09|Herida
CAPÍTULO NUEVE.
﹙herida﹚
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—¿Qué hora es Marcos?
—Son las cinco y media —contestó mirando su reloj.
—¿En serio? ¿No estará adelantado tu reloj o algo? —le dije apartando su mano del Game Boy, para ver con mis propios ojos la hora.
—Por supuesto que no, si acaso uno o dos segundos, pero es a tiempo real —asentí, llevándome la mano a la boca.
—¿Entonces por qué ese tarado no ha llegado? —pensé en voz alta.
—¿Te refieres a Pablo? —preguntó Marcos como si nada.
—No, por supuesto que no, me refiero a... —traté de inventar otra excusa, o algo parecido—. Bueno, si, me refería a Pablo —admití molesta—, pero no es lo que tú crees, Marcos.
—¿Y qué creo yo? —preguntó confundido, realmente no sabía nada.
—Muy bien, Marcos. No creés en nada, porque no pasa nada entre ese orangután y yo —lo felicité, poniendo una mano sobre su cabello acariciándolo.
Me levanté del asiento de playa que Marco y yo compartíamos, mientras él me enseñaba a jugar, tomando mi bolso donde tenía todas mis cosas para sacar mi teléfono, dispuesta a tragarme todo mi orgullo y llamar a Pablo, para ver donde demonios se había metido.
—¿En dónde está mi teléfono? —pregunté en voz alta, metiendo mi mano dentro del bolso, buscándolo con desesperación—. Que idiota, lo deje en la habitación.
—Hola, ¿Cómo te va, nena? —llegó preguntando el tipo que me había presentado Manuel, cuyo nombre no recordaba, rodeándome con su brazo.
—No me gusta que me toquen —le dije furiosa, alejando su brazo de mí.
—Pero, ¿Qué dices, nena? ¿No me recuerdas? El mexicano ese nos presentó en la escuela. Soy Guido Lassen para servirte —intentó tomar mi mano, haciendo que retrocediera sentándome con Marcos.
—No te pregunté —contesté ignorándolo.
—No puede ser que nadie me diga nada —alzó la voz Tomás haciendo que todos giráramos la cabeza para verlo.
—¿Qué pasó? —preguntó Guido.
—Este Pablo, se pegó una escapada —contestó mirando su reloj—. Ya tendría que haber vuelto.
—¿Pablo no ha llegado? —pregunté levantándome del asiento, acercándome a Tomás.
—¿Qué te importa, nena? ¿No decías hace rato que te dejará en paz? —preguntó molesto, cosa que me hubiera enojado, de no ser porque yo era la causante de su molestia.
—Tomás, hablo en serio —dije poniendo mi mano sobre su brazo—. Tenemos que avisarle a alguien.
—¿Y a quién le podemos avisar? Solo tú y yo sabemos lo que estaba haciendo Pablo, nena —me contestó en un tono más suave, poniendo su mano sobre la mía.
—¿Tienes tu teléfono? —pregunté—. Llamaré a Ciro para que lo busque —dije con desesperación.
—Tranquila, nena. De seguro se encontró con alguna minita en el camino y fue a tomar algo con ella —sabía que había dicho ese comentario para tranquilizarme, pero lo único que consiguió fue que me enojará.
—Entonces tiene quince minutos para mandarnos alguna señal de vida, porque si no voy a llamar a sus padres —amenacé, tomando la mano de Tomás y la de Marcos, dirigiéndolos a ambos a la recepción del hotel.
—¡Esperen, chicos! ¡Yo los acompaño! —exclamó el ahora conocido como Guido Lassen, corriendo atrás de nosotros.
Los senté a los tres hombres en el sillón de la recepción del hotel, mientras yo me quedaba parada caminando de un lado a otro, pensando en lo peor, en el mejor de los casos preferiría que estuviera con una chica, antes de que estuviera herido o muerto.
—¿Qué hora es Marcos? —pregunté a Marcos, sabiendo que si le preguntaba a Tomás, él me mentiría.
—Ya pasan de las seis —Tomás se abalanzó hacia él, tratando de darle un buen golpe, pero fue Guido quien los separó.
