32|Admiradora
CAPÍTULO TREINTA Y DOS.
﹙admiradora﹚
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Tenía que dejarme de estupideces, la envidia o los celos enfermizos que sentía, no me llevaría a ningún lugar. Además, estaba dando la imagen equivocada a mis amigas, en cualquier momento se me caería todo el teatro y les confesaría los secretos que guardaba en mi corazón.
Me arrepentí al instante de haberlas abandonado, porque caminando sola por los pasillos me encontré a Vico guardando cosas en su casillero. Quise dar la media vuelta y correr de ese lugar, pero no podía seguir huyendo de las cosas que no quería enfrentar.
—¿Podemos hablar, Vico? —me recargué sobre la puerta de su casillero, provocando que casi cayera sobre ella cuando la cerró.
—¿De qué me querés hablar? —agachó la mirada con los libros en sus manos—. ¿Tú también me venís a cuestionar por qué perdoné a Pablo?
—Como alguien que alguna vez fue tu amiga, probablemente si —se encogió de hombros—, pero en este momento no estamos en los mejores términos, entonces no tengo nada de que cuestionarte. Es tu vida y puedes hacer lo que se te venga en gana —era la menos indicada para venir a cuestionarla—. Solo vine a aclararte que no te conté lo de la reunión en casa de Pablo porque quisiera lastimarte, admito que no lo hice con las mejores intenciones, pero te prometo que no fue para lastimarte o humillarte delante de nadie.
—Todo bien, olvídate. Además, si no hubieras venido y contármelo vos, Pilar llegó al cuarto para pedirle ropa a Mía y se le salió —la conversación era incómoda, pero no difícil de tener, supongo que a esto se le llamaba progresar—. ¿Quién la invitó a ella?
—Tomás.
—Que raro. Nunca vi que Tomás tuviera onda con Pilar.
—No, lo que pasa es que hubo un malentendido. Tomás empezó a recibir cartas anónimas de una admiradora secreta que le escribía cosas muy subidas de tono y pensó que Pilar se las mandaba —no tenía por qué andar ventilando las intimidades del amigo de Pablo, pero no le vi el problema hasta el momento en que trate de despedirme y Vico me sujeto de la mano—. ¿Qué pasó?
—¿Así que Tomás está buscando a su enamorada secreta? —asentí lentamente con la cabeza—. Entonces vos me vas a ayudar a convertirme en su admiradora secreta.
—¿Qué? —ni siquiera pude negarme, porque estaría siendo arrastrada hasta el casillero de Tomás.
—Primero necesitamos una de las cartas, pera ver qué tan subidas de tono recibe las cartas —no reaccioné, estaba en shock—. ¡Andá que no tenemos todo el día, nena!
—¿Qué vas a hacer, Victoria? —el asunto era tan grave, que tuve que llamarla por su nombre y no por su apodo.
—Le voy a dar a Pablito en donde más le duele, y vos me vas a ayudar a hacer que pague todas y cada una de las que me hizo —negué varías veces con la cabeza, era una locura—. A no ser que quieras que toda la escuela se entere, no solo de tu beso con el novio de Feli, sino que Pablo se entere de que vos y él se besaron en el Vacance Club.
No terminaba de entender por qué tenía tanto miedo a que Pablo se enterará de un estúpido beso, pero su amenaza sonó igual a querer matar a todas mi familia, por lo que me apresure a forcejear el casillero de Tomás hasta abrirlo.
—Date prisa que nos están mirando.
—Estoy buscando —exclamé con nerviosismo, moviendo todas las cosas dentro del casillero, hasta que un sobresalió de una de las carpetas—. ¡Aquí está! ¡Aquí está!
—¡Andando! —me volvió a tomar de la mano, corriendo hasta la biblioteca.
Cuando abrimos la carta cerré los ojos tan pronto visualices el primer diálogo íntimo de la admiradora secreta de Tomás hacia él.
—No seas una mojigata y ayúdame a escribir algo parecido a esto —me sentía entre la espada y la pared, por un lado esperaba que Pablo recibiera su merecido, pero por otra parte me ponía nerviosa que quería conseguir Vico de Tomás.
—Dime que es lo que planeas, Victoria —me armé de valor para enfrentarla—. Si me cuentas tu plan, prometo que te ayudaré a escribir una carta parecida a esta.
—No solo parecida, quiero que vaya directo al grano —no sabía a qué se refería—. Le voy a enseñar a Pablo Bustamante que con Victoria Paz nadie se mete.
—¿Y qué tiene que ver Tomás en todo esto?
—Que mejor venganza que ponerle los mismos cuernos así de grandes como él me los puso a mí, solo que con su mejor amigo —eso era muy diabólico.
