Capítulo 39
Elías Odell
Tiempo Atrás
—Por favor dime que vendrás para las fiestas, otra navidad solo con papá y me dará algo... juro que voy a desmayarme.
—No seas dramática, Maura —pedí, riendo por lo bajo. —. No hay mejor compañía que tu padre, y lo sabes.
Me recosté sobre el pasto húmedo por el rocío, contemplando el cielo de escasas estrellas y exhalé causando que el vaho que salía de mi boca se mezclara con la oscuridad de la noche.
—Papá pregunta sobre tu proyecto... ¿cómo va la plataforma digital que estás creando?, ¿sabes Elías? Él tiene mucha fe en ti.
Torcí una sonrisa.
—Dile que estoy avanzando, y recálcale lo mucho que le agradezco todo el apoyo que me ha brindado, sus consejos son de mucha ayuda — guie la cerveza en lata hacia mis labios para darle un sorbo. — . Por cierto, sí iré a pasar navidad con ustedes.
—¡¿De verdad?! —le oí chillar con emoción. —. ¡Papá se pondrá contento! Ya está planeando lo que haremos para tu graduación, será un mes después de Navidad, ¿Verdad?
La sonrisa en mis labios comenzó a titubear.
—Así es, Ma Petite, así es —mordí mi labio inferior. —. Intenta descansar, es más de medianoche, deberías estar dormida. Te veré pronto.
—Te quiero, Elías.
—Y yo a ti, Petite.
Tomé una profunda bocanada de aire y me puse de pie, un tanto tambaleante. El clima comenzaba a tornarse cada vez más frío; observé la hora en la pantalla de mi teléfono y me di cuenta de que eran las dos de la madrugada, y más allá de la hora, también contemplé el fondo de pantalla, una alocada foto en donde Maura, su padre y yo hacíamos muecas a la cámara. Recordé ese día y reí para mis adentros, hasta que poco a poco fui siendo invadido por una profunda nostalgia que borró del todo mi sonrisa.
Tragué saliva y observé en derredor; me encontraba en los límites de la Universidad, donde colindaba con un barranco, y no había ni una sola alma andando por aquel lugar. Volví la mirada a la pantalla, mientras me encaminaba hacia el borde, y luego aventé el objeto al vacío, antes de alzar la mirada al cielo. Mis ojos se llenaron de lágrimas que rápidamente se fueron desbordando, lágrimas calientes que hacían contraste con el frío en mis mejillas. Jadeé, en un intento por aliviar la opresión que sentía en el pecho, era un dolor tan intenso que me hacía sentir asfixiado, y me impedía pensar. Dolía, realmente lo hacía y todo lo que quería era acabar con el de una vez por todas.
Tenía decidido lo que haría, desde el momento en me alejé de todos y me dirigí hacia aquel despoblado lugar, donde raras veces asistían las personas, pese a que había en el un hermoso lago con un puente curvo.
—Perdóname, Petite, pero no llegaré a casa para Navidad...—murmuré al viento, antes de comenzar a andar hacia la orilla.
La vida no era tan mala, estaba a punto de graduarme de la Universidad y tenía en marcha un proyecto digital que, de terminarlo, podría hacerme ganar millones... sería millonario a mis veintitrés años. También estaban esas adorables personas que me había acogido como uno de ellos más, sin embargo, sentía ese horrible vacío en mi interior que me impedía ser pleno y feliz; el dolor de la pérdida de mi madre, y la conciencia de que mi padre había preferido morir a luchar por mí me acechaba a cada instante, haciendo que me cuestionara sobre si realmente era una persona que valía la pena, si mi mismo progenitor prefirió marcharse de mi lado.
Era un dolor insoportable, como nunca lo había experimentado antes de aquel fatídico día, se sentía como si me atravesaran el pecho con una espada; las noches de insomnio, los dolores de cabeza, el nudo en la garganta que me imposibilitaba gritar para liberarme de aquella opresión, y el resentimiento del cual era prisionero.
