31|Reunión
CAPÍTULO TREINTA Y UNO.
﹙reunión﹚
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—¡Miren quien decidió bajar!
El amigo de Pablo y de Tomás, cuyo nombre había olvidado por completo, me recibió en las escaleras con una copa de lo que parecía champán.
—No tomo, gracias —alejé la copa de mi espacio personal.
Pablo se levantó del sillón, dirigiéndose hacia nosotros.
—Que no se te vuelva a ocurrir volverle ofrecer alcohol a Loreto, ¿Estamos claros? —eso sonó más como una amenaza que a un comentario, observación o sugerencia, lo cual desaprobé al instante.
Las chicas parecían de mi edad, una morocha y la otra güera, vestían ropa parecida a la mía. No quería que mi disgusto me impidiera ser cordial con las invitadas de los chicos, entonces intente acercarme para entablar conversación.
—¿A dónde crees que vas vos? —Pablo se adelantó a abrazarme por la cintura—. Hay que retomar lo que dejamos en mi cuarto.
—No me gusta que me toquen, Pablo —intenté alejarlo, negando los sentimientos que el momento en su habitación había desenterrado de corazón—. Olvida todo lo que sucedió en tu cuarto y no hagamos más pesada está reunión, de lo que ya es.
—Vos sabés perfectamente que si no hubieran llegado Tomás y Guido entre nosotros estaría pasando algo más —deteste al instante saber que tenía razón—. Por favor, no le des más vueltas al asunto y divirtámonos juntos.
Tocaron la puerta, volviéndonos a interrumpir en medio de lo que fuera que estaba sucediendo entre nosotros, haciendo enojar otra vez a Pablo, quien se separó de mala gana de mi cuerpo, yendo a recibir a la persona que estaba tocando.
La idea de que fuera Vico cruzo por mi mente, convirtiéndome en un manojo de nervios. Me obligue a mí misma a aceptar las consecuencias de Pablo por sus acciones y me apresure a llegar con las chicas para presentarme.
—¡Chicos, ya estamos todos! —exclamó Pablo, dejándome confundida al ver que la persona se trataba de Pilar.
—¿Qué hace Pilar aquí? —pensé en voz alta, sin esperar una respuesta.
—Es verdad que vos no sabías —por una razón desconocida, Tomás se acercó para sentarse frente a mí de cuclillas—. He estado recibiendo cartas rezarpadas de una minita anónima y acabamos descubriendo que se trataba de Pilar.
No pude cuestionarlo, porque después de contestarme salió corriendo para recibir a Pilar, quien parecía bastante preocupada hablando con Pablo.
—Oye —las chicas llamaron mi atención—. El rubio ese de ojos azules, ¿Es tu novio?
Cuando estaba a punto de contestar, volvieron a tocar el timbre de la puerta, pensando que era el Director Dunoff, pero resultó siendo Vico.
—Ella es su novia —apunté a Vico en el momento exacto en el que le pegaba una bofetada a Pablo, dejándonos a todos sin palabras.
En un ataque de nervios, porque todos estábamos callados, comencé a reírme. Me cubrí la boca intentando silenciar las risas, pero todo el mundo me había escuchado y visto burlarme de la lamentable situación.
—¿De qué te reís, nena? —Pablo estaba lo que le seguía de enojado y eso, por alguna razón, me dio más risa—. ¿Cómo se enteró de la reunión?
—De seguro no se tragó el cuento de que estaban fumigando tu casa —Tomás se adelantó a tomar a Pablo de la cara—. Esa mina está re de la cuca.
—Por supuesto, como si Vico fuera tan inteligente como para llegar a esa conclusión ella solita —esto no era para nada gracioso y yo no paraba de reírme.
—Entonces tuvo que escucharlo de algún lado. No sé, tal vez se los haya escapado por ahí decirlo y ella nos escuchó, ¿Qué sé yo? —Tomás seguía buscando la respuesta a la misteriosa intromisión de Vico a la reunión, cuando era algo tan sencillo de adivinar.
—Bueno, tampoco es tan tonta como para escuchar una conversación tan importante y no decir nada —de mi boca nada más no dejaban de salir estupideces.
—¿Cómo estás tan segura? —Pablo se dirigió a mí minuciosamente, acercándose lo suficiente, hasta estar frente a mí.
—¿Por qué más estaría tan segura? —no elegí bien mis palabras—. Pues porque le dije yo.
—¡¿Qué vos hiciste qué, pedazo de atorrante?! —me tomo de los hombros, cesando mi ataque de risa, remplazándolo con un sentimiento de: “trágame tierra y escúpeme en marte”.
El ambiente empezó a tornarse incómodo, que Tomás tuvo que intervenir sacándole a Pablo la copa de champán y repartiendo la casa por sectores. Su amigo y las chicas se quedaron con la parte de arriba, él y Pilar en la sala y Pablo y yo afuera.
—¡¿Por qué hiciste eso, nena?! —Tomás debía estar mal de la cabeza para dejarme a mi suerte con un Pablo enojado—. ¡Contéstame!
—¡No me grites! —ambos podíamos hacernos daño, no solo era cosa de uno—. ¡Lo hice porque es lo mínimo que te mereces, maldito infiel!
—¿Infiel? —se burló de la palabra—. Sí yo soy infiel, entonces ¿Vos que sos, Lory? —lo iba a matar—, porque una dulce palomita blanca no sos.
—Es verdad, yo no soy ninguna blanca paloma —por supuesto que no lo era—, pero por lo menos yo sí me atreví a ir de frente y contarle todo a Vico, no como tú. Tanto dices que me quieres, que quieres una oportunidad conmigo, que no te importa lastimar los sentimientos de otras chicas y que quieres ser mi chico ideal, pero solo eres eso. Un pobre niño de palabras y no de acciones.
—¿Querés acciones? ¿Querés acciones? —asentí frenéticamente—. Pues aquí están tus acciones.
Se acercó rápidamente a mí, acorralándome en la reja que dividía la casa del patio trasero, tomándome de la cintura con una mano y con la otra apretando mi mentón para que no quitará la mirada de él.
—¿Tan desesperado estás por besarme que no tienes ni la más mínima dignidad de esperar a que yo misma te lo pida? —de sus orejas salía humo—. Hazlo, te doy permiso, puedes besarme, si es mi consentimiento lo que te detiene.
—No sabés lo que me estás dejando hacer, Lory —tenía su cara tan cerca de la mía, que podía sentir su nuestras respiraciones mezclándose.
—Solo te estoy dando lo que quieres. No paras de repetirme el sueño que tuviste en donde nos besamos, ¿No te gustaría que se hiciera realidad? —mantuve la mirada fija en sus ojos.
—No juegues conmigo —seguíamos en la misma posición, no nos habíamos movido un solo centímetro.
—No estoy jugando contigo —toda la situación se me había ido de las manos.
Pablo cerró los ojos, acercándose finalmente a mis labios, pero mi cuerpo reaccionó de forma instintiva y empecé a alejarme. Era una demente por meterme a la boca del lobo y todavía tener la esperanza de salir ilesa. Siempre había sido así, con un instinto de supervivencia en constante lucha con mi deseo de vivir al límite. Y en este preciso momento, no podía evitar preguntarme si había llegado demasiado lejos.
El sonido de algo cayéndose nos sacó de nuestro trance, reaccionando al instante y entrar corriendo los dos a la casa en donde nos encontramos con Tomás tirado en el suelo junto a unas copas rotas.
—¿Estás bien? ¿Intento sobrepasarse? —rápidamente me dirigí hacia Pilar, tomándola de los hombros y asegurándome de que no tuviera ningún signo de forcejeo—. Eres un cabrón, Tomás.
—Pero si yo lo hice nada, está mina está loca, ahora se viene a hacer la monja —no permití que ninguno de los dos se le acercará—. Qué no me escribió las cartas, no se que le pasa.
—No te vengas a hacer la histérica, porque ya sabemos todo —Pablo salto en defensa de su amigo.
—¿Qué es esto, un juicio de Salem? —mi voz estaba llena de indignación—. ¿Cómo están tan seguros de que ella escribió las dichosas cartas, par de orangutanes? —terminaron explicando todo con las patas, dándome cuenta de que todas eran supersticiones suyas—. Y aunque lo fuera, ¿Con qué derecho te crees para venir y confrontarla de esa manera? ¡Poco hombre!
