XXIII. La Larga Noche (ii)
—¡Oh Evan!
La imagen le hizo estremecer. El joven se cubría una herida sangrante en la zona baja del abdomen. Fingía que no le dolía, pero las muecas al recolocarse sobre sí mismo le delataban.
—Déjame ver.
—No es... no es nada, Mayleen.
Haciendo caso omiso a sus palabras, la chica soltó la espada y se acercó a Evan, tomando su mano para apartarla de lo que escondía.
Tras vencer la fuerza que el muchacho oponía para que no viera la herida, May pudo descubrir la verdad. Un corte del tamaño de la palma de la mano recorría el abdomen de Evan. Comenzaba a la altura de la última costilla hasta llegar al hueso pélvico de la cadera. Sangraba en abundancia.
—Ya te decía que no era para tanto —la muchacha le miró con dureza—, ¡es solo un corte!
La sonrisa impecable de Evan se mantuvo intacta en todo momento, pero un atisbo de miedo se reflejaba en el brillo de sus ojos.
—Ambos sabemos que es más serio que eso.
—Venga, May. No puedes quedarte aquí, el mundo espera grandes cosas de ti.
Una pequeña sonrisa apareció en la cara de May y las lágrimas amenazaban con salir. Evan lo sabía.
—No puedo dejarte aquí solo, morirías.
—Sabes que soy más duro que eso —un espasmo de dolor recorrió el cuerpo del chico de azules, pues cerró con fuerza los ojos y contuvo el aliento.
—Yo te arrastré hasta aquí, no puedo dejarte solo.
—Sí lo harás —le acarició la mejilla con ternura—, eres la esperanza del Reino. Solo una rubia alocada puede ocupar el Trono de Hierro. No será Daenerys Targaryen.
—Evan no...
Unos cuantos Caminantes entraron en la habitación, obligando a Mayleen a empuñar su arma una vez más y separarse del cuerpo del chico. Invadida por la ira, cargó contra el primero de ellos. No titubeó a la hora de blandir la espada contra las cabezas de los demás, estaba encolerizada. Asestaba golpes duros y potentes que menguaban su resistencia en poco tiempo.
—¡No te dejes llevar... por la ira! —recordaba el joven desde su posición. Aconsejarla era lo único que podía hacer.
Surgió efecto, pues la rubia parecía retomar la compostura y la concentración. Sus ataques eran, una vez más, hábiles y gráciles.
—Vete —con la respiración acelerada, Mayleen miró a la derecha, en dirección a la puerta; y a la izquierda, buscando a Evan—, estaré bien.
Una última vez, ella se acercó para dejar junto a su cuerpo la espada de uno de los muertos. De esa forma podría defenderse de quien le atacara.
—Cuídate.
Depositó un beso en su frente, a continuación echó a correr sin volver a mirarle. No tendría fuerzas para irse.
Tomó dirección hacia el patio del castillo, donde parecía haber agitación por algún motivo desconocido, aunque al llegar, lo supo de inmediato.
El dragón caído del Rey de la Noche —Viserion—, había impactado en picado en el centro del patio. Parecía desorientado, casi sin vida, pero su enorme dimensión evitaba que cualquiera se acercara demasiado a la trampa mortal que sus fauces supondrían.
Siguió de largo, intentando encontrar alguna cara conocida junto a la que luchar. El problema estaba en el polvo, el humo, la desesperación que se olía en el ambiente. Nadie era localizable para nadie.
Tras abrirse camino entre algunos enemigos, le pareció vislumbrar a lo lejos, la cabellera rubia de su padre. Pudo darse cuenta de que el dorado que solía caracterizar a Jaime Lanniste hubo desaparecido con los años, al igual que lo hizo su egoísmo, egocentrismo y maldad. Se acercó corriendo hasta él y derribó de un empujón al atacante que amenazaba la vida del hombre. Los huesos del muerto sonaron cuando tocaron el suelo y crujieron cuando Mayleen los partió.
