XIX. Un Lannister en Invernalia
Desde la llegada de Daenerys Targaryen a Invernalia, habían transcurrido varios días en los que la señora de Rocadragón se tuvo que acostumbrar a las bajas temperaturas del Norte. También los dragones tuvieron que hacerlo, por lo que se sabía, eran animales de sangre caliente a los que no agradaba el frío, por no hablar de la difícil convivencia que de creó entre Sansa, Mayleen y la Khaleesi.
En el comedor de los Stark se encontraban sentados tras la gran mesa de madera maciza Jon, en el medio de esta; Sansa, a su derecha, la señora del castillo; Daenerys, en la izquierda del joven; Mayleen, junto a la derecha de Sansa, siempre con el semblante tranquilo; y Tyrion, a la izquierda de la reina dragón. Frente a ellos podían ver a los vasallos de algunos de los castillos más importantes del Norte. Se encontraban solucionando algunas de las dudas que los señores se hacían.
—Alteza —dijo Lyanna Mormont levantándose de su asiento, dirigiéndose a Jon—, o ya no. Dejásteis Invernalia como un rey y habéis vuelto... no sé que sois ahora. ¿Un señor? ¿Nada?
—Eso no es importante —respondió él. La pelirroja y la rubia se miraron cómplices. Aquello no iba bien.
—¿Que no es importante? ¡Nosotros os nombramos Rey en el Norte! —un coro de voces norteñas aclamaron sus palabras. Sintiéndose atacado, Jon buscó las miradas de su hermana y su amiga May. No recibió lo que buscaba.
—Os lo agradezo. Os agradezco la fé que depositásteis en mí, pero cuando dejé Invernalia os dije que necesitaríamos aliados o si no, moriríamos. He traído a los aliados y sólo tuve dos opciones, conservar la corona o el Norte. Elegí el Norte.
Se hizo otro coro de voces entre los presentes, algunos criticando las decisiones de Jon, otros que se pensaban si aquello era lo más adecuado. Mayleen sentía una ira interior enorme, no quería ni si quiera hablar, todos notarían su malestar.
Tyrion se levantó de la silla en la que se encontraba para advertir de que los Lannister también se unirían pronto a las filas de Inmaculados, Dothrakis, dornienses, norteños, salvajes, y otros soldados de las tierras de los ríos, formando el ejército más grande que Poniente jamás hubiera visto, claro que además, contaban con la ayuda de dos dragones adultos.
—Sí, cierto —recalcó Sansa Stark, visiblemente preocupada—, pero ¿cómo pensáis alimentar al ejército más grande que Poniente ha visto? Y claro ¿qué comen los dragones?
Las miradas de la Stark y la Targaryen se encontraron, casi parecían echar chispas.
—Lo que les place.
Desde ese instante, Tyrion supo que jamás existiría paz ni neutralidad entre las señoras de Invernalia y Rocadragón. Sus personalidades chocaban, al igual que lo hacían sus objetivos. El resto de los norteños fueron testigos de la tensión y brecha que se formaba y Jon se encontraba en el medio del asunto, posiblemente el único con el poder de solucionarlo.
Aquella misma tarde, la Madre de Dragones y el nombrado Rey en el Norte subieron sobre los lomos de Drogon y Rhaegal para sobrevolar juntos los territorios níveos en las extensiones cercanas a la fortaleza de los Stark. Durante ese tiempo, Mayleen continuaba poniéndose al día con los hechos ocurridos en el lugar durante su partida.
—¿Dónde se ha metido el escurridizo Meñique? Lord Baelish parece haber desaparecido del lugar.
Mayleen se recogía la melena que caía hasta la altura media de la espalda. Aún recordaba el día en la capital cuando abrió el cajón, tomó una de la navajas que tenía guardadas y decidió cortar su dorada cabellera por encima de la altura de los hombros. Desde ese momento había crecido bastante.
Tan rápido como se había trenzado el pelo se vistió con un vestido gris con brocados blancos. Los colores de los Stark, los que tanto había echado de menos.
—Fue condenado a muerte por traición. Arya le cortó la garganta pocos días antes de que Jon regresara —reconoció Sansa echando un vistazo al conjunto de su amiga. Habían pasado muchos años desde que no veía a Mayleen en un vestido—. Estás preciosa, May. Casi no te recordaba con algo así puesto.
