Capítulo 30
Una noche afuera... cielos, eso era todo lo que necesitaba. Salir, ver a más personas, bailar y disfrutar. Eché un último vistazo a mi maquillaje y peinado, sintiéndome satisfecha, antes de ponerme de pie y acercarme a la cama, donde ya reposaba el vestido de color rojo vino que había elegido para la ocasión; era realmente atrevido, corto, de hombros descubiertos. La parte delantera se unía a la trasera por medio de un tirante de grosor medio, y tenía un corte que mostraba mi abdomen. También elegí mi ropa interior con cuidado, quería verme lo más seductora posible, necesitaba sentirme sensual, como antes de que todo comenzara, y la lencería sexi me daba una dosis extra de confianza.
Y, realmente la necesitaba, porque sentía que estaba perdiendo el toque.
Me contemplé en el espejo, y giré hasta quedar de costado, notando lo mucho que resaltaba mi trasero de aquella prenda, al igual que mis senos, que se veían muy pronunciados. Estaba conforme con el resultado, lucía sensual, pero por algún motivo, sentía que no era suficiente.
Nunca me había sentido de aquella forma, y era realmente incómodo. Siempre fui capaz de seducir a cualquier hombre que me propusiera, desde un común que se encontraba bebiendo en un club, hasta un millonario empresario como Caín Sloan... ¿Qué tenía Elías Odell de diferente a ellos?
Suspiré profundo, con esa ligera incomodidad latente, y tomé mi bolso para salir una vez que recibí un mensaje donde el susodicho me comunicaba que ya estaba afuera de mi habitación. Me sentía un tanto ansiosa por saber si habría algo más que solo la misma mirada de admiración y encanto, o si en esa ocasión podría percibir, aunque un mínimo atisbo de deseo.
El resultado fue decepcionante, y una sonrisa forzada fue la manera de disimularlo. Todo seguía siendo lo mismo, incluyendo su típica vestimenta formal.
Me ofreció su brazo y caminamos juntos hacia la salida de las instalaciones, a medida que avanzamos por los pasillos no podía evitar verlo de reojo, dispuesta a darlo todo, hasta mi cordura, a cambio de cinco minutos en su mente, para saber en qué diablos pensaba. El día que fue herido en el club volvió a mi cabeza; específicamente el momento en que bailaba con dos extraños, o con la stripper, y en ningún momento hubo alguna señal de disgusto en su rostro. ¿Le era indiferente?
Miles de dudas me invadieron; ¿acaso de verdad le atraía a aquel hombre? Sí, era lindo, atento, tierno y cariñoso, pero cualquier persona podría ser así, mis amigas, mi abuela, y papá, cuando era joven, y eso no significaba que alguno de ellos quería llevarme a la cama... bueno, quizás Rita.
¡¡Pero ese no era el jodido punto!!
Estaba a meses de casarme con aquel hombre, y hasta ese momento no dejaba de sentirme como una jodida esposa trofeo, uno más de sus bienes y ni siquiera era el más costoso. Al final, él también se beneficiaba; mi padre planeaba heredarle sus empresas.
—Chére... ¿está todo bien? —inquirió, sacándome de mi ensimismamiento.
Parpadeé un par de veces para concentrarme, y alcé la mirada hacia su rostro, procediendo a asentir con frenesí.
—Luces realmente hermosa —se giró hasta quedar de frente a mí, procediendo a guiar una mano a mi mejilla y darme una suave caricia antes de inclinarse para besar la misma zona. —. Tu es si parfaite, ma chére.
Tragué saliva, y mordí mi mejilla interna al sentir un escalofrío recorrer mi cuerpo ante la manera tan sensual que empleó al murmurarme aquello al oído, aunque no tenía ni la menor idea de lo significaban sus palabras.
Guie las manos hacia su rostro para ahuecarle las mejillas, mientras lo veía directamente a los ojos. ¿Acaso él era consciente de lo que provocaba en mí? Porque estaba siendo realmente cruel. Deseaba decirle eso, enfrentarlo de una vez, pero no sabía qué era lo que había en su manera de verme con tal intensidad, que nublaba mi mente y me entorpecía los sentidos.
