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Capítulo 52

Observaba de manera distraída el hermoso bosque que se extendía más allá de los jardines de la casa, sentada frente a la ventana con Leo descansando en mi regazo. Era una tarde tranquila, el cielo estaba despejado, el sol reluciente, el agua de la piscina se veía cristalina desde donde me encontraba, y aun así no tenía ánimos de hacer nada, me sentía agotada, mentalmente hablando, y solo quería encerrarme en aquella solitaria habitación lo que restaba del día.

Mi mente era un caos de emociones encontradas. ¿Cuándo la vida dejó de ser simple? Prefería los tiempos en donde lo único que me robaba el sueño era preguntarme a qué club de mala muerte me iría de fiesta, la cantidad de alcohol que consumiría y el extraño que con el que me enrollaría.

Odiaba la situación en la que me encontraba, estar ahí sentada, viendo a la nada mientras intentaba adivinar qué me deparaba el futuro no era nada divertido, teniendo en cuenta la cantidad de cosas negativas que se paseaban por mi cabeza.

Quería imaginar que, si todo se iba al carajo entre Elías y yo, simplemente volvería a ser quien era, sería la misma Rebeca Stain que disfrutaba el salvaje desenfreno. Pero cada fibra de mi cuerpo advertía que sería todo lo contrario, y lo comprobé algunas noches atrás, en el momento en que, durante una fiesta en mi club logré escabullirme de Hugo para encerrarme en la zona VIP junto a un sexi y musculoso hombre que no paraba de dedicarme miradas lascivias y decirme todas las cosas obscenas que me haría. Ni bien cruzamos la puerta y nos adentramos en aquel espacio me empujó hacia uno de los sofás y se acomodó entre mis piernas, para después comenzar a besarme el cuello mientras sus manos recorrían mi cuerpo sobre la tela de mi vestido.

Quise aceptar sus caricias, de verdad que lo intenté, desesperada por encontrar algo de placer, pero desde el momento en que lo tuve sobre mi cuerpo, no pude evitar desear que fuese Elías quien se encontrara ahí conmigo, quería sentir sus labios mordiendo los míos, su lengua acariciando cada centímetro de mi boca, y sus manos sobre mi piel, lo deseaba a él... y solamente a él, de una manera que ya rayaba en la obsesión.

Antes de que me diera cuenta, me encontraba empujando el pecho de aquel extraño, pidiéndole parar, mientras le mencionaba que era una mujer casada. El desconcierto pintó un cuadro en su rostro en tanto se incorporaba hasta quedar de rodillas sobre aquel sofá, aún entre mis piernas. Por segundos pensé que realizaría algún comentario tonto, o me haría algo peor, pero, para mi suerte, solamente asintió con la cabeza y se marchó agradecido, luego de que le mencionara que la casa invitaría todas sus bebidas de aquella noche.

Desde aquel momento me di cuenta de lo arraigado que tenía a Odell en mi ser, lo deseaba como al aire que respiraba. Quería volver a sentir su fuego hasta arder, perdida en las sensaciones que solo él era capaz de provocar en mí, pero eso no era todo, también anhelaba poder ver su expresión de placer, con sus apetecibles labios entreabiertos emitiendo esos sensuales gruñidos, jadeos y gemidos roncos que me llevaban al borde de la locura y me obsesionaban, para después terminar extasiada, con la cabeza apoyada sobre su pecho, sintiéndolo acariciar mi espalda.

No había nada que deseará más, no quería a nadie que no fuese él. Estaba convencida de que incluso si Caín terminase en aquel preciso instante con Jade y me pidiese volver a ser su amante... ¡oh! Pese a que el idiota era bueno en el sexo y muy discreto, lo más seguro era que lo habría rechazado.

Así de intenso era lo que sentía. Pero al final, desear no era amar, y todo apuntaba a que Elías no quería conformarse con menos que eso.

—Señora Odell. —escuché la voz de Erlinda detrás de la puerta.

—Adelante —suspiré, poniéndome de pie con Leo en brazos para ir a su encuentro.

Ella ingresó, cargando una bandeja con varios platillos y bebidas: té, limonadas, gaseosas, ensalada de frutas, otras de verduras, un plato de comida sólita y otro de sopa.

—¿Subiste hasta aquí con todo esto? —abrí los ojos ampliamente, se veía pesado. —. No era necesario, pudiste haber sufrido un accidente.

—Estoy acostumbrada, querida. Era la empleada de personas más estrictas que ustedes. Gané mucha experiencia.

—Aún así, no era necesario —dije, bajando a Leo para ayudarle. —. No tengo hambre.

—El señor Odell quiere que coma —dije de pronto y yo la observé de reojo, consternada, mientras dejaba la bandeja sobre la cama. —. Cada uno de estos platillos fueron hechos a petición suya, cree que algo le gustará.

—¿Le dijo que me niego a comer? —inquirí.

—Él lo preguntó, así que le mencioné que no ha bajado de su habitación en todo el día —se alzó de hombros. —. Es claro que se preocupa por usted.

—Si así fuera, se dignaría en hablarme. —bufé. No valía la pena intentar disimular, Erlinda era capaz de notar que las cosas aún no estaban bien entre nosotros.

—Algunos hombres pueden ser muy complicados, y orgullosos. En pocas palabras, unos tontos —contestó, acercándose para tomar el bol con frutas y extenderlo en mi dirección. —. No vale la pena matarse de hambre por ellos.

—No intento matarme de hambre —respondí, recibiendo lo que me ofrecía, pero solo para dejarlo nuevamente en la bandeja. —. Hace un par de años atrás quizás lo habría hecho, pero ya superé la etapa de los corazones rotos.

Ella me observó fijamente, no parecía convencida de mis palabras.

—Gracias, Erlinda, todo se ve delicioso —declaré, cuando el silencio en la habitación se tornó un tanto incómodo. —. Te prometo que comeré, ¿está bien?

Asintió con la cabeza, un poco más satisfecha con mi respuesta y finalmente se marchó. Suspiré hondo, y miré la comida, seguía sin tener apetito, pero decidí probar la ensalada de frutas, por lo que tomé el bol y me dirigí hacia la silla donde anteriormente me encontraba, para seguir viendo a la nada y comer, mientras miles de pensamientos inundaban mi mente una vez más, hasta que sentí que era suficiente por un día.

—¿Quieres ir a ver a la abuela, Leo? Porque yo sí. —dije, poniéndome de pie.

Llevaba dos días de no verla, y realmente la echaba de menos.

Me preparé para salir, sentía que necesitaba algo que me ayudara a relajarme, por lo que decidí que llevaría a mi abuela al spa, y también de compras, sería una agradable tarde juntas.

—Señora Odell —Hugo me interceptó, una vez que baje las gradas con Leo en su transportador. —. ¿Adónde nos dirigimos?

—Hoy no, Hugo —respondí, torciendo una sonrisa. —. Quiero ir sola.

Me miró, como si hubiese dicho la peor de las ofensas sobre la faz de la tierra.

—Lo siento, pero no puede ir sola.

«¿Qué?»

—Sí puedo, y lo haré. Entrégame las llaves, voy a conducir.

—Mi deber es llevarla a donde desee y cuidar de usted. —insistió.

—Por hoy, te libero de ese deber, entrégame las llaves. —pedí una vez, perdiendo la paciencia.

—P-Pero, el señor Odell...

—¡Que me entregues las llaves! —repliqué, exasperada. Joder, realmente detestaba la idea de tener que llevar un guardaespaldas a todos lados, ¿qué haría él en un spa? ¡Carajo! —. Lo siento, Hugo, no debí gritar, pero no quiero que me acompañes, entrégame las llaves.

—No puedo, señora Odell —dijo, adoptando una posición seria. —. Si hago eso, el jefe seguramente me despedirá y le asignará a alguien que menos condescendiente que yo.

Abrí la boca con indignación.

—¿Soy acaso una esclava?

—No, pero él quiere que esté a salvo, por favor, permítame hacer mi trabajo.

Inhalé profundo, tratando de calmarme y llevar las cosas por lo sano. No podía perder la cabeza, mucho menos desquitarme con el chico... no, debía hacerlo con alguien más.

—Bien —presioné los dientes, bajando a Leo y liberándolo del trasportador para que regresara a su habitación, o a la mía. —. Llévame a M-ODELL, tengo que hablar con Elías.

Me sentía realmente furiosa, ¿Quién se creía que era? Se comportaba de manera indiferente conmigo, pero pretendía tener el derecho de controlar mi vida. Me dejaba en la incertidumbre sobre lo que pasaría entre nosotros a continuación y me negaba el placer de su cuerpo... no estaba dispuesta a soportarlo más. Necesitaba que fuese claro de una maldita vez.

Sí, entendía que estuviese molesto por lo que pasó aquella noche, y la forma tan cruel en que le hablé, pero él debía entenderme a mí y aceptar por las buenas que simplemente no podía darle lo que quería.

«Carajo... no te alteres, Rebeca»

Observaba la carretera a través de la ventana y murmuraba entre dientes un sinfín insultos, intentando organizar en mi mente lo que diría al verlo. Fue un viaje relativamente corto, o quizás así lo sentí ya que iba perdida en mis pensamientos.

Una vez que llegamos a la empresa, Hugo se encargó de abrirme la puerta para que pudiera salir del auto. Todas las miradas se posaron en mí desde que puse un pie en la acera, quizás se debía a que era la primera vez que visitaba aquel lugar desde que nos casamos, o tal vez, por lo extremadamente corto de mi vestido de cuero color negro y de tirantes, que se ajustaba a mis curvas como una segunda piel.

Nada apropiado para una mujer casada, dentro de aquella sociedad.

—Señora Odell —me saludaron los guardias de la puerta, una vez que crucé el umbral. —. Bienvenida.

—Gracias —suspiré. —. ¿Saben si Odell está en su oficina?

Uno de ellos sintió con frenesí.

—Bien, iré a verlo —declaré, avanzando por el pasillo, seguida por Hugo.

Nos topamos con varios de los empleados, quienes muy respetuosamente me saludan y abrían camino cuando de agrupaciones se trataba. Y así llegué hasta el elevador, ingresando y presionando el botón del último piso.

—La esperaré aquí, señora Odell. —me dijo Hugo, mientras se cerraban las puertas de cristal.

Asentí con la cabeza, una vez que comenzó a subir. Estaba tan ansiosa, que ni siquiera podía disfrutar de cada uno de los pisos a medida que iba subiendo, sino que me encontraba mordisqueando un de mis uñas, sin llegar a quebrarla, mientras caminaba en círculos, siendo mis zapatos de tacón punta de aguja lo único que resonaba dentro de aquel reducido espacio.

Finalmente se detuvo y las puertas se abrieron. Tomé una profunda bocanada de aire y comencé a andar por los pasillos, encontrándome a varias de las empleadas; algunas se emocionaban al verme y me saludaban con entusiasmos como si fuese de la realiza, otras se veían menos interesadas, y algunas sorprendidas por mi manera de vestir, pero había algo que todas me mostraron, respeto, hasta que finalmente me topé con una mirada de desdén viniendo en dirección contraria.

—Por Dios, Rebeca, ¿qué haces aquí? —preguntó Maura, deteniéndose frente a mí.

—¿Acaso necesito invitación? —torcí una sonrisa presuntuosa. —. Vengo a hablar con Elías, así que, permiso. —me alcé de hombros, antes de pasarla de lado y seguir mi camino.

¿Estaba sobrepasando los límites? Esa pregunta no dejaba de rondar mi mente. Pero ¿qué límites? Elías nunca me había puesto alguno, así que no sabía cómo tomaría el hecho de que fuese a abordarlo en su lugar de trabajo. Pero bien, si no iba a mí, yo iría hacia él, y tendría que escucharme de una vez por todas. El sentimiento de culpa había disminuido luego de lo ocurrido en su baño, y agregando lo de Hugo, para aquel momento ya me encontraba sumamente molesta, al grado en que ni siquiera toqué la puerta e ingresé en su oficina sin previo aviso.

—Chére —me habló, una vez que crucé el umbral. —. Bienvenida.

No se inmutó, estaba realmente tranquilo, revisando y firmando algunos papeles. Mi llegada no era sorpresa, seguramente ya le habían informado los guardias, o simplemente me vio por las cámaras de seguridad.

—¿Has comido algo? —inquirió, sin despegar la mirada de los papeles.

Ni siquiera de dignaba en mirarme fijamente.

—¿Qué diablos pasa contigo, Elías? —pregunté, frustrada, mientras me acercaba a su escritorio. —. ¿Por qué controlas mis alimentos, y mi salida? Quiero que Hugo regrese a tu servicio, ¡No deseo tener guardaespaldas!

—No es una opción —respondió, suspirando, antes de alzar la mirada para verme, mientras se recargaba en su asiento. Se veía realmente serio e imponente, todo un maldito magnate. —. Una de las cosas que me ha costado la sociedad con tu padre es el placer del anonimato. Ahora, gracias a él, todos saben quién es el dueño de M-ODELL, al igual que su esposa. No puedo dejarte sin protección.

—Esto se siente como una prisión, Odell —rebatí, frustrada. —. Lamento que la sociedad con mi padre te haya perjudicado, pero eso no te da derecho a decidir sobre mi vida como si fuese una niña, no quiero un guardaespaldas.

—Rebeca, no es opción —expresó con voz seria y mi sangre ardió en las venas. Realmente odiaba como sonaba mi nombre en sus labios, me hacía sentir como una niña reprendida. —. Hugo te protegerá, y es mi última palabra.

—No eres mi padre...

—¡No, no lo soy, soy tu esposo y debo protegerte! —gritó y mi cuerpo entero se estremeció al darme cuenta de que era la primera vez en lo que llevábamos de conocernos, que se atrevía a alzarme la voz de aquella forma. No tardó en darse cuenta, e intentó relajar la expresión en su rostro, aunque se le hizo muy difícil disimular su enojo. —. Lo siento, Chére.

—Intentas castigarme. —murmuré, agachando la cabeza una vez que las emociones fueron tantas, que mis ojos comenzaron a cristalizarse.

No, no quería llorar frente a él.

—¿Qué has dicho?

—¡Intentas castigarme! —hablé con firmeza, atreviéndome a alzar la mirada y verlo a través del paño de lágrimas que cubrían mis ojos. —. Todo esto ha sido porque no te dije que te amo, ¿acaso habrías preferido que te mintiera?

—No, claro que no. —respondió, acomodándose en el asiento con la espalda erguida.

—¿Entonces por qué te comportas de esta forma? ¿Por qué eres tan frío e indiferente después de haberme acostumbrado a tu calor y cariño?

—¡Porque intento hacerme a la idea de que voy a perderte! —exclamó, poniéndose de pie y golpeando sus palmas contra el escritorio. Retrocedí un paso cruzando los brazos sobre mi pecho, asustada. Sus intensos ojos me observaron por cuestión de segundos, antes de que se ensombrecieran con una profunda tristeza. —. No estoy enojado contigo, Chére, ni te odio, nunca podría. Yo te amo y esta distancia me duele más que a ti, eso tenlo por seguro, es una maldita tortura, siento como me desgarrara el alma, pero sé que es necesario.

—¿N-Necesario? —inquirí, aún cohibida, y en aquel momento deseé ver su rostro, pero tenía la cabeza agachas y los hombros caídos, luciendo derrotado. —. E-Elías...

Él sorbió su nariz, y se incorporó, sin alzar el rostro, antes de tomar los papeles que se encontraba leyendo y firmando cuando ingresé en su oficina, para ordenarlos en una carpeta.

—Me esforcé tratando de lograr que me amaras porque no quería ser uno más, quería ser el hombre de tu vida, me aferré tanto a esa idea que no pensé en ti, y en cómo te sentías al ser obligada a casarte con un completo extraño... perdón —declaró, con la voz temblorosa, antes de alzar la mirada para verme a los ojos, y el corazón se me estrujó en el momento en que vi las brillantes lágrimas que se deslizaban por sus mejillas, en tanto extendía en mi dirección la carpeta. —. Aquí están los papeles del divorcio ya firmados, Chére... te otorgo tu libertad.

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