La rubia sonrió cuando se vio en el espejo reflejada. Era cierto, casi no se recordaba a sí misma en un traje como aquel. Las ropas que había llevado hasta aquel momento eran más cómodas, le permitían moverse con agilidad y rapidez, pero aquel vestido le hacía verse como una auténtica reina.
—¿Es eso cierto? —preguntó con asombro. La pelirroja asintió con una mueca de alegría— ¡Vaya! No era capaz de imaginar que el juego de tronos acabara consumiéndole. ¿Qué ocurrió?
—Arya y yo lo planeamos. Creyó que podría ser más inteligente que las dos. Reunimos pruebas y unido al poder de Bran...
—Brillante.
Caminaron por los terrenos del castillos mientras que Sansa explicaba las falsas disputas entre las hermanas Stark, algunas en las que la propia Mayleen participó y nunca tuvo idea de que se trataba de un plan. May continuaba opinando que en aquellas "actuaciones", Arya no fingía su desagrado por la Lannister. Los comentarios acerca de traiciones y las caras que la pequeña hija del difunto Ned no se le olvidarían fácilmente a May.
—Acerca del asunto del... motín —preguntó Sansa bajando la voz, escondiéndose de los posibles espías—. ¿Qué sabes?
—Poco en realidad —reconoció la rubia cruzándose de brazos—, fue en Puerto Blanco, de regreso a Invernalia cuando lord Manderly comentó que no estaba contento con la decisión de Jon.
—¿Qué pedía a cambio?
—Nada, sólo la independencia del Norte. Dijo que yo era la única que podría hacerle cambiar de opinión.
El cielo comenzaba a oscurecerse. La noche estaba cayendo y las estrellas querían hacerse paso en la oscuridad. Mayleen miró hacia arriba con la esperanza de encontrar la valentía que necesitaba para afrontar la situación que pronto llegaría. Sansa la imitó, aunque pocos segundos después la miró.
—Intuyo que esta historia tiene una base anterior.
—La primera vez que alcancé los territorios Manderly, Wyman intuyó que me encontraba allí para reparar algún asunto de Jon —Mayleen estaba escuchando la voz del hombre al reconocer que las mujeres siempre enmendaban los errores de sus maridos—. A la vuelta, me advirtió acerca del descontento con Daenerys. Me dijo que debía conseguir hacerle cambiar de opinión.
—Si ella gana la guerra, el Norte le será rendido una vez más —hablaba algo indignada Sansa—, ¡de nuevo los Stark estarán a merced de los Targaryen!
—En Desembarco... besé a Jon. Le abrí mi corazón unos segundos y él el suyo. Créeme cuando te digo que aún tenemos alguna posibilidad.
Reveló Mayleen soltando un suspiro, sintiéndose liberada. Le costó horrores ser sincera con su amiga acerca del íntimo momento que mantuvo con el bastardo y Rey en el Norte.
—¿Crees que continúa enamorado de ti?
—Es posible... —reconocía May mordiéndose el carrillo derecho. Sabía de sobra cual era la siguiente cuestión de Sansa.
—¿Y tú estás enamorada de él?
Entonces apretó los dientes e hizo rechinar. Esa situación le incomodaba tanto como reconocer en voz alta que sí, que parte de su corazón latía por el del joven Nieve. Sentía que en cuanto lo proclamara a oídos de otros, los abanderados de los Stark la juzgarían con críticas aplastantes, no sólo por haberse casado con el primer Rey en el Norte hacía cosa de tres años, sino por haber fingido durante dos años ser una Bolton, traicionando a la familia Stark, cometiendo crímenes... por lo que declarar su amor por el bastardo traería discordia entre ella y la Targaryen.
—Sí —respondió con rotundidad—, no es tan fuerte como...
—Lo sé, no hace falta que lo digas —la cortó la pelirroja tomando las manos de su amiga. Sabía a la perfección que reconocer sus sentimientos era su mayor miedo—. Nadie puede juzgar lo que sientes, sólo... ¡se siente! No lo podemos controlar y has sido valiente al decirlo.
Conmovida por lo sincera que sonaba, Mayleen la estrechó con fuerza contra su pecho. Una parte de su ser sintió que descargaba un enorme peso que amenazaba con aplastarla en cualquier momento y que, gracias a Sansa, parecía más liviano.
—¿Qué hago?
—Habla a solas con Jon. Es bueno, siempre te ha escuchado. No dejará de hacerlo ahora.
