Capítulo 38
Una vez que Elías se marchó a buscar los tragos, salí de la zona VIP y me dirigí hacia el baño que se encontraba al final del pasillo. Sentía que mojarme un poco el rostro y humedecer mi cuello ayudaría a relajarme un poco. Me observé en el espejo, creyendo que encontraría en mi rostro una expresión cargada de frustración, pero fue todo lo contrario, me veía tranquila, serena y antes de que me diera cuenta una diminuta sonrisa se había formado en mis labios.
En definitiva, no espera que él produjera aquel efecto en mí. Pero no me sorprendía, después de todo había cumplido la primera fantasía sexual que tuve al conocerlo; sentir como sus dedos me llevaban al orgasmo, y joder, había sido maravilloso.
Fue un buen regalo, si pensaba en el hecho de que no esperaba nada de índole sexual de su parte. Y me sorprendió, debía reconocer, la agilidad que demostró. No era un novato, eso estaba más que claro, ese hombre sabía lo que hacía y conocía los puntos exactos para llevar a una mujer a un placer sin igual... hubo otras, claro estaba, y eso despertó mi curiosidad, ya que nunca lo había escuchado hablar de otra mujer en su vida, más que Maura y por la forma en que se comportaba con ella, era claro que la veía como a una hermana.
Me era difícil saber si alguna vez tuvo una relación con alguien, ya que no había ningún atisbo de esa persona, ni siquiera en sus tatuajes, más que los ojos que mi abuela creyó que eran los míos.
¿Y si eran de algún gran amor que tuvo?
La puerta del baño se abrió de pronto, sacándome de mi ensimismamiento. Al principio no le di importancia, ya que era un baño femenino público con varios cubículos, hasta que sentí un aroma a perfume masculino inundando el lugar. Fruncí el ceño en confusión y observé a través del espejo, encontrándome una figura masculina mis espaldas; no podía ver su rostro con claridad ya que llevaba una chamarra con gorro, que lo hacía ver sumamente misterioso.
—E-Este es el baño de mujeres. —fue lo primero que brotó de mis labios.
«Es claro que lo sabe, Rebeca, Maldición»
Tragué saliva y bajé la mirada hacia el grifo para abrirlo y comenzar a lavar mis manos, esperando que se tratase de alguien que se identificaba con el género femenino y que por dicho motivo no hubiese entrado al baño de hombres. Pero entonces, alcancé a escuchar el cerrojo de la puerta principal, luego sus pesados pasos acercándose, y la piel se me erizó cuando un escalofrío recorrió mi espina dorsal.
—Mira —intenté sonar tranquila, aunque comenzaba a sentir un creciente temor hacia aquella persona. —. No sé en qué estás pensando, pero no seré parte de su juego, mi pareja me espera afuera... y si no llego pronto, él vendrá. —dije, tratando de no mostrarme intimidada mientras me alejaba del lavado e intentaba llegar la puerta.
La prisa con que se abalanzó para sujetarme del brazo me hizo emitir un grito de horror. Y no me dio tiempo de forcejear cuando tiró de mí para volver hacia el lavado, dándome un leve empujón hacia el mesón de mármol.
—Mierda —gruñí con frustración. —. ¿Quién demonios te crees que eres? Habla de una maldita vez. —exigí.
—¿No me reconoces? —preguntó, dando un paso hacia mí de manera amenazante, antes de quitarse el gorro. —. ¿No reconoces al hombre a quien le jodiste la vida?
Fruncí el ceño en confusión, mientras posaba la mirada en su rostro, buscando alguna similitud con alguno en mi memoria... pero no, por más que lo intentaba no lograba reconocerlo y así se lo hice saber. Pero eso solo logró que su furia se encendiera.
—¡Yo te dije que no era buena idea coger dentro de la empresa de tu padre! —bramó histérico, y alcé las cejas con sorpresa, creyendo por fin saber de quién se trataba.
—¿Michael?
—Mitchel... ¡Mitchel, maldita sea! —gritó.