—Gracias.
—No hay que darlas.
Entre ellos dos y un par de soldados más, fueron capaces de mantener a raya a todo aquel que quería adentrarse en la fortaleza. Padre e hija formaban un buen equipo.
Todo parecía bajo control por fin. Tormund —quien llegó junto a ellos poco antes—, dirigía una sonrisa triunfante a ambos. El salvaje tenía la cara manchada de sangre fresca y seca, daba algo de miedo. Sin embargo, en ese mínimo momento de paz, Jaime fue en su encuentro y chocó su mano izquierda con la del pelirrojo.
—Lo logramos.
—Papá... mira eso...
La voz de Mayleen sonaba aterrada, haciendo que el aludido y su compañero mirara al lugar que la joven señalaba. Los Caminantes Blancos que habían derrotado y los muertos del ejército norteño tenían los ojos abiertos una vez más. Los orbes de todos ellos era azul brillante, lo cual no significaba más que problemas.
—¡No somos suficientes para vencerles! —exclamó la Novia del Norte, desesperada, casi cediendo al agotamiento.
Un rugido atronador inundó los oídos de los que se encontraban reunidos.
—¡Joder! ¡El dragón!
Tormund tenía razón, el reptil volador que se hallaba en el patio habría vuelto a la vida, suponiendo una amenaza aún mayor para todos. ¿Dónde se encontraría el Rey de la Noche? ¿Habría llegado hasta Bran? Debía averiguarlo.
—¡Cúbreme! —le ordenó a su padre. Este no aceptó el mandato y la siguió.
—¡Vuelve aquí!
Ambos corrieron. Jaime siguiendo a su niña, esta hacia el Bosque de Dioses. Si Bran estaba allí, el comandante de los Caminantes también. Ese era el plan desde el inicio.
—¡Cuidado!
Una llamarada azul la obligó a guarecerse tras una columna de piedra. El dragón sería una difícil pieza para sortear si quería llegar donde se encontraba el menor de los Stark.
Echó un vistazo a su alrededor, buscando cualquier hueco que pudiera utilizar para esconderse del enorme reptil. Lo que tenía más cercano era un muro algo derruido. Jaime la miraba desde otra columna y cuando coincidieron, este lanzó una negativa con la cabeza. Mayleen se mordió el labio, indecisa.
Aún así, levantó un poco la cabeza, asomándola para observar a Viserion. Por fortuna, estaba de espaldas, prestando más atención a otra persona. Mayleen aprovechó la ocasión para avanzar y es que, la persona que distraía al dragón era Jon Nieve. Al contrario que la rubia, él sí la divisó y procuró abrirle el camino hasta el Bosque de Dioses.
Jon levantaba y zarandeaba los brazos esperando una furiosa llamarada que le diera el tiempo suficiente a la chica para huir del patio principal de Invernalia. El plan inicial se fue al traste cuando el Rey de la Noche alzó sus brazos y con ello, revivió un nuevo ejército con más luchadores que al empezar, dejando al Norte en una enorme desventaja.
Desde su medianamente segura postura, Jaime consiguió distinguir la figura del bastardo Stark. No le costó demasiado trabajo darse cuenta de lo que hacía sino entretener a la bestia para ayudar a su amiga. En ese instante, el Lannister fue realmente consciente de la influencia de su hija en la casa Stark. Ella estaba hecha para el Norte. Allí todos la seguirían hasta la batalla más improbable de ganar.
La susodicha consiguió llegar a su destino, donde pudo reconocer al séquito de Caminantes Blancos, los que siempre acompañaban al Rey de la Noche. Este no debía andar lejos.
La muchacha recogió uno de los arcos de un caído soldado de los Greyjoy y se apresuró a apuntar. El líder de los muertos se encontraba fuera de su alcance, pero a pesar de tener a Bran Stark delante, sus ojos miraban en dirección a otra persona.
—Has sido un buen hombre —escuchó decir al tullido.
