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29|Prueba

CAPÍTULO VEINTINUEVE.
prueba

°

Las clases una vez más me demostraban porque siempre pertenecía a los cuadros de honor, tan sencillo como tomar un libro y ponerse a hojear sus páginas. Era como un talento innato, aunque solo me servía en lo académico.

—Listo, nos vemos la siguiente clase, que tengan buena tarde —tomé mis debidos apuntes y cuando el maestro se despidió, los guarde debajo de mi escritorio.

Me quedé unos minutos, hablando con algunos de mis compañeros sobre las clases que habían tenido en la semana y si habían viste algo importante de lo que decía leer o estudiar. Al salir del salón me encontré con Manuel y Nico sentados en el piso afuera de la cafetería, intercambiando apuntes.

—¿No se supone que los becados son tan inteligentes como para haber pasado el examen de admisión de la Elite Way School? —me parecía bastante curioso ver a Manuel copiándose todo los apuntes de Nico.

—No pude prestar atención en toda la clase —admitió Manuel.

—¿Está todo bien? Te noto algo cansado —tenía los hombros encogidos y el cabello desaliñado. Ambos se quedaron en silencio—. ¿Por qué tengo la leve sospecha de que aquí hay gato encerrado?

—Nada que ver, solamente amanecí un poco cansado y no pude rendir un cien porciento en las clases, eso es todo —me parecía raro escucharlos hablando en secreto.

—Manuel, no sé en qué estás metido y aunque no entienda por qué no me lo quieres contar, aquí estoy para lo que necesites, ¿Me escuchaste? —me senté enfrente de él—. Tengo que irme, porque la prueba de baile ya va a empezar...

—¿Vas a hacer la prueba para el grupo de baile? —preguntó Nico.

—No, bueno sí, ¿O no? Ay, no lo sé —me dolía la cabeza de pensar en eso—. Estoy intentando convencerme de hacerlo por las razones correctas.

—¿Y cuáles son las razones incorrectas? —Manuel y Nico estaban confundidos.

—Por despecho, enojo y venganza —me llevé las manos a la cara, cubriéndome la boca.

—¿Contra quién?

—Natalia —murmuré en voz baja y antes de que Nico hiciera otra pregunta tuve que interrumpirlo—. Es una larga historia, que te la expliqué Manuel.

Me levanté del suelo, despidiéndome de Manuel y Nico lanzándoles besos en el aire, decidiendo internamente sí debía dar la prueba para el grupo de baile o quedarme justamente donde estaba, canalizando mis emociones de una mejor manera.

—Vayamos entendiéndonos, nena —un segundo basto para qué cerrará los ojos y dejará que sus manos me tomaran—. Ayer me cortaste el rostro en el almacén, te desapareciste todo el día, y no contenta con eso, me ignoras y te vas con el cuatro ojos de Marquitos, hablas con un tipo que no conozco y pasas de mí para hablar con los becados.

—¿Terminaste? —desvié la mirada—. No tengo nada que hablar contigo.

—Loreto, nuestra conversación no ha terminado y vos lo sabes perfectamente.

—¿En serio? —lo reté—. ¡Ayuda! ¡Por favor! ¡Me están sujetando en contra de mi voluntad!

Pablo se asustó al escucharme gritar, haciendo que me soltara rápidamente y tomara una distancia considerable entre los dos, apretando los puños de la furia.

—¿Sucede algo aquí? —era el maestro de matemáticas.

—No, por supuesto que no, profesor —el maestro estaba entre los dos, dándome la espalda a mí, oportunidad que aproveche para sacarle la lengua—. Problemas entre compañeros.

Cuando escuché la palabra “compañeros” salir de su boca, para referirse a nosotros, me provocó un pequeño dolor en el pecho.

—Exacto, solo un problema entre compañeros de clases —no pude evitar clavarle una mirada de pocos amigos—. Y sí el alumno Bustamante me disculpa, tengo una prueba que dar.

—¿Prueba de baile? ¿Vas a volver al grupo de baile, Lory? —arrastró las palabras, intentando alcanzarme, haciendo que el maestro lo detuviera.

—No es de tu incumbencia, compañero.

Las pruebas para el grupo de baile ya debían de haber empezado, por lo que con el tiempo contado, salí corriendo hasta el gimnasio, encontrándome a Mía y Marizza peleando en medio del salón con las chicas tratando de separarlas.

—Suéltala, Marizza —no era ninguna pelea, se trataba de Marizza estirando a Mia de los pelos—. ¿Qué demonios les pasa, chicas?

