30|Guitarra
CAPÍTULO TREINTA.
﹙guitarra﹚
°
•
—¡No es justo! ¡No es justo! ¡No quiero ir a esa tonta reunión! ¡No quiero! ¡No quiero! ¡No quiero! —armé un berrinche cuando entre al cuarto de las chicas.
—Dale, nena. Entraste armando tremendo berrinche y ni siquiera nos has contado de que reunión hablas —hablo Luján.
—¡Estoy hablando de la estúpida reunión en casa de Pablo! —me puse una almohada sobre la cara dejando escapar un grito de frustración—. ¡Hubiera preferido mil veces ser vendida en pedazos allá en el Mercado Juárez!
—Te referís al mercado negro...
—¡Es lo mismo! —exclamé, sin poder modular el tono de mi voz—. ¡Ese niño consentido de papá! ¡¿Por qué siempre tiene que meterse en mi vida?! ¡Lo odio! ¡Lo odio! ¡Lo odio!
—Pues no vayas, escápate y listo —para Marizza era muy fácil.
—¡No puedo! ¡Si no hago lo que él dice, entonces no me dejara ver a Amanda! —puse las manos sobre mi boca.
—¿Por qué no te dejaría ir a ver a tu tía? —empezaron los cuestionamientos.
—Porque cree que no es una buena influencia para mí —tenía que pensar mejor en mis palabras—, pero ella es la única que está cuando mamá no puede.
—Entonces que se las ingenie tu tía para verte a escondidas de tu viejo, ¿En dónde vive ella? Mi vieja no tarda en llegar, te podemos dejar ahí —una terrible ansiedad me invadió.
—No es tan fácil, Marizza.
—¿Por qué no es tan fácil? Solo deja plantado al muñequito de plástico y vete a casa de tu tía, ¿Dónde está lo complicado en eso? —no podía ser cruel y enojarme con ella por no saber la situación en la que me encontraba.
—Pablo ira y se lo contará todo —estaba en medio de una encrucijada.
—Además de ser un hijo de papi, también es un buchón, es un reverendo pomelo —una idea cruzo por mi mente.
—Yo también puedo jugar este juego —me bajé torpemente de la cama, abriendo la puerta de la habitación.
—¿A dónde vas, nena?
—Voy a darle una cucharada de su propia medicina —corrí al cuarto de Mía, tocando la puerta para poder entrar.
—¿Lore? ¿Qué haces vos aquí? —estaban Mía y Vico haciendo las maletas.
—Busco a Vico —toda la vergüenza que sentía al estar frente a ella se desvaneció, ninguna era mejor que la otra, ambas mordimos la manzana del mismo árbol.
—¿Quieren que las dejé solas?
—No, Mía. Quédate en donde estas, cualquier cosa que quiera decirme la mosquita muerta de Lore, lo puede decir enfrente de ti —ni siquiera me defendería de sus insultos—. ¿Qué querés decirme?
—¿Te enteraste de la reunión de esta noche? —fui directamente al grano.
—¿Qué reunión?
—En casa de Pablo —pude ver cómo se le deformaba la cara a Vico.
—¿No se va a quedar en casa de Guido porque su casa la están fumigando? —se acercó a mí, logrando intimidarme.
—Me invito delante de mi papá, no pude negarme a su invitación, pero como no soy la tapadera de ningún hombre vine a decírtelo.
—¿No pudiste negarle la invitación a mi novio? ¿Qué demonios tenés en la cabeza, Loreto? —trato de abalanzarse encima de mí, pero Mía la detuvo.
—¡Detente, Vico! —se puso en el medio de las dos—. Lore solo fue amable y vino en persona a darte la cara con la noticia.
—¿En serio la estás defendiendo? ¡Es una mosquita muerta! —intento volver a atacarme.
—Por supuesto que no, ella está haciendo las cosas bien, te lo está contando de frente, no como nosotras que le mentimos en su propia cara —no sabía cómo sentirme al respecto—. Además, lo que te está contando no es nada nuevo que no supieras. Sabías desde el primer día que Pablo y Lore tenían un compromiso arreglado por sus padres, Vico.
—¿Y qué se supone que haga ahora?
—No puedo negarme, porque cosas importantes para mí están en juego, pero si él se está pavoneando por ahí, no veo ningún problema en que su novia también lo haga —aunque me asustaba pensar de lo que Vico era capaz por despecho, Pablo se lo tenía bien merecido—. Nos iremos en media hora, por si esa información te sirve.
Me sentía mal por Vico, en otras circunstancias le hubiera contado toda la verdad porque la culpa no me dejaba dormir, en vez de querer cobrarme todas y cada una de las que Pablo me debía.