Lo que ocurrió a continuación fue algo que sobrecogió a la rubia. Ver a Theon Greyjoy cargar solo con una espada hasta el Rey de la Noche sabiendo que tenía todas las de perder. Ocurrió como se supuso desde el inicio. El muerto frenó el ataque y con una fuerza descomunal consiguió hacerse con el poder del arma. Luego, con un simple gesto, le dio la vuelta y la clavó en el estómago del marinero. Cayó inmóvil al suelo.
No lo pensó de nuevo, cargó una flecha, apuntando a la cabeza del jefe de los enemigos. Disponía de un solo tiro. Ni si quiera estaba nerviosa, segura de que era lo que debía hacer.
—Por Poniente —susurró al viento cuando soltó la cuerda.
Los segundos le parecieron minutos, como si la delgada y letal punta no llegara nunca y, cuando estuvo a punto de impactar contra el blanco, uno de los secuaces del Rey de la Noche se interpuso. La flecha se le hincó en el pecho, acto seguido, explotó y se desvaneció como si fuera nieve.
—Mierda.
Los otros cuatro —sin contar al jefe—, giraron sobre sí mismos para ver bien a la atacante. Sin dudarlo, pusieron rumbo hasta ella, la acorralaron cuando May desenvainó su acero, lo tomó con ambas manos y se inclinó hacia adelante, dispuesta a lanzar una ofensiva. Los cuatro atacantes sacaron sus respectivas espadas, aunque algunos usaban algún tipo de lanza que parecía creada del mismo hielo.
Dos de ellos se lanzaron contra Mayleen, esta esquivó a uno y bloqueó el ataque del otro. Un tercero dio una estocada que obligó a May a saltar hacia atrás, esquivando el golpe. Pudo enfrentarse a algunos ataques más, pero ellos eran fuertes y más numerosos mientras que la joven estaba sin fuerzas, deseando un desenlace a aquella Larga Noche.
Asestaba golpes cuando uno de ellos impactó en la muñeca del que parecía mas fuerte, aún así los otros tres consiguieron hacerla caer al suelo y el que acababa de perder la mano se colocó sobre ella, con una pierna a cada lado de sus costados.
Uno de sus compañeros le tendió la lanza blanca, la misma que parecía estar creada a partir de hielo y fue cuando lo comprendió. La punta de esas cosas eran las que "congelaban" —así opinaba Mayleen— el corazón de los seres vivos. Desesperada, llevó sus manos a la punta del arma, haciendo toda la fuerza que podía y quedaba en su menudo cuerpo.
Era imposible, el muerto tenía una fuerza sobrehumana que Mayleen era incapaz de afrontar. Poco a poco sentía la punta ejerciendo presión sobre la parte izquierda de su pecho. Comenzó a gritar presa del miedo y la desesperación, pero nadie sería capaz de socorrerla, estaba perdida.
—¡AHHHH! —chilló tan fuerte que se le pusieron los vellos de punta. El hielo comenzaba a abrirse paso en su piel y sus ojos se volvían de un azul aún más intenso.
Un fogonazo de escenas cruzaron su mente a toda velocidad: vio a sus hermanos, se vio a ella misma molestando a Jon Nieve en Invernalia, vio a Ned reír con ella en la capital, a Sansa comer pastelitos de limón y a Robb. Se vio en su boda y desnuda en la cama junto a Robb, vio a Oberyn contarle historias sobre Poniente, el nacimiento de su bebé y a este jugar con la nieve imitando a los lobos. Se vio en el comedor de los Stark reunida con Jon, Evan y Gendry riendo tras tomar unas copas de vino y se vio en Invernalia abrazando a su padre. Eran recuerdos felices, estaba feliz por primera vez en mucho tiempo. Quizá morir no estaba mal cuando solo observaba cosas bonitas.
🐺🐺🐺
Samwell Tarly había pasado los últimos tres días cuidando de la rubia. No quedaban muchos maestres en Invernalia y los pocos que quedaban con vida no eran capaces de ofrecer un juicio acerca del estado de Mayleen.
