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XVI. Cersei Lannister

No podía creerlo, su madre había retirado la ayuda que prometía porque Jon eligió bando. Equivocado, desde el punto de vista de Cersei.
Los seguidores de la Targaryen y el norteño se quedaron estáticos, sin saber qué acababa de ocurrir y la manera tan drástica en la que los acontecimientos giraron. Pasaron de firmar la tregua a quedarse solos en cuestión de minutos y Cersei se alejaba escoltada por sus hombres.

Jon, frustrado, se levantó y fue en busca de un lugar más tranquilo, ajeno a las preguntas que cualquiera de los presentes pudiera hacerle. No tenía demasiadas ganas de hablar del tema; sin embargo, Daenerys fue en su busca.

—¿Te encuentras bien? —preguntaba Davos colocando su mano sobre el hombro derecho de la joven Mayleen. Su enrojecida cara no daba demasiado espacio a la imaginación e, incluso aquellos que no la conocían, serían capaces de saber qué le ocurría.

—No, no estoy nada bien.

Sonaba mucho más que airada, estaba fuera de sí, enojada con todo el que la rodeaba, tratándose de un cúmulo de circunstancias ocurridas en poco tiempo.
Golpeó con los puños los reposabrazos de la silla en la que se encontraba sentada para levantarse de manera dramática. Echó a andar en dirección a la Fortaleza Roja, tomando un caballo que pertenecería a alguno de los dothraki, para llegar con mayor rapidez.

Galopó todo lo rápido que las estrechas calles de la capital le permitían al corcel y llegó al enorme portón de madera custodiado por tres capas rojas de Cersei. Vestían con el peto con los colores carmesí y dorado que resultaba imposible confundir con cualquier otra casa de Poniente. Descabalgó y los guardias le impidieron el paso.

—¡Dejadme entrar! He de ver a Cersei.

La postura defensiva y amenazante de los soldados no pareció cambiar en ningún momento, sólo fue de esa forma cuando ser Jaime Lannister apareció y les ordenó bajar las armas.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Busco a Cersei —dijo la muchacha, recordando que no debía hacer contacto visual con su padre. Perdería todo el valor que la ira le proporcionó. Siguió el paso, dejando atrás al comandante de las tropas de la Reina de la Locura.

—¡No vas a conseguir nada de esa forma!

No quería escucharle dándole consejos. Ya nada iba a hacerle cambiar sus planes.
Atravesaba los pasillos como si fuera el mismo día en que se paseaba por ellos persiguiendo a Ned Stark, siendo una niña mimada y aburrida con necesidad de encontrar algún quehacer. Recordaba a Sansa llorando el suelo de la sala de trono tras ser golpeada por orden de Joffrey, pero, sin lugar a dudas, recordaba la puerta que daba a la gran habitación de su madre. No llamó a la puerta cuando la tuvo frente a ella.

—Durante muchos años he querido creer que dentro de tu pecho quedaría algo de corazón, madre.

La mujer se encontraba de espaldas a la recién llegada. Mayleen irrumpió sus pensamientos y —al contrario de la manera que intuía— lo hizo de manera sosegada, manteniendo la serenidad. Cersei dio unos pasos al frente, luego giró a la derecha y se situó frente a su hija.

—¡Oh Mayleen! No puedo creer que seas la misma ilusa que eras. Pensaba que habías madurado.

—Una lástima, aún tengo tiempo para ello —se defendió con cierto toque de ironía—, al contrario de ti, no lo tendrás para aprender a gobernar con sabiduría.

—¡Claro, es cierto! Olvidaba que mi primogénita fue la reina de Robb Stark, el Rey en el Norte; la esposa de Ramsay Bolton, el bastardo más poderoso de los Siete Reinos, un tirano, como yo —la mujer de pelo recortado miró con desdén a Mayleen—. Ahora dime, ¿de qué manera se habrían enfrentado tus dos maridos a Daenerys Targaryen?

—Eso no tiene nada que ver. ¡Hablamos de la supervivencia del país! ¡De proteger al pueblo!

—Responde —exigió Cersei con un tono menos agradable y simpático. Mayleen entrecerró los ojos, no quería dejar que su madre le envenenara los pensamientos. La rubia era inteligente, pero también vulnerable.

—No voy a hacerlo.