Solo quería que todo se detuviera, que el mundo dejara de girar por un minuto.
Las fiestas no eran suficientes, el alcohol no ayudaba y ya comenzaba a acostumbrarme a tener agujas con tintas perforando mi piel, al punto en que al tatuarme no obtenía el efecto deseado. El sexo era llano y sin sentido, y sentía que no tenía nada en la vida a qué aferrarme, ni siquiera a esa dulce niña que me veía como a un hermano mayor, al que amaba.
Llevaba un par de tragos encima, luego de haber asistido por obligación a la fiesta de bienvenida de la nueva generación de estudiantes, la cual también era una despedida para nosotros; apenas soporté estar un par de horas ahí, antes de marcharme hacia el lugar en el que me encontraba, listo para despedirme de todo y terminar con mis pesares.
Respiré hondo, y di otro paso, preparándome para saltar al vacío, cuando de pronto un ruido me hizo frenar en seco, al darme cuenta de que no me encontraba solo. Retrocedí dos pasos e intenté enfocarme, se trataba de voces y pasos, eran varias personas. Estaba dispuesto a ignorarlas y solo esperar a que se marcharan para continuar, cuando de pronto percibí el sonido de una voz femenina que declaraba encontrarse demasiado ebria, mientras otras masculinas le murmuraban cosas que no era capaz de entender.
«No es tu asunto, ignóralo».
Era demasiado tarde para escuchar mis propios pensamientos, cuando ya me encontraba retrocediendo para ir a ver qué estaba pasando, y abrí los ojos de par en par cuando divisé a cuatro personas en el puente curvo que travesaba el lago de la Universidad. Tres de ellos eran hombres, y tenían acorralada a una chica contra el borde; uno besaba su cuello; otro tocaba sus senos y el ultimo las piernas, mientras ella emitía leves quejidos y se tambaleaba debido al exceso de alcohol en su sistema, pidiéndoles parar.
Sentí repulsión y una creciente ira contra aquellos bastardos, y por primera vez me sentí como un hermano mayor al imaginar a Maura en una situación similar, con idiotas intentando sobrepasarse con ella. Eso me encendió de furia, y antes de que me diera cuenta, me encontraba yendo en su dirección.
—¡Hé! —mi acento francés salió a relucir. —. ¡Putains d'idiots! ¡Suéltenla, ahora! —gruñí, mientras corría hacia el puente.
Me abalancé hacia ellos sin contemplaciones, empujándolos con mi cuerpo para tratar de alejarlos de ella, antes de sujetar a uno del hombro y hacerle girar en mi dirección, propinándole un puñetazo. Creí que quizás estaban igual de ebrios que la chica, y que de esa forma me sería más fácil alejarlos, pero los imbéciles estaban sobrios, y entre los tres se coordinaron para someterme hasta dejarme en el suelo y comenzar a propinarme fuertes patadas.
Me encogí de manera fetal, cubriéndome con los antebrazos para evitar que me golpearan en el rostro, y pese a la situación en que me encontraba, seguía angustiado por la chica, temía que algo llegase a pasarle, por lo que me esforcé por verla a través de la barrera que formaba con mis brazos y los pies de los agresores, divisándola aún de pie en el mismo lugar, con largos risos cayendo rebeldes sobre su rostro mientras intentaba mantenerse de pie. Estaba asustada, podía percibirlo en su lenguaje corporal. En un impulso quiso retroceder, sin darse cuenta de que no había más camino, tropezó y cayó de lleno por el borde de aquel puente, soltado un estruendoso grito.
Al escucharla, ellos dejaron de golpearme, y se giraron para ver lo que ocurría. Llegué a pensar que acudirían a su rescate, pero en su lugar los muy cobardes se echaron a correr, dándose a la fuga, no sin que antes uno de ellos me propinara un puntapié en el rostro, luego de que apartara mis brazos.
