XVIII. Hielo y fuego
Llevaban varios días de marcha y, al ritmo al que iban, no tardarían más que un par de días o tres en alcanzar Invernalia. Durante ese tiempo, la brillante mente de Mayleen no se había detenido, sino que maquinaba las conspiraciones necesarias para hacer a Jon cambiar de opinión sobre la Targaryen... Hacerle volver a ella.
Hasta aquel momento, la ley del silencio se hubo instaurado entre el bastardo y lady Stark. Un castigo que comenzó a dejarse notar en el comportamiento del Rey en el Norte, sobre todo cuando alguien procuraba hablar con él y este observaba a la joven.
—Mi señora, me gustaría que hablásemos.
Comenzó a decir él con algo de indecisión en la voz, como si temiera una negativa de la rubia. Esta dejó ver una mueca de enfado e indiferencia a la vez que decidió no responder.
—¿Hasta cuándo va a durar esta guerra silenciosa entre nosotros, May?
—¿Con sinceridad? —respondió brusca, girándose sobre su montura para poder mirarle—. Hasta que digas algo que pueda creer.
—No te comprendo, pensaba que nosotros...
—¡Pensabas que nosotros...! —resopló soltando una risa. Mayleen no era capaz de dejar atrás la visión del bastardo junto a la Targaryen en aquella habitación— ¿Qué pensabas, Jon? Estoy ansiosa por oír la respuesta.
El muchacho bajó la voz y echó un vistazo a su alrededor, esperando que no hubiera nadie lo suficientemente cerca como para inmiscuirse. Desde que Lord Varys se había unido a las fuerzas de Daenerys, no podría estar siempre seguro de estar a salvo.
—Creía que me amabas como yo te amo a ti.
—¿Cómo tienes la osadía de hablarme de amor, Jon? —sentía en sus ojos formarse unas pequeñas lágrimas. Quería culpar a las ráfagas frías del viento, pero ella sabía la verdad— ¿Cómo te atreves a dejarme entregarte mi corazón para hacerlo añicos con otra mujer?
El bastardo debía situarse, porque no comprendía demasiado bien a dónde quería llegar Mayleen. Le estaba hablando de un momento en concreto, pero en su interior, esperaba con todo su ser que no se tratara de la noche junto a Daenerys.
—¿Te refieres a...? —no fue capaz de acabar la frase.
—Sí, me estoy refiriendo a la noche en la que te entregaste en cuerpo y alma a Daenerys Targaryen.
El silencio se instauró una vez más. Jon agachó la cabeza procurando hilar la manera en que ella se pudo haber enterado de algo como aquello. Debía tener mucho cuidado con las palabras que iba a usar, pues de ellas dependería su unión a la leona.
—Ocurrió, sí. Debía entregarme a ella para que terminara de creer mi palabra.
—¡Oh claro! Estoy seguro de que acostarte con ella te supuso todo un castigo, por supuesto.
—Tenía entendido que el cinismo lo habías dejado atrás hace muchos años —atacó el bastardo, defendiéndose de las palabras de Mayleen. Esta le dirigió una mirada asesina.
—Eras el rey y le has otorgado tu poder a una extranjera que se te ha abierto de piernas.
—Hablas como tu madre —Mayleen le soltó una bofetada en la mejilla derecha que le hizo tornar la cabeza. El muchacho se llevó la mano al lugar dolido a la vez que la Lannister le señalaba con el dedo.
—Si no querías ser rey, sólo debías decirlo —acusó ella escupiendo las palabras como si fueran veneno—. Sansa podría haberte suplido. ¡Yo pude haberlo hecho!
Entonces Jon creyó haber atado todos los cabos acerca del enfado de la rubia. No estaba seguro del todo, pero su estado de ánimo desde la llegada de la Targaryen a Poniente era de lo más brusco y agresivo.
—Ese es el problema. Tú quieres ser la reina —afirmó ejerciendo cierto énfasis en el "la"— y con ella aquí no podrás conseguirlo.
—Eso no es cierto. ¡Típico de los hombres! No escucháis. A veces hay que aprender a dar un paso atrás para poder ver todo el campo de batalla. Yo hacía eso por ti, ¿sabías?
El bastardo arrugó la frente, confundido. Era cierto que May estaba para él y ayudarle en tomas de decisiones y para saber qué ocurría cuando se encontraba ausente. Casi como si fuera su Mano Derecha. ¿Significaba eso que May habría vuelto a descubrir algo que él no conocía?
