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XX. El Matarreyes

—¿Cómo lo habéis averiguado?

Mayleen no podía salir de su asombro. Si la información que Sam le estaba dando era cierta, la situación habría cambiado en su totalidad. Si bien May no quería que la reina dragón se sentara en el Trono de Hierro, no se oponía a que Jon lo hiciera, pues le conocía y sabía que tenía las cualidades suficientes para ser un buen rey.

—Leí algo sobre esto y... Bran Stark lo sabía. El Cuervo de los Tres Ojos era consciente de que yo conocía parte de la historia. Bran me lo confirmó.

—¿Alguien más lo sabe?

—¡No! Debe ser un secreto.

La mujer prometió no decir nada acerca del peliagudo asunto a nadie, cuando pudieron observar el aterrizaje de Drogon y Rhaegal en las afueras de Invernalia. Sam apretó los puños y May se dio cuenta al mirar por el rabillo del ojo. La Targaryen se había buscado otro enemigo al prender en llamas a la familia Tarly.

La rubia decidió volver al Gran Comedor donde, con suerte, se encontrarían todos los necesarios para juzgar la actividad de Jaime en Invernalia. En cierto modo, un atisbo de nerviosismo golpeaba con fuerza el corazón de Mayleen. Su padre cometió grandes errores, pero la persona que una vez fue se había ido perdiendo desde que Robb Stark le capturó muchos años atrás. May quiso creer que se arrepentía de todos y cada uno de sus errores, comenzando por haber tirado al vacío al Stark hacía tanto tiempo.

—Mis señores —comenzó diciendo la Lannister, colocándose delante del estrado en el que habitualmente se encontraba sentada. En esos momentos, los ojos de Bran, Sansa, Jon y Daenerys se mantenían centrados en ella, a la espera de su información—, esta noche ha llegado al castillo ser Jaime Lannister, jura tener información y dice que sus intenciones son nobles, luchar por nosotros.

Sin esperar una respuesta de ninguno de los cuatro que formaban el peculiar consejo, Mayleen hizo una gesto a su padre para hacerle entrar a la sala. Su estado y aspecto desaliñado tras la larga marcha que había emprendido desde Desembarco del Rey le hacía casi irreconocible, sobre todo a los ojos de Sansa y Jon, este último no le veía desde la visita del rey Robert a Invernalia.

—Mis señores —agachó la cabeza en señal de respeto a los cuatro—, me encuentro aquí frente a vosotros, solo, en busca del perdón por todos los actos y atrocidades que cometí en el pasado.

Las caras de las dos mujeres que conformaban el consejo eran de total desprecio. Cada una tenía sus motivos, pero a Mayleen no le sentaba demasiado bien notar el desdén con el que juzgaban a Jaime. Después de todo, se encontraba delante de ellas, pidiendo perdón y tragándose el orgullo que tanto había caracterizado al hijo favorito de Tywin Lannister.

—¿Qué hacéis exactamente en el Norte? —preguntó yendo al grano Jon.

—Cersei mintió en el acuerdo. No mandará sus fuerzas y Euron Greyjoy no fue a esconderse como dijo —revelaba el león de manera sosegada a la vez que un cierto tono de desconfianza—, sino que fue en busca de la Compañía Dorada de Essos.

—¿No os era más sencillo enviarnos un cuervo? —habló Sansa en esa ocasión. Esa vez incluido Jaime pudo notar el desprecio en la voz de la pelirroja.

—¡Quiero proteger el Reino! Quiero tomar parte en esta guerra. ¡La verdadera guerra! —se había cansado de los ojos juzgadores de los jóvenes. Estaba allí porque quería colaborar, quería estar junto a su hija, recuperarla—. No podría vivir en un reino en el que mi hija me despreciara.

Hasta ese momento, Mayleen se había mantenido callada, en un segundo plano en la zona oscura de la sala, expectante y oyente de lo que transcurría en la vista. Solo en ese momento alzó la cabeza para prestar más atención, encontrándose con un Jaime al borde de las lágrimas, cansado y consumido.

