18|Robo
CAPÍTULO DIECIOCHO.
﹙robo﹚
°
•
Mamá preguntó por el cambio de cuarto, cuando le salió una llamada urgente, por lo que se tuvo que salir dejándonos a Luna y a mí en las sillas de recepción.
—Voy a dejarle el uniforme a este chico, ustedes esperen aquí —nos dijo la tía de Luna, saliendo del lugar.
Cuando la puerta se cerró y por fin estuvimos a solas, giré tomo mi cuerpo con dirección a Luna, para encararla de una vez por todas sobre esta extraña situación.
—¿Qué sucede, Luna? —le pregunté preocupada—. Cuéntame por qué no quisiste ver a Marizza y Luján —se negó a hablar repetidas veces hasta que de tanto insistir me contestó.
—Bueno, tuvimos una discusión, yo tenía mucho miedo de que Pablo le fuera hacer algo a Marizza y le pedí que no hiciera ninguna estupidez —asentí tratando de descubrir por qué eso era una discusión—. Me dijeron que era una tarada por tener miedo y tienen razón, Loreto.
—Por supuesto que no, Luna —la tomé de las manos—. Tener miedo no te hace una tarada —contesté con verdadero sentimiento—. Te voy a contar algo que muy pocas personas saben, pero no te voy a dar detalles ¿De acuerdo? —Luna asintió—. A mí me dan miedo los hombres, Luna.
—¿Qué? Pero, ¿Por qué te dan miedo los hombres, Loreto? —preguntó confundida.
—Te dije que no iba a entrar en detalles —le recordé—. Es un tema delicado para mí, ya sabes, vivimos en un mundo de hombres y cuando salgo hay un montón de hombres por todos lados —traté de explicarle—. Y no por tenerle miedo a los hombres soy una tarada.
—Pero Manuel...
—Él es diferente a todos los hombres que he conocido —me adelante a responder su duda—. Voy a terapia desde hace dos años, antes no podía soportar estar rodeada de hombres y no me gusta que me toquen, pero gracias a la terapeuta con la que voy, he aprendido a convivir con ellos y mantener una conversación, todavía me cuesta el contacto físico, pero con Manuel no es igual que con los otros chicos.
—¿Te refieres a Pablo? —su pregunta me tomo por sorpresa.
—Tan lindo momento y tuviste que mencionar al niño de porcelana, Luna —dije de mala manera, haciendo sentir mal a Luna—. Era broma, Luna. Pero sí, Manuel es diferente a Pablo, es mil veces mejor que ese nenito de papá.
—En serio no lo soportas, ¿Verdad? —asentí con frenesí.
—Es la peor basura con la que el destino me obligó a juntarme —pronuncié con odio.
—Señorita D'Amico —me llamó Gloria, saliendo del despacho del director. Me levanté de mi asiento, caminando hasta Gloria—. Me temo que todos los cuartos están llenos, no sé si gustes esperar a que alguien desocupe una habitación...
—¡Yo! —alzó la voz Luna, tomándome por sorpresa—. Perdón, yo quiero cambiarme de habitación.
—Muy bien, si gustan, pueden ir haciendo el intercambio de cuartos ahora mismo, voy a avisarle al director —detuve a Gloria antes de que se fuera.
—No, ¿Qué estás diciendo, Luna? —pregunté desconcertada—. ¿Por qué te quieres cambiar de habitación?
—¿Quién se quiere cambiar de habitación? —todas miramos a la puerta de la recepción. Era Marizza. Nos quedamos calladas—. ¿Por qué te quieres cambiar de habitación, Luna?
Luna salió disparada de la recepción, y cuando íbamos a ir detrás de ella, mamá nos detuvo.
—Vos venir para acá. Tu madre te compro el uniforme. Tengo que ir a buscarlo —Gloria entro al despacho del director.
—¿Qué te dijeron sobre el intercambio de cuarto, mi amor? —preguntó mi mamá.
—Si me lo dieron, pero no lo quiero, mamá —contesté confundida.
—¿Tú tampoco quieres estar con nosotras, Loreto? —me preguntó ofendida Marizza.
—No, Marizza. Por supuesto que quiero estar con ustedes, pero no puedo dejar a Luna en el mismo cuarto que Natalia y Pilar —expliqué, agarrándome el pelo de la angustia—. Es tu culpa, Marizza.
—¿Qué? ¿Por qué mi culpa? —preguntó confundida.
—Porque Luján y tú la llamaron tarada, por preocuparse de que Pablo te hiciera algo, Marizza —le conté lo que me había dicho Luna.
—¿En serio? —preguntó triste—. No puede ser, soy una bestia y encima de todo me fui dejándola con esa imagen mía. Tengo que disculparme —asentí, contenta de que reconociera su error—. Pero, nena, ¿Vos a dónde te vas a cambiar?
—Me quedaré en mi mismo cuarto, Pilar siempre se va a dormir a su casa y Natalia no es ningún problema para mí —contesté sin darle muchas vueltas al asunto.
—Bueno, no te preocupes porque todos los días haremos pijamada y solo tendrás que verle la cara en las clases, te lo prometo —Marizza se adelantó a darme un abrazo—. Tienes que detener a Luna.
—Yo tengo que irme, me hablan del trabajo. Vendré más tarde a despedirme, antes de ir al aeropuerto —asentí con tristeza, mientras mamá plantaba un beso en mi cabeza—. Fue un gusto conocer a tus amigas, me despides de los chicos.
Mamá salió por la puerta y una parte de mí se fue con ella.
—¿Estás bien, nena? —preguntó Marizza viéndome en un estado como de catarsis.
—Por supuesto, la tuve todas las vacaciones, era hora de despedirme, ¿No es así? —habían pasado dos años y todavía no me acostumbraba a su ausencia—. Voy a buscar a Luna.
Camine fuera de la recepción, corriendo a la habitación de las chicas, siendo detenida por mi persona menos favorita en este preciso momento.
—¿Por qué tan apurada, nena?
—No estoy de humor, Pablo —traté de sacarle la vuelta, pero se volvió a atravesar en mi camino.
—Me dejaste en ridículo delante de mi viejo, ¿Lo sabías? —rodeé los ojos.
—¿Ahora que te hice, nene? ¿Interrumpí tu declaración tonta? Como quiera iba a decirte que no, tienes que darle gracias a Manuel por llegar justo a tiempo, para que no te humillará en frente de nuestros padres. Ahora sí me disculpas...
—Precisamente de ese mexicano te quería hablar —me volvió a detener—. Mi viejo me preguntó que clase de relación tenías vos con el mexicano.
—¿Y qué le dijiste? —pregunté sonriente—. Qué es al único chico a quien le he aceptado un abrazo y además con quién más pase tiempo en el Vacance Club, ¿Eso fue lo que le dijiste?
—Por supuesto que no, nena —alzó la voz, molesto—. Le dije que era una molestia, entonces si no quieres que le diga a tu viejo que vos estás de chiflada con otro hombre, tendrás que alejarte de ese pibe.
—¿Tú nunca aprendes, verdad? —quité mi mano de su agarré—. Dime una cosa, ¿Es verdad que terminaste con Vico?
—¿Por qué? ¿Sigues celosa, nena? —trató de tomarme de la cara, pero le metí un manotazo en la mano.
—Contesta la pregunta, Pablito.
—Por supuesto que no. No terminaré una relación por alguien que no está segura de lo que siente —aplaudí con una sonrisa triunfante.
—Eso es lo que quería escuchar. ¿Sabes lo rencorosa que puede ser Vico cuando un chico la traiciona? —lo tome de la cara—. ¿Qué tal si te beso aquí enfrente de todos para que vayan a contarle el chisme a Vico?
—Hazlo —habló decidido.
—¿Tanto te mueres por besarme que no te importa lastimar los sentimientos de otra chica? —pregunté asqueada.
—Mientras no sean los tuyos —contestó acercándose a mi boca.
Lo miré sorprendida, y llegué a odiarme por pensar un solo segundo en hacerlo, en volver a besarlo.
Lo empuje lejos de mí.
—Como te dije antes a ti y a tu perro faldero, soy una mujer libre. Puedo salir con cualquier hombre que se me dé la regalada gana —corrí a los dormitorios de las chicas.
—¡No sabes con quién te estás metiendo, Loreto! —exclamó, haciendo que se sacará el dedo de enmedio.
Entre a la habitación que compartía con Pilar y Natalia, encontrándome con Natalia desempacando sus cosas.
—¿A quién buscas? —me preguntó con la cabeza abajo.
—Luna, ¿La has visto? —pregunté tímidamente.
—¿Luna que haría aquí? Este no es su cuarto... —arrastró las palabras al último, dándose cuenta de lo que estaba pasando—. ¿Te cambiaste de cuarto, verdad?
—Ese no es asunto tuyo —dije con la intención de salir de ahí.
—Espera, Loreto. Por favor, déjame hablar con vos —negué repetidas veces con la cabeza—. ¿Por qué las perdonaste a ellas y a mí no me dejas explicarme?
—Porque tú eras en quien más confiaba, Natalia. Eres quien sabe todo sobre mí y aun así, cuando te di la oportunidad de decirme la verdad, preferiste seguir mintiendo —hablé con un nudo en la garganta.
—Loreto, por favor déjame explicarte, solo dame cinco minutos y yo te explicaré todo, te lo prometo...
—Dame tiempo, ahora no estoy lista para hablar —se tragó sus palabras y nos quedamos en silencio—. Bueno, adiós.
—¡Loreto! —me detuvo—. Me alegra mucho que tu mamá haya podido venir a la escuela, las vi afuera con los señores Bustamante.
—Muchas gracias —le agradecí de mala gana, por supuesto que ella sabía lo especial que era la presencia de mi mamá para mí—. ¿Algo más?
—N-no, nada, espero que tengas un excelente inicio de año —no contesté nada, salí de la habitación caminando a la de Marizza y Luján.
—¿Encontraron a Luna? —les pregunté.
—Sí, acabamos de hacer las pases, pero se niega a cambiarse de habitación —contestó Marizza desanimada—. Pero no importa, vamos a hacer pijamada todos los días con tal de que no se quede en el mismo cuarto que esa rubia oxigenada.
—Bienvenida al cuarto, Loreto —Luján se levantó de la cama para abrazarme.
Comenzamos a hablar de nuestro verano, yo les conté que me la pasé en México con mi mamá, que pude ver a todos mis amigos, sin mencionar el importante detalle de que todos ellos eran Drag Queen y que el lugar donde nos reuníamos era un club nocturno.
Cuando de pronto tocaron la puerta. Se trataban del Director Dunoff, acompañado de su secretaria Gloria.
—Déjeme ver si entendí, ¿Alguien denunció a Marizza por el robo de una billetera con mucho dinero? —pregunté tratando de entender toda esta estúpida situación—. Eso es imposible, Director.
—Alguien la vio salir del cuarto del damnificado con algo en la mano —acusó el Director.
—Bueno, déjese de tanto misterio y díganos el nombre de a quien le robaron —preguntó Luján.
—Pablo Bustamante, nada menos que al hijo del intendente —lo miramos confundida.
—Yo ni loca entro al cuarto de Pablo, tengo miedo de que la estupidez sea contagiosa —bromeo Marizza.
—Sin bromas, Señorita —habló molesto el Director Dunoff—. Me veo en la obligación de revisar sus pertenencias.
—No, esto es injusto, Director Dunoff —contesté molesta.
—Déjalo, nena. Total, no va a encontrar nada —me senté indignada, en la que suponía que sería mi nueva cama.
El Director Dunoff, junto con su secretaria Gloria comenzaron a revisar las pertenencias de Marizza, cuando abrieron sus cajones encontrando una billetera, dejando a todas sorprendidas.
—¿Cuántas veces se lo tengo que explicar? Yo no fui. Yo no fui —repitió Marizza sin cesar.
—Señor Director, Marizza estuvo todo el tiempo conmigo —habló Luján, siendo mandada a callar por Dunoff.
Marizza y Luján trataron de explicarle con peras y manzanas a Dunoff que Marizza no había robado la billetera, pero era imposible, los adultos nunca escuchaban.
—¡Yo robé la billetera! —alcé la voz para que todos en la habitación me escucharán.
—¿Qué dijo Señorita D'Amico? —preguntó el Director Dunoff atónito.
—Como escucho, yo robe la billetera de Pablo —mentí, todos estaban con la boca abierta.
—No se atreva a mentirme, Señorita D'Amico...
—No estoy mintiendo, es más, fue tan rápido que no me dio tiempo de esconder la billetera en mi antiguo cuarto, que la puse dentro de las cosas de Marizza —las chicas me miraban confundidas—. En todo caso debería tener doble castigo, por robar la billetera de mi compañero Pablo y otro por las molestias con Marizza.
—¿Para eso quería el cambio de cuarto, Señorita? —preguntó Gloria decepcionada.
—¿Qué van a hacer? —pregunté nerviosamente.
—Por ahora, devolver la billetera al propietario y después llamaré a sus padres, Señorita D'Amico —asentí con la cabeza abajo.
Una vez que el Director Dunoff y Gloria salieron del cuarto, me deje caer en la cama de Luna, tapándome la cara.
—¿Por qué hiciste eso, Loreto? —preguntó Marizza enojada—. A mí no me da miedo ese He-Man trucho.
—Lo sé, Marizza. Te prometo que no fue por esa razón —dije molesta—. Con qué este era su plan desde el principio.
—¿De qué plan estás hablando, Loreto? —preguntó Luján—. Dinos la verdad, Loreto.
Les conté básicamente lo que había sido mi relación con Pablo los últimos dos años. Pelea, tras pelea, tras pelea. No había punto medio. Pablo y yo vivíamos en una constante lucha de poderes, sobre quien podía hacerle más miserable la vida al otro, y todo ese odio se resumía a nuestros padres arreglando los desastres del otro, para volver a estar en paz.
—No sabía que tu papá era un reverendo pomelo, nena —dijo Marizza con auténtica rabia, haciendo que Luján le metiera un codazo—. Perdón, no quise decirle pomelo a tu viejo.
—No te preocupes, no sé que significa eso de pomelo, pero mi papá sin duda es una de esas cosas —contesté con una risa.
—El mío también, solo puso los espermatozoides y se fue. Ahora quiere venir a tener derechos sobre mí, inscribiéndome en este colegio trucho —miré a Marizza sorprendida.
—Literalmente acabas de describir mi caso, Marizza —ambas nos reímos de nuestra situación—. ¿Me disculpan? Tengo algo que hacer.
—¿Se trata de Pablo? —me preguntó Marizza interesada.
—Si, pero no puedes venir conmigo, esto es algo que debo hacer yo sola —caminé fuera del cuarto, para ir a la habitación de los chicos.
Cuando comencé a acercarme al cuarto de Pablo, Tomás y Guido, se comenzó a escuchar música, unos chicos le pidieron que se callaran y fueron ignorados completamente.
Me escabullí sin ser vista, entrando con éxito a la habitación de los simios, en donde se estaba celebrando una fiesta, aunque más bien parecía una guardería, con Guido cuidando a los simios de que no rompieran nada.
—Pablo —llamé su atención.
—¿Loreto? Viniste, que bueno que estás aquí —se bajó de la cama, rodeándome con sus brazos—. Te quiero mucho, Loreto.
—¿En serio? —le pregunté incrédula—. Qué bueno que me quieras tanto, así puedes contarme una cosita —lo obligue a sentarse en la cama—. Dime, Pablito. ¿Tuviste algo que ver con que tu billetera apareciera entre las cosas de Marizza?
—¿Marizza? —preguntó confundido mirando a sus amigos, quienes le decían que se callara la boca—. ¡Por supuesto, Marizza! —habló animado—. Marizza, quien me hizo pasar los mejores días de mi vida, se va a ir del colegio.
—No estés tan seguro, Pablito —lo tomé de las mejillas—. Quién sabe cuantas vueltas puede dar el mundo.
—Estoy tan seguro de esto, como de que eres la mujer de mi vida —Tomás y Guido tomaron a Pablo de los hombros, poniendo una mano sobre su boca—. ¡Suéltenme! ¡Hay que festejar!
—Veamos quién está más seguro de qué, Pablito —murmuré, saliendo de la habitación.
No sé saldrían con la suya.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro