Capítulo 26
No me resultaba para nada divertido tener que zafarme de aquellas esposas teniendo dolor corporal pos-sexo y una tremenda resaca, y no cualquiera, se trataba de la madre de las resacas luego de haber bebido también en casa de Sloan, antes de coger con él.
En lugar de siquiera hacer el esfuerzo, permanecí recostada en aquella enorme cama, viendo fijamente el techo mientras los sucesos de la noche anterior volvían a mi cabeza, y por más vueltas que le daba al asunto, simplemente no era capaz de entender a ciencia cierta qué era lo que pasaba con Elías Odell. Era atento, cariñoso, seductor, pero al momento de ir más allá, simplemente se retractaba.
Era tan extraño.
Y luego estaba la situación con Rita, que trajo a mi memoria el recuerdo de Thomas, el primer hombre que quise en la vida, de quien me enamoré profundamente. Lo conocí en la secundaria, a finales del primer año, recordaba encontrarme platicando con mis amigas cuando de pronto alguien nos interrumpió dejando una barra de chocolate en mi escritorio, alcé la mirada y me topé con unos hermosos ojos esmeraldas, pertenecientes al pelirrojo pecoso más extrovertido que alguna vez pude haber conocido.
«Thomás Jacobs»
Fue una atracción instantánea; era tierno, cortés, pícaro y juguetón. Sabía escuchar, y me entendía, siempre me mostró apoyo cuando el recuerdo de mi madre me agobiaba, o cuando tenía problemas con mi padre. Me enamoré perdidamente de él, nos juramos amor eterno y le entregué todo de mí.
Podía ver mi futuro a su lado, me imaginaba formando una familia, teniendo cuatro hijos en una casa modesta y acogedora, donde nunca faltaría el amor que hasta aquel momento solo conocía por parte de mi abuela.
Estaba muy ilusionada, era una niña ingenua y lo pagué con creces. Me destrozó hasta el alma, pero me enseñó a no confiar, ni esperar nada de nadie.
A partir de entonces dejé de creen en palabras vacías.
Suspiré profundamente, antes de voltear hacia el buró. Decidí intentar alcanzar la llave, pero solo logré deslizarla un poco más lejos y tirar la nota al suelo. Me volví a acomodar como me encontraba anteriormente y resoplé, sintiendo un punzante dolor de cabeza, debido a la resaca. Rendida, preferí mejor recostarme y dormir otro poco, para ganar fuerzas y volver a intentarlo, cuando de pronto escuché un ruido provenir del otro lado de la puerta.
Presioné los labios y maldije para mis adentros, imaginando la expresión burlesque que tendría el idiota de Sloan al regresar y encontrarme aún esposada a la cama, dándose cuenta de que su venganza había sido más exitosa que mi travesura.
Me preparé mentalmente para fingir desinterés, cuando de pronto la puerta se entreabrió y una melena rubia se asomó por el borde. Enarqué una ceja, mientras veía, presa de la curiosidad, a la joven que se adentraba en la habitación luciendo un tanto pálida y sudada; tenía el cabello desordenado, iba descalza y en su falda negra podían apreciarse pedazos de césped y algo de tierra, seguramente había sufrido alguna caída, y dado a que los perros se encontraban afuera, creía suponer el motivo.
Ella avanzó un par de pasos y se detuvo a centímetros de la puerta, tenía una expresión de molestia y reproche mientras observaba en derredor, hasta que sus ojos me encontraron.
—Hola —saludé, esbozando una sonrisa, mientras me incorporaba hasta quedar sentada, y apartaba algunas hebras de mi rostro. —. ¿Tú eres? —curioseé.
—S-Soy Jade Mackenzie, la nueva secretaría. —respondió, nerviosa y apartó la mirada al notar que me encontraba completamente desnuda en aquella cama.
¿La nueva secretaria? Sí, creía haber escuchado de ella. Era la única que había batido el récord de mayor tiempo como empleada del patán.