—¿Qué desconozco?
—Ahora sí que te intereso, ¿cierto? —ella sabía que el rencor no era bueno, pero le era imposible no sentirse así.
—Por favor, sólo tú sabes la verdad. Además, ya lo dijiste, debemos estar juntos y ser fuertes por el Norte.
La mujer resopló con una mueca irónica. El comentario le produjo incluso un sentimiento de lástima por su amigo y amante. Aun siendo Rey en el Norte, algunos asuntos se le escapaban de las manos.
—Sólo te diré una cosa: muchos están disconformes con el regreso de los dragones.
Mayleen apretó las piernas a su montura, haciendo que esta comenzara a galopar. El bastardo la observó unos segundos desde la misma posición para después seguirla. El caballo cobrizo de Jon corrió a gran velocidad hasta detenerse delante del semental gris de May. Ambos animales relincharon nerviosos.
—Nadie puede detener a los dragones. Lo sabes.
—¿De veras lo crees cuando tú mismo viste a uno caer desde lo más alto del cielo? —un brillo centelleaba en los orbes verdes de la rubia. No sabía si se trataba de la furia o la impotencia.
—Se trataba del Rey de la Noche, de los Caminantes Blancos —recordaba Nieve, aunque la chica negaba suavemente con la cabeza.
—Se trataba de nosotros, Jon.
Daenerys les observaba desde la distancia y la rubia se había dado cuenta de ello, por lo que giró la cabeza en dirección a ella, Jon lo hizo escasos segundos después. Pudieron notar la mueca de intriga de la Targaryen.
Quedaba muy poco para alcanzar Invernalia, todos los que conocían el castillo lo sabían y, por esa razón, las huestes estaban de lo más entusiasmadas y nerviosas. Por otro lado, Mayleen no dejó de buscar a ser Davos para aclarar un asunto... delicado. Ambos sabían que lo mejor era mantener el secreto.
—¿Se lo habéis dicho?
—No considero que sea el momento más adecuado para hacerlo, mi señora —respondió el caballero mirando el horizonte, algo incómodo por lo que se traían entre manos.
—No nos traerá más que problemas.
—Lo sé. Por desgracia, lo sé.
El camino continuó en silencio. Mayleen se centró en sí misma, en su caballo y vigilar con cautela —sin ser descubierta— sus alrededores. Viento Gris caminaba varios metros delante del caballo de la rubia, merodeando cerca de los corceles de Daenerys y Jorah, los cuales piaffaban al notar su presencia. De alguna manera, Mayleen podía sentir al espíritu de Robb en el huargo, protegiendo Invernalia de una posible crisis.
Cuanto más cerca estaba la fortaleza, con mayor fuerza podían oír a las gentes aguardar la llegada, nerviosos ante lo que ocurriría desde ese momento. Sin embargo; para sorpresa de la Stark, cuando los norteños se encontraron con la figura de Jon acompañado de Daenerys, en los rostros de los ciudadanos se dibujaban expresiones de descontento. Juzgaban aquella alianza.
—Os advertí que los norteños no confían en los extranjeros —dijo Nieve a la Targaryen cuando fue consciente de la mueca de esta.
Por el contrario, cuando Mayleen llegaba en su montura acompañada del huargo color pardo, los ciudadanos del Norte aclamaban su nombre con entusiasmo y palabras de agradecimiento. Eso fue algo que no pasó por alto la mujer de cabellos blancos.
Entre la multitud, May encontró la decepcionada cara de Arya, que había estado esperando el momento en que su hermanastro la hubiera visto para sonreír un poco, pero quien continuó su camino hablando con la Targaryen. Poco después, el rugido de los dragones se oyó retumbar en el cielo, dejando paso a los dos gigantes Drogon y Rhaegal. El pueblo gritó asustado, otros tan solo observaron callados con cara de desaprobación a la vez que May descubría la sonrisa de autosuficiencia que se dibujaba en los labios de la Madre de Dragones.
Descabalgaron una vez se encontraban en el patio de la fortaleza donde Bran, la señora de Invernalia y otros de sus siervos les esperaban. Jon corrió hasta su hermana y se abrazaron, aunque por la cara de la pelirroja, May supo que no estaba muy conforme con lo que ocurría. La rubia fue la segunda en abrazarla, esa vez más cálidamente.
—La reina Daenerys de la casa Targaryen—comenzó Jon al dirigirse a Sansa, luego miró a la de cabellos claros—, mi hermana, Sansa de la casa Stark, señora de Invernalia.