El sonido de un claxon me hizo reaccionar, y rápidamente volteé hacia la calle, divisando un lujoso descapotable de color negro estacionándose frente a nosotros.
—¿La alquilaste? —inquirí, volviendo la mirada a su rostro.
Él presionó los labios.
—Es tuya, ¿cierto?
Se alzó de hombros, con una expresión inocente en el rostro.
No debía sorprenderme, el tipo tenía su propia colección de autos eléctricos, podía tener uno en cada ciudad, aunque solo se utilizaran una vez al año, durante una semana.
—Qué la noche comience, chére.
Aquella ciudad costeña era hermosa durante el día, pero en la noche se volvía mágica. La luna estaba tan baja que daba la impresión de que se podría subir a ella utilizando una escalera, y la manera en que iluminaba aquellas aguas oscuras de oleajes suaves era simplemente perfecta.
Observaba el paisaje a través de la ventana del auto, llevaba el vidrio bajo y disfrutaba de sentir el aire fresco chocando con mis mejillas, dándome una agradable sensación. Las luces de los postes eran de colores entre amarillo, verde, naranja y rojo, se escuchaba música animada en todos los establecimientos y las calles estaban llenas de personas que disfrutaban de todo lo bueno que ofrecía la ciudad.
Elías preguntó si deseaba algo de comer, y pedimos Tacos al pastor en un restaurante con autoservicio, con un par de cervezas. Se estacionó en un lugar cercano a la playa, de frente al mar, y plegó el techo de su convertible, quedando así a la intemperie bajo un cielo nocturno estrellado. Cenamos, bebimos cerveza y por minutos me hizo olvidar lo que tanto me carcomía, y simplemente disfrutamos de la hermosa vista y de los deliciosos bocadillos.
Dieron las once de la noche, y ya habíamos recorrido un gran tramo de la ciudad, cuando de pronto se estacionó frente a un enorme edificio de aproximadamente doce pisos. Fruncí ligeramente el ceño, y me giré para verlo de manera interrogante.
—Investigué, y todo apunta a que aquí se encuentra el mejor club nocturno de la ciudad, Chére.
Torcí una sonrisa, cargada de satisfacción.
El estacionamiento era subterráneo. Una vez que nos bajamos del auto, Elías tomó mi mano con firmeza, y nos dirigimos hacia el elevador. Subimos hasta el último piso, y desde el momento en que se abrieron las puertas divisé la larga fila de personas que esperaban entrar.
Creí que tendríamos que unirnos a ellos, pero en eso Elías me guio por una vía lateral hasta la puerta donde se encontraba un guardia de seguridad, junto a una mujer que en ese momento revisaba una Tableta. Le mostró una tarjeta dorada a la joven, quien apenas lo vio, le murmuró algo al guardia y este abrió la puerta para darnos libre paso.
—¿Habías venido antes? —indagué, ya que al parecer tenía una tarjeta VIP del lugar.
Negó con la cabeza.
—No, hasta ahora.
Consiguió una tarjeta VIP para un lugar que ni siquiera conocía. De seguro debió costarle mucho, dado al número de personas que aguardaban por una oportunidad de entrar, y no por nada, el lugar se veía casi tan genial como el club que Elías me había obsequiado. Era de una sola planta, espacioso, con una barra circular en el centro rodeada de taburetes, mesas y muebles en las esquinas, y la cantidad de cuatro jaulas donde había strippers bailando, hombres y mujeres.
Nos dirigimos hacia una mesa para dos ubicada en la esquina, y rápidamente se acercó con mesero a preguntarnos qué queríamos para tomar. Elías pidió Whisky a las rocas, le trajeron la botella, y yo me incliné por un Martini, para comenzar. Pasó una hora y dio la media noche, yo iba por mi tercer Martini, y Elías por la mitad de su segunda bebida. Todo se sentía tan familiar a aquella fatídica noche, era como un deja-vu, con la ausencia de los chicos, y una vez más pensé en que no estaba ahí para quedarme sentada toda la noche.
—Iré a la pista. —comenté, poniéndome de pie.
Esbozó una suave sonrisa, guio el vaso hacia sus labios, y asintió con la cabeza. Quería decir que me sorprendía que no se ofreciera a acompañarme, pero ya nada podía hacerlo. ¿Podía estar nuestra relación más fuera de lo lugar? Yo me retorcía por dentro por él, quería que fuésemos más allá y él simplemente estaba ahí sentado, manteniendo una postura imponente y seductora, pero sin hacer nada al respecto.
Quería golpearlo, darle una bofetada y pedirle que reaccionara de una vez. ¿Así sería todo en nuestro matrimonio? ¿Tendría que acostumbrarme a su juego cruel y seguirlo dócil? Era una verdadera tortura. Solo quería que dejase de ser un caballero, aunque solo fuese una vez.
Caminé hacia la pista, la música en combinación con las luces en tono morado y rojizo le daban un toque sensual al lugar. Me adentré entre la multitud y comencé a bailar, primero apoyándome en mis pasos y luego con un suave movimiento de cadera, decidida a olvidarme del resto del mundo.
No se me pasó desapercibida la manera en que algunos ojos codiciosos se posaron en mí, estaba llamando la atención de varios hombres a mi alrededor, sentía sus ardientes mirada devorar mi cuerpo apenas cubierto por aquella diminuta prenda, y no pude evitar ponerme coqueta, mordiendo mi labio inferior mientras guiaba las manos hacia mis caderas para comenzar a recorrer mi cuerpo con ellas de manera seductora, disfrutando de la atención que estaba recibiendo, ya que me hacía saber que en realidad no había perdido el toque.
Yo no era el problema.
Uno de ellos decidió acercarse para pedirme bailar, y yo acepté sin ningún remordimiento. El ritmo de reguetón resonó en el lugar, y en ese momento aquel hombre estiró la mano para aferrarla a mi cintura y atraerme hacia su cuerpo. Deslizó la mano hasta mi espalda baja y me sostuvo con firmeza.
—Dime tu nombre, guapa. —me murmuró al oído, en un tono seductor.
—Veremos si en el transcurso de la noche se me da por decírtelo. —le respondí, soltando una suave risa, antes de posar las manos en su pecho para alejarlo un poco, ya que estábamos tan pegados, que mis senos rozaban con su pecho.
—Te vi desde que cruzaste la puerta, creí que venías con tu novio. —comentó, mientras bailábamos.
—Es mi prometido. —me limité a responder, enseñándole el anillo en mi dedo anular, y él se detuvo por segundos para verme, consternado.
—Eso explica el porqué está tan pendiente de ti.
La curiosidad me gano ante aquel comentario, y rápidamente me giré para ver a Elías, quien continuaba sentado a la mesa, y en ese momento le daba un trago a su bebida, que, debido a que estaba lleno el vaso, podía suponer que era su tercer Whisky. Sus ojos se conectaron con los míos por segundos, y busqué en ellos lo que el chico mencionaba, pero no había ni un atisbo de incomodidad ante el hecho de que me encontraba bailando con otro.
Volví a concentrarme en quien tenía al frente, y comencé a bailar nuevamente, moviendo las caderas, mientras sentía la mano traviesa del tipo queriendo bajar a mi trasero cada cierto tiempo, hasta que finalmente me hizo girar de espaldas a él para bailar pegados. No volví a buscar a Elías, solamente me abandoné con naturalidad, perdida en el ritmo que me recorría.
Apenas íbamos por la tercera canción, alternando posiciones, cuando de pronto comencé a sentir un bulto chocando con mi trasero, mientras sus manos se deslizaban por mi cintura para aferrarme, pegándome más a él, al mismo tiempo en que se inclinaba para hablarme al oído.
—¿Vamos a un lugar más privado?
—Te dije que vengo con mi prometido. —respondí, con un ligero toque de burla ante su "situación" antes de apartar sus manos de mi cintura y girarme para verlo de frente. —. Eres demasiado fácil si con dos canciones ya estás así.
No iba a mentir, de alguna u otra forma había ayudado a mi autoestima el saber que el resto de los hombres aún me encontraban deseable, que aún tenía poder sobre ellos, pero eso no significaba que me agradaba bailar sintiendo la erección de un extraño contra mi trasero, peor aún si era alguien con quien definitivamente no iba a enrollarme aquella noche en una ciudad desconocida.
Retrocedí dos pasos y sonreí, alzándome de hombros, antes de comenzar a moverme al nuevo ritmo que resonó en el lugar, lento y sensual, haciéndome sentir un frenesí que me hizo cerrar los ojos y echar la cabeza hacia atrás, casi sin conciencia. Abrí los ojos, saliendo de mi burbuja cuando sentí un par de brazos rodear mi cintura, mientras alguien se acercaba por detrás dejando un beso en mi hombro desnudo, y observé consternada al hombre con quien había bailado aún de pie frente a mí.
«¿Entonces quien...?»
No tuve que ver para saber de quién se trababa, luego de que su embriagador aroma masculino inundara mis fosas nasales, pero aun así giré la cabeza, queriendo confirmar que no se trataba del producto de mi imaginación, y mi pulso aumento cuando pude darme cuenta de que estaba atrapada en los brazos de Elías, que me apretaban con un ardor que no había imaginar en él, imponente, mientras le dedicaba una mirada de advertencia al hombre que se encontraba frente a mí.
Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, al notar aquella expresión en su rostro.
Me volví hacia el susodicho, y por su lenguaje corporal comprendí que estaba por abordarme mientras yo bailaba distraída, pero la presencia de Odell lo detuvo. No hizo falta intercambiar palabras, decidió retirarse sin más percance, y pude suspirar de alivio al saber que no sería el motivo de otra pelea en un club nocturno.
«Santos cielos»
El corazón me latió desbordado, y permanecí estática, viendo en la dirección por la que el hombre se marchó. No sabía qué decir o cómo actuar después de lo ocurrido, una vez más, sin importar lo que me encontraba haciendo, no dudó en defenderme.
Elías tampoco dijo nada, solo permaneció a mi espalda, con sus brazos envolviendo mi cintura, luego procedió a apoyar la frente en mi hombro derecho y soltó un suspiro profundo; creí que lo siguiente que haría, sería pedirme que nos marcháramos, o que al menos volvería a su lugar, pero entonces sentí sus manos deslizarse lento hasta posarse en mis caderas, y temblé de placer en el momento en que comenzó a moverse al ritmo de la música que resonaba, un R&B alternativo electrónica suave y seductor, incitándome a acompañarlo.
¿De verdad iba a bailar conmigo?
Tragué saliva, antes de echar la cabeza ligeramente hacia atrás, y alzar la mano derecha hasta su nuca, para acariciar el nacimiento de su cabello, antes de comenzar a bailar. Se aferró más de mi cintura, pegándome a su cuerpo, antes de girar el rostro y dejar un suave beso en mi cuello.
—¿Estaría mal pedirle no bailar con nadie más, chére? —me murmuró al oído, y me estremecí de pies a cabeza. —. No quiero que otro hombre le ponga una mano encima.
«¡Por todos los cielos!» ¿Era aquello una escena de celos?
No lo sabía, lo único que rondaba por mi mente en aquel momento, era que finalmente había obtenido una reacción de Elías Odell, aunque sospechaba que se encontraba ebrio. Lo sentía moverse conmigo al ritmo de la música, teniéndolo tan pegado, y por primera vez sus manos recorrían mi cuerpo, acariciándome mi cintura, deslizándose hasta mis caderas, y de vez en cuando subiendo por mi abdomen desnudo, mientras sus labios dejaban suaves besos en mi hombro y cuello, volviéndome loca.
Me giré para verlo de frente, torciendo una sonrisa maliciosa una vez que la música cambió de nuevo a un reguetón caliente. Posé las manos en su pecho y alcé la mirada hacia su rostro, emitiendo un jadeo al momento en que sus intensos ojos se encontraron con los míos.
Comencé a mover las caderas al ritmo de la canción mientras lentamente iba bajando, acariciando su torso hasta llegar a la altura de su pelvis, y con la misma volví a subir sin despegar los ojos de los suyos. Posó una mano en mi cintura y acortó el espacio entre nuestros cuerpos, mientras subía la otra hacia mi rostro, tomándome del mentón e inclinándose para dejar un beso casto y fugaz en mis labios. Me apretó más contra él, y yo seguí sus movimientos cuando empezó a bailar conmigo de forma lenta y sensual.
Cielos... ¡¿Quién era él y qué había hecho con Elías Odell?! El desgraciado sabía bailar, tenía un movimiento que hacía mi imaginación volar.
La música y el baile eran cada vez más calientes, el roce constante de nuestros cuerpos me enloquecía, y el momento en que me acorraló entre una pared cercana y su cuerpo, colando su pierna entre las mías, perdí independencia y necesité de él para mantenerme de pie.
Un calor que provenía desde mi interior me envolvió, sentía una fina capa de sudor cubrir mi frente, pese al aire acondicionado, y él estaba igual, podía percibirlo en lo tenso que estaban sus músculos, y la respiración ligeramente agitada.
El ambiente se sentía cada vez más denso, mi tensión sexual estaba por las nubes y me encontraba realizando un gran esfuerzo por no posar las manos en su camisa blanca y tirar de ella para arrancarle los botones. Me hizo girar una vez más hasta que quedé de frente a la pared, con los antebrazos apoyados en aquella superficie dura y fría, y realicé sensuales movientes de caderas, restregando mi trasero contra su entrepierna, mientras lo sentía seguirme con ardientes movimientos, posando las manos en mi cintura para hacerme alzar un poco más las caderas.
Carajo, ese hombre definitivamente no era Elías Odell. De haber sabido que el alcohol en exceso lo cambiaba por completo, lo habría embriagado desde hacía mucho.
—Chére... —murmuró, sujetándome del brazo para hacer que me incorporara, antes de voltearme de frente a él.
Sus manos ahuecaron mi rostro, y sin más se inclinó para besarme, dejandome probar el sabor a alcohol en su boca. Pero no era un beso tierno y casto, como los que me había dado anteriormente, este era rudo, hambriento y demandante. Sus labios se movían, voraces, sobre los míos y yo intentaba no quedarme sin aliento; él succionaba y mordía, en tanto volvía a posar su pierna entre las mías, haciéndome temblar. Un profundo gemido brotó de mis labios, una vez que sentí su lengua invadir mi boca y perseguir la mía, explorando cada espacio.
Le correspondí con la misma intensidad, al mismo tiempo en que me restregaba contra su cuerpo, buscando un poco de fricción, desesperada por obtener más. Me aferré de sus hombros y brinqué sobre él, envolviendo las piernas alrededor de su cintura, y no dudó en sujetarme de los muslos para sostenerme, pegándome más contra la pared mientras sus labios demandantes se apoderaban de los míos.
Gemí.
En aquel momento me estaba dando más de lo que había hecho en casi un año de conocernos, era tan voraz que sentía como si me estuviese quemando hasta el alma, y aun así no me era suficiente, necesitaba desesperadamente tenerlo por completo.
Un repentino apagón cortó la música, y los gritos de las personas a nuestro alrededor nos hicieron sobresaltar. Elías procedió a bajarme, sin apartarse de mí, y sentí como me cubría con su cuerpo de manera protectora. La luz regresó casi al instante, iluminando por completo todo el lugar, pero eso no impidió que los encargados comenzaran a pedirle a los presentes desalojar, ya que eran las tres de la mañana y estaban cerrando.
¿Las tres? ¿En qué momento había pasado el tiempo?
Elías observó en derredor, asegurándose de que todo estuviese bien, y luego volvió la mirada hacia mi rostro, entonces se inclinó para darme otro beso antes de apartarse y tomar mi mano, guiándome hacia la salida del lugar.
La fiesta había terminado. «Cielos, qué noche»
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