24|Revelación
CAPÍTULO VEINTICUATRO.
﹙revelación﹚
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Tocaron la puerta.
Me quedé en silencio, sin energías para gesticular palabra alguna. Probablemente, Pilar no se animó a exponernos a Pablo y a mí, porque expondría a su padre, pero con Vico era diferente, no había un lazo de por medio que le tentara el corazón y le hiciera guardar el secreto.
—¡Señorita D'Amico, sé que está ahí adentro, tiene una llamada en el teléfono! —se trataba de Gloria, la secretaria del Director Dunoff.
Me senté sobre la cama confundida, estaba muy segura que no eran mis padres, papá tardaría por lo menos unos cuantos días en volver a hablarme y mamá se acababa de ir, irónicamente la más ocupada de los dos era mi madre. Tampoco podía ser Amanda, porque ella siempre llamaba a mi celular.
—¡Abra la puerta, por favor! —insistió Gloria, haciendo que rodeará mis ojos, no estaban ni Natalia y Pilar para pedirles que por favor ellas atendieran la puerta.
Me levanté de la cama con un peso sobre los hombros que me costaba manejar, haciéndome tambalear sobre mis piernas, caminando un poco chueco. Finalmente llegué quitando el seguro, dejando entrar a Gloria, sentándome en la cama de Pilar.
—Perdón, no me siento bien, ¿Quién me está hablando? —le pregunté con los ojos entrecerrados, mi cuarto apenas estaba iluminado con las luces de noche de Pilar y Natalia, ver el pasillo iluminado encandiló todo mi rostro.
—La está llamando la esposa del intendente de la ciudad —el dolor desapareció de golpe y una adrenalina recorrió toda mi columna vertebral, provocando que me levantará de golpe.
—D-Dígale que no quiero hablar —hablé rápidamente, negando al instante—. No le diga que no quiero hablar, dígale que no puedo hablar, que estoy enferma —estaba nerviosa, no sabía qué responder.
—Es importante, Señorita D'Amico —me insistió, tomándome del brazo y dejando el teléfono en la mano—. Si no contesta la llamada, habrá amonestaciones.
Cuando estuve a punto de colgar la llamada, aceptando las amonestaciones, la dulce voz de la madre de Pablo inundó la habitación llamándome por mi nombre.
—¿Loreto, estás ahí? —se me resbaló el teléfono de los nervios, haciendo que Gloria me llamara la atención, recogiéndolo ella y poniéndomelo sobre la oreja—. Habla conmigo, por favor.
—Aquí estoy, Mora —respondí recibiendo una mirada amenazadora de Gloria—. No me siento muy bien, ¿Cree que podamos hablar en otro momento?
—Si no quieres hablar conmigo, lo entiendo. Pero por favor escucha lo que tengo que decirte —me quedé en silencio, sabía que esto tenía que ver con Pablo—. Pablo me habló hace unas horas, preguntándome si tu padre y mi esposo tenían algo que ver con el nuevo auto del Director Dunoff.
—No creo que sea conveniente que hablemos de ese tema por aquí, Señora Bustamante —agarré el teléfono entre mis manos alejándome de Gloria, quien se encontraba muy interesada en saber de lo que platicábamos la mamá de Pablo y yo.
—Tu padre no tuvo nada que ver con el auto, Loreto —no podía creer hasta donde podía llegar Pablo, solamente para arreglar las cosas entre nosotros.
—Señora Bustamante, sabe que la quiero y la aprecio como una madre, pero no es necesario que mienta por su hijo. Conozco a mi padre, sé que es capaz de esto y de muchas más cosas —me daba envidia que Pablo pudiera contar con su madre para este tipo de cosas, mi madre solamente se la pasaba trabajando.
—Loreto, te estoy hablando con la verdad, mi amor. Estoy consciente que mi hijo te ha hecho pasar por muchas cosas y mi familia en general —asentí mirando de reojo a Gloria—. Debo de confesar que Pablo me pidió que hablara contigo para convencerte de darle otra oportunidad. Sin embargo, cuando me contó sobre tu reacción al enterarte del asunto del auto del director, supe que debía llamarte para aclararte algo importante: eso no tiene absolutamente nada que ver con vos o con tu familia. Quería ser yo quien te lo dijera y que no te quedará ninguna duda de la veracidad de mis palabras.
—¿Entonces papá no soborno al director Dunoff para que no me corrieran del colegio? —susurré en el teléfono, abriendo los ojos por la impresión.
—Por supuesto que no —me aseguro, haciendo que saltará de la emoción en la habitación.