—¿Cómo lucharías tú contra la persona que quiere doblegar al Norte? Contra la persona que querrá despojar a tu pequeño hijo de todo lo que debería ser suyo.

En ese momento, el alma de Mayleen se le escurrió entre los dedos. Cersei supo que su hija daría a luz al bebé de Robb Stark estando en Invernalia junto a los Bolton. Supo de sobra que Mayleen amaba lo suficiente al Stark, de manera que habría hecho lo que fuera necesario para mantener al niño con vida —al igual que cualquier madre—, aunque aquello significara entregar su vida a los placeres y necesidades del bastardo.
May sintió un terrible dolor en el corazón, se le saltaron las lágrimas y comenzó a temblar. Las palabras se le aturullaron en la garganta al recordar a Ramsay saliendo de la habitación porque ella fue demasiado lenta a la hora de intentar quitarle la vida. Ella había matado a su pequeño Ned.

—No te... no oses hablar de mi hijo —amenazaba la más joven apuntándole con un dedo y temblando sin parar.

—¿De tu bebé y el de Robb? ¿Cómo se llama? —la sonrisa burlona de la reina denotaba la maldad— Me gustaría conocer a mi nieto.

—Basta.

—¿Tiene los ojos azules como su padre? ¿El pelo rubio como tú?

—Basta —repitió la joven aprentando los puños y cabizbaja. Respiraba hondo.

—Estoy segura de que es un niño precioso y de que ese lobo tuyo lo guarda con su vida —no estaba segura de la verdad, pero si algo quería conseguir la madre de May, era de poder hacerle ver todo desde su opinión. Hacerla cambiar de bando.

—¡Mi hijo murió! ¡¿Vale?! —explotó entre gritos y llantos. Eso era lo que estaba buscando, no lograría nada si no lo confirmaba.

—No sabes cuanto lo...

—¡No! —cortó la pequeña de inmediato— ¡No te atrevas a beneficiarte de esto! N-no te lo voy a permitir. ¡Fuiste tú quien me echó a los leones! Eres tan responsable como yo de su muerte.

—Puedes odiarme a mí por creer eso, pero el verdadero problema está en esa extranjera. Esa usurpadora.

La estrategia de Cersei era clara. Encontrar el punto débil de su hija, arremeter contra él, causar daños y cambiar las perspectivas. Por el momento, llevaba tres pasos conseguidos, aunque si era sincera consigo misma, una punzada de dolor en el pecho la sorprendió cuando oyó a Mayleen confesar la muerte de su bebé. La propia Cersei había experimentado ese sufrimiento en tres ocasiones y, a pesar de la mala relación con su primogénita, May continuaba siendo hija suya.

—¡Estoy aquí porque necesitamos detener a los Caminantes Blancos! ¡No tengo nada que decir sobre Daenerys Targaryen!

—¿Estás segura? Me ha parecido que no te cae demasiado bien. Pondría mi mano en el fuego.

—Vas a gobernar sobre una ciudad desierta. Una ciudad llena de fantasmas. No te quedará nadie, pues ninguno estaremos aquí —los ojos se Mayleen continuaban brillantes, amenazando con dejar caer alguna lágrima más. Notaba su tez facial tersa, también debido a las lágrimas—y cuando te hayas dado cuenta de que te equivocaste, será demasiado tarde.

Quedaron en silencio, manteniendo sus miradas altivas, sin dar el brazo a torcer. Ambas tenían un carácter fuerte y, sumado al hecho de que se encontraban en guerra, la que se diera por vencida sería la perdedora.
Harta de esperar una respuesta, Mayleen se dio la vuelta para marcharse e ir en busca de sus chicos.

—Daenerys de la Tormenta será la causa de tu perdición. Usurpará tu trono, la libertad del Norte y quizás, a tu hombre —¿se refería a Jon? Quedó estática, de espaldas a su madre—. ¡Es cierto! Observé como mirabas al bastardo de Ned y el fuego que manaban tus ojos contra la Madre de Dragones. Puede que tú también te des cuenta demasiado tarde.

Prefirió no contestar a sus provocaciones. Respiró hondo y comenzó a caminar, encontrando a su tío, con una mueca de desagrado y pena. ¿Qué iba a intentar hacer él?

—Todos se encuentran esperando en el teatro.