—Gracias por invitarnos a vuestro hogar, lady Stark. El Norte es tan bello como afirmaba vuestro hermano —decía la autoproclamada reina con una sonrisa cordial—, igual que vos.
La Stark mantenía una pequeña sonrisilla, pero no dijo nada, sólo miró a la Targaryen de arriba a abajo con cierto desprecio para luego hablar con cierto rentintín.
—Invernalia es vuestra, Majestad.
—¡No hay tiempo para esto! —saltó Bran, desconcertando a todos los presentes—. El Muro ha caído, el Rey de Noche tiene a tu dragón y marchan hacia el Sur. Hemos de hacer algo.
Tan pronto como Bran abrió la boca, las formalidades pasaron a un segundo plano. Jon y Daenerys se dirigieron al interior del castillo, acompañados de Bran. Algo más atrasadas, la señora de Invernalia y su mejor amiga quedaron estáticas en el sitio para hablar unos minutos.
—¿Cómo fue en Desembarco?
—Duro... y difícil.
Ambas de miraron con añoranza, pero no dudaron en echarse sobre los brazos de la otra, reconfortándose la una a la otra. Ambas estaban agotadas por la situación.
—¿Qué opina el pueblo? —quiso saber la rubia mirando a su alrededor.
—Están furiosos con el hecho de que Jon cediera su puesto —May chasqueó la lengua con pesar. Sabía que eso iba a ocurrir— a una forastera.
—Se lo advertí. ¿Qué opinas tú?
—No me entusiasma el hecho de que dos dragones adultos sobrevuelen el Norte ni que Jon ame a la hija del Rey Loco.
—Sansa —llamó en voz baja Mayleen acercándose a ella—, sé de varias casas que detestan la alianza de Jon...
—¿Se trata de algún motín? —la hija de Cersei negaba con la cabeza frotándose las sienes.
—No estoy segura, pero saben que si Daenerys gana la guerra, el Norte no será un reino libre. La historia se repetiría.
Las chicas siguieron el camino que Jon había tomado para adentrarse en la fortaleza, pero en el trayecto Mayleen se encontró con Gendry y Evan, quienes charlaban entretenidos sentados bajo un árbol. Se apresuró a acercarse. El primero en levantarse a saludar fue un sonriente Gendry.
La recibió con una pizca de recelo; no sabía la manera de actuar, por lo que se detuvo frente a ella e hizo una pequeña reverencia. May se la devolvió, aunque luego le miró con simpatía y le echó los brazos por encima para abrazarle.
—Me alegro de veros con vida —echó un vistazo a Evan y su malherido brazo— y me alegro de que os llevéis mejor.
El otro joven se acercó para colocar la mano de su brazo sano en la mejilla derecha de la muchacha. Lo que ocurrió fue que ella se apartó, no se sentiría bien al hacerlo. Evan se sintió incómodo a la vez que extrañado... Algo que le hizo plantearse varios escenarios y situaciones. Gendry también se fijó en la reacción de la rubia ante el gesto de cariño del que se suponía que era su amante y, en un intento de enmendar el gesto, Mayleen le abrazó con ternura.
—Os echaba de menos, Evan —era cierto, pero su tono automático le hacía perder veracidad.
—Me encantaría creerlo, yo a ti sí.
Se produjo un silencio incómodo en el que, incluso Gendry, apartó la mirada, pretendiendo buscar algo más interesante con lo que fingir no estar pendiente de la pareja.
—¿Qué tal el brazo?
—Casi recuperado.
Cuando otra ola de incomodidad se les estaba a punto de presentar, la figura de un muchacho —no mayor que Jon o Evan— gordo y con vestiduras de Maestre, se acercó a ellos, liberando un poco de tensión. Incluso Gendry parecía respirar aliviado.
—Lady Stark —llamó el chico con una voz algo ahogada—, uno de vuestros comandantes os busca. Dice que es importante.
No alegó ni una sola palabra más. La muchacha dejó a Evan con el bastardo de Robert y fue tras el joven regordito que le había informado. Durante unos instantes se quedó pensativa, como si de alguna forma ese joven le sonase.
—Perdonad, mi señor, ¿sois Samwell Tarly, el hijo mayor de Randyll Tarly de Colina Cuerno?
El aludido asintió un par de veces. Supo entonces de él, pues Jon le habló en alguna ocasión de él. Ambos estrecharon lazos cuando pertenecían a la Guardia de la Noche.
