Capítulo 31
Apenas se abrieron las puertas del elevador e ingresamos, me vi acorralada nuevamente entre una pared de metal y el esbelto cuerpo de Elías. Alcé la mirada hacia su rostro, viéndolo a través de mis pestañas y dedicándole una sonrisa cómplice, a lo que él respondió inclinándose para cubrir mi boca con la suya, en un beso arrebatador, mientras sus manos se deslizaban con suavidad por mis caderas, bajando un poco hasta acariciar mis muslos desnudos, haciéndome gemir sobre sus labios.
Las puertas del elevador se abrieron y ambos bajamos entre risitas traviesas y miradas coquetas. Me sentía embelesada por él; su aroma y el sabor de sus labios se sentía como un agradable elixir. Era un buen besador, sabía los movimientos al pie de la letra y su lengua, joder, era entusiasta y me robaba el liento.
Nunca lo habría imaginado de él.
Llegamos hasta el estacionamiento subterráneo y me detuve a unos pasos del auto, viéndolo consternada, luego de que me abriera la puerta del copiloto, ya que hasta ese momento caí en cuenta del estado en que nos encontrábamos.
—Elías... deberíamos pedir un transporte privado. —expresé con una ligera angustia.
Negó con la cabeza.
—No estoy tan ebrio, Chére.
Oh, sí que lo estaba, seguro que sobrio jamás se habría a tocarme de aquella forma.
—Aparte, el auto tiene piloto automático, ya con la dirección del hotel. No nos desviaremos hacia un acantilado, créame, soy el creador. —torció una enorme sonrisa, que le desnudó todos los dientes y entornó sus ojos.
Suspiré embobada.
Abordé el auto, decidida a no dilatar más el momento de volver y lo observé a través del parabrisas, mordiéndome al labio mientras contemplaba su trasero y espalda ancha, hasta que finalmente se sentó a mi lado.
Codujo fuera del lugar, y apenas avanzamos unas cuadras, cuando de la nada me preguntó si todo estaba bien, al mismo tiempo en que posaba la mano en mi pierna, cercana a mi muslo, y el corazón me dio un salto.
Si tan solo supiera lo que aquel simple gesto provocaba en mí.
Procedí a pedirle encender el piloto automático, y en cuanto lo hizo, me incliné hacia él posando una mano en su mejilla y haciéndolo girar en mi dirección. Cubrí su boca con la mía y lo besé, con pasión y desespero, al mismo tiempo en que me quitaba el cinturón de seguridad para pasarme a su asiento y sentarme en su regazo.
Realmente debía estar ebrio, ya que, en lugar de hacerme alguna advertencia sobre el peligro, me correspondió con la misma intensidad, sujetándome con firmeza de la cintura. La manera en que sus labios acariciaban los míos hacía que sintiera mariposas revoloteándome en el estómago, y corrientes eléctricas acumulándose en mi vientre bajo. Aparté la mano de sus mejillas y la fui deslizando lentamente por su pecho, estaba tan excitada que no podía evitar restregarme contra él, buscando fricción entre nuestros cuerpos.
Había algo mágico y antinatural mi merced, joder, después de mucho tiempo finalmente había obtenido algo más, y estaba desesperada por alcanzarlo.
Quería más de él...
...Lo quería todo.
Estaba por desabrochar el botón de su pantalón, luego del cinturón, cuando de pronto una luz externa iluminó el auto, y Elías se incorporó de golpe, tomándome de la cintura para hacerme a un lado, devolviéndome a mi asiento, y con la misma, aferró sus manos con fuerza al volante e hizo girar el auto con brusquedad hacia la orilla.
En ese mismo instante, otro auto que iba a velocidad extrema nos pasó de lado. En un principio creí que estaba desenfrenado, pero la música y el bullicio de las personas en su interior me hizo saber que simplemente estaban ebrios.
—Merde... ¿está bien, Chére? —inquirió Elías, luego de apagar el motor, girándose para verme. —. Lamento haberla empujado de esa forma.
—No te preocupes. —respondí, posando la mano en mi pecho para intentar regular mi respiración.
—Debemos irnos, hay muchos locos sueltos. —comentó, poniendo el auto en marcha, y en esa ocasión, no encendió el piloto automático.
Permanecimos en completo silencio durante el camino de regreso, en realidad fue tremendo susto, para ambos; yo estaba eufórica, el corazón me latía a mil, y Elías estaba tenso, podía verlo en la forma en que sus manos presionaban el volante. Iba tan concentrado en la carretera, que no me atreví a distraerlo.