Mía me pidió que las dejara a solas y eso fue lo que hice, me pase al cuarto de Luján y Marizza con una cara de pocos amigos.
—¿Qué hiciste, nena? ¿Por qué venís con esa cara de perro atropellado? —Marizza se acercó para ayudarme a sentarme.
—Le conté a Vico que su Pablo me había invitado a su reunión de esta noche con la esperanza de irme lo más pronto posible de esa estúpida casa —les conté todo—, pero se me olvidó que haciendo eso estaría lastimando los sentimientos de otra mujer.
—¿Y qué tiene? Eso solo es lo mínimo que se merece la turra esa después de haberte llamado virgen y mojigata —Luján se acercó a nosotras, abrazándonos entre las tres—. No es como si te hubieras besado a su novio, ¿Qué le pasa a la tarada esa?
Me quedé en silencio, hasta que tocaron la puerta, encontrándonos a Pablo pegado en el marco de madera.
—¿Otra vez vos aquí? ¿Cuántas veces tenemos que repetirte que los varones tienen estrictamente prohibido acercarse a los cuartos de las chicas, nene? —Marizza atacó con todo.
—No solo tengo el permiso del director de estar aquí, también vengo escoltado, ¿No es así, Gloria?
—Alumna D'Amico, las habitaciones han sido asignadas desde el primer día. Espero que la encuentren en su habitación cuando vienen a buscarla, no en el de sus compañeras.
—Le ofrezco una disculpa, Gloria —me levanté de la cama, acompañada de Luján—. ¿Ya nos vamos?
—El auto nos está esperando —Pablo se hizo a un lado, para dejarme pasar entre Gloria y él.
Me despedí con un abrazo de Marizza y Luján, haciendo exactamente lo que Pablo, el señor Bustamante y mi padre querían.
—Que linda ropa que te pusiste.
—No me cambié de ropa —conteste con seriedad.
—Entonces sos vos la que siempre está linda —me quedé parada en medio del pasillo. Las piernas me temblaban y temía que si daba un paso caería al suelo—. No te quedes atrás, Lory.
—Este energúmeno me va a terminar matando un día de estos —comencé a mover las piernas, recobrando poco a poco la sensibilidad.
Gloria nos acompañó hasta el estacionamiento, donde nos estaba esperando uno de los guaruras del Señor Bustamante, quien intento abrirme la puerta del auto, pero Pablo se adelantó, haciéndolo el mismo.
—Las damas primero —estaba comportándose como un caballero.
Le saqué la lengua, aceptando de una vez por todas mi destino y entrando al auto.
—Che, Pablito, ¿Cómo conseguiste que Loreto aceptará ir a la reunión? —escuché la voz de Tomás.
—Soy Pablo Bustamante, a mí ninguna minita me dice que no —apreté los puños de la rabia, lanzando golpes al aire.
—Eso es todo, mi ídolo —festejaron chocando los cinco—. ¿Cómo le vamos a hacer? ¿Guido adelante y yo con ustedes o yo adelante y Guido atrás?
Tomás intento meterse al auto, siendo detenido por Pablo.
—Creo que somos los suficientes hombres dentro del auto, como para cargar con más e incomodar a Lory, ¿No lo crees, Tommy? —la sangre subió a mis mejillas—. Toma este dinero y pídanse un taxi hasta mi casa.
—Sos un capo, Pablo —Tomás abrazo a Pablo, causando felicidad dentro de mí—. Nos vemos en tu casa.
Finalmente Pablo entro al auto, indicándole al chófer la dirección de su casa. No era ninguna sorpresa que peleamos cuando nos tocaba viajar juntos, pero está vez solamente me quedé mirando la ventana en silencio, dándole la espalda.
—¿Por qué tan callada, nena? —me acarició los hombros.
—¿Por qué no dejaste que tus amigos se vinieran con nosotros? —pregunté girando mi cuerpo, quitando sutilmente sus manos de mi cuerpo.
—Porque te conozco, si estás aquí conmigo es porque moví algunos hilitos para que así fuera, tampoco quiero hacerte pasar un mal rato como siempre pensás de mí —me parecía curiosa la minuciosa manera de elegir sus palabras.
—¿Y acaso no me has dado las suficientes razones para pensar de esa manera? —no intentaba discutir, pero no encontraba otra manera de comunicarme con él.
—¿Ves? Finalmente podemos tener un momento de paz y entonces vas y lo arruinas con cosas que ya están en el pasado.
—¿Pasado? ¿Te refieres ayer? —era simplemente increíble—. ¿Qué quieres de mí, Pablo? Literalmente me obligaste a asistir a esta estúpida reunión de la única manera que sabes que no puedo negarme.