—¿En serio crees que Tomás te vaya a hacer caso? ¿Tú? ¿La novia de su mejor amigo? Por favor, Vico. Eres más inteligente que esto —Tomás no era diferente a los otros hombres, pero no lo veía traicionando a Pablo de esa manera.
—Vos solo escribí la carta que de lo demás me ocupo yo —los sostuvimos la mirada—. Deja traigo papel y pluma.
Esto me parecía muy arriesgado, tendría que esperar a que Vico se fuera para huir lo más lejos que pudiera de todo este desastre. Cuando me levanté del escritorio pude ver a Pablo jugando al billar y Tomás detrás de él, aparentemente sufriendo por una tarea.
—Vamos, chicas. Tardan mucho —esas palabras me desconcertaron, por lo que levanté la oreja y seguí escuchando aquello con lo que las chicas estaban tardando.
Se trataba de la tarea de matemáticas. Las chicas aceptaron hacerle todas sus tareas por el precio de nada, seguramente. Y aquí estaban otra vez mis celos enfermizos.
—Traje un plumón y varias hojas por si te equivocas... —no la dejé terminar hablar, arrebatándole las hojas de las manos—. ¿Y qué bicho te pico a vos?
—El bicho de la venganza —era buena falsificando firmas, la letra también era pan comido.
—Escribí que nos...
—No te preocupes, sé exactamente que escribirle —no me tomo ni dos intentos lograr copiarle la letra a la admiradora secreta de Tomás—. ¿Qué te parece?
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Quiero verte. No aguanto
más sin poder besar tus labios
de miel. Quiero sentir tu piel y
que recorras la mía.
Posdata: te veo en la
lavandería en media hora.
ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ—Tu enamorada ardiente
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—¿No crees que te pasaste de indecente?
—¿Quién es la mojigata ahora? —Vico se quedó en silencio—. Ahora sigue la mejor parte —improvisé un sobre, metiendo la carta y escribiendo por encima los nombres del destinatario y el remitente.
—¿Qué haces, nena? —me preguntó Vico, tomándome de la mano al ver cómo me dirigía a Pablo y Tomás sin ningún pudor.
—Solo juego un poco con la mente de dos energúmenos —tenía la intención de hacer que creyeran que yo era la propietaria de las cartas, para que Pablo se llevaba una enorme sorpresa cuando describiera a Vico y a Tomás—. Prepárate porque en media hora Tomás conocerá a su enamorada ardiente.
Me importaba una mierda lo que pasara después de esto, tarde o temprano ambos tendríamos que asumir la responsabilidad de nuestros actos. Quizá estábamos hechos el uno para el otro, después de todo.
Tomé la carta entre mis manos, doblando sus pliegues hasta conseguir un papel levemente arrugado, simulando que había pasado por varias manos antes de las mías.
—¿Qué es eso de andar copiando los apuntes de Pablo, Tommy? —llame su atención con una mano detrás de mi espalda—. ¿Sabes? Podría conseguirte a la mejor asesora en matemáticas.
—¿Qué querés, nena? No me digas que ya olvidaste que me llamaste poco hombre ayer —Pablo lo miro con ganas de matarlo y yo aproveche para pavonearme enfrente de ellos.
—¿Así le hablas a la persona que viene alegrarte el día? —ambos me miraron con muchas preguntas.
—¿Qué querés decir con alegrar, Loreto? —ignoré completamente a Pablo, para acercarme a Tomás y pasar la carta sobre sus narices.
—¡Una carta! —se emocionó, tratando de arrebatarme la carta de mis manos, siendo más rápida y corriendo del otro lado de la mesa de billar—. ¿Qué hacés con eso? Dámela.
—La encontré tirada cerca de tu casillero, pensé en lo que me contaste ayer y vine a entregártela yo misma en persona, como la gran compañera que soy.
—¿No serás vos mi enamorada secreta? —para Tomás era un juego, pero para Pablo pareció ser una declaración de guerra.
—¿Qué te pasa, pelotudo? Loreto jamás sería capaz de hacer una cosa así —esto se estaba poniendo interesante.
—Lamentablemente solo soy una paloma mensajera, aunque dicen las malas lenguas que no soy ninguna blanca palomita —lancé la carta a la mesa de billar—. ¿Puedo escuchar lo que dice esa chica “rezarpada”, como ustedes dicen?
Pablo no despegó la mirada ni un solo segundo de mi cara, estaba claramente molesto y pude adivinar sus razones al instante. Tomás leyó la carta en voz alta como le pedí, haciéndome la sorprendida con tales palabras.
—Esa chica debería ser poeta —me emocioné por Tomás—. ¿Qué vas a hacer? ¿Vas a ir a verla?
—Pará un segundo, ¿No será una joda? —la preocupación de Pablo sonaba genuina, ya ni siquiera tenía que ver conmigo.