La rubia apartó su mirada de la vista del enano. No tenía ganas de que le preguntara por su mal estado que era mucho más que observable. Continuó andando hasta la salida, rezando por no topar con nadie y, por suerte, lo consiguió. Tomó las riendas del mismo corcel que la llevó a la Fortaleza Roja y puso rumbo al lugar en el que tuvo acontecimiento la reunión.

La vuelta fue bastante más lenta. El caballo mantuvo un ritmo continuo, sin prisa, de forma que May tuviera tiempo suficiente para procesar la charla privada con su madre... ¿le había propuesto una alianza para impedir que Daenerys reinara? Si era sincera consigo misma, el hecho de que todos a su alrededor vieran a la joven Targaryen como la futura reina, le producía una sensación oscura, como si un gran agujero de envidia creciera en su interior, devorando todas aquellas buenas intenciones que intentaba tener desde que decidió separarse de las faldas de su madre. Sabía que esos sentimientos eran perversos, pero ¿cómo controlarlos?

Se adentró en el pozo del teatro, viendo las reacciones de cada uno de los que se encontraban allí. Varys la analizaba, intentando leer en sus ojos qué había tenido lugar en la residencia de la Reina Cersei, claro que al comprender las intenciones del eunuco, la joven Mayleen, cambió su semblante a uno impasible.

—Intuyo que las cosas no han ido como pretendíais, ¿no es así? —Podrick siempre estaba cuando le necesitaba. Era un buen hombre y un buen escudero. La rubia le tomó del brazo y se acercó a su oído.

—¿Crees que soy una mala persona?

—No entiendo... ¿por qué...?

—Responde con sinceridad, ¿soy o no lo soy? —una pizca de temor se oyó en el timbre de May. Era casi imperceptible, nadie lo habría descubierto..., Podrick tampoco lo hizo.

Payne se mordió un labio. Se había puesto nervioso. A él le gustaba Mayleen, era su amiga, pero como todo Poniente, había escuchado cientos de historias sobre ella. Unas eran buenas, sobre su bondad y sabiduría; algunas acerca de amor, normalmente tragedias; otras hablaban de sus hazañas, tan brillantes como las de su abuelo; por último, se escuchaban cánticos sobre barbaries cometidas durante su segundo matrimonio, Ramsay también era protagonista de ellas, pero nadie olvidaría fácilmente el nombre de Mayleen de esas historias sobre desollamientos, torturas y conquistas.

—Mi señora —comenzó Pod con cuidado de elegir las mejores palabras—, nada de eso importa. Lo único que vale es lo que elijáis ahora. Sois lo mejor que Poniente podría tener.

Un gesto de felicidad apareció en la cara de la joven. No quería que le regalaran los oídos, pero las palabras de su escudero la conmovieron, haciéndola sentir mejor tras haber hablado con su madre.

—Todo se arreglará, tarde o temprano.

—Gracias por estar siempre, Pod.

Continuó andando para volver a la silla en la que se había ubicado cuando tuvo lugar la reunión, esperando el regreso de Tyrion. Podría ser que él consiguiera convencer a su testaruda hermana. La hija de Jaime buscaba a Jon a toda costa y, a lo lejos, le divisó en un pasillo, caminando junto a Daenerys. Se acercaban a ella, aunque sólo el hombre continuó la marcha, ella cambió de dirección para ir en busca de Missandei y Jorah.

—Me gustaría equivocarme al decir que estás airada conmigo —dijo el bastardo quedando a una distancia prudencial de la muchacha.

—No, no te equivocas.

—¿Puedo preguntar qué ocurre?

—Sinceramente, ni si quiera yo lo sé —mintió Mayleen. Ella sabía a la perfección qué la hacía enfadar de Jon, pero no quería confesarlo en voz alta.

—¡Vamos! —exclamó él soltando una risa nerviosa—, ambos sabemos que eso no es cierto. ¿Qué ha ocurrido allí dentro?

—Lo que puede ocurrir siempre que hablo con Cersei y ¡ah! —respondió con sarcasmo—, añade a esa discusión hablar sobre mi hijo.

Se mordía con fuerza el carrillo derecho, intentando aparentar fortaleza concentrándose en el dolor. Jon suspiró porque seguir intentando razonar con ella no le llevaría a nada; sin embargo, intentó hacer algo que nunca habría hecho.

—¿Qué hay de mí? No podemos seguir evitando la situación.

—Claro que podemos. Has elegido bando.

