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Capítulo 50

Aquel lunes, después de nuestra "Luna de Miel", solo fue el inicio de lo que se convertiría en una fatídica semana para mí. Apenas veía a Odell, al final no sabía si se marchaba demasiado temprano, o si ni siquiera regresaba a dormir, y las pocas ocasiones en que nos cruzábamos, ni siquiera podía entablar una conversación con él ya que siempre llevaba prisa, un beso fugaz en la frente o en la mejilla era todo el contacto que había entre nosotros, una verdadera tortura.

Decidí dejar de intentar, iba a esperar a que su molestia disminuyera, y mientras tanto, buscaría algo más en qué gastar mis energías. Joder, prácticamente habíamos regresado al inicio, y eso me resultaba realmente frustrante, pero, a pesar de todo el distanciamiento, agradecía que no hubiese decidido desaparecer por completo, y apreciaba cada beso en la mejilla o frente como una señal de que tampoco quería sacarme de la suya.

Los sentimientos podían ser muy difíciles de entender, la verdad, sentía tantas cosas por él, pero no lo que esperaba de mí y ese era el problema de todo.

—Nena, deja de pensar en la inmortalidad del sapo —Darcy me dio un ligero golpe en la cabeza. —. Mejor presta atención a lo que te explico.

—Lo hago —claramente mentía, ya que no tenía idea sobre qué cosas cotorreaba en aquel momento. —. ¿De verdad no quieres trabajar? Tu bebé ya no es tan pequeña, y así generarías más ingresos.

Ella mordió ligeramente su labio inferior, mientras observaba en derredor, contemplando el lugar, que por el momento se encontraba vacío.

—Me gustó estar al mando —sonrío. —. Y aplicar todos los conocimientos de la universidad. Después de dar a luz dejé todo atrás para dedicarme a mi hija, y no me arrepiento. Pero sí extraño todo esto.

—Entonces aceptar dirigir este club —le pedí, tomando sus manos. —. Quiero dejarlo en tus manos.

—P-Pero, creí que esto era importante para ti.

—Lo es —declaré. —. No pienso irme a casa a tejer, voy a abrir otra sucursal en el otro extremo de la ciudad, también en el centro, y luego vamos a expandirnos, que en casa ciudad del país haya un "Leo's NightClub", formaré mi propio imperio en base a la sed de diversión, locura y desenfreno que tiene las personas. Algo en lo que soy experta.

Ella esbozó una sonrisa ladina.

—Te apoyo en su totalidad, nena. —me dijo, acercándose a mí. —. Pero ¿qué dirá tu padre?

—Al diablo con él, ni siquiera planea heredarme el control de sus empresas. —resoplé, sonando más resentida de lo que pretendía.

—Y supongo que Elías está encantado con la idea, ¿no? Después de todo, él te obsequió este club.

Mi rostro se ensombreció.

—Sí —murmuré bajo, desviando la mirada para evitar delatarme ante ella. Sentía que la situación con Elías sería difícil de explicar, comenzando por el hecho de que mis amigas me creían perdidamente enamorada de él. —. Desde un principio me dijo que confiaba en mí, y que sabía que llevaría este lugar a niveles inimaginables... quiero demostrarle que no se equivocó.

«Al menos no con eso»

—También confío en ti, nena, sé que lo lograrás —me abrazó desde la espalda, apoyando la barbilla en mi hombro. —. Me encanta tu deseo de triunfar, otra que tuviese un padre millonario y un marido billonario preferiría simplemente disfrutar de la vida, más, sin embargo, aquí estás, buscando tu propio camino.

—Es lo que siempre he deseado. —mordí mi labio inferior, alzando la mirada hacia el balcón VIP donde acostumbraba a reunirme con Elías, y podría jurar que en aquel momento pude verlo ahí de pie, con sus intensos ojos puestos en mí, al igual que aquella noche.

Lo extrañaba, al carajo el orgullo, lo echaba tanto de menos.

—Darcy —suspiré, mientras me aferraba de sus manos. —. ¿Tú estabas enamorada cuando te casaste?

—Por Dios, no —respondió entre risas. —. Lo quería, de eso no había duda, y disfrutaba del buen sexo que me daba, volvió mis días de universidad más llevaderos, pero solo me casé con él porque el idiota me embarazó; recién graduada, sin un trabajo fijo y sin deseos de intervenir el embarazo porque me encariñé con la idea de ser madre. Tuve que afrontar mi destino junto a él.

—¿Y él sabía que no lo amabas?

—Sí, lo sabía. Y aun así decidió intentarlo.

Tragué saliva, mientras continuaba con la mirada puesta en el balcón.

—¿Y pudieron sobrellevarlo, pese a que todo?

—Bueno, míranos ahora; se convirtió en mi amigo, mi amante y compañero de aventuras. Logramos acoplarnos el uno al otro, y vaya que disfruto de su compañía... somos un gran equipo.

Un gran equipo —repetí, inclinando la cabeza hacia un lado, para apoyarla en la suya.

Deseaba eso, no se escuchaba tan mal. ¿Quizás una sociedad? Como la que había hecho Sloan, solo que esta incluiría más que solo coger salvajemente.

—Sí, aunque no te diré que en ocasiones no siento deseos de un bocadillo más fresco. —comentó con picardía, sacándome de mi ensimismamiento, y en ese momento me percaté de la presencia del hombre a quien mi amiga le coqueteaba descaradamente.

El buen Hugo, quien solo permanecía de pie bajo el umbral, cuidando de mí, como lo había hecho toda la semana.

—Compórtate. —le murmuré, presionando los labios para no reír.

—¿Por qué? Reconoce que está rebueno. —soltó un par de carcajadas.

Pues, no iba a negarlo, Hugo tenía lo suyo, y se veía jodidamente atractivo vestido totalmente de negro, con esa aura imponente y seria. Aunque, a decir verdad, durante toda aquella semana en que Elías ni siquiera me miraba, sentía como si estuviese ovulando, todo hombre que se cruzara frente a mí me parecía apetecible.

—¿Y cómo haces para... ya sabes, serle fiel? —inquirí, con curiosidad.

—Pues, me repito a mí misma que soy una mujer casada. —se alzó de hombros, mientras se apartaba para dirigirse a la caja tras la barra.

Solté una ligera carcajada, imaginándome en una situación similar. Sería muy a menudo, claramente, ya que siempre he sabido apreciar la belleza masculina, y ¿por qué no? También la femenina.

—Darcy, ¿me harías compañía esta noche también? —le pedí, siguiéndola hacia la barra. El trabajo era más divertido con ella haciéndome compañía. —. Te pagaré el triple, para que tu esposo no se moleste.

—Por favor, no se molestará —me comentó. —. Él siente que estamos en deuda con ustedes después del maravilloso obsequio de tu esposo.

Cierto, luego de que ella le mencionara a Elías lo fanático que su esposo era de los autos eléctricos M-ODELL, él no dudó en obsequiarle uno. Y al parecer, aquel hombre estaba encantado.

—Yo te cubro las espaldas, nena.

—Gracias —besé su mejilla, antes de dirigirme a Hugo, de quien por cierto seguía sin acostumbrarme a tenerlo siguiéndome a todos lados. —. Hay que ir a casa, debo arreglarme y volver.

Mínimo el trabajo me distraería un domingo en la noche, aunque no estuviese ahí para bailar y beber hasta perder el conocimiento, sino para supervisar que todo estuviese en total orden.

Volvimos a la casa, iba de entrada por salida para volver al club, por lo que me dirigí directamente a las gradas con la intención de ir a la habitación, cuando de pronto Erlinda se paró frente a mí, haciéndome frenar de golpe.

—¿Qué desea para la cena, señora Odell?

Parpadeé, un tanto consternada luego de tremendo susto.

—Para mí, nada. —intenté pasarla de lado, pero volvió a posarse frente a mí.

—Señora —suspiró. —. Apenas desayuna, no almuerza, ni cena... ¿de qué se sostiene?

—De comida chatarra en la calle, descuida —traté de avanzar, pero nuevamente me lo impidió. Suspiré un tanto exasperada. —. ¿Erlinda?

—El señor Odell está aquí —me dijo, casi en un susurro. —. Llegó hace poco, dijo que se daría un baño.

Abrí los ojos de par en par, mientras la veía con una expresión confundida, debido al hecho que se encontraba murmurando para que solo yo lo escuchara. No entendía el motivo.

—¿Está en el tercer piso? —enarqué una ceja, creyendo que quizás por eso me estaba deteniendo.

Pero ella negó con la cabeza.

—Se encuentra en uno de los cuartos de invitados, el segundo a la izquierda del cuarto de su Gato. —me informó, y mi desconcertó creció al punto en que mi rostro lo reflejaba.

—¿Por qué me dices esto? —inquirí, viéndola con cautela. Es decir, Elías podría haber pasado desapercibido en la casa, en el segundo piso hay cinco cuartos de invitados, y el de Leopoldo.

—Bueno —ella suspiró, alzando la mirada al techo. —. No estoy ciega, noto que hay algo de tensión entre ustedes, y que usted ha intentado conversar con él, pero nunca tiene tiempo el muy terco —puso los ojos en blanco. —. Estuve casada por años, hasta que mi esposo falleció, sé lo difícil que es llegar a ponerse de acuerdo en pareja, pero sé por experiencia que no es imposible... además, por favor, contente a ese hombre, está muy gruñón.

Sin que pudiera evitarlo, una risa nervio brotó de mis labios tras oír lo ultimo ¿contentarlo? ¿Cómo haría eso? Para comenzar, se suponía que le daría su espacio.

—G-Gracias. —le dije, torciendo una sonrisa. —. No tenía que hacerlo.

Ella me devolvió el gesto.

—Soy su ama de llaves, y el mismo hombre que ahora delato me implantó el afecto y lealtad hacia usted desde antes de que se casaran, él mismo se lo buscó —soltó una risa ligera. —. No había día en que no la mencionara, la adora, y por eso sé que sea lo que sea que tienen, lo podrán superar.

Junté las cejas con una expresión conmovida, mientras le agradecía nuevamente, con un gesto de cabeza que tiraba más a una reverencia, en el momento en que me pasó de lado para dirigirse a la cocina. Inhalé hondo, y comencé a subir las gradas. Una vez que llegué al segundo piso, observé los escalones que me llevarían a mi destino inicial, y luego en dirección al pasillo de las habitaciones, pensando en qué debía hacer en aquel momento.

Fue una verdadera encrucijada. Aunque mi mente me ordenó dejarlo tranquilo y subir las gradas, de la nada me descubrí a mí misma avanzando por los pasillos hacia la habitación de invitados. ¿A quién engañaba? Estaba desesperada por poder hablar con él, no había nada que detestara más que la ley del hielo, mi padre solía aplicarla y se sentía horrible. Y, aunque Elías no era nada como él, ya que al menos me deseaba buenos días con un beso en la mejilla cuando tenía la oportunidad de verlo, igual me afectaba.

Carajo, solo esperaba que Erlinda tuviera razón, y que el momento fuese oportuno.

Inhalé profundo y toqué la puerta un par de veces, pero no hubo respuesta. Pensé en retirarme y seguir mi camino, pero antes tomé la perilla y al girarla me di cuenta de que estaba sin seguro. Decidí adentrarme en aquella habitación, y el corazón se me encogió en el pecho al divisar el armario abierto y notar que había ropa en él, al igual que otros objetos personales sobre el buró. ¿Su mudanza estaba siendo definitiva?

—¿Elías? —le hablé, mientras avanzaba por aquel especio, hasta la puerta del baño, descubriendo que estaba entreabierta.

Podía escuchar el ruido de la regadera, en ese momento se encontraba en la ducha, lo cual explicaba porque no había contestado ya que difícilmente podría oír algo más que el sonido del agua. Rompiendo toda regla de privacidad me acerqué a la abertura para ver el interior, y tragué saliva en el momento en que mis ojos contemplaron, través del cristal, aquel cuerpo desnudo objeto de mis más desbordados deseos.

Estaba de espaldas a mí, lo que me permitía ver a detalle su perfecta espalda tatuada, de hombros anchos, cintura estrecha, y, al seguir bajando todo iba para mejor, aquel trasero redondo y piernas fuertes, joder, era un maldito y precioso sueño. La manera en que veía sus manos frotando su cuerpo con el jabón, mientras mantenía el rostro alzado permitiendo que el agua lo mojara solo logró hacer mi mente volar, mientras mi cuerpo ardía con un creciente y voraz deseo, difícil de controlar.

Al diablo todo, no podía limitarme a solo contemplar tan esplendida imagen, después de una semana lo anhelaba con locura.

Comencé a desnudarme ahí donde me encontraba, antes de abrir la puerta y adentrarme en aquel espacio. Ni siquiera se percató de mi presencia, el sonido de la regadera era bastante fuerte como para encubrirme. Avancé hasta la puerta corrediza de cristal y la abrí lentamente, procurando no hacer tanto ruido.

¿Qué estaba haciendo? No tenía ni la más mínima idea, y el miedo invadía mi sistema de solo pensar en que su reacción podía ser negativa, que lo tomaría de mala manera y se molestaría el doble conmigo, pero ya no podía, ni quería, echarme para atrás.

Lo necesitaba, lo necesitaba con urgencia.

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