¡No podía ser... ¿era el patético llorón?!
¿Pero qué diablos le había pasado? Parecía haber envejecido unos treinta años, llevaba una barba desalineada y su ropa era un verdadero desastre. Tenía un aspecto muy deplorable.
—Oh, lamento no reconocerte es que... ¿qué pasó contigo?
—¿Que qué pasó conmigo? ¿Todavía te lo preguntas? —cuestionó incrédulo, como si fuese mi obligación saberlo. —. Le sugeriste a tu maldito padre que no me diera el empleo.
«Ay, carajo. Sí escuchó lo que dije ese día»
—Pero además de eso, el imbécil se enteró de que estaba cogiendo contigo en el baño y se puso furioso, se ensañó conmigo y se encargó de dañar mi reputación e impedir que consiguiera empleado en algún otro lado. Pasé de ser un prometedor agente de ventas inmobiliarias a un maldito conserje, por tu culpa —gruñó, señalándome con el dedo mientras me observaba con ojos de furia. —. Él defendiendo tu honor como si no supiera la clase de hija que tiene.
Abrí los ojos de par en par, consternada ante lo que acababa de escuchar. ¡¿Mi padre había hecho qué?! Pero, ¿en qué momento había pasado? Y lo más extraño, si lo había descubierto, ¿Por qué no me reclamó a mí en lugar de irse contra aquel pobre hombre?
—Me jodieron la vida, él y tú, y aquí estás, siendo la dueña de este exitoso club, comprometida con un hombre multimillonario y siendo la futura heredera de Stain BC Company, mientras yo me revuelco en mi propia mierda.
El tono en su voz, la expresión en su rostro y lo tenso que lucía hizo que comenzara a tomarme en serio la situación, poniendo mis sentidos alertas. Al final de todo, no conocía a aquel hombre, solo había cogido con él en dos ocasiones y ya no parecía seguir siendo el mismo que lloró en el baño suplicando que lo auxiliara... no, lucía sombrío y no sabía de lo que era capaz.
—Mitchel y-yo... yo no sabía lo que mi padre te hizo... lo siento.
—¿Lo sientes? —rio con ironía. —. Ese día te advertí que si ese hombre se enteraba acabaría conmigo y solo te burlaste de mi desesperación desde ese pedestal de privilegios en el que tu padre te mantiene encerrada. Eres igual de cruel, vil y despreciable que él.
Auch... me lo merecía.
—¿Y sabes qué es lo peor de todo? Que, a pesar de ello, la vida no deja de recompensarte, solo mira al hombre que lograste envolver en tus garras, un multimillonario al que tienes tan embobado que no duda en ponerse de rodillas ante ti.
«Espera, ¿qué?» Lo observé anonadada, y mi rostro reflejó la sorpresa que me invadió.
—¿Que? ¿Te preguntas el cómo lo sé? Soy uno de los conserjes de M-ODELL. Tuve que buscar ese lugar lejano para trabajar, dejando atrás los chimes y maltratos de la ciudad, y qué casualidad de la vida que hasta allá te volví encontrar, eres como una maldita plaga de la no puedo librarme —presionó la mano en puños, mientras acortaba el espacio entre nosotros y yo intenté retroceder, encogiéndome con miedo ante su semblante tan sombrío. —. Solo imagina el asco que sentí al ver como ese patético hombre te exaltaba frente a todos nosotros, poniéndote en un pedestal, sin saber la clase de mujer que eres.
—N-No pienso quedarme a escuchar más de tus delirios. —declaré, desesperada por salir de ahí, y en un acto de osadía posé las manos en su pecho y lo empujé, intentando pasarlo de lado para ir hacia la puerta. No di ni tres pasos cuando sentí su mano cerrarse bruscamente en mi brazo, antes de que me empujara de manera violenta contra la pared.
Solté un quejido de dolor, y sentí mi pulso acelerarse debido al miedo que me invadía en ese preciso momento.