Me lancé hacia Tomás, dispuesta a defender el honor de Pilar, pero Pablo se apresuró a tomarme de los hombros y tratando de tranquilizarme. Sin embargo, Tomás intentó arreglar las cosas con Pilar, ofreciéndole una copa de champán, que en lugar de aceptarla con gratitud, Pilar la termino aceptando solo para derramar su contenido sobre la cabeza de Tomás.
Las chicas que invitaron bajaron con el amigo de Pablo y Tomás, rogándoles detrás de ellas que no se fueran, acusándolos de ser todos unos problemáticos. Dejándonos solamente a ellos y a mí en la casa.
—Quiero irme a mi casa —me separé de Pablo—. Llévame ahora.
Me monté en el auto de servicio, no soportaría estar otro segundo dentro con aquellos orangutanes. No tuve que esperar más de un minuto, antes de que Pablo se subiera conmigo, dándole indicaciones a su chófer para dirigirnos a mi casa.
—¿No vamos a hablar de lo que pasó hace un momento?
—¿Qué quieres que te diga? ¿Qué tus amigos son una basura? Ya deberías saber que los migajeros se juntan con migajeros —me tomo de los brazos, sorprendiéndome.
—Estoy hablando de cuando me pediste que te besara, nena —me reí en su cara.
—¿Qué yo te pedí? Te di permiso, que es muy diferente a pedir —aclaré con enojo.
—¿Qué significó eso? —me quedé en silencio—. ¡Vamos, nena! ¡Contéstame!
—Tienes que ir a pedirle perdón a Vico —fue lo que salió de mi boca.
—¿Qué tiene que ver Vico? —estaba molesto.
—¿Te parece poco haberla humillado enfrente de tus amigos? —no sabía cómo acabaría este enredo, pero sin duda no merecíamos ganar está noche ninguno de los dos—. Cómprale las flores más bonitas, llévala a comer la comida más cara, pídele perdón de rodillas, pero tienes que hacer que te perdoné.
—¿Por qué debería hacer eso?
—Porque eres Pablo Bustamante y a ti ninguna minita te dice que no —imite sus palabras—. Si quieres saber qué significó todo esto para mí, entonces lo vas a hacer.
Ninguno pronunció una sola palabra después de eso, aunque supuse que era porque ambos teníamos mucho en que pensar, yo por ejemplo en lo único que mi cabeza no paraba de dar vueltas era en las palabras que le dije a Pablo en el patio trasero.
—Ya llegamos, Señor Bustamante.
Nos bajamos del auto, hasta llegar a la entrada de mi casa y tocar la puerta, acabando de una vez por todas con esta intensa noche. Y antes de que mi padre abriera la puerta un pensamiento se manifestó como un sentimiento de culpa.
Estaba siendo egoísta con Pablo, pues no era nadie para obligarlo a disculparse con Vico, solamente porque no quería cargar con los sentimientos de otra mujer. Ahora era demasiado tarde para retractarme.
—Que puntuales —nos felicitó mi papá, recibiéndonos con un abrazo.
—Sana y salva como se lo prometí —mi padre le agradeció.
—¿No tienes nada que decirle a Pablo, Loreto? —quería decirle tantas cosas.
—No es necesario, espero que te la hayas pasado bien, Lory —tenía que decir algo, lo que fuera—. Ya me tengo que ir, se me hace tarde y deje a mis amigos en la casa.
—¡Espera un segundo, por favor! —las palabras quedaron tan atascadas en mi garganta que no pude modular el sonido de mi voz al expulsarlas.
Corrí a mi habitación, abriendo mi cajón, sacando un pequeño cofre que contenía los objetos más preciados para mí, entre ellos, el regalo de Pablo.
Lo tomé entre mis manos, bajando las escaleras con desesperación, como si no llegara a tiempo y no pudiera arreglar lo que había hecho, pero no fue así. Pablo seguía en la puerta con la cara derrotada, como si nada bueno pudiera alegrarle lo que estaba del día.
—Me la pasé muy bien hoy —deje caer el regalo que me había dado sobre sus manos, sin soltar el cordón—. Espero que se pueda volver a repetir en mejores circunstancias.
Era una brújula.
Una sonrisa se dibujó en sus labios, haciendo que lo imitará. En ese momento se le hizo gracioso que no tuviera sentido de la orientación y no supiera distinguir el norte del sur, cada vez que me escapaba y terminaba en el mismo lugar de siempre por no saber llegar a dónde más ir. Era un parque llamado los Andes.
