Capítulo 20
Admiraba el diseño de aquel lugar a medida que avanzaba por los pasillos de este, todo era realmente sofisticado, bellamente amueblado y contaba con muchos objetos decorativos, y plantas. Pude divisar a varias personas andando de un lado a otro, y debido a que todos llevaban la misma vestimenta supuse que se trataba de sus empleados, parecían ser muchos, pero con una casa tan grande, no era algo que pudiera sorprenderme.
Noté que Elías le murmuraba algo a Ander, quien solo se limitó a asentir con la cabeza y se retiró, mientras Hugo nos acompañaba.
—El desayuno está listo. —me dijo, una vez que llegamos al inmenso comedor cuya mesa, que tenía el espacio para aproximadamente doce personas, estaba excesivamente llena de comida.
Alcé ambas cejas en lo que observaba la variedad de alimentos, desde emparedados, una pila de waffles crocantes y panqueques esponjosos chorreando manteca derretida o almíba, hasta tortas, galletas y pasteles, siendo el primero en llamar mi atención un característico pastel de limón.
—Ese lo ha elaborado su abuela, llegado aquí desde un campamento espiritual —me comentó, tomando mi mano para acercarnos a la mesa, donde me acomodó una silla y permaneció de pie a mi espalda. —. Me ha hablado de lo mucho que usted disfruta este tipo de alimentos.
—¿Mi Abuela hizo qué?
No supe qué decir, y simplemente continué contemplando los deliciosos manjares mientras sentía mi boca hacerse agua. Aquello ni en broma se comparaba a los desayunos en casa, mi padre lo prohibía rotundamente, limitándome a tomar para desayunar avenas, huevos cocidos, pan integral o jugos verdes.
—Bom Appetit, Ma Chére. —me murmuró al oído con aquel acento tan sensual, que me hizo estremecer.
Joder, ¿cómo podía ser tan ardiente y cerebral a la vez?
Mordí mi labio inferior mientras lo veía sentarse a mi lado y prepararse para degustar su desayuno. No pude resistir la tentación y comencé a servirme también, eligiendo un poco de cada cosa. De vez en cuando lo miraba de reojo, para saber si se encontraba viendo mis elecciones, pero no, estaba concentrado en su propio desayuno, y no le importaba cuantos carbohidratos estaba a punto de consumir... eso me dio un poco más de confianza para seguir.
A medida que comenzaba a probar los bocados no podía parar, la comida estaba deliciosa, disfrutaba inmensamente la explosión de sabores en mi paladar. Y, ni hablar del momento en que saboreé el delicioso pastel de limón que preparó mi amada abuela, sin temor a una represalia o el pensamiento de que tendría que ir al gimnasio a quemar aquel montón de calorías.
Solo disfrutaba del momento, y eso de alguna u otra forma me hacía sentir feliz. ¡La comida me hacía feliz!
—Chére, déjame presentarte al personal de la casa —dijo Elías, llamando mi atención, y al alzar la mirada me topé a un grupo de aproximadamente veinte personas, distribuidas entre cocineros, aseadores, jardineros y técnicos. —. A ustedes, les presento a Rebeca Stain, mi hermosa prometida y futura señora de esta casa.
Joder, qué presentación.
Me puse de pie, saludándolos con un gesto de mano un tanto tímido.
—Quiero que le den una cálida bienvenida y satisfagan cada uno de sus deseos, cualquier cosa que ella les pida, deben cumplirlo sin protestar, ni poner excusas... ¿queda claro?
Lo observé anonadada debido a la firmeza en su voz y la seriedad que mantenía en su rostro mientras se dirigía a ellos, le daba un aspecto un tanto ardiente. Una vez que todos saludaron, dijeron sus nombres y se marcharon, una pequeña sonrisa tímida se extendió en mis labios al pensar en lo adorable y tierno de su gesto.
Cuando terminamos de desayunar, procedió a mostrarme la vivienda, era enorme, así que no me sorprendió que llevase un buen tiempo recorrerla, mientras tanto hablábamos de cosas triviales; comida favorita, música, películas, mascotas. Poco a poco iba abriéndose más, a diferencia de cuando platicábamos en las citas donde era cortante y aburrido. Le gustaba la música clásica, lo cual no era sorpresa, no tenía mascotas ya que por su trabajo pasaba mucho tiempo afuera y comía de todo.
Nació y creció en Marsella, Francia hasta la edad de doce años, pero debido al trabajo de su padre comenzaron a mudarse seguido, lo que provocó que de a poco fuera perdiendo su cultura. Vivieron en muchos lugares alrededor del mundo, hasta que llegaron a nuestro país, donde su madre enfermó y falleció, quedando solo con su padre, quien ya no tuvo las fuerzas para volver a mudarse.
Luego de que su padre falleció, entró a la universidad y se graduó de programador, comenzó a trabajar en una empresa, se mudó al extranjero y luego creó una famosa plataforma que le hizo ganar millones, no conforme con eso continuó invirtiendo en varios proyectos que a la largo resultaron en un éxito, llevándolo a crear un imperio. Entonces decidió volver y asentarse aquí permanentemente.
—A pesar de los logros, sentía que no era completamente feliz —me comentó, una vez que bajamos las gradas hacia primer piso, luego de descansar en uno de los balcones que daban una vista hermosa del patio delantero. —. ¿De qué vale tener tanto sin una persona con quien compartir?
—Y, yo soy esa persona —me detuve, posándome frente a él. —. ¿Por qué? —sentía que ya no quería más rodeos, deseaba saberlo de una vez.
Él enarcó una ceja, luciendo confundido ante mi pregunta.
—¿Por qué te aferrarías tanto a la idea de casarte conmigo, si ni siquiera me conoces? ¿Es por las empresas de mi padre?
—¡Disculpen...!
Una voz femenina irrumpió en aquel lugar al mismo tiempo en que unos zapatos de tacón resonaban con cada pisada, mientras se acercaba. La curiosidad me ganó, y giré rápidamente para ver de quien se trataba, encontrándome a una hermosa y joven mujer castaña; alta, y elegante de buena apariencia.
—Maura, bienvenida —dijo Elías, una vez que estuvo frente a nosotros. —. Déjame presentarte...
—No hace falta que lo hagas tú —dijo ella, torciendo una sonrisa con sus labios escarlata. —. Es la prometida, ¿no es así?
No sabía si lo estaba imaginando, pero notaba que tenía un semblante un tanto hostil y era muy presuntuosa al momento de expresarse.
—Rebeca Stain. —me presenté, extendiéndole la mano.
—Maura West —dijo, correspondiéndome el saludo. —. La mujer más importante en la vida de Elías.
«Espera, ¿qué?»
Enarqué una ceja de manera interrogante, mientras la observaba con desconcierto.
—Maura es mi asistente —aclaró Elías, antes de pasarme de lado para ir con ella y saludarla con un caluroso abrazo. —. Aunque se comporta como si fuese mi mánager.
—Es que eres un hombre a la deriva sin mí —respondió, regalándole una cálida sonrisa, mientras él se apartaba. —. Te traje estos papeles, necesitan tu firma y sello.
—Oh, no ando mi sello —dijo, palpándose sus bolsillos. —. Chére, iré a mi oficina, ahora regreso.
Asentí con la cabeza hasta que lo vi alejarse con prisa hacia las gradas para subir, y una vez que me encontré a solas con aquella mujer me giré para verla al sentir sus ojos puestos en mí, regalándole una sonrisa amable que le demostrara que no me había molestado su comentario en lo absoluto, mientras me preguntaba la clase de relación que ambos tenían y porqué ella no pudo evitar el bendito compromiso.
—¿Tú...?
—Te seré honesta, no me agradas —me interrumpió con un tono bastante hostil. —. Y creo que Elías está cometiendo el peor error de su vida al pretender desposarte.
Alcé ambas cejas, desconcertada por el repentino ataque.
—Lo he cuidado por mucho tiempo, demasiado para ser verdad, solo para que en una salida contigo termine apuñalado, perdiéndose así la importante reunión de negocios que tenía al día siguiente. Lo peor de todo, es que fue una salida donde ni siquiera lo respetaste y te comportaste como la peor de las barriobajeras.
—¿Cómo me has llamado? —pregunté, frunciendo el ceño.
¿Quién se creía que era para tratarme de aquella forma? No la conocía, ni ella a mí, y si era honesta, me molestaba que estuviese actuando como si yo hubiese buscado que mi padre y Elías arreglaran un maldito compromiso por conveniencia. Solo era una víctima en todo aquello, ¡ni siquiera quería casarme!
—No te hagas la inocente, es claro que no eres la clase de mujer que él necesita y merece.
—Oh, entonces hazme un favor y apresúrate a convencerlo de eso, porque ya estoy cansada de intentar.
Pude notar en su expresión que mi comentario le ofendió en gran manera, reflejaba enojo y frustración, seguramente porque pensaba que estaba menospreciando lo que ella tanto anhelaba.
Los pasos de Elías bajando las gradas comenzaron a resonar, y ella se apresuró a recuperar la compostura para luego darme la espalda y retirarse a esperarlo al pie de estas. Inhalé profundo, y permanecí en completo silencio, intentando procesar lo ocurrido, hasta que el sonido de sus tacones alejándose y la cercanía de Odell me sacaron de mi ensimismamiento.
—Sabes que tu asistente está enamorada de ti, ¿verdad? —le pregunté directamente.
Él frunció el entrecejo.
—¿Qué? No, claro que no... es como mi hermana.
«Hombres... tan incapaces de entender indirectas»
—Ma Chére, ella es mi mejor amiga, la primera amiga que tuve cuando era un adolescente y nos asentamos en este país. Que no te haga sentir incómoda, simplemente es tan sobreprotectora como una madre, ella contrató a los guardaespaldas sin que yo se lo pidiera y les ordenó nunca dejarme solo.
Oh, vaya, las cosas comenzaban a tener un poco más de sentido. Quizás fue alguno de ellos quien le comentó todo lo que había hecho aquella noche.
—Te prometo que —tomó mis manos. —. No hay otra mujer a quien anhele tanto hacer mi esposa, como a ti.
Entreabrí la boca para preguntarle una vez más a qué se debía eso, es decir; ¿por qué se sentía así?, pero me perdí en aquella intensa mirada que una vez más me hacía sentir como un ser diminuto. No podía describirlo, me veía de una manera que me intimidaba, porque era como si pudiera ver mi perversa alma, y aún así, lo hacía con cariño y encanto.
—Acompáñeme, aún nos falta conocer el patio trasero. —dijo, posando de manera respetuosa la mano en mi espalda, para guiarme hacia la salida.
Traté de dejar de lado el incómodo momento, y concentrarme en lo que mis ojos apreciaban; aquella zona de la vivienda tampoco decepcionaba, contaba con una enorme alberca de agua cristalinas, un jacuzzi en la otra esquina y sillas para tomar el sol. El espacio perfecto para convivir con amigos durante un verano caluroso.
—¿Le gusta? —me preguntó.
Asentí sin dudar, mientras admiraba el lugar. Y mi padre que se negaba a construir una porque le restaba "elegancia" a la casa, aquella lucía perfecta. No pude resistirme al deseo de acercarme al borde para verlo mejor, era bastante profunda, pero contaba con un espacio en la esquina para sentarse y relajarse. Quizás beberse algunas copas.
—Señorita Stain, ¿acaso sabe nadar? —la pregunta de Ander me hizo alzar la mirada, encontrándome con que los guardaespaldas se encontraban de pie junto a Elías en una esquina cercana a las sillas.
¿De verdad? ¿Incluso en su casa le seguían?
—Sí, sé nadar, tuve que tomar un curso luego de casi ahogarme. Soy una nadadora profesional ahora —respondí, encaminándome hacia ellos. —. Aunque, ¿sabe Odell? Lo que más quisiera ahorita es tomar el sol.
Miré a los guardaespaldas, y todo apuntaba a que no planeaban retirarse del lugar, pero lo que más me molestaba, era la expresión petulante de Ander, lo cual comenzaba a irritarme en gran manera. Sí, reconocía que lo había arruinado en grande, pero eso había quedado a atrás, Elías seguía insistiendo con el compromiso, ¿por qué entonces no lo superaba de una vez?
—Por supuesto, Chére, le diré a una de las empleadas que preparen...
—No, no es necesario —respondí, antes de halar los tirantes de mi vestido para deshacer el nudo, lo que causó que este cayera, deslizándose por mis curvas hasta abultarse en mis tobillos, dejándome en unas finas bragas frente a aquellos hombres.
Elías abrió los ojos de una manera tan amplia, que parecía que se saldrían de sus orbes, mientras Hugo comenzó a toser, seguramente por haberse atragantado con su propia saliva.
—M-Ma chére...
—Tomaré el sol al natural. —le informé, sonriendo con malicia, antes de encaminarme hacia una de las sillas para acomodarme en ella.
Miré de reojo a Elías, quien se había cubierto la boca con su mano, mientras observaba el suelo con ojos amplios, como si no pudiese creer que realmente me había desnudado frente a todos. La verdad, ya había aceptado que me casaría con él, y no intentaba ahuyentarlo, pero si aquello servía, tampoco iba a quejarme.
Así que esperé paciente a saber cuál sería su reacción, después de todo, no le había molestado verme bailar con otros, quizás aquello tampoco le alteraría.
—Caballeros —dio una palmada, una vez que salió de su estado de shock. —. Mi prometida desea tomar el sol, al natural, así que por favor denle la privacidad que necesita... retírense.
—Pero, señor, nuestras ordenes son... —Ander intentó protestar, pero Elías lo detuvo con solo alzar una mano, como acostumbraba a hacerlo.