—Un gusto, Jade —respondí tranquila. —. ¿Me harías un favor?
Ella asintió con la cabeza.
—¿Me alcanzarías las llaves de estas esposas? —pregunté, alzando una mano para dejarle ver que me encontraba atada a la cama.
La expresión que se plasmó su rostro fue todo un poema, y tuve que contenerme para no reír... se veía horrorizada.
—Tranquila, y-yo te ayudo —dijo, apresurándose a alcanzar la llave que le señalé. —. ¿Estás bien? ¿Llamo a la policía?
—¿Qué? No —se me fue imposible contenerme y terminé estallando en carcajadas. —. Todo esto es consensual, tranquila —le comenté, intentando aplacarla un poco, ya que se veía alterada. —. Ya lo veía venir, solo no esperaba que se ensañara tanto dejándola tan lejos, y de verdad que me dio pereza estirarme para alcanzarla. —dije una vez que se acercó, y pude percibir su aroma frutal cuando inundó mis fosas nasales.
Se sentía dulce, como al parecer lo era ella.
Sus manos le temblaban mientras abría las esposas, y no pude evitar contemplar su rostro con curiosidad; era guapa, tenía una nariz delgada de botón, labios semi-carnosos y sus mejillas, que en ese momento se encontraban sonrojadas, eran un poco regordetas con hoyuelos, lo que le daba un toque realmente adorable junto a la timidez e inocencia que reflejaban sus ojos. Era de baja estatura, quizás 1.67, y su cuerpo hermoso, proporcional a su tamaño.
Una lindura andante. Quizás por eso Caín no la despedía aún.
Acaricié mi muñeca luego de ser liberada, y entonces me puse de pie frente a ella. La manera en que el rubor cubrió todo su rostro, mientras alzaba la mirada al techo para evitar ver mi cuerpo desnudo me hizo reír para mis adentros, antes de que la pasara de lado.
—Gracias, guapa —dije, avanzando hacia el sofá que se encontraba en la esquina, para tomar mi ropa y comenzar a vestirme.
Una vez estuve lista, tomé el celular que sonaba con insistencia en mi bolso, encontrándome la llamada de un número extraño. Fruncí ligeramente el ceño en lo que decidía responder para saber de quién se trataba, y entonces escuché una voz femenina del otro lado de la línea, preguntando si hablaban con Stain.
—Sí, Rebeca Stain habla. —le contesté.
Me informó que era una persona a quien Darcy le había pedido una llamada, en una cafetería, y procedió a ponerla en la línea.
—Salí a buscar café y mi teléfono quedó en el hotel, Becca —me comentó. —. Rita no se recupera de la borrachera aún, pero no puedo quedarme con ella, tengo una hija de dos años que me necesita.
—Lo sé, Darcy, tranquila. —le respondí, se escuchaba muy alterada.
—Tienes que venir a cuidarla, yo ya no puedo. Costó un mundo que se durmiera anoche, cuando por fin lo hizo me dispuse a descansar un momento, creyendo que estaría a mi lado, pero al despertarme noté que había un par de botellas en el buró, lo que significa que despertó a medianoche a beber... Becca, tienes que venir, ¿Dónde estás? Anoche dijiste que estarías aquí temprano y ya es casi mediodía.
—Sí, lamento el retraso, en unos minutos estoy contigo. —respondí, cortando la llamada para inhalar profundo, en un intento por aplacar el dolor de cabeza, que para aquel punto comenzaba a ser un poco insoportable.
Me giré, notando a la secretaria aún de pie frente a la cama, perdida en sus pensamientos.
—Volviendo contigo —le dije, escrutándola de pies a cabeza. —. Oí el rumor de que eres la primera secretaría que lo ha soportado más de cuatro meses.