—¡Merde! —gruñí con frustración, mientras me esforzaba por ponerme de pie y bajar corriendo del puente, sintiendo el líquido caliente bajar por mi nariz.
La observé a una distancia, dando manotadas en el agua antes de quedar inerte y sumergirse en lo profundo. El pánico me invadió y no dudé en saltar al lago, moviendo los brazos y piernas con todas mis fuerzas para llegar hasta ella lo más pronto posible; se me dificultaba tener una buena visión bajo el agua, pero pude localizarla sumergida con las extremidades extendidas. Nadé hasta estar a su altura, la sujeté de la cintura y luego me impulsé para salir a la superficie.
No fue difícil sacarla del agua, ya que estaba inerte, pero eso también significaba que había tragado mucha agua, y que posiblemente se encontraba en paro. Llegué a la orilla y la recosté sobre el suelo, bajo una farola, inclinándome para posar las manos en su pecho y comenzar a practicarle la RCP, tal y como había aprendido en el curso de primeros auxilios que tomé al inicio de mi carrera.
El miedo iba en aumento a medida que pasaban los segundos y no obtenía respuesta, mis manos temblaban sobre su pecho, y escalofríos recorrían mi cuerpo cada vez que mis labios se posicionaban sobre los suyos para proveerle oxígeno. Y sin darme cuenta me encontraba hablándole, suplicándole de por favor que reaccionara, porque no sabría lo que haría si no despertaba.
Continué con el procedimiento de reanimación, siendo consistente en cada uno de los pasos, hasta que luego de un par de compresiones me incliné para darle respiración boca a boca y recibí en la mía toda el agua que ella escupió.
«Zut... mais merci».
—Tranquila, Mademoiselle —dije, mientras la ayudaba a ponerse de costado para que escupiera toda el agua que había tragado. —. Respire tranquila, deje que el aire llegue a sus pulmones.
Suspiré de alivio e intenté regular mi acelerado pulso, en tanto acariciaba su espalda, dándole suaves golpes, mientras esperaba a que se estabilizara un poco.
—¿D-Donde estoy? —preguntó después de unos minutos, casi sin voz, mientras se incorporaba hasta quedar sentada y veía a su alrededor, consternada.
—En los límites de la universidad. —respondí sentándome igual, antes de inclinarme hacia ella y posar una mano en su hombro para ganar su atención. —. ¿Se siente bien, debería llamar a una ambulancia?
¿Cómo ofrecía aquello luego de aventar mi celular al vacío?
Negó con la cabeza, antes de alzar el rostro para verme, y en el momento en el que lo contemplé, inconsciente emití un leve suspiro. En el estrés del momento no me había detenido a verla, y vaya que era una joven muy hermosa, de largos rizos negros y una exquisita y tersa piel de ébano... la morena más hermosa que mis ojos hubiesen apreciado alguna vez.
—T-Tengo que irme —dijo, intentando ponerse de pie, pero sus piernas flaquearon y cayó sobre mí, quedando ambos recostados sobre el pasto. —. Ay, lo siento, lo siento.
—Tranquila —sonreí embelesado, mientras guiaba la mano hacia su rostro para acomodar tras su oreja alguno de sus rebeldes rizos húmedos. —. Tiene que relajarse antes de intentar andar, por poco y se ahoga... tendré que llevarla a un hospital.
—¡No! —respondió, alterada. —. No puedo ir a un hospital o clínica en este estado. Por favor, prométeme que no llamarás a una ambulancia.
La observé con extrañez, debido a la angustia que reflejaba su rostro ante la idea de ir a un hospital.
—Eh...
—Promételo —pidió, antes de incorporarse hasta quedar sentada a horcajadas sobre mi abdomen, dejándome en una posición demasiado comprometedora. —. Por favor, apenas cumplí los dieciocho, si termino en un hospital obligatoriamente tendrán que llamar a mi papá, y no quiero que eso pase, de por sí parece odiar todo lo que hago... por favor. —suplicó.