Aguardaría a volver al hotel.
No podía esperar a llegar para continuar donde lo habíamos dejado. Mi cuerpo era un coctel de emociones y sensaciones intensas, más la adrenalina del incidente, estaba tan excitada, que no podía dejar de imaginarnos cogiendo para gastarlas, y mis entrañas se estremecían.
—¿Segura que está bien? —me preguntó, una vez más, mientras avanzamos por los pasillos.
—Sí, Elías, no pasó nada. —le regalé una sonrisa, deteniéndome frente a mi habitación.
Él suspiró hondo, antes de acortar el espacio entre nosotros, ahuecando mi rostro en sus manos, para luego volver a besarme. En esa ocasión a su rudeza le añadió ternura, y acarició mis mejillas con sus pulgares. Gemí contra sus labios y me aferré de la tela a los costados de su camisa, disfrutando de su calor y sabor, hasta que nos separamos por falta de aire y él besó mi frente.
—Ve a descansar, Chére. —me dijo, tomándome por sorpresa.
—¿Qué? —jadeé.
—Tendremos que adelantar el viaje un día, mañana en la noche volvemos a casa.
Junté las cejas, mientras lo veía con una expresión de consternación. ¿Qué rayos estaba pasando? ¿Por qué aquella decisión? La idea de que nuestra pequeña fuga llegó a oídos de los miembros de la junta de su empresa se me cruzó por la cabeza, o tal vez Maura era la responsable, no lo sabía, pero me parecía injusto, ya me había hecho a la idea de volver hasta el lunes, más con el avance de aquella noche, necesitaba tiempo a solas con él.
—B-Bien, pero ¿no quieres entrar? —pregunté coqueta, jugueteando con el botón de su camisa, mientras alzaba la mirada para verlo a los ojos.
Él torció una sonrisa, y se inclinó para dejar un beso casto en mis labios.
—Descansa, Chére.
Se alejó, y se marchó, al parecer toda la adrenalina que recorría su cuerpo debido al alcohol se había espumado ante el casi choque, dejando nuevamente al Elías tierno y caballeroso que no se atrevería a entrar a mi habitación y cogerme como si no hubiese un maldito mañana.
¿Podía el destino ser más cruel conmigo?
Me dirigí al baño y me duché, pero ni siquiera el agua fría ayudó a bajar la tensión sexual que me invadía en aquel momento, cada vez que cerraba los ojos imaginaba su boca sobre la mía, su lengua serpenteante, sus manos recorriendo mi cuerpo sin pudor, y recordaba los sensuales movimientos de su cintura al bailar.
Y entre más lo pensaba, más me excitaba y mi cuerpo rogaba por atención.
Volví a la habitación vistiendo en una bata de baño y me dirigí hasta mi maleta en busca de los juguetes que llevé conmigo, pensando decepcionada en que tendría que terminar sola.
Pero, era como si de repente un hechizo de disfunción sexual hubiese caído sobre mí. Necesitaba descargar toda aquella energía, me sentía presa entre cuatro paredes y mi cuerpo suplicaba por acción real.
«¡Maldito seas Odell!»
Resoplé con frustración, quería enojarme con él y sentir deseos de estrangularlo con mis propias manos, pero había algo que no me lo permitía, no sabía qué era, quizás se debía a que, pese a todo, era el único hombre atento y cariñoso que me trataba como a una delicada flor y...
¡Al diablo con eso! No era lo que buscaba de él.
En un gesto de extrema osadía, tomé mi teléfono celular para enviarle un mensaje, pidiéndole que viniese a mi habitación, y exageré un poco, mencionándole que tenía una emergencia. Y si lo pensaba, no era una mentira del todo, en aquel momento había un incendio en mi interior y ni el agua, ni un maldito consolador podía apagarlo.
El corazón me dio salto cuando recibí su respuesta, informándome que estaba de camino. Seguramente pensó que se había metido algún animal a mi habitación o algo peor.
Torcí una sonrisa cargada de satisfacción, aunque al mismo tiempo mi pulso se aceleró, como si estuviese por sufrir un ataque de ansiedad ante la incertidumbre de lo que pasaría cuando él llegase. Me dirigí hacia el baño para lavarme los dientes, y me miré en el espejo; estaba totalmente al natural, con mis rizo húmedos y desordenados.