—¿Y qué hay de Evan?
—Eres la Novia del Norte —dijo Sansa haciendo homenaje y recuerdo del apodo que se había ganado la sureña tras todos esos años—, no tienes que dar explicaciones a nadie, pero sé que ese joven te ama, aunque... si verdaderamente lo hace, te dejará ir.
—Voy a hacerle mucho daño.
Las chicas comenzaron la marcha por el patio en camino a las caballerizas en busca de un par de corceles e ir a ver entrenar a los soldados. En cuanto llegaron, May tomó las riendas de un precioso alazán rojizo, mientras que el de su amiga era de un color tordo níveo.
—Por supuesto que sí, pero con suerte, su amor y lealtad le harán permanecer. Luego está ese otro chico...
La pelirroja estaba hablando de algo acerca de Gendry, pero Mayleen dejó de prestarle atención en cuanto pudo distinguir una figura familiar a lo lejos, entre unas columnas de la entrada a la fortaleza. La persona que se mantenía allí estática vestía con una capa que le tapaba el rostro; sin embargo, May creía hacerse una idea de su identidad.
—... ¿Estás escuchándome?
Reparó la Stark cuando se dio cuenta de que su amiga no dejaba de mirar la sombra frente a ellas, a unos veinte metros. La rubia caminaba despacio hacia la persona, que mantenía fijos sus ojos en la joven. Se detuvo al alcanzar el metro de distancia, cuando la figura se dispuso a quitarse la capa que impedía verle el rostro... Para sorpresa de la Lannister, se trataba de Jaime Lannister.
—Lo siento, hija —susurró el agotado león.
La nombrada cambió su semblante. Sentía un torbellino de emociones al mismo tiempo, ¿qué hacía allí su padre solo? Primero quiso gritar, pero su corazón comenzó a galopar y el labio inferior a temblar. Lo único que quiso hacer Mayleen fue buscar refugio en los brazos del hombre, por lo que soltó las riendas con las que evitaba que el animal huyera y se lanzó en busca del ansiado abrazo.
May escondió la cabeza en el pecho del hombre, sintiéndose una chiquilla vulnerable ante el mundo cruel que la rodeaba. Haciendo algo que nunca pudo hacer cuando era una cría —cuando realmente lo necesitaba—. A Jaime casi se le escaparon unas lágrimas ante la enternecedora acogida de su única hija viva. No fue algo que esperase.
—Te quiero, padre
—Y yo a ti, May —dijo de manera aterciopelada apretando sus labios contra la cabellera dorada y limpia de su hija—, y yo a ti.
Se mantuvieron en esa posición unos segundos más hasta que la rubia cayó dn cuenta de que la presencia de Jaime en Invernalia no significaba nada bueno. Debía preguntar qué ocurría y hacer saber al resto de los Stark que el apodado Matarreyes estaba allí.
—¿Por qué estás solo?
—Tu madre mintió. No mandará a sus soldados a luchar, Euron Greyjoy no fue a esconderse a las Islas del Hierro, sino que fue en busca de la Compañía Dorada.
—¿Mercenarios de las Ciudades Libres? ¿Cómo pretende pagarles? No tiene dinero para ello.
—Sabemos que puede hacerlo. Algo se le ocurrirá.
Junto a Sansa pusieron dirección de vuelta al castillo, donde expondrían la nueva situación de la guerra y los juramentos. Cersei acababa de romper su palabra de ayudar en la única batalla que importaba, la que decidiría el destino de Poniente entero.
Estaban a punto de entrar en el Gran Salón cuando Brienne de Tarth pasaba por el lugar. Esta fue a hacer un pequeño gesto de cortesía con la cabeza a las jóvenes cuando se quedó paralizada. ¿Estaba viéndole de verdad? Era la primera vez que se encontraba con el Lannister tras jurarle que cumpliría el tratado de Catelyn Stark.
Con sumo cuidado, la mujer de grandes dimensiones, se acercó a los Lannister para saludar.
—Ser Jaime Lannister —musitó con una sonrisa en la boca—, pensaba que no os gustaba el Norte.
—Ya sabéis que el frío nunca me ha tratado bien.
