Capítulo 6
Cumplir las expectativas de mi padre era complicado en ocasiones; pero si había algo podía rescatar de aquel hombre, era que nunca se quejaba de mi vestimenta. Siempre y cuando me viera elegante, no importaba lo sensual que luciera mi atuendo, podía mostrar cuanto quisiera; quizás se debía a que, según él, eso me garantiza atraer hombres como la miel a las abejas.
El día de la famosa Subasta del Estado pude lucir un arrebatador vestido metálico rallado con negro que se ajustaba a mi figura como si fuese una segunda piel, tenía una manga larga y un hombro descubierto, así como una abertura en la pierna izquierda. Tacones de aguja plateados, un par de accesorios y mi cabello, ahora lacio, semirrecogido me caía en cascada por la espalda.
Aún no asimilaba mi nueva apariencia, me sentía como si me encontrase frente a otra persona, pero el ver como mi padre lucía realmente orgulloso mientras me llevaba del brazo por los pasillos del enorme salón donde se realizaba la subasta hacía sentir que valía la pena.
Estaba haciendo el intento de verlo feliz, aunque fuese por unas horas.
El atuendo había funcionado, atraía muchas miradas, aunque algunas me resultaban más incómodas de lo que me atrevería a confesar, y esas eran las de aquellos cuyas esposas se encontraban a su lado; si había algo a lo que nunca me atrevería por más ebria y excitada que estuviese, sería a enrollarme con un hombre casado. La idea de destruir un hogar me enfermaba, así que tenía límites.
Fuera de eso, había logrado el objetivo de estar a la altura. Todos en aquel lugar se veían elegantes con sus atuendos de alta costura, pero, al igual que la fiesta de beneficencia a la que asistí anteriormente, todo apuntaba a que aquella subasta sería un evento realmente aburrido.
—Levanta la barbilla, y camina derecha. Sonríe y finge interés en lo que pasa a tu alrededor.
Traté de hacer lo que ordenaba y esbocé la sonrisa más forzada que pude... gesto que también le molestó.
—Compórtate, Rebeca, hay varios socios, y también potenciales socios. Tienes que dar una buena impresión, ¿quién sabe? Quizás atraigas la atención de un excelente candidato.
Puse los ojos en blanco. Él insistía con eso.
—Iré a buscar algo de beber, papá. —dije, soltando su brazo para alejarme de él antes de que pudiera reprocharme algo, y me perdí entre el gentío para que no pudiera localizarme en un buen rato.
Mi ansiedad iba en aumento cada vez que se ponía así de intenso, incitándome a salir del edificio a fumar un poco.
—¿Qué desea tomar, señorita?
Vodka, Ron, Tequila, Coñac... joder, quería algo fuerte. Pero en aquel lugar como era de esperarse, solo había bebidas suaves.
Por suerte, ese día iba más preparada que en la fiesta anterior, y en mi bolso guardaba un hip de plata que contenía bourbon. No iba a abusar de la bebida, aunque mi intención no era conseguir un esposo que me viera como un trofeo, tampoco quería humillar a mi padre en público.
—Vino rosa. —pedí, para beberlo previo a darle un profundo trago al bourbon.
La noche avanzaba tranquila, y yo permanecía de pie frente a la barra, contemplando a la distancia como mi padre entablaba animadas conversaciones con algunos de los presentes. Sabía que en cualquier momento tendría que volver a su lado, pero requería de unos minutos en paz antes de que comenzara a presentarme ante todos, como si fuese una costosa mercancía en exhibición.
En aquel punto, para nadie era secreto que el hombre que conquistara a Rebeca Stain sería el heredero de los bienes de mi padre, él mismo se había encargado de esparcir el rumor buscando atraer a los mejores candidatos, y eso me había puesto un blanco en la frente.
Como si la vida no fuese lo suficientemente complicada.
Bajé la mirada y suspiré, antes de sacar el hip de mi bolso para darle un profundo trago, hasta que quedó vacío. Me preparé mentalmente y forcé una sonrisa que intenté se viera genuina, antes de comenzar a andar en dirección a mi progenitor.
—Pero miren qué roedor decidió salir de su escondite.
Abrí los ojos de par en par y me detuve en seco a mitad de camino luego de escuchar aquel comentario salir de labios de mi padre, y alcé la mirada para verlo consternada, por ser aquella la primera vez que lo oía dirigirse de manera grosera contra alguien en público.
—El maldito Caín Sloan.
"Sloan" Reconocí el famoso apellido luego de escucharlo acompañado de maldiciones en más de una ocasión, se trataba de la empresa rival según tenía entendido. Conocía al dueño anterior, Peter Sloan, pero no al sucesor ya que al parecer su hijastro era muy poco social y no acostumbraba a asistir a aquel tipo de reuniones.
O al menos eso era lo que se rumoraba.
Movida por la curiosidad desvié la mirada hacia el sujeto que se encontraba a un par de pasos de distancia de mi progenitor, y un fuerte escalofrío me recorrió de pies a cabeza, dejándome tan fría como un cadáver.
«¡Por todos los cielos!»
El corazón se me detuvo por cuestión de segundos en el momento en que divisé al elegante hombre de cabello castaño que se encontraba frente a mi padre, viéndolo con una expresión de pocos amigos, y recocí a la persona con quien se podría decir había tenido el mejor encuentro casual que recordaba.
—¿Quién diría que Peter Sloan le dejaría todo a un bastardo salido de la nada?
—Sí, muy curiosa decisión —respondió aquel hombre de voz grave, manteniendo una expresión fría e indiferente. —. Quizás lo hizo porque sabía que la competencia en el negocio era nula.
«Mierda»
La expresión en el rostro de Héctor Stain cambió de súbito, y sus ojos reflejaron el odio y desprecio que sentía hacia el tal Caín Sloan, lo que me hizo darme cuenta del embrollo en el que me encontraba.
¡Por todos los cielos! Había tenido sexo con el más grande enemigo declarado de mi padre.
Maldición, si llegaba a mofarse de lo ocurrido entre nosotros frente a mi padre desataría la tercera guerra mundial, y ni hablar de las repercusiones que traería para mi persona. La posibilidad de que quizás no pudiera recordarme cruzó por mi cabeza, debido a los tragos que llevaba encima aquel día, pero al mismo tiempo sentía que era algo de lo que no podía confiarme.
Héctor Stain enloquecería de ira.
Movida por un ferviente pánico les di la espalda y comencé a andar con prisa hacia el baño, sintiendo la respiración agitada y las manos temblorosas.
«¡Carajo, carajo, carajo!»
Ni bien llegué, avancé hacia el lavado y me apoyé en el borde, viendo mi reflejo. Estaba pálida, como si hubiese visto un fantasma, y mi cuerpo entero temblaba. Era una jodida locura lo que estaba pasando y no importaba cuantas vueltas le diera en mi cabeza, no encontraba una manera de salir de aquel embrollo.
Mi ansiedad solo iba en aumento a cada segundo que pasaba, por lo que me encerré en uno de los cubículos, sentándome sobre la tapa de retrete, y tomé un cigarrillo de mi bolso para intentar relajarme un poco. Perdí la cuenta de cuánto tiempo estuve encerrada en aquel lugar mientras esperaba a que todo afuera se calmara, rezando para mis adentros que cuando saliera de ahí el atractivo rival de mi padre ya se hubiese marchado.
«Caín Sloan, no puedo creerlo»
Había escuchado un par de rumores del hijastro de Peter Sloan, tomó su lugar cuando él falleció tres años atrás, al parecer era muy bueno en los negocios, ya que la empresa iba viento en popa, pero nunca se le veía en reuniones sociales, ni en los medios; era huraño, indiferente y reservado.
«Pero muy bueno en la cama»
Joder, pese al gran temor que me invadía, se me era imposible no recordar aquella noche. Fue tan salvaje y ardiente que aún venían imágenes y mi cuerpo entero se estremecía, deseando con locura repetir las sensaciones que me había provocado.
Por un demonio, su habilidad me había dejado sin habla, y aunque no era a lo que estaba acostumbrada por no haber podido hacer nada, realmente lo disfruté en gran extremo.
Y ahora me encontraba pagando las consecuencias... definitivamente no había paz para los malos.
Esperé y esperé, hasta sentir que era el momento de volver, sin saber a ciencia cierta el tiempo que estuve encerrada en el baño. Salí de aquel cubículo luego de lanzar la cerilla en el inodoro, y me encaminé hacia lavado para limpiarme un poco, y perfumarme, intentando aplacar el olor a tabaco.
Una vez que estuve lista, me detuve frente a la puerta viendo fijamente la perilla en tanto trataba de convencerme de que todo estaría bien, cuando de pronto recibí un mensaje de texto de mi padre:
"¿Por qué te has marchado sin decir nada? ¿Es acaso tu misión en la vida humillarme? Voy de camino a casa, espero tengas una buena explicación".
Se había marchado al creer que lo había abandonado en la fiesta. No sabía cómo sentirme al respecto; por un lado, era un alivio que no estuviese bajo el mismo techo que el hombre con quien me había acostado días atrás, resultando ser su peor enemigo, pero por otro, sabía que debía inventar una buena excusa para lo que había pasado.
Para Papá: "Sigo en la fiesta, papá, solo tuve que ir al baño"
Suspiré profundo y salí en dirección al pasillo, donde procedí a tomarme una fotografía para mostrarle que no mentía.
Para Papá: "Ya tenía planes para salir con una
amiga luego del evento, así que pasaré la noche con ella.
Te veré mañana y hablaremos".
Estaba segura de que mi respuesta lo pondría furioso, pero no había mucho que pudiera hacer teniéndome tan lejos, por lo que no le restaba más que aceptar que no me vería por el resto de la noche.
Esperaba que dormir un poco lograra aplacar su enojo, o el desayuno a la mañana siguiente sería todo menos agradable.
Guardé el celular en mi bolso de mano, y me encaminé hacia el salón. Todo estaba tranquilo, y las personas continuaban en los suyo sin más percance, por lo que pensé en que aquel era un buen momento para huir de la aburrida fiesta.
No tenía un rumbo fijo, pensaba en asistir a algún club nocturno donde pudiera divertirme y perderme por el resto de la noche, pensando que cualquier lugar sería mejor a aquel donde me encontraba, y ¿quién sabía? quizás terminaría encontrando a alguien interesante con quien pasar una agradable velada y así bajar la calentura que me había provocado recordar a aquel tipo:
Caín Sloan, ¿Quién lo diría? Ahora que el susto había pasado, comenzaba a resultarme divertida lo irónica que podía llegar a ser la vida.
Decidí solicitar un transporte privado, y me dirigí a la entrada del edificio para esperarlo. Revisaba el mensaje de texto que me informaba que en cualquier momento llegaría, cuando de pronto sentí un aroma varonil que por alguna razón tenía grabado en mi memoria, y era tan embriagador que se me fue imposible no cerrar los ojos e inhalar, mientras me giraba para descubrir al portador. Abrí los ojos, y mi presión cayó en picada.
—¡Oh, carajo!
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