El aspecto salvaje que me daba el llevarlo así me hizo sentir sensual. Torcí una sonrisa coqueta y guie el dedo anular hacia mis labios para morderme ligeramente la uña, al mismo tiempo en que apartaba un poco la tela de la bata de baño que cubría mi cuerpo, desnudando mi hombro, y entornaba los ojos.
«¿Realmente me encuentro practicando técnicas de seducción al espejo? ¡No se puede ser más patética!»
Un par de toques en la puerta me sacó de mi ensimismamiento, me observé una vez más en el espejo, procediendo a acomodarme la bata y despeinar un poco más mi cabello con los dedos, antes de salir de regreso a la habitación. Me encaminé con prisa hacia la puerta, tomé la perilla y abrí sin titubear, encontrando del otro lado al hombre objeto de mis más fieros deseos...con el rostro un tanto adormilado y llevando puesto un enorme pijama a cuadros, con camisa manga larga de botones.
«¡Desgraciado! durmiendo a gusto mientras a mí le tensión sexual me come viva»
—Chére, ¿está todo bien? —inquirió un tanto agitado, viendo el interior de la habitación. —. ¿Pasó algo?
—No es lo que piensas, mi vida no corre peligro, pero ven, por favor —tomé su mano, y hasta ese momento sus ojos se fijaron en mí, inspeccionando mi rostro. —. Por favor.
Noté que frunció ligeramente el ceño en una expresión de confusión, pero no opuso resistencia y me siguió hacia el interior, inspeccionando los alrededores con cautela.
—Mi vida no corre peligro —repliqué, soltando una media risa en lo que me giraba para posarme frente a él, en un intento por hacerlo bajar un poco la guardia. —. Solo quería verte de nuevo. —jadeé, aferrándome de sus hombros y estirándome para besarlo con urgencia y desespero.
Me correspondió ahuecando mi rostro entre sus manos y devolviéndome el beso, pero ya no tenía la misma fiereza que en el club o en su auto. En definitiva, me encontraba nuevamente con él Elías respetuoso y cariñoso de siempre. Sabía que no podía simplemente abordarlo de aquel modo, lo haría huir, por lo que simplemente bajé la intensidad, mientras disfrutaba sus caricias en mis mejillas. Aunque los pensamientos que rondaban en mi cabeza provocaban un sinfín de sensaciones en mi vientre bajo.
—Si todo está bien, Chére, tengo que volver a mi habitación —murmuró, juntando su frente con la mía y dejando cortos y castos besos en mis labios. —. Estoy resolviendo algunos asuntos de la empresa. Y tú, debes descansar, saldremos temprano.
«¡No!»
No quería que se marchara... no aún. Si me dejaba en aquel estado, me volvería loca.
Sabía que no podía simplemente pedirle coger conmigo, porque no soportaría que me rechazara de nuevo, ya que eso representaría un enorme retroceso a todo lo que habíamos avanzado aquella noche.
No podía abordarlo, pero sí provocarlo, seducirlo hasta el punto en que no pudiera resistirse más y decidiera tomarme en ese preciso instante. Y, entre mi desesperación creció una repentina idea que me hizo creer saber cuál era la manera de lograrlo.
—No te vayas, aún —supliqué, tomando su mano. —. Elías, me prometiste una semana de vacaciones, y ahora me dices que es la última noche aquí. Me debes dos días y una noche, y quiero que me los pagues con un favor.
—Lo que tú quieras, Chére. —respondió con voz suave, guiando la mano hacia mi rostro, para acariciarme la mejilla.
Mordí mi labio inferior y sin revelarle mis verdaderas intenciones lo guie hacia el sofá ubicado frente a mi cama, indicándole que debía sentirse. Lo noté tensarse cuando observó los objetos que reposaban sobre aquella superficie acolchonada, sabrá la vida qué se estaba imaginando que le pediría. Era claro que no se sentía cómodo, quizás por sus costumbres anticuadas y retrógradas.
Comencé a pensar que lo correcto habría sido invitarlo beber hasta embriagarse, pero tampoco era seguro que aceptaría hacerlo, si tendría que presentarse en su empresa al día siguiente.
«Carajo»
Pero, en fin, aunque todavía tenía el tiempo de echarme para atrás, no estaba dispuesta a hacerlo.... debía intentarlo.
—Lo que necesito de ti, Elías Odell —posé un dedo en su mejilla y lo hice desviar el rostro de la cama para que viera mis ojos, cargados de deseo, y me incliné hasta quedar a centímetros de su cara, viéndolo a través de mis pestañas. —. Es que te quedes ahí sentado, hasta que me venga.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro