Capítulo 17
Miré aterrada como aquel hombre maniobraba con agilidad la navaja, intentando cercenarlo, hasta que Elías se abalanzó sobre él, forcejeando en un intento por tomar el control del objeto. Desesperada, alcé el rostro en busca de los guardaespaldas solo para darme cuenta de que las personas se habían amontonado a los alrededores, obstaculizando el paso, para observar y animar la pelea.
En ese momento el pánico me invadió, pensando en que seguramente Elías no sabría defenderse de algo así. Él no pertenecía a aquel mundo.
Volví la mirada hacia el par que continuaba en el suelo, todo pasaba tan rápido que no sabía cómo reaccionar ante la situación; estaba aturdida, y realmente ebria, debía reconocer. Quise incorporarme y ponerme de pie sobre la tarima, pero mi cuerpo no respondía a mis ordenes, y todo lo que podía hacer era observar la escena suplicando que se detuvieran de una vez, o que alguien interviniera, hasta que de pronto Elías tomó con firmeza la muñeca de aquel tipo que desde el suelo luchaba por recobrar el control, para hacerlo alzarla sobre su cabeza antes de darle un último puñetazo.
Abrí los ojos de par en par, viéndolo con asombro.
En aquel momento los guardaespaldas terminaron de abrirse paso entre la multitud a fuertes empujones, y se apresuraron a sujetar a aquel hombre, uno de cada brazo, para así someterlo hasta quedar de rodillas. Elías se levantó del suelo, pasando la mano echa puño por su mejilla para limpiar la sangre que había en la comisura de sus labios, y lo vio hacia abajo con una expresión fría y salvaje como nunca imaginé verlo. Lucía realmente sombrío.
Desconocía totalmente a aquel hombre.
—Si intentas ponerle una mano encima de nuevo, juro que te quedas sin ella, imbécile. —dijo con advertencia de una manera que remarcó aún más su acento, ordenándole luego a los guardaespaldas que lo liberaran.
Él sujeto no dudó en ponerse de pie y comenzar a correr lejos de la escena, al igual que la multitud comenzó a dispersarse con prisa, dejándonos solo a los cuatro frente a aquel escenario.
Un profundo jadeo cargado de alivio brotó de mis labios una vez que todo terminó aparentemente bien, pero ese alivio fue sustituido inmediatamente por un escalofrío que me recorrió de pies a cabeza cuando Elías se giró hacia mí, con la misma expresión intimidante que le había mostrado a aquel hombre. Y ni hablar de sus guardaespaldas, podía sentir que me juzgaban con la mirada.
—Y-Yo, Elías...yo...
—Déjame ayudarte —suspiró, mientras se acercaba hasta el borde y, sujetándome de la cintura, me bajó de la tarina, procediendo a ahuecar mi rostro entre sus manos. —. ¿Estás bien?
Sus intensos ojos se fijaron en mi rostro, y de nuevo pude ver al Elías que llevaba meses conociendo cuando su expresión se suavizó. Comencé a asentir con la cabeza, el corazón aún me latía tan desbordado que sentía como si en algún momento perforaría mi pecho, y las manos me temblaban; aquello había sido realmente horrible, y por más que quería desesperadamente terminar con el compromiso, en mi miserable vida me habría atrevido a ponerlo en riesgo de aquella manera.
—Y-Yo... —me descubrí a mí misma sin saber qué decir, y sintiéndome incapaz de mantenerle la mirada desvié el rostro hacia un costado, notando algunas gotas de sangre en el dorso de su mano. —. ¿T-Tú estás bien? —tartamudeé, antes de sujetarlo de las muñecas para apartar de mi rostro, y cerciorarme de que no fuese nada grave.
Intenté limpiarlas con mis dedos para asegurarme de que no se tratara de cortes, no era lo correcto por si había heridas expuestas que pudiera infectar, pero estaba tan nerviosa que no sabía qué más hacer, y fue en ese momento en que noté que había algo más, aparte de sangre.
—¿Q-Qué es esto? —inquirí, confundida, al notar lo que parecía ser un maquillaje.
Él apartó sus manos de las mías con mucha prisa, antes de que pudiera descifrar de qué se trataba.
—Hay que irnos. —dijo con firmeza, tomando mi mano y girándose para dirigirse hacia la salida.
Decidí no insistir y permanecí en completo silencio mientras avanzamos hacia el estacionamiento, con su mano aferrando la mía de manera que no pudiera zafarme. Sentía que debía decir algo, todo había sido mi culpa, pero no existían las palabras para justificarme y tampoco para disculparme por todo lo que le había hecho pasar aquella noche, fui demasiado lejos en mi búsqueda de alejarlo y, aun así, no dudó en correr a defenderme con una vehemencia me que me robó el aliento.
Otro hombre en su lugar habría alegado que yo me lo había buscado al beber tanto y bailar de aquella forma, pero él no, incluso pudiendo enviar a sus guardaespaldas decidió ir por sí mismo, y saber eso me carcomía la conciencia.
—Merde. —lo oí murmurar, antes de que se detuviera de golpe.
—¿Elías? —me paré a su lado, y en esa ocasión fui yo quien se aferró de su mano.
—Espere, señor. —lo interrumpió uno de los guardaespaldas, posándose frente a nosotros.
Lo miré con extrañez una vez que se acercó a Elías y lo sujetó de la solapa de su blazer para abrirlo, y dicha extrañez en mi mirada fue sustituida por horror cuando vi una enorme mancha carmesí en su camisa.
—Ese hombre lo ha cortado —dijo el guardaespaldas, posando la mirada en su jefe. —. Debemos llevarlo al hospital.
El corazón se me encogió, y el miedo caló hasta lo más profundo de mis entrañas. ¡Por todos los cielos! ¿Qué había hecho?
—No, no iré al hospital... llévame a casa y que mi médico privado venga a verme.
—No, es una locura, Elías, debes ir a un hospital —expresé angustiada, posándome frente a él. —. Es más seguro.
—Estaré bien, no es tan grave o no seguiría de pie —me respondió, antes de dirigirse hacia uno de sus guardaespaldas. —. La llevaremos a casa.
—¿Qué? No, déjame ir contigo, no podré con la angustia.
—Rebeca —ahuecó mi rostro entre sus manos. —. Voy a estar bien, pero necesito que tú te vayas a casa. —dijo con firmeza, y antes de que pudiera agregar algo soltó un jadeo, mientras retrocedía un paso.
—Ahora que la adrenalina y el alcohol baje comenzará a sentir los efectos de estar apuñalado —comentó uno de los guardaespaldas antes de abrir la puerta del auto, y por el tono en su voz, era claro que estaba furioso. —. Vamos ya... Hugo, ve llamando al médico. Señorita Stain, la dejaremos en casa de camino.
—¡Esto es una locura! —exclamé, desesperada. —. Está perdiendo sangre ¿y planean desviarse del camino?
Él me observó con seriedad, y en su expresión podía notar que me culpaba por todo lo que estaba pasando... ¿y quien no? Yo era la única responsable.
—Suba al auto. —me ordenó.
Tragué saliva, nerviosa y me subí al auto sin más percance. Di un ligero respingo cuando, quien al parecer era Ander, azotó la fuerza, reflejando su ira y frustración, mientras Hugo colgaba la llamada y encendía el auto. No aparté los ojos de Elías durante todo el camino, quería ayudarlo, intenté ver su herida, pero no me lo permitió, tampoco el tocar sus manos, solo permaneció cohibido en el otro extremo del asiento.
Intenté convencerlo de llevarme con él, quería asegurarme de que estuviese bien, pero me insistió con que me quedara en casa. Sabía que no habría manera de convencerlo, traté durante todo el camino, así que bajé del auto para no retrasar que viera a un médico.
"Qué descance"
Fue lo último que me dijo mientras el auto se ponía en marcha.
Un jadeo ahogado brotó de mis labios una vez que se marcharon, y me abracé a mí misma tratando de darme calor, ya que la noche estaba realmente fría. Comencé a andar hacia la casa a pasos lentos, mientras mi mente me torturaba una y otra vez, repitiéndome que todo lo que había pasado, era mi culpa.
Sin darme cuenta me encontraba rezando, pidiendo que la herida no fuese grave y que él estuviese bien.
El momento de la despedida vino a mi memoria, al igual que cuando avisó que me llevaría a casa. "Rebeca", dijo mi nombre en lugar de "ma chère". Todo apuntaba a que, al final, había cumplido mi cometido... pero ¿a qué costo? Me estaba carcomiendo una enorme carga de conciencia y la culpa me impedía respirar.
—¿Rebeca? —me habló la abuela, sorprendida, una vez que crucé el umbral que daba al pasillo que me llevaría a las gradas. No esperaba que estuviese despierta. —. ¿Estás bien?
Negué con la cabeza, sin dejar de abrazarme mientras temblaba y no solo de frío, sino que también de nervios y ansiedad. Ni bien se acercó me abalancé a sus brazos, hundiendo el rostro en su cuello.
—Cometí el más estúpido de los errores, abuela, pero te juro que yo no esperaba que un hombre saliera de la nada, y menos que Elías me defendiera.
—¿Qué? —exclamó, consternada. —. No entiendo lo que tratas de decirme, pero tienes que cubrirte, estás temblando de frío. —dijo, antes de envolverme con su bufanda. —. Vamos a que te cambies.
Comenzamos a subir las gradas a pasos lentos, y a medida que avanzaba simplemente no era capaz de entender lo que sentía, era un mar de emociones, y lo peor de todo: ninguna era de satisfacción, aún al ser consciente de que finalmente había logrado lo que quería. Predominaba la tristeza, y la culpa. Todo se me había ido de las manos y terminé provocándole un terrible daño a una buena persona.
Porque sí, por más anticuado y aburrido que fuese Elías Odell, era un buen tipo. Tan noble y caballeroso que creía incluso que, de haberle mencionado mi posición, siendo totalmente honesta con él, me habría dado una salida digna de aquel compromiso.
—¿Soy una mala persona, abuela? —le pregunté con tristeza, mientras me metía en la cama, abrazando al perezoso gato que en ese momento se subía para acurrucarse.
—No, amor, solo estás ebria —suspiró, mientras me arropaba como cuando era una niña pequeña. —. Seguro mañana te sentirás mejor, y sabremos algo de Elías.
—Ya no va a escribirme, ¿por qué lo haría? —suspiré, haciendo un puchero al notar que Leo se intentaba zafar de mis brazos para marcharse... —. Mi madre, Thomas e incluso mi padre me han abandonado, ¿por qué él se quedaría luego de conocerme en realidad? —...lo dejé ir.
—Por la misma razón por la que yo sigo aquí —se inclinó para darme un beso en la frente. —. Por amor.
Una carcajada irónica brotó de mis labios, sonando más sarcástica de lo que pretendía. Pero ¿qué decir? Estaba ebria hasta la médula.
—El amor no existe, abuela, en eso le doy la razón al viejo —comenté con amargura y me acomodé de costado, dándole la espalda. —. Es solo una maldita ilusión que te debilita y te hace perder de vista tus objetivos en la vida... no quiero ser débil, quiero ser libre; el salir de fiesta, el alcohol y el sexo me lo permite. Nunca iba a enamorarme de Elías, abuela, no caería jamás, ni siquiera por sus bonitos ojos y esa sonrisa tan matadora, porque simplemente no creo en el amor y no estoy dispuesta a concederle a nadie más el poder de herirme... ya he tenido suficiente en esta vida.
—Hay mi niña, estás tan rota como tu padre —la oí suspirar. —. Un fracaso amoroso no es el fin del mundo, ni un motivo para cerrarse, cuando ambos lo entiendan serán más felices.
La oí avanzar hacia la salida, para posteriormente cerrar la puerta. Y una vez que me encontré a solas en aquella cama, la opresión en mi pecho se volvió tan intensa que dejé salir el llanto en un intento por aplacarla; me prometí a mí misma no volver a llorar por boberías, y me estaba fallando... joder, quizás debía culpar de todo al alcohol y desentenderme del mundo de una vez.
Era más fácil que aceptar la realidad.
Solo esperaba que, una vez supiera en qué estado se encontraba Elías, aquel horrible sentimiento se desvaneciera, y pudiera comenzar a disfrutar de mi victoria. Lo había logrado, ¿no era así? Ya no sería una simple esposa trofeo comprometida con el socio de su padre. Debía felicitarme a mí misma.
«Bravo, Rebeca... bravo»
Carajo.
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