14|Culpa
CAPÍTULO CATORCE.
﹙culpa﹚
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Me desperté con los rayos de sol golpeándome en el rostro, me senté sobre la cama.
—Que extraño, no recuerdo haberme ido a mi cuarto en la noche —hablé en voz alta mirando a mi alrededor—. Este no es mi cuarto.
Baje los pies de la cama, dispuesta a investigar quienes eran las personas dormidas, hasta que pise algo blando, haciendo que lo que fuera eso, se quejara en un gruñido.
—¿Manuel? —estaba sorprendida, cuando los chicos de las otras camas se destaparon, descubriendo que eran Nico y Marcos—. ¿Estoy en el cuarto de los hombres? —me asusté por un segundo, una habitación llena de hombres era el último lugar en que quisiera estar, hasta que regrese la mirada a Manuel—. ¿Qué hace esté dormido en el suelo?
Mire la cama donde estaba acostada, entonces caí en cuenta que está era la cama de Manuel. Lo que quería decir que él me dejó dormir en su cama, eligiendo el suelo para que no me incomodara.
Me levanté de la cama, arrodillándome a un lado del cuerpo de Manuel, quitándome el pelo de la cara, dejando un beso en su frente, como muestra de mi agradecimiento.
Camine lentamente hasta la puerta y me salí cuidadosamente, mirando que no hubiera nadie que pudiera decirle al profesor Mauro. Una vez que me asegure de que no hubiera moros en la costa, me salí del cuarto cerrando lentamente la puerta.
—¿Qué hacías en el cuarto de los chicos, nena? —escuché una voz masculina a mis espaldas, haciendo que maldijera internamente—. Contesta, nena.
—¿Me estás siguiendo, Tommy? —traté de evitar su pregunta con otra.
—No te hagas la boba, contéstame si no quieres que vaya y le diga a Pablo —habló cruzando los brazos.
—¿En serio me estás amenazando, luego de que le salvará el pellejo a tu mejor amigo? —pregunté molesta—. Porque te recuerdo que ustedes, par de orangutanes, me encerraron en mi habitación y todavía no me he vengado de ustedes por eso.
—Perdóname, Loreto. Pablo me suplicó que no te dejará salir con ningún otro pibe —ambos eran unos cínicos.
—¿Y eso debería importarme? Ustedes me privaron de mi libertad, un chico con novia, no pude decirle a una chica sin compromiso con quién salir, ¿O eso te parece justo? —Tomás negó con la cabeza abajo—. ¿Sabes? Tal vez debería hablar con el director, o mejor aún, con mi buen amigo el intendente de la ciudad, sobre los problemas de alcohol de Pablo, ¿No te parece, Tomás?
—Cortalas, nena. No le diré nada a Pablo, pero no lo buchoneés con su viejo —Tomás podía ser lo que fuera, pero nunca un mal amigo.
—¿Sabés, Tomás? A mí no me sirve que no le digas a Pablo sobre esto, porque aunque lo hicieras, solo se enojaría conmigo, ¿Tú crees que me importa que Pablo se enoje? —Tomás cerro los ojos de la frustración—. Necesito que me des otra cosa.
—¿No dijiste que las cosas que hacías las hacías de corazón y por eso nadie te debía nada?
—Eso solo aplica en situaciones de vida o muerte. Tú trataste de amenazarme con algo estúpido, ahora asume las consecuencias —dije girando a su alrededor como si fuera un tiburón nadando alrededor de su presa.
—¿Qué quieres, nena? —preguntó rendido.
—Por ahora no se me ofrece nada, pero estoy segura de que necesitaré de tus servicios más adelante —me alejé lentamente de él—. Recuerda Tomás, me debes un favor.
Estaba de mejor humor, pero tenía mucha hambre, por lo que se me hizo fácil bajar al comedor, encontrando a Pablo y Mia, sentados en una de las mesas.
—¡Loreto! —exclamó Pablo, levantándose de la mesa.
—Solo vine por un jugo, ¿Ahora que quieres Pablo? —le pregunté cansada.
—Te dejo en buenas manos —Mia se levantó de la mesa, dándome un beso en la mejilla y salir del lugar.
Pablo se me quedó mirando, acercando la silla donde estaba sentada Mia, para qué me sentará junto a él, por lo que decidí tomar la silla del otro lado.
—¿Cómo estás, Pablo? —le pregunté desviando la mirada—. A ver si está resaca te ayuda a dejar de tomar.
—Mia me contó que me cuidaste en la piscina —habló alegremente.
—Por supuesto, un paso en falso y te hubieras ahogado, ya que con lo borracho que estabas, seguramente hubieras olvidado como se nadaba —contesté agresivamente.
—¿Te puedo hacer una pregunta y me contestas con la verdad? —lo miré nerviosamente.
—¿Por qué debería responder cualquiera de tus preguntas? Lo que debería hacer es irme, porque no creas que he olvidado lo que hicieron Tomás y tú, nene —Pablo se pasó a la otra silla, acercándose a mí.
—Por favor, me estoy volviendo loco, necesito saber si fue verdad o solo fue un sueño —lo mire confundida.
—De acuerdo, ¿Qué quieres saber? —acepté contestar su pregunta.
—¿Tú y yo nos besamos? —me le quedé mirando atónita, sin saber qué responder—. Contéstame, nena, necesitó saberlo.
Por un segundo, cruzó por mi mente contarle la verdad, pero luego recordé que me había prometido a mi misma negar ese detalle.
—Pablo, creo que el alcohol está empezando a afectar tu memoria —Pablo dejó caer su cabeza en la mesa, negando en repetidas ocasiones—. Yo jamás dejaría que me besaras, debió ser un sueño o tal vez besaste a Tomás dormido, pensando que era yo.
—Que asco, nena. No digas eso —no pude evitar reírme de su decepción—. No puedo creer que lo soñé, fue tan real, tú y yo tirados en el suelo, luego te pedía un beso y tú finalmente aceptabas...
—No quiero escuchar ninguno sueños raro que tengan que ver conmigo —me cubrí los oídos, dispuesta a levantarme de la mesa, pero Pablo me detuvo.
—Espera, Lory —su agarré era suave, y su rostro reflejaba súplica, por lo que se me hizo fácil volver a sentarme —. Gracias por todo, por curarme, por cuidarme en la piscina. Lo único que he hecho yo, es parecer un loco celoso.
—No soy yo quien debería provocarte celos, Pablo —él asintió frustrado—. Bueno, lo que pase entre Vico y tú, no es asunto mío —Pablo se cubrió la cara con las manos—. Lo que si me interesa de todo esto es cobrarme lo que me hicieron Tomás y tú.
—Me lo merezco —sonreí al darme cuenta de que Pablo empezaba a responsabilizarse de sus acciones—. ¿Qué quieres de Tomás y yo?
—No te preocupes por Tomás, ya hablé con él —Pablo asintió—. Planeo que los dos la pasen muy mal, pero en especial tú, por ser el de las ideas estúpidas —me acerqué, quitando el cabello de su rostro.
—Dime lo que quieres, no me tortures, Loreto —habló desesperado.
—Lo que te voy a pedir, es muy difícil y doloroso, Pablito —se cubrió la cara negando con la cabeza—. Una verdadera tortura.
—Suéltalo, nena. ¿No ves que estoy temblando? —me burlé de su expresión.
—No te desesperes, ya voy a decírtelo —me recargué en su hombro, apreciando su rostro de angustia—. Quiero que no dejes la música.
—¿Qué dijiste? —preguntó sorprendido, girando la cabeza, haciendo contacto visual.
—Ayer trataste de lanzar tu guitarra al agua, diciendo que no hacías música —hablé seriamente—. Sé que es difícil para ti admitir que te gusta la música, por culpa de tu padre, pero no quiero que dejes algo que te hace muy feliz —esas palabras salieron del corazón—. La música es tu vida.
—Lory, yo... —nos quedamos mirando, Pablo acercó su rostro al mío, tratando de besarme, haciendo que me levantará de golpe.
