20|Ticket
CAPÍTULO VEINTE.
﹙ticket﹚
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Pablo seguía sosteniendo mi mano, esperando una respuesta.
—No puedo quedarme, lo siento —hablé con arrepentimiento, en otras circunstancias, sin duda me hubiera quedado.
—¿Por qué? ¿Es por lo de Vico? —cerré los ojos maldiciendo por dentro—. Si es así, la termino en este mismo momento.
—No me interesa con quién salgas o dejes de salir, Pablo —traté de alejar mi mano de la suya, pero me sostuvo con más fuerza—. Te estoy hablando en serio. Tienes que soltarme, Pablo.
—¿En serio quieres que lo haga? —me miró fijamente a los ojos, como si estuviéramos haciendo un concurso de miradas.
El primero que desviará la mirada perdía y eso solo significaría rendirse con el otro. Entonces fui la primera en desviar la mirada, encontrándome a Vico caminar en nuestra dirección.
—Deberías estar agradecido de que llegue justo a tiempo para salvarte de tu padre, Pablito —hablé fingiendo una voz arrogante—. Siempre es un gusto defender a los más débiles.
Camine con dirección a Vico, saludándola con la mirada, una vez estuvimos de espaldas, gire la cabeza para mirar a Pablo, quien entendió al instante de por qué había reaccionado de esa manera.
—¿Usted ya tiene llave para el casillero? —me preguntó el Profesor.
—No, estaba en dirección —respondí.
—Tenga y acompáñame —me entrego una llave con un número—. Chicos habrán visto que cada llave tiene un numerito, es al que le corresponde al casillero de cada uno.
Mire el número de mi llave, era el número veintiséis, por lo que camine al casillero probando la cerradura. Era grande y de un triste color azul grisáceo, pero al menos estaba limpio.
Todos comenzaron a reírse, haciendo que sacará la cabeza del casillero y me encontrará con una broma de mal gusto. El casillero de Marcos estaba adornado con condones inflados, muy infantil de parte de la persona que orquesto toda esa ridiculez.
No tenía nada en la mano para guardar en el casillero, por lo que lo cerré, guardando mi llave en el bolsillo. Mire a Marcos tratando de sacar aquellos condones y Luna a un lado de él intentando ayudarlo, pero Marcos la espanto con su mal genio.
—¿No es más fácil que abras el casillero, Marquitos? —pregunté poniéndome a un lado de él—. Dame la llave.
Marcos aceptó dándome su llave, haciendo que me sentará a un lado de él, abriendo el casillero, haciendo que se cayeran todos los anticonceptivos.
—Gracias, Loreto —habló en voz baja, acomodándose los lentes.
—¿Por qué no dejaste a Luna ayudarte? —le pregunté sacando los hilos donde estaban amarrados los condones—. Primero no quieres bailar con ella en la fiesta, luego no quieres que te ayude quitando estos globitos —enumeré las veces que fue grosero con ella—. ¿Me puedes explicar?
—Porque lo hace para burlarse de mí —contestó con seguridad—. Todos en esta escuela se burlan de mí.
—¿Estás seguro de que todos? —pregunté con agravio.
—N-no, p-perdón, d-discúlpame. Por supuesto que tú no entras dentro de esas personas, Loreto —alzó la voz avergonzado, haciéndome reír.
—Era una broma, Marquitos. Tranquilo —dije poniendo una mano en su hombro—. Me la pasé muy bien en la fiesta, gracias por ser mi pareja.
—¿Q-qué dijiste? —preguntó sorprendido, casi se le caen los lentes.
—Quise decírtelo en el Vacance Club, pero tuve que irme por razones personales y estuve incomunicada porque me fui a México a pasar el resto de las vacaciones —le expliqué.
—Ah, sí, había escuchado que en México no tienen internet —apenas iba a darle una larga explicación de porque ese comentario era xenófobo, cuando se comenzó a reír.
—Eso fue una broma cruel —dije tratando de sonar seria, pero no pude evitar reírme, haciendo que le pegará levemente en el hombro—. Te odio, Marcos.
Estábamos pasando un momento agradable, cuando alguien pateó la puerta del casillero donde Marcos estaba recargado, haciéndolo caer al suelo.
—Disculpa, no estaba viendo —se disculpó Pablo, haciendo que lo fulminara con la mirada.
—Idiota —lo insulté, ayudando a Marcos a ponerse de pie—. ¿Estás bien?
—Mis lentes, no veo —buscó sus lentes por el suelo.
—Aquí están —los levanté del suelo—. Déjame te los limpio —les quité la suciedad con ayuda de mi camisa—. Quita las manos —Margo bajo las manos con inseguridad, por lo que aproveche poniéndole los lentes yo—. ¿Mejor?
—Si —respondió apenado.
Pablo golpeó el casillero de arriba, mordiéndose la lengua, pero no me importaba, no había hecho lo que hice para provocarle celos y justamente tenía que aprender que no todo giraba alrededor de él, como su padre le había hecho creer los últimos quince años.
—Loreto, ven conmigo, es urgente —habló Luna, tomándome del brazo.
—Nos vemos, Marcos —le di un pequeño abrazo y me fui con Luna, tomadas de la mano.
Caminamos hasta la cafetería, Marizza, Luna y Luján tenían los uniformes puestos.
—¿Cómo te fue, Marizza? ¿Conseguiste que Gloria nos ayudará? —pregunté esperanzada.
—No, la jirafa esa no se acuerda qué hora era —contestó Marizza molesta—. No me gusta que te la juegues por mí, Loreto. Vamos ya mismo con el director y digámosle lo que Pablo y Tomás querían desde un principio.
—No, estamos muy cerca, Marizza. Además, Dunoff no dudará en echarte a ti. No estoy orgullosa de lo que voy a decir, pero yo tengo la protección del Intendente de la ciudad.
—Loreto tiene razón, Marizza —trató de convencerla Luján.
—Lo sé, pero no quiero que ese muñequito de plástico le haga algo a Loreto —confesó preocupada.
—Marizza esto no es de hace un mes, llevo dos años en una constante pelea con Pablo. ¿Es cansado? Si, pero no hay otra manera en la que podamos convivir él y yo —me comparecieron, soportar a Pablo era una verdadera tortura medieval.
—No se rindan chicas. Volvamos a tratar de reconstruir la situación —animó Luna, por lo que todas asintieron.
—Alumna D'Amico la buscan en la oficina del director —habló Gloria, entrando a la cafetería.
—¿Ya tomaron una decisión tan pronto? —pregunté atónita.
—Venga conmigo —se limitó a contestar.
Mire a las chicas buscando ayuda, ellas me animaron diciendo que conseguirían la información antes de que Pablo se saliera con la suya. Camine detrás de Gloria tratando de sacarle información sobre mi situación, pero fue inútil, era igual que una tumba cuando se trataba de asuntos escolares.
—Aquí está la alumna D'Amico, Señor Director —me presentó en la oficina de Dunoff, haciéndome pasar.
Dentro estaban mis padres, junto con el Señor Bustamante y el Director.
—Nos puedes explicar que es todo esto, Loreto —la voz de mi padre se extendió por toda la oficina hasta llegar a mis oídos.
—¿Puedes bajar la voz, cariño? —mamá lo tranquilizó.
—¿Por qué el Director nos llamó diciéndonos que nuestra hija era una ladrona? —preguntó seriamente.
—P-papá yo te puedo explicar —me tembló la voz.
—No es necesario que expliques nada, Loreto —se adelantó a hablar el Señor Bustamante—. Lorenzo, amigo, fue una broma de tu hija a mi hijo, una chiquilinada, ya está —lo tranquilizó—. Ahora mismo voy a liberar a Loreto de todos los cargos...
—No/¡No! —hablamos al unísono papá y yo, con un tono diferente de voz.
—¿Qué estás diciendo, Loreto? —preguntó mamá preocupada por mi respuesta.
—No quiero que hagas nada, Sergio. Quiero que mi hija obtenga el castigo que se merece —me interrumpió—. Esto fue algo grave, Loreto. El robo es la peor clase de traición a la confianza y a los valores que como familia te hemos inculcado —no pude evitar reírme al escuchar la palabra familia, como si él no hubiera aparecido apenas hace dos años—. No puedo dejar pasar este incidente como si no hubiera ocurrido nada. Es importante que se implementen las debidas consecuencias para que comprendas la gravedad de tus acciones y aprendas de este lamentable error.
—Lorenzo, por favor mi amor. No le hagas esto a nuestra hija...
—No te preocupes, mamá. Eso es exactamente lo que iba a decir —la interrumpí—. No quiero que el Señor Bustamante, ni ustedes se metan en mis problemas —hablé decidida—. Felicidades, mamá. Este es el tipo de hombre con el que decidiste darte una segunda oportunidad.
—No te permito que me hables así, Loreto —alzó la voz mi papá levantando su mano, estaba segura de que no me pondría una mano encima, pero fue la oportunidad perfecta para exponerlo enfrente de todos.
—¿Qué pasa, papá? ¿Vas a volver a pegarme? —papá palideció y todos se hicieron de oídos sordos, excepto mamá quien se puso enmedio de los dos, confundida.
—¿Cómo que pegar? ¿De qué está hablando Loreto, Lorenzo? —no pude evitar reír en voz alta.
—¿Entonces no le dijiste? —le pregunté burlona—. No puede ser, que poco hombre eres.