—Tomás dame tu teléfono o te juro que iré por el mío y será mucho peor para Pablo —Tomás se levantó del lugar intentando tranquilizarme.
—Dale, nena, sabes como es el viejo de Pablo, si se entera de que se saltó el servicio comunitario, lo va a colgar —en eso tenía razón, pero estaba dispuesta a correr ese riesgo, después inventariar cualquier excusa.
—Te estaba buscando, ven conmigo —de repente llegó Manuel, tomando a Tomás de los brazos.
—¿Qué te pasa, flaco? Estoy ocupado —contestó Tomás de mala manera.
—¿Qué sucede, Manuel? —le pregunté confundida.
—Te prometo que no vine a discutir, Loreto —dijo Manuel acariciándome los brazos—. Por favor, ven conmigo Tomás.
—Dile a este tipo que se vaya, porque ahorita no estoy de humor, Loreto —rodeé los ojos, dirigiendo la mirada a Manuel.
—Es algo urgente, ven conmigo —habló Manuel seriamente haciendo que me asustara.
—Entonces decime acá —atacó Tomás.
—No puedo decirte enfrente de ellos —Manuel estaba desesperado.
—Tomás podrías hacerle caso, por una maldita vez, a alguien que no sea Pablo —alcé la voz, dirigiéndome a Manuel—. ¿Es necesario que vaya?
Cuando Manuel asintió con la cabeza fue suficiente respuesta para tomar de la mano a Tomás.
—Creo que sé por dónde va esto y también quiero estar, si no te molesta —Manuel entendió que yo sabía que todo esto tenía que ver con Pablo, por lo que no me puso ninguna clase de traba para ir con ellos.
—Soltame, nena, ¿Qué vos no estabas muy preocupada por Pablo?
—Cierra la boca, nene —estaba lo que le sigue de nerviosa.
Seguimos a Manuel hasta llegar a una de las habitaciones del hotel, donde se encontraban Mauro y Pablo, pero la situación en la que se encontraba Pablo, casi me hizo caer de rodillas.
—Pablito, ¿Quién fue el animal que te hizo esto? —preguntó Tomás arrodillado a un lado de la cama donde se encontraba Pablo acostado.
Pablo tenía una grande herida del tamaño de mi mano, en el abdomen bajo y a su alrededor descansaban rollos de papel empapados con su propia sangre, mientras él se retorcía del dolor, el maestro Mauro seguía quitando la sangre.
—Los negros, a la salida de la villa —contestó jadeando, aguantando el dolor—. Manuel me encontró y me trajo hasta acá.
—No lo puede limpiar con un simple papel —contesté llamando la atención de Pablo.
—¿Qué haces vos acá, nena? —Pablo se escuchaba avergonzado y podía entenderlo, a mí tampoco me gustaría que me vieran en ese estado.
—Silencio —lo calló el profesor—. ¿Vos qué quisiste decir con que no lo puedo limpiar con un simple papel?
—La herida no se ve profunda, pero no sabemos con qué clase de objeto punzo cortante lo atacaron, además estuvo expuesto al medio ambiente, por lo que tampoco sabemos si se le metió una bacteria...
—Está bien, ya entendimos, ¿Qué podemos hacer? —el profesor, junto a Manuel y Tomás me miraban como si yo tuviera la mismísima respuesta a la inmortalidad.
—Quiero alcohol, gasas, vendas y agua —caminé junto a Pablo.
Manuel y Tomás fueron a buscar el botiquín de primeros auxilios y llenar un bote con agua, tal como se los pedí, mientras me quedaba sentada a un lado de Pablo, con el profesor Mauro mirándonos.
—Le dije específicamente que no te llamara a ti —habló molesto.
—Si fuera tu novia, me gustaría saber cuando estás lastimado —dije tranquilamente, haciendo que Pablo se sobresaltara por un segundo—. Si quieres puedo hablarle a Vico.
Me levanté con la intención de hacer mi buena obra del día y traer a Vico para que estuviera con Pablo, pero no pude dar siquiera un paso antes de sentir su mano sobre mi antebrazo.
—No, no es ella con quién quiero estar en este momento —sus palabras me tomaron por sorpresa, realmente estaba muy preocupada.
—¿Quién quieres que esté contigo, Pablo? —le pregunté directamente, probablemente ni siquiera a mí me quería en este momento.
—Te quiero a vos, nena —se me escapó una pequeña sonrisa, que rápidamente borre cuando recordé que junto a nosotros estaba Mauro—. No quiero a alguien más que no seas tú, Loreto.
—Estás delirando, Pablo —lo calmé antes de que dijera otra barbaridad—, pero tranquilo, no pienso irme hasta saber que estás bien.
—Trajimos lo que nos pediste —la puerta se abrió, siendo inundada por la voz de Manuel.
—Dejen las cosas aquí —apunté a la mesita a un lado de la cama.
—Vamos afuera chicos —dijo el profesor Mauro levantándose del suelo, arrastrando a Manuel y Tomás afuera con él—, no quiero que contaminen la habitación.
Mire al profesor Mauro dedicándole una mirada de agradecimiento. Me levanté de la cama, tomando primero el alcohol desinfectando mis manos y tomando una de las gasas poniéndole agua y terminando de limpiar la herida, retirando los papeles que se le quedaron pegados en la herida.
—¡Eso duele, nena! —exclamó apartándome de él.
—No hay manera de hacerlo, sin que te duela —hablé suavemente, apartando los cabellos de su rostro—. Te voy a poner alcohol en la herida —avisé, entrelazando nuestras manos—. Puedes apretar mi mano si el dolor es insoportable, ¿De acuerdo?
Asintió con la cabeza, desconcertado por la tranquilidad de mi voz, por lo que aproveche para aplicar el alcohol lentamente sobre la herida, limpiando la herida superficial.
—¿Vos cómo sabes mucho de estas cosas, nena? —preguntó apretando levemente mi mano, pero era extraño, cada vez que apretaba, al segundo volvía a un agarre más suave, como si estuviera midiendo su fuerza.
—Hay muchas cosas que no sabes de mí, Pablito —luego de limpiar bien la herida, podía ver claramente la segunda capa de la piel—. Necesito que trates de sentarte sobre la cama, para poderte poner la venda.
Pablo se levantó con ayuda de sus brazos, logrando sentarse en la cama, haciendo que la herida apenas y sangrara un poco, por lo que acomode la gasa y sobre ella empecé a enrollar la venda en su abdomen.
Cuando termine de poner la venda y solo faltaba ajustarla, Pablo dejo caer su cabeza en mi hombro, sintiendo su respiración en mi cuello.
—Lo quiero saber todo sobre ti, Lory —murmuró Pablo cerca de mi oído, provocando un escalofrío que recorrió toda mi columna vertebral.
—Guarda silencio, no quiero que digas cosas de las que después te puedas arrepentir —lo empuje levemente, obligándolo a acostarse en la cama—. Descansa, le diré a Tomás que te traiga ropa limpia.
—No te vayas, Loreto —me volvió a tomar de la mano—. Por favor, no te vayas.
—No me iré —me quedé parada a un lado de él—. Cierra los ojos, aquí estaré cuando los vuelvas a abrir —le acaricie el cabello hasta que cerro los ojos, quedándose dormido.
Solté todo el aire acumulado en mis pulmones.
—Me estás volviendo loca —susurré pasando mi mano por su mejilla.
Tomé los papeles y las gasas con sangre, tirándolas a la basura, acto seguido caminé a la puerta, saliendo de la habitación, encontrándome a Tomás, Manuel y Mauro.
—Todo salió bien, se quedó dormido —los tres asintieron, dejando salir un suspiro de alivio—. Ve y consigue algo de ropa para cuando se despierte Tomás —él asintió—. Bueno, me voy, estoy muy cansada.
—Muchas gracias, Loreto —agradeció Tomás rodeándome con sus brazos, y aunque eso me provocará mucha ansiedad, lo dejé pasar.
—Te acompaño —dijo Manuel poniéndose a mi lado.
Manuel y yo caminamos en silencio hasta la piscina del hotel, donde había dejado mis cosas, ambos estábamos procesando todo lo que había pasado en unas cuantas horas.
—Gracias por involucrarme, aun cuando Pablo te pidió que no lo hicieras —hablé con un nudo en la garganta, como si tuviera un sentimiento atorado dentro de mí.