—¿Y qué querés que hiciera? No puedo tener acceso a vos, si no es a través de tu viejo —el ambiente comenzaba a calentarse.
—¿Por qué no empiezas teniéndole el mínimo respeto a tu novia? Quizás de esa manera te dejaría tener el anhelado acceso que quieres de mí —mis pupilas eran dos fuegos ardientes.
—A vos te encanta sacar el tema de mi novia, pero a vos no te gusta que saque el tema de nosotros —no había punto de comparación—. Dime una cosa, ¿En serio te asustaba que Vico me contara sobre tu beso con el frijolero ese?
—Por supuesto, digno hijo de Bustamante padre —cuando estuve a punto de darle la espalda, me detuvo tomándome por los codos.
—¿En serio? Porque he estado dándole muchas vueltas en mi cabeza y no le encuentro mucho sentido que digamos —intente quitármelo de encima.
—¿Qué sentido quieres encontrarle? Si papá se entera de que me bese a otro chico que no seas tú, se va a enojar bastante, al igual que tu padre.
—¿Y eso desde cuándo te ha importado, nena? —le sostuve la mirada, si se me caía la mentira ahora, no conseguiría sacarme a Pablo del corazón—. Lo único que se me ocurre es que todo el asunto del beso haya sido todo un chanchullo tuyo y de Vico.
—Me descubriste, Pablo. Todo era una mentira, Vico descubrió que tú y yo nos besamos durante el Vacance Club y fui a rogarle desesperadamente para que no te contara nada, porque estabas muy ebrio para recordarlo —una inmensa felicidad inundó el cuerpo de Pablo—. Eso es lo que te encantaría escuchar, ¿No es así, Pablito?
—No vuelvas a jugar con algo así —se hizo el ofendido, dándome la espalda.
—¿En serio te vas a enojar por una cosa así? —no me contestó—. Eres tan infantil.
El trayecto a su casa fue silencioso, no pensaba que se fuera a enojar tanto por una simple broma, aunque de broma no tenía absolutamente nada, había sido una apuesta bastante arriesgada, pero al final salí victoriosa que lo que me importaba.
—No tardan en llegar los chicos, ponete cómoda —ni siquiera se atrevió a mirarme, haciendo que rodeará los ojos.
No quería admitirlo que su indiferencia estaba matándome, pero como buena hija de mi padre, mi orgullo estaba por delante y no daría mi brazo a torcer, ni aunque el mundo se viniera abajo.
Pablo se desapareció, dejándome sola frente a las escaleras. Conocía esta casa como la palma de mi mano, mi familia la frecuentaba los primeros meses que nos vinimos a vivir a Argentina. Por supuesto, en ese entonces no sabía que nuestros padres habían intentado juntarnos, pero para su mala suerte Pablo y yo no logramos congeniar desde el inicio.
El sol comenzaba a ocultarse y todas las luces de la casa estaban apagadas, pasaban de las seis de la noche. Suponía que no tardaban en llegar los amigos de Pablo y las chicas que invitaron.
Mire por las escaleras, haciendo que me invadiera una curiosidad por volver a ver la habitación de Pablo y como nadie podía detenerme, lo hice. Comencé a prender las luces para no tropezar en el camino hasta llegar a la habitación, cerrando la puerta detrás de mí.
Todo estaba como lo recordaba, la televisión, la cama, los sillones, la larga repisa de trofeos, hasta sus muebles. Todo perfectamente acomodado, claramente no gracias a él, pero limpio a final de cuentas. Me senté en su cama intentando conseguir algo de él, hasta que pude ver su guitarra a un lado de su ventana.
—No la tiro —una alegría me inundó, mientras tocaba cada una de las partes de la guitarra, asegurándome de que era la misma que había sacado del agua y estuve horas secando.
—Porque vos me lo pediste —una voz se extendió por toda la habitación, haciendo que casi soltara la guitarra—. Me pediste que no dejará la música.
—¿Por qué está aquí y no en la escuela? —pregunté intentando evadir la escena que se estaba desarrollando entre los dos.
—No sabía cómo llevármela —se rascó la nuca, acercándose a mí.
Me alejé, moviendo la guitarra, logrando escuchar un extraño sonido proveniente de su interior, lo que hizo que Pablo se pusiera extremadamente nervioso. Por lo que, sin dudarlo, giré la guitarra y metí mi mano en la boca, de donde saqué una púa que había quedado atrapada en su interior.
—¿Esta es la púa que yo te regale? —mi corazón estallaría en cualquier momento—. Yo sé que ni siquiera la usas, pero ¿Qué hace metida dentro de tu guitarra?
—¿C-con que ahí estaba? Pensé que la había perdido —lo mire con incredulidad.