—Bueno, ya estuvo bueno, alumna D'Amico —me interrumpió el Director—. Si gustan los padres de familia retirarse, me gustaría hablar a solas con la alumna para llegar a un castigo adecuado, si les parece bien.
Mi padre salió con la mirada perdida de la oficina, acompañado de mamá y el Señor Bustamante. Quedándonos únicamente el Director Dunoff y yo.
—Entonces, ¿Qué va a hacer, Señor Director? —pregunté en un suspiro.
—No, no, no lo sé, alumna D'Amico —contestó angustiado—. Toda esta situación me tiene muy estresado.
—¡Permiso! —giré la cabeza, encontrándome a Marizza—. Señor Director...
—¿Cómo entras sin golpear en el despacho del Señor Director? —preguntó Gloria asustada por la actitud de Marizza, provocando que Marizza tocará el escritorio del Director Dunoff, haciéndome reír.
—En este papel demuestra que yo no robe nada, a las seis menos veinte estaba en recepción con Luna y Loreto, cuando Gloria le entrego el ticket a Luna —abogó Marizza por las dos.
—Disculpe, ¿Por qué habla de usted como si usted hubiera robado la billetera? —preguntó el Director Dunoff confundido, trate de decir que se había equivocado, pero Marizza se adelantó a hablar.
—Muchas gracias por defenderme Loreto, pero ahora me toca a mí defenderte a vos —Gloria y Dunoff nos miraban esperando una respuesta—. Loreto se echó la culpa por mí, porque sabía que de haber sido yo la culpable, usted me echaría del colegio sin pensárselo dos veces.
—¿Cómo pudo mentirme, alumna D'Amico? Peor aún, mentir enfrente de sus padres —habló decepcionado.
—Director Dunoff, ¿Por qué en vez de regañarme por defender a una amiga, no manda a llamar a Tomás? —hablé, recargándome sobre el escritorio—. Creo que nos debe una explicación a usted, a Marizza y a mí, ¿No lo cree?
—Gloria, por favor decirle a Tomás que venga para acá —habló a regañadientes.
—¡Y a Pablo también por intentar acusarme de ladrona delante de todo el colegio! —exclamó Marizza.
—Gloria, por favor, a Pablo también —Gloria abrió la puerta apenada, saliendo de la oficina del Director.
—¡Muy bien hecho, Marizza! —dije dándole un abrazo—. ¡Jamás dejé de confiar en ti!
—Es lo menos que podía hacer por echarte la culpa de algo que ni vos, ni yo hicimos —me devolvió el abrazo—. Pero no puedo llevarme todo el crédito, si no fuera por Luna, vos estarías recibiendo un castigo por culpa de los sin neuronas de Pablo y Tomás.
—Guarden silencio, alumnas D'Amico y Spirito. Están en la oficina del director, no en una fiesta para hablar de todo lo que ustedes quieran —nos llamó la atención.
Nos dimos un último abrazo, brincando de la emoción, para sentarnos en las dos sillas enfrente del escritorio del Director Dunoff, esperando a que Gloria llegará con Tomás y Pablo.
—La alumna D'Amico acaba de confesar haberse echado la culpa por la alumna Spirito —Pablo y Tomás festejaron—. Pero está es la prueba de que la Señorita Marizza no tuvo nada que ver —les mostró el ticket con la hora exacta en la que Tomás juro haber visto a Marizza entrar a su cuarto—. Evidentemente esto es producto de un lamentable malentendido.
—Un malentendido no, una falsa acusación —corrigió Marizza molesta.
—Mira, nena, yo te vi —dijo Tomás con una seguridad, que casi hace que me lancé encima de él.
—Están mintiendo, Señor Director. Ellos pusieron la billetera en el cajón de Marizza, por lo que tuvieron que entrar al cuarto de las chicas y si no mal recuerdo está prohibido eso, ¿No?
—Tú cállate, nena, porque vos también...
—Bueno, tal vez Tommy se confundió con alguien parecido, ya está —tranquilizó Pablo a Tomás, tomándolo del hombro, alejándolo de nosotras.
—Mentira, mentira. Están mintiendo, lo hicieron a propósito —interrumpió Marizza, haciéndose odiar por los chicos—. Seguro que fue un plan de ustedes dos.
—¿Un plan de nosotros dos? Pero, ¿Por qué vamos a cometer semejante locura, Señor Director? —Pablo y Tomás negaron todo, haciéndonos enojar a Marizza y a mí.
—Para qué echarán a Marizza del colegio, par de orangutanes sin cerebro...
—¡Sin insultos, alumna D'Amico! —interrumpió el Director—. Por favor, chicos, no discutan. La billetera apareció, el dinero también, todo esto fue un malentendido, ¿Por qué no dejamos las cosas así?
