Capítulo 46
Abrí los ojos lentamente, sintiendo los párpados pesados mientras los entornaba, intentando enfocar la mirada, y al no reconocer el lugar en donde me encontraba me incorporé de súbito. Aquel espacio estaba en penumbras, pero a través de las gruesas cortinas podía ver un rayo de luz que me indicaba que ya había amanecido y sabría Dios qué horas eran.
Sobresaltada, bajé de aquella cama; mi pie tropezó con algo que había en los bordes, pero no le di importancia y a pasos torpes comencé a andar en busca de mi ropa, sintiendo una profunda desesperación al pensar en lo angustiada que estaría la abuela luego de darse cuenta de que no había regresado a casa la noche anterior.
Me detuve unos segundos para intentar calmarme hasta que mi vista se adaptó a la iluminación, y luego observé en derredor, buscando mi ropa, hasta que divisé el vestido blanco que reposaba sobre un sofá pequeño publicado en una esquina cercana al enorme espejo de cuerpo completo, con mis zapatos ubicado a sus pies. Jadeé liberando el aire que había contenido mientras seguía inspeccionando el lugar, notando los pétalos de rosas en el suelo y las velas, había sido una de ellas el objeto con que había tropezado anteriormente, y entonces lo recordé todo; la boda, la fiesta y...Joder, Elías Odell.
Mi mente se despejó por completo, y me relajé un poco, soltando un suspiro. Por algún motivo mi mente me había llevado a pensar que quizás estaba en algún motel luego de haber pasado la noche con un extraño, cosa que nunca hice ya que apenas terminaba de coger tomaba mis cosas y me marchaba como había planeado hacerlo antes de caer en cuenta de donde me encontraba en realidad. No pasé la noche con ningún extraño, todo lo contrario, lo había hecho con el hombre con quien había contraído nupcias.
"Mi esposo"
Los recuerdos de la noche y madrugada anterior volvieron a mi cabeza dibujando una sonrisa en mis labios; él había sido tan...tan.... Carajo, no sabía cómo describirlo. Fue majestuoso, imponente, calculador en cada uno de sus movimientos y jodidamente caliente. Lo hicimos un par de veces más después de la primera vez, y perdí la cuenta de cuantos orgasmos tuve durante la noche, aún sentía placenteros escalofríos recorrer mi cuerpo y concentrarse en aquel punto bajo mi vientre de solo pensarlo.
Todo fue tan intenso y voraz que terminé agotada, cayendo rendida.
Bajé la mirada hacia mi cuerpo al recordar cómo había terminado aquella noche, tan impregnada y llena de él que lo sentía derramarse entre mis muslos, y en ese momento me di cuenta de que, contrario a cuando me quedé dormida, me encontraba limpia, llevando un fino vestido pijama de satín color negro, de una tela tan suave que apenas era perceptible sobre mi piel.
«¿Él me duchó mientras dormía?»
Sí, estaba totalmente limpia, al igual que las sábanas en la cama.
Imaginaba cómo habría sido el instante en que aquel hombre lo había hecho. No me sorprendía no haberme dado cuenta de nada, ya que estaba totalmente rendida como para sentir sus suaves manos, y a eso agregarle lo delicado y cuidadoso que era Elías cuando de mí se trataba; actuaba como si fuese una frágil copa de cristal.
Excepto en la cama, era igual de candente, feroz y lujurioso que yo. «¿Quién lo habría pensado?»
Mordí mi labio inferior y volví la vista hacia la habitación, sintiendo al verla que había sido realmente divertido, y una experiencia maravillosa, pero no podía dejar de pensar en que era tiempo de volver a casa, seguramente Leo me estaría extrañando mucho, aparte de que no tenía mi ropa en aquel lugar.
Debía buscar a Elías y salir de ahí, por lo que no dudé en apresurarme hacia el sofá, pensando en si lo mejor era ponerme aquel vestido para salir o llegar a casa utilizando un fino pijama sin nada abajo. Torcí los labios, y suspiré exasperada, en definitiva, no iba a ponerme el vestido de nuevo, me iría en pijama, total, no era como que en casa no me hubiesen visto así antes. Tomé mis zapatos, decidiendo que me los pondrían en la plata de abajo, ya que las piernas aún me temblaban luego de una noche tan intensa y no quería tropezar en las gradas con mis zapatos altos.
Me giré con la intención de retirarme, pero en ese momento la puerta del baño se abrió y no fui capaz de frenar a tiempo cuando de la nada Elías cruzó el umbral y choqué de lleno contra su firme pecho desnudo, humedeciéndose mi rostro por las gotas de agua que se deslizaban por su cuerpo.
