XXII. La Larga Noche (i)
La paz no pareció durar demasiado. La llegada de los muertos era inminente, tanto que juraban haberles divisado en la distancia. Sin embargo, Mayleen dormitaba tan profunda y plácidamente que no fue capaz de percatarse del ajetreo que se armaba en la fortaleza de los Stark.
Los soldados empezaban a tomar sus posiciones, las mujeres se escondían en las criptas y los Dothraki buscaban sus caballos. La hora llegaba, todos lo sabían y con profundo aplomo se preparaban.
—Mayleen —la suave voz de Podrick la despertó por segunda vez en aquella larga noche—, están aquí mi señora.
Sin perder el tiempo, la joven se enderezó para ir en busca de su armadura. Esta se encontraba en uno de los armarios y constaba de un chaleco de cuero bien curtido con una ligera capa parda que colgaba de los hombros. Debajo se puso unos pantalones —también de cuero— que le permitían mantener su gran ligereza. Por último, Pod le ajustó las muñequeras de piel que le cubrían desde la mitad de la palma de la mano hasta el antebrazo.
—Estamos listos, Podrick.
—Siempre que estemos junto a ti, Princesa.
Mayleen le miró sonriendo. El pequeño Payne siempre tenía palabras amables para ella. Juntos abandonaron la estancia, dejando a Evan disfrutar de su calma; aunque unas dudas invadieron a la rubia: ¿y si los muertos alcanzaban su alcoba?
Estuvo a punto de volver para avisar Evan. Decidió no hacerlo, su propio orgullo le llevaría de cabeza a una muerte segura en el campo de batalla. En los aposentos de Mayleen solo corría peligro si los Caminantes Blancos sortearan todos los obstáculos y medidas de contención.
Una buena parte de la fortaleza era un completo caos de personas corriendo de un lado para otro. Sobre todo, el de las mujeres que se dirigían a las criptas y, entre todas ellas, May pudo distinguir el color cobre brillante de su amiga Sansa, posiblemente, la única que mantenía la compostura.
—¡Sansa! —la pelirroja consiguió oírla a pesar de la distancia y se acercó.
—Creía que vendrías junto a Tyrion y conmigo —May negó con la cabeza—, ya has demostrado suficiente.
—Llegaré hasta el final.
—No podemos perder a otra de las nuestras. Los Stark hemos sangrado demasiado —sonaba sincera, sintiendo aquellas palabras de corazón. La rubia se consideraba desde hacía mucho tiempo una Stark, pero que la propia hija de Ned lo mencionara en voz alta, la enorgullecía. La atrapó en un fuerte abrazo.
—Mañana serás la primera a quien busque, lo prometo. Gracias Sansa, te quiero.
Le fue complicado decirlo en voz alta. Estaba acostumbrada a guardar sus sentimientos para ella y expresarse de forma tan íntima solo con su primer marido. Sansa la conocía bien, por ello se quedó exactamente igual de sorprendida. Decirlo en voz alta supuso dos cosas: uno, que Mayleen no estaba segura de que volviera a ver la luz del día; dos, que era de corazón. Las dos jóvenes se conocían desde los quince años. Tenían veinte y veintiuno. Ellas fueron confidentes en la capital, se tenían la una a la otra y habían pasado varias disputas importantes entre ellas. Mayleen y Sansa eran como hermanas, se querían sin tener la necesidad de decirlo, y lo sabían. Se habían abierto camino en un mundo despiadado e injusto. No eran niñas, eran mujeres inteligentes que luchaban por un destino común.
—Y yo te quiero a ti, Mayleen —se fusionaron en un abrazo de despedida en el que se les saltaron las lágrimas. Al separarse, sonrieron.
Sin vacilar un segundo más, la rubia se puso en marcha junto a Pod para dirigirse a la entrada del castillo. En su recorrido, ser Jaime Lannister la alcanzó para guardarle las espaldas. La rubia le miró y agachó la cabeza en señal de gratitud. Su padre la imitó.
Pudieron hacerse hueco a la cabeza de los soldados frente a las trincheras que rodeaban el castillo y, desde esa ubicación, contemplaron como las armas del enorme ejército de los Dothraki se prendían en fuego gracias a la magia de Melissandre. La aguda visión de la pequeña Lannister alcanzó a distinguir el cuerpo de Jorah Mormont sobre uno de los caballos, escoltado por Fantasma, el huargo de Jon.