¿Cómo lo había logrado? Caín era un ogro, y ni hablar de la forma en que les gritaba a través del teléfono. Era peor que una patada en el trasero, por lo que llegué a suponer que, si ella había resistido tanto tiempo, quizás se debía a que se encontraba en la misma condición que yo, siendo jodidamente adicta al sexo con aquel bastardo.
—Sí, pero es una verdadera pesadilla —resopló, cruzándose de brazos. —. ¿Cómo lo soportas? —preguntó, insinuando que yo tenía una relación con él.
—¿Soportarlo? —reí. —. Cariño, no soy su novia, me tiene registrada en su teléfono como "sexo casual" —me alcé de hombros. —. No tenemos una relación, solo estoy aquí por el sexo... es que Caín es simplemente asombroso —mordí mi labio con descaro, notando enseguida lo tensa que se ponía, lo que me hacía suponer algunas cosas. —. Tienes mucha suerte de tener acceso a la privacidad de su oficina, la verdad no saldría de ahí, de ser su secretaría. Me imagino escenas muy eróticas.
Incliné un poco la cabeza, y la observé a través de mis pestañas con una sonrisa sugerente.
—No, no, no —sacudió las manos y negó con la cabeza. —. Yo jamás me involucraría con alguien como él.
Oh, vaya, eso sí no lo esperaba. Es decir, si no se debía al sexo, ¿por qué otra razón soportaría a Caín Sloan? Era muy extraña, pero no tenía tiempo para conversar con ella y averiguarlo, cuando Darcy estaba teniendo un colapso nervioso por la rebeldía de Rita.
Debía ir con ellas.
—Entonces tú te lo pierdes —respondí, tomando mi bolso antes de posarme frente a ella. —. Seguramente te envió por su ropa, aquella puerta es de su armario. Busca que sus zapatos combinen con el saco o se molestará —le aconsejé, para que evitara el enojo de Sloan. —. Un gusto conocerte, Jade.
***
De camino al hotel me detuve en una farmacia para comprar medicamentos y combatir el dolor de cabeza que me provocaba la intensa resaca, y al volver a subir a mi auto, me encontré con un mensaje entrante del aquel cuya actitud era la causante de mis inquietudes.
De Elías Odell: "Espero no haberme sobrepasado anoche, Chére"
«¿Qué carajo?»
De Elías Odell: "Fue una noche muy intensa"
"Me siento apenado por mi actitud, de verdad lo lamento"
Se disculpaba por creer haberse sobrepasado, ¡cuando debía hacerlo por dejarme más caliente que un jodido volcán en erupción! Además, avergonzada debía sentirme yo por aventarme a él como si estuviera en celo, para acabar siendo ignorada.
Para Elías Odell: "Todo está bien (◔◡◔)"
De Elías Odell: "Eso me alivia"
"Por cierto, Cheré, sabes que tu amiga está enamorada de ti, ¿verdad?
Fruncí el ceño en confusión al recordar que aquellas palabras fueron las que mencioné el día que conocí a Maura en su casa. ¿A qué rayos se refería?
Gruñí con frustración pensando en que no estaba de humor para analizar sus mensajes, y dejé el teléfono nuevamente en mi bolso para continuar mi camino. Llegué al hotel, y aún me encontraba detrás de la puerta cuando escuché un intenso llanto provenir del interior de la habitación, era Rita, y de igual manera escuchaba a Darcy pedirle que se calmara.
—Chicas, ¿está todo bien? —pregunté, adentrándome en aquel espacio.
—¡Becca! —sollozó Rita, con voz temblorosa, antes de ponerse de pie. —. Becca, de verdad lamento lo que pasó anoche, y-yo... yo lo siento. —rompió en llanto.
—Ay, Rita —dije con pesar, antes de acortar el espacio entre nosotros para fundirla en un fuerte abrazo. —. Te dije que no estoy molesta.
Miré a Darcy, quien se encontraba sentada en el borde de la cama, de brazos cruzados, con una expresión de angustia y cansancio plasmada en su rostro.
