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36|Caretolandia

CAPÍTULO TREINTA Y SEIS.
caretolandia

°

—¿En dónde se metió esa tarada?

Natalia no había regresado en toda la noche a la habitación. Me comencé a preocupar cuando me salí en medio de la noche y cuando regrese no había ningún indicio de que ella hubiera pisado el cuarto en el tiempo que estuve fuera.

La busqué en la cafetería, en el salón de gimnasia, en la biblioteca, en el cuarto de juegos, en las computadoras, en recepción. No entro con nosotras a clases y nadie dijo nada cuando preguntaron por ella los maestros. Eso solo significaba que yo era la última persona que la había visto.

La sola idea de imaginar que le pasó algo por mi insistencia en hablar las cosas, me estaba martillando la cabeza. Luján, Luna y Marizza tampoco entraron a tomar clases, pero debía ser por el asunto de Nacho, muy seguramente ya sabían que Pablo sabía de la existencia de ese niño.

Me avisaron de dirección que Ciro había llegado con mi teléfono, por lo que salí al estacionamiento para recogerlo. Aproveche la salida para seguir buscando a Natalia, encontrándome a Luna sentada junto a las escaleras de la entrada trasera del Colegio.

—¡Luna! —la llamé, corriendo hasta donde estaba—. ¿No has visto a Natalia? Ayer salió corriendo del cuarto y no volvió en toda la noche.

—No, no la vi —con todo el asunto del paradero de Natalia, no me di cuenta de que Luna tenía los ojos cristalinos.

—¿Qué sucede, Luna? ¿Estabas llorando? ¿Estás así porque Pablo descubrió lo de Nacho? —me acerqué a tomarla entre mis brazos, dándole un abrazo.

—¿No has hablado con Luján y Marizza? —negué con la cabeza.

—Natalia es la que me preocupa, no la encuentro por ninguna parte y tengo miedo que algo malo le haya pasado —tenía la presión elevada, mi corazón latía a mil por hora—. Pero eso ahora no importa, ¿Qué pasó con Luján y Marizza?

—Lo que pasa es que Vico me vino a preguntar sobre el informe de Marizza, diciéndome que Pablo ya sabía todo y me manipuló para contarle que Marizza lo destruye en su informe, entonces yo quedé como una buchona —la abracé con más fuerza—. Y ayer Luján me dijo cosas muy hirientes.

—Escúchame, Luna —la aparté de mi cuerpo, limpiando sus lágrimas—. Esto no fue tu culpa, ¿Me entendiste? —negó con la cabeza repetidas veces.

—Si es mi culpa, Loreto —intente tranquilizarla—. Por mi culpa Pablo le puede hacer la vida imposible a Marizza. Por mi culpa descubrieron a Nachito.

—Vico te manipuló, Luna. De otra manera esa información nunca habría salido de tu boca, ¿No es así? —asintió con pena—. Hagamos una cosa, tú ayudame a buscar a Natalia y yo hablaré con las chicas, ¿Está bien? ¿Te parece bien?

Luna asintió, corriendo a investigar el paradero de Natalia. Pensé en donde podrían estar metidas Marizza y Luján, cuando a lo lejos visualice a Marizza caminando sigilosamente a la parte más recóndita del Elite Way School.

Se me hizo fácil seguirla sin que ella se diera cuenta, hasta llegar al acoplado, donde descansaba un contenedor de esos que utilizaban las embarcaciones para trasladar mercancía. Marizza miro a los lados asegurándose se que nadie la hubiera seguido y después se metió de un salto.

—¿Dónde se vinieron a meter estas lunáticas? —me moví con cuidado de no contraer alguna enfermedad por la cantidad de cosas oxidadas y rotas que había alrededor.

Me adelanté a tomar la puerta del contenedor, abriéndola y sujetándome de la madera para tomar impulso, brincando dentro de la caja abandonada en medio del acoplado del colegio.

—¡Dios, Loreto! ¡Sos vos, nena! ¡Casi me matas de un susto! —los gritos de Marizza casi provocan que me quedará sorda.