En pocos segundos, la manada cargó al galope contra los enemigos que comenzaban a acercarse. Los latidos de Mayleen se aceleraron al ver la escena; sin embargo, toda esperanza del primer ataque se vio mermada cuando las mismas luces que Melissandre encendió, se apagaban una tras otra al llegar al punto de oscuridad.
—¿Qué está...? —susurró la chica mirando a su padre.
—Puede que no sea tan malo...
Jaime, en un intento de parecer positivo, intentaba dar esperanza a su hija. De repente se escucharon los gritos de terror, los relinchos de caballos desbocados y sus fuertes cascos golpeando la nieve y el suelo al poner rumbo al castillo.
—¿Crees que han...?
—No digas eso, Mayleen. Ganaremos.
Jaime estaba a punto de empuñar su espada, pero en su lugar, notó el suave y dulce contacto de la mano de su pequeña. Se volvió a mirarla con ternura.
—Gracias por estar hoy aquí... junto a mí —susurró estas palabras al final, casi sin dar oportunidad al Lannister para que la escuchara. Jaime sonrió y besó la coronilla de la chica.
—Daría mi vida todos los días para que estuvieras a salvo.
Desenvainaron los aceros cuando los corceles llegaban sin jinete a las trincheras, Fantasma también lo hizo y se unió a su hermano Viento Gris. Este le lamió la oreja izquierda, que parecía dañada. El de color blanco se acurrucó en el cuello del huargo de Robb.
Ese estaba siendo un comportamiento bastante inusual. Los lobos huargo apenas mostraban afectividad entre los de su especie y que la pareja de hermanos lo hiciera en ese instante solo inquietaba aún más a Mayleen.
—¡Invernalia! —gritó la rubia dando un paso al frente, dirigiéndose a cada guerrero, herrero, carnicero, hombre, mujer o niño que se encontrara allí— ¡Esta es la verdadera guerra de Poniente! ¡Ellos son el enemigo y si les permitimos ganar, serán imparables! ¡Poniente desaparecerá! ¡¿Acaso vamos a permitirlo?!
Un enorme coro de voces respondieron con una negativa que erizó los pelos de la nuca de la rubia. Gusano Gris comandaba a los Inmaculados, pero nadie daba órdenes al ejército norteño pues Jon estaba desaparecido y nadie se había presentado voluntario a tomar el mando.
—¡Por los vivos! —los tronadores gritos del pueblo ayudaron a Mayleen a completar ese hueco de esperanza que persistía en ella. Por ello, no titubeó en comenzar a dar órdenes— ¡Arqueros, soltad!
Una primera hileras con miles de flechas surcaron la noche, seguidas de otras miles lanzadas por los Inmaculados. Por unos escasos segundos, fue como si se hubiera hecho de día, permitiendo una escueta primera imagen de lo que estaba llegando a la fortaleza.
Jaime abrió mucho los ojos, no se había imaginado que los Caminantes Blancos contarían con un ejército tan numeroso como el que acababa de ver ante sus ojos.
Los muertos seguían acercándose y las primeras líneas atacaron contra el Norte. Mayleen se unió a la batalla junto a sus hombres, haciendo uso del acero Valyrio que su padre le regaló pocos días antes.
—Tengo un regalo para vos, lady Stark.
—Gendry —le reprendía la joven con un tono cansado en la voz—, ¿cuántas veces te he dicho que no hace falta esa seriedad en la voz cuando estamos solos?
—Lo sé —respondía con una sonrisa—, tan solo te traigo algo.
La rubia se acercó al muchacho y tomó la espada que le llevaba entre sus manos. Se sorprendió gratamente al verla, era un arma preciosa, tan ligera y afilada que daba miedo mirarla.
—¿La has hecho tú?
—Un encargo para ti.
—Es acero Valyrio, Gendry. ¡Es preciosa! Me encanta —los ojos curiosos de Mayleen no se levantaban de la hoja pulida y bien acabada del arma. El bastardo de Robert casi tenía miedo de hablar por miedo a desconcentrarla.