Parecía que ambas habían pasado una mala noche.
—Vamos, ven a recostarte —dije, guiándola hacia la cama. —. ¿Qué rayos le pasa? —le pregunté a Darcy, una vez que nos alejamos para hablar en privado.
—No lo sé, de la nada comenzó a llorar... Becca, tengo que irme, mi esposo no para de llamar.
—Sí, lo sé —suspiré, pasando la mano por mi cabello en un gesto de desesperación. —. Ve tranquila, yo la cuido.
Ella observó a Rita por encima de mi hombro y torció los labios con pesar, antes de volver la mirada hacia mí.
—¿Tú estás bien? —me preguntó, y asentí con la cabeza. —. Estuviste cogiendo toda la noche mientras yo debía encargarme de ella. —me acusó.
Abrí los ojos ampliamente.
—¿Cómo sabes qué...?
—Tienes aspecto de recién follada, ¿qué crees? Te conozco muy bien —entornó los ojos. —. Pero no te culpo —observé con extrañez como sonreía con malicia. —. Elías se ve que es un partidazo, apuesto y atento... más ese acento, joder, el acento —mordió su labio inferior. —. ¿Por qué no me casé con un francés, o un italiano como mínimo?
—Darcy. —reí, negando con la cabeza. Era claro que ella también seguía bajo los efectos del alcohol.
—No, nena, tienes mucha suerte... la manera en que él te ve, como si fueras lo más especial sobre la faz de la tierra, es muy hermosa. Estoy feliz por ti —se acercó para besar mi mejilla, luego tomó su bolso. —. Cuando ella esté mejor, dile que le patearé el maldito trasero por todo lo que me hizo pasar anoche... ahora adiós, es mi turno de ir a coger como si no hubiera un mañana. Seguro me preña de nuevo.
—Por todos los cielos, Darcy. —estallé en carcajadas. Definitivamente Rita no era la única que seguía ebria, si la apacible Darcy había sacado su lado feroz.
Ella se marchó, y la sonrisa en mis labios se fue desvaneciendo lentamente. ¿Cómo decirle que todo aquello que tanto admiraba era una vil mentira?
—¡Becca...!
—Ya voy. —dije, quitándome los zapatos, para luego subirme en la cama junto a ella.
Me senté con la espalda apoyada en el respaldar, y permitiré que recostara su cabeza en mi regazo, mientras acariciaba tiernamente sus rulos castaños. Sentía pesar por ella, Rita solía alcoholizarse de manera exagerada, y yo igual, pero nunca la había visto perder el control de aquella forma. Presentía que algo le afectaba y no nos lo había comentado, quizás problemas en casa, tener todo el peso sobre sus hombros no debía ser fácil.
—Becca... perdón.
—Tranquila, no hay nada que perdonar.
—No debí comportarme así, vomité frente a todos, te avergoncé frente a tu perfecto prometido.
—No digas eso —me incliné para besar su cien. —. Todo está bien.
—Rebeca —ella se incorporó, hasta quedar de rodillas sobre el colchón, viéndome fijamente. —. ¿Tú lo amas?
Observé con extrañez sus cristalinos ojos marrones. ¿Qué si amaba a Odell? No, por supuesto que no. Me gustaba la manera en que me trataba, era atento, también me gustaba lo ardiente que era, sexi e imponente, pero fuera de una atracción meramente sexual, no había nada más.
Pero eso era algo que no podía decirle, si deseaba mantener la mentira frente a ellas.
—Sí, Rita. Lo amo.
Su labio inferior comenzó a temblar nuevamente, y bajo mi mirada desconcertada rompió en llanto.
—Rita —estiré mis brazos hacia ella, y una vez que se acercó, la abracé fuerte. —. No tengas miedo de que te abandonemos, porque eso nunca va a pasar. No importa si estamos casadas, o si tenemos cien hijos, siempre seremos tus amigas, y en cada oportunidad saldremos a divertirnos juntas, como en los viejos tiempos.