—Pues deberías ser más precavida, literalmente vengo siguiéndote desde que saliste del colegio y no te diste cuenta en ningún momento —empecé a inspeccionar el lugar detenidamente—. ¿Cuándo tenían pensado decirme lo de Pablo y Luna?

—Lo hubiéramos hecho si la señorita no se hubiera desaparecido en medio de la noche —tenían un punto—. Te buscamos por todos lados para decirte que el muñequito de plástico ese vio a Nacho.

—Lo sé, vino a mi cuarto para decírmelo el mismo en persona.

—¿A vos también te amenazó? —me preguntó Marizza.

—E-exacto, ¿P-por qué otra cosa entraría a mi cuarto? —mis estúpidos nervios me traicionaron, pero ninguno se dio cuenta de eso.

—Y todo por la lengua floja de su amiga —Nacho y Marizza tenían la misma posición.

—De eso venía a hablarles, ¿Por qué trataron de esa manera a Luna? La encontré destrozada llorando afuera de la escuela.

—¿Por qué más será, nena? Por buchona —negué, acercándome a ellos.

—Sabes perfectamente que Luna no es ninguna de buchona. Es ingenua y muy amable, pero estoy segura de que sabes perfectamente que ella no lo hizo con esa intención —ambos no me miraban a los ojos, sabían perfectamente que se habían pasado con Luna—. Si Luna no fuera una de nosotras, ¿No creen que también hubiera contado lo de Nacho?

—Bueno, en eso tiene razón Lore —Nacho tenía la cabeza abajo.

—De acuerdo, nos equivocamos, ¿Contenta? Otra vez traté a Luna como a una bestia —me alegraba que reconociera su culpa en todo esto—. Después arreglo las cosas con Luna, ahora tenemos que poner a Nachito cómodo, porque aquí es donde se va a quedar.

—¿En este lugar? —era una pocilga—. Está llena de polvo, telarañas y basura.

—¿Crees que no lo sabemos? No tenemos otra opción, ¿Tú puedes llevártelo a tu casa? —preguntó Marizza a la defensiva.

—¿Qué parte de que mi papá y el Señor Bustamante son mejores amigos no entendiste, nena? —luego de eso pensé en Amanda.

La sola idea de contarles la parte más importante de mi vida, que eran los clubes nocturnos de shows de drags queens, me heló la sangre. Que supieran lo que era Amanda y la rechazaran me aterrorizó. No quería que nadie más se enterará de eso, lo mantendría en secreto tal como me había pedido mi padre.

—Entonces no te quejes —tenía razón—. Nosotras tenemos que regresar al Colegio, pero volveremos para darte de comer, ve limpiando todo esto.

—¿Cómo que al colegio, Marizza? Nacho tuvo que literalmente dormir en la basura, si quieres tú adelántate y yo me quedo a arreglar un poco el lugar —me adelante a tomar una bolsa de basura que estaba por ahí tirada y recoger toda la basura del piso—. Tú come, Nacho. Esto queda en cinco minutos.

—¿Qué importa llegar tarde unos cinco o diez minutos? —alzó la voz Marizza ayudándome con la basura—. Te vamos a traer algunos juguetes, para que no te aburras.

—¿También un colchón? —preguntó Nacho emocionado.

—¿Cómo un colchón, Nacho? ¿No quieres también un elefante de mascota? —estaba con Marizza, teníamos que empezar por cosas pequeñas, si no quería que nos descubrieran.

—Es que nunca tuve uno, el único que había en mi casa lo tenía mi hermano por ser el mayor —eso me destruyó el alma.

—Sigue comiendo, nosotras después nos encargamos de las cosas básicas para vivir, ¿De acuerdo? —no quería prometerle algo que no estaba segura de cumplir, tenía que ver primero como transportar un colchón sin que nadie se enterará.

Llenamos la primera bolsa de basura y encontramos una debajo de una pila de tablas, fierro y envoltorios de comida, la cual también terminamos llenando.