—Retírense, ahora. —ordenó serio.
Mordí mi labio inferior cuando una sonrisa traviesa quiso formarse en ellos, y me limité a mirar fijamente la piscina mientras aquel par se retiraba, hasta que escuché a Elías comenzar a ordenarle que se marcharan a los jardineros y técnicos que se paseaban a la distancia, con mucha urgencia.
¿Acaso intentaba proteger mi honor de aquellos hombres?
—¿Deseas algo para sentirte más cómoda, Chére? —me preguntó, posándose a un costado.
—Lentes de sol, y una limonada —lo miré a los ojos, torciendo una sonrisa.
Sus ojos estaban fijos en mi rostro, y podía notar que evitaba a toda costar bajar la mirada para contemplar mi cuerpo desnudo. El sol estaba en un buen punto, se sentía agradable al cochar contra mi piel, el viento fresco rozaba mis senos y al estar expuestos no tardaron en sufrir un efecto un tanto predecible.
Suspiré hondo, y me acomodé mejor en aquella silla.
—Ordenaré a una de las empleadas que lo traiga. Si me necesita puede llamarme con alguna de ellas, le daré su espacio.
—No, espera —pedí, incorporándome para tomar su mano y evitar que se marchara. —. Quédate, por favor.
—¿Chére?
—Siéntate aquí, conmigo —lo incité a sentarse a un costado, viendo hacia mi rostro.
Él obedeció sin protestar, y se sentó, manteniendo sus ojos puestos en los míos, reflejando aquella ternura que tanto lo caracterizaba al momento de verme... pero solo había eso, ternura, aunque me encontrara prácticamente desnuda desnuda frente a él no lograba percibir ni un atisbo de lujuria en su mirada, mientras que, a mí, aquella situación me había excitado inmensurablemente, y todo en lo que podía pensar era en lo mucho que deseaba coger con él en aquel lugar.
Carajo, sí lo deseaba.
—¿Le gusta lo que ve, Odell? —pregunté, manteniendo su mano aferrada de la muñeca, antes de guiarla hacia mi rostro, posándola sobre mi mejilla.
Él tragó saliva, y procedió a torcer una sonrisa, viéndome con adoración.
—Eres perfecta —se limitó a decir, antes de darme una suave caricia. —. Realmente hermosa.
Emití un ligero jadeo, sus dedos eran muy suaves al tacto, se sentía bien sobre mi piel caliente. Sin despegar la mirada de su rostro, fui deslizando su mano lentamente desde mi mejilla, pasando por mi mandíbula, y por un costado de mi cuello, dirigiéndose hacia mi pecho, hasta posarla el surco de mis senos.
Inhalé profundo, lo que provocó que mi pecho se elevara y el dorso de su mano rozara mis senos. Él no decía nada, solo permanecía quieto, con sus esferas ámbar puestas en mi rostro, entonces continué deslizando su mano por mi abdomen, manteniendo mi labio inferior atrapado entre mis dientes, sintiendo volar mi imaginación y despertar mi deseo.
Recordaba haber quedado embobada por sus largos dedos desde la primera vez que lo vi, y quería saber qué tanto podían hacer... cielos, estaba tan caliente y no se debía al sol.
Gemí.
—Chére —suspiró, apartando su mano, para luego deslizarla hasta mi cintura y aferrarse de ella, procediendo a inclinarse hacia mi rostro. El corazón se me aceleró, y entreabrí los labios, jadeando para dejar escapar el aire que tenía contenido desde que sus dedos estuvieron a punto de encontrar mi feminidad. —. Desolé... pero me tengo que retirar. —me murmuró al oído, antes de besar mi mejilla y ponerse de pie.
—¿Q-Qué? —pregunté entre jadeos, mientras lo veía alejarse.
Fruncí el ceño en confusión y observé hacia la nada, consternada. ¿Qué rayos acababa de pasar? ¡Prácticamente me le había entregado en bandeja de plata! Caín o cualquier otro hombre que conociera no hubiese titubeado al momento de cogerme en ese lugar y él... ¿él simplemente decidió huir? ¡No tenía el más mínimo sentido!
Gruñí con frustración y me levanté de la silla para dirigirme hacia el borde de la alberca y saltar, disfrutando al sentir mi cuerpo sumergido en el agua fría, para comenzar a nadar, esperando que eso pudiera ayudarme a bajar la calentura que me había provocado.
Me sentía molesta, ¿qué carajo estaba mal con él?
No, el destino no podía ser tan cruel como para poner a un hombre tímido y sin nada de experiencia en la vida de la mujer más sexual del planeta tierra... ¿o sí?
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