El hecho de que Jon aún se encontrara ausente, permitió a los dos adultos quedarse hablando de sus asuntos. Mayleen quiso dejarles a solas, por lo que subió a su corcel, poniendo rumbo al campo de entrenamiento. Allí no sólo se hayaban soldados combatiendo en armonía, sino que en los alrededores se encontraban herreros, curtidores, generales de batalla e incluso los entrenadores de los perros de caza.
Lo que más gustaba a la rubia era observar a la caballería —siempre fue una enamorada de los equinos—, ver a cientos de caballos cargar a la vez, siendo una misma fuerza. Era algo asombroso y aterrador. Recordó la historia de Jon en la Batalla de los Bastardos, el momento en que los jinetes de los Bolton se dirigían en estampida contra él.
—¿Tarly? —llamó la rubia al encontrarse con un enfadado y triste Sam. Parecía encontrarse tan inmerso en sus pensamientos que apenas reparó en que le estaban llamando. Solo reaccionó al chocar contra el pecho del caballo.
—Perdonad, mi señora.
—¿Os ocurre algo? —la cara de circunstancia que el joven llevaba, dejaba más que claro que las cosas no iban demasiado bien en su vida.
—N-no, todo está genial —obviamente ella no le creyó, por lo que bajó del animal para situarse a su lado.
—No sois un buen mentiroso, me temo. Convivía con muchos de esos cuando era una niña y sé distinguirlos.
Sam miró a su espalda, provocando que la muchacha le imitara, buscando lo que fuera que el regordete aprendiz de Maestre buscase. Nadie le seguía.
—Decís que sois amiga de Jon, ¿me equivoco?
—De las mejores.
Samwell tomó una bocanada de aire antes de revelar a la rubia lo que Daenerys le dijo acerca de su familia. Le temblaba la voz, tanto que casi imaginó que no podría terminar de relatar la manera en que su padre, Randyll, y su hermano pequeño, Dickon, murieron en el abrasador fuego de Drogon por negarse a hincar la rodilla.
—... Odiaba a mi padre, pero no puedo creer que ahora esté muerto.
—¿Quieres que le cuente a Jon que la Targaryen...?
—¡No! —exclamó alarmado el otro cortando el diálogo de la joven—, es peor y... quizás no debí deciros nada de esto. ¡Lo siento, mi señora!
—¡Eh eh, Sam! Tranquilaos, no os preocupéis. Hablad con Jon si se trata de algo personal.
Probó utilizar la psicología inversa. Claro que se moría por averiguar el secreto de Sam o lo que fuera que estaba escondiendo, pero estaba segura de que insistiendo no obtendría respuestas. Parecía funcionar, pues el Tarly suspiró y miró a May directo a los ojos.
—Son Dany y Jon. Jon no es... Jon no es un bastardo ni es hijo de Eddard Stark —tan rápido como las palabras salieron de la boca del antiguo Cuervo, varias arrugas aparecieron en la frente de Mayleen—, su verdadera madre era Lyanna. Lyanna Stark.
—¿Por qué iba Ned entonces a mentir? ¿De qué le protegía?
—De Robert —ese giro inesperado en la vida Jon tomó por completo descuido a la rubia, quien era incapaz de ocultarlo—. Si se enteraba de que Rhaegar... se había casado con la hermana de Ned...
—¿Jon es en realidad un Targaryen? —Sam asintió.
—Y su verdadero nombre es Aegon Targaryen.
Entonces, en ese momento Mayleen lo supo. Jon era el heredero del Trono de Hierro. ¡Él era el único a quien Daenerys debía temer! No a Cersei, no a Sansa ni a Mayleen, sino a Jon. Todos le apoyaban, todos le conocían y querían. Si él se alzaba por el poder, el pueblo le seguiría sin pensarlo. Poniente dependía de un solo hombre. El mismo que había hincado la rodilla frente a la única que representaba una amenaza.
🐺🐺🐺
¡Buenas noches lectores de Poniente!
Estoy aburrida en casa y esperando que por todos los planetas, el pedido que hice de un regalo de cumpleaños llegue mañana o voy sin regalo a un cumple... en fin, me pasa por confiarme demasiado jajajajaja
¿Cómo lleváis la lectura? Espero que no os estéis desesperando demasiado y que os siga gustando tanto como al principio. A veces pienso que lo mejor para mi novela habría sido mantenerla en uno o dos tomos como mucho... ya que gran parte de los lectores se quedan por el camino.
Aquí de todas formas, se sigue publicando ¡disfrutad!
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