—Tenemos que turnarnos entre Luján, Luna, tú y yo, para venir a cuidar a Nacho por las noches. Tengo miedo que este sea el punto de encuentro de más personas, ¿Me escuchaste? —Marizza estuvo de acuerdo.

—¿Cómo nos deshacemos de esta basura? Todavía hay mucho que recoger.

—Tirala aquí y después regresamos a recogerla cuando traigamos más bolsas de basura, una escoba y recogedor —no tuve que decírselo dos veces, despojándose de la basura en el suelo.

—¿Y si le prendemos fuego? —la mire incrédula.

—Marizza estamos rodeadas de pasto seco, las llamas llegan a volar y le tendríamos que decir adiós al Elite Way School —tomé el encendedor de sus manos.

—Disculpen —escuchamos una voz masculina, asustándonos—. El Elite Way School, ¿Es por acá?

Era un adulto que pasaba de los veinte, quizás unos treinta y tres años. Tenía una apariencia bastante aliñada, vestía ropa formal, cargaba unos libros, hojas sueltas, periódico y una carpeta.

Me quedé paralizada, un miedo me recorrió de pies a cabeza y no pude responderle. Un hombre en medio de la nada para mí era una evidente señal de peligro.

—No, esto es una propiedad privada, así que váyase —Marizza noto que no había algo bien conmigo y se puso al frente de las dos.

—¿Estás segura? —insistió y eso solo me hizo temblar.

—Si, ¿Qué le dije? Váyase —Marizza agarro un palo de madera y nos defendió a ambas del señor insistente.

El señor no se inmutó por las amenazas de Marizza y simplemente se fue, haciendo que volviera a respirar. Marizza tiro el palo de madera y se dirigió rápidamente hacia mí, tomándome de las mejillas.

—¿Estás bien, nena? Estabas temblando, ¿El tipo ese te asusto mucho? —asentí con una mano en mi corazón.

—Los hombres siempre son un mal augurio, decía una amiga de mi mamá —irónicamente era Marisela, una de las drags queens del antiguo club nocturno: “Las diosas de la noche”, ahora conocido como: “Galaxia Glam”.

—No importa, ya se fue y seguramente no lo volvamos a ver —me sacudí, intentando deshacerme de las imágenes esas que hasta el día de hoy seguían atormentándome.

—Volvamos con Nacho, hay que dejarle el lugar limpio y regresar al colegio antes de que pregunten por nosotras.

Marizza me tomo de la mano para ayudarme a caminar hasta el contenedor, se puso de cuclillas para ayudarme a subir y una vez dentro, la ayudé a subir yo. Cuando vimos la hora, nos dimos cuenta de que era muy tarde. Nos despedimos de Nacho y salimos corriendo al colegio antes de levantar sospechas.

Logramos burlar la seguridad e ingresamos con éxito al plantel, Marizza se adelantó a tomar la clase en medio de la presentación de un nuevo profesor que resultaba ser el mismo tipo que vimos hace rato. Pero más importante que eso, me pareció la ausencia de Natalia en el salón.

—Profe, ¿Puedo hablar con usted un segundo afuera? —le pregunté al preceptor que estaba presentando al nuevo maestro de Ética y Filosofía.

—Por supuesto. Profesor Mancilla ellas son las estudiantes Spirito y D'Amico —ambas lo saludamos con incomodidad.

—¿Las conozco de algún lado? —la sangre se fue a mis pies.

—No, no lo creo —negó Marizza aprovechando para salir al pasillo con el preceptor.

—Le quería preguntar, ¿Sabe algo de mi compañera Natalia Duque? Ayer en la noche salió de la habitación y no volvió en todo el día —estaba preocupada.

—Claro, la alumna Duque —asentí frenéticamente—. Llamo a sus padres anoche porque no se sentía bien, se integrará a clases hasta nuevo aviso —escuchar eso me trajo paz interior—. Ahora regrese al salón.

Nos despedimos, adelantándome a tocar la puerta del aula.

—Permiso —llamé la atención del maestro.

—Adelante, por favor tome asiento —me pareció curioso ver a Marizza enfrente con el profesor, sosteniendo unas hojas.

Entre al salón, encontrándome con la mirada de Pablo puesta sobre mí, pero decidí ignorarlo porque aunque mi día no había sido para nada tranquilo, sin duda con Pablo se transformaría en algo peor.

—¿Qué está pasando? ¿Qué hace Marizza con el profesor? —le pregunté a Luna.

Negó varias veces con la cabeza y no me respondió nada.

—Su compañera Marizza Spirito escribió su informe en forma de cuento —en ese momento entendí todo.

—¿En qué problema te metiste ahora Marizza? —murmuré mordiendo el lápiz por los nervios.

—¿Cómo en forma de cuento? No pedía que fuera en forma de cuento. Está mal. Hay que tirarlo —Pablo alzó la voz, nervioso.

—No, no está mal. No pedía que fuera en forma de cuento, pero tampoco decía que no podía ser un cuento. Ella usó el humor para ciertas cosas que nos interesan —no podía dejar a Marizza sola en esto, pero no hallaba forma de meter mi cuchara en el discurso del maestro—. Como hay otro que igual me gustó mucho, pero este fue escrito en forma de poema. De hecho, que bueno que me recuerda, ¿Cómo se llama usted?

—Pablo Bustamante —maldije todo el árbol genealógico de los Bustamante.

—Que bueno que me recuerda, alumno Bustamante. Porque invito a la única persona que escribió ese poema a venir a acompañarme a la sala de maestros después de que se termine la clase —me puse nerviosa—. Si no considerará que fuera algo privado, también me hubiera gustado que viniera y lo leyera aquí al frente de ustedes —era curioso escuchar a un hombre diciendo la palabra: “privado”, la mayoría no conocía esa palabra—. Regresando a su opinión respecto a que los estudiantes se expresen, ¿Por qué mejor no escuchas lo que escribió tu compañera y después nos compartes tu opinión?

Por alguna razón el maestro me trasmitió una confianza que casi provoca que la sola idea de confiar en él pasará por mi cabeza. Me asuste al pensar eso y me saque aquel pensamiento de la mente.

—“Había una vez en Caretolandia. Mandaba un intendente llamado Caretoli...” —y como si la suerte de Marizza no fuera de mal en peor, la clase se vio interrumpida por el Director Dunoff.

El Director Dunoff venía acompañado de Sergio Bustamante, presentándolo como el Intendente de la ciudad y también como el padre de Pablo.

—¿Cómo estás, Loreto? Hace mucho que no te veo —me saludo al frente de todos.

—Muy bien, Señor Bustamante —ni siquiera pude mirarlo a los ojos.

No tenía que ser tan inteligente para deducir lo que estaba pasando. Al parecer Pablo tuvo la poca hombría que tenía para llamar a su padre en algún momento entre la noche y el día para que viniera a salvarlo de una humillación pública.

Pablo le insistió a Sergio para qué se quedará a escuchar el informe de Marizza diciendo que hablaba sobre un intendente y que seguramente le podría interesar. Al final, al intendente de la ciudad le interesó quedarse a escuchar el informe, sentándose en la parte de atrás del salón con su hijo.

Marizza se trataba al hablar y comenzó a toser de los nervios. Quería abrir la boca y ayudarla, pero mi miedo al papá de Pablo fue más fuerte que mis ganas de pararme a alzar la voz.

—Esto es ética. Ser fiel a uno mismo es ética. Vos lo escribiste. Es lo que piensas. ¿Esta de acuerdo, señor Director? —el maestro Mancilla se dirigió a Dunoff.

Mi lápiz quedó todo mordisqueado de la parte del borrador, una evidente prueba de mis nervios por toda esta situación. Finalmente, el maestro Mancilla convenció a Marizza de leer lo que escribió, diciendo que a él le encantó lo que escribió.