—Una espada como esa es merecedora de un nombre, mi señora.
—Cierto —sonreía mientras que contemplaba la afilada hoja, embelesada por los detalles que Gendry había sabido acabar—. La llamaré Tormento.
—Curioso apodo —May supo que no el chico no se percató del doble sentido. Le miró con picardía, expectante a que lo entendiera. Entonces lo hizo, mostrando una mueca simpática.
—El tormento que me has causado siempre se verá eclipsado por tu gran corazón de oro, Gendry.
Algunos de los Caminantes se le echaban encima, pero aún era capaz de contenerlos. Lanzaba estocadas allí donde los enemigos se ponían a su alcance, Pod se mantenía cerca, cubriendo sus flancos. Jaime en su lugar mantenía la lucha algo más alejado de ellos, junto a Brienne de Tarth.
Un puñal de uno de los muertos surcó el aire, cortándolo a su paso y también el bíceps derecho de la rubia, quien lanzó un grito de dolor.
—¡Joder!
Maldijo en voz alta. Viento Gris se lanzó contra el muerto que había lanzado el arma para volver junto a su hermano. Los dos lobos se compenetraban a la perfección, apenas uno tenía un enemigo encima, el otro se lanzaba su ayuda. Verles colaborar era casi un espectáculo.
Poco a poco conseguían hacerse fuertes frente a las filas enemigas, aunque no contaron con algo. Un rugido proveniente de la oscura sombra sonaba familiar a los habitantes de Invernalia. No podían creer que ese gruñido lo hubiera producido un reptil volador como los dos que se habían acostumbrado a ver sobrevolando el castillo, pero... en cuestión de segundos, pudieron confirmar su miedo: un dragón azulado de ojos celestes brillantes surcaba la noche.
Entonces otros dos rugidos respondieron: Drogon y Rhaegal, dirigidos por Daenerys y Jon, echaron a volar. Sin embargo, esos pocos minutos de desconcierto permitieron a los muertos avanzar en su causa, haciendo caer a un enorme grupo de norteños e Inmaculados.
—¡Volved dentro! ¡Replegaos!
Ordenaba Mayleen. Era hora de la primera barrera: el fuego.
Mantuvieron abierta las dos pequeñas zonas de entrada, esperando que el ejército del Norte se pusiera a salvo y mientras los soldados corrían, Mayleen observaba las llamas en el oscuro y negro cielo. Una batalla ajena y turbulenta se desarrollaba en los cielos.
—¡Entra! —ordenaba Jaime a su hija aún esperando a las tropas.
—¡Aún no!
El Lannister se exasperaba cada vez que Mayleen se posicionaba como comandante. Ya era una persona testaruda, pero en las ocasiones que la había visto a la cabeza de los hombres, se volvía aún más cabezota. Por eso mismo, el hermano de Cersei la cogió en contra de su voluntad y la dirigió a la zona segura.
—¡Suéltame! ¡Para!
—Nadie que no sea yo tendría el valor de hacerlo —la soltó alejada de las trincheras que estaban a punto de prender en llamas. Brynden se encargaba de las defensas.
—Porque ellos me ven como lo que he conseguido ser. Me he hecho un nombre.
—¡Soy tu padre, Mayleen! —gritó el hombre, cansado de las actitudes de su hija—. Nadie te protegería mejor que yo.
Una llamarada rodeó el castillo de Invernalia, provocando que todos los muertos frenaran su paso en seco y se plantaran frente a la barrera.
—Lo sé.
La rubia salió en dirección al Pez Negro, quien le echó una mirada de apoyo, esperando a que le diera alguna orden, pero May seguía sin decir nada.
—¿Qué hacemos ahora, Princesa?
—Esperar.
El fuego de dragón iluminaba el cielo, creando una atmósfera aún más fantasmal e inquietante; sin embargo, la peor parte comenzó cuando uno de los Caminantes se echó sobre las brasas. A continuación otro. Poco a poco, algunos de ellos se sacrificaban para dar paso a sus compañeros. Los vivos no tardaron mucho en comprender la hazaña.
—¡Volved dentro!
