Pablo, también del Intendente —ambos salimos de la lavandería—. Solamente quiero protegerte, Manuel.

—¿Y qué? ¿Prefieres a ese intento de Ken, antes que a mí? —no pude evitar reírme.

—Literalmente, acaban de darte la golpiza de tu vida y, ¿Se te ocurren hacerme una escena de celos? —era increíble, igual que Marizza con Felicitas—. Parece que alguien si tiene claras sus prioridades conmigo.

—¿Somos amigos o no somos amigos?

—La pregunta debería ser para ti, típico macho mexicano que le gusta dar, pero no recibir —se quedó confundido—. ¿Cómo te tomaste lo de la fiesta de Marizza? A ver, cuéntame.

—Bastante bien, ahora que sé que es para todos los becados y no exclusivamente solo para mí.

—¿En serio? Entonces creo que debería agradecer a La Logia por abrir tu mente.

—No es gracioso —se tocó las costillas.

—Un poco —lo llevé hasta la biblioteca, obligándolo a sentarse.

—¿Irás a la fiesta? —negué con la cabeza—. ¿Cómo que no irás? ¿Por qué no irás?

—Le prometí a mi tía que la ayudaría con algunas decoraciones, no puedo cancelarle —Manuel parecía más indignado por mi falta de asistencia, que por la golpiza que le metieron—. No te preocupes, porque ahora mismo voy a marcar a mi casa para pedirle a mi chófer que me traiga muchos útiles escolares.

—¿Y a mí que me importan los útiles escolares? No puedes dejarme solo en esa fiesta, niña fresa.

—¿Cómo que solo? Ahí estarán Nicolás, Marizza, Luján, Felicitas y si todo sale bien, también Luna.

—¿Cómo que: “si todo sale bien”? ¿Qué pasó con Luna? —preguntó preocupado.

—Una discusión entre Luján y ella. No te preocupes, Marizza fue por ella. Estamos seguras de que la traerá de vuelta —ambos nos quedamos mirando, haciendo que le tomara la mano—. Todo está bien, deja de preocuparte. Lo que tienes que hacer ahora es prometerme no hacerle frente a La Logia tú solo. Son gente peligrosa.

—¿Qué sabes tú de La Logia?

—¿Te parece que intentarán meterse conmigo por ser extranjera? —no era ningún secreto para nadie—. Eso fue en primer año, después de eso simplemente dejaron de molestarme. Es exactamente lo que tú tienes que hacer. No meterte con ellos e ignorarlos.

—Ahora mucho menos los voy a dejar. Quién se mete con mis amigos, se mete conmigo —me golpeé la frente.

—Deja de prenderte como un fósforo, Manuel. Esta es la realidad de muchos. Nuestro pan de cada día. Marizza y tú deberían dejar de creerse de goma, porque cuando les saquen un arma, ¿Ahí que van a hacer? A ver, dime, Manuel —lo reté con indignación.

Me molestaba lo fácil que era para ellos reaccionar, como si gozarán del privilegio de alzar la voz, del que algunos careciamos. Porque crecimos en un lugar donde lo normal era siempre escapar cuando las cosas se volvían insostenibles.

—Tranquila, Loreto. Estoy bien —negué con la cabeza.

—Por ahora estás bien —lo corregí.

—¿Te hice preocupar tanto? Ven acá, niña fresa —me abrió los brazos, invitándome a abrazarlo—. Lo lamento, tanto.

—Hombres —murmuré, caminando hasta Manuel, rodeándolo con mis brazos.

—¿Eso fue un insulto?

—Ser hombre es un insulto, Manuel —por supuesto que lo era.

—Te recuerdo que estás enamorado de un hombre, Loreto —una descarga eléctrica recorrió todo mi cuerpo.

—Eso fue un golpe bajo —murmuré con la intención de separarme de sus brazos.

—¿Y lo de insultar a mi género, no? —se aferró a mi cuerpo y nos mantuvimos abrazados unos minutos más.

—De acuerdo, suficiente terapia de exposición —lo alejé—. No cometas ninguna otra estupidez y por favor, no hagas caso a avisos falsos.

—Hecho —nos dimos un apretón de manos.

—Bueno, quedamos en eso. Tengo otras cosas que hacer. Nos vemos —me tomo del brazo, dándome un beso en la mejilla—. ¿Qué tenemos? ¿Cinco años? Despedirse de beso quedó en el pasado, Manuel —me limpié la mejilla.

—Te lo mereces, por ser una gran amiga —por alguna razón, le agarro la enfermedad del romanticismo y me comenzó a llenar de besos la cabeza.

—¡Basta! ¡Basta! ¡Basta! ¡Tanta cursilería me enferma! —logré zafarme de su lado y corrí hasta mi casillero.

Llamé a Ciro, encargándole los útiles escolares para la fiesta y juguetes para Nacho, inventando que la escuela estaba haciendo una recolecta para la gente de bajos recursos. Luego de colgar la llamada, me tomaron de la cintura, pegándome contra los casilleros.

—Si esto era lo que buscabas. Lo conseguiste. Felicidades —se trataba de Pablo, quién estaba enojado.

—¿Disculpa? ¿De qué me estás hablando, orangután? —genuinamente no sabía a qué se refería.