—¡Esta descerebrada es lo que me pasa! —exclamó molesta Marizza.

—Te dejé dar la prueba al igual que las demás como querías, solo vos no tuviste lo que se necesitaba, sorry —ahora entendía el porqué de la violencia de Marizza.

—¿Qué haces acá, Lore? —preguntó Feli.

—Quise volver a hacer la prueba —hablé con vergüenza, después de recordar todo lo que había hecho para salirme del grupo de baile en primer lugar—, pero no alcance a llegar a tiempo.

—Se puede hacer una excepción —se apresuró a decir Mía, acercándose a mí—. ¿Verdad, chicas?

—No, está bien, chicas —todas dieron su consentimiento de que yo también podía dar la prueba—. No tiene ningún sentido que haga la prueba, sí Marizza fue la única en no pasar las elecciones. Es la hija de la mismísima Sonia Rey, la vi bailando en el Vacance Club, no tiene caso que lo intente.

—No, Lore —Mía me detuvo tomándome de la mano—. Ella no lo logro porque es una ordinaria, pero vos sos todo lo contrario —no tuve que adivinar lo que se le vendría a Mía, luego de atreverse a llamar a Marizza ordinaria.

—Yo la mato, de verdad, yo la mato —me paso sus lentes de sol, saltando encima de Mía para volver a tratar de arrancarle las extensiones de su cabello.

—¡Basta, Marizza! ¡Suéltala! ¡No vale la pena! —todas comenzaron a gritar del lado de Marizza, tratando de que soltara a Mía.

Las únicas que no agarramos un bando fuimos Luna y yo, quienes a duras penas conseguimos separarlas poniéndonos en el medio de las dos, sacándolas a ambas del gimnasio y llevándolas a sus respectivas habitaciones.

—¿Te volviste loca, Marizza? Casi la dejas sin cabello  —intentamos razonar con ella las nuevas integrantes del grupo de baile y yo.

—¿Y qué? Si bien que se lo tenia merecido la Barbie hueca esa —estaba enojada y la entendía completamente—. Ese grupo suyo es toda una truchada, ¿Quién se cree Mía para decidir quién entra y quién no?

—Ay, Marizza. Mía siempre ha sido la capitana del grupo de baile, y eso que ambas entramos al mismo tiempo —todos sabíamos nuestro lugar en esta escuela, mucho antes de entrar.

—Bueno, porque su papi le ha traído todas las cosas, pero ahora hay cosas nuevas.

—Déjate de rodeos, nena. ¿En qué piensa esa cabecita tuya? —me levanté de la cama, poniéndome a un lado de Marizza.

—Pienso que por mucho tiempo solo ha existido el grupo de las sin cerebro y que ahora es tiempo de formar un nuevo grupo —nunca se me hubiera ocurrido tremenda solución para exterminar los roles sociales que se había impuesto en la escuela.

—Imposible, siempre que hay muestras en teatro o en colegios, se presentan las chicas de Mía.

—Eso era porque eran el único grupo femenino que había —Marizza tenía un aire de autoridad, como si se tratara de una verdadera dictadora. Su manera de hablar era tan segura y convincente que parecía imposible de contradecir—. Chicas, ¿Qué tienen ellas que no tengamos nosotras? Ustedes son buenas, ya lo probaron. Es más, lo sabían desde antes que Mía las probará y ella nunca les dio la oportunidad.

—Marizza tiene razón, chicas —todas se sorprendieron con mi comentario—. Yo misma soy la prueba viviente de todo lo que tuve que matarme practicando para ser únicamente considerará como una opción.

—Pero, ¿Vos no eras amiga de Mía?

—Lo que haya pasado entre Mía y yo no tiene nada que ver con que Marizza tenga razón, ¿Qué es eso de seguir una estricta dieta, cumplir con estándares de belleza irreales o sí quiera ser del agrado de una de las amigas de Mía para poder pertenecer al grupo de baile? —todas estaban inseguras.

—Ellas tienen el poder, Loreto.

—No, no, no, no. Nosotras, si se pasan a mi grupo, podemos tener el mismo poder —la interrumpió Marizza—. ¿Y? ¿Se anotan o no?

—Yo me anoto, Marizza. Yo voy con vos —rápidamente se apuntó Luján poniéndose de nuestro lado de la habitación.

Marizza se estaba poniendo nerviosa por la indecisión de las chicas, así que Luján y yo tuvimos que intervenir para evitar que las atacara, como había pasado antes. Al final, les dimos una tarea: pensar en ello durante el fin de semana largo.

—Loreto, ¿Por qué vos no te anotaste igual que Luján?

—Porque no pude dar la prueba, no soy parte del grupo, Marizza.

—Pero tenías la intención de dar la prueba, ¿no? —asentí, lista para confesar que mis motivaciones no eran las más puras—. Ya está. Cuando logré abrir mi propio grupo de baile, te dejare dar la prueba otra vez.

—No es eso, Marizza...

—Y no voy a aceptar un no por respuesta. Sabes que soy muy terca y cuando algo se me mete en la cabeza no existe nada, ni nadie que me lo saque —intenté discrepar, pero no me dejó continuar con la conversación—. ¿Qué van a hacer en su fin de semana?

—Creo que me quedaré en la escuela...

Tocaron la puerta.

—¡Deben ser las chicas! ¡Yo sabía que aceptarían! —Marizza corrió a abrir la puerta—. ¿Vieron que no tenían por qué pensar en nada?

—Estoy buscando a la alumna D'Amico —se trataba de Gloria.

—¿En qué otro problema me metieron? —bufé en voz alta.

—Depende de como lo vea usted —estaba confundida—. Su padre la vino a buscar, la está esperando en recepción.

—¿Mi papá? —pensaba que era muy pronto para verlo aquí—. ¿Le contó sobre el motivo de su visita?

—Es su padre, ¿Qué otra razón tendría para venir a verla? —rodeé los ojos, por supuesto que diría esa respuesta tan genérica.

—Voy en un momento.

—No, señorita. Su padre me dio la estricta indicación de llevarla ante él, señalando que podría haber una cierta resistencia de su parte —se me olvida de quien era hija.

—Por como pinta la situación, voy a ser arrastrada a un fin de semana padre e hija —me abrí pasó entre Marizza y Luján, caminando delante de Gloria—. Si no vuelvo en media hora, es porque mi propio padre me secuestro.

—Andando, Señorita D'Amico —a veces olvidaba que ese era mi apellido.

Gloria me escoltó hasta la recepción en donde me encontré cara a cara con mi padre, quien vestía de negro y llevaba puestos unos lentes de sol oscuros, con los brazos entre cruzados.

—Aquí está su hija, Señor D'Amico —no podía verlo a los ojos, por lo que tenía la mirada clavada en el suelo.

—Muchas gracias, Gloria. Me puedo encargar desde aquí —me tomo entre sus brazos, acercándome a su cuerpo.

—Con su permiso —nos dejó solos.

—¿No pensás saludar a tu padre?

—Hola, papi —me sentía como en una terapia de exposición.

—¿Podés saludarme viéndome a la cara? —sonaba tan sereno, como si estuviera buscando mi consentimiento.

—¿No crees que te tardaste mucho en buscarme? —estaba cruzada de brazos, me negaba a admitir que estaba mínimamente feliz de verlo—. ¿Hay algo que me quieras decir?

—Tu madre está bien, tomo su vuelo tan pronto como se despidió de ti.

—No quería escuchar eso —esperaba otra cosa.

—Si no venía y te lo decía yo mismo, probablemente nadie te lo diría —odiaba que jugará conmigo de esta manera.

—¿No intentarás convencerme con alguna mentira por qué no le dijiste a mamá sobre la cachetada?

—Perdóname —me abrazo, chocando su mentón contra mi cabeza—. Esta vez no hay excusas, supongo que tenía miedo de la reacción de tu madre.

—Casi hago que ella te deje —conteste con un tono burlón—, pero no lo conseguí, lamentablemente.

—Afortunadamente para mí —se separó del abrazo, tomándome de las mejillas, acariciándolas suavemente—. Pensé que como tendría toda la semana libre podrías quedarte en casa.

—¿Y puedo negarme?

—Por supuesto que no —ahora para él era gracioso—. Ve por tus cosas, no me hagas esperar mucho tiempo.

—No es justo —no me refería a quedarme en casa, hablaba del perdón.

No podía creer lo fácil que era perdonar cuando querías a esa persona.

—Nada en esta vida es justa. Anda porque el chófer nos espera.

Cuando pensaba que mi mala suerte no se podía poner peor, vimos a Pablo bajar de las escaleras caminando hacia nosotros.

—Señor D'Amico, es un gusto verlo por acá —Pablo lo saludo.

—El gusto es mutuo, Pablo —odiaba la relación que tenían estos dos individuos—. Decidí pasar por Loreto, para llevarla a casa este fin de semana, aunque ella no esté muy emocionaba que digamos.