—Sé que va a ser difícil, doloroso y torturarte por tu padre, pero ese va a ser tu castigo por dejarme encerrada —dije recobrando la postura—. Ahora que las cosas están claras entre nosotros, te recuerdo que no te quiero cerca de mí o de mis amigos y que puedo estar con cualquier chico del colegio, porque soy una mujer sin compromisos.
—No por mucho —me detuve por un segundo, escapándoseme una sonrisa, para abandonar el lugar.
Caminé a mi habitación, encontrándome con las chicas quienes iban de salida.
—¿Dónde estuviste, nena? Te esperamos toda la noche y nunca llegaste —Marizza fue la primera en hacerme preguntas.
—¿Qué le hiciste al nene ese? Tienes que contarnos todo —se me vino a la mente el beso con Pablo.
—No pude hacer nada, estaba lo que le seguía de borracho a un lado de la piscina del hotel —conté omitiendo la parte del beso.
—Pero, nena, lo hubieras tirado al tarado ese —dijo Marizza.
—No puede ser, ¿Está bien? —preguntó Luna preocupada.
—Lastimosamente sí, está en perfecto estado —Luna se alegró, mientras Marizza y Luján bufaron en voz alta—. No podía tirarlo a la piscina, chicas, ¿Qué tal si se ahogaba de lo borracho que estaba? Me convertiría en una asesina.
—Bueno, ¿Qué vas a hacer, nena? Nosotras te ayudamos —dijo Luján.
—Ya me encargué de eso, no se preocupen, falta poco para volver a la escuela, olvídense de esos simios —Marizza y Luján aceptaron de mala gana—. ¿En dónde está tu mamá, Marizza? Me gustaría agradecerle por la fiesta, me divertí mucho.
—De seguro anda de calientapollas con Mauro o cualquier hombre —la miré confundida.
—¿Por qué hablas así de tu mamá, Marizza? —pregunté confundida.
—Porque no la conoces, nena. A mi vieja le gusta que todos los hombres estén detrás de ella, le gusta llamar la atención, no la banco —escuchar hablar a Marizza así de su madre me dejo desconcertada.
—Sin comentarios —dije de mala gana, cruzándome de brazos.
—Igual yo, no quiero opinar —Luján también tenía la cara de pocos amigos que yo.
—¿Qué pasa, chicas? ¿No me conocen? Díganme lo que crean que estoy haciendo mal —dijo Marizza con tranquilidad.
—Creo que es más fácil enojarte con tu vieja, antes que reconocer que si Mauro se fijó en tu mamá, es porque tú no le interesas de esa forma —habló Luján, haciendo que abriera los ojos con sorpresa, no sabía que Mauro estaba detrás de la madre de Marizza.
—¿Ah, sí? Claro, le encantan los ancianos —contestó Marizza a la defensiva.
—¿Nunca te pusiste a pensar lo que vale tu mamá? —esa pregunta me llegó directo al corazón y Marizza hizo una broma de mal gusto diciendo que remataría a su madre por dos pesos—. Ella te crío sola, te tuvo sola, en vez de tirarte como un bulto, pero claro a vos lo único que te interesa es competir con ella, con permiso.
—¿Y a esta tarada que le pico? Se atacó sola —dijo Marizza ofendida, haciéndome enojar.
—Luján tiene razón, Marizza. ¿Sabes por qué estoy segura de que tienes una madre maravillosa e hizo bien las cosas contigo? —Marizza se quedó mirándome—. Porque te conocí y me encanta tu forma de ser y no sé si sabías esto, pero la forma de ser se hereda, no se saca de cualquier persona. Deberías ir a buscarla y disculparte, porque te estás comportando igual que una nena de cinco años.
Corrí detrás de Luján y ambas decidimos ir al comedor, del enojo con Pablo y ahora con Marizza me había olvidado que tenía hambre, al segundo se nos unió Luna.
—¿Dónde está Marizza? —le pregunté.
—Mauro la saco del comedor —contestó, a lo que Luján y yo asentimos.