—Ya nada será lo mismo, Becca —sollozó. —. Las perdí, te perdí a ti.
—¡Para de decir eso! —la hice apartarse, para verla a la cara. —. Eso nunca pasará, ¿entiendes? No importa si estoy en el altar a punto de decir "Acepto", si me necesitas soy capaz de dejarlo todo para acudir a ti. Eres mi amiga, Rita.
Le regalé una cálida sonrisa acompañada de aquellas palabras que eran cien por ciento ciertas, para darle la seguridad de que mi amistad era sincera y que nunca la abandonaría. Ella sorbió su nariz y apoyó la frente en mi hombro, suspirando profundo para intentar calmarse. Guardé silencio, y acaricié su espalda con ternura, mientras ella hundía su rostro en mi cuello.
—Becca —murmuró de pronto, y sentí un ligero escalofrío cuando sentí sus labios dejando un beso en cuello. Pero no me inmuté, los besos eran muy comunes entre nosotras.
O eso creía, hasta que sus manos se posaron en mi cintura, mientras subía sus besos por mi mandíbula, pasando por mi mejilla, hasta alcanzar mis labios. Fruncí el ceño en confusión, al mismo tiempo en que abría los ojos de par en par y fijaba la mirada en su rostro con una expresión anonadada; ella mantenía los ojos cerrados, mientras sus labios se movían suavemente sobre los míos, y aunque mi primer impulso fue corresponderle, lo extraño de la situación no me dejó continuar.
—¿R-Rita...? —murmuré contra su boca.
—Te amo. —declaró, y un escalofrío me recorrió de pies a cabeza.
Fue una sensación tan desconcertante, que sentí como si me vaciaran un valde de agua fría, por no decir congelada, mientras el mensaje de Odell volvía a mi memoria, cobrando sentido.
«¿Qué ella qué? No, no tiene el más mínimo sentido, ¿o sí?»
No supe como reaccionar, y quise convencerme de que solo estaba ebria. Es decir, Rita era igual que yo, y que Darcy antes de que naciera su hija; se enrollaba con cualquier extraño con apariencia de malandro que llamara su atención, y nunca la vi siquiera coquetear con alguna mujer. Para más yo había tenido uno que otro acercamiento con mujeres, aunque no llegásemos a nada concreto.
—Rita...
—Te amo, Becca —repitió, dejando besos en mi rostro mientras deslizaba sus manos bajo la tela de mi vestido acariciando mis piernas, al mismo tiempo en que subía sobre mí, obligándome a recostarme en aquella cama. —. Te deseo.
Carajo. En otra ocasión, aquello me habría resultado muy excitante. Pero no era el mandito caso.
—Rita —la interrumpí, ahuecando su rostro entre mis manos. —. Cariño...y-yo... —medité en qué podía decirle, que no hiriera sus sentimientos. —. No podemos hacer esto.
Podía ver el panorama en que su corazón se rompía ante mis ojos. Su labio inferior comenzó a temblar nuevamente, y sus bonitas esferas marrones se cristalizaron.
—No creas que te desprecio... Yo podría coger contigo, ahora mismo, pero solo sería el sexo vacío e indiferente al que estoy acostumbrada, y tú no te mereces eso —dije con total honestidad. —. No podría darte lo que en realidad quieres de mí... Te amo, pero no de la forma en que tú quieres que lo haga, y lo lamento.
Ella se apartó, sentándose en una esquina mientras intentaba limpiar las lágrimas de sus mejillas, pero estas no le daban tregua. Incesantes sollozos comenzaron a brotar de sus labios, al mismo tiempo en que su rostro enrojecía hasta las orejas, y verla en aquel estado me estrujaba el corazón.
—Rita —me acerqué y la abracé desde la espalda, apoyando el mentón en su hombro. —. No llores.
—Lo siento —sollozó. —. Estoy avergonzada.