Cuando Arya ensartó al Rey de la Noche y todos los Caminantes Blancos se rompieron en mil pedazos, el pueblo norteño que quedaba con vida comenzó a congregarse, buscando a todo aquel superviviente y caído que quedara.
Los días siguientes, las piras funerarias se instauraron en los alrededores de la fortaleza Stark. Los miles de hombres, mujeres y niños que murieron defendiendo la tierra de los vivos merecían una despedida.
Todos sufrieron pérdidas. Sansa lloraba día y noche a Theon; Daenerys a su fiel consejero Jorah Mormont; el pueblo salvaje y la Guardia de la Noche recontaban a los supervivientes y se despidieron de su último Lord-comandante Edd el Penas. Todos sufrieron las consecuencias de la guerra y los que aún se mantenían en la incertidumbre, no conseguían hallar consuelo alguno.
—¿Cómo se encuentra?
—No ha habido ningún cambio por el momento, lady Sansa.
La habitación de Mayleen estaba repleta de personas. Ella reposaba en cama, cubierta de pieles, a sus pies, el huargo castaño de ojos dorados se encontraba tumbado, observando con detenimiento a cada individuo que se acercaba a la chica.
El lobo fue quien la encontró y advirtió de su estado. Aulló hasta que Sandor le hizo caso. El Perro cargó con ella hasta una habitación vacía e hizo correr la voz. Viento Gris no se separó de ella en todo aquel tiempo. Mantenía la sangre y las heridas de la batalla, no se separaba de su dueña.
Con Jaime ocurría más de lo mismo. Al descubrir lo ocurrido, se sentó a la vera de su hija y apenas se movía del sitio cuando Tyrion, Sansa o Gendry le sustituían.
No había día que se despreocuparan de la muchacha.
—¿Ha comido o bebido algo?
—Tan solo cuando he mojado sus labios con agua. No reacciona.
Jaime sentía que sus ojos escocían. Casi ardían por retener las lágrimas. No era capaz de decir nada, su voz se consumía ante cualquier intento por emitir sonido.
Sansa notó el extraño comportamiento en el Lannister, por ello, mandó a desalojar la sala. Jaime necesitaba llorar a su única hija con vida. No lo haría mientras le observaran.
Ocurrió de esa forma, la señora de Invernalia invitó amablemente a todos los que ocupaban la estancia a salir. Ella fue la última, echando un vistazo al padre de Mayleen antes de cerrar la puerta.
Temblaba, temblaba con fuerza. Comenzó a sollozar, a hipar y le costaba respirar. Con agonía cogió una bocanada de aire y después se descompuso con un enorme grito de dolor, de desesperación, furia y tristeza. Las lágrimas desbordaban de sus ojos y caían pesadamente sobre las sábanas de la cama.
—Vamos hija, no me hagas esto —susurraba procurando no atragantarse—. Eres la única niña que me queda, no puedo perderte a ti también.
Agarró con desesperación la mano de su pequeña, apretando con fuerza. Rechinó los dientes tratando de contener el mar de lágrimas que se avecinaba, pero no era capaz de hacerlo.
—¡Vamos Mayleen! Una de mis hijas murió en mis brazos, no puedo perderte a ti también —se echó sobre el pecho de la Lannister— ¡Te necesito hija! ¡Por favor!
El fuerte grito que profirió se escuchó por todo el lugar. Fue desgarrador. Casi consiguió silenciar a los residentes del norte por unos segundos, porque todo el que le escuchó comprendió el dolor del Lannister.
Su llanto no cesaba, ni si quiera él podía controlarlo. Llevaba años sin llorar, casi ni él recordaba cuántos. Tyrion se apresuró en llegar. Eran hermanos y la muchacha, su sobrina. La quería.
—Lo siento mucho, hermano.
Ambos se abrazaron. Lo único que podían hacer era rezar y esperar a que los Dioses se apiadaran de Mayleen y despertara.
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