Tragué saliva y asentí con frenesí, mientras mantenía las manos alzadas a la altura de mis hombros, evitando tocarla y ser irrespetuoso con ella. Aunque al final todo aquel esfuerzo fue en vano, ya que al saber que había accedido a su petición ella se dejó caer sobre mí para abrazarme, hundiendo su rostro en mi cuello.
Jadeé.
—Madeimoselle, creo que debería...
—Estás muy calientito aquí. —dijo contra mi cuello, y su aliento, también cálido, me hizo estremecer.
—D-Deberíamos volver a la universidad, para que pueda cambiarse...
—No recuerdo cual es mi habitación —declaró, su voz aún se escuchaba un tanto adormilada. —. Tampoco traigo llave, y si me encuentran los guardias en este estado me reportarán y llamarán a mi padre.
Vaya, su padre debía ser un ogro para provocar ese efecto en ella... aparentemente le tenía pavor.
—No podemos quedarnos aquí, se resfriará...
—Qué gracioso hablas —comenzó a reír, mientras lentamente se iba deslizado hasta quedar a mi costado, apoyando la cabeza en mi pecho y subiendo su pierna sobre la mía. —. ¿Eres italiano?
Cielos, era demasiado confianzuda. ¿Acaso no tenía instinto de supervivencia? Estaba ahí, sin cautela alguna con un hombre de quien no sabía nada, ebria y posiblemente drogada.
—Francés, pero ahora domino más el español.
—¿Cómo es la relación con tus padres, joven francés? —me preguntó de golpe.
Miré el cielo por cuestión de segundos, y mordí mi mejilla interna, pensando en si debía responderle o no.
—Mis padres fallecieron.
—¡Oh! —ella se incorporó, apoyándose en su codo para verme a la cara. —. Lo siento mucho —posó la mano en mi pecho y torció los labios. —. Quisiera que mis padres estuviesen muertos.
«¡¿Qué carajo?!».
La observé con desconcierto.
—No lo malinterpretes —soltó una carcajada, pero fui capaz de notar como una oleada de tristeza cursaba su rostro. Era algo que me había vuelto capaz de reconocer con el pasar de los años. —. Lo que pasa es que al menos puedes decir que no te abandonaron por voluntad propia. Tienes una buena excusa.
—¿Qué? —pregunté, mientras me incorporaba hasta quedar sentado, y ella hizo lo mismo.
—Mi madre me abandonó cuando cumplí siete —me contó. —. Y la verdad, ni siquiera me hubiese importado, de no ser porque se llevó consigo al hombre amoroso y atento que alguna vez fue mi padre, dejándome a un monstruo sombrío lleno de resentimiento. ¿Sabes qué es peor que lo golpes? —me miró a los ojos. —. Que te repitan constantemente lo mucho que una persona está decepcionada de ti, eso duele —noté como su voz se opacó, al mismo tiempo en que sus hermosas esferas marrones perdían su brillo. —. Ahora parece que no hay nada que pueda hacer para recuperar su confianza, los perdí a ambos y hay ocasiones en que me siento tan frustrada, que desearía que hubiesen muerto, porque de esa forma quizás no tendría este dolor latente en mi pecho, porque creería que la muerte sería lo que les impide estar conmigo y amarme, no su indiferencia hacia alguien a quien ellos decidieron traer a este mundo sin su consentimiento.
La observé apesarado, una vez que no pudo contenerse y rompió en llanto.
—No pedí venir a este mundo... soy su hija, ¿por qué no me quieren? Se supone que los padres deben amar a sus hijos y los míos me dieron la espalda.
—Lo siento mucho, Madeimoselle. —dije, mientras me atrevía a rodearla con mis brazos para atraerla hacia mi pecho y así fundirla en un fuerte abrazo.