—Hey, Loreto —llamaron mi atención, tocándome el hombro—. Te fuiste del cuarto temprano, ¿Cómo estás? ¿Te sientes mejor?
—Debiste despertarme, por mi culpa te dormiste en el suelo.
—Lo hice con mucho gusto, en verdad, no tienes por qué sentirte mal. En verdad, ¿Estás bien? —asentí dándole un pequeño abrazo.
—Con permiso, con permiso —Pablo llegó separándonos, pasándose por en medio de nosotros, al igual que Tomás.
—¿Sigue siendo el mismo imbécil, después de lo de anoche? —preguntó molesto.
—Nunca dejo de serlo, Manuel —dije con decepción.
Vico destapó la bandeja en medio de la mesa con la comida, descubriendo unos papeles enrollados con moño.
—Ay, a lo mejor son diplomas que nos dejó Sonia, por lo bien que salió la fiesta de anoche —la mayoría tomo uno de los papeles enrollados, quitándole el moño descubriendo que se trataba otra vez de ese diario de chismes.
Lo tiré en el suelo sin ninguna intención de volver a leerlo, agarrando una taza de jugo de naranja que estaba en la mesa.
—Aquí dice que Loreto y Pablo se besaron —alzó la voz Vico, haciendo que escupiera todo el jugo.
—No, por supuesto que no —negué al instante, junto con Pablo.
Pilar siguió leyendo el diario, donde hablaban sobre la canción que Mia, Vico y Feli cantaron anoche, decía que la habían tocado porque Felicitas se le quería declarar a Manuel.
—Para tu información, Loreto no se besó con Pablo, solamente fingió porque pensaba que irías de buchona con tu papá cuando los viste hablando en la piscina. Qué raro que diga eso, cuando vos fuiste la única que los viste —salto Mia en mi defensa.
—¿Por qué no terminas de leer? Acá dice que yo estaba de campana vigilando a Vico, la novia oficial —me comencé a sentir mal.
—¡Ven aquí Loreto, que te voy a bajar todos los dientes de mosquita muerta! —exclamó Vico, lanzándose a mí, estirándome del cabello, por lo que se metieron Pablo y Mia para separar a Vico, mientras Luján y Manuel se ponían enfrente de mí.
—Yo no bese a tu novio, Vico —traté de explicarle con un nudo en la garganta, estaba cargando con más mentiras de las que necesitaba.
Cuando Vico se fue a su habitación, sentía que me estaba ahogando con toda la gente dentro del comedor, a lo que salí a tomar aire, tratando de decidir si cargar con la culpa o decirla y que fuera lo que Dios quisiese.
—¿Estás bien, Loreto? —preguntó Pablo, tomándome de la cara, quitando el cabello de mi rostro.
—¿Qué demonios te pasa, Pablo? —lo empujé lejos de mí—. En vez de preocuparte por mí, ¿Por qué no vas y le explicas a tu novia que yo nunca besaría a un simio que no es capaz de hacerle frente a su padre por una vez en su miserable vida con algo que verdaderamente le importa?
—Tienes razón, no sé que hago aquí, voy a averiguar quién escribió el diario trucho. Alguien que juega con mis sentimientos de esa manera no merece seguir vivo —dio la media vuelta, regresando al comedor, quise detenerlo al darme cuenta de la crueldad de mis palabras, pero era demasiado tarde.
Me sentía desequilibrada, como si estuviera fallando la homeostasis o aquello que regulaba la temperatura del cuerpo, sentía mi sudor frío, estaba muy nerviosa y la única persona a quien quería llamar igual estaba de vacaciones.
—Chula, ¿Dónde estás cuando en verdad te necesito? —exclamé sintiendo que la ansiedad me estaba consumiendo.
Pensé en marcarle a mamá, pero si justamente hoy se le ocurría ignorar mis llamadas por trabajo, eso terminaría de destruirme, por lo que corrí en busca de mi teléfono para llamar a la única persona que sabía que siempre estaba disponible para mí.
Amanda.
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