—No lo estés —dejé un beso en su hombro. —. No pasa nada, no hiciste nada malo. Oye... —me puse a su costado, y la hice girar para que me viera de frente. —. No hiciste nada malo, ¿entiendes? Y no te repudio en lo absoluto. No eres la primera mujer a quien beso, aunque sí fuiste la mejor —me alivió un poco el escucharla soltar una media risa ante aquel comentario. —. Quisiera poder corresponder a tus sentimientos —hice un puchero. —. Pero me conoces y sabes que soy adicta a los pen...
Ella cubrió mi boca con su mano para evitar que terminara aquella frase, y yo solté una leve carcajada.
—Tú me entiendes. —me alcé de hombros, una vez que la apartó.
—Sí, lo entiendo —expresó cabizbaja. —. Lo lamento, es que dijiste durante tanto tiempo que después de Thomas no volverías a sentir nada por nadie, que me hice a la maravillosa idea de que, si no podía tenerte, al menos nadie más lo haría... me paniqueé cuando me enteré de tu compromiso.
Por todos los cielos, ¿desde hacía cuanto ella...?
—Elías es un buen sujeto, me porté muy mal con él y todo lo que hizo fue intentar hacer que tuviésemos una buena noche... lo arruiné —su voz se quebró nuevamente. —. Y ahora temo haber arruinado nuestra amistad también.
—No, tranquila, ven aquí —la atraje hacia mí y nos recostamos en la cama. Permití que apoyara la cabeza en mi pecho, mientras acariciaba su espalda con ternura. —. No arruinaste nada, y gracias por hacerme saber lo que sentías en realidad —suspiré profundo. —. Nuestra amistad estará más fuerte que nunca, te lo aseguro.
—¿Tú crees? —su voz tembló. —. Justo ahora siento como si mi corazón se partiera en dos.
Torcí los labios, y vi el techo, sintiendo un profundo pesar por ella.
—No sabes cuanto me duele ser la causante de ello.
—No es tu culpa. —suspiró.
—Estoy segura de que algún día conocerás a una hermosa mujer que esté dispuesta a amarte como tú te lo mereces. —intenté consolarla.
Ella me abrazó, y así permanecimos juntas en aquella cama, hasta que finalmente le ganó el cansancio y se quedó profundamente dormida.
Acaricié su cabello suave, mientras la observaba fijamente, sin saber qué pensar respecto a lo ocurrido. Ni en mis más locos sueños imaginé que Rita llegaría a sentir algo por mí, nunca dio señales, hasta aquel momento, y si era sincera, agradecía que no lo me hubiese dicho antes, estando sobrias, porque entonces todo hubiese sido mucho peor.
¿Cómo Odell pudo notarlo y yo no? Me mofaba de ser una persona muy perceptiva, y no me daba cuenta de lo mucho que estaba hiriendo a mi propia amiga.
—Igual me alegra que encontraras el amor, Becca —habló entre sueños. —. Aunque no sea conmigo.
"¿Encontrar el amor?" Si tan solo ella supiera.
Cuando Thomas se marchó, y sufrí la cruel indiferencia de mi padre, algo en mi interior se quebró, y decidí que no le concedería a nadie más el poder de herirme de aquella forma. A partir de entonces perdí cualquier capacidad de sentir algo hacia alguna persona que no fuese un arrasador deseo sexual, en busca de complacerme a mí misma.
El amor para mí se volvió una debilidad, y aunque doliera decirlo, era así como veía a mi abuela, y en ocasiones a papá. Porque los amaba, y estaba dispuesta a todo por ellos, aunque me matara hacerlo.
«¿Qué si amo a Elías Odell, Rita? No, no lo amo, y seguramente nunca llegaré a hacerlo»
Estaba clara en mi postura, al fin y al cabo, todo aquel embrollo había comenzado con un simple acuerdo entre él y mi padre. ¿Cómo podría surgir amor de algo así?
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