—No me agradezcas, tu rostro lo dijo todo en ese momento —se me había olvidado que él sabía que me gustaba Pablo—, puede ser cualquier cosa, pero aun así es el chico que te gusta, ¿No?
Traté de hablar, hacer un chiste, negar todo como me había prometido hacer, pero simplemente las palabras no salieron, al contrario mi vista se volvió borrosa y comencé a sentir una humedad en mis mejillas.
—Loreto, ¿Estás bien...? —lo interrumpí, rodeándolo con mis brazos, ocultando mi rostro en su pecho.
—Lo odio, no lo soporto, es egoísta, presumido, ignorante, presuntuoso, cretino, insufrible, engreído, irritante, insoportable, desagradable, petulante, fastidioso... —Manuel me tranquilizó dando palmadas en mi espalda—, no sé cómo me puede llegar a gustar una persona como él. No lo entiendo.
—Tranquila, te entiendo. Suéltalo todo, déjalo ir —sus palabras solo me hicieron llorar más—. Todo va a estar bien. Él va a estar bien.
—Loreto —escuché una voz femenina, pronunciar mi nombre.
Me aparté rápidamente de los brazos de Manuel, limpiando mis lágrimas, no quería dar explicaciones y mucho menos decir que el motivo del por qué lloraba era por el idiota de Pablo.
—¿Vos estás llorando? —preguntó Marizza apartando mis manos de la cara, haciendo que negara con la cabeza—. ¿Qué le hiciste? ¿Por qué estaba llorando? —cuestiono Marizza a la defensiva.
—Yo no le hice nada —habló Manuel.
—No mientas, nene. Te vimos abrazarla —se metió Luján haciendo que me pusiera en medio para separarlos, antes de que ellas se le lanzarán encima.
—Él dice la verdad. Estaba llorando porque hace dos semanas no se nada de mi mamá y no me responde las llamadas —no estaba mintiendo del todo, lo único que sabía de mamá era que estaba muy ocupada firmando con unos promotores y eso sí me tenía muy triste—. Extraño mucho a mi mamá, eso es todo chicas.
—Ven aquí, nena —dijo Marizza rodeándome con sus brazos—. Una disculpa, pensé que le habías hecho algo a mi amiga.
—No se preocupen, las dejo —Manuel se despidió de todas, acariciando mi cabeza antes de irse.
—¿Está todo bien, nena? ¿Cómo está eso de que hace dos semanas no sabes nada de tu mamá? —preguntó Luján.
—Ella trabaja mucho, casi no la veo por el trabajo —contesté sin muchas ganas de hablar al respecto—. Vamos a cambiarnos, tengo mucha hambre —dije soltando a Marizza, caminando hasta mi habitación, notando que se quedaron atrás mirándome—. Estoy bien chicas, lo digo en serio.
—Bueno, ahora nos puedes explicar lo que te pasa con ese mexicano, que es dos años mayor que tú —canturreo Marizza, haciendo que negara con una pequeña sonrisa—. No te sirve de nada mentir, nena. Luján ya me contó todo.
—Somos amigos, no me gusta Manuel y yo no le gusto a él, ¿Felices? —Luján negó con la cabeza.
—Recuerda que dijiste que preferías estar enamorada de Manuel, antes que del pelotudo de Pablo —Luján se burló de mí, haciendo que fingiera una risa falsa—, hablando de ese gil, no lo vio en todo el día, ¿Vos lo viste, Marizza?
—¿Qué voy a andar viendo a ese pedazo de imbécil, Luján? Cuando tengo al bomboncito del Profesor —contestó Marizza.
—¿Y vos nena? —preguntó Luján refiriéndose a mí.
—Lo mismo que dijo Marizza, pero con Manuel —Marizza y Luján enloquecieron al escucharme hablar de esa manera—, porque era verdad lo que dije. Prefiero mil veces estar enamorada de Manuel, que el hijo de papá de Pablo.
—A mí se me hace que nuestra pequeña Loreto, está comenzando a sentir algo por el mexicano ese —me molesto Marizza.
Me pasé todo el camino negando dicha declaración.
Manuel era mi amigo, mi primer amigo hombre se podría decir.
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