Sentí lastima por ella, era notable lo mucho que la situación con sus padres la había herido. Según entendí, desde que la madre se marchó, su padre nunca volvió a ser el mismo, cambió para mal. Nunca me detuve a pensar en eso, respecto a mi padre, estaba tan deprimido por la muerte de mi madre que dejó de comer y de atenderse, hasta que enfermó de gravedad y murió. ¿Qué hubiese pasado si en lugar de eso se hubiese convertido en el monstruo que aquella joven describía? ¿Si su dolor y resentimiento con la vida lo hubiesen hecho desquitarse conmigo? Seguramente eso me habría lastimado el doble.
Era consciente de lo mucho que el dolor podía cegar a una persona, hasta el punto de llevarla a agredir física o verbalmente a alguien que amara. ¿Quizás mi padre quería salvarme de eso?
—Pero, sabes qué —ella sorbió su nariz, mientras restregaba su rostro sobre mi camisa húmeda. —. No importa, n-no importa porque no estoy dispuesta a dejarme caer, tengo mucho que demostrar, debo hacerle ver a mi padre que no necesita buscar a alguien que maneje sus empresas, ¡yo soy perfectamente capaz! —alzó el rostro y me miró a los ojos, los suyos poseían un brillo difícil de describir. —. Solo necesito una oportunidad y le demostraré de lo que soy capaz; sé que lo lograré, mi abuela estará ahí conmigo sintiéndose orgullosa... ¿y tú? —ahuecó mi rostro entre sus finas y suaves manos, presionando mis mejillas. —. Tú también debes estar ahí, viéndome brillar. —torció una sonrisa titubeante, antes de desfallecer sobre mi pecho, seguro debido a lo agotada que se sentía.
Sabía que estaba ebria, quizás hasta drogada por aquellos idiotas, más sin embargo no pude evitar tomar en serio sus palabras y contagiarme de su deseo de salir adelante. No la conocía, era joven, por lo que supuse que se trataba de una de las chicas de primer ingreso, tenía una belleza exquisita, y sus ojos reflejaban viveza, picardía, pero también mucha vulnerabilidad. Ella tenía grandes aspiraciones en su vida, y por algún motivo sentí un fuerte deseo de estar ahí para ver las cosas que podría lograr.
—¡¿Rebeca?!
Comenzaron a escucharse un par de voces llamando a aquel nombre con insistencia, y giré la cabeza para ver en derredor, hasta que divisé a dos chicas, igual de jóvenes que ella, cruzando el puente para correr en nuestra dirección.
—¡¡Rebeca!!
Cuando se acercaron pude verlas con más claridad, una era de tez pálida con el cabello cobrizo y la otra bronceada, cuyas hebras castañas caían onduladas por sus hombros. Cuando estuvieron frente a nosotros, la primera se lanzó de rodillas para examinar a su amiga y al percatarse de que aún respiraba y que solo estaba ebria, la tomó del brazo para ayudarla a levantarse, mientras la otra me miraba con ojos de furia.
—¿Qué le hiciste? —preguntó con un acento tejano. —. ¡Juro que si la tocaste sin su consentimiento te cortaré las bolas!
La observé horrorizado y alcé las manos en señal de paz, negando frenéticamente con la cabeza.
—Rita, déjalo y ayúdame —pidió la otra, sintiendo que su amiga se resbalaba de sus manos, ya que ella tampoco podía mantener el equilibrio por el alcohol en su sistema. —. Rebeca, nena, tienes que despertar ahora.
«Rebeca»
Qué hermoso nombre.
—¿Por qué está mojada? —me preguntó la otra, parecía tener un ferviente deseo de darme una paliza.
—E-Ella cayó al río, luego de que tres chicos intentaran sobrepasarse... les juro, Mesdemoiselles, que no hice más que sacarla de ahí. No la toqué, ni hice nada indebido.