—Eres un pésimo mentiroso.
—Vos no te quedas atrás, nena —ahora estábamos frente al otro—. Desde que entre no has parado de reprimir tu felicidad.
—Pensé que estabas enojado conmigo. Déjame adivinar, pensaste que me había escapado cuando no me viste, ¿Verdad? —aproveche el momento para sonreír.
—¿Te sorprende? Cuando te mudaste aquí, no parabas de escapar tratando de volver a tu hogar. Es más, cuando tus viejos te traían de visita, no podíamos descuidarte un solo segundo porque te escapabas —una risa se escapó de mis labios, recordando todos esos momentos.
—Me trajeron en contra de mi voluntad, ¿Qué esperaban? —ahora que lo pensaba, desde ahí desarrolle mi apego evitativo.
—Y todavía yo era el responsable de ir a buscarte —ambos estábamos riéndonos—. Y no sé si lo recuerdás, pero yo también te regale algo a partir de esas escapadas —asentí brevemente con la cabeza—. ¿Vos lo conservás todavía?
Me quedé en silencio. Este momento era una ganancia, después de todo lo que nos habíamos hecho pasar el uno al otro. Tenía que hacer que durará todo lo que pudiera.
—Te responderé solo si me tocas una canción —todavía seguía sosteniéndola, entonces se me hizo fácil dejarla caer sobre sus manos—. Demuéstrame que no has dejado la música.
No contesto nada, solo tomo la guitarra sentándose en la orilla de su cama y yo en el sillón enfrente de la cama y comenzó a tocar. Era el mismo sonido que Mía utilizó en la fiesta que Sonia Rey organizo para nosotros en el Vacance Club.
—Tendrías que haber escuchado la letra que Mía le puso a tu música —lo interrumpí —. Deberías formar una banda con ella, tú compones la música y Mía escribe las letras —todavía me acordaba de la canción.
—¿En serio? ¿Te sabes vos la letra? —se sentó a mi lado en el sillón, acomodando la guitarra, utilizando la púa que le regale.
—Solo para aclarar, no soy ninguna cantante, entonces no quiero ninguna queja por mi voz, ¿Me escuchaste? —tenía experiencia en los shows del club nocturno, pero hasta ahí, todas las canciones eran de mujeres de la época ochentera y noventera.
—Vamos, solo somos dos personas divirtiéndonos —me animó acariciando mi hombro.
—De acuerdo, empieza a tocar —Pablo empezó a tocar la melodía, mientras yo en un rápido movimiento tome el control del televisor, utilizándolo como micrófono—. Si yo supiera como hacer para que me mires una sola vez, sería tu chica ideal, te amaría hasta el final —me acordaba a la perfección de la letra, solo cantaron dos estrofas de la canción en bucle—. Si yo supiera como hacer para que me mires una sola vez, sería tu chica ideal, me sentiría inmortal.
Me había dejado llevar por la letra de la canción, que en todo momento estuve con los ojos cerrados, hasta que escuché salir un "Guau" de la boca de Pablo, sacándome de mi trance.
—Te dije que no era ninguna cantante, perdón si te lastime tus oídos —se me hizo fácil acercarme a acariciar sus oídos por el momento incómodo que seguramente le hice pasar, pero se apresuró rápidamente a tomarme de las manos.
—¿Tenías esa voz escondida todo este tiempo y nunca me dejaste escucharla? —no sabía que responder—. ¿Mi chica ideal?
—Tu chica ideal —lo corregí—, a-así Mía escribió la letra —esto era malo, cuando la voz me temblaba las cosas se volvían en mi contra.
—Entonces debería cambiar la letra a: “Tu chico ideal” porque si yo supiera como hacer para que me mires una sola vez, sería tu chico ideal y te amaría hasta el final —estábamos muy cerca, él tomándome de las manos y yo sin poder mover mis piernas.
Llegó un momento en donde nuestros cuerpos quedaron a escasos centímetros de tocarse, que tuve que retroceder, cayendo en el sillón con Pablo sobre mí. La tensión en la habitación era palpable y sentía como si mi piel estuviera ardiendo.
Se acercó a mi boca y no hice nada para detenerlo, hasta que empezaron a tocar la puerta de la entrada con desesperación, alcanzando a escuchar las voces de Tomás y de su otro amigo.
—No los dejes esperando —me senté sobre el sillón, alejándome del cuerpo de Pablo.
—Los voy a matar —maldijo en voz alta, dejándome sola en el cuarto.
Cerré los ojos, golpeándome la cabeza, tenía que ser una maldita broma de mal gusto de mis hormonas hacia mí. Solo esperaba que Vico llegara y pusiera a Pablo en su lugar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro