Capítulo 53
Un silencio sepulcral predominaba en aquel lugar; ensordecedor, abrumador y distante. Podía percibir los acelerados latidos de mi corazón, el cual golpeaba fuerte contra mi pecho, como si quisiera perforarlo y saltar de él, mientras veía con ojos amplios, llenos de consternación, aquella carpeta amarilla que continuaba extendida en mi dirección.
—¿D-Divorcio? —fue lo único que pude formular en aquel momento.
—Puedes revisar los términos; como no hicimos capitulaciones, la mitad de todo lo que tengo te pertenece. La casa es tuya en su totalidad, puedes obtener la cantidad de autos y otros objetos de mi marca que desees, hacer con ellos lo que te plazca.
«Dios mío... ¿divorcio?»
—Si deseas llevártelos y revisar a profundidad cada pequeño detalle con tu abogado, eres libre de hacerlo. Es decisión tuya...
—Divorcio —murmuré una vez más, mientras me acercaba al escritorio a pasos lentos, tomando los papeles de su mano. Tragué saliva, antes de verlo. —. ¿Es esto lo que quieres, Elías?
Sus ojos conectaron con los míos por cuestión de segundos, antes de que desviara la mirada hacia los papeles en mis manos.
—Encontrarás también la más importante de todas las cláusulas —continuó hablando, decidido a ignorar mi pregunta, manteniendo la cabeza agachas y los brazos reposando sobre el escritorio, viendo fijamente los dedos de sus manos entrelazados. —. Y es que la sociedad con tu padre perdurará lo que dure la existencia de M-ODELL, seguiré siendo su socio mayoritario, y solo tú o él podrá romper dicha sociedad.
Amplié los ojos, consternada.
—¿Esto es lo que quieres, Elías? —repliqué, sintiendo que un nudo se formaba en mi garganta. La verdad, no sabía cómo sentirme en aquel momento; me sentía diminuta, paralizada, avergonzada y rechazada.
Ni siquiera sabía el porqué de aquellas emociones, si un año atrás habría estado saltando de alegría por esquivar una bala y salir vitoriosa. Pero aquel momento se sentía como todo, menos una jodida victoria. Estaba perpleja, dolida, sorprendida y no poco enfadada, me encontraba sumergida en un batido de emociones, y no me gustaba. No me gustaba en lo absoluto y cada segundo que pasaba, esas emociones se transformaban en una profunda aflicción.
—¿Esto es lo que quieres? —repliqué, perdiendo la paciencia mientras tomaba el atrevimiento de apoyarme sobre su escritorio y sujetarlo del mentón con firmeza, obligándolo a alzar el rostro. —. Respóndeme, ahora. — mi voz falseó al final.
En ese momento sus ojos se conectaron con los míos, y una punzada de dolor atravesó mi pecho al ver en sus ojos rojizos la tristeza que lo invadía, y algunas marcadas ojeras que evidenciaban que las lágrimas de hacía unos minutos no fueron las primeras que había derramado.
—Esto es lo mejor. —declaró finalmente, y tragó saliva.
En aquel momento experimenté una oleada de sentimientos encontrados donde se confundían la impotencia, frustración, y la melancolía.
—¿Lo mejor? —una risa cargada de amargura brotó de mis labios. —. Bien, si es lo que deseas, ¡divorciémonos! Tanto que declarabas amarme, qué poco duró ese amor —reproché, pese a saber que no tenía ningún derecho a hacerlo, y dejé los papeles sobre la mesa. —. Aún no los firmaré, primero haz que quiten todo lo que supuestamente me corresponde, porque no quiero nada de lo que hay aquí, no quiero tu maldito dinero, no soy una buscona interesada. —expresé con resentimiento, empujando aquellos papeles en su dirección, antes de darle la espalda para dirigirme hacia la puerta.
Me ofendía en gran manera que me tratasen como a una codiciosa, cuando nunca en la vida me había importado el jodido dinero.
—Rebeca —escuché el sonido de su silla siendo empujada, seguida por sus pesados pasos viniendo en mi dirección, pero no me detuve y continué avanzando. —. ¡Chére!
Sentí su mano aferrarse de mi brazo, obligándome a parar cuando estaba a centímetros de la puerta, tan cerca, que podía estirar mi mano y tomar la perilla.
—En ningún momento me he referido a ti como una buscona o interesada.
—¿Ah no? —respondí, con amargura. —. Estás pretendiendo que todo lo que me ofreces podrás contentarme. Hablaste incluso de la sociedad con mi padre, refiriéndote a eso como lo más importante...
—¡Pero porque eso fue lo que te ató a mí para iniciar! —exclamó, exasperado, mientras soltaba mi brazo y retrocedía un par de pasos. —. Zut... ¡Zut!
Observé perpleja como empezaba a maldecir, lucía frustrado y parecía como si estuviera teniendo una especie de batalla interna consigo mismo.
—Yo te arrastré a esto, pero te juro que no tenía ni la menor idea. Solo intento enmendar las cosas.
«¿Enmendar qué?»
—¿De qué hablas, Elías? —inquirí, cruzando los brazos sobre mi pecho, mientras me acercaba a él.
Tragó saliva, y retrocedió, negando con la cabeza. Se veía sumamente decepcionado, y podría decir que hasta avergonzado. Podía ver en su lenguaje corporal lo tenso e incómodo que estaba, era claro que me ocultaba algo.
—Elías, por favor, habla conmigo. —acorté el espacio entre nosotros a pasos lentos, evitando tornar aquella situación hostil, y estiré una mano hasta posarla en su mejilla.
Él cerró los ojos, suspirando, y su cuerpo se relajó de manera perceptible bajo mi tacto, antes de posar una mano sobre la mía, y besar mi palma.
—Ni siquiera puedo mirarte a la cara sin sentirme avergonzado. —declaró, el tono en su voz era de aflicción.
—Háblame, por favor. —posé la otra mano en su mejilla, hasta ahuecar su rostro, intentando lograr que me viera a los ojos.
—Te juro que no lo sabía, Chére —sus ojos se conectaron con los míos, y podía notar la tribulación que al parecer había en su interior. —. Esa noche... —tragó saliva. —. La noche en que discutimos, si bien reconozco que me dolió y resintió en gran manera el que dijeras no amarme, lo cual se evidenció en lo que pasó después en el baño, que por cierto lo lamento tanto, no fue lo que provocó mi distanciamiento, desde un principio supe que se me sería difícil ganarme tu amor. Lo que lo hizo, fueron tus palabras posteriores, hablaste sobre haberme conocido sin la presión de perderlo todo si te rehusabas a ser mi esposa, y dijiste que las cosas habrían sido más reales, en ese momento todo, absolutamente todo lo que pasamos durante ese año y meses se derrumbó ante mis ojos.
Lo observé apesarada, reconociendo que fue muy cruel de mi parte decirle que las cosas habrían sido más reales, cuando en realidad era la única persona con quien había podido sentirme como yo misma, sin disimular o fingir ser igual al resto del gremio.
—Pero no fue lo peor, lo peor fue darme cuenta de que en realidad nunca fue tu deseo consumar este matrimonio. —inhaló hondo. —. Yo no sabía que tu padre te estaba obligando a casarte. Pese a que mi intención al acercarme a él sí era llegar a ti, en ningún momento puse como condición para nuestra sociedad que te casaras conmigo, fue él quien declaró que tú estabas dispuesta a hacerlo para consolidar la sociedad, dijo que estaba buscando un marido que administrara las empresas una vez que muriera, y por todos los cielos, dio a entender que, si no era yo, igual te casarías con cualquier otro.
Un escalofrío estremeció mi cuerpo, y abrí los ojos de una manera tan amplia, que parecía que se saldrían de mis orbes, más consternada que sorprendida, mientras mi mente me señalaba y reprochaba el no haber sospechado de que algo así podría haber sido obra de mi padre, es decir, lo conocía, sabía de lo que era capaz, y aun así culpé a Elías de ser promotor de dicho acuerdo desde el instante en que lo conocí.
—Acepté el compromiso creyendo que lo hacías por voluntad propia, pude tomarte desde el primer momento en que me dijiste que sí, pero yo no quería que las cosas fueses así, nunca quise tenerte a la fuerza —jadeó, tomando mis manos de su rostro, antes de guiarlas hasta sus labios y besarme los nudillos. —. Estaba tan enamorado... estoy tan enamorado de ti, que decidí darte la oportunidad de conocerme, esperanzado en poder conquistarte... claramente fracasé.
—Elías. —intenté hablar, pero en aquel momento ni siquiera era capaz de formular una oración coherente, no sabía qué decirle. Realmente estaba consternada.
—Debido a la manera en que inició nuestra relación, es claro que difícilmente llegarás a amarme algún día —soltó mis manos y, dándome la espalda, se dirigió hacia el escritorio para tomar la carpeta. —. No me estoy rindiendo contigo, Chére, solo te estoy dando la libertad que se te fue negada, la libertad de elegir con quien quieres estar, a quien sí deseas amar.
Joder, no sabía qué decir; el saber el motivo por el que me entregaba el divorcio me había dejado conmocionada, y realmente conmovida, ¿Cuándo en la historia una petición de divorcio que no fuese por mutuo consentimiento podía hacer sentir tan bien a alguien? Con cada acción, aquel hombre me encantaba aún más.
—Serás libre de elegir... quizás esa persona ya existe y yo me estoy interponiendo.
—No, Elías, tú no te interpones en nada, no podrías... yo no amo a nadie —respondí con un hilo de voz, comenzando a andar hacia él. —. Y-Yo no, no es que tú... carajo, yo no...
No sabía cómo explicarlo, no era capaz. Odiaba en gran extremo hablar de Thomas, revivir aquellos momentos era una verdadera tortura.
—No te sientas mal, nada de esto es tu culpa, es de mi padre y mía, yo pude haberlo enfrentado desde el inicio, pude haberme negado hasta el cansancio... no es tu culpa —declaré, deteniéndome frente a él.—. Y no, no quiero el divorcio.
Él frunció el entrecejo, mientras me veía entre consternado e incrédulo.
—Pero, Chére, ¿por qué continuar casada con alguien a quien no amas?
—Porque soy una maldita egoísta. —una risa triste brotó de mis labios.
Sí que lo era...
Hubiese deseado poder decirle que el motivo por el que no quería el divorcio, ni alejarme de él, era porque lo amaba, que mi corazón latía por él y lo representaba todo en mi vida, pero en realidad, lo que sentía estaba lejos de ser amor. La única razón por la que me aferraba tan fervientemente era por cómo me hacía sentir cuando estaba a su lado; me hacía sentir querida, deseada, escuchada, comprendida, y en la cama, jodidamente satisfecha.
Y sí, me avergonzaba reconocerlo, porque sabía que Elías Odell merecía mucho más que eso.
Él ponía el mundo a mis pies, me amaba con todo su ser y eso se reflejaba en cada beso, caricia, mirada de adoración o deslumbrante sonrisa, me amaba tanto que era capaz de ofrecerme una salida, aunque eso significara dejar atrás todo el esfuerzo que había empleado durante aquel año y meses para poder finalmente hacerme su esposa... él me amaba, y yo a él no, porque a pesar de que sabía que nunca podría corresponderle a ese amor de la misma manera, no quería dejarlo ir.
—Chére... —él suspiró, bajando la mirada.
—Siento cosas por ti, a las que simplemente no puedo ponerle nombre —dije con voz suave, atreviéndome a posar una mano en su mejilla, temiendo su rechazo. —. No quiero el divorcio, quiero quedarme contigo. Quiero estar a tu lado, Odell, y cuando cumplan todos los objetivos que tengo para mi vida, tú debes estar ahí junto a mí, viéndome brillar, tal y como prometiste que lo harías ese día en la universidad.
Alzó la cabeza, viéndome con sorpresa ante la mención de algo tan importante para él, y no dudé en ahuecar su rostro, pegándome más a su cuerpo hasta que ya no había ni un centímetro de distancia, dejándolo acorralado contra el escritorio. Creí que se opondría a lo que estaba haciendo, pero en su lugar él tragó saliva, estrechándose contra mí y aprisionó mis caderas con una delicia que me hizo jadear.
—No puedo prometer que llegue a amarte algún día, pero no solo a ti, a nadie más —confesé, necesitaba que eso estuviese cien por ciento claro. —. Lo único que puedo ofrecerte es mi cariño, respeto... y cuerpo —jadeé, poniéndome de puntillas hasta el punto en que podía rozar sus labios con los míos, solo conteniéndome para no devorarlos en aquel momento, desesperada por volver a sentir el sabor de sus besos. —. Mi cuerpo es tuyo, tómalo como desees.
—Entonces nuestra relación se basará solamente en sexo —declaró, su tono era de verdadera decepción. —. Al final solo seré uno más.
—No, no será así —dije, echando la cabeza ligeramente hacia atrás, para verlo a los ojos. —. No eres solo uno más; yo no hablo con los otros, no los abrazo, y mucho los beso. Yo no quiero a mis amantes, no me he permitido sentir algo por ninguno de ellos durante años —acaricié sus mejillas con mis pulgares. —. Pero ahora, si debo arriesgarme a que alguien tenga el poder de herirme, quiero que seas tú, Odell. Te quiero a ti.
Un jadeó brotó de sus labios, antes de que cerrara los ojos, pegando su frente a la mía e inhalando profundo.
—Repite eso. —escuché el sonido de los papeles al caer esparcidos a nuestros pies. —. Repítelo.
—Te quiero a ti, Elías Odell.
Su fuerte brazo rodeó mi cintura, pegándome a su cuerpo de una manera que me hizo jadear contra sus labios. Su mano libre encontró el camino hasta mi mejilla, sujetándome desde el mentón, y su dedo pulgar acarició mis labios.
—Zut —gruñó. —. Eres mi debilidad, Chére. —tragó saliva, mientras veía mis labios. Noté como sus pupilas se dilataban, al mismo tiempo en que se le agitaba la respiración, al igual que a mí.
—Y tú el objeto de mis más grandes deseos, Odell. —tragué saliva, sintiendo mi boca deshacerse del anhelo de sentir la suya cubriéndola.
—Deseos —replicó con voz ronca, e inhaló profundo. —. Bien, Chére, será cómo tú quieras. Te amo, más no volveré a pedirte que digas amarme, el día que realmente lo sientas seré el hombre más feliz sobre la faz de la tierra, pero por ahora, me conformaré y disfrutaré cada segundo a tu lado —rozó sus labios con los míos. —. Je t'aime, Ma Femme, plus que tout au monde.
—Lo sé. —cerré los ojos con fuerza, y por segundos deseé no haber entendido sus palabras, pero las había escuchado tanto tiempo de sus labios que ya le había buscado el significado. "Te amo, mi esposa, más que a nada en el mundo".
¡Como me habría encantado poder corresponder a esas palabras!
Durante más de siete años construí una muralla en mi interior, para proteger mis sentimientos, negándome a ceder a alguien el poder de herirme como alguna vez Thomas, mi madre, e incluso mi padre lo hicieron, y aunque de verdad quería abrirme en cuerpo y alma ante aquel maravilloso hombre que tenía al frente, simplemente no podía darle ambos. Solo había uno de ellos, mi cuerpo, aquello con lo que podía comunicarme mejor que nadie, a través del placer y el sexo.
—Te aseguro que haré valer cada segundo que decidas quedarte a mi lado. —declaré finalmente, posando la mano en su nuca e intentando atraerlo hacia mi rostro, pero se resistió una vez más.
«Carajo, Odell, bésame de una maldita vez»
—Sí que lo harás, Chére. —respondió, relamiendo sus labios antes de morderse el inferior.
Joder, era consciente de lo que aquello provocaba en mi interior. Claramente me estaba torturando.
—Pero, hay algo más —advirtió de pronto, antes de sujetarme de la cintura y alzarme, para enroscara las piernas alrededor de su cintura.
Lo observé extrañada, al mismo tiempo en que envolvía su cuello con mis brazos. Él rodeó el escritorio, dirigiéndose hacia su silla, donde se sentó, dejándome a horcajadas sobre su regazo. Era una posición un tanto incómoda, ya que los bordes de mi vestido de cuero ajustado se hundían en mi piel, pero no me importaba, porque al menos tenía toda su grandiosa anatomía contra mi feminidad.
—¿Qué más? —pregunté jadeante, antes de inclinarme para besar su mejilla y bajar hasta su cuello.
Suspiró hondo, una vez que sintió mi lengua lamer la piel de esa zona, y su cuerpo se sobresaltó cuando comencé a mover las caderas, frotándome contra él. Para aquel punto, ya estaba un tanto desesperada, debía reconocer. Soltó un gruñido profundo y, sujetándome de los muslos, volvió a ponerse de pie, asiendo a un lado de manera brusca todos los objetos que había sobre el escritorio, antes de dejarme sentada en aquella superficie, tomándome desde el mentón, con sus dedos índice y pulgar presionando ligeramente mis mejillas.
Oh, me encantaba ver el brillo de la lujuria en sus ojos. Realmente me deseaba, y ya nada importaba, nada más que comunicarnos a través del lenguaje que mejor conocía... Lo anhelaba con ansias, y desespero.
—Ante la ley, y la religión, eres mi esposa —su voz sonó ronca, pero realmente seria, al igual que su rostro. —. Quiero que respetes eso, Chére. Puedo soportar un matrimonio sin amor, basado en sexo, pero no el engaño e infidelidad.
Tragué saliva, viéndolo fijamente mientras un escalofrío recorría mi cuerpo al recordar la noche anterior en mi club. Sospechaba que se había enterado, después de todo, Hugo llevaba años con él y le era leal. Pero al mismo tiempo, ese mismo recuerdo me trajo un repentino alivio capaz de hacerme esbozar una sonrisa segura... al final, no lo había engañado.
—Así será. Es a ti a quien deseo, estoy obsesionada con tu cuerpo —declaré, con un gemido traicionero brotando de mis labios solo de imaginar volver a sentirlo como antes de aquella fatídica noche. La palabra caliente era poco para el estado en que me encontraba en aquel momento. —. Me eres más que suficiente
—¿De verdad? —acercó su rostro al mío, hasta rozar nuestros labios. —. Necesito que sea verdad, Chére... y quiero que sepas que, si te tomo ahora, será para siempre. El origen de nuestro matrimonio dejará de ser una excusa.
Sonreí, mientras guiaba las manos hacia su pantalón para quitarle el cinturón, antes de desabrochar el botón y bajar la cremallera, para luego introducir lentamente la mano bajo su ropa interior, sintiendo gustosa aquella dureza en mi palma.
—Solo tú eres el objeto de mis deseos, Elías Odell —repliqué, antes de tomarlo de la muñeca, haciéndolo bajar la mano de mi rostro al cuello, incitándolo a tomarme de él como lo había hecho el otro día. —. Ahora, baise moi, époux.
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