—Primero, no te disculpo nada. Segundo no te hagas la desentendida, nena. Porque te vi con mis propios ojos —seguía sin entender nada—. Querías provocarme celos con Manuel. Lo lograste.

—¿Provocarte celos? Mira, Pablo. En verdad, no estoy de humor. Además, no te estoy entendiendo absolutamente nada. Por favor, habla claro —era impresionante como este energúmeno siempre se las ingeniaba para hacer que habláramos, cuando no teníamos nada que decirnos.

—¡Estoy hablando de que te vi besándote con el frijolero ese en la biblioteca!

—¿Puedes bajar la voz? Te puedo oír perfectamente desde aquí —me cubrí los oídos, con temor a que mis tímpanos se me rompieran.

—Primero te beso en la mejilla, y no contento con atreverse a besarte solo ahí, también te beso en la cabeza —estaba tiesa, claramente había malentendido toda la escena—. Mi viejo tenía razón. Me enferma que estés con otro hombre, nena.

—No me digas, ¿Tu papá no creyó que entre Manuel y yo no pasa nada? —me hice la asustada—. Dime, por favor, que no le dijiste que nos besamos.

—¡Por supuesto que no! ¡¿Cómo le iba a decir eso?! —me sujeto fuertemente de la cintura—. Él piensa que no soy lo suficientemente hombre para levantarme a una chica como vos.

—¿Y la mentira? Entre nosotros no a pasado absolutamente nada, Pablo —me tomo de las mejillas, como si hubiera insultado a su madre—. Suéltame, Pablo. Me estás lastimando.

—¡Vos sos la que me lastimas! ¡Primero me ilusionas! ¡Luego que ignoras! ¡Después me echas en cara lo de Vico! ¡¿Qué demonios te pasa, Lory?!

—¿Qué me sucede a mí? ¿Qué demonios te sucede a ti, Pablo? —lo empujé—. Estoy harta de este juego del gato y el ratón. De quien persigue a quien. De ver quién sufre más. Tenemos que detenernos.

—No voy a permitir que ese mexicano te tenga.

—¿Estás ebrio? —al instante me preocupé, acercándome a su cuerpo, tomándolo de la cara.

—No necesito estar ebrio para prometerte aquí mismo que no dejaré que otro hombre te tenga —me acarició el cabello—. Porque prefiero morir, antes que verte con alguien que no sea yo.

—¿Sabes qué, Pablo? Yo creo que estás totalmente equivocado. Creo que ambos hallaremos a alguien, nos enamoráremos, viviremos y lastimaremos a otras personas, porque así somos —aferre mis manos a su pecho—. Y ambos lo veremos.

—Lo único que veremos es como lastimamos a otras personas, porque en el fondo sobremos que esas personas no somos nosotros. Yo sabré que ella no serás nunca vos y tú sabrás que él no seré nunca yo —esto era una verdadera tortura.

—Creo que ambos podremos vivir con eso —y como si nuestros cuerpos fueran dos imanes opuestos, nos atrajimos el uno al otro, fundiendo nuestros cuerpos en un largo abrazo.

El orgullo nos terminaría matando, pero este momento se quedaría para siempre en nuestras memorias, como un recordatorio constante de que éramos totalmente culpables por la larga lista de corazones rotos que dejaríamos en el camino.

—¿Vas a ir a la fiesta que organizo tu amiga? —recupere la compostura, saliendo de los brazos de Pablo.

—No, tengo otros planes —me acomodé la chamarra.

—No será con el mexicano ese, ¿Verdad?

—No empieces, Pablo —miré a los lados, para asegurarme de que está vez nadie se inventara chismes falsos míos—. Es un asunto familiar, ¿Tú si vas a ir?

—Si, me parece una buena causa, eso de donar útiles escolares a los becados —lo mire incrédula.

—Te atreves a tocarle un solo pelo a Marizza y te juro que te mando por paquetería a Tailandia, ¿Me escuchaste, Pablito? —lo amenacé apuntándolo con el dedo anular—. ¿Te puedo pedir un favor?

—Depende —rodeé los ojos, caminando lejos de él, no podíamos nunca llevar la fiesta en paz—. Che, primero dime y luego te digo si puedo o no.

—¿Podrías no tomar? —fui directo al grano—. Tú y el alcohol no son amigos. No quiero que en vez de querer dejar la música, está vez quieras dejar de existir.

—Ah, no. En ese caso vos misma tendrás que venir para asegurarte de que no tomé ni una sola gota de alcohol —habló con picardía.

—¿Necesitas una niñera, Pablito? ¿No quieres que también vaya y te cambie los pañales? —lo tome de la cara, usando toda mi fuerza de voluntad para no ahorcarlo ahí mismo.

—No tengo ningún problema en que me quites el pantalón, si es lo que vos buscás —se acercó a mi cara, dejando un beso en mi mejilla.

—Nadie dijo eso, Pablo —empujé sus sucias manos fuera de mí cara—. Solo no tomes. No lo digo por mí, lo digo por ti. Porque me preocupas...

Me cubrí la boca con la mano, cerrando los ojos y maldiciendo internamente lo que me llevo a decir esas palabras en voz alta.

—¿Entonces te preocupo? —trató de tomarme de la cintura, pero me aleje de un brinco—. ¿Por qué huyes de mí, nena?

—¡Porque no te soporto, nene!

Salí corriendo de ahí.

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