—Chére... —le oí decir, antes de sentir como me abrazaba para que no cayera al perder el equilibrio. —. Buenos días.
—B-Buenos días. —respondí, mientras me apartaba para verlo, tragando saliva al contemplar su cuerpo húmedo, apenas cubierto por una toalla blanca anudada en su cintura.
«Bendita sea la madre que trajo al mundo a tan magnifico espécimen»
—¿Has descansado? —su pregunta me hizo alzar el rostro para ver sus ojos, tenía una expresión muy diferente a la que vi la noche anterior, su mirada era tierna y gentil, no lucía para nada como una bestia insaciable.
Joder, pensar en ello me hizo estremecer de una manera tan intensa que un jadeo brotó de mis labios, y él fue capaz de percibirlo.
—¿E-Estás bien, Chére? —preguntó con angustia, acortando el espacio entre nosotros. —. Te duele algo.
¿Podía ser más tierno?
Negué con frenesí. No había dolor, solo deseo, y más deseo de él. Aún no tenía suficiente, quería repetir aquella experiencia una y otra vez. Pero sería después, en aquel momento debía volver a casa.
—No, estoy bien, más que bien, te lo juro. —respondí, intentando alzar la mano hacia su rostro con la intención de acariciarle la mejilla, pero había olvidado que llevaba mis zapatos en cada una.
Él lo observó, con una ligera expresión de confusión, y desvío la mirada hacia mi rostro de manera interrogante. Presioné ligeramente los labios y me encogí de hombros.
—Elías, necesito ir a casa.
Su expresión se volvió un verdadero poema.
—Chére, esta es tu casa —me recordó, tomándome del rostro e inclinándose para darme un tierno beso en los labios, antes de juntar nuestras frentes, al punto en que las narices nos rozaban. —. Este es tu hogar, y se supone que estamos de luna de miel.
Inhalé profundo, disfrutando del aroma masculino que emanaba de él. Joder, era simplemente exquisito y embriagante.
—P-Pero, aún no tengo nada aquí. Necesito ropa y...
Él se apartó de una manera súbita, viéndome con una expresión de extrañez que me hizo dudar de si había dicho algo malo.
—¿Qué sucede? —inquirí.
—Pues... —él suspiró, antes de pasarme de lado y dirigirse hacia la puerta ubicada en el otro extremo de la habitación. —. Toda tu ropa y otros objetos personales están aquí.
Abrí los ojos de una manera tan amplia que parecía que se saldrían de sus orbes, una vez que Elías abrió su closet y pude divisar desde el exterior algunas de mis prendas. «Pero, ¿cómo?» Comencé a andar hacia el interior de aquel espacio y vaya que parecía una habitación más de lo grande que era, casi tan grande como la de Elías, que por poco ocupaba todo el tercer piso de la vivienda, de no ser porque había divido un espacio para el gimnasio que se encontraba contiguo.
No mentía, todas mis cosas estaban ahí junto a las suyas, mis zapatos, mis trajes, vestidos y otras prendas, así como mis bolsos. Un closet de pareja. El tocador era nuevo, pero el maquillaje que reposaba sobre él era el mío.
—¿Cuándo pasó esto?
—Erlinda me mencionó que todo esto llegó durante la ceremonia, creí que tú lo habías enviado, Chére. —comentó, mientras se adentraba también.
Cerré los ojos e inhalé profundo luego de soltar una maldición para mis adentros. No hacía falta preguntar quién había sido responsable de ello, todo apuntaba a que mi padre no podía esperar ni un día más para echarme de su casa.
—¿Chére...?
—Igual tengo que volver —dije, mientras lo pasaba de lado y me retiraba de aquel lugar. —. Leo está allá, y no puedo abandonarlo... tú me lo obsequiaste, no esperarás que lo deje atrás, ¿verdad?
Me puse a la defensiva.
—Chére, espera —llegó hasta mí y me sujetó del brazo, haciéndome girar para verlo de frente. —. Primero acompáñame, por favor.
Lo miré a los ojos y al notar su expresión comprendí lo mal que me estaba comportando con él, cuando en realidad solo me encontraba molesta con mi padre por el disgusto que me provocó no haber sido consultada sobre lo que haría a continuación. Quería convencerme de que lo había hecho porque se suponía que era lo que debía una vez casada, pero al menos debió dejar que yo me encargara, que el momento de mudar mis cosas hacía aquella casa fuera mi decisión; al menos eso debió concederme.