—¿Qué es lo que quieres, nene? Por si tú cerebro no logra entenderlo, mi padre y yo estamos en medio de una conversación privada —odiaba que se metiera en asuntos que no eran de su incumbencia.

—En realidad te estaba buscando a vos, Lory —Pablo se acercó a tomarme de las manos—. Haré una pequeña reunión en mi casa porque mis viejos se van todo este fin de semana e invite a algunos amigos y, por supuesto, vine a invitarte.

—¿En serio? Me alegra que me hayas tenido en consideración, pero ya tengo planes con mi papá —hable con felicidad, evidentemente estaba siendo sarcástica—. Lo lamento, será para la próxima.

—¿Va a haber alcohol? —la pregunta de mi padre nos sorprendió a los dos.

—Por supuesto que no, Señor D'Amico. Es solamente una pequeña reunión con mis amigos y algunas chicas que invitaron —lo mire incrédula, ni siquiera él se lo creía—. Por supuesto, vine inmediatamente a invitar a Loreto para no dar lugar a las malas interpretaciones.

—¿Todo eso pensaste tu solito? Me sorprendes, Pablito —estaba disfrutando ver a Pablo retorcerse por sus adentros al ver que no podía contestarme de la misma manera—. No tenías por qué preocuparte, confío plenamente en ti. Estoy segura de que te vas a portar muy bien y que ninguna de las chicas que inviten tus amigos te va a mover el tapete en lo más mínimo.

—¿A qué hora es? —papá seguía haciendo preguntas fuera de lugar.

—Temprano. La reunión sera a las seis y media para dar a mis amigos tiempo de regresar a sus chicas a su casa antes de las doce —entonces me di cuenta que la única que sobraba en esta conversación era yo—. No sabía que ustedes tendrían planes, que desubicado. Por favor, perdóneme, Señor D'Amico.

—No hay nada que disculpar, Pablo. Por supuesto que Loreto estará encantada de acompañarte en tu reunión —no tuve el tiempo de reaccionar, haciendo que papá me tomara de los hombros, acercándome al cuerpo de Pablo—. Confío plenamente el bienestar de mi hija en vos.

—Pero yo ni siquiera acepte —empujé sutilmente el cuerpo de Pablo lejos de mí.

—Hace un momento dijiste que te alegraba que te tomara en consideración.

—Papá sé que eres viejo, pero estoy segura de que manejas y conoces a la perfección el sarcasmo —esto debía ser una maldita broma—. Te perdono y me disculpo por las cosas que hice, pero no me obligues a ir a esa fiesta.

—¿Qué clase de monstruo crees que soy? Nunca obligaría a mi hija a ir a una fiesta —se acercó a besarme la cabeza, ganándose mi simpatía—. Te estoy exigiendo que vayas a una reunión —volvió a empujarme hacia el cuerpo de Pablo—. Te recogeré yo mismo a las doce —me quedé muda—. ¿Tienen en que irse? Puedo llamar a Ciro para que los pase a recoger y los lleve a tu casa.

—No se preocupe, Señor D'Amico. Es más, no se moleste en pasar por Loreto a mi casa, yo mismo voy y la dejo sana y salva en su casa antes de las doce —Pablo paso su brazo por mis hombros, pegando nuestros cuerpos.

—¿Viniste a hacer las pases conmigo o buscarme esposo antes de graduarme de la secundaria? —estaba histérica.

—Pablo, sí Loreto no va a la reunión házmelo saber, ella sabe lo que sucederá si no me obedece —esto era indignante, se refería a mis permisos especiales para visitar a Amanda—. Pórtate bien, Loreto.

Se despidió dejándome abrazada de Pablo, quien no pudo aguantar la risa por más tiempo, provocando que tomara el camino de la violencia y me apresurara a alejarlo de mí.

—¿Por qué te aferras a esto, nene? —exploté en su cara—. ¿Qué crees que vas a conseguir haciendo estás cosas?

—No creo nada, Lory —se acercó peligrosamente a mí, tomándome del mentón—. Ya lo conseguí.

—¿Qué conseguiste exactamente? —lo desafíe.

—Hablar con vos —dejo un beso en mi mejilla, tomándome por sorpresa—. ¿Crees que no te vi la cara cuando nos llame compañeros? —maldije internamente ese momento—. Ponete algo lindo, nos vamos en media hora.

Finalmente se fue, dejándome sola en las escaleras de la recepción.

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