—Oye, yo te creo —dijo la del cabello cobrizo. —. Rita, ¿no viste que Rebeca solo dormía en su torso con la ropa puesta? Además, si hubiese abusado de ella seguramente ya habría huido de la escena, más sin embargo aquí estaba, cuidándola... —me extendió su mano y yo la estreché, un tanto nervioso. —. Por cierto, qué acento tan delicioso, es francés, ¿no es así? Carajo, me prende como no tienes idea... di algo.
—¡Darcy! —le reprochó su amiga, haciendo que Rebeca rodeara sus hombros con el brazo para apoyarse en ella. —. Mejor hay que irnos o se resfriará.
—Tienes razón. Hey, francés, muchas gracias por cuidar a nuestra amiga. Espero verte por aquí algún día. —me guiñó un ojo, y luego las tres se marcharon, mientras yo permanecía ahí de pie, viendo a la chica que iba casi inconsciente alejarse.
«Rebeca... me hubiese gustado conocer más de ti»
Suspiré profundo una vez que desaparecieron de mi campo de visión, observé en derredor encontrándome solo una vez más, y volví la mirada hacia el barranco antes de comenzar a andar en dirección a él. A medida que me acercaba sentía que mis pies se iban anclando en el suelo, era como si mi mente intentara darme alguna advertencia; y para intentar convencerme de desistir, no dejaba de mostrarme la imagen de la joven que apenas acababa de conocer.
Era tan hermosa, sensible y...cielos, muy atrevida.
Me detuve, rendido ante mis propios pensamientos y observé hacia el abismo, notando como de un segundo a otro el deseo de lanzarme y dejar atrás todo el dolor se había desvanecido. ¿Cómo fue que una completa desconocida ebria y quizás hasta drogada había logrado regresarme el deseo de vivir con solo una charla? No lo entendía, y lo más curioso, era que deseaba vivir para algún día volver a verla.
Retrocedí un paso, luego dos, y antes de que me diera cuenta me encontraba corriendo de regreso a las habitaciones en la universidad. Parecía un demente, la mirada extrañada de algunos de los que aún se encontraban afuera de sus habitaciones me lo hacía saber, pero no me importaba; me sentía eufórico, como si de pronto la vida cobrara sentido y tuviera un motivo para vivirla.
—Joven Odell...
Frené en seco, cuando llegué al pasillo de las habitaciones y me encontré al consejero universitario de pie frente a mi puerta, y por la expresión en su rostro, supuse que no me traía buenas noticias.
—¿Pasa algo, Monsieur? —pregunté con angustia.
Él presionó los labios y asintió con la cabeza.
—Su hermana menor ha intentado llamarle desde las dos de la madrugada, pero su teléfono estaba fuera de línea. Al parecer su padre tuvo un padecimiento que lo llevó al hospital, y los doctores dicen que es grave. Ella no sabe cuanto lo es con exactitud, pero le ruega que por favor llegue lo antes posible.
Mi cuerpo entero se estremeció. ¿Qué podría haberle pasado al señor West? Recién habíamos hablado y Maura me dijo que todo estaba bien en casa. Él era muy orgulloso, y no le gustaba interrumpir mis actividades por algún malestar; si había permitido que me llamaran, era porque realmente se sentía mal, o porque no estaba consciente para impedirlo.
Tragué saliva, mientras lo veía horrorizado, y fui invadido por un profundo sentimiento de culpa al saber que, de no ser por aquella joven en problemas, la enfermedad de su padre no sería el único sufrimiento por el que Maura habría tenido que pasar aquel día.
—Entonces tendré que ir a casa —le dije, viéndolo a la cara. —. Me iré hoy mismo.
En la angustia del momento y la prisa por volver a casa, olvidé por completo investigar algo más sobre la hermosa joven que había visto aquella madrugada, y tuve que marcharme solamente con su nombre, y el recuerdo de su intensa mirada grabado en mi memoria.
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