—¡Se trata de Cersei y ella! ¡Tú no eres un bando! Se supone que tú estás conmigo, que me apoyas.

Mayleen se levantó del asiento agarrando del brazo al Rey en el Norte para llevarle a una zona menos visible y tener más intimidad.

—¡Confusión, eso es lo que me produces! —explotó de una vez por todas abriendo mucho los ojos— ¡No entiendo nada de lo que nos ocurre! ¡Nuestra química, la atracción! Siempre están presentes entre nosotros, Jon. ¿Acaso soy sólo yo quien lo nota?

La mano derecha del bastardo se intentó posar en la mejilla del mismo lado de Mayleen, pero esta se apartó, obligándole a retirarse.

—Claro que no.

—Y ¿por qué me haces esto?

—¿Qué es lo que hago? —la sacaba de quicio. El hecho de que al joven de cabellos negros le costara tanto entender sus sentimientos la hacía sufrir.

—Siento que te tengo... y de repente, siento que te pierdo... Como si esa Targaryen te rompiera los esquemas.

—Eso no es cierto —volvió a intentar acercarse a la Stark. Ella colocó sus manos sobre el pecho de él, procurando que no se acercara más de lo necesario.

—Lo siento, pero no me lo creo.

Se alejó de él. Triste y destruida tanto física como mentalmente. No quería apartar a Jon Nieve de su vida y las circunstancias no colaboraban. Llevó ambas manos a las sienes, intentando aclarar su agitada mente... le resultaba imposible.

🐺🐺🐺

Pasaron cerca de treinta minutos cuando Tyrion apareció de nuevo en el teatro. Negaba con la cabeza, haciendo entender a los presentes que la reina Cersei no les ayudaría, algo que no sentó nada bien a ninguno de los caballeros del lugar. Se enfrentarían solos a los Caminantes Blancos.

—Te prometo que he hecho todo lo que ha estado en mi mano —aseguraba el gnomo suspirando, decepcionado. Seguía sin dar crédito al hecho de que la Lannister hubiera dado preferencia a un puesto que a la verdadera guerra.

—El Norte recuerda, tío —respondió ella mirando a los dragones sobrevolar el lugar—. Ganaremos esa batalla contra los muertos y vendremos por Cersei, a por su poder.

Tyrion supo a la perfección que, si intentaba hablar acerca de quien se sentaría en el trono, su ya de por sí resentida sobrina, se alejaría de él y no le dirigiría de nuevo la palabra.

Unos minutos más tarde, a sus espaldas, la rubia comenzó a escuchar unos pasos que se acercaban a ella. Se volvió con cuidado para ver de quien se trataba y, por el rabillo del ojo, vislumbró la figura regia de Daenerys. ¿De qué querría hablarle?

—Lady Stark —comenzó una vez se colocó a su lado—, ¿podría preguntaros acerca de vuestra relación con vuestra familia?

—¿Qué queréis saber?

—Tengo algunas dudas acerca de ser Jaime Lannister. Parecía oponerse a Cersei, ¿qué ocurre entre ellos?

Los rumores sobre que los hijos mellizos de Tywin Lannister se acostaban juntos habían recorrido todo el mundo. Muchos lo creían, otros opinaban que eran calumnias para desprestigiar una familia tan importante como lo eran los Lannister; para Mayleen, una pregunta tan superficial como esa le sonaba a broma. Incluso habiendo vivido con los Dothraki había tenido que escuchar las historias.

—Es sabido que ambos eran amantes —una débil expresión de aversión se mostraba en el rostro de la Madre de Dragones. Mayleen se percató de esto y no iba a permitírselo—, al igual que ha ocurrido por décadas en la casa Targaryen. Mis tres hermanos y yo somos fruto de su incesto y, a pesar de que ambos se amen, el juicio de Jaime no se nubla ante cuestiones como esta.

—Decís que se opone a la manera de gobernar de vuestra madre —May asintió una vez.

—Yo soy una de las razones de sus conflictos internos. Soy su hija y la única que le queda con vida.

—Al menos sabéis que le importáis.

Prefirió no hablar más. No quería detallar el hecho de que Jaime se sentía culpable por hacer que mataran al amor de la vida de Mayleen. Esta no era conocedora de los detalles de cómo Daenerys había llegado donde se encontraba, así pues, la mujer de cabellos blancos no sabría de la rubia.