De nuevo, la marea de personas ponía rumbo hacia las puertas de la fortaleza, procurando mantener con vida a la mayor cantidad de luchadores.
De repente, una veloz sombra se acercó a una velocidad vertiginosa a los muros de piedra. Lanzó contra ellos una poderosa llama azul que la hizo explotar. No faltó tiempo para que los Caminantes Blancos comenzaran a colarse en los terrenos interiores de Invernalia.
No lo pensó dos veces, Evan se mantendría en los aposentos de la Stark y posiblemente se encontraría sin armas, vulnerable. En aquellas alturas, no había estrategia, solo importaba salvarse la vida.
De esta forma, sorteaba a soldados y Caminantes, no le importaba, tenía que llegar, aunque toparse con cuatro enemigos que parecían haber aparecido de la nada, la desconcertó.
El primero y más cercano a ella se adelantó a la pequeña horda que lo acompañaba. Empuñaba una espada que usó para golpear a May. Esta paró el golpe y blandió su propio acero para contraatacar con más fuerza. Dejó de forzar su espada, permitiendo que el golpe inicialmente lanzado por el muerto, diese de lleno contra el suelo, permitiendo a Mayleen saltar a un lado y ensartarle con su espada.
Otros dos de los muertos se acercaron a ayudar a su compañero caído. May se colocó en posición de defensa, esperando un ataque. El primero vino por la espalda y, si no hubiera sido por el reflejo en la hoja de su arma, el Caminante le habría clavado el puñal en el hombro, pero consiguió darse la vuelta a tiempo y cortarle en dos cuando el otro enemigo alzaba el hacha que sostenía. May dio un paso atrás, giró sobre sí misma y le rebanó la cabeza. Olvidándose del cuarto atacante, este la agarró con fuerza, arañando el costado derecho de la chica. Apretaba más y más, casi impidiendo que tomara aire y, de repente, una enorme espada, machacó el cráneo del muerto.
—De nada, Princesa.
—Gracias, Sandor —el gran hombre se alejaba sin mirarla de nuevo—. ¿Dónde vais?
—Lejos del...
—¿Fuego? — el Clegane gruñó. La rubia era consciente del pánico que le producía— Sois más fuerte que eso.
—No os metáis.
—Yo seguiré mi camino. Solo os confieso la admiración que siento por vos.
Sin esperar más palabras del Perro, Mayleen siguió en búsqueda de Evan. Por los pasillos escuchaba los sonidos de algunos Caminantes perdidos que deambulaban por allí a los que fácilmente podía distraer.
La mayor distracción la creó el Rey de la Noche cuando —junto a su dragón— se disponían a atacar el muro de nuevo y Rhaegal le agarró por el cuello y le elevó en el aire. Las garras de ambos reptiles se enzarzaban en una lucha temible. Pronto May pudo reconocer el estridente chillido del dragón verde al ser atacado con ferocidad por Viserion.
Drogon llegó en el momento indicado y apretó sus fauces contra el cuello de Viserion, haciendo caer al Rey de la Noche y a su dragón en picado hasta el suelo. Más a lo lejos, Mayleen pudo distinguir la figura de Rhaegal aterrizando de forma forzosa.
—Jon... —pensó ella para sus adentros.
—¡Ayuda!
La inconfundible voz de Evan golpeó los tímpanos de la rubia. Sonaba a desesperación. La habitación le dio un vuelco, casi como sintiendo que se caería en cualquier segundo.
Corrió con todas sus fuerzas, olvidándose por un momento de lo que ocurría en el patio del castillo, de los Caminantes Blancos que la escucharan o de la ayuda que necesitara cualquiera que se encontrase en su camino. Estaba cegada por el grito de socorro de Evan.
Ya estaba allí, dio una patada a la puerta y se encontró con tres muertos. Uno estaba sin vida junto a Evan, pero los otros dos parecían poco dispuestos a dejar al joven tullido tranquilo. Por suerte para Mayleen, estaban tan entretenidos con el chico que no se percataron de la presencia de ella.
Aprovechando la situación ventajosa que esto supuso, no lo pensó más veces y cargó contra los enemigos, provocando un golpe limpio en las cinturas de ambos. Pronto cayeron sin vida al suelo.
—¡Oh Evan!
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