—¡Porque no fue un malentendido! ¡Malentendido las plumas! ¡Exijo una disculpa! —dijo Marizza cruzándose de brazos.
—Bueno, perdón, ya está...
—Que fácil estuvo, ¿No, Pablito? —Pablo me miró con odio y con lo que estaba a punto de decir probablemente haría que me odiara mucho más—. ¿Por qué no lo hacen enfrente de todos? Justo como ustedes acusaron a Marizza con todo el colegio.
Gloria entró a la oficina del Director Dunoff, diciéndole que debía atender algo urgente. Dejándonos a solas con Pablo y Tomás en el despacho.
—Te zafaste de esta, gracita. Es un aviso de todo lo que te espera —me puse enfrente de Marizza, mientras que Tomás agarraba a Pablo del hombro, haciendo que no cometiera otra estupidez.
—¿Por qué no la dejas en paz, Pablo? —pregunté molesta, haciendo que se me ocurriera algo para que la dejara al menos por unos días—. ¿No será que te gusta Marizza?
—Pero ¿Qué estupideces estás diciendo, nena? ¿Si escuchas lo que dices? —no pude evitar reírme.
—Bueno, todos sabemos que los que se odian se aman. Por supuesto que Marizza es muy inteligente como para detener tus tontos planes, dignos de un nene de cinco años.
—No digas eso, Loreto. Me da asco de solo pensar que este muñequito de plástico siente algo por mí —dijo Marizza, poniéndose adelante de mí—. Lo único en lo que estoy de acuerdo contigo, Pablito, es en que esto recién comienza.
Pablo ignoró complementé el comentario de Marizza, me estaba mirando fijamente a mí con odio, podía ver fuego en sus ojos. Probablemente si Tomás no lo estuviera sujetando de los hombros, ya se hubiera lanzado a atacarme hace varios minutos.
—La verdad es que sos un tarado, piensas que tu papi te va a salvar de todos tus problemas, pero lo único que hace es humillarte como lo hizo hoy —mire a Marizza sorprendida, pensaba que se había pasado con ese comentario, pero no trataría de corregirla, ella tenía derecho a decir lo que quisiera en esta situación.
—¿De qué hablas, idiota? Si ni siquiera estabas. Es más, ¿No estás enterada de lo que tu amiga hizo por mí? —Marizza se giró a verme—. Tu amiga, la que se echó la culpa por vos, igual me defendió a mí de mi viejo.
—Por supuesto que lo sé. Espero que le hayas agradecido como se merece, porque vos no mereces nada de ella —escuchar a Marizza defenderme me trajo tranquilidad, no quería que pensara que la había traicionado—. Pero para ti debió haber sido bastante humillante ¿No es así, Pablo? —la miramos confundidos—. Como no eres lo bastante hombrecito como para defenderte vos solito, una mujer tuvo que saltar en tu defensa para hacerlo.
—Nada que ver, no le hagas caso a esta bagayo...
—No te metas —interrumpió Pablo a Tomás, por lo que Tomás se fue a la ventana—. Mirá, de mí nadie se burla, chiquita.
Cuando estuve a punto de meterme entre los dos, Tomás me tomo de la mano para que lo dejara solos, pero antes de decirle que me soltará, me encontré con una interesante escena del Director Dunoff, junto a uno de los trabajadores del padre de Pablo y un auto nuevo.
—¿Qué es todo esto? —pregunté desconcertada, pensando en lo peor.
—Che, Pablo, mirá esto —lo llamo Tomás—. ¿No es uno de los trabajadores de tu viejo?
—Que asco, uno peor que el otro. Regalarle un auto nuevo al Director para que se calle.
—Marizza, detente, esto es algo serio —no quería creer que eso fuera verdad, porque de ser cierto, también me incluía a mí.
—¿De qué hablas? Mi viejo es incapaz de hacer eso...
—Despierta, nene —Marizza tenía razón, no podía hacerme de la vista gorda—. Qué mala suerte que no soy yo la que escribe el diario, habría tanto que escribir de vos y tu familia. Un ejemplo de corrupción.
—Basta, no te metas conmigo, ni con mi familia, porque la puedes pasar mal —amenazó Pablo, golpeando el escritorio del Director.
—Te lo avisé, Bustamante. Esto recién empieza —y con eso Marizza salió de la dirección.
Camine detrás de ella, pero me detuve antes de salir, regresando hacia Pablo y Tomás.
—Tienes que averiguar si es verdad —hablé en un hilo de voz.
—No le creas a esa grasa, nena. Por supuesto que no es verdad...
—Bueno, si no lo vas a investigar tú, lo voy a hacer yo...
—Loreto, espera...
Salí de la oficina, cerrando la puerta de un portazo.
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