Nuevos pasos se adentraban al pozo de reunión, creando una expectación entre los allí parados. Sabían que se trataría de la reina Cersei con la posibilidad de haber entrado en razón.
La mujer se plantó en el centro del lugar y miró a todos a su alrededor, luego habló:

—No replegaré mis huestes ni haré que marchen sobre la capital. Haré que partan al Norte —la hija de la mujer se sorprendió y buscó con ansia la mirada de Jon. Este le sonreía orgulloso—. La oscuridad llega para todos y la afrontaremos juntos. Cuando la guerra acabe, tal vez recordáis que decidí participar sin promesas ni seguridades por parte de nadie. No las espero. Mis banderizos, todos, partirán.

Ese fue el último ofrecimiento de la reina antes de retirarse de nuevo a la Fortaleza Roja. Dany, Cersei y Mayleen se miraron entre ellas y agacharon levemente el mentón, dando como válido aquel trato que acababa de ser firmado. Luego las tropas de la Lannister de mayor edad se replegaron junto a ella. Jaime fue el último, procurando encontrar el rostro de su pequeña. Sólo pudo verla sonreír cuando Podrick Payne susurró algo en su oído.

🐺🐺🐺

Ponían rumbo a Puerto Blanco, Daenerys ya había mandado un cuervo a Roca Dragón para que el resto de sus tropas se dirigiera al lugar y de allí a Invernalia. Mayleen envió otras dos aves hacia Aguasdulces, custodiada por Edmure Tully; y a Roca Casterly, donde Brynden se encontraba como castellano. En ambos pergaminos indicaba a los hombres a mandar las tropas a Invernalia. Toda ayuda sería necesaria para combatir a los Caminantes Blancos.

Era de noche, el barco dormitaba y tan solo se escuchaba el ruido de la marea golpeando el casco de la nave. En aquella ocasión, tanto Jon como Mayleen decidieron subir en el navío de Theon Greyjoy, un auténtico barco de la famosa Flota del Hierro.

La Stark estaba sola y casi a oscuras en la proa de la nave, pensando en los eventos que tendrían lugar en un futuro no muy lejano. Sopesaba sus inclinaciones en esa guerra y sus decisiones tomadas en base a Jon..., luego se encontraba con Evan, el joven soldado al que había dado la espalda a pesar de haber estado junto a  ella en los momentos más oscuros de su vida.
Avergonzada, cerró los ojos y se frotó la frente. Pronto volvieron a ella las palabras con Jon en Desembarco del Rey, cuando le confesó que la amaba a ella y no a la reina dragón.

—Me eligió a mí...

Agotada de pensar y pensar se decidió a ir en busca del bastardo y confesárselo todo. Sería la única forma de aliviar el peso que recaía sobre su espalda.

Buscó los aposentos del muchacho entre los sinuosos pasillos del interior de la galera en el mayor de los silencios hasta que comenzó a oír unos extraños murmullos que decidió seguir. Cuanto más se acercaba, más fuerte sonaban y pronto pudo declarar que aquello eran gemidos mezclados con besos. Una mala sensación se apoderó de la mente de la chiquilla, que quería llegar al final del asunto y, al fin, encontró la procedencia de los ruidos.

La puerta de la habitación del bastardo estaba entreabierta. Sólo bastó una pequeña mirada de Mayleen para descubrir los dos cuerpos desnudos de Jon y Daenerys haciendo el amor, rompiendo el pequeño corazón que a May podía quedarle. Se tapó la boca con las manos para aguantar la exclamación de sorpresa y dolor, pero que sus ojos se tornaran cristalinos sólo reconocían que el corazón de Mayleen, tras muchos años, latía por el de aquel bastardo.

🐺🐺🐺

¡Buenas noches lectores!

Estaba ansiosa por terminar de publicar la temporada siete y es que... en realidad... estoy acabando el libro jejeje. La temporada ocho empieza en el capítulo diecisiete y acaba en el treinta y siete + un epílogo. Lo sé, ni siquiera yo misma me explico cómo he enrevesado esto tanto para hacer de la temporada más corta algo tan largo. ¡Espero que lo disfrutéis tanto como yo porque... os esperan capítulos llenos de angustia, rencor, odio, amor, encrucijadas, sentimientos! Necesito que lo leáis todo.

No os adelanto nada más que ya ls he contado muchos secretos jajajajaja
Un beso a todos! <3

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