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Crisis

(...) Siegmann se dirigió a la tripulación por el interfono e informó de nuestra arriesgada misión. Su reacción fue una mezcla de sorpresa y aceptación reservada. Habían bajado a los infiernos suficientes veces como para conocer las reglas del juego.

Ataúdes de acero, de Herbert A. Werner.

Nadie durmió aquella noche en la Stella Maris. No era un problema para Montero y para mí, estábamos acostumbrados a no descansar demasiado.

—Somos nautas mercantes, no somos militares —me dijo el contramaestre, apurando otra dosis de neurocafeína, quien ya no recordaba la última vez que había dormido ocho horas seguidas—. No tenemos ni idea de lo que va a ocurrir.

Al día siguiente, día 26, agendamos una reunión para entender un poco lo que se nos venía encima. Invitamos a Maraña, quien había navegado en una nave de la policía espacial y tenía alguna experiencia en estos temas.

Por sus enormes conocimientos técnicos, también convocamos al inevitable Gerardo, con la esperanza de que fuera capaz de mantener la compostura y no tener ninguna salida fuera de tono.

A pesar de que valorábamos la opinión de Serafín, a él no le convocamos con la excusa de que su presencia era necesaria en los recicladores porque siempre tenía que haber alguien allí al mando; la realidad era que no queríamos que se pasase todo el rato discutiendo con Maraña, quien ya no temía que manipulase sus motores: Serafín estaba tan asustado con la amenaza de los piratas que ahora los cuidaba mejor que el propio jefe de máquinas.

Celebramos la charla en la zona de descanso donde —por estar en el Anillo Centrífugo— había un poco de gravedad, la suficiente para poder tomar el neurocafé en taza si eras un poco hábil. Al gobierno de la nave dejamos a César, con la orden de llamar en cuanto ocurriese el más mínimo suceso.

Comenzó el contramaestre:

—La Stella Maris fue construida como una nave minera. Sin embargo, para este viaje ha pasado a ser una nave de exploración científica, aunque no esté preparada para ello. Y, por si esto fuera poco, ahora la necesidad nos obliga a transformarnos en una nave de combate, aunque tampoco estemos preparados. Y tenemos muchas dudas. La primera pregunta que os quiero hacer es la siguiente: ¿Qué sistemas de detección tendrá el pirata?

—Nada especial —respondió Maraña—, esas naves no suelen ser sofisticadas. Tendrán un radar, pero a más de diez millones de kilómetros no es posible que nos tengan identificados. Su sistema principal de detección son los telescopios; los de infrarrojos verán claramente el caliente chorro de gases ionizados que expulsa nuestro motor.

—Hum, ¿quiere decir que si apagamos los motores dejarían de vernos? —pregunté.

—No lo creo —dijo Maraña—. Tienen también telescopios ópticos. A estas alturas un puntero láser nos tendrá identificados en todo momento, revelando rumbo y velocidad.

—No hay forma entonces de que nos pierdan de vista. —Montero se sintió apesadumbrado. Vi en sus ojos el cansancio y la preocupación.

—Eso es —continuó Maraña—. Sin embargo, nunca se sabe. Son piratas. Una nave improvisada podría tener alguno de sus sistemas averiado o dañado. Como mínimo, deberíamos mantener silencio de radio. No emitir ningún tipo de señal electromagnética.

—Eso ya lo estamos haciendo. El último mensaje es el socorro que enviamos a Encélado-navegación. No hemos recibido respuesta, pero espero que tengan una nave de patrulla disponible.

—Deberían tenerla —dije—. De cualquier forma, no llegarán a tiempo de evitar nuestro encuentro con los piratas.

—¿Qué sistemas de armas tendrán? —recondujo la conversación el contramaestre—. ¿Habrán lanzado ya sus misiles balísticos hacia nosotros?

—No, hombre, no —dijo Maraña sin disimular su sorpresa—. Un misil, como tal, es una pieza muy cara. La tecnología es compleja y hay que fabricarlo en la Tierra, luego traerlo hasta Saturno... Es un artefacto masivo, pesado y, por tanto, muy caro. No les compensa económicamente utilizarlo. ¿Habéis visto el «fogonazo» del cohete químico de un misil?

—No, no lo hemos visto. ¿Tendrán armas nucleares?

—También son caras, solo se fabrican en la Tierra y estamos en Saturno. Demasiado costoso para un pirata que cada unos pocos meses tiene que buscar presa.

Montero seguía intentando comprender la situación. Sonrió levemente, pensando que ya estaba mejor orientado:

—¿Sistemas láser?

—Lo positivo del láser es que el «proyectil» de estos sistemas es básicamente luz. No hay que traerlo, por tanto, de la Tierra. Es un sistema barato y eficiente. Pueden tenerlos, pero es dudoso.

—¿Por qué dudoso?

Maraña negó con la cabeza:

—Es fácil defenderse contra ellos con sencillas contramedidas. Son inútiles contra naves preparadas con revestimientos ablativos, esos materiales con gran capacidad de absorción de calor, como los que utilizan las cápsulas que hacen reentradas en la atmósfera.

—Nosotros no llevamos ese revestimiento, somos una nave comercial.

—Pero otras sí lo llevan y eso hace que sean inútiles. De cualquier forma, basta con que las superficies de la nave sean reflectantes y ya no les será tan fácil freírnos. Si nos atacasen con ellos, será tan sencillo como hacer girar la nave rápidamente. Lo importante es que el foco del láser no pueda quedar fijo en ningún mamparo, sino que el esfuerzo térmico se reparta. No creo que los lleven.

Montero no sabía a qué atenerse:

—¿Entonces qué armas llevarán? ¿Rayos de partículas? ¿Cañones de plasma?

—Son piratas. No será sofisticado. Carronadas. Una o dos.

—¿Carronadas?

—Sí, un cañón que impulsa materiales utilizando electroimanes y a veces rieles electromagnéticos. Los «proyectiles» son materiales conductores y con propiedades magnéticas, es decir, metales. Nada complicado: me refiero a unos cientos de gramos del sencillo hierro espacial. Es verdad que en Saturno no es tan accesible como en el cinturón de asteroides, pero el hierro asteroidal es barato, muy barato.

—Armas de energía cinética —dije.

—Eso es —continuó Maraña—. Los proyectiles no llevan explosivos ni espoleta ni nada: su poder destructivo viene de que son lanzados a más de 10 km/s, diez veces más rápido que una bala de fusil y, por tanto, con cien veces más energía cinética. No hay blindaje que pueda pararlos.

Montero comenzaba a comprender:

—Vamos al análisis de la batalla. ¿Cuál es la situación, Gerardo?

En trece días llegaremos al punto de mayor acercamiento con nuestro adversario, a unos 50.000 kilómetros.

—Con un par de carronadas a menos de cinco mil kilómetros —apuntó Maraña—, nos destruirían completamente. A cincuenta mil kilómetros tenemos alguna posibilidad.

—¿Cómo sabremos que empieza la fiesta?

—A menos de cien mil debería empezar. Lo sabremos porque dejaremos de ver los gases calientes de eyección de los motores. Los apagarán para dirigir la energía del reactor nuclear hacía las armas para recargarlas. Las armas consumen mucha energía.

Permaneceremos 2 horas, 40 minutos y 22,5 segundos en la zona a menos de 100.000 kilómetros.

—Tiempo más que suficiente para estar en serios apuros —completó Montero.

—Sí —sentenció Maraña.

Gracias a la gran aceleración que estamos impulsando en la Stella Maris, la velocidad relativa en el momento clave será notable, de 18,4 km/s.

—Podrán destruirnos el motor y dejarnos al pairo, pero nunca podrán abordarnos —dijo Montero—. Tardarían mucho tiempo en alcanzarnos, y la nave de patrulla de Encélado-navegación llegará mucho antes.

—A esta enorme velocidad, si nos dejan sin motor —preguntó Maraña—, ¿cómo haremos para no perdernos en el Espacio, Rebeca?

—Nos tendrá que rescatar un remolcador de Nuevo Brasil —contesté.

Montero pareció satisfecho. Comprendía a grandes rasgos cómo iba a desarrollarse la batalla.

—Me queda una duda —dije—: esto es Saturno, donde la civilización todavía no ha terminado de asentarse. Ese es el motivo por el que hay tanta piratería.

Permanecieron en silencio.

—Los piratas no atacan si no hay botín posible —continué—; y, si no hay abordaje, no hay botín. Pero la nave pirata sigue intentándolo a pesar de que se lo estamos poniendo condenadamente difícil... ¿Estamos seguros de que una nave de patrulla de la policía espacial acudirá en nuestra ayuda? ¿Estamos seguros de que evitaremos ser abordados?

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