Me esforcé por controlar mi temperamento, y lo seguí gradas abajo como me lo pidió, hasta que de pronto se detuvo frente a una de las habitaciones que componía el segundo piso. Me impacté una vez que abrió la puerta y me di cuenta de que había creado un espacio exclusivo para el gato; el suelo estaba forrado con una suave alfombra de terciopelo, con una cama para gato siendo la versión diminuta de una normal, contaba con sus platos para comida y agua, así como el arenero. En las paredes había un sinfín de estructuras de maderas para que pudiera subir y jugar en ellas, al igual que un Árbol para gatos con juetes de felinos.
¿De verdad había hecho una habitación solo para Leopoldo?
—Jamás le pediría abandonarlo, Chére, el gato está ahora bajo los cuidados de su abuela, pero una vez que terminemos la luna de miel se reunirá con nosotros —comentó, acercándose a mí desde la espalda para abrazarme, presionándome contra su robusto cuerpo de una manera que me hizo gemir bajito. —. Voy en serio contigo, Ma Femme, en todos los sentidos —me murmuró al oído, casi ronroneando en él, antes de dejar un beso en mi cuello que me hizo estremecer. —. Quiero hacerte feliz.
«Joder, qué hombre»
Y no me refería solamente a lo tierno, gentil y atento que era, sino al poder que tenía sobre mi cuerpo, aún antes de que tuviéramos sexo, ese hombre tenía la capacidad de excitarme y sin quiera darse cuenta.
—G-Gracias —formulé entre sorprendida y conmovida. Tragué saliva y posé las manos sobre las suyas, las cuales envolvían mi cintura. —. Es un gesto muy lindo.
—Lo que sea por ti, Ma Femme. —besó mi mejilla, y cerré ligeramente los ojos al sentir sus labios fríos entrar en contado con la piel de mi mejilla, eso más el aromaba que emanaba de él y la frescura que se percibía de su cuerpo no hacía más que encender mi deseo a cada segundo que lo tenía cerca.
Jadeé, antes de girarme para verlo de frente y besarlo con desespero, con ansias, con ganas, cediendo ante el deseo que sentía hacia él, y el anhelo de volver a sentirlo tan profundo como la noche anterior. Llevaba tanto tiempo sin sentirme así, que quería llenarme de él hasta sentirme extasiada.
La prisa por volver a casa desapareció, y todo lo que quería era sumirme en aquel hombre.
—Uh, Chére —murmuró contra mis labios, una vez que posé las manos con firmeza en su cintura y lo empujé, animándolo a recostarse sobre aquel terciopelo, y así lo hizo, permitiéndome posarme sobre él sin apartarme de su boca. —. N-No creo que deberíamos estrenar este cuarto antes que él. —comentó con humor.
—No se enterará —reí, mientras guiaba las manos de manera desesperada hacia el nudo de su toalla para deshacerlo, al mismo tiempo en que volvía a adueñarme de su boca. —. Te aseguro que no hay lugar en esta casa donde no quierahacerlo. —declaré sin pudor.
Él alzó las cejas, sorprendido.
—Entonces no habrá lugar en esta casa donde no lo hagamos.
Cielos, ese hombre terminaría con mi estabilidad mental. Él era un pan del cielo, un ardiente y sexi pan que deseaba devorar por completo.
—Oh, te amo, Chére. —jadeó extasiado, repartiendo besos en mi rostro, y me esforcé por esbozar una sonrisa que no se viese falsa o tensa.
Me incorporé hasta quedar sentada, una vez que todo terminó y él se encontraba de rodillas frente a mí, sin apartar la mirada de adoración que poseía, hasta que de pronto observó en derredor y su expresión se volvió un divertido poema.
—¿Qué sucede? —pregunté, risueña, una vez que su mirada volvió a encontrarse con la mía.
—El gato me odiará...
Fruncí el ceño en confusión.
—¿Qué?
—No podré volver a entrar, pasar o pensar en esta habitación sin sentir cosas, definitivamente tendré que mudarlo y sustituir la alfombra.
—¡Elías, exageras! —reí a carcajadas y toda la tensión abandonó mi cuerpo.
—No, no lo hago —respondió, antes de apoyarse sobre sus manos y avanzar a gatas hasta mí, buscando mis labios para un beso que correspondí gustosa. —. Me odiará si se entera de todas las cosas profanas que le haré a su madre humana.
«Ca-ra-jo»
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