—Me arruinaste la vida —gruñó, sujetándome del mentón, con los dedos índice y pulgar presionando mis mejillas al mismo tiempo en que acercaba su rostro al mío. —. ¿Crees que te dejaré ser feliz, viviendo una vida de ensueño? No.
—Suéltame —bramé con la adrenalina al cien, y le di una manotada para apartar su asquerosa mano de mi rostro. —. No te tengo miedo —eso claramente era una mentira, mis piernas temblorosas lo reflejaban. —. Será mejor que te alejes de mí o juro que llamaré a la policía, y mi padre junto a sus malditos chisme será el menor de tus problemas. Héctor Stain no es tan afamado entre el gremio, y a todos les daría igual si él llegase a difamarte. La razón por la que no pudiste desempeñarte en tu área es porque no eres bueno en tu trabajo, así como tampoco lo eres en el sexo, maldito precoz.
Pude ver en sus ojos que había tocado un punto muy sensible para él, y si soy honesta me arrepentí de haberlo hecho en el momento en que noté como la ira se encendía en aquellas esferas marrones. Mi primer instinto fue huir, quise correr hacia la puerta y escapar de él, pero estaba tan despistada que no fui capaz de prever y evitar que su gruesa mano se estrellara con brusquedad contra mi mejilla. El golpe fue tan fuerte que me hizo tambalear, y me rompió el labio inferior, provocando que el sabor a hierro inundara mi boca.
—¿Crees que puedes tratarme como la mierda en tu zapato? —preguntó, sacando un arma de su bolsillo, y el corazón de me detuvo por cuestión de segundos, así como mi sangre se heló. —. Ya no soy ese muchacho inepto que se dejó llevar por ti, Tiffany. —guio la mano hacia mi cabello y tiró de él para hacerme echar la cabeza hacia tras, antes de rozar mi mejilla con aquel metal frío.
El miedo me invadió en el momento en que lo vi a los ojos, y noté la rabia y el desprecio que reflejaban. Era impredecible lo que haría a continuación, y eso me horrorizaba.
—Pareces encantada con el señor Odell, te noto muy cómoda —me dijo, antes de apretar más mi cabello entre sus dedos, tirando de él y causándome dolor. —. ¿Te has enamorado? —preguntó, antes de empujarme de frente contra el lavado, provocando que mi abdomen golpeara en el borde del mesón. —. Será poético cogerte bajo el mismo techo donde él se encuentra y así recordarte quién eres en realidad y ¿revelación?... no eres la dama hermosa y delicada que él piensa, eres una puta.
La sangre se me heló y el corazón comenzó a golpear fuerte contra mi pecho mientras sentía el miedo calando hasta mis entrañas. Si bien siempre fui una libertina, nunca en mi vida me había visto en una situación donde alguien me forzara, y menos con un arma apuntándome en la cabeza. Era una experiencia horrible, y no quería vivirla.
—Esto no será lindo para ti. Haré que recuerdes que no eres más que una maldita zorra barata que se enrolla con cualquiera en los clubes —dijo con odio, inclinándose sobre mi espalda y apoyando su peso en mí. —. Recordarás quién eres en realidad... Tiffany.
—B-Basta —pedí, desesperada tirando de mis manos. —. Suéltame, me lastimas.
—Tu padre y tú pagarán caro el haberme arruinado la vida —soltó mi cabello para guiar su mano hacia el borde de mi vestido y alzarlo.
Eché la cabeza hacia atrás cuando se posicionó sobre mí, dándole en el rostro, quizás le había roto la nariz, no lo sabía, lo único que se me ocurrió después de eso fue intentar huir. Pero, en algo tenía razón, ya no era el mismo hombre torpe con quien me había enrollado hacía un año, a él lo movía la ira... una ira irracional que opacó el dolor de haber sido golpeado en su rostro y le permitió alcanzarme nuevamente.
«Perdóname, señor, si estando ebria te ofendí»
—No, por favor —pedí, cuando me amenazó con el arma. —. De verdad lo siento, lamento lo que te hice y te juro que no sabía que mi padre había arremetido en tu contra. Habría apelado por ti, lo juro.
—¡¡No me vengas con falsos juramentos!! —gritó histérico y en ese momento se escuchó un golpe estruendoso que nos hizo sobresaltar.
Mitchel me hizo girar al mismo tiempo en que rodeaba mi cuello con su brazo, y apuntaba el arma en mi espalda baja. Observé en dirección a el umbral y abrí los ojos con sorpresa al divisar a Elías, aun con el pie alzado luego de haber derrumbado la puerta de una patada.
Pero, en lugar de sentirme aliviada, el miedo solo fue en aumento. Me asustaba que algo llegase a pasarle otra vez, por mi culpa.
—Te rogaré, encarecidamente... —comenzó, mientras se adentraba en aquel espacio, reflejando mucho enojo. —. Que liberes a mi prometida.
—Elías, no —pedí, temerosa.—. Tiene un arma. —advertí, con un hilo de voz.
En ese momento, Mitchel alzó el arma y la apuntó en mi sien. Cerré los ojos con fuerza y antes de que me diera cuenta tenía lágrimas rodando por mis mejillas. Estaba aterrada, y aun así todo lo que quería era que Elías saliera de ahí, después de todo, el problema de Mitchel era conmigo, no con él.
—T-Tú trabajas en mi empresa, ¿verdad? —volví a escuchar la voz de Elías, y en esa ocasión había aplacado su tono, mientras extendía las manos hacia el frente, pidiéndole calma. —. En la sección B, limpieza... Me dijiste que tu nombre es... es Mitchel, en aquella ocasión tomaste el turno de la madrugada, fuiste a limpiar mi oficina y compartimos un café... ¿lo recuerdas?
—Sí, jefe, estaba tan agotado que me quedé dormido en su sofá, y en lugar de molestarse y despedirme me dejó descansar —respondió, tragando saliva. —. Lamento mucho este inconveniente, en todo este tiempo usted ha sido una persona muy cortés conmigo, y le tengo mucho respeto, pero no pienso detener lo que he empezado —presionó más el arma y yo contuve la respiración, apretando más los ojos. —. Me entristeció saber que se había comprometido con Rebeca Stain, porque usted es bueno, y ella no merece nada bueno, es el demonio vestido de mujer.
—Mitchel —la voz de Elías se tornó seria, podría decir que, hasta amenazante, y supe que solo se contenía para no atacar. —. Te pido, de por favor, que la liberes. Ya es suficiente.
Abrí los y miré a Elías, horrorizándome al notar que poco a poco comenzaba a acercarse, poniéndose en riesgo. Mi labio inferior comenzó a temblar mientras le suplicaba con la mirada que se detuviera, a lo que él murmuró un "Todo estará bien" que se me hizo difícil de creer. Mitchel parecía dispuesto cualquier cosa, sin importarle las consecuencias... Había creado un monstruo.
—Créame, señor Odell, que le estoy haciendo un favor. ¡No sabe quién es ella en realidad, o las cosas que ha hecho!
—Al contrario —respondió, parándose firme y manteniendo las manos en palmas hacia al frente en son de paz. —. Sé todo lo que debería de la mujer con quien planeo contraer matrimonio. Y le aseguro que no hay nada de ella, ni de su estilo de vida, que me haga desear no hacerla mi esposa.
«¿Qué ha dicho?» Mi pulso se aceleró, mientras lo veía, sintiéndome un tanto conmocionada por sus palabras. ¿Acaso insinuaba que sabía de los otros hombres y no le importaba? ¿Cuándo se había enterado? No lograba comprender nada.
—Está ciego de amor... ¿sabe quién es Tiffany?
—Sí —respondió, señalándome con la mano en palma. —. Sé que utilizaba el nombre de Tiffany en los clubes, sé de los otros hombres, y supongo entonces que tú eres uno de ellos. Créeme, Monsieur, que lo sé todo, desde hace años.
