Capítulo 49
No estaba acostumbrada a dormir acompañada, más que por mi amado gato cuando se le apetecía acurrucarse a mí. Nunca había tenido que compartir nada, ¿ventajas de ser hija única tal vez? Quizás por eso se me resultaba realmente extraño el haber echado de menos despertar y encontrarlo a mi lado, durmiendo tan plácidamente, con su pecho subiendo y bajando al ritmo de su respiración pausada. Contemplarlo durante las mañanas le traía algo de calma al ovillo de pensamientos negativos que me envolvían.
Y es que era tan hermoso, por los cielos que lo era, eso ni sus tatuajes podía opacarlo, tan gentil, tierno y atento... simplemente perfecto, al punto de hacerme sentir cómoda a su lado como ningún otro hombre lo había logrado en años, pero, aun así, no podía darle lo que deseaba y eso me apenaba, porque sabía que él merecía más.
No lo veía desde la discusión de la noche anterior, ni siquiera sabía si se encontraba en la casa, pero cada fibra de mi cuerpo me suplicaba el ir a buscarlo, necesitaba verlo con urgencia y hablar con él, por lo que dudé en levantarme y darme ducha para bajar a buscarlo. Me sentía realmente ansiosa mientras me apresuraba a vestirme, porque no sabía lo que haría al verlo, o ¿qué le diría? Había herido sus sentimientos, ni siquiera sabía si querría verme a la cara.
A pesar de todas mis dudas e inseguridades, una vez que estuve lista decidí salir para bajar las gradas, no podía ocultarme para siempre en la habitación. A medida que bajaba los escalones, podía percibir un delicioso aroma a comida, y por algún motivo eso me trajo alivio al creer que quizás se encontraba desayuno.
Terminé de bajar los últimos escalones y me apresuré hacia el comedor, intentando formular en mi cabeza las oraciones que posiblemente le diría, pero al cruzar el umbral, me detuve en seco una vez que me encontré con aquella figura femenina de melena castaña sentada a la mesa, quien al percatarse de mi presencia no dudó en enarcar una ceja, adoptando la típica actitud presuntuosa que siempre mantenía al dirigirse a mí, y como si no fuese suficiente, el sufrible guardaespaldas que ya había regresado a sus labores.
No lo extrañé en toda la maldita semana... ni a ella.
—Buenos días, señora Odell. —me saludó Hugo con una radiante sonrisa, siendo el único a quien sí había echado de menos.
—Buenos días —le correspondí el gesto, antes de ver a Maura. —. ¿Qué haces aquí? —pregunté, cruzándome de brazos.
—¿Acaso necesito invitación? —me miró con un ligero toque de desdén, antes de resoplar y volver a concentrarse en su comida.
Su presencia en la casa no me beneficiaba en lo absoluto al momento de querer arreglar las cosas con Elías, si es que él aún no le comentaba todo lo ocurrido... No, lo más probable era que no, porque de lo contrario se encontraría atacándome verbalmente.
—¿Dónde está Elías?
—Aquí estoy.
Me estremecí de pies a cabeza, una vez que lo escuché a mis espaldas. Me giré en súbito para verlo, iba vestido muy elegante, y llevaba su laptop en un portafolio, así que supuse que se dirigían a su empresa. Ese era el motivo por el que Maura se encontraba ahí.
—E-Elías...
Intenté hablar, pero las palabras simplemente se atoraron en mi garganta una vez que lo tuve frente a mí y noté la frialdad que había en su rostro. Lucía tan imponente, de expresión indiferente, que creí que solo me pasaría de lado y se marcharía, pero no, se detuvo unos segundos para dejar un beso fugaz en mi frente, antes de seguir su camino, sin darme la oportunidad de hablar.
—Hay que partir, ahora —le ordenó a sus guardaespaldas, dirigiéndose a la salida, y ellos no dudaron en seguirlo.
Tragué saliva, mientras los seguía por la mirada, sin saber cómo sentirme en aquel momento.
—Guau, eso fue más frío que un glasear —Maura llamó mi atención, y al fijar la mirada en ella, noté la sonrisa burlesca que pintaba sus labios. —. ¿Problemas en el paraíso? ¿Tan rápido se aburrió de ti? —presionó los labios, mientras se ponía de pie, dispuesta a seguir aventando su veneno de cizaña. —. ¿Acaso la llama de la pasión se apagó al terminar la luna de miel, después de solo una semana? ¿O simplemente Elías se dio cuenta de la lacra que eres?
Puse los ojos en blanco, irritada, antes de alejarme de ella con la intención de llegar a la salida, cuando de pronto me topé con una enorme figura masculina de pie junto al marco de la puerta, viéndome de manera expectante.
Fruncí el ceño en confusión, mientras le devolvía la inspección a Hugo.
—¿Pasa algo? —inquirí, deteniéndome frente a él.
—No, señora Odell.
—¿Entonces por qué no estás con Elías y Ander?
Él observó a Maura por encima de mi hombro durante unos segundos, y al girarme me di cuenta de que ella tenía la misma expresión confusa que yo, por lo que no sabía qué estaba pasando tampoco. Volteé hacia Hugo y lo observé interrogante.
—El señor Odell me ha asignado la tarea de protegerla, seré su guardaespaldas a tiempo completo. Incluso le serviré de chófer, a menos que usted quiera a otro de chofer, él dice que puede contratar...
—No. —declaré con firmeza, frunciendo el ceño.
Yo no estaba acostumbrada a tener guardaespaldas, nunca los había necesitado y si había algo que disfrutaba era la libertad de ir adonde yo quisiera, sin nadie contándome los paso. Negué con la cabeza y lo pasé de lado para ir en busca de Elías, necesitaba hablar y no solo del guardaespaldas, teníamos que resolver lo nuestro, al fin y al cabo, ya estábamos casados. ¿Qué sucedería a continuación? No podía simplemente ignorarme y hacerme a un lado.
—¡Elías! —le hablé, cuando estaba a punto de abordar su auto en la parte trasera, y un escalofrío recorrió mi cuerpo al recordar lo que pasó ahí la noche anterior. —. Tenemos que hablar.
—Chére, tengo que irme —se paró frente a la puerta, viéndome fijamente, y no podría explicar lo que sentí al ver el desencanto en su mirada. —. Los empleados no tardan en llegar, te ayudarán a organizar o remodelar lo que desees. Es tu casa después de todo.
—Elías, por favor espera. —acorté el espacio entre ambos y posé las manos en la puerta del auto, siendo esta la única cosa que se interponía entre ambos.
En su forma de respirar pesadamente, pude percibir lo poco que soportaba tenerme cerca en aquel momento... ¿tanto me odiaba de la noche a la mañana?
—Este no es momento, tengo que ir a trabajar —ingresó en el auto, azotando la puerta de una manera que me hizo sobresaltar y cerrar los ojos con fuerza. —. Hasta luego, Receba.
«¿Rebeca?»
Tragué saliva y me abracé a mí misma, retrocediendo un par de pasos. Se sintió horrible el cambio tan súbito en su actitud, pese a que seguía tratándome con extremo respeto, la falta de ternura hacía que se sintiera como si de alguien diferente se tratara.
—Nos vemos luego, querida. —entonó Maura al salir de la casa y dirigirse hacia el otro extremo del auto, casi revoloteando como una mariposa llena de alegría.
Tomé una fuerte bocanada de aire y le di la espalda al auto para volver al interior de la vivienda, negándome a permitirle saborear mis desgracias. Aquella era la peor de las mañanas.
—Hugo, ya que estás aquí prepara el auto, me iré a casa. —declaré con frustración, dirigiéndome hacia las gradas.
***
Luego de una semana por fin pude volver a encontrarme rodeada por los brazos de la persona que representaba el mundo para mí, mi amada abuela. La había echado de menos como no imaginaba, y ni hablar de mi Leo, chillé con emoción y lo abracé tan fuerte que se quejó y comenzó a hacer rabietas para que lo bajara.
—Te ves... agotada —dijo mi abuela, mientras me indicaba que la siguiera a la cocina.
Y así lo hice, casi flotando embelesada por el aroma a pastel de limón que inundaba aquel lugar.
—Ha sido una semana muy intensa —me limité a responder, sentándome sobre el taburete de la isla. —. ¿Y papá?
—En su habitación. Me parecía realmente extraño que aún no se hubiese marchado y decidí tocar su puerta para ver si estaba enfermo.
—¿Y lo está?
Negó con la cabeza.
—Está más que bien, tiene compañía, escuché la risa de una mujer, así que solo no quiere trabajar hoy.
Resoplé, poniendo los ojos en blanco. ¡Asco! ¿Por qué no buscaba un motel?
—¿Sabías que envió mis cosas a casa de Elías durante la ceremonia?
Negó con la cabeza.
—Me lo dijo cuando regresamos, después de que todo terminara. Por cierto, estaba furioso porque se marcharon a mitad de la fiesta, sin siquiera partir el pastel —me contó, mientras dejaba una taza de café sobre el mesón junto a la rebanada de pastel, antes de alzar la mirada y fijarla en un punto tras mi espalda. —. ¿Por qué no te acercas, muchacho? ¿Quieres un café y pastel de limón?
—E-Estoy bien, señora Stain, descuide. —respondió Hugo con presura.
Regresaba de estacionar el auto.
—No seas tímido, Hugo, ven y prueba el pastel de limón, seguro te encantará tanto como a mí. —lo animé.
Él asintió con la cabeza frenéticamente, demostrando que en realidad sí deseaba degustar un poco de pastel, y se apresuró hacia el taburete junto al mío, regalándonos una radiante sonrisa. Le devolví el gesto, aunque no pasó de ser más que una mueca, y luego me puse de pie, suspirando, antes de dirigirme gradas arribas, hacia la que alguna vez fue mi habitación.
En el momento en que ingresé en aquel espacio, me sentí realmente fuera de lugar, ni siquiera pude reconocerlo. La ausencia de mis cosas lo volvía un simple cuarto de invitados más, habiendo en su interior apenas una cama junto a un buró. Tragué saliva mientras recorría el espacio a pasos lentos, olía a pintura fresca y aromatizantes frutales, llegué hasta mi antiguo guardarropas, e igual estaba vacío.
No quedaba nada de mí, ni siquiera las manchas que había hecho en la pared cuando niña.
—No tienes ni idea de la nostalgia que me dio entrar aquí luego de tu boda, mi amor —oí la voz de la abuela a mis espaldas. —. Fue un duro golpe de realidad saber que mi niña había dejado el nido.
—Para mí representó lo mismo —inhalé profundo, antes de volverme para verla avanzar hasta la cama, sentándose en el borde. —. Parece que papá tenía prisa por deshacerse de mí.
—No estoy muy segura —me observó con dulzura. —. Durante esta semana, no hubo día en que no se parara frente a esa puerta, viendo hacia el interior de la habitación, y la expresión de su rostro era de tristeza.
—¡Patrañas! —rodé los ojos, mientras me acercaba a la cama para sentarme a su lado. —. Él hizo todo esto.
—Y jamás imaginó que le afectaría tanto —observó en derredor. —. Eres su única hija, Rebeca, y te ama, aunque no lo demuestre.
—Mi padre sería capaz de venderme al más perverso de los hombres, incluso si fuese un enemigo declarado que me odiara a muerte, si eso le resulta beneficioso para sus empresas, abuela.
—Sabes que no es cierto —ladeó la cabeza, —. Tu padre te ama.
—Más palabras vacías —refunfuñé, antes de ponerme de pie. —. Por favor, no quiero seguir escuchando sobre cuánto las personas me aman —aquel comentario simplemente brotó de mis labios en un tono cáustico. —. Estoy harta de escuchar sobre el amor, esa mierda está sobrevalorada.
—¡Niña! —exclamó, horrorizada, frunciendo ceño. —. ¿Cómo puedes decir eso? No, claro que no, querida... yo te amo más que a nada en este mundo, hasta podría decir que más que a mi propio hijo —se puso de pie para acercarse a mí, ahuecándome el rostro entre sus manos. —. ¿Acaso dudas de mi amor?
—No dudo de ti, abuela, eres la única en quien confío. —posé mis manos sobre la suya y besé su palma.
—¿Entonces a qué te refieres? —fijó sus ojos marrones en mí, inspeccionando mi rostro, como si quisiera entrar en mi mente. —. ¿Elías? ¿Ha pasado algo malo entre ustedes querida?
En ese preciso instante, los recuerdos de lo ocurrido la noche anterior, y aquella mañana golpearon mi mente, agobiándome a tan extremo, que tuve que presionar los labios al sentirlos temblar. Odiaba lo fácil que me era volverme una patética y sentimental niña cada vez que estaba con ella, desesperada por encontrar algo de consuelo en sus brazos.
—Mi amor, dijiste que tu padre era capaz de venderte a alguien perverso... —me observó desconcertada. —. ¿Elías te ha hecho algo?
Exhalé para deshacer el nudo en mi garganta, alzando la mirada hacia el techo en un intento por tragarme las lágrimas, mientras negaba con la cabeza.
—No, abuela, Elías un pan de Dios. —dije con un hilo de voz, sintiendo como las lágrimas que intentaba contener se desbordaban de mis ojos, deslizándose en mis mejillas, calientes, hasta chocar en sus manos que aún sostenía mi rostro.
—P-Pero, ¿entonces cuál es el problema? —preguntó, limpiándome con sus pulgares.
Sorbí mi nariz, e intenté verla a los ojos.
—Anoche y-yo... yo lo traté muy mal, fui cruel y rompí su corazón.
Ella me observó, y en su mirada pude notar lo perdida que estaba. No entendía nada, ¿y cómo hacerlo? No tenía contexto. Hice un gran esfuerzo para menguar las ganas de llorar, pero no pude contener las lágrimas mientras le narraba lo ocurrido, y el cómo me sentía al respecto, como si siempre, ella me escuchó atentamente.
—No quería reaccionar de esa manera, pero cada vez que él lo dice yo...
—¿Piensas en Thomas? —inquirió.
—Él decía que me amaba, lo decía a cada instante, luego simplemente me abandonó —posé la mirada en mi ventana, recordando con aflicción la cantidad de veces que aquel osado pelirrojo escaló hasta mi habitación, solo para estar conmigo. —. ¿Quién te dice que te ama con todo su ser, que eres su universo entero, y luego te abandona?
—Amor, Thomas era un niño, y tú también.
Presioné los labios y negué con la cabeza, antes de bajar la mirada. No, no éramos niños ilusionado, era real, el amor más real y puro que alguna vez pude percibir de alguien que no fuese ella. Tenía muchos planes, una vida entera por delante... no podía insinuar que todo aquello había sido una ilusión pasajera, mientras duró fue real, lo más real que tuve, y por eso me destrozó por completo.
Y si hablábamos de edad, ¿qué excusa tenían mis progenitores? Aunque se trataba de un amor distinto, ambos decían amarme más que a nada en el mundo, y tampoco dudaron en abandonarme a la primera oportunidad.
—Son etapas distintas de la vida, Elías es un adulto, y tú también... ¿por qué negarte tal felicidad?
—¿Crees que yo lo deseo, abuela? ¿Qué soy así porque quiero? —mi voz se quebró. —. Maldición, adoro a Odell, él es tan tierno, atento y jodidamente caliente, el hombre perfecto. Y el pobre me ama tanto —agaché la cabeza, sollozando. —. Pero yo no puedo corresponder a esos sentimientos, le entregué tanto de mí a Thomas que quedé vacía. ¿Crees que no desee poder corresponderle? Ese hombre ha puesto el mundo a mis pies, como nadie más lo ha hecho.
—¿No lo amas? —preguntó y fruncí el ceño, mientras la veía con desconcierto.
¿Acaso no había escuchado lo que acababa de decirle?
—¿Entonces por qué lloras por él?
—¡Porque lo quiero! —respondí sin dudar. —. Lo quiero tanto como te querría a ti, a Darcy y a Rita, lo quiero como a un mejor amigo; él me hace feliz, me siento cómoda a su lado y, por todos los cielos, me encanta como coje...
—Cariño —ella tomó mi mano para llamar mi atención. —. No cojes con un mejor amigo.
Una sonora carcajada brotó en medio de tanta tristeza, y es que me pareció gracioso, y extraño, escuchar a mi abuela decir aquello.
—Si con uno al que tienes ganas —sorbí mi nariz, mientras limpiaba mi rostro con la otra mano. —. Lo quiero, aprecio y respeto, ¿acaso eso podría ser suficiente para hacer prosperar lo que tenemos?
Ella volteó hacia el horizonte, meditando unos segundos, antes de volver a posar la mirada en mí.
—Creo que eso es algo que le debes preguntar a él, amor, si está dispuesto a tolerar lo que conlleva amar a alguien que ya tuvo un amor tan intenso, que cree que la consumió. —guio la mano hacia mi rostro, acariciando mi mejilla.
«"¿Creer?" No, Saber»
No había nada que no hubiese hecho por aquel chico, lo amaba con pasión y locura, estaba dispuesta a todo por él, incluso huir del país si me lo pedía, casarme joven, darle la cantidad de hijos que quisiera, niños a quienes habría amado con el alma por el simple hecho de tener su ADN, así de intenso era. Lo habría hecho sin titubear, más, sin embargo, de haberme preguntando en aquel momento si me marcharía con Elías fuera del país sin mirar atrás, o si estaría dispuesta a tener un hijo, rápidamente habría respondido que no, mi gato me era suficiente
Aquella chica que actuaba bajo los impulsos del amor había desaparecido. ¿Acaso Odell iba a ser capaz de entender y aceptar eso? ¿Tan fuerte era su amor?
—Solo sé sincera, y dile cómo te sientes, sin ponerte a la defensiva. Olvídate de tu padre, olvida a Thomas, solo sean tú y él... pero, cariño, no puedes esperar tenerlo todo sin entregar nada a cambio, eso es una relación.
¿Y qué podía ofrecerle? No lo sabía, pero haría el intento, a pesar de todo, quería a Elías Odell en mi vida.
Para cuando bajé a la primera planta junto a mi abuela, Hugo ya se había quedado dormido en el sofá, viendo televisión como al parecer ella le ordenó. Sonreí con gracia, y me acerqué para despertarlo, informándole que nos marcharíamos.
Él se adelantó hacia el auto con Leo, y yo observé las gradas por minutos, pensando en que papá ni siquiera se había dignado en salir de su habitación, sintiéndome realmente ofendida por el hecho de que se atrevía a llevar mujeres a la casa donde estaba mi abuela, pero no pude hacer más que tragarme mi enojo, y despedirle del ser que más amaba sobre la faz de la tierra, dándole un tierno beso en la mejilla y prometiéndole volver lo más pronto posible.
Para cuando llegamos a la casa de Elías, los empleados ya habían regresado y se encontraban realizando sus labores. Me avergoncé un poco al recordar todo lo que había pasado en aquella casa la semana pasada, cada esquina fue testigo de la más desatada lujuria, y ahí se encontraban ellos, limpiando nuestro desastre. Por suerte, todos fueron muy amables, y sumamente respetuosos conmigo, incluso Erlinda, quien se acercó a preguntarme si había algo que quisiera cambiar en "mi nuevo hogar".
—El señor Odell me pidió decirle que no volverá a casa esta noche. —me informó, mientras subíamos las agradas, Leo iba en mis brazos y nos dirigíamos a su habitación.
—¿Te ha dicho por qué? —inquirí, un tanto incómoda de que ella tuviese que pasarme la información, en lugar de que lo hiciera él mismo.
—Trabajo. —se limitó a decir, abriendo la puerta.
«El trabajo de Evitarme, quizás»
—Gracias. —suspiré, antes de sentarme sobre la alfombra nueva de terciopelo y liberar a Leo para que pudiese conocer su habitación.
—¿Qué quiere que preparemos para la cena?
—Nada para mí —respondí segura. —. No tengo hambre.
Ella asintió con la cabeza y se marchó, dejándonos solos. Miré a Leo, quien no tardó en adaptarse a aquel lugar, comenzando a jugar con todo lo que encontraba a su paso, hasta escalar las estructuras de madera unidas a la pared. Me pareció tan adorable, que no pude evitar tomar mi celular y comenzar a grabarlo para mostrarse a mi abuela y a... a Elías.
Tragué saliva, sintiendo como la emoción disminuía mientras buscaba su contacto para enviarle un mensaje de texto, esperando que al menos quisiera responderme.
Para Odell: ¿No vendrás a casa?
De Odell: Trabajo.
Eso fue todo, más cortante que una espada de doble filo. Maura tenía razón, mi matrimonio pendía de un hilo luego de apenas una semana.
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