—¿Por qué íbamos a confiar en vos? Las personas que han confiado en vuestros votos no acabaron bien. De hecho, vos jurasteis lealtad a mi padre y este murió ensartado en vuestra espada.

—Dadnos un solo motivo por el cual no deberíamos colgaros —se sumó Sansa entrecerrando los ojos—, mi hermano quedó sin piernas por vuestra decisión de arrojarle al vacío. ¡Mi hermano mayor y esposo de vuestra hija murió asesinado por una de vuestras confabulaciones!

—Alteza, deberíais creerle —habló Tyrion hacia la Madre de Dragones, saliendo de las sombras que le mantenían oculto—, conozco a mi hermano...

—¿Cómo conocías a tu hermana?

Una ráfaga de aire helado entró por la ventana, haciendo que esta se abriera con fuerza y golpeara el muro de piedra, provocando un fuerte escándalo. Mayleen se apresuró a cerrarla en un intento de contener la rabia que le había nacido en esos momentos.
Mientras se concentraba en no intervenir de manera brusca, continuaba escuchando la conversación entre su amiga, el consejo y Jaime.

—¿Por qué iba a abandonar un lugar en el que se encuentra a salvo si no viene a decir la verdad?

—Puede que porque confiara en que su hermano pequeño le defendería. Solo hasta el momento en que me cortara la garganta.

—Todo lo que hice, lo hice por mi casa, por los Lannister.

—Las cosas que hacemos por amor —intervino por primera vez Bran Stark, causando un asombro en el forastero. Brandon había repetido las mismas palabras que él dijo cuando le hizo caer desde aquella torre.

—¿Entonces por qué has abandonado a tu casa ahora?

Jon permanecía en silencio, no confiaba en Jaime, pero quería darle un boto de confianza. No era solo por Mayleen, también porque creía en que las intenciones del Lannister fueran sinceras y nobles por una vez.

—¡Esto va más allá de la lealtad! Trata de sobrevivir.

Hubo un silencio en la sala, Daenerys miraba a Jaime con desprecio, Sansa intentaba hacer contacto visual con sus hermanos, pero Jon seguía intentando mantener su posición imparcial. Brandon tenía un halo condescendiente en los ojos, aunque parecía estar disfrutando del momento de tensión.

—Yo solo veo a un hombre considerado "traidor" por muchos y con una sola mano.

Eso era el colmo. Mayleen intentó morderse la lengua todo aquel tiempo, pero se le había acabado la paciencia y Jon se dio cuenta de que la muchacha iba a estallar. Le bastó solo con echarle una ojeada.

—Este hombre se llama ser Jaime Lannister —comenzó la rubia situándose junto a él. Llevaba una mueca de enfado—. Otros le han denominado Mararreyes u hombre sin honor, pero son esos muchos los que no conocen la otra parte de la historia. Este hombre ha cometido muchos errores en su vida, al igual que cualquiera de los que nos encontramos aquí presentes. ¡Cersei nos ha engañado con aquella negociación! Nos hizo creer que colaboraría en esta guerra y cuando nos dimos la vuelta, no solo violó la tregua ¡sino que además, fue en busca de nuevos soldados! Vino aun sabiendo que arriesgaba su propia vida, velando por el bien del Reino.

—Sois su hija, vuestra palabra es tan significativa como la de Tyrion. Vuestro padre asesinó al mío por la espalda, ¿cómo sé que no me cortará el cuello por la noche? —agregó Daenerys irguiendo su postura.

—¿Cómo sabremos nosotros que no reduciréis a cenizas la capital al igual que hizo...?

—¡Necesitamos ayuda! —exclamó Jon cuando supo que esa conversación no llevaba a ningún buen final—. Se conoce a Jaime Lannister en todo el Reino por sus grandes hazañas con la espada, habiéndose considerado una de las mejores que Poniente haya visto. Creo que podemos confiar en que su destreza y experiencia nos sirva de apoyo en la batalla.

Sansa pareció convencida tras las intervenciones de su hermano y su amiga rubia. Era cierto que entablar una conversación con el Matarreyes no era una de sus prioridades, pero conocía la sensación de la pérdida de un padre. No era agradable. Si ese hombre había ido a Invernalia para permanecer junto a su hija, tragándose su enorme orgullo, podría ser posible que fuera con nobles intenciones.