—“El Intendente Caretoli tenía un hijo que jugaba a ser He-Man todo el día, pero como era un concheto y medio flojo cambio la pesada espada por un cómodo y pequeño celular que también tenía superpoderes. Cuando se veía en problemas apretaba la tecla “send” y el Intendente Caretoli venía en su auxilió. Y así fue como hizo meter preso a un joven sin pruebas, dejando desamparados a quienes podía tener a su cargo. He-Man hacía uso y abuso de sus superpoderes. Escapó del colegio. Manejo sin registro. Mintió y discrimino. Pero, ¿Qué importaba? Total, la famosa tecla “send” lo salvaría una y otra vez, ya que el Intendente Caretoli ejercía el caretaje como nadie y untaba como ninguno” —el lápiz no fue suficiente y tuve que recurrir a mis uñas, volviendo a abrir una vieja herida en mi pulgar—. “Y, mientras en Caretolandia, empuñando un celular se consigue impunidad. La ética se la seguirán llevando previa muchos de sus ilustres funcionarios”.

Nos quedamos callados todos.

—Bueno, me parece que el trabajo de ella expresa muchas de las cosas que vivimos todos los días y que escuchamos —eso era verdad, todo lo que Marizza dijo es verdad y aun así no me atreví a mirar otro lado que no fuera el pizarrón—. Así que en mi clase se puede aplaudir, al que le gustó puede aplaudir.

Una guerra interna se desató en mi cabeza. Entre ser una buena amiga y apoyar a mi amiga con sus convicciones o entre cumplir con mi rol de convertirme en la perfecta esposa de Pablo Bustamante.

No hice nada, me quedé en blanco.

—Marizza, tenemos que irnos —la tome del brazo, obligándola a escapar.

—¿Qué te pasa, Loreto?

—¿Qué me pasa a mí? ¿Qué te pasa a ti? Literalmente acabas de firmar tu acta de defunción con Sergio, Marizza —estaba lo que le seguía de aterrada—. Tenemos que irnos, antes de que venga a buscarte.

—¿Qué sucede aquí? —Manuel se unió a la conversación.

—A Loreto no le gustó lo que escribí —la mire impactada, no creí que esas palabras fueran a salir de su boca.

—¿Por qué? Si se la rejugó —Manuel aplaudió el acto de rebeldía de Marizza.

Todos empezaron a celebrar y festejar el informe de Marizza ayudándola a subirse a la mesa de la biblioteca, donde todos comenzaron a ovacionar a la valiente que se atrevió a desafiar a los hijos de los peces más gordos de Argentina.

—No lo entiendes, Manuel. Tampoco lo entiende Marizza —estaba en pleno ataque de pánico, a lo que Manuel empezó a preocuparse, tomándome de los hombros.

—¿Qué pasa, Loreto? ¿Por qué te pones así? —continué negando con la cabeza.

—Tenemos que sacar a Marizza de aquí, antes de qué...

—¡Spirito! —una autoritaria voz se extendió por todo el Star.

Todos nos hicimos a un lado y por inercia me escondí en el pecho de Manuel. Estaba segura de que Marizza, igual que yo alguna vez también lo deseé, desearía nunca haber conocido al Intendente Bustamante.

El señor Bustamante le pidió que lo acompañará a la oficina del director, Marizza intento negarse, pero él insistió. Estaba inmóvil en el pecho de Manuel, hasta que una voz me hizo estremecer.

—También quiero hablar con vos, Loreto —di un pequeño brinco, alejándome del cuerpo de Manuel—. Por favor quédate cerca de aquí.

La mirada que le lanzó a Manuel, fue de auténtico odio, haciéndome temer ahora por mis dos mejores amigos.

—Tienes que mantenerte alejado de mí, Manuel —le pedí con nervios, sintiendo como la ansiedad se apoderaba de mí.

—¿De qué estás hablando? Por supuesto que no voy a hacer eso —intento tomarme de las manos, pero lo alejé.

—Tengo que asegurarme de que no le pase nada malo a Marizza —ignoré cualquiera de sus intentos de detenerme—. Por favor, no me sigas.

Y sin más, salí corriendo detrás de mi amiga.

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