—¿Qué cosas estás diciendo, Pablo? Solo porque tú eres el galán número uno de todo el colegio, no significa que Tomás no tenga sus encantos —salté en su defensa—. Estoy segura de que la mayoría confían más en unos ojos color miel, que en una mirada azul.
—No lo digo por eso. Lo digo porque a la lavandería no va nadie —Pablo intento arreglar las cosas, pero Tomás ya estaba molesto.
—Bueno, si tanto te preocupa yo puedo acompañarlo, ¿Tienes un partido ahorita en media hora, no? No te preocupes de que nada malo le va a pasar a tu amigo en mi guardia —me acerqué a Tomás.
—¿Y vos no tenés ensayo del grupo de baile? —negué con la cabeza.
—No alcance a dar la prueba —la única verdad entre tanta mentira—. No dejaré que le vean la cara a tu mejor amigo, esto será como en el Vacance Club, ¿Te acuerdas? Pusiste a Tommy como mi guardaespaldas solo que yo no estaba enterada.
—C-cortala, Loreto —Tomás se puso del lado de Pablo—. Ya nos disculpamos por lo que hicimos en el Vacance Club.
—¿En serio, Tomás? —no mencioné el favor que me debía, pero al instante pude notar como empezaba a recordar ese detalle por la expresión de su cara.
—M-muchas gracias a los dos, pero está me la quiero aguantar yo solo —y sin más se fue.
Intente ir detrás de él, pero me agarraron del cuello de mi camisa.
—¿No será que querés ir detrás de Tomás porque la mina que le escribe esas cartas sos vos? —me quedé en silencio—. ¿Por qué no hablas, Loreto?
—¿Quién te entiende? Primero me acusas de estar enamorada de Manuel, después de mandarle cartitas calientes a Tomás. En serio que no te entiendo, Pablo —volví a intentar irme detrás de Tomás, pero Pablo no flaqueo su agarre—. No soy la chica de las cartas, ¿Contento? Suéltame ahora.
—Entonces no te molestará acompañarme al partido, ¿Verdad? Total, no sos la que le escribe esas cartas zarpadas a Tomás.
—No, por favor, Pablo. Todo menos ir a sentarme a ver un partido de fútbol con veinticuatro hombres sudorosos y desprendiendo testosterona a las doce del mediodía —era un miedo real, no quería que se me pegará la estupidez de los hombres.
—Por supuesto que vas a ir. Si resulta que aquella minita nunca llegó a su encuentro con Tomás, vamos a tener serios problemas vos y yo, nena —me tomó de la mano.
—¿Y sí fuera yo? ¿Cómo reaccionarías? —estaba echándole más leña al fuego.
Pablo se detuvo abruptamente en medio del pasillo, y yo choqué contra su espalda. Sin soltar mi mano, se dio la vuelta y me enfrentó, revelando su semblante serio.
—Por tu bien, no querrás saberlo —si quería asustarme, lo había logrado. Pero ni estando atada, vendada y amordazada logro silenciarme, convirtiéndonos en un circo andante.
No me soltó la mano en ningún momento, solamente cuando se fue a cambiar, pero ni siquiera así pude alcanzar a escaparme. Llegamos a las canchas de fútbol y me dejó sentada con sus cosas.
—¡Lo odio! ¡Lo odio! ¡Lo odio! —mandé golpes en el aire, viendo como las gradas estaban todas vacías y yo era la única ridícula viendo su partido—. ¡Tú puedes, Manuel!
Afortunada o desafortunadamente ahí estaban Manuel y Nico para consolarme, aunque Nico parecía que en vez de jugar estaba intentando sobrevivir al balón de fútbol, lo cual hizo más interesante este partido lleno de testosterona y me divertí aún más cuando los chicos comenzaron a pelearse entre sí.
—¿Para esto me trajiste? —quise sonar seria, pero no pude aguantarme la risa.
—¿De qué te reís, nena? ¿No estás viendo como me dejó el frijolero ese? —estaba sudado hasta por los codos, tenía la camisa toda mojada y toda la tierra que recogió del suelo ensució parte de su ropa y su cara.
—Tu mismo te lo buscaste, ¿De qué te quejas? —no obtuve ninguna respuesta, haciendo que lo buscará con la mirada—. ¿Qué haces parado? Tenemos que ir a la enfermería.
—¿No acabas de decirme que me lo merezco? —no sabía cuál de los dos estaba más enojado, él por pelearse y todavía aguantarse mis comentarios o yo por ser arrastrada a este partido mitotero y soportar al insufrible de Pablo.
Respire profundamente para sacar toda la mala vibra que estaba cargando y poder ser de utilidad para Pablo en este momento.
—¿Qué estás haciendo? —Pablo retrocedió a mí toqué.
—No te muevas y déjame verte bien —lo tomé del brazo, obligándolo a ponerse a mi altura para poder revisar su cara—. ¿Estás bien? Perdón por no preguntarte, es que a veces me sacas de quicio.
—¿Te parece que estoy bien? —su contestación hizo que una tristeza me inundará, al igual que un sentimiento de culpa—. ¿Qué estoy diciendo? Perdóname, Loreto. Siempre termino comportándome como una bestia contigo.
—No tienes por qué disculparte, tienes razón, hice una pregunta tonta —pasé la yema de mis dedos por toda su cara para asegurarme de que no tuviera heridas grabes—. ¿Cómo está la herida que te hicieron los matones de la villa?
—¿Quieres verla? —no pude evitar rodear los ojos escuchando el tono pícaro en la voz de Pablo.
Cuando se levantó la camisa, me enfoqué en la zona de la herida, dándome cuenta de que el proceso de cicatrización estaba avanzando más rápido de lo esperado. Un gran alivio me invadió al ver que la herida estaba sanando correctamente. Al levantar la mirada me encontré con la de él, que me observaba con una mezcla de curiosidad y gratitud.
—La herida cicatrizó perfectamente —hablé con una felicidad que no pude contener.
—Eso es porque tuve a la mejor doctora —al parecer a Pablo se le había olvidado que estábamos enojados y de la nada me rodeo con sus brazos.
Me quedé estática, un montón de emociones estaban desembocando de mi corazón a mi cerebro y viceversa. Pero sin duda la emoción que dominaba todo mi cuerpo era la felicidad, haciéndoseme fácil devolverle el abrazo a Pablo ocultando mi rostro en su pecho.
—¡Pablo! ¡Pablo! ¡Che, Pablo! —una voz masculina nos sacó de nuestro trance, provocando que ambos nos soltáramos al mismo tiempo—. ¿Qué te paso?
—¿Qué haces acá? ¿No ibas a encontrarte en la lavandería con la minita esa? —Pablo se le había olvidado todo el dolor físico y lo remplazo por el enojo hacia Tomás.
Se me había olvidado completamente el asunto de la admiradora secreta, por lo que me puse detrás de Pablo para escuchar a Tomás, rogándole a todos mis santos para que no hubiera caído bajo los encantos de Vico y tuviera más fuerza de voluntad que el de un hombre común y corriente tenía.
—No, al final no fui. Lo pensé bien, te hice caso, seguramente era todo una joda —me permití festejar a espaldas de Pablo, y mi porcentaje de confianza en los hombres seguía siendo cero, pero con una pequeña y silenciosa excepción—. Perdón, creo que interrumpí algo por aquí.
—Si / ¡No! —hablamos Pablo y yo al unísono, pero alce la voz para silenciar su respuesta.
—Tomás, Pablo se acaba de agarrar a golpes con Manuel y está muy herido, por favor ayudame a convencerlo de ir a la enfermería —ni siquiera tuve que rogarle, Tomás pronto estaría tomando a Pablo del brazo para obligarlo a ir a la enfermería.
Una vez que me deshice de los dos orangutanes subdesarrollados, corrí en busca de Vico. El plan había fallado, entonces tenía que inventar otro antes de que volviera a amenazarme con contarle a Pablo sobre nuestro beso.
—Se me ocurrió otro plan —llegué con las ideas claras y decisivas—. Tenemos que abandonar el plan de Tomás, no es mucho de mi agrado, pero demostró ser un buen amigo dejando plantada a su admiradora secreta en la lavandería.
—¿De qué estás hablando? Por supuesto que cayó directito en mi trampa —se me borró la sonrisa y todo el ánimo para sacar ese plan adelante.
—¿Qué cosas estás diciendo, Vico? —no quería creer lo que estaba escuchando—. No es gracioso, tengo otras ideas para vengarnos de Pablo...
—¿Qué parte de que Tomás cayó directito en mi trampa, no entendiste, nena? —Vico se levantó del sillón puff del Star.
—¿Por qué mientes, nena? —la detuve del hombro, para qué me explicará con peras y manzanas a qué se refería—. Tomás vino con nosotros y nos dijo que no fue.
—Vamos a ver cuál de los dos miente.
Pude ver a lo lejos a Pablo y Tomás haciendo un trabajo práctico, al parecer nuestro maestro de ética y filosofía se enfermó y nos dejó como tarea una simple pregunta: “¿Qué es la ética para mí?”.
Era sencillo, la ética eran nuestros valores, convicciones, bondad y comportamiento. Y justo ahora se pondría en juego la ética de Tomás, sobre que tan buen amigo decía ser de Pablo.
Nunca le había rogado tanto a Dios para que un hombre se comportará como un hombre, como lo estaba haciendo en este momento con Tomás, y al final solo logro decepcionarme.
Todos los hombres eran iguales.
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