—En realidad... mi padre me repudió y es ahora mi hermano pequeño quien heredará los títulos. ¿Cómo sabéis quien soy?
—Jon Nieve y yo somos amigos. Me ha hablado sobre vos, vuestra pasión por la lectura y he oído que curásteis el psoriagrís a ser Jorah Mormont. Enhorabuena.
Las mejillas de Sam en seguida se volvieron rojizas debido al halago. No estaba acostumbrado a ello, por lo que se encogió de hombros y agachó la mirada.
—¡Oh bueno...! No es para tanto... yo sólo...
—No os quitéis mérito. Necesitamos maestres como vos.
Finalmente, llegaron al campo de entrenamiento donde, en la lejanía, May creía estar distinguiendo la figura de una persona a la que no veía en muchos meses. Estrechó la mirada para tratar de enfocar mejor, aunque era complicado ante la nevada que caía. Tuvo que acercarse un poco para descubrir al caballero, cuyo nombre era Brynden Tully.
Quedaron uno frente al otro, Mayleen sonreía a la espera de unas palabras del Pez Negro, quien también parecía alegre de reencontrarse.
—Mi señora —dijo con orgullo—, todo está arreglado. Cuatro mil hombres guardan la Roca de manera estratégica y otros seis han venido conmigo.
—Sabía que haríais lo mejor, ¿qué hay de Edmure?
—Permanece en Aguasdulces, protegiendo el castillo de los ancestros de nuestra familia. Nos ha enviado tres mil hombres. Los otros restantes protegen las Tierras de los Ríos. Ya sabéis...
—Demasiado cerca de la capital
Brynden asintió. Las Tierras de los Ríos se encontraban demasiado cerca de Desembarco del Rey como para que se encontrara desprotegida. Edmure no era el soldado ni señor más inteligente de Poniente, pero actuó bien en aquella situación. Parecía haber aprendido de sus anteriores errores cometidos cuando su sobrino —Robb— daba las órdenes.
—¿Qué opináis de la princesa Targaryen, mi señora?
Brynden miraba al cielo donde el dragón oscuro de Daenerys volaba en círculos sobre el castillo de los Stark. Al igual que esos reptiles eran majestuosos y de gran ayuda, su mantenimiento también supondría un costoso precio en carne.
—Evito responder esa pregunta. Me trae demasiados problemas.
—En ese caso, puedo intuir la respuesta —Mayleen giró levemente la cabeza para mirarle por el rabillo del ojo. Arqueó una ceja, pensativa—. A mí tampoco me gusta.
—Volvamos al comedor, Jon nos estará esperando.
Sin oponer resistencia, ambos se dirigieron al lugar en el que se habían reunido los Stark con Daenerys para explicar la situación y estudiar las posibilidades de estrategia para la Larga Noche. Cuando llegaron, para su sorpresa, Tormund —el representante del Pueblo Libre y amigo de Jon— se encontraba allí junto a Beric Dondarrion, parecían preocupados.
—¡... Último Hogar ha caído! La casa Umber ha desaparecido —afirmaba Beric con pesar.
—Ese pobre muchacho... —se unió el pelirrojo agachando la mirada—, los Caminantes Blancos le asesinaron y despedazaron.
—¿Habláis de Ned Umber?
—Ese muchacho fue quien lavó el apellido Umber —recordó Jon Nieve cerrando los ojos. Aún podía ver al hijo del Gran Jon luchando por los Bolton en la Batalla de los Bastardos—, hizo cuanto pudo para compensar a la casa Stark.
—Esta guerra se ha llevado demasiadas casas de Poniente: Tyrell, Martell, Umber... Baratheon. Debemos ganar, el futuro del país depende de esto.
Mayleen recordaba a Margaery y las pequeñas confrontaciones en la capital, aun así, le tomó afecto. Ella y su hermano Loras murieron en la explosión causada por Cersei en el Septo de Baelor. Willas también lo hizo, pero en el asedio Lannister a Altojardín. Recordó también a Oberyn y su horrible muerte, al igual que la de Doran y su hijo, traicionados por las propias Serpientes de Arena. La casa Umber había caído también, a causa de los muertos... y los Baratheon, bueno, Gendry era el único representante, el único problema de este era su ascendencia bastarda.
🐺🐺🐺
¡Lo mismo os digo!
Disfrutad mucho del doble capítulo
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