La noche termino conmigo tomando el valor de despedirme con un beso sobre la mejilla de Pablo y deseándole una buena noche.
El fin de semana con mi papá estuvo bien, hasta hicimos las pases, me llevo a mi cita mensual con mi terapeuta Chula y tuvimos un momento padre e hija que hasta mamá no se creyó, hasta que la contactamos para contarle que todo estaba bien entre los dos y podía hacer sus cosas tranquilas.
—No entre a clases toda la semana por andarme peleando con tu yerno dorado y ahora nos levantamos tarde para ir al colegio —me queje con mi papá, quien se decidió por llevarme el mismo a la escuela.
—Ya llame a la escuela, tus calificaciones no bajarán por llegar tarde, amor.
—Eso mismo dijo nunca nadie, papá —bajamos rápidamente del coche, entrando a la escuela—. No tenías por qué entrar.
—Pero yo quería —le hice el feo, dándole la espalda.
De repente, un montón de manos me tomaron por sorpresa, rodeándome en un maternal abrazo.
—¡¿Dónde te metiste, nena?! ¡Pensábamos que tu viejo te tenía encerrada en una torre! —ni siquiera me dio tiempo de decirles que mi padre estaba ahí, el mismo se encargó de hacérselos saber.
—¿Quién creen que soy? ¿Gargamel? —Marizza, Luján y Luna se asustaron al escuchar la profunda voz de mi papá.
—Chicas, esté es mi papá. Papá, estás son mis amigas —las presente tranquilamente—. ¿Ya puedes irte?
—Un gusto saludarlas chicas —se despidió mi papá de todas, acercándose a mí a dejar un beso en mi cabeza.
Una vez que se fue, todas empezaron a comentar sobre su primer acercamiento a mi padre.
—¡Casi nos mata de un susto tu papá, Loreto! —habló Luján llevándose la mano al corazón.
—Tiene un aura tan imponente, que pensé que nos regañaría o algo parecido —Luna era la menos afectada de las tres.
—¡¿Por qué no me dijiste que tenía a tu viejo detrás de mí, nena?! ¡Antes no le dije que era un pomelo! —comencé a reírme—. Esto es serio, nena. ¿De qué te reís?
—Nada, solamente fue gracioso ver sus caras, después de conocer a mi papá —empecé a caminar hasta el salón de clases.
—¿No pensás contarnos como te fue en tu reunión con él he-man trucho ese? —claro que Marizza sería la primera en preguntar.
—Vico solo llego a darle una buena cachetada a Pablo, luego se me escapó decirle que había sido yo la que se lo dije, comenzamos a pelear, después todo se fue a la mierda cuando Tomás acuso a Pilar de mandarle unas cartas muy provocativas...
—Entonces por eso estaba llorando anoche en la oficina de su padre —Luján y Luna empezaron a atar cabos, mientras Marizza y yo apenas las entendíamos—. Anoche nos colamos al despacho del director para descubrir la identidad de mi tutor.
—Nos escondimos cuando el director Dunoff entro a la oficina y poco después, Pilar entro llorando, pidiéndole que echara a Pablo y Tomás del colegio —me sentía mal por Pilar, lo que había pasado no se lo deseaba ni a mi peor enemigo.
—Dejame adivinar, ¿Le dijo que no podía echarlos? —todas se sorprendieron por mis grandes dones de clarividente.
—¿Vos cómo sabes eso? —preguntó Luján.
—No hay que tapar el sol con un dedo, para darse cuenta de que Pablo Bustamante es la viva personificación del nepotismo mismo.
—¿Entonces sabes que el Intendente Bustamante está apretando al Director Dunoff? —asentí lentamente.
—¿El auto nuevo del director, no les dio una idea? —Luna se quedó confundida—. No tengo tiempo de contarlo dos veces, tengo que llegar al salón, porque no puedo seguir perdiendo más clases.
—Tenemos hora libre, Loreto...
Debieron haberme dicho eso, antes de que cruzará el pasillo y me encontrará con una escena candente entre Pablo y Vico.
—¿Lo perdono? —una risa se escapó de mis labios—. Me alegro por ellos.
Me di la media vuelta para salir lo más rápido posible de ese lugar.
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