—Gracias, gracias, gracias —agradecí eternamente a la mamá de Pablo—. De verdad, muchas gracias, Señora Ortiz.
—Y para que quede claro, no quiero que vos perdones a mi hijo, tampoco que cedas ante sus caprichitos —no pude evitar sonreír, en los últimos dos años siempre tuve la idea equivocada de que los padres de Pablo solo me veían como la mejor candidata para convertirme en la novia de su hijo—. Pero si me gustaría decirte que Pablo nunca me había pedido ayuda con una chica, usualmente habla con su padre de esas cosas, pero por alguna extraña razón me llamo a mí está vez.
—Es reconfortante escuchar eso —me había mordido la lengua para no decir que eso último me había emocionado bastante, porque solo había un tipo de hombre que recurría a los consejos femeninos y esos eran los hombres enamorados.
—Hasta me contó que soñó que se besaron durante el Vacance Club, ¿Puedes creerlo? —la emoción y el sentimiento de mariposas revoloteando en mi estómago se esfumaron en un segundo, ahora tenía la boca abierta y el corazón acelerado por el miedo.
—De acuerdo, Señora Bustamante, la tengo que dejar, porque Gloria necesita el teléfono de dirección, tomaré su consejo de no ceder ante los caprichos de Pablo —corté la llamada lo más rápido que pude, pues tenía que buscar a Vico para tratar de convencerla de no decir decirle a nadie lo del beso entre Pablo y yo.
—Está bien, me saludas a Pablo, dile que llame más seguido a casa, ¿Quieres? —accedí a todas sus peticiones, cortando la llamada tan pronto como nos despedimos.
—Muchas gracias, Gloria —le devolví el teléfono, despidiéndola de mi cuarto.
Espere unos minutos para que Gloria desapareciera por el pasillo, para poder correr a buscar a Vico y detener toda esta locura que yo misma había provocado por adelantarme a los hechos y no pensar con la cabeza fría, como me había enseñado mamá, dándome cuenta de que tenía razón por compararnos a papá y a mí.
Ninguno de los dos éramos capaces de controlar nuestros impulsos y éramos muy orgullosos para aceptar que nos habíamos equivocado.
Salí con cautela de mi habitación, observando si no había moros en la costa, cuando a lo lejos pude distinguir la figura de un hombre, caminando por el pasillo de los cuartos de las chicas de espaldas.
Se trataba de Pablo.
Me tiré al suelo, gateando al cuarto de Marizza, Luján y Luna, girando la perilla desde el suelo, entrando atropelladamente, provocando miradas de confusión en Marizza y Luján, quiénes eran las únicas en la habitación.
—Ayúdenme a esconderme, chicas —murmuré, corriendo detrás de la cama de Luna.
—¿Qué sucede, nena? ¿Por qué entraste así al cuarto? —me preguntó Marizza levantándose de la cama, tratando de llegar a mí, cuando de repente tocaron la puerta.
—No estoy —pegué mi cuerpo al piso, cerrando los ojos con la esperanza de no ser nombrada o descubierta.
—¿En dónde está? —la voz de Pablo se escuchó por toda la habitación.
—¿De qué hablas, nene? ¿Qué es lo que buscas? Aquí no tenemos nada para los corruptos, hijos del intendente de la ciudad —preguntó Marizza a la defensiva.
—No te hagas la cancherita, Marizza —mi cuerpo se tensó por completo, el miedo me invadió y solo rogaba por misericordia divina—. Sé que estás aquí, nena. Si no sales en este momento, voy a ir por ti —la seguridad con la que hablo, solo me hizo palidecer.
—¡Este es el cuarto de las chicas! —se adelantó a hablar Luján, escuchando como se levantaba de su colchón—. ¡Los chicos tienen prohibido entrar aquí!
—Exacto. Además, no hay nadie aquí —estaba sudando frío—. ¡Si no quieres volver a tener problemas con el director, será mejor que salgas ahora, Pablito!
—¡No me voy a ir sin hablar con Loreto! —exclamó, retumbando mis oídos.
—Entonces no nos dejas otra opción que empezar a gritar —la puerta se abrió—. ¡Ay, auxilio! ¡Un chico está en el cierto de las chicas! ¡Por favor, ayúdenos!
—Esto no termina aquí, Grasita —pasaron algunos segundos, antes de que alguien me tomara de la pierna, asustándome.
—Somos nosotras, nena —me tranquilizó Luján, tomándome de los hombros.
—¿Qué quería él He-Man trucho ese? —me quedé en silencio—. Hablá, Loreto. Si te mandaste una grosa con el muñequito de porcelana nosotras te podemos ayudar.
—Necesito encontrar a Vico — hablé rápidamente—. No tengo tiempo de explicarles, pero si no encuentro a Vico antes de que abra la boca, Pablo no me dejara en paz.
—Nos estás asustando, nena —habló Luján, preocupada.
—¿Qué sabe la descerebrada esa, que pueda darle ese poder al muñequito de plástico sobre ti? —quería contarles, dudaba que fueran el tipo de persona que me jugarían, pero tenía tanta vergüenza y, además, había jurado sepultar el recuerdo de mi beso con Pablo.
—Tienen que confiar en mí, les prometo que si todo sale bien seré yo quien se los cuente a ustedes, pero ahora tengo que encontrar a Vico, chicas —hablé con tono suplicante, incapaz de encontrar siquiera una excusa para calmar sus inquietudes.
Marizza y Luján se miraron inseguras, quitándose de la puerta, para qué pasará, pero nunca se me cruzó por la cabeza que Pablo me estaría esperando afuera.
—Te mordiste la lengua, ¿Verdad, nena? —me tomo de los hombros, estrellándome contra la pared—. Gloria me contó que te paso con mi madre —traté de apartarlo de mí, pero enterró sus dedos en mis hombros—. ¿Te contó todo, no es cierto?
—Tienes razón, si hablo conmigo tu mamá. ¿Quieres que te diga lo que me dijo? —le pregunté con una sonrisa triunfante—. Me dijo que no te perdonará y que no cediera ante tus caprichitos, Pablito.
—No puede ser, Lory —me contesto con mucha seguridad, pasando una de sus manos por mi mejilla—. No tienes idea de lo que me costó convencerla, no le haría eso a su propio hijo.
—Entonces vuelve a hablar con ella, porque también me pidió que te dijera que llamaras más seguido a casa —trate de salir de su agarre, pero se aferró aún más a mi cuerpo—. Suéltame, intento caduco de evolución humana.
—De acuerdo, te soltaré, pero antes me gustaría recordarte lo que me dijiste en el pasillo —paso sus dedos por mi mentón, levantando mi cabeza—. Dijiste que podía proponerme cuando quisiera delante de nuestros viejos, ¿Te acordás?
—E-Eso fue antes de saber que tú padre era el único involucrado con el soborno al director, nene —la voz me tembló, pero en ningún momento deje de luchar para quitármelo de encima.
—No me digas que te vas a echar para atrás, Loreto —acaricio mi rostro, acercándose a mis labios, haciendo que corriera la cabeza, rechazando su beso—. No sé ni por qué te estoy preguntando, tú ya me diste tu permiso.
—Adelante, haz tu propuesta, declararme tus sentimientos, atrévete a mentirme a la cara y dime qué te mueres de ganas de que sea tu novia —apretó mis mejillas con su mano, acercando su rostro al mío—, pero entonces tendrás que prepararte para la respuesta más contundente que escucharás en toda tu vida: “¡NO!”.
—¿En serio querés seguir jugando este juego de tirar, soltar y aflojar, Lory? —me hablo cerca del oído, respirándome en el cuello—. Atrévete a rechazarme delante de nuestros viejos y te prometo que...
—¡A él, Luján! —escuché el grito de Marizza, cuando acto seguido una sábana blanca cubrió el cuerpo de Pablo, tirándolo al suelo.
—¡¿Por qué tardaron tanto en salir, chicas?! —exclamé, corriendo a un lado de Marizza, tomándola de las manos.
—B-Bueno, no nos juzgues, nena. No teníamos nada a la mano con que atacar —habló Luján con nerviosismo.
—¡No saben con quién se están metiendo! ¡Mi padre sé enterará de esto! —me agarro una tremenda bronca escuchar a Pablo utilizar el nombre de su padre para salir de los problemas en los que él mismo se metía.
Me acerqué a su cuerpo, dispuesta a propinarle una buena patada baja, pero Marizza y Luján me tomaron de los brazos, deteniéndome justo a tiempo, apenas levantando la sabana del impacto con mi pie, cosas que agradecí y odie al mismo tiempo.
—Ayúdenme a buscar a Vico, tengo que detenerla antes de que hable —las tome de las manos.
—¿Qué hacemos con el He-Man trucho? —me pregunto Marizza.
—Déjenlo, chicas —las arrastré lejos del cuerpo de Pablo—. No dejen que las atrape y busquen a Vico.
—¡No te atrevas a irte, nena! —exclamó Pablo, tratado de quitarse la sabana del cuerpo—. ¡Loreto!
Lo ignoré corriendo lejos de él.
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