Los dos hombres se miraron y el león agachó la cabeza en señal de agradecimiento, haciendo que el otro le imitara. Una vez sembrada la paz en el Gran Salón, Mayleen salió apresurada del lugar, siendo seguida por muy poco de su padre. Quería estar sola o, al menos, no dar explicaciones a nadie.

Le sacaba una buena ventaja a su padre, pero estaba segura de que insistiría hasta que ella se dignara a darle una pequeña parte de su tiempo. Aun siendo de esta forma, May aceleraba el paso y, conforme lo hacía, maldecía en su fuero interno el momento en que decidió vestirse con un vestido en lugar de pantalones y chaleco de cuero.

—¡Mayleen! —gritó el hombre con energía.

La nombrada se abrazó a sí misma y se detuvo. Quería acabar con aquello de una vez, incluso era posible que al desahogarse, sintiera que algo de la presión de su pecho desapareciese.

El Lannister se situó a la espalda de su pequeña, esperando que esta decidiera mirarle a la cara. Ya había arriesgado demasiado su posición en Invernalia al defenderle, lo mínimo que podía hacer era darle algo de tiempo para pensar.

—Gracias, May —susurró colocando la mano izquierda sobre el hombro de la muchacha que, de forma casi instantánea, empezó a temblar.

—No has de dármelas. Somos familia.

Claro que Jaime no se conformaba con esa respuesta tan automática. Sabía que su hija estaba más derrumbada de lo que aparentaba.

—¿Y qué hay de Cersei entonces?

—¡Ni se te ocurra mencionarla si quiera! Suficiente he arriesgado ahí dentro como para que ahora alguien te oiga nombrarla —la ira que había crecido durante la vista de Jaime, estaba liberándose, justo con la persona que menos quería, pero quizás la que más comprendería.

—Ella es el motivo de casi toda esta guerra. Si no se han dado cuenta todavía, no es nuestro problema.

—¡Si no lo quieres hacer por ellos, hazlo por mí! —fue en ese momento cuando Jaime descubrió la verdadera razón por la que su hija no gustaba hablar de Cersei— Nos ha traicionado. Ha traicionado al Norte, a ti y a mí...

—Mayleen, ¿te encuentras bien?

¿Cuándo fue la última vez que alguien me hizo esa pregunta? Con sinceridad, ni ella misma lo sabía. Desde hacía unos años, May se intentaba autoconvencer de que se encontraba bien, de que lo iba a conseguir su objetivo. Conseguiría que el Norte fuera de nuevo un reino independiente y, de esta forma, la muerte de Robb no habría sido en vano.

—En realidad no —dijo ella al borde del llanto. Jaime la estrechó contra su pecho, apretando levemente, haciéndole sentir protegida. Solo tenía quince años cuando visitaron Invernalia la primera vez, hubieron pasado seis años más en los que la vida de Mayleen había cambiado por completo. Veintiún años no era edad suficiente para sufrir tanto.

—Saldrá bien y en cuanto todo acabe, no tendrás que volver a preocuparte.

Sin embargo; la rubia movía negativamente la cabeza. No creía que las cosas fueran a ir bien.

—No lo harán porque las casas norteñas no quieren hincar sus rodillas ante los dragones una vez más —alzó el mentón para mirar a su padre a los ojos y secarse unas lágrimas que consiguieron escapar—, muchos planean un motín y confían en mí para hacer cambiar a Jon de opinión.

—Ya he podido comprobar que no eres demasiado amiga de Daenerys. Tu madre también se dio cuenta.

—Nuestros intereses chocan, ella no lo sabe, pero tampoco es necia...

—¿Tienes algún plan?

—Aún no.

Se hizo un silencio, padre e hija sopesaban ideas. Por un lado, Jaime apoyaba a Mayleen, aunque por otro, sabía que si ganaban la batalla contra los muertos, marcharían sobre la capital y aquello significaba confrontar a Cersei. Aquello le replanteaba una cosa, ¿sería May capaz de acabar con la vida de su madre?

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