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Capítulo 7

Cubrí mi boca con ambas manos luego de exclamar exaltada, mientras veía con sorpresa y consternación a la persona que se encontraba a unos pasos de distancia, luciendo sensual con un traje a la medida, pero con un semblante tan sombrío que provocaba que mis piernas temblaran.

Tragué saliva y me obligué a mantener la postura, repitiéndome que todo estaba bien y que quizás aquel hombre ni siquiera me recordaba, hasta el momento en que alzó el rostro y me observó con aquellas intensas esferas azul grisáceo, procediendo a enarcar una de sus pobladas y perfectamente delineadas cejas.

«Joder, sí logró reconocerme».

—Tú... —su voz grave retumbó en mis oídos, haciéndome estremecer, mientras se cruzaba de brazos. —. Que al parecer eres la hija del imbécil de Stain.

Contuve la respiración por cuestión de segundos y me encogí ligeramente al percibir el tono tan áspero que utilizaba al momento de referirse a mi padre, demostrándome que el desprecio entre ellos —que sabría Dios de dónde había salido— era mutuo. Me forcé a alzar la barbilla y no mostrarme intimidada por él, aunque el pánico me consumiera por dentro.

Carajo, ¿qué estaba pagando? Bueno, había hecho tantas cosas que se me sería difícil adivinar por cuál de ellas el destino me pasaba factura.

—Rebeca Stain—tragué mis miedos y fingí que no me importaba que supiera mi identidad. —. Y tú al parecer eres el hijo del difunto Sloan.

—Hijastro. —corrigió con presura, lo que me confirmó otro de los rumores que había escuchado... Que ellos no se llevaban muy bien.

Intenté definir su actitud, él se mostraba frío e indiferente al igual que aquella noche, como si nada en la vida pudiese ofuscarle, al contrario de mi persona, que en aquel momento sentía una tormenta formándose en mi interior ante el miedo de lo que él podría hacer con la información que poseía.

—¿Cómo te enteraste? No fuimos las únicas personas de tez morena en la fiesta, para que nos relacionaras.

—Los vi ingresar juntos, y no tienes pinta de ser su esposa —respondió simple, antes de escrutarme de pies a cabeza con una mirada un tanto sínica. —. Imposible pensar que tienes sus mismos genes.

Guau, ¿era acaso aquello un cumplido? ¿O solamente buscaba insultar a mi padre?

No tenía idea... lo que sí sabía, era que él habría podido delatarme en cualquier momento, aunque fuese para fastidiarlo luego de que se comportara de aquella manera tan grosera, y aun así no lo hizo.

—Comprendo. —torcí una sonrisa, bajando un poco la guardia.

—Si soy honesto casi no logro reconocerte, luces algo diferente —comentó, viendo mi cabello. —. Tus rizos...

—Ah, sí, sentí que necesitaba un cambio. —mentí, y por instinto guie la mano hacia mis hebras lisas.

—No lo necesitabas, pero es tu

Él se limitó a asentir con la cabeza, y un silencio realmente incómodo nos envolvió.

—. Supongo entonces que esta será la última vez que intercambies palabras conmigo.

Él enarcó una ceja.

—¿Por qué habría de ser así? —inquirió, manteniendo siempre aquella expresión seria.

—Soy la hija del dueño de la empresa Rival, aparte de que llevar la misma sangre que Stain es un repelente suficiente para las aventuras de una sola noche... la mayoría de los hombres le temen a mi padre.

Un bufido brotó de sus carnosos y apetitosos labios, y mi cuerpo entero se estremeció cuando acortó el espacio entre nosotros, al punto en que podía sentir su delicioso aroma inundar mis fosas nasales. Tragué saliva y mordí mi labio inferior para no emitir un jadeo cuando se inclinó para hablarme al oído, con una voz tan profunda y seductora que hizo mis piernas temblar al despertar los recuerdos de aquella noche, en que lo tenía tan adentro que ni podía formular un pensamiento coherente.

—Si hay algo que no le tengo a tu padre, es temor o respeto. —respondió, antes de pasarme de lado para dirigirse hacia su auto, que justo en ese momento era estacionado por el Valet.

Joder... alteró mis hormonas.

Parpadeé un par de veces al sentirme desencajada mientras me giraba para seguirlo con la mirada, un tanto sorprendida por su respuesta. Él continuó su camino sin decir más, hasta que se detuvo frente a la puerta del piloto y tomó sus llaves. Entonces se volteó para verme.

—¿Qué no vienes, Stain?

Alcé las cejas con sorpresa y luego observé alrededor, meditando un poco en la situación. La vocecita en mi interior me gritaba que era un error dejarme llevar, pero mi cuerpo solo anhelaba repetir la experiencia y disfrutar de las intensas sensaciones que me provocó la última vez.

Era una locura, minutos atrás me encontraba muerta de miedo ante lo que pasaría si mi padre se enteraba de lo que había hecho, y en ese momento ahí estaba de nuevo, contemplando la posibilidad de repetir una ardiente noche con aquel hombre.

¿Qué era más fuerte, el temor a mi padre o el deseo de satisfacerme?

Había perdido la cordura, eso era lo único que me repetía mientras enviaba un mensaje para cancelar el transporte privado y me encaminaba hacia el auto de Sloan. Si bien no sabía qué resultaría de aquella decisión tan trascendental, por algún motivo sentía que valía la pena el riesgo.

***

—Iré al grano —comentó finalmente, luego de un corto y silencioso trayecto hasta el hotel de la última vez. Incluida la misma habitación. —. Hubo algo que me atrajo de ti cuando estuvimos aquí, y es que, a diferencia de otras mujeres, tú no esperaste a que volviera, deseando algo más de mí.

Arqueé una ceja, mientras me sentaba en un sillón personal que estaba en la esquina y cruzaba las piernas, adoptando una posición relajada. Para aquel punto ya no me encontraba inquieta, ni pensaba en mi padre, era todo lo contrario. Estaba tan cómoda que podía volver a comportarme de la manera coqueta y sensual que me caracterizaba.

—No estoy buscando amor, señor Sloan —sonreí, tomando el vaso de Ginebra que me ofrecía mientras lo veía beber un par más. —. Solo quiero sexo, sin compromiso.

—En ese caso —dejó la botella y su vaso a un lado para acercarse de frente al sofá donde me encontraba, posando las manos en los brazos para sostenerse, mientras se inclinaba, haciéndome sentir un tanto acorralada. —. Podríamos asociarnos.

Presioné los labios para evitar soltar una risa imprudente.

—¿Asociarnos?

—Ambos buscamos lo mismo, estoy harto de enrollarme con mujeres que desean abrazos y besos, conocer mi nombre o tener mi número telefónico.

Alcé la mirada para verlo, y me arrepentí en el instante en que noté sus intensas esferas azul grisáceas puesta fijamente en mi rostro; su mirada, era algo que no podía descifrar con exactitud, él aparentaba ser indiferente en todos los aspectos, pero sus ojos destellaban una lujuria irracional que me hacía alucinar. Joder, me creía una seductora innata, pero aquel hombre hacía mi cuerpo vibrar sin siquiera esforzarse.

—Tú no pediste ninguna de esas cosas —continuó hablando con aquella persuasión con la seguramente se expresaba en las reuniones con sus socios, antes de incorporarse y rodear el sofá hasta la parte de atrás. —. Una mujer que sabe lo que quiere y no espera nada más posee la cualidad que busco en una amante.

—¿Una amante? —inquirí, frunciendo el entrecejo.

—Sí —murmuró, cercano a mi oído y me estremecí cuando sentí su mano desliarse desde mi hombro hasta mi cuello. —. No estuviste mal ese día, fuiste atrevida. —comentó, antes de guiar la mano hacia mi rostro, sujetándome del mentón y rozando mis labios con sus dedos medio y anular.

—Sloan...—mi respiración estaba entrecortada.

Sentí sus labios en mi cuello y un suspiro brotó de los míos mientras cerraba los ojos y ladeaba la cabeza hacia el lado contrario. No solo su actitud era fría, su piel también lo era y, aun así, no podía dejar de desear más de aquel contacto, mi cuerpo lo suplicaba.

—¿Te animas, Stain? —preguntó una vez más, deteniendo su mano en mi muslo interno antes de rozarme el cuello con sus dientes.

Cerré los ojos y suspiré cuando sentí las placenteras corrientes eléctricas que me provocaba el sentir sus caricias.

—Tú puedes ser mi amante... puedes serlo, siempre y cuando no esperes algo sentimental de mi parte, ni te involucres en mis asuntos, no esperes que te bese o que te tome de frente, y no le digas nada a nadie respecto a nuestros encuentros.

—E-Espera, ¿qué? —jadeé sin aliento.

Eran tantas sensaciones que no sabía en cual concentrarme, mientras inhalaba profundamente para embriagarme de su perfume y sentía algunas hebras de su cabello rozando la piel en mi hombro.

Cielos, se sentía tan bien.

—¿Aceptas esas condiciones?

Era una jugada muy sucia de su parte proponerme aquello mientras me tenía a su merced, loca por perderme en él, mientras deseaba con ansias lo que vendría después de eso.

—¿N-No besas? —fue lo primero que vino a mi mente, cegada por el placer.

En la ocasión anterior tampoco había permitido nada de lo que prohibía; no hubo besos, y me mantuvo todo el tiempo de frente a la pared, y la cama. Era extraño, pero si lo pensaba, aquello no había sido impedimento para que me hiciera sucumbir ante el placer; el desgraciado sabía moverse, así como también utilizar sus dedos.

Poco importaba si no había besos, o si no podía ver sus bonitos ojos azul grisáceos, siempre y cuando me hiciera llegar al éxtasis.

—A-Acepto. —decidí al final.

Ser la amante del hombre más odiado por mi arrogante padre, joder, era casi un poema. ¿Había perdido la cabeza? Definitivamente lo había hecho si no sentía el más mínimo miedo de lo que podría pasar si Héctor Stain llegaba a enterarse.

En aquel momento no pude identificar si se trataba del hecho de que me encontraba al borde del éxtasis, pero no podía dejar de pensar en que la adrenalina que me provocaría encontrarme en aquella situación sería un afrodisiaco infalible y volvería aquellos encuentros una peligrosa y excitante aventura. Mejor que colarme en un club o antro de mala muerte y enrollarme con algún extraño.

—Bien, pero hay algo más; también será con la condición de que, si algún día tu padre me saca de quicio, le comentaré a detalle cómo te he tomado una y otra vez.

«Espera, ¿qué?»

La respiración se me entrecortó y mi cuerpo entero se tensó de una manera dolorosamente deliciosa una vez que sus dedos encontraron el punto que me hizo sucumbir ante él, provocándome un repentino, pero placentero éxtasis.

—¡Ah!... cielos, acepto. —respondí, deseando desesperadamente más de él.

Sí, había perdido la cabeza.

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