Abrí los ojos de una manera tan amplia, que parecía que se saldrían de mis orbes al mismo tiempo en que sentía un escalofrío recorrer mi cuerpo desde la cabeza hasta los pies. Sus palabras no tenían el más mínimo sentido, si apenas estaba cumpliendo un año de haberlo conocido... joder, ¿desde hace cuánto tiempo atrás me conocía él a mí?
—Entonces has perdido la maldita cabeza, jefe —dijo Mitchel, gruñendo con frustración. —. Esta cualquiera te ha lavado el cerebro. —apartó el arma de mi sien y le apuntó a Elías.
El pánico me invadió al percibirlo en peligro, y no supe de donde saqué el valor para empujar el arma hacia un lado, que al no tenerla bien aferrada cayó al suelo arrastrándose lejos de nosotros, y como si no fuese suficiente adrenalina mordí el brazo que mantenía alrededor de mi cuello, encajándole los dientes con mucha fuerza.
Él se sobresaltó y tiró de su brazo, empujándome con la mano libre, y una vez que solté su piel, me dio otra bofetada, esta vez tan fuerte que no puede mantenerme de pie.
—Putain d'idiot —exclamó Elías, furioso, antes de abalanzarse sobre él como si lo estuviese tacleando en un juego de Futbol americano, para luego comenzar a repartir fuertes puñetazos en su rostro.
Yo entré en estado de shock y me arrastré hacia la pared cercana sintiéndome cohibida, en tanto abrazaba las rodillas contra mi pecho. Mi cuerpo entero temblaba, y las lágrimas se desbordaban de mis ojos sin que pudiera detenerlas.
—E-Elías... basta —intenté hablar, pero al final no supe si salió de mis labios o solo lo pensé.
No estaba bien, él iba a molerlo a golpes, y aunque mi mente quería establecer que Mitchel se lo merecía, en el fondo sabía que gran parte de la culpa de que hubiese terminado así era mía, por haberlo tratado como un juguete aquel día... ¿qué diablos tenía en la cabeza? Andaba por la vida actuando como si nada tuviera consecuencias y ahí estaba el resultado.
—¡Elías, basta! —pedí con desesperación, antes de ponerme de rodillas e ir hacia él, sujetándolo del brazo. —. Por favor, basta... no te condenes.
—Chére —él se detuvo en seco, girándose para verme con una expresión de angustia. —. ¿Estás bien? —su dedo pulgar rozó mi labio, cercano a la herida, y luego extendió su mano por mi mejilla, acariciando la zona afectada por el golpe. —. Lo lamento tanto.
—No es tu culpa —sorbí mi nariz, viendo en dirección al hombre que yacía inconsciente en el suelo. —. Es mía, lo siento tanto, te puse en riesgo de nuevo. —rompí en llanto, sin poder contenerme.
Varias pisadas resonaron en aquel lugar, y en ese momento tres de los guardias de seguridad del club ingresaron al baño. Al parecer, una mujer estaba por entrar cuando vio la puerta derribada y escuchó voces; se asustó y corrió a llamarlos.
—¿Señorita Stain, se encuentra bien? —preguntó uno de ellos.
—Llamen a la policía y entréguenle a este tipo, el arma que traía se encuentra allá. Informen que iremos en la mañana a formalizar la denuncia en su contra. —indicó Elías, antes de ponerse de pie e inclinarse para tomarme en brazos, estilo nupcial. —. Te sacaré de aquí, Chére.
Rodeé sus hombros con mis brazos y hundí el rostro en su cuello, mientras me aferraba de él con fuerza, intentando controlar mi llanto, pero me era imposible, estaba echa un ovillo de nervios, pese a que sabía que ya todo había pasado.
Llegamos hasta la zona VIP, y luego de cerrar la puerta con seguro, él se encaminó conmigo hasta el sofá más grande, donde se sentó, dejándome en su regazo, para luego inclinarse hacia la mesa y tomar un hielo de la cubeta y guiarlo hacia mi mejilla. Me quejé de dolor, e inhalé profundo, intentando calmar el llanto hasta que se redujo a leves sollozos.
—Q-Quiero ir a casa. —murmuré, mientras sustituía su mano por la mía, para sostener el trozo de hielo.
Tenía que hablar urgentemente con mi padre, maldito bastardo. ¿Cómo no me dijo lo que había hecho con Mitchel? O ¿Por qué siguiera no me reprendió para advertirme de que lo sabía? Gran parte de todo lo ocurrido aquella noche era su culpa, ¿Por qué intentar destruir la reputación de un hombre solo por acostarse conmigo?
—Te llevaré a la mía —respondió, poniéndose de pie conmigo en brazos. —. Pasarás la noche conmigo y mañana temprano te devolveré a tu familia. Chére, déjame consentirte y cuidarte lo que resta de tu cumpleaños.
Lo miré a los ojos, los suyos reflejaban mucha aflicción. Sabía que se sentía culpable, preguntándose si pudo haber hecho algo desde el inicio para evitarlo. Pero no podía hacer nada, lo ocurrido no le competía. A pesar de todo acepté ir a su casa, la verdad no estaba en condiciones para enfrentar a mi padre, y tampoco quería asustar a mi abuela al verme llegar con el labio roto y la mejilla inflamada, luego de que me advirtiera que tenía el presentimiento de que algo malo pasaría.
Elías condujo de regreso a su casa, durante todo el camino ambos permanecimos en completo silencio. Me quedé cohibida en el asiento del copiloto, mientras observaba la noche estrellada a través de la ventana, por fuera parecía indiferente a todo lo ocurrido, pero por dentro, mi mente era un torbellino de pensamientos y todos involucraban al hombre que se encontraba a mi lado, concentrado en la carretera. Las cosas que dijo durante el incidente con Mitchel, y la conversación con mi abuela sobre el tatuaje en su espalda... por alguna razón, no podía dejar de pensar en que todo estaba conectado.
Quise creer que tal vez sabía lo de Tiffany y los otros hombres porque me había investigado antes de comprometerse conmigo, pero no podía ser así de simple. ¡Nada tenía sentido! Había quedado en claro que no ganaba nada con nuestro compromiso... entonces, ¿por qué comprometerse con alguien como yo, sabiendo cómo era?
—¿Quieres darte una ducha, Chére? —me preguntó, una vez que nos adentramos en su enorme y lujosa habitación. Aquella sería la primera vez que pasaría la noche en su casa.
Acepté. La necesitaba, al igual que un cambio de ropa, ya que llevaba las bragas rotas. Permanecí varios minutos sentada en el suelo del aquel baño, sintiendo como el agua cálida caía sobre mi cuerpo, empapándome el cabello. El dolor en mi mejilla era más latente, y ni hablar de mi labio inferior. Las lágrimas se mezclaban con el agua, y pese al alta temperatura en ella, no podía dejar de temblar mientras repetía aquella escena una y otra vez en mi cabeza; el pavor de sentir un arma apuntándome en la sien sería algo que jamás olvidaría.
—Chére... ¿está todo bien? —preguntó Elías, desde el otro lado de la puerta.
—S-Sí, ahora salgo. —respondí, sorbiendo mi nariz.
Joder, me sentía tan patética.
Salí del cuarto de baño vistiendo una bata, justo en el momento en que Elías volvía con una bandeja llena de bocadillos y bebidas, entre ellas, un cake con una vela. La dejó sobre el buró y, tomando mi mano se sentó en el borde de la cama, invitando a acompañarlo mientras me observaba con ternura.
¿Cómo podía lucir tranquilo y seguirme viendo de aquella manera tan tierna, si era consciente de todo lo que había hecho?
—¿Cómo te sientes? —preguntó, acariciando mi mano con su pulgar.
—Elías —bajé la cabeza e inhalé profundo, intentando que mi voz no sonara temblorosa. —. ¿De verdad son mis ojos los que tienes tatuados en la espalda? —alcé la mirada para verlo a los ojos, notando como su expresión cambiaba, y tragaba saliva, nervioso. —. ¿Desde hace cuánto me conoces, Odell?
Necesitaba saber la verdad.
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